La presa de la cazadora
13 de septiembre de 2025, 17:24
Capítulo 4
La lluvia caía a cántaros sobre Zaun, un aguacero que parecía querer tragarse las calles enteras. Los charcos burbujeaban con la mugre de las tuberías, y los relámpagos iluminaban por instantes las fachadas oxidadas de los edificios.
Jinx llegó tambaleando hasta la entrada de su guarida, empapada, el cabello pegado al rostro como hebras de alambre azul celeste.
Tenía una mano presionada contra el costado derecho, donde el candelabro de Caitlyn había encontrado carne. La sangre se mezclaba con el agua de lluvia, corriendo por su abdomen en un rojo aguado que manchaba sus pantalones cortos y chorreaba hasta sus botas.
Empujó la puerta metálica con el hombro y entró, tropezando. El chirrido resonó en el silencio. La guarida estaba vacía, sin rastro de Ekko ni de nadie más. Solo ella. Solo ella y el eco de la tormenta golpeando contra los techos de lámina.
—Duele... ¿Ekko? —preguntó entrecortada, la voz más rota que nunca—. Mira esto... Caitlyn me lastimó, muy fuerte, justo como me advertiste.
Cerró de un portazo, dejó caer su arma sobre una mesa abarrotada de piezas mecánicas y se dejó caer contra la pared. El cuerpo le temblaba, la respiración era un silbido irregular, y la herida ardía como fuego vivo.
Se arrancó el chaleco chamuscado, la camisa manchada y la tiró a un rincón. Abrió un botiquín destartalado, lo volcó sobre la mesa. Frascos rotos, vendas sucias, agujas oxidadas. Con manos ensangrentadas agarró lo que pudo: gasas, cinta adhesiva, una botella de alcohol.
—Esto va a doler, muñeca —dijo para sí, mirando su reflejo distorsionado en un espejo rajado de la pared—. Pero podemos soportarlo, fuerza leona.
Metió los dedos en la herida, buscando rastros del objeto dentro. La carne se le abrió, la sangre burbujeó y un dolor agudo le arrancó un grito que se convirtió en carcajada.
—¡MALDITA VIDA! ¡AGH HIJA DE PUTA!—se dobló sobre sí misma, pero en vez de parar, volvió a intentarlo.
Los dedos manchados hurgaron torpemente, hasta que sacó un fragmento del objeto ensangrentado. Lo tiró contra el suelo y lo observó rodar, como si fuese un juguete nuevo.
—Ahí estás... Jueputa vaina para joderme tanto —murmuró, llevándose el dedo manchado a los labios y chupando la sangre con gesto lascivo—. Un jugo de remolacha no hará mal, estamos como bajas en hemoglobina por lo que veo.
El alcohol ardió como un demonio cuando lo derramó sobre la herida abierta. La carne burbujeó, el escozor fue insoportable. Jinx gritó con fuerza, golpeando la mesa con el puño, y luego estalló en risas histéricas que rebotaban en las paredes.
—Bueno, a su mamá le ardió más que a mí—canturreó, tambaleándose mientras apretaba una venda contra el costado—. Pero duele... Dios Kilyn duele tanto. Fue un buen movimiento.
Se miró al espejo otra vez, jadeante, con el cabello chorreando gotas azules y la cara pintada de sangre y agua. Y por un instante, la herida en su costado se movió. Se contrajo. Se abrió.
Jinx retrocedió, los ojos abiertos y su boca jadeando.
—Ya no quiero ser tu mejor guerrera—dijo a su propio reflejo, inclinando la cabeza como si hablara con alguien invisible. Pensando en "Dios"
La venda apenas sostenida dejaba escapar hilos de sangre que corrían como labios rojos. Y entonces lo escuchó. Una voz. Susurrante. Burlona. Venía de ahí. (Severa loca, las heridas no hablan)
" Caitlyn ..."
Jinx se tapó la boca con ambas manos y soltó un chillido.
—¡No digas su nombre! ¡NO DIGAS SU MALDITO NOMBRE! —se inclinó hacia delante, apretando la venda aún más fuerte, como si quisiera arrancarse la piel—. Ese nombre no es el adecuado. Kilyn es más lindo.
Pero no pudo detenerse. La palabra volvió a escapar de sus labios, como un rezo, como una enfermedad:
—Caitlyn ... Cait... Keilin... Kitlyn... Caity... Kilyn.
Rió. Lloró. Golpeó el espejo con la frente hasta que las grietas se extendieron como telarañas. Y entre la sangre y el vidrio roto, recordó.
Recordó un dedo. Su propio dedo, de niña, cortado por accidente con una cuchilla oxidada. El dolor, la sangre cayendo sobre el pasto Y Caitlyn. Una Caitlyn de mirada joven, preocupada, que se lo tomó entre las manos delicadas y le dijo que todo estaría bien.
—Shhh, no se te van a salir las tripas por ahí, tranquila —le decía.
La menor sonrió en ese entonces y también sonrió ahora, solo que a diferencia de hace años, ahora las lágrimas caían por sus mejillas mientras sonreía, sabía que había perdido aquello, y dolía.
—Mentirosa... —susurró Jinx, encogiéndose en el suelo, con las rodillas al pecho y la venda ya empapada—. Dijiste que estaría bien... que no dolería... ¡Mentiste!
Su risa se volvió un sollozo. Golpeó la pared con la cabeza. Otra vez. Otra vez. Hasta que quedó mareada.
La herida "hablaba". La escuchaba con claridad. Y en cada palabra estaba el rostro de Caitlyn. Sus ojos helados, su rifle apuntando, su voz firme, el disparo.
—Caitlyn, Caitlyn, Caitlyn... —repitió, arrastrando las letras como si fueran miel y veneno a la vez—. ¿Cómo te atreves a tocarme, eh? ¿Cómo te atreves a dejarme así? Yo no te herí nunca antes...
Se levantó de golpe, tambaleándose. Se arrancó la venda manchada y la lanzó contra la pared. La sangre salpicó como pintura. Extendió los brazos, giró sobre sí misma, riendo bajo el sonido de la tormenta que entraba por las grietas del techo.
—Quizás debería hacerlo... Quizás debería herirte, si... Herirte mucho. Demasiado...
Se detuvo, exhausta, respirando con violencia. Sus ojos estaban inyectados en rojo, el sudor mezclado con la lluvia. Se cubrió el costado con una nueva venda mal puesta, se dejó caer en un sillón viejo, rodeada de armas, latas de pintura y juguetes rotos.
Y allí, abrazando un conejo de peluche desgastado como cuando era niña, cerró los ojos.
—Shhh todo estará bien, solo es una pequeña herida—susurró, medio dormida, medio despierta, con la sonrisa torcida—. Pero yo no la hubiese lastimado... Y ella lo hizo. Ahora tendré que lastimarla.
La tormenta rugió afuera. Dentro, solo quedaba la risa entrecortada de una loca herida que no sabía si odiar o amar.
—Me obligará a lastimarla...
La luz del amanecer apenas rozaba los ventanales del departamento de Caitlyn, filtrándose en haces fríos que parecían no querer perturbar el silencio que reinaba. Afuera, Piltover comenzaba a despertar, pero allí dentro el aire seguía pesado, cargado con el eco del caos que había explotado la noche anterior.
Daniela abrió los ojos lentamente. El primer contacto con la claridad le arrancó una mueca de dolor; sus músculos dolían, su cuerpo estaba cubierto de moretones y cortes, cada respiración era áspera.
Tardó unos segundos en reconocer dónde estaba, hasta que la figura erguida junto a la ventana la obligó a regresar de golpe a la realidad.
-¿Comandante?
—Estás despierta —dijo Caitlyn sin girarse, su voz tan calma como un filo bien templado.
Daniela parpadeó, aún aturdida. Cuando intentó incorporarse, un ardor le recorrió las costillas y se dejó caer de nuevo contra las sábanas, gruñendo entre dientes.
—¿Qué sucedió...?
Caitlyn se giró entonces, con ese porte imponente que nunca abandonaba.
—Jinx te golpeó en la cabeza, quedaste inconsciente —respondió la mayor.
—¿Usted está herida?
—No, aquí tienes un Jinx.
Caminó hasta la mesa de centro y tomó un pequeño botiquín. Lo colocó con suavidad sobre las piernas de la chica.
—Aquí. Termina de limpiar esas heridas. —sugirió.
