ID de la obra: 941

Sangre y fuego y otras magias extrañas

Het
NC-17
Finalizada
1
Tamaño:
579 páginas, 308.987 palabras, 45 capítulos
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Una ceremonia doble en el Septo Estrellado

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¡Oh, dioses! ¿Cómo era que ella se metía en estos problemas? El día había comenzado tan bien. El plan había marchado sobre ruedas. Se había despedido de Visenya a una distancia que la reina consideraba segura, para que nadie se enterara del nuevo dragón y interfiriera con la "dramatización" que intentaba crear. A qué se refería con eso, no estaba segura, pero definitivamente no sonaba agradable. Y era probable que no fuera bueno para su corazón. Lo que no importaba. Había avanzado a pie, sin dificultad, gran parte del trayecto. Tan cerca de una ciudad tan importante y en una boda de los señores de dicha ciudad con los dragones, la mayoría de los asaltantes violentos mantendrían un perfil bajo. Lo que le convenía. Menos posibilidades de que le intentaran robar. Intentar era la palabra clave. Nadie tocaría las monedas que le dio la hermana del Conquistador. ¿No debería ella ser llamada Conquistadora también? Dudas estúpidas que de vez en cuando se apoderaban de sus pensamientos. Con el bolsillo lleno sentía una sensación de, no lo llamaría calma, sino tal vez seguridad. Ilusiones, pero con las piezas del metal precioso, iniciaría su fondo para escapes de emergencia. Mejor tenerlo y no necesitarlo que necesitarlo y no tenerlo. Incluso pensó que la madre de Maegor le había dado una cantidad ridícula de plata. ¿Qué iba a hacer ella con tanta riqueza en un solo día? Nunca en su vida había visto un capital tan grande de una sola vez, y aquí estaba reposando entre sus manos. Por un momento, pensó que la legendaria guerrera había tomado una decisión tonta o quizás un tanto arriesgada, al llenar su monedero. Tenía ahora más recursos para escapar. Luego recordó que todas las razones por las que cedió ante ella seguían ahí. Divagando sobre su pequeña y recién entregada fortuna, chocó con un grupo de comerciantes. Un trueque le aseguró un pasaje en una carreta por el resto del viaje. Luego, pasar por las puertas de la ciudad fue bastante fácil. Nobles y plebeyos acudían a la celebración. Caravanas de lugares lejanos del reino aparecían custodiadas por sus propios hombres armados o con caballeros errantes que contrataron en el camino. Total, puede que incluso los guardias de la entrada la consideraran una mercenaria escoltando a los vendedores. Para pasar desapercibida era mejor actuar con confianza y fingir que realmente tenías algo que hacer. Si la gente creía que debías de estar allí no encontrarían nada raro en tu presencia. Pasarías casi invisible ante sus ojos. Olvídate de eso de cubrirte y esconderte. Eso gritaría SOSPECHOSO. Al entrar, pudo ver alzándose sobre todas las edificaciones, la imponente torre dominaba Antigua, justo en el centro de la urbe. No conocía la ciudad, solo lo básico, que este era el centro de la religión de Poniente y hogar del Septon Supremo y sobre las leyendas del Faro construido por Bran el Constructor. Cosa que todo niño le gustaba oír en las historias de su infancia y dicha construcción no podría ser confundida con nada más. Aunque esa no era su objetivo. Menos alto que el Faro, el Septo Estrellado seguía siendo una estructura imponente. Su color negro destacaba desde la otra punta de la bahía y Ortiga supo que esperaba un largo recorrido. Aunque visible desde donde se encontraba tuvo que pedir indicaciones en tres ocasiones distintas al perderse en el laberinto que eran sus callejuelas. Cuando finalmente logró cruzar el río Aguamiel a través de uno de los muchos puentes que lo atravesaban, no pudo evitar quedar impresionada. Aunque de menor tamaño que Desembarco, la metrópoli que abarcaba gran parte de la bahía estaba llena de edificios deslumbrantes y únicos... y apestaba menos que la capital que ella conocía. Tomó su alimento de mitad del día en una posada que le cobró como si su comida hubiera sido cocinada por la Madre y luego servida por la propia Doncella. Miserables estafadores, pensar que a ella le llamaban ladrona y a esta gente posaderos. Conseguir un lugar favorable en la plaza fue lo más complicado. Ciudadanos, caballeros menores, novicios, maestres, todos se agolpaban para obtener las mejores vistas de la llegada de los novios, y luego fue la espera para que se diera inicio a la ceremonia. Se mantuvo a la izquierda del patio de la Catedral, más o menos a la mitad de ese lado y tan cerca como lo permitieron los caballeros que custodiaban el perímetro. Justo como le había indicado Visenya. Ni el Ladrón de Ovejas, ni Vhagar eran visibles desde aquí, aunque sentía la conexión con el primero, fuerte y alerta. De pronto, hubo una sacudida de la multitud y finalmente vio aparecer dos carruajes. Las campanadas sonaron, eran la señal de inicio de esta obra, que la reina Visenya, deseaba interpretar. Pronto se hizo el eco del rugido de los dragones. Ortiga estaba más emocionada por ellos que por su falsa boda. Dos dragones que nunca antes había visto pronto se posarían ante ella. Uno de ellos siendo ya una leyenda en una época de gloria y conquista. Los sintió antes de verlos, una sombra negra se deslizó sobre el paisaje y de pronto, sin hacer nada, el día de Ortiga se oscureció. Tanto física como figurativamente. Su nombre era más que merecido, el Terror Negro. Su masa era pura negrura. No sabía si esa era una palabra real pero no tenía otra forma de describirlo. Era más negro que la cueva más profunda, en el bosque más espeso