El monstruo ante sus ojos
8 de octubre de 2025, 12:19
Ceryse se despertó más por costumbre que por otra cosa. Siempre desconcertó a su madre el hecho de que sus ojos se abrieran cada amanecer con las primeras luces. Ella era así, le gustaba estar despierta temprano en la mañana para hacer sus actividades, mientras todo estaba fresco. Le permitía cumplir con sus funciones y liberar tiempo para hacer las cosas que disfrutaba. Suponía que ahora tendría que adaptarse a una nueva rutina.
Estaba casada. Estar casada no le hacía sentir diferente. La ceremonia ni el acto que siguió no la alteraron en nada. Si acaso, se sentía incómoda y pegajosa entre las piernas y eso era todo. La noche anterior había sido una obligación a cumplir. Una experiencia un poco... arrugó la nariz, pero que habría que repetir hasta tener un heredero en el vientre. Se preguntó si para entonces, la otra esposa de su esposo habría aceptado su posición y cumplido con su deber. Sería útil. No había encontrado satisfacción en el contacto y no esperaba que eso cambiara pronto. Su esposo era joven, inmaduro y aún no terminaba de crecer. Y por sobre todas las cosas, era claro que no tenía habilidades de dormitorio. Tampoco sabía todavía si le interesaba aprenderlas para complacer. Lo dudaba. Esa materia atraía a muy pocos hombres. Cuando quedara embarazada, con suerte más pronto que tarde, su esposo tendría que buscar alivio en otro lado. Eso sí para entonces ya aprendía a disfrutar. Anoche parecía haber sacado tanto placer como ella: nada. Pero volviendo al tema, cuando estuviera grávida y su nuevo marido buscara gozar de sus derechos, lo ideal sería que Lady Orthyras, princesa ahora por título, se hiciera cargo de esos deberes. Preferiría un hijo legítimo de otra mujer en su casa, a que esta se llenara de bastardos de sirvientas y rameras. Incluso era posible evitar que la otra dama diera a luz, simplemente suministrandole té de Luna con un sabor algo alterado. También puede que ni siquiera conociera su sabor original, viniendo ella de tierras lejanas. Aunque tarde o temprano tendría que embarazarse, no fuera a ser que alguien sospechará de sus acciones y como podría ser ella la causante de esto. No le importaba tanto que ocurriera, siempre que ya tuviera un par de hijos varones para asegurar para su linaje la herencia. Sus hermanos intentarían evitar en todo lo posible este desenlace, aunque ya era muy tarde. Tanto el rey Aegon como la reina Visenya querían a esa mujer en su familia y eventualmente sospecharían si esta no podía dar a luz a ningún niño. Tal vez sus acciones pasarían desapercibidas en otros casos, pero no lo creía posible con la reina al acecho. Conocida por su astucia y capacidad combativa, lo mejor era tener sus herederos y que luego Orthyras tuviera los suyos. Una vez más, mejor eso a que su esposo se llenará de bastardos. Esas serían manchas a un honor que ya había sufrido duros golpes el día de su propia boda.
Ver a la Visenya aparecer con una segunda novia había sido horrible. Ver a su dragón había sellado su destino. Los dragones tienen lo que los dragones quieren y no había sido tan estúpida como para creer que dejarían escapar esta jugosa presa de entre sus garras. Una nueva jinete sería una amenaza demasiado grande fuera de sus propias manos. Ella había estado a un pelo de se sustituida en su propia boda. Las consecuencias habrían sido terribles. Tenía ya veintitrés años. Su familia había contenido pretendientes y había rechazado ofertas de enlaces de otras Casas, buscando un vínculo con la familia real. Su padre estaba decidido a prosperar donde había fallado su abuelo. Había aprendido a no aspirar demasiado alto en sus ya altas expectativas. El príncipe Aenys habría sido la pareja ideal, pero el rey deseaba para él una pareja de sangre valyria, por lo que la otra opción había sido Maegor. La diferencia de edad y el temor a que se pasaran sus mejores años fértiles habían llevado a una boda temprana, lo que también era mejor para evitar que dicho compromiso se le escapará de entre los dedos.