Daniela bajó la mirada hacia el botiquín. Sus dedos temblaron antes de atreverse a tocarlo. La rabia bullía bajo su piel como una segunda fiebre.
—No sirve de nada —masculló, casi escupiendo las palabras—. No sirvió de nada lo que hice.
Caitlyn arqueó apenas una ceja.
—¿Eso crees?
—Lo sé—Daniela tanteó la cama con su palma, y el movimiento le arrancó un gemido de dolor—. Jinx apareció, y yo... yo... ¡no pude detenerla! ¡No pude hacer el único deber que tenía!
La rabia se mezclaba con la impotencia en cada palabra, y las lágrimas amenazaban con subir, aunque la chica las contuvo con terquedad.
—Lo hiciste.
-No.
Caitlyn guardó silencio unos segundos. Su mirada azul, firme, no se apartaba de ella. Luego se inclinó levemente hacia adelante, apoyando una mano enguantada sobre la mesa.
—Daniela, escucha bien. Jinx no es un enemigo común. No se trata solo de fuerza o de reflejos. Es caos, impredecible, una tormenta que nunca avisa hacia dónde se moverá. Nadie, ni siquiera yo, puede asegurarse de salir ileso enfrentándola.
—Dani...
—Cierto, Dani, lo siento. —se corrigió.
La chica apretó la mandíbula, negando con la cabeza.
—Pero tú sí la enfrentaste —dijo con amargura—. Tú lograste herirla.
Por un instante, la imagen volvió con crudeza: el candelabro que Caitlyn había arrancado de la mesa, el movimiento calculado, y cómo lo clavó en el abdomen de Jinx.
La criminal había gritado, sorprendida, furiosa y dolorida, antes de huir tambaleante entre las sombras de la noche. Caitlyn, con el arma aún en mano, la había visto desaparecer... y no disparó. No corrió tras ella. La dejó ir.
Daniela tragó saliva, y su mirada ardía de preguntas que no se atrevía a pronunciar. Caitlyn percibió ese silencio cargado, y su propio gesto se endureció un poco más.
—Sí —admitió al fin—. La herí. Y aún así se escapó. No gané.
El silencio que siguió fue denso, solo roto por el golpeteo lejano de la lluvia que comenzaba de nuevo en Piltover. Daniela bajó la cabeza, sus dedos aferrando las vendas del botiquín con fuerza.
—Entonces... ¿de qué sirvo yo? —susurró con rabia contenida—. Si ni siquiera pude ayudar en algo. En mi primer día de trabajo, mi primera chamba.
Caitlyn respiró hondo. Se agachó un poco, buscando que la chica la mirara a los ojos.
—Sirves porque no te acobardaste. Porque cuando Jinx te dió pelea, luchaste, tú te quedaste. Porque no dudaste en ponerte frente a mí y arriesgar tu vida para proteger la mía.
Daniela la miró, sorprendida, con el ceño fruncido y los labios temblando.
—Si pero...
—Tus técnicas, tu resistencia... fueron impecables —continuó Caitlyn con firmeza—. Y aunque no lo veas ahora, eso marcó la diferencia.
Las palabras quedaron suspendidas en el aire, atravesando las defensas de la chica. Daniela cerró los ojos un instante, conteniendo las lágrimas, hasta que solo pudo asentir levemente.
Caitlyn se puso de pie de nuevo, enderezándose con esa elegancia rígida que la caracterizaba. Caminó hacia la puerta. Cuando su mano alcanzó el picaporte, se detuvo unos segundos.
No giró de inmediato, como si debatiera internamente si debía o no hablar. Finalmente, se volvió apenas, lo suficiente para dejar que sus ojos azules se encontraran con los de Daniela.
—Gracias —dijo con voz grave, sincera—. Gracias por no dudar en arriesgar tu vida para salvar la mía anoche cuando ella apareció.
—Es mi trabajo.
—Lo sé pero luciste... Humana cuando lo hiciste, eso lo hace diferente, así que gracias—demandó la comandante.
Daniela tragó saliva y solo pudo asentir otra vez, en silencio. Caitlyn sostuvo su mirada un instante más antes de salir, cerrando la puerta tras de sí.
Tenía un lugar a dónde ir, un plan que revisa y un encuentro que planear.
El pasillo estaba desierto. El eco de sus pasos era lo único que la acompañaba hasta su despacho. Cada sonido metálico de sus botas contra el piso le recordaba que había dejado escapar a Jinx, incluso herida, incluso con la oportunidad frente a ella.
Cuando abrió la puerta de su oficina, el silencio se quebró bajo el chasquido de la cerradura. Encendió las lámparas de escritorio una a una, y la sala se iluminó con un resplandor cálido que no lograba suavizar la tensión en su rostro.
El gran tablero dominaba la pared principal. Allí estaba desplegado todo: fotografías de Jinx en distintos ataques, planos de fábricas en Zaun, recortes de periódicos, informes de testigos. Hilos rojos y azules unían cada pieza en un mapa de conexiones que parecía tan enredado como la mente de la criminal.
Caitlyn se acercó despacio, con las manos a la espalda. Sus ojos recorrieron la telaraña de pruebas hasta detenerse en la foto más reciente: La foto de ambas, congelada en un instante, la sonrisa torcida iluminada por el flash de la cámara.
—Ella pensó que sería súper épico en su cabeza.
El recuerdo del candelabro hundiéndose en su abdomen le golpeó de nuevo. El grito. La sangre. Y esa mirada final antes de escapar. No era solo odio lo que había en sus ojos. Había algo más, algo que Caitlyn no quería nombrar.
Se inclinó hacia el escritorio, desplegando un mapa detallado de Zaun. Trazó con compás y regla las posibles rutas de huida desde su departamento. Tachó unas, marcó otras, conectó puntos. Todo con el método preciso de quien busca domar el caos con lógica pura.
Pero incluso así, sabía que Jinx no era predecible. No se trataba solo de cálculos, sino de obsesiones.
—Puede ser lista... Pero no más lista.
Caitlyn se apartó un segundo, exhalando despacio. Abrió un cajón y de allí tomó una tarjeta: la ficha de estadía de Vi, intacta, con los sellos oficiales que certificaban su regreso a Piltover. La sostuvo entre los dedos, apretándola con fuerza, como si pesara demasiado.
Su mirada volvió al tablero, a ese caos imposible de contener.
—Todo empieza contigo... y acabará contigo—murmuró, refiriéndose a Jinx, aunque la tarjeta de Vi ardiera como un recordatorio en su mano.
Inspiró profundo. Estaba lista. El siguiente movimiento había dejado de ser una opción: debía comenzar por el vínculo más fuerte, por la pieza que podía abrir todas las demás.
Nosotros .
La figura de su cadete favorita se plasmó en su mente. Tenía que hablar con ella y eso hizo, claro, primero se tomó su cafecito amargo con galleta de soda mientras veía una serie tailandesa de lesbianas, por favor, es prioridad.
No le tomó mucho llegar en auto, el cuartel principal de Piltover era un edificio sobrio, de piedra gris y ventanales angostos, diseñado más para imponer respeto que para inspirar confianza.
En su interior, los pasillos resonaban con un silencio casi militar, interrumpido solo por el eco distante de botas marchando y órdenes cortas de oficiales. Y uno que otro chisme sobre como la novia de uno de los chicos lo engañó con su hermano.
Caitlyn avanzaba con paso firme, cada sonido metálico de sus tacones resonando en el suelo pulido. En su rostro no había dudas: la decisión estaba tomada.
Su capa azul oscilaba con suavidad detrás de ella mientras descendía por las escaleras hacia la sección más restringida del cuartel. Si, mera regía.
Al llegar, dos guardias armados con fusiles Hextech se cuadraron y abrieron la pesada puerta de acero sin hacer preguntas. El chirrido metálico se mezcló con el golpe seco del mecanismo de seguridad al desbloquearse. Caitlyn entró.
La sala era amplia, iluminada apenas por lámparas de cristal que colgaban en las esquinas, lanzando destellos azulados sobre las paredes desnudas. En el centro, tres figuras aguardaban tras una mesa larga: dos veteranos de la academia —rostros curtidos por batallas pasadas, con el aire de quienes ya han visto demasiado— y, apartada del resto, Vi.
