ID de la obra: 940

La llave

Femslash
NC-17
En progreso
2
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 36 páginas, 11.657 palabras, 8 capítulos
Descripción:
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Capítulo 2

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Ada despertó con el sonido de voces que no reconocía. Justo antes de abrir los ojos o dar alguna señal de que no dormía, decidió que sería más inteligente permanecer totalmente inmóvil y prestar atención a lo que estaba ocurriendo a su alrededor. —¡Tiene que ser ella Gódric! La otra chica tiene el pelo amarillo, ¿habías visto antes a alguien con el pelo amarillo? —Reconoció a la primera como una voz femenina. —Solo digo que la profecía no dice nada de que tenga que ser como nosotros, solo habla de una viajera entre mundos. Lo último que recordaba era a Zora debilitada y a punto de desmayarse. También sentirse de la misma manera un minuto después, cuando intentaba ayudarla. Su primer análisis rápido sobre lo que había pasado concluyó con que las habían drogado. Era la única explicación plausible para viajar sin haberse enterado de nada, lo que significaba que la chica del pelo amarillo era su mejor amiga. Era consciente de que tenía que estar asustada y todo eso, pero lo que menos le cuadraba era que nunca hubieran visto una chica rubia pero su melena pelirroja no fuera digna de mención. —Pero sí especifica que posee magia, esta vez estoy con Enya. —Había un segundo chico con ellos. —Por qué no me sorprende… —Claramente estaba molesto con la situación. —Yo paso, me ocuparé de la otra. Espera, ¿ocuparse? El pánico llegó por fin y Ada tenía que hacer algo para proteger a Zora. Comenzó a abrir un ojo disimuladamente, esperando que nadie la estuviera mirando en ese momento. Había una cuarta persona en la habitación, un hombre mayor que los otros, grande como un armario y con una larga barba pelirroja. Parecía un puto vikingo y no sabía cómo cojones iba a salir de allí sin que la atraparan entre todos, pero no pensaba dejar que tocaran un pelo de su rubia. —No. Irás a preparar los caballos, para volver. Está empezando a anochecer, no podemos permitirnos esperar a que despierte. No veía nada que pudiera usar para defenderse, pero ninguno le prestaba atención. La puerta estaba completamente abierta a su derecha y lejos de dónde se producía la conversación. Sin hacer ruido, se escabulló mientras hablaban y deambuló por las puertas de la casa en busca de Zora. —¡No está! —La chica gritó desde el otro lado del pasillo justo en el momento que vio a su amiga sentada con las manos en la cabeza, claramente desorientada. Corrió hacia ella con el corazón latiendo a mil por hora. Sabía que debía tener una expresión totalmente descompuesta por cómo la miraba la rubia. —¡Tenemos que irnos! ¡Rápido! —La tomó de la mano y tiró de ella para ponerla en pie. Zora se tambaleó, como si llevara mucho tiempo sin tocar tierra firme. —¿Dónde estamos? ¿Qué ha pasado? —Te lo explicaré cuando estemos a salvo — En realidad mentía. No tenía nada que explicar porque no sabía qué estaba pasando, pero había logrado salir y que se pusieran en marcha antes de que los alcanzaran. Lo de que estaba anocheciendo no describía la oscuridad que se instalaba fuera de la casa. Estaban en mitad de la nada, sin carreteras, luces o gente a la que pedir auxilio. Por suerte Zora la siguió sin hacer más preguntas. Corrieron colina abajo, sin saber dónde les llevaría el camino y con algunos tropiezos a causa de la poca visibilidad. Era como moverse por una de esas películas de miedo y psicópatas que tanto le gustaban pero nunca deseó protagonizar. —¡Allí! Hay una luz, a lo mejor hay gente —Señaló Zora. —Algo es algo, arriesguémonos… A medida que se acercaban, la luz empezaba a tomar forma. A Ada no le quedaba del todo claro pero siguieron acercándose a pesar de la vocecita que le susurraba que no era una buena idea. —¿Es una hoguera? —Preguntó. —No lo sé, pero sí lo es, significa que hay gente acampando, ¿no? —Estaban cerca cuando el fuego pareció moverse. —Acabas de ver… —Mierda… — Esta vez fue Zora quién tiró de Ada para incitarla a huir. Gritaron y echaron a correr. Subir la colina no iba a ser tan fácil cómo bajarla, sobretodo porque lo que quiera que las persiguiera era rápido. Se escucharon pisadas, como un caballo cabalgando, pero tenía alas. Alas y un cuerno de fuego. Era una especie de unicornio pero salido del infierno, completamente negro y una boca enorme lleno de dientes. Cayeron de espaldas cuando las alcanzó. Se abrazaron y cerraron los ojos, asustadas por el grotesco animal salido de la pesadilla de una niña de cinco años. Ada creyó qué, o estaba soñando, o ese era el fin, pero entonces el ruido de algo cortando el aire las hizo alzar la vista nuevamente. Una flecha había atravesado el estómago al animal, que retrocedía claramente malherido pero aún con fuerza. Las cuatro personas de las que había huido, las que querían sacarla de allí porque era peligroso, las estaban rescatando. Cuando miró atrás reconoció al chico que debía encargarse de los caballos. Tenía más o menos su edad, alto y musculoso. Claramente le gustaba hacer ejercicio y madre mía, le sentaba de miedo. Tenía el pelo ligeramente largo, con el fleco rizado cubriendo parte su frente y de un castaño oscuro. Su piel era morena, como si pasara muchas horas al sol, y sujetaba con fuerza el arco desde el que había salido la flecha que las había salvado. Estaba perdidamente enamorada, un síndrome de estocolmo fulminante. —¡Levantaros! ¡Corred hacia los caballos! —No sabía si tenía más miedo al poni diabólico o al vikingo, por lo que hicieron caso instantáneamente. La pelirroja y el grandullón se interpusieron entre ellas y el animal, y por sus manos expulsaron llamas, tan potentes que iluminaron la colina por completo. El animal huyó cuando estaban llegando a los caballos que tenían los otros dos chicos. Les dieron instrucciones de subirse con ellos, Zora con el guaperas y Ada con el otro, algo más delgado y desgarbado. Cabalgaron hacia una dirección totalmente desconocida cuando los magos se unieron a ellos, y se mantuvieron totalmente en silencio. No por elección, les habían pedido no llamar la atención para evitar encontronazos con nuevas criaturas. Iban acompañados por el sonido de los cascos al golpear el terreno. Ada se moría por tener su móvil y al menos poder hablar de lo que estaba pasando con Zora, pero no tenía ni idea de dónde habían acabado sus cosas. Le preocupaba que no iban a poder localizarlas por la ubicación del iPhone, pero lo pensó mejor. No creía que hubiera cobertura dónde estaban.
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