Campanas de Boda
15 de septiembre de 2025, 14:52
Cuando finalmente saliera de este embrollo, dormiría por tres días seguidos. Todos y cada uno de sus huesos le dolían. Viajar desde el amanecer hasta el atardece ya no era aconsejable a su edad y su cuerpo estaba pagando el precio. No importaba. La satisfacción de ver como su pequeña artimaña se estaba desarrollando eclipsaba cualquier otra cosa. Luego de la discusión con su esposo, trazó el rumbo al vecino continente, decidida a no dejar detalle al azar. Primero, uso corrientes de baja altitud a su favor para alcanzar los Peldaños de Piedra antes del anochecer. Esto le reportó un beneficio adicional. Nada mejoraba más su humor y le garantizaba una especie de sádico placer que ver a las poblaciones a su paso huir despavoridas. Una vez Dorne se jactó de haber derribado a uno de los suyos, un miembro de su sangre, y eso era algo que Visenya jamás olvidaría. Aegon le habría "recomendado" volar más alto para evitar alterar a los dornienses que de seguro temían una repetición de la Ira de Dragón. Más ventajas, su vuelo no solo fue más veloz así, sino que era posible que le causará problemas a su querido marido. Pensar en él solo la alteró.
¡¿Cómo se atrevía ese... desagradecido... a hablar de falta de respeto en su presencia?! Su matrimonio había comenzado con una humillación hacia ella y de allí en adelante, solo había ido hacia abajo. El reino entero sabía que ella era la reina no amada, e incluso una década después de la pérdida de su hermana, Visenya seguía siendo desfavorecida. Las similitudes con los herederos tampoco se hicieron esperar. Su hijo había sido ignorado por Aegon en todos los sentidos, dejado de lado con la escusa de ser el repuesto y que el rey debía concentrarse en educar a su heredero. Si Aenys de verdad estaba siendo educado para gobernar, ella se comería sus propias botas. El niño no solo era más mimado de lo que había sido su hermana en la infancia, vivía sumergido en la creencia de que nadie querría hacerle daño. Era un pensamiento tan estúpido como peligroso. Y ella no podía hacer nada para arreglarlo. Su esposo la había apartado del chiquillo de ella alegando que era demasiado ruda con él. Tal vez lo fuera. La aparición de Ortiga había servido como advertencia de estarse excediendo en dureza a la hora de educar a Maegor, pero Aegon lo había llevado al otro extremo. Más que a un sucesor, parecía estar cuidando de una delicada flor. Envolviéndolo en algodones y sin dejar que la más leve dificultad se atravesará en su camino. Mientras tanto, casi que había vendido a su hijo a esos malditos religiosos.
Una sensación de resarcimiento la invadió cuando pensó en la pequeña sorpresa que les tenía preparada a los Hightower. Su breve gira por las Tierras en Disputa, Myr y un poco más allá pronto darían resultado. Volando bajo, lo suficiente para que su bestia fuera vista por las pequeñas poblaciones dispersas para luego elevarse aún más y desaparecer, solo para aparecer volando en un lugar diferente en una dirección diferente. Visenya le había dicho a la pequeña ladrona que regresaría en dos días, pero el cansancio y las ganas de observar discretamente las consecuencias de sus acciones, la habían superado. Entonces, en vez de cruzar el mar Angosto de regreso a casa, había decidido merodear en uno de los puertos comerciales más importantes de este lado del charco.
Pentos era inmensa, más que Desembarco, probablemente una de las Ciudades Libres más grandes que existían. Aunque fue una vez un puesto de avanzada de comercio para el Feudo Franco, su arquitectura cuadrada y edificios basados en ladrillo eran bastante únicos. Casi tan única como sus hombres, de barbas aceitadas y tan trenzadas como su propio cabello. Visenya fue recibida con placer por el príncipe de la ciudad, sus tres heraldos y los verdaderos gobernantes de esta, sus magisteres, que recordaban bien la ayuda que una vez les había brindado su hermano - esposo. Pesé a múltiples ofertas para ser invitada de honor en media docena de fiestas y banquetes, se negó cortésmente, aludiendo a la pronta boda de su hijo y que deseaba comprar un rápido regalo para la novia del mismo. Las insistencias desaparecieron con celeridad. Puede que se tragaran sus escusas o, debido a su cercanía con la capital de Poniente, conocían su reputación y carácter. Solo el más osado de los magisteres se atrevió a preguntar si su visita estaba relacionada con algo más. Un hombre delgado, de dedos largos, cabello castaño y piel tan pálida que se dañaba al más breve atisbo de sol. La mayoría lo tomaría como alguien para nada amenazante, aunque su mirada astuta y escrutadora le dijo a Visenya lo que realmente estaba pescando: información. Algo que ella daría con gusto y gracia, a su beneficio.
He bordeado la costa subiendo desde los Peldaños, - mintió con toda naturalidad - escuchando lo que solo pueden ser rumores estúpidos o quizas, solo son las historias de personas ignorantes que han visto a un guiverno perdido.
¿Un guiverno de este lado del mar, Su Gracia? - mencionó cubriendo su boca con una ensayada expresión de asombro - Déjese de bromas. Para llegar de Sothoryos a aquí tendría que haber cruzado cerca de las ruinas del mar Humeante ¿Y que haría una bestia de esas por estos lares?
Se limitó a encogerse de hombros - ¿Qué se yo que motiva a esos animales? Solo se que la otra idea es demasiado fantástica para ser verdad ¿No es cierto?
Cuando el silencio fue su única contestación, supo que había mordido el anzuelo.
- Aun así, improbable o no, solo los negligentes dejarían pasar tantos susurros sin preocuparse. Como me niego a ser tan descuidada me gustaría hacer correr la voz de que pagaré por información sobre el tema.
- Por supuesto, Su Gracia, - se inclinó en una graciosa reverencia - me aseguraré de ayudarle a desentrañar cualquier tiniebla que pueda.
Y vaya si lo hizo bien. Visenya había arribado a la ciudad bordeando la tarde, lo que le dio tiempo de recibir el saludo y formalidades de la élite noble, de los cuales se deshizo rápidamente para "visitar" el mercado. Buscando de puesto en puesto los artículos que consideraba necesarios, fue abordada cada cierto tiempo, con bastante moderación gracias a los guardias asignados por la nobleza, por alguien que clamaba haber visto un dragón sobrevolando el continente o conocer a alguien que lo había hecho. No el suyo por supuesto. El dragón era rojo, azul, verde, blanco. Cualquier color que se les ocurriera. Visto en la Costa Naranja, en Norvos, en Sarnor, pero era un dragón y no un guiverno. ¿Y como lo sabían? Porque todos decían que tenía una chica montada a sus espaldas. Como era ella o como sabían que era mujer, nadie sabría decirlo. Le servía así. Por cada cuento a voz viva, Visenya desembolsó una moneda. Lo importante no era la historia sino lo que las personas a su alrededor escuchaban.