en la noche más oscura. No entendía cómo las personas a su alrededor no huían gritando despavoridas. No era solo su tamaño, porque en otras ocasiones había visto a Vhagar, la Vhagar de su tiempo y esta lo superaba. Era algo más. Escamas, crestas y cuernos, todos hacían lucir al ébano como una tintura clara y cálida en comparación. En el dragón no existía ni el más breve reflejo de otro color. Era como una tinta azabache que se tragaba los detalles. Articulaciones, dobleces, uniones, todos desaparecían y se hacían indistinguibles si no eran incididos directamente por la luz del sol. Y el calor... todos los dragones lo emitían pero él era un caso extraordinario. Cuando voló sobre la multitud de espectadores, incluyéndola, fue como sentirse expuesta a las temperaturas del horno de un herrero. ¿Cómo es que todos permanecían de pie sin retroceder? El ardor se sentía desde lejos, casi como si se cocinara viva, y aún así, de manera extraña no estaba sudando. Esta criatura era diferente. Un monstruo en comparación con el resto de los dragones que había conocido, no pudo evitar pensar. Tal vez, tal vez era mejor irse, retroceder. Este poder la superaba por mucho. Si enfrentarse a Visenya la aterraba ¿Cómo sería pararse frente al Conquistador y su máquina de batalla? ¿Habría realmente una oportunidad contra cualquier crimen que cometiera Maegor, si se hacía un día con Balerion? Puede que fuera momento de correr. ¿Vas a huir como una cobarde? ¿Otra vez? Su voz interna la detuvo. ¿Vas a dejar a Maegor para que caiga solo? ¿sin luchar? ¿Lo abandonarás como hiciste con Daemon? ¡No lo abandoné! - quiso gritar en ese momento - él quiso que me marchara, para protegerme. Y murió solo, luchando contra un enemigo que lo superaba por mucho. Si ella se hubiera quedado, si hubiera permanecido a su lado ¿hubiera muerto? ¿Tendría hoy la familia que siempre habías soñado pero nunca se atrevió a desear realmente? ¿Y qué pasa con el príncipe? ¿No se había prometido protegerlo? Al niño que era antes de convertirse en el tirano. Lo había hecho, se dijo con firmeza. Lo haría por él, por la inocencia que le quedaba. Lo haría para prevenir los crímenes a cometer por el Maegor en el que sabía que se podía convertir. Y tal vez, solo tal vez, podría cambiar el destino de una guerra muy posterior. Quizás así podría pagarle lo que le debía a Jacaerys. Sus cavilaciones se detuvieron cuando el hombre, que solo podía ser Aegon Targaryen, se aproximaba al primer carruaje. Alto, de anchos hombros y apariencia poderosa, nadie dudaría jamás que este hombre era el padre de Maegor. Cuando el príncipe de Rocadragón descendió, el parecido se hizo aún más evidente. Ambos compartían el cabello de oro y plata tan típico de los Targaryen, en un peinado corto. Solo que sobre la cabeza del rey se posaba una corona muy simple, con grandes rubíes en forma de cuadrado mientras el príncipe usaba un sencillo anillo de plata. Compartían un rostro que solo variaba en los rasgos más delicados e infantiles de Maegor. Solo que el Conquistador usaba una barba perfectamente recortada. Hasta en la ropa parecían coincidir, aunque esto no debía ser raro cuando portaban los colores de su Casa, rojo para las túnicas, negro para las capas y calzas. Aunque Maegor llevaba sus detalles en hilos carmín y el rey en dorado. Un movimiento repentino posterior a ellos desvió su atención, sin perder totalmente la pista de la bestia sombría del monarca, que se alzaba como la mayor amenaza, aunque no directa, en su presencia. Un hombre alto, aunque no tanto como el caudillo, y delgado, con cabello de plata y oro rizado hasta los hombros y un anillo de oro en la cabeza, intentaba ayudar a salir a una dama del segundo carromato. Al principio no entendía quién era, aunque sus rasgos valyrios lo delataron. El hecho de que vestía colores diferentes a su padre y hermano tendía a confundir, aunque era claro que eran de un tinte que solo podía permitirse en la realeza. Una túnica púrpura brillante aún más llena de patrones dorados que la del mismo Aegon y una cantidad tal de anillos en las manos, que hacían aullar a sus instintos de sustraer posesiones ajenas. La única concesión a su herencia Targaryen estaba en su capa, donde se hallaba bordado en oro un intrincado dragón tricéfalo que representaba con orgullo a su familia. Todo eso pasó a segundo plano cuando la dama salió del carruaje. Lucía un vestido en todo el esplendor que esperaba de una Corte exuberante, aunque quizás un poco demasiado. ¿Era ella la novia? Lucía bastante valyria o eso creía. Pequeña, delicada y de cabello plateado como la luna. Un beso del que solo podía ser el hermano de Maegor, le hizo darse cuenta de que esta era su esposa. Cuando se fijó mejor, pudo ver los caballitos de mar bordados en su falda, los cuales le dijeron de qué linaje provenía. No sabía mucho de nobles y sus emblemas pero a esta la reconocía: Velaryon. Lo cual era algo así como la respuesta obvia, siendo estos la familia más cercana a los Targaryen. Viendo a la familia real marchar hacia el Septo, vio en las escaleras del mismo a quien sí debía ser la novia y sus parientes. Nunca había visto a una parentela tan semejante y dispareja en similitud. Aunque quedaba claro que eran de la misma cuna, el rubio de su cabello variaba muy poco, parecía que esta gente había sido dividida a la mitad antes de ser cortada en patrones. La mitad mayor de esta familia, al menos los que lucían como los mayores, parecían a punto de estallar fuera de la ropa. ¿Acaso no los nobles, especialmente los nobles ricos como estos, se hacían la ropa a medida? ¿Por qué carajos les quedaban así las vestiduras? La