Vi estaba sentada, encorvada ligeramente hacia adelante. Sus brazos, cruzados sobre la mesa, parecían demasiado pesados para moverse. El rostro estaba a la sombra, apenas iluminado de perfil. La cicatriz sobre su ceja derecha se marcaba como un tajo antiguo, endureciendo aún más su expresión. Sus ojos, fríos, no revelaban nada. (Si, que rico)
Caitlyn se detuvo frente a ellos, apoyando ambas manos enguantadas sobre la mesa.
—Gracias por venir —dijo con voz firme—. No perderé tiempo. Lo que discutiremos aquí determinará el fin del caos que ha desgarrado nuestra ciudad.
Los veteranos asintieron con gravedad. Vi, en cambio, permaneció inmóvil, mirándola sin parpadear.
Caitlyn desplegó sobre la mesa un gran plano: la reconstrucción de la Academia de Vigilantes. Los trazos azules brillaban bajo la luz tenue, con anotaciones estratégicas en cada ala del edificio. Empezó a explicar los acontecimientos de los últimos días, la nueva criminal y todo lo que representaba.
—Mi madre, la concejala Cassandra Kiramman, levantó esta academia con la intención de formar guardianes incorruptibles. Y Jinx sabe lo que significa. La odia, atacó en cada discurso, en cada acción. La academia fue siempre un símbolo para ella al parecer: lo que más desea destruir.
Tomó aire y señaló el plano con un compás de metal.
—Por eso, fingiremos que estamos reconstruyéndola. Colocaremos trabajadores, decoraremos la fachada, simularemos actividad constante. Todo será una trampa. Y cuando aparezca... caerá.
Uno de los veteranos frunció el ceño.
—¿Está segura de que vendrá?
Caitlyn lo miró con determinación.
—Vendrá. No puede resistirse a los símbolos, a los recuerdos. Vendrá porque es lo único que le da sentido. Y cuando lo haga... —recorrió con el compás el perímetro del plano—, tendremos hombres ocultos en cada sombra, en los techos, en los muros. Nadie la dejará escapar.
Se incorporó y miró directamente hacia Vi.
—Y entonces, cuando esté debilitada, agotada de enfrentarse a nosotros... tú entrarás. Tú serás la última carta. El golpe final.
La sala quedó en silencio. El veterano a la izquierda carraspeó, pero no dijo nada. Todos esperaban la respuesta de Vi.
Vi alzó la mirada despacio. Sus ojos grises parecían huecos, metálicos. Su voz, cuando habló, fue plana, sin matices, como un engranaje repitiendo un protocolo.
—Entendido. Seré el golpe final. —dijo con voz ronca. (Que rico x2, hasta abrí las piernas)
Caitlyn asintió con firmeza.
—Quiero que lo tengas claro, Vi. No será un enfrentamiento cualquiera. Ella no es un criminal común. Es más rápida, más astuta. Puede volverse humo en cualquier segundo. Necesito que mantengas la calma hasta el final. Solo cuando yo dé la señal, entrarás.
Vi inclinó apenas la cabeza.
—No soy cualquier cadete, ¿O si comandante?
La capitana se permitió una pequeña sonrisa. Sabía que Vi siempre había sido así: concisa, fría, inexpresiva. Parte de lo que admiraba en ella era esa frialdad, esa capacidad de mantener el control cuando otros se dejaban llevar por las emociones.
—No, no lo eres.
Caitlyn continuó, con voz más grave:
—No habrá margen para errores. Tendremos francotiradores en los tejados, listos para contenerla. Patrullas ocultas tras las paredes del ala este, con órdenes de bloquear cada salida. Tú entrarás por el ala oeste, directo al vestíbulo. Ella estará agotada, herida. Ese será el momento.
Vi pestañeó una sola vez.
—No fallaré.
Caitlyn sostuvo su mirada un instante. Para ella, aquella respuesta era suficiente. Confiaba en Vi como había confiado en pocos.
Los veteranos intercambiaron miradas silenciosas, preocupados quizá por lo mecánico de su voz. Pero Caitlyn no lo notó, o no quiso notarlo.
—Muy bien —dijo al fin, enrollando el plano y guardándolo bajo el brazo—. Esto no es solo una misión. Es una promesa. A Piltover. A mi madre. Y a todo lo que representa la academia.
Vi permaneció inmóvil. Su respuesta llegó, cortante como un disparo.
—Le aseguro, la atraparé.
Caitlyn respiró hondo y asintió, convencida.
—Entonces confío en ti, Vi. Serás nuestra pieza clave.
Cerró la carpeta y golpeó suavemente la mesa, dando por terminada la reunión. Los guardias en la entrada se tensaron al verla salir, pero ella caminó con la frente en alto, decidida, sin mirar atrás.
En la sala, Vi permaneció un momento más en silencio, las sombras cubriéndole medio rostro. Sus labios apenas se movieron cuando repitió en voz baja, como un eco metálico:
—Le aseguro... La atraparé.
Había un plan, uno muy bien planeado en realidad, había seguridad y primordialmente: confianza. Nada podía salir mal, al menos de que Jinx tuviese demasiada suerte, y por algo era llamada "La falla"
El día siguiente no tardó en llegar, como crónicas de una trampa anunciada. La tarde había caído lentamente sobre Piltover, tiñendo el horizonte de un naranja sucio que se deslizaba hacia la penumbra. La fachada de la Academia de Vigilantes se erguía cubierta de andamios, bloques, mezcla, etc.
Todo parecía un escenario normal de reconstrucción... pero cada detalle era falso, calculado, dispuesto como una obra teatral cuyo único espectador importaba: Jinx.
Los supuestos obreros martillaban con ritmo monótono. Unos cargaban sacos de cemento, otros arrastraban carretillas con ladrillos. Sin embargo, ninguno de ellos era lo que aparentaba.
Cada movimiento estaba medido: martillazos demasiado regulares, carretillas que nunca se volcaban, conversaciones apagadas. Bajo sus ropas de trabajo ocultaban armas, comunicadores y el pulso tenso de quienes esperaban la orden de un capitán.
En lo alto, desde el balcón sombreado del ala este, Caitlyn observaba la escena con su rifle apoyado contra el hombro. La mira Hextech brillaba suavemente al captar cada detalle: las entradas, las esquinas oscuras, los tejados donde francotiradores aguardaban ocultos, respirando con calma contenida. Desde allí arriba, la comandante parecía una estatua: rígida, vigilante, paciente.
"Falta poco... ¿Dónde estás?" Se preguntó la mayor.
El silencio era denso, como si incluso el viento se contuviera. Caitlyn mantenía los labios apretados. Sabía que el plan podía fallar con una sola chispa mal colocada. Y, sin embargo, también sabía que la chispa estaba por llegar.
Y llegó.
Un silbido agudo rompió la quietud, seguido del crujir de una carcajada. De entre la penumbra del callejón lateral, tambaleándose como un fantasma desquiciado, apareció Jinx.
Llevaba una venda improvisada en el costado, manchada de sangre seca, apretada alrededor del abdomen con correas y tela rasgada. Su caminar era errático, como si en cada paso estuviera a punto de desplomarse... pero sus ojos brillaban con la chispa de siempre. Una chispa que mezclaba dolor y locura.
—Llegó por quien lloraban—canturreó, arrastrando la voz como una niña jugando con una muñeca rota—. ¿Pero qué tenemos aquí?
Alzó los brazos, abarcando la fachada iluminada de la academia. La venda tiró de su costado y soltó un jadeo breve, pero eso no detuvo la risa que le brotó como un estallido.
—¿La casita de muñecas de mamá Kiramman? —dijo con teatralidad—. ¿No les quedó clarito la primera vez? ¡Yo no quería que la reconstruyeran!
Algunos de los falsos obreros se tensaron al oírla. Uno dejó caer el martillo, otro giró la cabeza hacia el supervisor que fingía dar órdenes. Caitlyn, desde arriba, ajustó la mira a la silueta de Jinx, pero no disparó. Todavía no.
Jinx se inclinó hacia adelante, con las manos en las rodillas, como si contara un chiste privado. Luego sacó de su cinturón una de sus bombas caseras, pintada con colores chillones, y la lanzó de un manotazo contra un montón de tablones.
La explosión sacudió el aire. Trozos de madera saltaron por todas partes y varios obreros gritaron, corriendo en desbandada hacia los muros. El fuego iluminó las vendas de Jinx, marcando su silueta quebrada y encorvada, pero aún desafiante.