Aunque pasó una noche inquieta sin sus pócimas, no es que ella se arriesgará a tomarlas aquí, nada hubiera podido complacerla más que las conversaciones que escuchó mientras rompía el ayuno. Una vuelta posterior al mercado, esta vez sin recibir a ningún charlatán, pudo presenciar como la mayoría de la población discutía sobre un dragón no Targaryen volando libre por ahí. Al marcharse, la comitiva de despedida fue mucho más pequeña y en ella estaba el magister de dedos huesudos.
- Espero que se sienta complacida por su viaje, reina Visenya.
Oh, lo estaba, pero como no podía decirlo inclinó levemente la cabeza. Justo como había pedido, cerca de Vaghar colgaban los cadáveres preparados de dos corderos, ya desangrados, y un robusto carnero todavía vivo. Arrastrando al renuente animal frente a Vaghar, murmuró unas oraciones en silencio, solo sus labios imitaban el movimiento de las palabras, y lo degolló. Alejándose de la bestia que convulsionaba entre sangrientos estertores, Visenya lanzó un - Drakays - y un río de bronce líquido carbonizó a la moribunda ofrenda.
Un sacrificio de sangre... - le dedicó una mirada evaluadora - espero que Su Gracia no este preocupada por las habladurías de gente inculta.
No lo estoy. - lo que era cierto. Esta vida tomada y enviada al fuego era un agradecimiento a los dioses, los verdaderos dioses de los valyrios, por el regalo que era la chica marrón y su aún más marrón dragón. Después haría otro más grande, con semejante premio se lo merecían, solo que era mejor evitar cualquier signo de ingratitud por dicho presente cuando sus planes aún no se completaban.
Perdóneme que difiera, pero los sacrificios se hacen cuando se está a punto de enfrentarse a cierta... vicisitud. - ante su gesto de interrogación, completó - Como descendientes de Valyria aún conservamos sus costumbres y conocimientos. - ella no estaba impresionada. Lo más probable es que cuando Aegon luchó junto a ellos, había hecho un ritual a sus dioses, aquí donde no había ningún mojigato seguidor de los Siete para señalarlo con el dedo. Era gracioso, cuando la cuna de la religión de esos fanáticos no tenía a nadie que defendiera su Fé - La supuesta chica con una bestia no existe. Deje de alterarse por ello y no la busque más.
¿Lo que quiere decir que ustedes la buscarán? Se contuvo de expresarlo. Podría apostar, si se dedicará a ello, que ya se habían enviado emisarios a preguntar por la mujer que nunca tendrían en sus manos.
Había esperado a que el sol descendiera de su punto más alto para partir, siguiendo la costa en dirección norte. Muchos pensarían que se dirigía a Braavos. Mientras, ella solo buscaba el punto más cercano a Rocadragon por tierra. Aunque aún no los había alcanzado, el otoño pronto estaría sobre ellos y las aguas del mar Angosto se volvían traicioneras como nunca. Estaba más que interesada en evitar sobrevolar una tormenta en aguas abiertas, prefiriendo mantenerse más cerca del suelo mientras pudiera.
El trayecto fue sin incidentes. Ni una nube de lluvia, ni viento en contra. Ahora, Montedragon se alzaba frente a ella, su cima humeante demostraba que el volcán se encontraba bastante activo hoy. Si la chica tuviera algo de sentido común, habría permanecido en el lugar y la segunda parte de su obra podría iniciar. El atardecer se acercaba presuroso, lo que se ajustaba a sus planes, porque preferiría que ambos dragones cruzaran el continente al amparo la noche. Planeo sobre el borde de la montaña donde una niebla gris pálido impedía la correcta visibilidad. Sentía como el polvillo se aferraba contra su piel. Finalmente logró divisar la entrada de la cueva y condujo a Vaghar hasta allí. Al entrar, se asustó por un parpadeo al no ver ni a la muchacha ni a sus gigantesca bestia.
-¿ Ortiga?
-Oh, gracias a todos los dioses. ¡Estas aquí!
Una pared gris oscuro se removió, siendo esta un ala con la que se protegía tanto el dragón como la ladrona. Una loca carcajada se le escapó.
Sí. Eso. Ríete - dijo Ortiga mientras intentaba sacudirse la gruesa capa de polvo que la cubría por completo - El puto volcán lleva dos malditos días escupiendo ceniza. Déjeme decirle que puedo aguantar varios días revolcándosme en mi propia mugre. iPero esto pasó mi límite ! ¡Necesito un jodido baño y lo necesito para ayer!
La carcajada solo aumentó. La jinete tenía un aspecto fantasmal gracias a su cubierta de ceniza. Tomando aire para calmarse la reina a preguntó:
- ¿Maegor no te guió a ninguna fuente termal? Hay varias repartidas alrededor.
¿Agua caliente? - sonó enamorada de la idea - Espera. Me estás diciendo que ¿pude haber estado limpia y relajada mientras me asfixiaba en este polvo del demonio? Puta madre. Yo aquí aburrida y con manantiales cerca. - usó una mueca de dolor exagerada - Déjame decirte que nunca pensé que diría esto, pero estar sin hacer nada es lo peor. Y pude haber estado disfrutando de un delicioso baño en vez de revolcándome en churre. Bien. ¿Dónde están?
- No desperdicies tu esfuerzo. Partiremos cuando oscurezca y si la ceniza no se detiene estarás igual de empolvada al salir. Podrás bañarte en el continente.
- ¿Un baño de verdad? Tina y agua caliente.
- No. Tendrás que conformarte con un río.
Ortiga hizo el ademán de secarse una falsa lágrima. Visenya solo pudo negar con la cabeza ante su comportamiento tonto. Aunque un par de horas después, la comprendió mejor. Ambos dragones no se molestaron por la lluvia de ceniza y luego de que Vaghar le prendiera fuego a las ovejas que traía de Pentos, se zamparon su comida sin dilación. Suponía que como los volcanes eran su hábitat natural, se adaptaban con facilidad a las inclemencias de los mismos. Mientras tanto, con ella era una historia diferente. El fino polvo se metía hasta dentro de la ropa y también le irritaba la piel. Tampoco podía ser muy bueno para los pulmones. Cuando alzaron vuelo y alcanzaron las tierras del continente, ella estaba tan interesada como la niña en remojarse. Alrededor de la hora del búho, cerca de las fronteras entre las Tierras del Dominio y de la Tormenta, sino se equivocaba, Visenya lo vio. Una serpenteante línea negra que solo podía ser un río. Su dragón comenzó el vertiginoso descenso. El Ladrón de Ovejas, que volaba a su estela, siguió sin dudar. Ya en el suelo, la ladrona se desvistió presurosoa en lo que Visinya armaba una hoguera. El calor de sus dragones no era suficiente para bloquear todo el frío con la altitud con la que volaban y menos todavía serviría para secarse.
- ¡Maldito hijo de puta! !Está helada!