otra mitad era claro que se había quedado con toda la belleza. No veía ninguna razón por la que un hombre rechazaría jamás a la mujer en la puerta del Septo. Desde la distancia se veía que era hermosa, con un elegante vestido del color de los bosques profundos y un pecho impresionante. ¡Ay! pensó con dolor en sus propios pechos y se los apretó. Apenas más que un puñado, si no fuera esto un matrimonio falso, estaría enterrada en una montaña de inseguridades. Ella se amaba a sí misma, o al menos trataba de hacerlo lo mejor que podía. Pero la envidia seguía siendo una emoción humana y no era inmune a esta. Incluso si gran parte de su vida le había convenido no destacar por su atractivo. Habiendo observado, al menos desde lejos, a todos los que eran integrantes de la realeza, tanto de sangre como políticos, sabía que iba a destacar tanto como un ganso en una jaula de pajaritos. ¿O debería ser al revés? ¿Un gorrión en un grupo de aves exóticas? Sí, pensó, eso se ajustaba más a ella, que quedaría pequeña al lado de estas personas. Cuando el grupo se reunió, llegó a pensar que Visenya había renunciado al plan por su más que obvia ausencia. Luego escuchó las campanas sonando y no tardó mucho en aparecer Vhagar, cortando el cielo en línea recta y con un impulso feroz, aterrizó en el lado contrario de la plaza al Terror Negro. Ella también lo hubiera hecho así, manteniendo la distancia de una criatura que, viniendo de una especie de por sí temible, era aterradora por derecho propio. Su caminata fue segura, confiada, los pasos de alguien que sentía que el mundo estaba a sus pies. Sería mejor que imitara sus formas cuando llegara su turno. Para que Poniente creyera que era ella toda una señora a la que respetar y no una rata de alcantarilla colada entre la nobleza. Y comenzó el acto. La multitud a su alrededor estalló indignada ante la sugerencia de bigamia de la reina, una ofensa a los ojos de los Siete. La agresión parecía inminente hasta que un rugido de Vhagar los hizo retroceder en una ola. Por un momento temió ser aplastada por la estampida de personas que buscaban alejarse del más que enfadado depredador. No los culpaba, ella deseaba hacer lo mismo, pero este era el momento en el que tenía que sacar sus agallas. Saltó sobre aquellos que se interponían entre ella y la bestia de la reina, bendita sea su agilidad natural, y usó a la misma para alejar a aquellos que intentaban detenerla. Pasó muy cerca de la dragona. Demasiado cerca para su gusto, pues aunque no le había hecho nada... todavía, una parte de ella aún la resentía por el resultado de su existencia en la guerra de la que Ortiga apenas había salido. Injusto quizás, pero el mundo no era un lugar justo y menos aún cuando se trataba de su vida. Decidida a moverse con determinación, a dejar su marca, se encaminó a las puertas del templo. El primer vistazo, la primera impresión que las personas tenían de ti, marcaba muchas veces como te tratarían con posterioridad. No podía hacer nada con su aspecto físico pero definitivamente podía influir en su talante. Este era un lugar donde nadie, excepto la reina y el menor de los príncipes, la conocían. Quizás pudiera redibujarse desde cero. Sin ser señalada siempre con el dedo como escoria o salida de esta. Esta era su oportunidad, mejor aún que cuando consiguió al Ladrón de Ovejas, sin nadie esperando activamente lo peor de ella y considerándola menos. Hora de copiar a la mujer más fuerte que había conocido. Al llegar acá, Visenya había tomado un paso firme, recto, que ella decidió imitar. Le sumó también un rastro del aire que se daba su padre: tranquilo, confiado, mirando a todos como si supiera algo que los demás no. Quizás pareciera demasiado pretencioso actuar como si fuera la protagonista de esta historia, pero qué mierda importaba. Ella era la hija del Príncipe Pícaro y aquí no tenía que actuar como si no lo fuera. Incluso podía decir que era su heredera y puede que hasta se lo creyeran. Con toda la determinación que logró reunir se dirigió hacia el centro del drama, sin inmutarse con los sonidos de enojo de Vhagar y de metal chocando y arrastrándose por el piso a su espalda. No le duró mucho, aunque no se atrevió a alterar su marcha. El ánimo seguro se desvaneció, sin detener su empuje porque era claramente el lugar equivocado para cancanear, mientras una sensación helada le recorrió la espalda. Cientos, por no decir miles de ojos, tenían su atención puesta en ella. Aún así había una, una sola mirada, que tenía sus instintos gritando porque huyera. Corre Corre. Parecía decir. Se mantuvo impávida por fuera, ignorando el espectáculo que se desarrollaba frente a ella. No escuchó insultos ni palabras mordaces, concentrada en mantener la fachada entera. El calor de Balerion seguía disparándose en oleadas, el cual sentía incluso con la distancia en la que se encontraban. Cuando la reina le pidió que llamara a su dragón intentó sonreír para aliviar la presión y lo convocó. Como en un baile, Aegon y Aenys, juntos con sus dragones, fijaron su atención en el aire, en línea recta hacia donde se acercaba el Ladrón de Ovejas. Por un breve instante sintió alivio. Todas las campanas de la ciudad estallaron en cadena cuando su pardo animal apareció. Antigua se quedó estática cuando el hirsuto reptil sobrevoló el cielo sobre sus cabezas. No escuchó las palabras dichas hasta que Aegon, el jodido Conquistador, le ordenó llamar a su montura. En cualquier otra circunstancia, cuando esos ojos púrpuras se posaron en ella, habría temblado. Siempre era mala idea ponerte del lado enojado de la nobleza, por no decir la realeza. No ahora, sin embargo. No cuando sentía