—No aguantan ni una bombita —gritó con los brazos abiertos—. ¿Les gusta? ¿No? De malas. Ahora díganme... ¿Dónde está su querida comandante?
Otra bomba salió rodando por el suelo, explotando cerca de una carretilla. Chispas y humo se elevaron en columnas. Los obreros, siguiendo el plan, huyeron en todas direcciones, fingiendo pánico. Caitlyn sabía que solo estaban tomando posiciones tras las sombras.
Era el momento.
La mayor apretó la mandíbula y gritó con voz firme, su orden resonando en el aire como un disparo:
—¡Ahora!
De inmediato, el ambiente se transformó. Los "obreros" dejaron caer sus disfraces: rifles Hextech emergieron de bajo los abrigos, pistolas se alzaron de los cinturones. Desde los techos, los francotiradores tensaron sus gatillos. Desde las esquinas, guardias ocultos emergieron como si hubieran brotado de la oscuridad misma.
Jinx se quedó de pie en medio del caos, con la venda teñida de rojo por el movimiento brusco de sus explosiones. Observó cómo los supuestos trabajadores la rodeaban, cómo cada sombra revelaba un enemigo oculto. En vez de asustarse, arqueó la espalda y lanzó otra carcajada estridente, una risa rota que resonó entre las vigas de la academia.
—Así que tras de comandante salió actriz—chilló, girando sobre sí misma, con los brazos abiertos como en un espectáculo de circo—. ¡Qué gran función, Capitana! ¡Todos ensayaron perfecto! ¿Cuánto tiempo les tomó practicar sus caritas de pobres obreritos?
Caitlyn la seguía con la mira del rifle, cada músculo tenso, el dedo rozando apenas el gatillo. Pero no disparó aún. Necesitaba que Jinx se moviera, que mostrara hacia dónde correría.
—Oh nono, espera, ¿Debo actuar también? —se rió—. Soy Jinx, autora de sus pesadillas, la criminal que es una piedra en el zapato para la comandante por no decir que en el culo. Eso solo en tus sueños, ¿Verdad, cariño?
—¡Ríndete, Jinx! —gritó Caitlyn desde lo alto, frustrada, su voz firme, cargada de autoridad—. Estás rodeada.
Jinx alzó la cabeza, buscándola con la mirada hasta dar con la figura en las sombras del balcón. Y sonrió. Una sonrisa torcida, temblorosa, pero genuinamente divertida.
—Ahhh, ahí estás... ¡Mi tiradora favorita! —dijo, con un guiño exagerado—. ¿Ya despertó tu soldadito del buen golpe que le dí en la cabeza anoche? Si no para volverla a visitar, darle un regalo, sacarla de tu espacio, me irrita verla ahí.
En respuesta, Caitlyn bajó apenas la mira, apuntando al suelo frente a Jinx, y disparó. El proyectil Hextech impactó contra el pavimento, levantando polvo y chispas azules a centímetros de ella.
—Última advertencia —dijo Caitlyn, la voz más baja, pero con filo.
Jinx observó el humo disiparse frente a sus botas desgastadas. Ladeó la cabeza. Y entonces volvió a reír, tan alto que hasta los francotiradores en los techos se tensaron.
—¡Me encanta cuando haces eso! ¡Pum, pum, pum! ¡¿Pero bombas?! ¡Se más original, tras de incompetente, copiona—agitó un par de granadas como si fueran juguetes de feria—. Hagamos competencia... ¿qué pasa si yo también juego un poquito?
Y lanzó otra bomba hacia los guardias más cercanos.
La trampa había comenzado a cerrarse, y la chispa que todos esperaban acababa de incendiar el escenario. En segundos, todo parecía gallera en pelea un domingo.
El aire de la academia en ruinas se llenó de humo, polvo y gritos. Las primeras explosiones de Jinx habían roto la formación de los guardias, y lo que debía ser un cerco perfecto se convirtió en un caos peligroso.
Con trozos de brazos y piernas volando, en serio, peligroso.
Las granadas caseras estallaban contra los muros, lanzando fragmentos de piedra y madera astillada. Los guardias corrían a cubrirse, disparaban ráfagas sin lograr acertar al blanco. Porque el blanco se movía como una sombra eléctrica, impredecible, imposible de atrapar.
—Les juro que la tortuga va a la luna a sus pasitos, pasa por Saturno y regresa y ustedes aún no logran atraparme. —se burló la peli celeste.
Jinx se tambaleaba, sí, pero cada paso parecía calculado en su locura. Giraba sobre sí misma, lanzaba una bomba con la mano derecha, disparaba su pistola con la izquierda, rodaba por el suelo como si su cuerpo desobedeciera las leyes de la gravedad. La venda en su abdomen se manchaba más y más, dejando un rastro rojo en cada giro.
Uno de los guardias intentó acercarse por la espalda con un bastón eléctrico. La menor, sin siquiera girar la cabeza, soltó un chillido de risa y disparó hacia atrás por encima del hombro. El proyectil le atravesó el cuello y el hombre cayó de rodillas, ahogándose en su propia sangre.
—¡Bingo! —canturreó ella, soplando el humo de su pistola como si estuviera en un carnaval—. ¿Quién sigue? ¡Vamos, formen fila, tengo balas, digo, dulces para todos!
—¡Alto ahí! —un guardia le apuntó detrás de ella. Jinx sonrió, girandose.
—¿Piedra, papel o tijera?... —pregutó sonriendo inocente y luego le disparó a la cabeza—. ¡Pistola!
Caitlyn, desde el balcón, apretaba los dientes. El rifle temblaba entre sus manos, no por falta de control, sino por la rabia contenida.
"Le apuñalé con un maldito candelabro en el abdomen y aún así pelea tan... fácil."
Esa frase resonaba en su cabeza una y otra vez, como un bucle de canción de 1 hora en Youtube.
Con un salto ágil, Caitlyn descendió del balcón hacia la pasarela inferior y luego al suelo. El ruido de sus botas al caer llamó la atención de Jinx, que giró la cabeza con los ojos brillantes, entre el humo y la sangre.
—¡Ya era hora, mi cazadora favorita se digna a bajar al ruedo! —exclamó, extendiendo los brazos—. ¿Ya te aburriste de mirar desde tu torre? Campeadora ¿O querías que te vea sudar de cerca?
Caitlyn respondió avanzando con pasos firmes, cargando el rifle y levantándolo directo al pecho de Jinx.
—No tengo ganas de jugar, no más.
—¿Ayer si tenías ganas entonces? ¿Por eso me apuñalaste? —Jinx ladeó la cabeza, con una mueca divertida.
—No, te apuñalé por idiota.
—Auch, tan seria... Siempre tan seria. ¿De verdad crees que puedes ponerle un punto final a mi historia? Cariño, yo soy los garabatos entre tus líneas perfectas.
—Que metáfora de mierda.
Sin darle tiempo a más, Jinx lanzó una bomba directamente al suelo entre ambas. El estallido las separó en una nube de humo y polvo. Caitlyn retrocedió con el rifle en alto, pero apenas distinguió una sombra que se le abalanzaba.
El golpe vino desde abajo: Jinx se deslizó entre los escombros y se lanzó contra ella, derribándola. Caitlyn rodó hacia un lado, el rifle se le escapó de las manos, y en segundos ambas estaban en un combate cuerpo a cuerpo.
Los puños de la menor caían en golpes erráticos pero veloces. La comandante bloqueaba, esquivaba, sentía los nudillos cortándole la piel. Logró golpearla con un rodillazo en el costado herido.
Jinx soltó un grito mezclado con risa, doblándose apenas.
—Ese amor mujer... Cálmate, soy fan de Lana del rey pero tampoco para vivir Ultraviolence —jadeó entre carcajadas—. ¿Ves lo que haces conmigo? Me haces reír incluso cuando me hieres. Típico.
Caitlyn la empujó contra una columna semidestruida, sujetándola por la muñeca y la garganta. Los ojos de ambas se encontraron: uno, fríos y calculadores; los otros, brillantes de locura y dolor.
—No estoy aquí para tu diversión, mucho menos para tratarte con "cariño" —La voz de Caitlyn era baja, temblorosa por la rabia contenida—. Solo eres una niña rota jugando a ser un monstruo.
Jinx arqueó las cejas, sonrió con los dientes manchados de sangre.
—Que metáfora tan mierda.
—Sé más original.
—¿Cómo tú con tu teatrito del carajo y bombitas?no me hagas reir—susurró, antes de morderle la muñeca con violencia.