Vas a tener que contener esa lengua tuya. Al menos en la Corte. ¿sabes? - más métodica, Visenya espero a que los animales del bosque retomarán sus cantos nocturnos. Cualquier interrupción del mismo serviría de alerta ante un peligro. Dudaba de que nadie pudiera lastimarlas con dos dragones en la retaguardia y quizás exageraba, pero prefería mantenerse siempre en alerta. No podía evitarlo. Cuando todo estuvo en el lugar que esperaba, se deshizo de su ropa en un montón perfectamente doblado y agarró de entre sus pertenencias un jabón - Toma.
Lo arrancó de sus manos y lo olfateó ruidosamente - Ufff. Huele a riqueza. ¿De qué es?
- Esta hecho de aceite de oliva. Uno de los lujos a los que no puedo renunciar.
Yo tampoco lo haría. - se enjabonaba mientras hablaba - Aunque pensé que su jabón sería de menta, usted siempre huele a ello.
Cuando terminó de restregarse, la muchacha le devolvió la pastilla, que Visenya uso para deshacerse de cada irritante mota que permanecía en su cuerpo. Se enjuagó y al salir del agua vio a la chiquilla temblando desnuda ante el fuego. Joven y sana, tenía algo de músculo escondido y algunas cicatrices. Ninguna imperfección a la vista. Excelente. - Ven. - dijo señalando unas mantas que tenía preparadas para secarse. Ambas se envolvieron rápidamente, para espantar el frío. Tanto el calor de la fogata como el que irradiaban sus bestias ayudó. Ya secas, la reina se colocó un cambio de ropa pero detuvo a la muchacha de hacer lo mismo.
Espera. Prueba primero los regalos que te traje. - sacó unos paquetes de sus alforjas, los vestidos más caros que pudo obtener en la ajetreada Pentos. No eran las prendas confeccionadas para los nobles, entalladas a la perfección y con multitud de detalles para señalar su poder y prestigio, pero tendrían que bastar. Su pequeña bendición de los dioses no debía pensar así, porque frunció el ceño de inmediato - No esperas asistir a tu propia boda en el Septo Estrellado, envuelta en los harapos que traías ¿verdad?
Refunfuñó de forma ruidosa - Solo digo que esto no parece algo que vaya conmigo. - se colocó una de las piezas por delante de ella sin realmente ponérselo. No encajaba en la estética usada por ninguno de los reinos del Ocaso, aunque Visenya creía que el aire extranjero ayudara a cimentar la idea de que ella no venía de estas tierras.
-¿Y que sugieres usar?
¿No puedo usar mi amadura? - esto silenció a Visenya. Ella misma prefería, pesé a la creencia común, usar vestidos para las ocasiones formales, siempre y cuando tuviera una manera de estar lista para la batalla, pero la idea era llamativa y podría amoldarse mejor a lo que ella buscaba. Habría que evaluarla.
- Déjame verla.
Envuelta en una manta, demoró un poco más en subir hasta su montura. Atada en la parte posterior de está estaban sus cosas. Allí resguardadas, estaba la singular amazón que le había entregado el armero de Rocadragon, perfectamente ajustada para su complexión de mujer. Visenya la examinó con detenimiento. Una combinación de malla, placa y cuero se exponía ante su vista. Gorjal, peto, guardarren, hombreras y guardabrazos de acero de alta calidad. Una cota de malla para mejor movilidady protección combinada con cuero bien trabajado. Pudo oler que estaba imbuido en aceite de linaza mezclado con cera de abejas. Tomó un poco de agua del río y lo mojó.
- ¡Ey! ¡¿Qué haces?!
Como pensaba, el cuero repelía la mayor parte del agua y el resto lo absoría con lentitud, un truco para hacerlo un poco más resistente al fuego y evitar en parte la húmedad a la que se enfrentaban al volar. Quien había hecho esto conocía su trabajo a la perfección.
No veo emblemas o divisas - dejó la interogante en el aire. El peto carecía de tallados o incrustaciones que se esperarían de una pieza tan fina como era esta.
Digamos que algunas personas estaban incómodas con bastardos usando el sigilo Targaryen, y más si esos bastardos tienen sangre Targaryen y montan dragones. Y como no teníamos títulos ni símbolos propios así quedó. - arrugó la nariz - Incluso me dijeron que a mi me lo agregarían cuando me casara. No cuando me dieran mi título, porque al parecer no lo darían directo, sino que me darían el blasón de mi esposo.
¿Te parece injusto, eh? - a Visenya le divertía. Las vueltas que daba el mundo. El símbolo que le negaron por sangre sería suyo por matrimonio.
Pues sí, mira que yo tener que hacer todo el trabajo y un marido mío llevarse toda la victoria solo para él. Y eso de que las mujeres son diferentes de los hombres no funciona cuando se espera que yo, como mujer, peleé igual que un hombre. ¡Ey! ¡Espera! - pareció recordar algo - Si teníamos una pieza con el símbolo de nuestro bando. - como aún no bajaba de su fiera, fue más fácil revisar de nuevo entre sus pertenencias - Acá. Ten. - le lanzó un paquete envuelto.
Al extenderlo vio una sobreveste blanca con un escudo interesante. Un cuartelado con el dragón tricefalo de los Targaryen, el halcón de los Arryn y el caballito de mar de los Velaryon, esas debían ser las principales Casas que apoyaban al bando de Ortiga.
- Esto es lo único que tienes con símbolos tejidos o tallados?
Sí ¿Por? - lo lanzó al fuego - ¡Oye! ¿Por qué hiciste eso?
Ortiga, si comites un delito tienes que borrar la evidencia. - miró la prenda arder con detenimiento. Las llamas brillaron en su rostro de la reina y por un instante, Ortiga vio cómo se si se tejiera un hechizo. Sus arrugas desaparecieron en las sombras y la guerrera mostró una belleza que no parecía de este mundo. Luego frunció el ceño y fue como si su faz se agrietara. La magia desapareció de inmediato - No debe de haber pruebas de que vienes de un mañana. Tus palabras nos guían para que evitemos tragedias por venir, pero en otros oídos podrían valernos un castigo por crímenes que no hemos cometido y que intentamos no cometer. Quema todo lo que cuente una historia diferente. Lleva la verdad cerca de tu pecho. No le des voz a tus recuerdos. No cuando no estés segura de que no hayan oídos ocultos escuchando tus palabras. Un día las repaseremos. Evitaremos los conflictos, las traiciones, las trampas. Nos aseguraremos de alejar a la Casa Targaryen del colapso. Pero no será hoy, o mejor dicho mañana. Mañana será tu boda y para llevarla a cabo debes interpretar un papel. - su sonrisa se tornó siniestra - Escucha lo que harás.
Se encargaría de hacerlo todo lo más dramático posible, al estilo Rhaenys. Visenya había sido acusada en varias ocaciones de no ser como la gentil y delicada Rhaenys. Tan gentil y delicada que necesitaba el amor de todos y la adoración de todos solo para ella, que haría lo que fuera para conseguirlo y cuando lo obtenía, se aburría. Era su hermana y le amaba, pero Visenya no era ciega a sus defectos. Nadie hablaba de su posesividad, de que no soportaba compartir la atención, o el insulto que sentía cuando sus juguetes olvidados seguían adelante. No. Por una vez ella no sería la hermana juiciosa, la que se movía solo por sentido común y responsabilidad. En esta ocación, ella robaría una página del libro de su hermanita, les daría un espectáculo que sería la comidilla de la Corte durante la próxima década. Oh, y ella lo iba a disfrutar totalmente.