el regreso de la amenaza anterior, una que hacía que se le erizara el vello en la nuca. Otros le dirían que era imposible. Que no tenía motivos para creer en eso que creía. Pero las palabras de nadie borrarían lo que Ortiga experimentó casi en un parpadeo. Por un leve lapso, el tiempo pareció correr más lento. Los rostros y voces a su alrededor se difuminaron. Entonces lo sintió, más que verlo. Sus ojos, tan lóbregos como el resto de él, no tenían pupilas visibles. Solo un tenebroso negro se apreciaba. Nadie podría decir dónde tenía su atención a menos que lo mirara de frente. Ortiga no dudaba, era un sentimiento en sus huesos, en su sangre. El interés de Balerion estaba sobre ella. No era violento y aún así, tenía el ferviente deseo de derrumbarse en gritos y pedir que no la lastimaran por favor. Luego su dragón aterrizó y se robó toda la curiosidad del Terror Negro. Llegó a temer que la bestia del rey atacara a la suya, estirándose como estaba y emitiendo bramidos profundos, hasta que el gobernante lo calmó. De algo sí que no le quedó la menor duda, Balerion era el progenitor de toda una estirpe y el más que probable padre de Vermithor. Los dos dragones sonaban totalmente igual. Luego de que el Conquistador lograra calmar con una orden al próximo protagonista de sus pesadillas y con ello a prácticamente todos los espectadores de la situación, pareció dejar en claro que esta boda se celebraría sí o sí. Después le lanzó una mirada intensa, haciendo que diera cuenta de que esta era la versión masculina de Visenya (lo que le faltaba), pero no iba a lograr intimidarla justo ahora. Había una amenaza cien veces más grande a su espalda y contaba con una fuerza de la que carecía el resto de los dragones. Decidida a mantenerse lo más alejada posible de la fogata oscura y escamosa, entró al Septo. Todo esto la había llevado, justo aquí y justo ahora, al momento más tenso que había vivido en su miserable existencia. ¿Domar dragón? Eso fue más bien una lenta seducción, casi predestinada podía decir, la necesidad de un vínculo casi que ardía en su pecho ¿Su primera batalla? No pudo decir que no la afectó pero también fue absorbida por la lucha, por las ganas de repartir destrucción. No podría decir si fue el deseo de venganza o si esa furia la llevaba en la sangre, pero no fue algo que la rompiera. ¿La escena que había vivido antes de entrar al templo? Pan comido. Estaba acostumbrada a ser juzgada y vilipendiada por gente que ni siquiera ocultaba sus propios defectos antes de criticarla. Tener a su dragón cerca y saber que cualquier movimiento en su contra sería respondido con fuego y destrucción ayudaba. Incluso con la intimidación del maldito y más famoso rey de la dinastía Targaryen y su todavía más aterrador dragón, podía decir que lo aguantaba bien. No fue así cuando pasó por las puertas de entrada. Aquí fue recibida por la crema y nata de Poniente. Una cacofonía de color, de túnicas y vestidos llenos de pigmentos que los marcaban como nobles, a diferencia del pueblo en el exterior, cubiertos con telas marrones, grises y otros colores sosos sin teñir. Aquí las personas más ricas e influyentes del continente se presentaban con sus mejores galas en un obvio alarde de poder. Habían también caballeros de armaduras blancas y capas tintadas distribuidas entre ellos, mirándola desafiantes. La luz del sol, que atravesaba las decenas de vidrieras multicolor cargadas con imágenes religiosas que embellecían el Septo, se reflejaba sobre los asistentes en diferentes tonos, difuminando aún más la escena. No habían gritos ni insultos. Lo que sí abundaban eran las miradas aturdidas, muchos la observaban atónitos, sin saber qué pensar. Un murmullo en aumento servía como música de fondo. Uno a uno los rostros fueron cambiando mientras se difundía la noticia de su existencia. Una nueva jinete, quizás una nueva amenaza. Algunos se mantuvieron pétreos, otros lucieron impactados. La mayoría se encontraba enjuiciándola. Quizás por cómo lucía. Quizás por interferir en la boda. Uno que otro debía desconfiar de los susurros, tomándolos por algún tipo de engaño. Esos no le preocupaban. Eran los ojos fríos, los calculadores, ocultos por sonrisas estáticas, los que le preocupaban. Aquellos que ocultaban sus verdaderas intenciones y que ya podía sentir complotando. No es lo mismo enfrentarse a una amenaza que no se esconde, que a alguien que no dudaría en atacar por detrás. Y ella acababa de meterse en el mayor nido de apuñaladores por la espalda que existía. Intentó grabar los rostros de los que consideraba más peligrosos, pero luego desechó la idea como imposible mientras avanzaba por el pasillo. Al menos casi un millar de personas estaban reunidas en este lugar, e incluso si lograra grabarse sus caras, no sabría quiénes eran ni de dónde venía la amenaza. Al llegar al altar vio a la prometida de Maegor, su familia y a un hombre mayor reunidos bajo siete colosales estatuas, con sus vestimentas envolviéndolas en oro. Tan cubiertas estaban por joyas y adornos que casi todas podrían pasar por el Extraño, sus facies cubiertas por alhajas y brocados. Eran impresionantes, y a la vez, de alguna forma, faltos de espíritu. No adoraría a estos dioses más que al metal con el que estaban construidos. Estos eran monumentos a la riqueza, y pese a ser trabajados hasta el más mínimo detalle, lucían burdos en su presencia. -¿Qué es esta herejía en el hogar de los Dioses? - dijo el hombre con el gracioso gorro de cristal, casi tan cubierto de oro como los ídolos de piedra posteriores a él - ¿Cómo que una segunda novia? ¿Acaso intentan ofender a los Siete y a los nobles de Poniente con