Caitlyn soltó un gruñido de dolor, retrocediendo, y Jinx aprovechó para golpearla con el mango de su pistola directamente en la sien. La comandante trastabilló, con un hilo de sangre bajándole por la frente.
Jinx giró la pistola en su mano, apuntándole al pecho.
—Se te ve bonito, el rojo sangre te queda bien—susurró, apretando el gatillo vacío. Solo un chasquido seco.
La risa de Jinx estalló como un trueno. Caitlyn aprovechó ese instante y se lanzó contra ella, sujetando el arma y girándola hasta que ambas cayeron al suelo enredadas, forcejeando.
El olor a pólvora y sangre impregnaba el aire. A su alrededor, guardias caían uno tras otro: algunos alcanzados por disparos erráticos, otros derribados por las ondas de las explosiones. El campo de batalla se redujo a ese duelo frenético, íntimo, brutal.
Los brazos de Jinx temblaban por la pérdida de sangre, pero aún así su risa no cedía. Caitlyn lo notaba: cada movimiento era errático, pero detrás había instinto, ferocidad. No era fuerza lo que la mantenía en pie, sino pura voluntad de destruir.
En un momento, Caitlyn logró sujetar la pistola y apuntársela bajo la barbilla. Su respiración era agitada, sus ojos, furiosos.
—¡Ya basta de juegos!
Jinx, con el cañón frío rozando su piel, no retrocedió. Sonrió aún más, con los labios partidos.
—Entonces... dispara. —Su voz era apenas un susurro, cargado de burla—. Pero sabes que no lo harás, ¿verdad? Porque me necesitas para seguir jugando, no quieres dejar de jugar.
El silencio se extendió apenas unos segundos, roto por las explosiones lejanas y los gritos de los guardias. Caitlyn dudó. Solo un instante, pero lo hizo. Y en ese instante, Jinx volvió a reír.
—Siempre tan predecible... Kilyn.
Con un movimiento brusco, le dio un cabezazo que hizo retumbar la frente de Caitlyn. Ambas cayeron de espaldas, respirando agitadas, heridas, pero ninguna dispuesta a detenerse.
El combate continuaba, y la tensión se volvía insoportable. Caitlyn jadeaba, con la frente abierta en sangre. Jinx, a unos metros, tambaleaba, el pecho subiendo y bajando con dificultad, la venda empapada en rojo.
Su sonrisa aún estaba ahí, torcida, rota, como si el dolor fuera combustible.
—¿Ves, Comandante?—rió entrecortada, levantando su pistola temblorosa—. ¡Nada puede detenerme! ¡Ni siquiera tú, ni siquiera un maldito candelabro en las tripas! Deberíamos hablar... Ya sabes, como la otra noche, te puedo dejar otra foto de recuerdo y...
El eco metálico interrumpió su discurso. Un paso pesado, firme. Otro. El sonido de engranajes resonó entre las ruinas, profundo, como un tambor de guerra.
Desde la penumbra del pasillo lateral emergió una figura imponente: Vi, con sus guanteletes mecánicos brillando bajo la luz de las llamas. Sus ojos azules no mostraban calor, ni vacilación, solo una calma helada.
Caitlyn sintió un escalofrío. Sabía lo que significaba ese silencio y sonrió. Justo a tiempo.
Jinx, en cambio, quedó inmóvil. El aire se le escapó de los pulmones como un suspiro roto. Sus labios temblaron antes de formar la palabra que parecía imposible.
-... Nosotros ?
El mundo se detuvo. El humo, los gritos de los guardias, incluso el propio dolor. Por un instante, Jinx no fue la criminal más temida de Zaun. Fue solo una niña con el cabello enmarañado, que de pronto había visto a su hermana mayor viva frente a ella.
Sus ojos se humedecieron, y el temblor en sus manos fue más fuerte que el de las bombas que cargaba. Las voces de su cabeza se callaron y su pecho dolió, mucho, demasiado...
—Vi... ¿Eres tu? —la voz se le quebró, una súplica cargada de años de vacío y luego, sonrió—. ¡Eres tú! Sabía que volverías... lo sabía...
Pero Vi no respondió. Avanzó con paso pesado, cada movimiento metálico resonando en el suelo. Sus puños se alzaron, y sin un segundo de duda, descargó el primero contra Jinx.
El impacto la levantó del suelo y la arrojó contra una pared derruida. El golpe hizo eco seco, hueso contra piedra. La menor levantó la cabeza hacia ella procesando que su hermana la había golpeado.
—¡Ugh! —Jinx escupió sangre, llevándose la mano al abdomen—. E... espera... ¡soy yo! ¡Vi, soy yo! No me golpees...
Caitlyn, observando desde un costado, tragó saliva, no entendía y no tenía tiempo para hacerlo. El aire se le heló en los pulmones. Parte de ella quería intervenir, enfrentarse ella misma a Jinx, pero sabía que no podía. Ella misma estaba apenas en pie apenas.
Aprovechó ese momento para arrastrarse hacia los guardias heridos y reorganizarlos.
—¡Levántense! —ordenó, con voz firme aunque rota—. ¡Retiren a los caídos, aseguren el perímetro!
Los hombres obedecieron, mientras Caitlyn cubría su retirada con disparos medidos. No podía distraerse, no podía mirar demasiado tiempo la pelea que parecía ser más que solo un enfrentamiento entre cadete y criminal.
—Vi... ¿Por qué me lastimas? —preguntó la menor confundida.
Vi no contestó. Su mirada era un vacío glacial. Avanzó de nuevo y descargó el segundo golpe, directo al estómago ya herido. Jinx se dobló en dos, tosiendo, la venda en su abdomen desgarrándose más.
—¡No! ¡No me hagas esto! —gritó con voz infantil, entre lágrimas y risas nerviosas—. ¡Soy Powder, soy tu hermana, estoy aquí, estoy justo aquí! ¿Por qué... Por qué no puedes verme...?
El puño de Vi volvió a elevarse, brillando con electricidad, y bajó con fuerza. Jinx apenas alcanzó a levantar su pistola como escudo; el metal crujió y se partió en dos bajo el guantelete. El arma quedó hecha pedazos en el suelo.
—Chispitas... —apenas susurró la menor y luego levantó la mirada hacia Vi.
—¡No! ¡No, no, no, no! ¡Tú y yo la construimos juntas!—gimió Jinx, arrastrándose hacia atrás, como una niña castigada—. No debiste romperla, no... No... Yo puedo repararla, yo la reparo, solo... Volvamos a casa, yo la reparo.
Suplicó, llorando, literalmente llorando. Pero Vi no la miraba como hermana. No la miraba como nada. Era un verdugo, un arma sin compasión. En su vista solo veía a una criminal que le habían ordenado eliminar.
Los golpes llovieron de nuevo. Uno en el hombro, dislocándolo con un chasquido. Otro en la pierna, haciendo que Jinx gritara de dolor. Cada impacto era una sentencia. La menof, entre tanto, intentaba levantarse una y otra vez. Con cada golpe de Vi, su voz se quebraba más.
—¡Vi, mírame! ¡Te lo pido! ¡Recuerdame, cuando me decías que era tu Pow Pow, tu hermanita! ¡Recuerda cómo me cargabas en los hombros, cómo me protegías! ¡No me pegues, Vi, por favor, no me pegues! No... No me pegues más...
El puño de Vi descendió de nuevo, directo contra su rostro. El suelo se resquebrajó bajo el impacto, y Jinx quedó con la mejilla ensangrentada, jadeando, llorando, pero aún sonriendo con desesperación como si la alegría de ver a su hermana viva aún no pudiese procesar el hecho de que la estaba matando a puños.
—Yo... yo lo hice todo por ti... —susurró entre risas histéricas—. Todas las bombas, todo el fuego, todo... para encontrarte... para que supieras que aún estaba aquí... que aún era tu hermana... te busqué durante 8 años.
Vi no reaccionó. Solo levantó sus puños una vez más.
Jinx levantó los brazos débiles, intentando detenerla. Sus manos manchadas de sangre parecían ridículamente pequeñas comparadas con los guanteletes gigantescos. Sus ojos magenta, bañados en lágrimas, suplicaban.
—No me mates... —dijo con voz rota, la risa desaparecida, el llanto crudo y desnudo—. Por favor, Vi... no me mates.