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Este viaje era una mierda y no había disfrutado absolutamente nada. La primera noche que había pasado en el campamento, permaneció en su tienda por la palabra del rey. Al segundo día, se le ordenó viajar en el carromato de Alyssa. Al parecer, según la propia Alyssa, el rey no había estado complacido cuando descubrió que para acomodar al príncipe Maegor, el resto de la comitiva había tenido que reorganizarse. Nobles desplazados a tiendas por debajo de lo que estaban acostumbrados, algunos incluso obligados a compartir alojamiento. Todo por culpa de la reina Visenya, y ahora, lady Alyssa y sus acompañantes tenían que pagar el precio para no repetir el mismo problema con el transporte. O eso fue lo que dijo. Para hacer lugar para Maegor en su carroza, varias damas de compañía de su cuñada tuvieron que encontrar pasaje en otro lugar, y la esposa de su hermano se había encargado de echárselo en cara cada maldita hora. Ella y sus dos acompañantes, de lado contrario de la sofocante carroza, cuchicheaban y cuchicheaban y no se callaban jamás. Habló hasta que le sangraron los oídos. Finalmente se hizo el dormido. Había muy poco que mirar dentro del reducido espacio, el paisaje le resultaba demasiado monótono por la estrecha abertura de la ventanilla y prefería rehuir al contacto visual con las señoritas. Desagradable, y puede que incluso quisieran incluirlo en algún debate. Mejor no.
En la segunda noche del viaje se había celebrado un festín. Había intentado hablar con su padre sobre cambiar de carroza. En este punto, y con el ruido constante de las conversaciones de las damiselas en las orejas, Maegor hubiera aceptado viajar en una carreta con soldados. Así de desesperado estaba. Puede que incluso lo disfrutará. De seguro tendrían historias más interesantes y siempre y cuando él no tuviera que interactuar, todo estaría bien. Su padre cerró la discusión con un rotundo: No. Sentado como estaba en la mesa central, como correspondía a su estatus como príncipe, solo pudo quedarse callado y ver como los miembros de la nobleza a su alrededor hacían y decían cosas para ganar el interés del monarca. Ya había vivido esto, cuando su madre se hacía cargo del gobierno desde Fuerte Aegon, la mayor parte del año. Aunque el carácter sobrio y menos abierto que imponía su madre, evitaba las grandes demandas de atención que se presentaban ahora. Con tanto el rey como el príncipe heredero en el centro de la mesa y él en un borde, ya que entre él y el rey estaba el cortesano que lo recibió al llegar, un miembro de la Casa Hollard al parecer, era ignorado de forma muy clara. El rey Aegon, aunque solemne, no dudaba en participar en intercambios corteses y se mantenía vigilante ante lo que pasaba a su alrededor. Su medio hermano y su esposa, por otro lado, gustaban mucho de participar en diversas charlas y chistes, siempre animando las discusiones. Aunque desilusionado, porque hubiera preferido sentarse junto a su padre, era mejor así ya que podía mantenerse al margen de tantas risotadas y parloteos vacíos. Con rey al centro, Aenys y Alyssa a la derecha del soberano y el Hollard y Maegor a la izquierda, la mayor parte de la atención se inclinó hacia el otro lado, con breves intentos de su hermano de incluirlo. Infructuosos por supuesto, y aunque Margor no le interesaba participar, agradecía en el interior a su hermano por intentarlo. Al menos pudo retirarse temprano con la escusa de tener sueño.
El tercer día de viaje fue el peor. Ya se había saltado sus entrenamientos por tres mañanas consecutivas. Y aunque pudo justificar las dos primeras sentía que la tercera había sido innecesaria. Pocas cosas lo irritaban tanto como saltarse su rutina. Para empeorar la situación, no se le dio permiso para participar con la Guardia Real en sus ejercicios matutinos. Eres apenas un niño, le dijeron. ¿Acaso no se iba a casar porque ya era casi un hombre? Se sintió fastidiado. Una práctica correcta necesitaba de intercambios con oponentes para garantizar un esfuerzo productivo. Enfrentarse a otros lo motivaba a moverse mejor y adaptarse para luchar contra sus técnicas. Una secuencia básica de ejercicios de práctica no era lo mismo, pero tendría que bastar. El mundo no se va adaptar a ti, tienes que encontrar la forma de encajar en el mundo. Así que uso su espada para comenzar una serie. Guardia, arremetida hacia adelante y corte descendente, reposo. Arremetida lateral, corte diagonal, reposo. Estocada hacia adelante, corte ascendente, movimiento lateral. Repetimos. El patrón del ciclo, ajustando fuerza y velocidad, fue calmante. Sofocó la tensión nerviosa dentro de él y aunque no fue tan eficiente como enfrentarse a otros, si que alivió algo en su interior. Lo suficiente para poder sobrevivir a otro día de viaje encerrado en la olla de estofados que era el carromato de Alyssa. Entre las ventanas diminutas cubiertas con cortinas de telas ligeras, para impedir el paso de insectos, y la envolvente húmedad de este teritorio, ya era un viaje duro. Pero la incesante y demasiado aguda para sus sentidos, voz de Alyssa, le provocaba un persistente dolor de cabeza. Descubrió también por la misma que el recorrido llevaba algunos días de retraso. En vez de seguir el itinerario marcado, habían permanecido tiempo de más en Alto Jardín, a petición de los príncipes herederos, motivados por la suntuosa Corte y los lujos que encontraron ahí. El castillo más bello de Poniente, había suspirado Alyssa. ¡Bah! Ninguno se podía comparar nunca jamás con Rocadragon. Pero la Velaryon se había explayado sobre sus jardines, columnas de mármol, cenadores, estanques, fuentes, y luego sobre la principal razón de su demora. La fortaleza estaba llena de cantantes, flautistas, violinistas, arpistas y cuanto bardo uno pudiera imaginase. Aenys y Alyssa habían quedado fascinados. Habían suplicado por permanecer más tiempo del esperado y se les había concedido. Incluso le había dado tiempo a las costureras del castillo de hacer algunos retoques en el vestido que usaría en su boda, dijo Alyssa con una sonrisa de suficiencia, bordados que deslumbrarían a todos. Este aplazamiento resultó en que se tuviera que apresurar la marcha para evitar mayor demora. Habían tenido que permanecer menos tiempo del esperado en la Casa Tarly, cosa que desagradó a su padre que esperaba discutir más sobre defensas contra pequeñas tentativas de incusiones de los dornienses.