este sacrilegio? - su tono iba subiendo con cada frase, al terminar, la ira en él era innegable. En su exaltación, un mechón de oro pálido escapó de su confinamiento. Ortiga lo notó. Otro Hightower. Es por eso que debe estar tan enojado. Somos dragones y no seguimos las reglas de simples mortales, - la voz de Visenya resonó a su espalda. Sonaba satisfecha, como si hubiera contenido dichas palabras durante mucho y al fin podía liberarlas - ¿Quién más que los dioses nos pusieron aquí y nos hicieron como somos? El Septon Supremo abrió y cerró la boca anonadado, sin poder decir nada. Antes de hincharse de rojo y empezar a escupir - ¡Calumnias! ¡Falsedades de una mera mujer que hace poco más que revolcarse en artes... Santidad. - Aegon no gritó ni elevó su volumen por encima del padre de los fieles, y aún así todos callaron para atender a lo que decía - Espero sinceramente que un hombre santo no haya intentado injuriar frente a mí el honor de mi esposa. Favorita o no, parecía que ni siquiera a la voz en la tierra de los nuevos dioses se le permitía agraviar a la reina del Conquistador. Hacerlo en público y ante la vista de la aristocracia del reino, podría significar una afrenta que los Targaryen no tolerarían, y tendrían finalmente una excusa lo suficientemente válida para arrasar con todo. El padre de todos los creyentes lo entendió muy rápido. Hizo una leve reverencia en disculpa pero no retrocedió por completo. · Majestad, disculpe mi exaltación, pero es imposible realizar lo que se me sugiere. Una boda doble, dos novias para un novio, es una afrenta a los dioses. ¿Por qué lo sería? - continuó Aegon - Los dioses me dieron el derecho a tener dos esposas ¿Por qué habrían de negarle lo mismo a mi hijo? Maegor, que se encontraba todavía entre sus dos padres, sin alcanzar todavía el altar, cambió su tez un tanto vacía a una llena de orgullo. Entonces, el hermano bonito de la Hightower intervino. ¡Porque esto es un ultraje contra mi hermana! ¡Compartir esposo cuando ella sola debería ser dueña y señora! Las espadas de la Fe no permitiremos esta blasfemia en terreno sagrado. - parecía a punto de tomar su espada cuando fue azotado por la calma de Aegon. ¿No lo permitirás? - alzó una ceja y antes de que nadie pudiera hacer nada, un rugido se escuchó , poco a poco aumentando su intensidad, hasta que los ventanales del septo comenzaron a traquetear. Uno tras otro, se escucharon cristales rompiéndose en pedazos. Del techo cayó polvo y sedimentos. Eran los rugidos de Balerion, inconfundibles, tan fuertes que hacían vibrar los huesos dentro de su cuerpo. Qué imbécil era ella que pensó que aquí adentro estaba a salvo del Terror Negro. Asustada como estaba, no se podía mover. Los lords y ladys de Poniente tampoco se atrevieron a hacerlo, además de unas pocas damas que se desvanecían entre los brazos de sus caballeros, aunque sí dejaban escapar un grito de miedo de vez en cuando. En ese momento, la voz de los Siete sobre la tierra recobró la sensatez, o quizás despertó su necesidad de autoconservación, ¿Quién sabe? e intercedió a favor del que era su sobrino. Los Hijos del Guerrero no actuarán por su cuenta. Se limitarán a obedecer las decisiones tomadas por mí y por los Máximos Devotos. - dijo el hombre que para entonces ya estaba tan gris del susto como el padre de la novia. Además... jovencito, - era claro que Visenya había querido decir mocoso - aunque no te agrade la idea de la poligamia, hacemos esto para conservar la promesa hecha a tu familia, una novia Hightower para el príncipe. Pero no te equivoques, promesa hecha o no, los Targaryen no dejarán escapar un linaje de Señores del Dragón de entre nuestras manos. - las frases que salían de su boca escapaban en un murmullo, para que aquellos fuera del círculo íntimo no pudieran captarlas - No dejaríamos soltera y sin ataduras a nuestra nueva compañera, - dijo señalándola y desviando la atención hacia Ortiga, que en ese momento hubiera preferido desaparecer - para que se enlace con otra familia que se nos oponga. Por lo que si habríamos de renunciar a una prometida, sería la que no te gustaría. Todos los Hightower quedaron impresionados por la confesión. Aun más cuando Aegon, el más político y mediador de los dos, no lo negó. Eso no será necesario. - replicó el más viejo de la familia gobernante de Antigua, viendo que el matrimonio real que tanto le había costado pactar se deshacía ante él - Los Hightower entendemos es una circunstancia extraordinaria y nos plegamos ante la situación. ¿No es así Marvin? Descolocado al ser llamado por su nombre después de tanto tiempo, el padre de todos los fieles tardó un poco en asentir - Sí... sí, tienes razón. Estas son circunstancias extraordinarias. Después de un siglo de la caída de Valyria, pensábamos que solo quedaban en Rocadragón verdaderos Señores del Dragón, y precisamente en este día aparece una nueva. Sí, - dijo como convenciéndose - debe ser una señal. Ante la respuesta más favorable, Aegon se limitó a expresar - Más tarde discutiremos nuevas concesiones. Ambos lados tranquilizados por las palabras, se retiraron a las primeras filas de los bancos para presenciar la ceremonia, a la derecha los Targaryen y a la izquierda sus prontos a ser parientes políticos. Al llegar a donde los esperaban Aenys y Alyssa, Visenya se puso a discutir algo con el príncipe heredero. No pudo prestarle mucha atención pues decidido a no demorar más, tal vez temiendo nuevos imprevistos, el Septon Supremo comenzó a oficiar la ceremonia. Hombres y mujeres de Poniente, nobles y siervos, y a todos los fieles seguidores de los Siete, hoy nos reunimos no solo para unir tres