El silencio que siguió fue más pesado que cualquier explosión. Vi permaneció en pie, sobre Jinx, con los puños en alto, lista para descargar el golpe final. Su sombra cubría por completo a su hermana caída.
Y Jinx, por primera vez en años, no parecía un monstruo. Solo una niña perdida, rota, que acababa de encontrar a la única persona que siempre había esperado. Y esta... Ahora la lastima a peor que incluso ella misma.
—Para... Por favor, para...
Cada golpe era certero, seco, sin margen de error. Jinx ya no reía. No gritaba. Apenas jadeaba, arrastrándose con movimientos torpes, intentando esquivar lo inevitable. La sangre le manchaba la comisura de los labios y caía gota a gota al suelo, dibujando un rastro irregular.
Vi no se detenía. No dudaba. Sus ojos vacíos solo reconocían un objetivo: la criminal que debía ser eliminada. El aire alrededor de ambas se llenaba de polvo y escombros con cada impacto, como si el mismo lugar se quebrara al ritmo de la pelea.
Jinx tambaleó, levantando su arma, pero sus manos temblaban demasiado. Disparó al azar, balas que apenas rasparon el metal de los guanteletes o se perdieron entre la ruina. Vi avanzó, levantando el brazo y aplastándola contra el suelo con un solo golpe que hundió la piedra bajo su espalda.
—Por favor... Duele...
El aire se escapó de los pulmones de Jinx en un gemido ronco. Su cuerpo se arqueó, buscando oxígeno, y aun así intentó hablar, su voz quebrada y débil.
—Vi... me estás lastimando. Por favor, Caitlyn se fué, ya no tienes que actuar...
El puño bajó de nuevo, esta vez al costado de su rostro, reventando el piso. Jinx alzó los brazos, no para atacar, sino como un gesto de protección infantil, torpe.
—No me recuerdas... ¿verdad? —susurró, entrecortada, llorando—. No pudieron haberlo logrado... Yo... Te salvé.
Vi la tomó del cuello con el guantelete, levantándola apenas unos centímetros del suelo. Jinx pataleó débilmente, el rostro enrojecido, los dedos intentando aferrarse al brazo que la sostenía. Tosió, escupiendo sangre.
—Criminal retenida... Prioridad cumplida —La voz de Vi salió plana, mecánica. No había furia, no había duda, no había nada humano en ella. Jinx gimió de dolor.
La menor, con lágrimas mezclándose con el polvo en sus mejillas, extendió una mano temblorosa y acarició el guantelete como si de alguna manera, al tocarlo, pudiera despertar algo en su hermana.
—No me llames así... No lo soy... No para ti. Para ti soy Pow... —suplicó una vez más.
El guantelete se cerró con más fuerza. Jinx soltó un grito ahogado, la voz rota, apenas un murmullo desgarrado. Su cuerpo se estremecía, perdiendo la poca energía que le quedaba.
Fue entonces cuando Caitlyn regresó. Avanzaba con pasos rápidos, el rifle en alto, aún aturdida por las heridas pero con los ojos fijos en la escena que tenía delante. Se detuvo en seco al verlas.
Jinx colgando del brazo de Vi. Vi con la expresión más inmutable que jamás había visto. Y la súplica desesperada de la menor.
Caitlyn entrecerró los ojos, sin entender.
—¿Qué son ellas? —susurró para sí misma—. ¿Por qué esa debilidad repentina en Jinx?
Era evidente. La criminal que había resistido explosivos, disparos, cuchilladas y persecuciones, ahora estaba rota frente a Vi. No había lógica en ello. Caitlyn negó con la cabeza, apartando cualquier duda.
—No importa lo que sean —murmuró, cargando el rifle—. El objetivo sigue siendo el mismo.
Disparó. La bala golpeó el hombro de Jinx, obligando a Vi a soltarla para que el cuerpo de la menor cayera al suelo como un muñeco roto. Jinx tosió, jadeando, arrastrándose unos centímetros.
Vi giró el rostro hacia Caitlyn. Sus ojos vacíos no mostraron nada, pero dio un paso atrás y luego uno al frente, aceptando la presencia de su compañera.
Caitlyn avanzó con ella, colocándose a su lado.
—No podemos dejarla escapar. Acabemos con esto juntas.
Jinx levantó la cabeza, los ojos nublados. Miró a Caitlyn, luego a Vi, y trató de hablar entre sollozos.
—Por favor... no hagan esto... yo no soy su enemiga...
Caitlyn no respondió. Vi tampoco. La menor trató de ponerse en pie, tambaleando, pero sus piernas no le respondían. Apenas logró sostener su arma.
Vi avanzó la primera. El guantelete se levantó y bajó con fuerza, impactando contra el brazo de Jinx. Un chasquido seco indicó que el hueso se había fracturado. La joven gritó, dejando caer el arma, pero aun así intentó golpearla con la otra mano.
Caitlyn disparó, apuntando a la pierna. La bala atravesó carne, y Jinx cayó de rodillas. Su respiración era un lamento quebrado, un sonido que apenas podía sostenerse en pie. Nisiquiera miró a Caitlyn, no le importó el disparo, solo la quería a ella de vuelta.
—Vi... por favor... —dijo, temblando, apenas audible—. Tú me prometiste... nunca me ibas a dejar sola...
Vi no respondió. La levantó de nuevo, esta vez por el cabello, obligándola a mirarla. Sus ojos azules se encontraron. En los de Jinx había miedo, dolor y súplica. En los de Vi, nada.
—Error de identificación —murmuró Vi, con voz baja, como un diagnóstico—. El vínculo no existe.
Caitlyn observó en silencio. Apretó los labios, con la duda clavándosele en el pecho, pero aun así levantó de nuevo el rifle.
—Nos hemos retrasado ya demasiado. A lo que vinimos.
Y las dos se lanzaron contra Jinx. Una con la precisión fría de una máquina, la otra con la firmeza de una oficial convencida de que nada podía interponerse entre ellas y su deber.
Jinx, llorando, apenas logró alzar las manos en un intento inútil de defensa. Ya no quedaban armas, ni risas, ni locura. Solo la imagen de su hermana golpeándola sin piedad y la certeza de que, tal vez, todo lo que había amado alguna vez ya no existía.
La pelirroja la tomó fuerte de la garganta, Jinx apenas podía respirar, sus manos alrededor del guantelete de metal en su cuello. Cuando la miró a los ojos y no vió nada más aparte de frio y vacío... peleó.
Temblando y jadeante, con la garganta marcada por la presión reciente, logró zafarse del agarre de su hermana. Tropezó hacia atrás, tambaleante, llevándose una mano al cuello enrojecido. Tosía, su respiración era entrecortada, irregular.
—No... no, espera... —balbuceó, apenas con un hilo de voz.
Vi no se detuvo ni un segundo. No titubeó. Avanzó con pasos pesados, el rostro inmóvil, la mirada fija como la de una máquina programada para eliminar a su objetivo. El guantelete izquierdo se levantó y bajó de golpe.
Jinx rodó a un costado, sintiendo el impacto del metal a centímetros de su cabeza, levantando chispas y fragmentos de piedra.
Se puso en pie a medias, tambaleando por el disparo, alzando un arma pequeña, una pistola de repuesto. Trató de disparar, pero sus manos temblaban demasiado; los proyectiles se perdieron en el aire, chocando contra columnas y paredes. Vi no alteró su ritmo: se inclinó hacia adelante y la embistió con un golpe al torso.
El aire se escapó de los pulmones de Jinx en un jadeo ronco. Cayó de espaldas, escupiendo sangre, con la pistola rodando lejos de su alcance. Aun así, intentó arrastrarse.
—Por favor... yo... no quiero pelear contigo...
Caitlyn observaba la escena desde unos metros atrás, rifle en mano del que disparó, conteniendo su respiración. Había visto a Jinx resistir contra explosivos, cuchillas, incluso contra la propia guardia de Piltover. Pero ahora parecía otra persona: un cuerpo frágil, derrumbado frente a la frialdad absoluta de Vi.
—No cedas, Vi —murmuró Caitlyn, como si necesitara reafirmarlo para sí misma.
Vi no necesitaba instrucciones. Su puño mecánico se cerró con un chasquido hidráulico y volvió a lanzarse contra Jinx. La menor intentó alzar un brazo, como quien pide tiempo, como quien suplica misericordia.