Ladrones y bandidos haciendo lo único que saben hacer no debería preocupar al rey. - Alyssa se burló antes de admitir que el rey y su hijo habían volado en ocasiones diferentes de regreso a Colina Cuerno, para continuar los debates sobre la situación. Esto encendió en Maegor una chispa de alivio. Razonó que por las dilaciones ocurridas, su padre debía de sentirse molesto, y que las acciones de su madre exacerbaron este sentimiento. Incluso tenía sentido que no quisieran llevarlo a la comitiva real, se dijo con commiseración por la difícil posición del rey, tener que alterar sus planes para discutir las defensas de su reino para realizar una tarea que podía hacer Visenya no tenía sentido. Él debía de estar ya muy ocupado en asuntos de mayor interés.
Más tarde, enterarse de que entraría a Antigua en la misma carroza en la que viajaba, no le sentó bien. Intentar que el monarca cambiará de opinión fue complicado. Más cuando descubrió que tenía una cena privada con Aenys y tuvo que pedir una audiencia. Los encontró conversando animados. Aenys intercambiaba palabras con su padre y este le dedicaba sacudidas aprobadoras. Aegon sostenía una copa relajado mientras charlaba calmo con su hijo mayor. Nunca se enteraría de que discutían pues al anunciarlo se puso su máscara de rey, regio y majestuoso. No debería dolerle. Él y su heredero permanecían juntos más tiempo, por lo que eran más cercanos. Aún así dolió, solo un poquito, que lo recibieran así.
¿Qué deseas Maegor? - menos formal al estar en presencia de solo sus hijos y un par de sirvientes de su absoluta confianza, Aegon fue directo.
- Me gustaría entrar a caballo en la ciudad, no que mi esposa me bajando de una carroza como una damisela, padre.
- Fuera de discusión.
Padre, no sea así. Es el día de su boda. - comentó Aenys - Incluso puedo prestale uno de mis palafrenes, de los más mansos, para que no ocurra ningún accidente.
Insultado y agradecido por la intervención a partes iguales, pues el rey solía escuchar las peticiones de su hermano, Maegor esperó su respuesta.
Aenys, hijo mío, eres joven y quizás no lo entiendas, pero nuestra entrada a Antigua ha de ser una declaración de poder. El centro de la religión de Poniente, les hemos de recordar nuestra grandeza y nuestra fuerza. Entraremos montados en nuestros dragones y rememorarán el temor y respeto que nos deben. - Maegor asintió internamente ante esto, según Ortiga, un día se alzarían como los más poderosos de los enemigos. Era mejor que tuvieran presente a lo que se enfrentaban al desafiarlos - Maegor, - dijo con voz acusadora - si Visenya hubiera seguido sus órdenes, tú también hubieses llegado en dragón.
No supo porque se sintió castigado. Por un lado, no era su culpa al cambio de rumbo que tomó su madre con sus acciones. Por otro, el hecho de no tener su propio dragón era para él una herida sangrante, una de la que se sentía responsable. Era cierto que entrar volando en Vaghar servía para transmitir otro mensaje, y aún así, que no tuviera su propia bestia lo hacía sentir defectuoso. Un día el tendría su propio dragón, pero eso sería en el futuro y no ahora. Aegon lo despidió con un gesto de mano, estaba acostumbrado a ser obedecido, y Maegor se sintió como un niño enviado a dormir.
El último día de su recorrido, fue el peor. Con lo que su maestro de armas llamaba un humor de perro pulgoso que no se puede rascar, Maegor rompió el ayuno. Sin entrenamiento, sin corcel, solo encerrado con los constantes cotilleos de Alyssa o una de sus damas en esa trampa mortal que llamaba carruaje. Acelerando en lo posible el paso para no retrasarse más. Sin paradas. No sabía que era lo más malo de estar atrapado allí, no sentir el aire en la cara o los brincos y saltos que daba el artilugio que se jactaba de ser lo último en comodidad. Un viaje a caballo hubiera sido muchísimo mejor.
Era más tarde que media mañana cuando arribaron su destino. Aunque solo pudo contemplar los muros de la ciudad y nada más. La famosa torre - fortaleza de los Hightower, que según madre alcanzaba los doscientos pies de altura y se podía ver desde cada esquina de la ciudad, permaneció oculta para él. Las minúsculas ventanas no daban un campo de visión amplio y sacar la cabeza a través de ella era indigno de un príncipe. Así que se aguantó, lo que solo empeoró su mal humor. Los rugidos de Balerion y Azogue eran inconfundibles. El del Terror Negro era como el de un trueno en medio de una tormenta repentinamente silenciosa, el mundo entero debía detenese ante él. El de Azoque era más fino y chillón y tenía la cualidad de oírse, aunque menos imponente y aterrador, por encima del primero. Se tuvo que contener de salir a observar. Ver volar a los dos reptiles no era algo tan común para él tampoco. Su padre y su hermano seguían el trayecto de la caravana desde el cielo, turnándose para dar vueltas alrededor de la ciudad. Los sonidos de alarma y gritos de sorpresa de la plebe a su paso seguidas de risas y aplausos le anunciaban a Maegor que Aenys se encontraba retozando en el aire.
No debo sentir envidia. - se murmuró. Un día, el Terror Negro sería suyo. El dragón más grande del mundo. Pero el futuro sonaba lejano y las ganas le superaban.
¿Qué es lo que estas diciendo? - la voz de Alyssa interumpió sus ideas. El tic en labio se desató al ser atrapado diciendo sus pensamientos en voz alta. Alyssa lo miro suspicaz mientras las dos damas de compañía a su lado tenían sus ojos puestos en él. Incapaz de sostenerle la mirada, para su vergüenza, agradeció que al menos de su lado estaba solo. Lo que le había costado a la Velaryon al menos tres acompañantes en el espacio que ocupaba.
Nada. - dijo intentaba ignorar toda la atención que se le brindaba.
Limitándose a mirar por la ventana, solo pudo ver edificios de piedra y infinidad de callejones, en lo que atravesaban las malditas calles llenas de baches. Agradeció cuando el coche se detuvo, más porque ya terminaban el recorrido infernal, que por al fin conocer a su novia. Al descender un vistazo hacia atrás mostró al resto de la comitiva. Frente a él, en la Isla de Batalla, en plena bahía y a la vez, en el centro de la ciudad, se hallaba el Faro, hogar de la Casa Hightower. Una enorme torre escalonada de piedra, con un faro en la parte superior. Servía a la vez de castillo y residencia para su nueva familia política. Lamentablemente para Maegor, tendría que llegar allí usando los barcos que servían para cruzar el río. Aunque era algo molesto de hacer, no podía criticar la ubicación, pues servía como una línea de defensa aún más efectiva si caía la ciudad.