personas, - casi tartamudeó aquí - sino para presenciar un momento decisivo para la estabilidad y el futuro de nuestra tierra. Ante nosotros se presentan, no solo una forma de consolidar nuestras alianzas, sino también la oportunidad de fortalecer nuestras líneas de defensa y honrar nuestras tradiciones, tanto las antiguas como las nuevas. - el tipo tenía labia, Ortiga tenía que admitirlo - La Casa Targaryen, guardianes de la sangre del dragón, conquistaron y unificaron con valor los reinos del Ocaso y han gobernado desde entonces con justicia y sabiduría. Guiados por el deseo de paz y prosperidad, unieron lo que antaño eran territorios fracturados y en guerra. E impulsados por la llama ancestral que arde en su sangre... - a estas alturas ya estaba aburrida del discurso, aunque tenía que maravillarse por su capacidad para improvisar. El hombre era tenaz, por decir lo mínimo - En esta augusta fecha proponemos una unión doble, entre su Alteza, el príncipe Maegor, con la noble y honorable Ceryse Hightower y la incorporación de un miembro de una familia del dragón perdida, lady... - de pronto se quedó en blanco, y antes de que pudiera responder, una voz se alzó con su nombre. Es lady Orthyras. - expresó la dama Hightower, adelantándose incluso a Maegor. Ortiga se vio obligada a espiarla más profundamente cuando el Supremo Sacerdote, o lo que sea, continuó con su interminable palabrería. Aún más delicada y bonita de cerca, le parecía a Ortiga que esta chica reunía todos los requisitos que se esperaban de una fina mujer de la nobleza, e incluso con Maegor intercalado entre las dos, notaba que era más alta que ella, mucho más alta. ¡Maldición! Iba a ser ella la condenada enana de esta familia. Pocas cosas de su aspecto la enorgullecían y una de ellas era que no era tan bajita como el resto de las mujeres del pueblo llano, y mírenla aquí, una pulga entre puñeteros gigantes. Sí, tal vez ahora Maegor era más pequeño que ella por una cantidad risible, pero el niño crecería y si alcanzaba la altura de su padre... Un movimiento la distrajo. A Ceryse, el hombre que debería ser su padre, tomó de ella la capa que colgaba de sus hombros. Vio por el rabillo del ojo como Visenya se acercaba también a ella para hacer lo mismo. Por un parpadeo se tensó. Sabía de la tradición pero... ¿qué hacían los nobles con las capas de doncella? Su capa de terciopelo marrón con su hermoso ribete de raso, era una de las cosas más bonitas que jamás había tenido, pero no era por ello que la apreciaba tanto e incluso si ya estuviera desgastada y fea, no podía perderla. Casi se opuso a que se la quitaran, pero no era tan estúpida como para oponerse a Visenya. Ambos adultos se retiraron, con la reina doblando entre sus garras el tesoro de Ortiga y apareció ante ellos un pequeño paje. Traía entre sus manos un cojín con lo que debían ser dos capas envueltas. Una al lado de la otra, sus diferencias eran visibles desde el otro lado de la sala. Una estaba confeccionada con una lustrosa tela negra con patrones hilados en rojo encendido, la otra era el colmo del lujo. Un púrpura brillante que opacaba claramente a la capa más "Targaryen", con un intrincado patrón en oro hilado. Maegor pareció dudar, mirando entre las dos capas y a su familia. Luego clavó en su mentón un gesto obstinado, parecía que había tomado una decisión y no cambiaría su opinión por nadie. Tomó la capa púrpura, que por mucho lucía más cara y la extendió. Se apreció en la misma el inmenso dragón de la Casa Targaryen, bordado en hilo dorado. Esperen un segundo. Ella conocía esa capa. Un rápido vistazo hacia atrás mostró que el príncipe Aenys carecía de la capa con la que había llegado. Ja. ¿Así que era suya? No podía negar que fuese una solución rápida e ingeniosa. Era lo suficiente cara y vistosa para ser usada como capa para un novio de la realeza. El dragón de oro también ayudaba. Posterior a colocar la brillante capa sobre los hombros de Ceryse esta habló - Con este beso te entrego en prenda mi amor y te acepto como señor y como esposo. Y te acepto como mi señora y esposa - continuó Maegor antes de intentar besar a la novia. Intentar porque la novia era más alta que él y tuvo que doblarse un poco para intercambiar un beso superficial. Algunas carcajadas irrumpieron desde la parte trasera de la habitación e igual de rápido se extinguieron. Los resultados fueron igual de veloces. La novia se sonrojó de la vergüenza y Maegor comenzó a tener ese tic en el labio que lo llevaba a contraerlo una y otra vez. Con su turno fue más fácil. Quizás menos despampanante, la capa negra con bordados en rojo y el igualmente estilizado dragón tricéfalo carmesí, ondeando en ella, fue colocada y abrochada a su pecho. Se repitieron los votos. La leve diferencia de altura le permitió al novio un corto beso de piquito, sin la humillación de no alcanzar a esta novia. De manera extraña, el espasmo en su cara no hizo más que empeorar, confundiendo a Ortiga. ¿Puede que estuviera enojado por tener que casarse con una bastarda? Querer ser amigo de una era muy distinto de querer estar encadenados. Suponía que quemaba un poco más siendo él un príncipe. Aquí, ante los ojos de los dioses y los hombres, proclamo solemnemente al príncipe Maegor de la Casa Targaryen, a Lady Ceryse de la Casa Hightower y a lady Orthyras de la Casa... - el Septon se detuvo sin saber qué decir. El corazón de Ortiga tartamudeó sin saber qué nombre dar, Visenya no había cubierto esto entre las excusas que le enseñó para evadir lo que llamaba preguntas peligrosas. Y ella no conocía ningún apellido valyrio además de Targaryen o Velaryon. Pero la voz de los nuevos dioses había