El golpe la levantó del suelo y la estampó contra una pared resquebrajada. Su cuerpo se deslizó hacia abajo, inerte por un segundo, pero obligándose a respirar de nuevo.
Vi se acercó, paso tras paso. Jinx extendió la mano hacia ella, los dedos temblando, la mirada empañada por lágrimas y sangre.
—Vi... no puedes... no puedes haberme olvidado...
El guantelete la sujetó del cuello con brutal firmeza. Jinx pataleó débilmente, las manos arañando el metal sin efecto alguno. Caitlyn dio un paso adelante, apuntando con el rifle, pero no disparó. Solo observaba, apretando los labios.
—Vi... soy yo... por favor... —sollozó Jinx, la voz quebrada, rota, apenas audible.
El puño derecho de Vi retrocedió y, con precisión letal, golpeó el costado de la cabeza de Jinx. Un crujido seco llenó el aire. La menor soltó un quejido ahogado, los brazos colgando sin fuerzas. El cuerpo entero se relajó, cediendo al peso de la inconsciencia.
Vi sostuvo un momento más el agarre, asegurándose de que no quedaba resistencia. Luego, con la misma indiferencia con la que un soldado recoge un arma caída, la cargó sobre su hombro. Jinx colgaba inerte, su cabello celeste cayendo en mechones desordenados, manchado de polvo y sangre.
Para Vi, no había emoción en el acto. Solo el cumplimiento de una orden. Avanzó, arrastrando los pies por entre los escombros, como si cargara con un saco de arena o despojos de guerra.
Caitlyn los siguió con la mirada, inmóvil por un instante. La escena debía significar victoria: la criminal más peligrosa de estos días estaba reducida, inconsciente, en sus manos. El deber estaba cumplido. Pero lo que sentía no era triunfo.
Se acercó lentamente, bajando el rifle. Su respiración era pesada, irregular.
—Lo logramos... —susurró, más para sí misma que para Vi.
Pero no había júbilo en su voz. Lo que veía era demasiado extraño, demasiado contradictorio. ¿Por qué esa debilidad repentina en Jinx? ¿Por qué aquellas palabras, dichas con tanto dolor? ¿Por qué el silencio absoluto de Vi, como si nunca hubiese existido un vínculo?
Caitlyn negó con la cabeza, tragando en seco. Había tantas preguntas ardiendo en su mente que ni siquiera supo por cuál empezar.
Vi no respondió, ni la miró. Solo continuó caminando, con Jinx colgando de su hombro como un objeto más. Caitlyn apretó el puño alrededor de su rifle y los siguió, en silencio.
La misión estaba cumplida, sí. Pero la sensación que la acompañaba no era victoria, sino una venganza hueca. Y el eco de las palabras de Jinx seguía grabado en su memoria como una herida:
"Por favor, Vi... no pudiste haberme olvidado..."
El calabozo de Piltover estaba sumido en un silencio pesado, casi antinatural. Las paredes de piedra rezumaban humedad, y el único sonido era el goteo constante de una cañería vieja que caía sobre un charco ennegrecido. El aire olía a hierro, pólvora y encierro.
Las antorchas instaladas en las esquinas proyectaban sombras alargadas que se deformaban con cada movimiento, como si las figuras mismas observaran la escena.
Al fondo, tras los barrotes reforzados con placas hextech, yacía el cuerpo frágil y desmadejado de Jinx. Inmóvil, pálida bajo la luz mortecina, con la piel marcada por la pólvora y restos de pintura azulada que aún manchaban sus mejillas.
Parecía dormida, pero demasiado quieta, demasiado callada para alguien cuya vida siempre había sido ruido.
—No va a despertar por ahora...
Caitlyn permanecía de pie frente a la celda, erguida, con las manos detrás de la espalda.
Apretaba los guantes de cuero hasta que sus nudillos dolieron, como si aquella presión la ayudara a mantener el rostro firme. La mirada fija en el cuerpo inconsciente, intentando que sus pensamientos no se filtraran en su expresión.
A su lado estaba Vi. La pelirroja, de hombros anchos y uniforme de guardia, respiraba agitada todavía por la persecución que las había llevado hasta allí. Sus guanteletes aún estaban manchados de hollín y sangre seca.
Caitlyn la miró de reojo, tragando la tensión de su propia garganta.
—Vi... —empezó, su voz baja, como si temiera romper el silencio—. Esa mujer. ¿La conocías?
Vi giró apenas la cabeza, su perfil endurecido bajo la luz amarillenta. No dudó ni un segundo.
-No.
Una sola palabra, seca. Categórica. No había espacio para dudas.
—¿Segura? Ella parecía conocerte y... Actuaba vulnerable, como si tú fueses importante. —explicó la comandante.
—No conozco a la criminal.
—No lo entiendo... Ella realmente parecía estar... ¿Sufriendo?
-Y.
Caitlyn la estudió unos segundos más. El tono de Vi era demasiado firme, demasiado precisa, como un portazo que no dejaba asomarse a lo que hubiese detrás.
Pero Caitlyn no insistió. Había algo en la rigidez de los hombros de Vi, en la forma en que evitaba mirar directamente a la prisionera, que gritaba lo contrario. Y aun así, la comandante decidió callar.
—Entiendo... —dijo finalmente, en un murmullo que apenas alcanzó a llenar el aire entre ambas—. Gracias por tus servicios.
—A sus órdenes, comandante.
—Fue un gran trabajo, Vi.
Vi asintió con brusquedad. Se limitó a cuadrar la postura, como si no quisiera prolongar la conversación.
—Tengo que volver a mi cuartel. —La voz de Vi sonó como una sentencia. Dura, cortante.
Caitlyn abrió la boca, quizás para agradecer, quizás para intentar un puente, pero la pelirroja ya había girado sobre sus talones.
—Vi, yo... —empezó, pero la frase se apagó en sus labios.
—Buenas noches, comandante.
—Buenas noches.
La otra no le dio tiempo. Se alejó con paso firme, metálico contra las losas, sin mirar atrás ni una sola vez. Caitlyn siguió su figura con la mirada hasta que desapareció en la penumbra del pasillo. Y entonces, el silencio volvió a pesarle sobre los hombros.
Se encontró sola. Sola con ella. Giró despacio hacia la celda.
Jinx seguía allí, tumbada de lado sobre el suelo áspero. Los barrotes proyectaban líneas de sombra sobre su cuerpo delgado, casi infantil en su fragilidad. Su pecho subía y bajaba con un ritmo irregular, señal de que al menos seguía viva.
Caitlyn apretó los labios. Se obligó a mantener la compostura, a endurecer los ojos.
"Asco", se dijo. "Desprecio. Eso es lo que debes sentir."
Repasó mentalmente la lista de crímenes: explosiones, ataques a la academia, sabotajes. Piltover entera la conocía como una amenaza. Un monstruo. Eso era lo que debía grabarse en la mente. Un monstruo.
Pero sus ojos, obstinados, recorrían cada detalle. Las trenzas celestes enredadas y cubiertas de polvo. La muñeca chamuscada de su pantalón, como si aún arrastrara un recuerdo demasiado humano. El pequeño tic en sus dedos, incluso inconsciente, como si todavía escuchara música en su cabeza.
Caitlyn apretó el ceño, como si eso pudiera borrar la contradicción.
Se acercó un paso más a los barrotes, y su reflejo se mezcló con el de la criminal. Se agachó levemente, bajando la mirada hasta estar a la altura del rostro de Jinx.
—¿Quién eres en realidad? ¿Qué ocultas? ¿Qué tienes que ver con Vi?—susurró.
Las palabras se escaparon antes de que pudiera detenerse. Un secreto murmullo que resonó en la soledad de la celda.
Nadie respondió. Jinx permanecía inconsciente, con el ceño fruncido como si incluso en sueños luchara contra algo que no la dejaba en paz.
Caitlyn tragó saliva. Quiso apartar la vista, pero no lo hizo. Siguió observándola, atrapada en aquella dualidad que la corroía. Desprecio. Fascinación. Miedo. Curiosidad. Todo mezclado en un mismo nudo.
Al fin, dio un paso atrás. Sus botas resonaron contra la piedra y esa vibración la ancló a la realidad.
—No eres más que un error y ahora, por fin te tengo atrapada como una rata—Esta vez lo dijo en voz alta, como si necesitara convencerse a sí misma.