Si caía ante ejércitos nomales, pensó Maegor, antes de ver aterrizar directo sobre la isla y dentro de los muros de le fortaleza, a la bestia blanca de su hermano. El aterrizaje de Balerion fue más complicado. Demasiado grande para caber dentro de las murallas, el Terror Negro planeó contra los bordes rocosos y los acantilados de la isla que servían de barrera natural. Al posarse, se aferró con sus garras a las paredes de granito. Varias rocas se desprendieron pero su agarre permaneció firme. Como no alcanzaba a llegar hasta el patio, su padre se deslizó directo hasta la cima de la primera estructura de defensa. Mientras tanto, el todavía estaba esperando un pasaje en tierra firme en vez de poder ir y saludar con el resto de la familia, para su vergüenza. Para el momento en que el primer bote de transporte logró cargar todo y cruzar la bahía, el núcleo del recibimiento ya se había disuelto. Ni lord Manfred, ni su heredero, ni su novia estaban para recibirlo. Maegor lo sintió casi como un insulto y a punto de exclamar sobre de ello, cuando Alyssa se le adelantó.
¿Qué es esto? ¿Este es el saludo que los Hightowers les ofrecen a sus invitados? - apenas un pequeño grupo de sirvientes a su alrededor y sin el recibimiento suntuoso que esperaba, la Velaryon echaba chispas. Se hubiera burlado de que la creían de demasiada poca importancia sino fuera porque él estaba en el mismo saco. Una toz de aclaración llamo le atención de ambos.
Disculpen la impertinencia, lady Alyssa, príncipe Maegor, pero mi padre sugirió que en concesión a la edad avanzada del Septón Supremo y al estatus del rey, estos deberían pasar al interior primero a refrescarse y a descansar, en vez de verse obligados a esperar. - cuando su cuñada abrió la boca para protestar, el locutor logró sobrepasar a los sirvientes dejándola en un raro absceso de silencio. Cualquier cosa que iba a decir fue interrumpida por su aparición lo que sorprendió al joven príncipe, que no creía que nadie pudiera cerrarle la boca a esa mujer - Perdonen de nuevo la falta de modales. Permítanme presentarme. Soy Morgan Hightower, segundo hijo de Lord Manfred y les doy la bienvenida.
Cuando mencionó quién era, captó el interés de Maegor que finalmente se fijó bien en él. Una sonrisa abierta se posaba en su cara, inmensa y atractiva, como la que intentó darle a Ortiga y falló, miserablemente como ella había dicho. Como la caballito de mar se había quedado estupefacta le dirigió un vistazo más profundo. De complexión fuerte aunque no demasiado alto, este era un hombre de amas, evidenciado además por su armadura de plata que orgulloso. Un Hijo del Guerrero. Se lo esperaba pero seguía siendo desagradable. Aunque eso no fue lo que silencio a la Velaryon. Una cara bien simétrica con un mentón fuerte y adornada por rizos color miel. Unos ojos verdes lima se posaban sobre una nariz firme que se ensanchaba en su base. Este era un hombre atractivo por el que suspirarían las damas. Esperemos que su muy ausentes novia fuera una versión femenina y delicada de él. No tendría rasgos valyrios pero sería una combinación de colores y rasgos bonitos, suponía. Lanzó otra ojeada alrededor con la falsa esperanza de que su prometida lo hubiera esperado para aunque sea verlo. Nada.
El príncipe Aenys estaba muy preocupado por su llegada, mi lady, - explicó tomando el dorso de su mano y saludando como correspondía - pero le prometí que personalmente me encargaría de que se sintiera cómoda. Verla me hace entender su preocupación, alguien tan delicado como usted no debería tener que soportar nunca un inconveniente.
Alyssa quedó encantada mientras que él casi puso los ojos en blanco en blanco. Solo saber que era algo indigno e infantil lo detuvo.
Bien, ya que eres el encargado de nuestro confort, - dijo cruzando los brazos - puedes llevarnos a nuestras habitaciones.
Por supuesto, mi príncipe. - la sonrisa se mantuvo pero había algo en él que le hablaba de un profundo desagrado. Frunció el ceño. ¿Por qué? Eran los Hightower los que habían presionado por este matrimonio, en opuesta disposición a su madre. ¿Había algo en él que este adorador de los Siete veía defectuoso? Pues que se jodan. Tampoco estaba del todo feliz con la boda y esta recepción dejaba mucho que desear. Tan interesados que habían estado en formar el enlace y ahora lo ignoraban. Suspiró. Era una relación con la corona lo que querían, no era tan iluso para no darse cuenta, aunque esperaba que como mínimo le prestaran un poco de atención a él y no solo a su padre y a su hermano. Este era su desposorio después de todo.
De haber esperado que la situación cambiará habría estado muy decepcionado. Fue alojado en las habitaciones preparadas para la boda y allí recibió la comida del día. Algo ligero para que no le alteraran los nervios, como si él se pusiera nervioso por algo así. Su futura cónyuge, su suegro y su padre estaban tomando la comida juntos, lo que no tenía sentido era que él no estuviera allí. Morgan le dijo que estaban discutiendo los últimos detalles del compromiso y sobre el traslado de su hermana a su nuevo hogar, por lo que no tenía que preocuparse. Bufó. Su única preocupación real había sido si su madre asistiría o no a la ceremonia. Los cielos estaban despejados y él robaba miradas fugaces a la ventana. Para cuando empezaron a prepararlo para los esponsales y no había visto ni a su padre, ni a su novia y sin noticias de su madre, si que comenzó a inquietarse un poco. Más aún cuando el hijo mayor y heredero de la Voz de Antigua se presentó ante su puerta para indicarle que todo estaba listo para partir. Visenya no aparecía. Su padre y su hemano se presentarían a la boda montados en sus dragones, usando unas campanas que sonarían como señal de entrada y su llegada iniciaría la ceremonia, mientras que él tendría que partir en carruaje para llegar allí. Una diferente a la de Alyssa, gracias a todos los dioses, pero aún así... ¿No hubiera sido lógico que si su madre no lo podía llevar en Vaghar, su padre lo llevará en Balerion?
Además, pesé a haber pasado la mayor parte del día en su hogar ancestral, su prometida no se había aparecido para presentarse antes del casamiento y luego de conocer a Martyn Hightower, temía el porqué. De la misma altura aproximada que su hermano menor y con un pelo de color más oscuro, más parecido al trigo, eso era toda la semejanza que guardaban los hermanos. Rechoncho, de cachetes hinchados y nariz bulbosa, y una apariencia rubicunda y bonachona, cualquiera dudaría de que compartían madre y padre como sabía que lo hacían, y su esposa era resultado del mismo matrimonio. Temía ahora que se hubiera ocultado a propósito y que eso de que se estaba preparando para mayor comodidad en el Septo Estrellado era una escusa. También explicaba como había llegado la única hija de una familia tan importante a estar soltera a los veintitrés años. ¿Por eso su padre lo había mantenida apartado? ¿Temía que Maegor hiciera un berrinche cuando la viera y exigiera cancelar el enlace? Maegor no haría eso. Sabía que tenía un deber para con su familia y lo cumpliría.