aprendido hace mucho a llenar los vacíos y se recuperó rápidamente - de la Casa Targaryen, marido y mujeres, una sola carne, un solo corazón, una sola alma, ahora y por siempre, y maldito sea quien se interponga entre ellos. Pese a las dudas iniciales, un fuerte aplauso estalló de la multitud y Ortiga suspiró, esperando que ya hubiera pasado la peor parte. Si supiera cuán equivocada estaba. ``` Finalmente esta enrevesada ceremonia había terminado. Maegor todavía no estaba seguro de qué pensar. Demasiados ojos observándolo, esperando de él una reacción. Era mejor contenerse, hasta que estuviera en el carruaje y lejos de los ojos indiscretos. La nueva y recién aumentada familia real salió primero del Septo. Los abucheos se habían calmado, y aunque muchos celebraban, no era la algarabía esperada para festejar su matrimonio. Aenys y su padre encabezaron el grupo para partir, dirigiéndose hacia sus dragones. Su madre les seguía de cerca. Como ya le habían explicado que tenía que hacer, se dirigió de regreso al incómodo carruaje, arrastrando tras de sí a las mujeres por matrimonio de la familia real. Maegor ¿a dónde vas? - la voz de su madre lo detuvo ¿A dónde más iría? Al carruaje. Entonces vio a Ortiga encaminándose hacia su bestia y su pecho empezó a latir más fuerte. Un dragón, podría sobrevolar la ciudad en un dragón. Tal vez no era suyo pero sí de su esposa. Del núcleo de lo que sería su familia. Su esposa, esa palabra todavía lo impresionaba. Ortiga era ahora su esposa. Tenía dos esposas, como su padre. Ven, príncipe mío. - montada en su bestia y hurgando entre sus alforjas, Visenya sacó de allí un cinto de montar y se lo lanzó - Ve con tu mujer. Maegor no necesitó que se lo repitieran. Comenzó a colocarse la faja con celeridad, mientras su segunda novia escalaba a su dragón y comenzaba a enganchar sus arneses. Vio partir primero a Azogue y luego, en un exorbitante batir de alas, Balerion se impulsó al cielo. La corriente de aire que generó, empujó a los que se encontraban demasiado cerca, arrastrándolos por el suelo. Maegor no se distrajo, su propia oportunidad de volar le esperaba. Dispuesto ya a subir al Ladrón de Ovejas, cosa que al animal desagradó pues emitió un leve gruñido seguido de un gemido, Ortiga lo detuvo. Se aclaró la garganta para llamar su atención y soltó - ¿No cree mi príncipe que se olvida de algo? ¿Olvidarse de qué? Cuando no contestó fue la misma muchacha quien respondió, extendiendo las manos y señalando detrás de él - ¿Ya sabes? Tu otra esposa. A la que por cierto, deberías ayudar a subir primero. ¿No crees? Volteó y vio tras él a Ceryse, incómoda, sin saber qué hacer y siguiéndolo de forma evidente. Mmmm, con ese vestido le costará subir. - dijo Ortiga, ahora lady Orthyras, tenía que recordar ese nuevo nombre, Orthyras - Hagamos esto, ella pone de su parte para subir. Yo le espero acá arriba y le jalo mientras tú le empujas desde abajo. Echando otro vistazo al vestido de la dama tuvo que estar de acuerdo y asintió. Tomando aire la única hija de Antigua habló, no con las palabras tartamudeantes y temerosas que había escuchado de muchas doncellas, sino con la gracia de alguien acostumbrada a dar órdenes sin titubear - Quizás sería más conveniente si yo parto como fue acordado, en el carruaje. Ustedes dos se encuentran más preparados para montar a... No, no, no, no. Esto debe hacerse así. Sube. Maegor irá al frente, tú al medio y yo detrás. Tú te sujetas de él y yo te sostengo. Esto lo debemos hacer juntos, ya sabes, por política. - y se le escapó una mueca. Ceryse se limitó a asentir antes de observar atentamente las bridas. Respiró de forma profunda e intentó escalar paso a paso sin tropezar. Era bastante claro que le costaba mucho esfuerzo y cuando alcanzó cierta altura, decidió intervenir. Poniendo sus manos donde debería estar su trasero, porque con una falda tan ancha como la suya no podía estar muy seguro al no sentir nada más que tela, empujó con fuerza hacia arriba. Un - Eep - se le escapó a su joven esposa antes de que fuera alzada hasta la montura. -Todo listo acá arriba, sube Maegor. Cuando empezó la subida escuchó - Deberías tratarlo de su Alteza, el príncipe Maegor, mi señor esposo o príncipe Maegor para abreviar. Pero no deberías tomarte esas libertades para llamarlo así. ¡Bah! Ya estamos casados, que se aguante. Además, acá solo estamos los tres. Relájate un poco y disfruta de no tener que comportarte toda fina y correcta. - continuó Ortiga mientras él subía, esta vez sin que el Ladrón de Ovejas se sacudiera intentando derribarlo - Ahora acomódate, no puedes montar un dragón de lado. ¡Las damas no cabalgan con las piernas abiertas! - genial. La primera conversación entre sus esposas y ya estaban teniendo una discusión. Esto no es un caballo, es un dragón. Necesitas toda la sujeción que puedas obtener. Por eso tienes que montar a horcajadas. - la última palabra fue casi deletreada. ¡Se me verá la ropa interior! - replicó Ceryse cuando él terminó de trepar. Mira, aquí está nuestro flamante esposo. Él montará por delante de ti y nadie verá tu ropa interior porque él la cubrirá. ¿Ves? ¿Feliz? Incapaz de discutir contra su lógica, Ceryse tuvo que ceder. Así que la primera victoria iba para la jinete del futuro. Maegor trancó los enganches y la dama Hightower se sujetó delicadamente a él. Bastó que la bestia parda extendiera la amplitud de sus alas y al primer aleteo, la delicada sujeción se transformó en un agarre mortal. Desde el suelo, vio a Alyssa boquiabierta. La Velaryon no se esperaba ser la única miembro de la realeza que se marchara en carroza, separándola del resto de los Targaryen, incluso de