Y aun así, cuando las sombras se movieron en torno a los barrotes, Caitlyn no apartó la mirada. Se quedó allí, firme, observando cada respiración irregular, cada espasmo involuntario. Fingiendo que lo hacía por deber. Fingiendo que su atención era puro protocolo.
Pero en el fondo, lo sabía. Y aunque jamás lo admitiría, lo sabía: aquella celda encerraba algo más que una criminal. Encerraba una verdad que todavía no estaba lista para enfrentar.
Y la comandante, con la mirada fija en Jinx, se dio cuenta de que fingir desprecio era la única forma de protegerse de algo mucho peor. Algo que no quería descubrir, no aún.
Se quedó inmóvil un instante, con los dedos aún apretados. Luego respiró hondo, enderezó la espalda y se obligó a caminar hacia el ascensor que la llevaría hasta las cámaras superiores.
Jinx seguía inconsciente en la celda, envuelta en ese silencio incómodo que parecía más frágil que verdadero. Caitlyn la había observado demasiado rato, intentando convencerse de que todo había terminado, de que por fin la tenían.
Pero no. Algo en su interior gritaba que ese encierro no era un final, sino el inicio de algo peor.
—El consejo lo entenderá...
El ascensor chirrió y subió. El gran salón se miró en el reflejo metálico de la puerta: el rostro endurecido, los mechones sueltos de su cabello desordenados por la pelea, una mancha de hollín todavía en la mejilla. Se obligó a quitarla con un guante, como si pudiera borrar con ese gesto todo lo que había ocurrido.
Cuando las puertas se abrieron, el aire cambió. Más pulcro, más pesado. El salón del consejo estaba iluminado por columnas hextech que bañaban la sala de un azul claro, casi quirúrgico. Una larga mesa ovalada ocupaba el centro, con los consejeros ya reunidos, cada uno en su asiento. El murmullo se extinguió cuando Caitlyn entró.
—Comandante Kiramman. —La voz de uno de los miembros más ancianos retumbó, firme, mientras los demás giraban la vista hacia ella.
—Buenas noches.
Caitlyn avanzó con pasos medidos, controlados, como había ensayado miles de veces en audiencias públicas. Solo que esta vez no hablaba como política ni como hija de Cassandra. Esta vez era la soldado que traía resultados.
Se colocó de pie frente a ellos, dejando su rifle apoyado en el suelo, a un costado.
—Piltover puede dormir tranquila esta noche —dijo con una calma que enmascaraba el cansancio—. El plan funcionó.
Jayce, sentado en la cabecera, frunció el ceño. Otro concejal se le adelantó.
—Explíquese. —pidió. Caitlyn asintió.
—Reconstruimos la Academia como fachada. Sabíamos que una provocación de esa magnitud atraería a Jinx. Y lo hizo. Se infiltró. Atacó. Cayó en la trampa como estaba previsto.
Los murmullos recorrieron la mesa. Caitlyn continuó.
—Yo la contuve hasta el momento acordado. Vi ejecutó la fase final y con ello aseguramos la captura. Ahora mismo, Jinx está en el calabozo principal, bajo custodia, inconsciente y con los protocolos médicos básicos aplicados.
Un silencio pesado siguió a sus palabras. El anciano de antes golpeó la mesa suavemente con los dedos.
—¿Quiere decir que la criminal que jugó con todo el cuerpo de seguridad está ahora en nuestras celdas?
—Exactamente. —Caitlyn sostuvo la mirada.
El murmullo volvió, más fuerte. Preocupación, duda, incluso temor. Una mujer de cabello recogido habló con severidad.
—Comandante ¿es consciente de lo que significa? Ninguna prisión de Piltover tiene capacidad de retenerla, o al menos eso creemos. Ni siquiera los calabozos de Stillwater por lo que hemos visto de esta... Chica. ¿Qué nos garantiza que no escapará esta vez?
—La seguridad se ha reforzado —respondió Caitlyn de inmediato—. Barreras hextech de última generación, vigilancia doble, turnos reducidos.
El concejal rubio bufó.
—Y aun así... es Jinx. —dijo. Jayce carraspeó.
—No podemos fingir que tenerla encerrada es una victoria total. Sabemos lo que representa. Un riesgo constante.
Caitlyn respiró hondo. Sabía que vendría esta parte.
—Lo sé. Por eso he venido a pedir algo más.
Los ojos de todos se fijaron en ella. Caitlyn sostuvo el aire un segundo antes de soltarlo.
—Quiero ser yo quien la vigile.
El silencio fue absoluto.
—¿Qué ha dicho? —preguntó la consejera Medarda, con incredulidad.
—Quiero asumir la vigilancia directa. Personal. Estaré en mi puesto, cumpliré mis tareas como comandante, pero al mismo tiempo quiero tener control absoluto sobre su celda. Nadie más.
El consejo explotó en murmuraciones. Un miembro golpeó la mesa esta vez con fuerza.
—¡Imposible! Sería un desperdicio de recursos. Usted no puede sacrificar su tiempo para vigilar a una sola prisionera. —demandaron. Caitlyn apretó los puños.
—No hablo de sacrificar. Hablo de asegurar. Nadie la conoce como yo. Nadie comprende sus patrones, sus juegos, sus trampas. La he estudiado durante cada ataque que me ha hecho. Sé cómo piensa.
—¿Y qué gana Piltover con eso? —preguntó otra consejera, con gesto escéptico—. Su presencia es necesaria en todos lados, en las investigaciones. No vigilando a una criminal inconsciente.
—Un mes. —Caitlyn alzó la voz por primera vez—. Les pido un mes. Si en ese tiempo no demuestro que este método funciona, me retiraré y aceptaré cualquier otra estrategia. Pero si lo logro... podremos mantenerla bajo control sin sacrificar más vidas ni recursos.
El silencio volvió. Pesado, cargado. Los consejeros se miraban entre sí. Ninguno parecía convencido.
Jayce la observaba en silencio, los dedos entrelazados sobre la mesa. Caitlyn buscó sus ojos, tratando de hablar sin palabras. Él frunció el ceño, como si no entendiera. La comandante endureció la mirada, suplicándole en silencio.
Finalmente, Jayce se inclinó hacia adelante.
—Un momento. —Su voz retumbó sobre la sala, callando los murmullos—. Consideren esto: Jinx no es solo una criminal. Es un símbolo. La ciudad vive con miedo a su nombre. Si logramos retenerla bajo un protocolo especial y con una figura pública como la comisaria Kiramman vigilándola, la gente recuperará la confianza. No se trata solo de seguridad física. Es seguridad psicológica.
Los consejeros lo miraron, sorprendidos. Era un argumento improvisado, un giro de última hora. (Si, se lo sacó del culo) Pero sonaba convincente, casi lógico.
—La imagen de Caitlyn al frente de la vigilancia enviará un mensaje claro: Piltover no se rinde. Piltover controla.
Uno de los miembros suspiró, otro se pasó una mano por el cabello rubio, intentando fingir que pensaba.
—Quizá... tenga sentido.
La consejera aparte de Mel Medarda no parecía del todo convencida, pero no replicó. Jayce miró a Caitlyn, y ella inclinó la cabeza apenas, en señal de gratitud.
El acuerdo estaba hecho.
—Un mes —dijo el concejal al final—. Ni un día más.
—Un mes es suficiente. —Caitlyn asintió con firmeza.
De regreso en el calabozo, la comandante sintió que el aire era más denso, más helado. El eco de sus pasos la acompañó hasta la celda.
Jinx seguía en el mismo lugar, pero ahora con vendajes cubriendo los cortes de sus brazos y costillas. La reglamentación exigía atención médica mínima incluso para los criminales más peligrosos. Su respiración era más regular, aunque temblaba de frío, perdida en un sueño febril.
Caitlyn se acercó a los barrotes. Se detuvo a medio metro, observándola.
Una niña rota. Una mente fragmentada. Una bomba de tiempo. Y sin embargo, en ese instante, parecía apenas una sombra, un suspiro frágil en la oscuridad.
La mayor apoyó las manos en el metal helado.
—Solo quiero saber... ¿Qué pasó allá antes...?
Su voz salió apenas audible, más un pensamiento que un reproche.
Jinx se movió apenas, un estremecimiento involuntario, como si respondiera desde lo profundo de sus sueños.
Caitlyn apretó la mandíbula. No tenía respuestas. Solo más preguntas. Y, por primera vez, comprendió que aquel mes no sería suficiente.
Era Jinx y con ella nada nunca sería suficiente.