Por favor que se parezca al hermano menor. Por favor que se parezca al hermano menor. Fue lo único que se repitió todo el camino hacia el Septo Estrellado. Inmenso y elaborado, y a la vez diseñado para hacer sentir pequeños a los fieles, se alzaba el Hogar de El Más Devoto, un palacio de mármol negro y ventanas arqueadas. Miles de personas se congregaban en los bordes de la plaza central y cientos más podían observerse desde los techos y ventanas de los edificios adyacentes. El centro permanecía notablemente vacío gracias a los esfuerzos de una combinación de soldados Hightower y Targaryen y por supuesto, las Espadas de la Fé. Su carruaje se detuvo y posterior a este, el de Alyssa. Las campanas del Septo repiquetiaron y solo hubo que esperar unos momentos para que una sombra negra se alzara oscureciendo la soleada tarde. Un solo giro dio alrededor de la plaza, acompañado por una pequeña mancha blanca, antes de posarse en el interior de la plazoleta. La multitud clamó al rey y a su heredero. Él respiró profundo, dispuesto a enfrentarse a lo que sea que lo esperara. Su padre lo recibió mientras que Aenys ayudaba a bajar a Alyssa. O lo intentaba. Maegor parpadeo ante ella.
Alyssa Velaryon se presentaba con uno de los vestidos más extravagante y llamativos de los que había visto nunca. Es cierto que la Corte que se reunía a los pies de su madre no destacaba por su exuberancia, pero esto era exagerado. Siguiendo más bien la moda de las Tierras de Occidente, su atuendo era uno de capas de seda verde y azul por el color de su Casa, con cientos de hipocampos bordados, no en plata sin en oro, y mangas acampanadas que acababan en encaje. La falda era tan amplia que le impedía salir delicadamente por la puerta de su carromato. Aenys tuvo que sostenerla por el frente mientras sus damas la impulsaban por detrás. Como cupo para entrar sería un verdadero misterio. También su peinado era una torre intrincada de trenzas adornadas con topacios y coronada por una peineta en forma diadema. Nunca perdía la oportunidad de demostrar que un día sería reina. Para culminar, traía una capa o más bien un manto de tafetán. Había algo que estaba mal, no sabía lo que era, pero había algo incorrecto en su forma de vestir. A su lado, incluso su esposo, cuya túnica era de un púrpura encendido fabricado en Tyrosh, parecía estar envuelto en trapos.
Atravesaron juntos la explanada, cruzando a sus dragones en el camino hasta llegar a la escalera del Septo. Ahí los esperaba el grupo de la novia. Vio a Morgan, con sus rizos bien cuidados y su espada con plomo de cristal, un escalón más arriba su macizo hermano y por encima de él su padre, una versión más ancha y con una papada más gruesa que la de su primogénito. Casi temía alzar la vista hacia la mujer sujeta a su brazo. El borde inferior de vestido, que era lo único que se atrevía a mirar, era de un color verde profundo y tenía un ancho dobladillo con delicadas joyerías de estrellas de siete puntas incrustadas en él. Se armó de valor para contemplarla directamente. Su cintura era delgada como sus brazos, con un pecho amplio y expuesto en un revelador y de alguna forma aún modesto escote, y una cara delicada. Gracias a todos los dioses, los valyrios, los de los Siete e incluso los dioses - árboles del Norte. Se parecía a su hermano menor y no a los mayores de su sangre. Cabello rubio todavía más claro que Morgan y ojos verdes casi azules, una nariz delicada y fina y labios rosados. No era la belleza valyria que siempre espero pero estaba cerca. Por un momento se había angustiados de que un día, compararán a su futura esposa con la de Anys y se rieran de él. Respiró aliviado y se dispuso a avanzar con el grupo. La voz de su padre lo detuvo.
-Tu madre se acerca.
Todos siguieron su mirada al noreste. No paso mucho para que una campana en la muralla sonara en alarma momentánea y Vaghar apareciera en el horizonte. De vuelo directo, sin maniobras para mostrarse, voló a alta velocidad atravesando la capital de los fieles y con unos poderosos aleteos, se posó a la izquierda de Azogue y Balerion, dejando una amplia distancia entre ellos. Su madre, al bajar de su montura, se dirigió hacia ellos con un paso firme, pero algo captó la atención de Maegor. Una energía diferente venía de ella. Aunque su rostro se mantenía neutral, al acercarse pudo notar como las comisuras de sus labios se alzaban hacia arriba. ¿Había hecho la paz con esta unión política? El lord Hightower balbuceó una bienvenida, desprevenido. Nadie le presto atención. Su padre también había captado algo raro en el ambiente.
- ¿Qué es esto, Visenya?
Ella se limitó a darle una mirada fría, calculadora, antes de presentar una mueca de alegría.
He viajado a tierras lejanas cazando un rumor y he encontrado un premio inesperado. - su tono fue fuerte mientras lanzaba su discurso. La acústica de la construcción transmitía sus palabras con facilidad, construida como estaba para que todos los feligreses escucharán claramente los sermones dirigidos a ellos. - Quiero presentar, siguiendo la tradición valyria, a una segunda novia para mi hijo.
El silencio fue atronador antes de estallar en una plétora de gritos e insultos de la multitud. Lord Manfred estaba rojo de furia mientras que sus hijos apenas podían contenerse. La cara de Ceryse estaba blanca y horrorizada.
i¿Qué crees que haces?! - Aegon alcanzó el brazo de su madre y lo apretó, Contrario a lo que hubiera esperado, su madre no reaccionó de forma agresiva y solo alzó una ceja.
- ¿No te preguntas, esposo mío, cuál es el premio tan grande que me motivaría a realizar esto?
Las miradas de ambos chocaron en un duelo de voluntades. Algo debió ver su padre porque liberó a su madre para hacer lo que quisiera mientras su suegro farfulló enojado. Visenya alzó su mano a la multitud e hizo un gesto. Un rugido estalló de Vaghar y las personas cercanas a ella, soldados y ciudadanos por igual, se alejaron. Todos excepto una figura que avanzó decidida. Un par de soldados encargados de contener a la población intentó detenerla cuando ya se encontraba demasiado cerca de la dragona. El error fue de ellos al suponer que por su tamaño la bestia no reaccionaría con celeridad. Un fuerte cabezazo los mandó a volar y Maegor decidió que tenían que ser hombres Hightower. Todos en Rocadragon y Desembarco sabían que incluso vinculados, era mejor guardar una sana distancia de los temibles depredadores. Por suerte para ellos, la dragona no había atacado para matar, y ambos salieron tambaleándose, uno a cuatro patas para su diversión. Mientras, la figura se transformó en una joven en amadura. ¿Ortiga? Para sorpresa de la mayoría, casi rozó a Vaghar al pasar y esta ni se immuto. Llego hasta el pie de la escalinata con un caminar resuelto y esperó.
¿Esta es la mujer con la que quieres sustituir a mi mi hija? - la cólera del Señor del Faro era evidente.
- Sustituirla no. Solo espero que con ella comparta a su marido.
- Esto es un insulto. Una zorra en amadura no se puede comparar con la única hija de la Casa Hightower. ¡No permitiré esto!