Ceryse. A Maegor le pareció gracioso y debió de haber sonreído sin querer, porque la caballito de mar se puso de un rojo feo que nunca había visto en ella. Incluso su marido la había olvidado en tierra y se marchó sin tenerla en cuenta. No le prestó más atención porque tenía otras cosas de las que preocuparse. Oh dioses, oh dioses, oh dioses. - sonaba como si Ceryse se aferrara desesperada a su templanza para no tener un ataque histérico - ¿Cómo controlas a esta cosa? ¿Yo? Yo no soy el jinete. - explicó mientras veía a Vhagar seguirlos en su recorrido - La única que puede controlarlo es Orti... lady Orthyras. ¿Y qué rayos hace ella allá atrás, donde no puede ver nada? - exclamó alterada, a esas alturas el pudor ya se había quedado atrás. ¡Oye! ¡Calma! - llamó su atención Ortiga - Los dragones más bien se dirigen solos. Tú quieres ir en una dirección y ellos van en esa dirección, sin guiarlos paso por paso. ¿Ves? - dijo levantando las manos. ¡No me sueltes! - Ortiga se apresuró a sujetarla de nuevo. ¿A su esposa Hightower le asustaba estar tan alto? ¿O solo perdía el decoro a lomos de un dragón? - Ya está, ya está. Solo disfrute del viaje, mi lady. Esto es seguro, nada malo va a pasar. No era con él, pero Maegor siguió el consejo. El viento que venía del mar lo refrescaba mientras que la vista que lo saludaba era increíble. La ciudad descendía desde la muralla hasta el río y la bahía en una caída. Las calles no eran rectas y claras, sino que eran interrumpidas en un patrón obvio por edificios, obligándolas a doblar, creando un laberinto que se podía apreciar desde acá arriba. ¿Sería esto un método de defensa? ¿Para despistar a un enemigo que invadiera la ciudad? En definitiva, esta planeación en la construcción, ayudaría a enlentecer cualquier invasión extranjera. Pero no dragones. Un giro completado alrededor de la urbe, siguiendo la estela de su padre y hermano, los llevó de regreso al Faro. Aenys y Aegon repitieron para aterrizar las mismas maniobras que usaron con anterioridad. En contraposición, el Ladrón de Ovejas continuó su viaje hasta un islote rocoso frente a la Isla de Batalla. ¿Qué pasa? - preguntó. Solo quiero hablar. - sus palabras sonaron gruesas, alteradas. Como si tratara de tragar algo espeso. Su madre cruzó frente a ellos, girando de forma tal que un ala de Vhagar rozó la superficie de las olas. El sol, que comenzaba a descender por el horizonte, le servía de fondo. Le hizo señas para que se marchara en paz. Solo necesitaban un momento y esto parecía importante. Bien, ya estamos aquí, ¿Qué quieres discutir? - Ceryse se mantuvo discreta y en silencio, aunque sin poder evitarlo se interponía en el intercambio. - Maegor... ¿realmente quieres esto? ¿Estar casado? ¿A qué te refieres? - tras él, su esposa Hightower se tensó. - Solo digo que aún eres un niño, no deberías cargar con responsabilidades de adulto... Se ofendió - ¡Soy casi un hombre! ¡No me trates como si fuera un pequeño! ¡No lo estoy haciendo! ¡Pero aún eres un niño y nadie debería tener el derecho de quitarte eso! - el dolor fue claro de escuchar y eso lo calló - No digo que no sigas casado. Solo que si no quieres estarlo ahora, te podría llevar lejos, hasta que te sientas listo. ¿Escapar? - dijo casi tan escandalizado como Ceryse debía verse. - No es escapar, solo es... una retirada para reagruparse. Sin que te sientas presionado para hacer algo para lo que no estás listo o no quieres. A mí me importa poco las implicaciones políticas. En el momento en que me digas: Sácame de aquí, yo te saco. Sin importar lo que piensen los demás, lo único que me preocupa eres tú. ¿Tiene sentido para ti? Tuvo que asentir - Sí, entiendo. Pero estoy listo ahora, lo juro. - su padre contaba con él e incluso si la boda original no complacía a Visenya, era su madre quién había iniciado su búsqueda de novia. Tenía un deber que cumplir para con su familia. Y no podía fallar. No podía. Está bien, si eso dices. - con la misma recobró su energía - ¿Y qué me dices tú, Hightower? ¿Quieres que te saque de aquí? -¿Yo...? - preguntó asombrada Ceryse a la vez que él hablaba. - ¿Por qué le preguntas a ella? Porque ella es también una persona y quizás esté obligada a estar aquí. O no le guste la idea de estar casada con un niño. O de estar casada contigo. O no se quiera casar, para el caso. Y como de alguna manera me colé aquí y vamos a formar esta loca relación, lo mínimo que puedo hacer es cubrirle las espaldas y ayudarla en lo que pueda. - y lanzó una sonrisa amplia - No has respondido, mi lady. ¿Qué? ¿Yo? - Ceryse aún no se recuperaba del impacto - No. Yo estoy bien. Yo quería este matrimonio. Bueno, - suspiró Ortiga pesadamente - hice lo que pude. Y de repente un gorjeo reclamó la atención de todos. Aún aferrado a los salientes rocosos de la isla donde se asentaba la fortaleza de los Hightower, Balerion se alzaba todo lo que podía, casi paralelo a la torre. Su largo cuello se extendía de forma tal que parecía una inmensa serpiente junto al blanco Faro. Alzaba y retraía sus crestas mientras repetía ese extraño sonido y miraba justo en su dirección. ¡Hijo de puta! He cambiado de idea. - pronunció Ortiga de pronto mientras observaba los cuernos que se alzaban sobre la negra cabeza. Con la luz del atardecer iluminándolo de frente, la docena de grandes cuernos que siempre se apreciaban se veían acompañadas con decenas de pequeños cuernos intercalados que generalmente pasaban desapercibidos. ¿Qué pasa ahora? - preguntó algo impaciente. - Me acabo de dar cuenta de que estaba equivocada. Muy equivocada. Este es por mucho, el dragón de un rey.
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