El rey permanecía mudo en contemplación de la indumentaria de la muchacha. Un solo vistazo y Maegor sabía lo que veía. Algo que los demás no parecían comprender. Aunque el torso superior tenía la coraza y otras piezas que esperarías de un caballero amado, eran las pienas las que destacaban. Unas calzas pardo con escamas de acero, remachades al exterior, elemento útil para los jinetes de dragón que ya contaban con la protección de las escamas de su montura en el interior, más eficientes que cualquier escudo y cuyo diseño garantizaba una una mejor movilidad.
No puede ser. - el negro superaba al púrpura en los ojos del Conquistador - Es imposible.
Oh, es totalmente posible, querido esposo. - ante el intercambio, su futura familia política cayó en una calma vacía, parecían entender que algo grande estaba sucediendo. Algo lo suficiente extraño e importante para impactar a Aegon, el dragón. Así que mientras la chusma a su abucheaba, la reina sugirió:
Lady Orthyras, - ¿Orthyras? Eso debía ser idea de su progenitora - quieres presentarles a tu futura parentela la dote que ofreces...
Ante ellos se extendió una sonrisa torcida y una sola palabra salió de sus labios - Māzīs.
Al principio no sucedió nada y luego a la vez, cuatro cabezas apuntaron apuntaron en la misma dirección, dos de ellas reptilianas. Maegor intentó seguir lo que veían los miembros masculinos de su linaje, pero no vio nada. Así que desvió la vista hacia su madre. Esta lo observaba con un rostro de piedra y una concentración obsesiva. Él no sabía que pensar, que decir, como reaccionar. Si no sabes que hacer, quédate quieto y analiza como responder. Era demasiada información a la vez. Como uno, los rostros de su padre y hermano giraron junto con los de sus dragones. Entonces lo escuchó, las campanadas de alama que venían de las murallas exteriores. Justo en el sentido que ellos seguían. A las campanadas se unieron las de otras dos guarniciones. Luego apareció. Pardo, espinoso, inmenso. Un dragón desconocido para la mayoría de Poniente. Su amplitud lo marcaba como mucho mayor que Azogue e incluso Vaghar. Solo el Terror Negro lo superaba en potencia. El cambio a su alrededor fue instantáneo. Podía jurar que escuchó tragar a su suegro. Morgan sujetó la empuñadura de su espada pero no tenía sentido. Una espada no puede vencer a un dragón. El silencio de los espectadores se volvió sepulcral, solo interumpido por gritos solitarios y algún lloriqueo. Mientras, el número de campanas de alarma que sonaban iba aumentando. Pronto, de una punta a la otra de la ciudad, campanazos alertaban de un peligro inminente. Los otros tres Grandes Septos de las metrópolis se unieron al llamado. Antigua quedó sepultada en un miedo primigenio. Si los dragones peleaban, incluso superando en cantidad al intruso, la ciudad ardería. El temor a su alrededor era tan intenso que casi podía saborearlo. Era incómodo... la parte lógica de él le decía que no le pasaría nada. Su madre no permitiría que sucediera. Su padre se enfrentaría y vencería a cualquier enemigo. La conocía de apenas un día y estaba seguro que Ortiga no le dañaría. Y aún así se sentía vulnerable, expuesto. Igual que su cuñado, su instinto fue sostener a Hermana Oscura. No serviría de nada. Se quemaría como los demás, sin la capacidad de defenderse. Por un instante casi pudo comprender la realidad, la pesadilla, que vivieron aquellos que se opusieron a su Casa. Fue, en pocas palabras, aleccionador.
- Dígame entonces, querido esposo, ¿consideras adecuado el precio de la novia? ¿O dejamos escapar este regalo?
El monarca giró su cara hacia Visenya y luego dirigió su intensidad a Ortiga. Esta no tembló ante el enfrentamiento, lo que hizo que se preguntara que tan valiente era. O que tan tonta. O ambas. El soberano de los siete reinos respiró profundo, con furia, su mandíbula se contrajo.
- Llama a tu bestia.
Ortiga no necesito que se lo repitieran y lanzó su comando - Embrot.
El Ladrón de Ovejas circumbaló el espacio aéreo del Septo Estrellado y su plaza antes de lanzar su rugido, como el de un desprendimiento de rocas en una ladera, y aterrizar en el espacio vacío en medio de la plaza. Los pobladores retrocedieron de forma uniforme, como una ola y se pudo apreciar una comparación del tamaño de los animales. A su izquierda Vaghar que ya lo conocía, permaneció calmada, mucho menor que el dragón en amplitud pesé a tener una estructura ancha y reforzada. A su derecha Azoque, apenas un cachorro entre adultos totalmente crecidos en comparanza, y claramente incómoda por la intrusión, se dedicaba a lanzar alaridos de molestia aunque sin atacar. El dragón extranjero lo ignoraba, permanecía lo más calmado posible sin emitir ningún sonido ni comportamiento agresivos, además de unos extraños siseos a Balerion. Fue el comportamiento del Terror Negro el más inesperado. Alzado en toda la altura que le permitían sus dimensiones, con las crestas extendidas todo lo posible aunque sin abrir las alas, emitía bramidos bajos y profundos hacia el dragón color barro. Debía de ser una demostración de fuerza y dominancia.
Su padre calmó la situación antes de que se volviera volátil - Lykirī Balerion - devolviendo la atención de Maegor a las personas en la escalera. Su hermano parecía ofuscado mientras su esposa permanecía perpleja, sin entender del todo la amenaza a la que probablemente se habrían tenido que enfrentar. Los Hightower pemanecían quietos y pálidos, lord Manfred tenía la cara llena de gotas de sudor y el rostro de su hija era gris ceniza. Una de sus novias. Se iba a casar con dos mujeres cuando esta mañana estaba seguro de que se casaría con una. Era demasiado. Demasiado repentino. Empezó a respirar fuerte y los latidos en su pecho se volvieron erráticos. Lo habían preparado para una boda, no para esto. Incluso en un combate o en una batalla campal sabría que esperar. No así aquí. Sus latidos se convirtieron en aleteos hasta que su padre le sostuvo el hombro en un agarre brutal. El dolor lo trajo de vuelta. Su padre no lo miraba a los ojos, solo a la muchacha.
Entra, - su voz fue dura como el acero templado - tenemos una boda doble que celebrar.
La familia gobernante de Antigua se dirigió al interior del templo sin emitir queja, seguidos por la pareja de herederos reales.
Ortiga y el rey continuaron observándose, calculándose, hasta que con un encogimiento de hombros la muchacha cedió y entró primero. El intercambio duro solo unos parpadeos pero fue suficiente para poner nervioso a Maegor de nuevo. El apretón de su padre se volvío a fortalecer y a aflojar, para luego empujarlo escaleras arriba. Su madre se colgó del brazo contrario de su hermano - esposo.
¿No es esto romántico, Aegon ? - su voz era afilada - Justo como nuestra boda.
Su cabeza estaba en blanco. Él solo quería que se acabara todo y poder marcharse a un lugar más calmado. Sentía como si su cuerpo se quisiera salir de su propia piel. Y, aunque seguro por la quietud de las personas, que las alarmas habían cesado ya, seguían repiqueteando en sus oídos el sonido de las campanadas.