La llegada de la recién nombrada princesa había estado a punto de lanzar casi una década de planes de su familia a la basura. De haberlo hecho y luego de haber dejado de lado tantos prospectos, sería dificil para ella encontrar un marido de igual o mayor nivel. Por lo que tendría que conformarse con un señor menor. Eso si la aceptaban. Una ruptura con la realeza llevaría a muchos a evitarle, pesé a no tener ninguna culpa. Ahora compartía marido y su estatus se había disparado. De casarse con el hijo ignorado de Aegon el Dragón, que un día cuando el rey muriera seguramente heredaría Rocadragon, había pasado a heredar la Fortaleza en vida. Era su Señora de nombre y sería oficial en tres años. En vez de integrarse a la Corte de la reina como esperaba, había sido invitada a las Procesiones Reales. Adiós aislamiento en la Isla. Y la segunda esposa de su marido fue declarada princesa. Dos príncipes elevaban el rango de su matrimonio. Le haría falta. Su boda no había terminado y sus oponentes ya empezaban a mostrar sus colmillos. Necesitaba aliados, y no los veía entre su suegra y su señor esposo. Por raro que pareciera, la que debería ser su peor enemiga se destacaba como su mejor opción. Sus hermanos estarían recelosos pero Ceryse era práctica. O se desposaban los tres o se desposaban ellos dos sin ella incluida. Y esta era una oportunidad que no se podía dejar escapar. Cualquiera esperaría que esto se tradujera en una competencia por la atención de su compartido marido, pero al parecer, la nueva jinete de dragón no estaba interesada en participar. ¡Incluso intentó "salvarla"! Era irónico por lo menos, ella preocupada por perder su matrimonio a manos de la chica y la niña intentando defenderla por si no quería la boda.
Un pensamiento algo ingenuo aunque funcionaba a su favor. Nadie quería escapar de un matrimonio con un príncipe, excepto al parecer esta mujer. Claro, las personas cambian, y lo que hoy es cierto, mañana no. Lo que era evidente era que que en este momento, la muchada no parecía muy interesada en ganar estatus o en jugarle en contra. Mientras se mantuviera así, Ceryse podría encontrar en ella una aliada, puede que incluso una amiga. Al menos mientras se mantuviera esa dinámica. Sus hemanos también podrían temer que quedara embarazada antes que ella, lo que era una preocupación absurda. La mujer ni siquiera le interesaba compartir su cama con el príncipe y contaba con la fuerza para respaldar sus pretenciones. Más importante, el príncipe Maegor prestaba atención a sus palabras.
Puede que le envidiará un poquito. Parecía que los Señores de Dragón vivían bajo sus propias reglas y era eI mundo el que tenía que inclinarse ante estas. ¿No existían practicando eI incesto y la poligamia? ¿Alquien se había atrevido alguna vez a criticarlos por ello? ¿Y sobrevivido para contarlo? Hasta su tío, el Septon Supremo, y aquellos que le precedieron sabían la verdad. Era mejor inclinar la cabeza que ser pasto de las llamas.
Bueno, era hora de levantarse para ella, y prepararse para el resto del día. Necesitaba estar presentable. Ayer, por la incertidumbre de la situación, muchos nobles habían retrasado sus regalos, de seguro esperando la reacción de Aegon. Lo más probable fuera que hoy aparecieran directamente con sus obsequios, esperando ser presentados formalmente a la nueva princesa y ¿por qué no? Ver cómo podían usarla para ganar influencia. Era seguro que nadie había preparado regalos para ella y muchos habrían realizado compras de urgencia en la ciudad para remediar esto. Al menos ayudaría a ganar más dinero para los mercaderes, lo que también beneficiaba a su familia.
Al girar la vista hacia el otro lado de la cama, donde reposaba su marido, lo más alejado posible de ella sin salir del colchón, fue recibida por dos orbes violetas.
- Oh, disculpe esposo mío. ¿Lo desperté?
Ya estaba despierto. - se expresión ya era severa y rígida - Me gusta levantarme con la salida del sol a entrenar. - pareció esforzarse por continuar hablando - No sé cual es el comportamiento adecuado a seguir pero sería incorrecto despertarla para que me diera las indicaciones para prepararme y dirigirme al patio. Como ya esta despierta. ¿Podría dármelas?
- Es el día posterior a nuestra boda esposo, simplemente deberíamos ir a recibir felicitaciones de los invitados y luego dedicarnos a conocernos y relajarnos.
- Quiero ir a entrenar, no a relajarme, haré eso de ser necesario después de mis ejercicios.
Lo correcto sería ir a recibir los buenos deseos, - intentó explicar - y después puedes hacer lo que sea.
He dicho que no. - rechazó tajante - Primero quiero un baño de agua caliente antes de salir de aquí, luego haré mis ejercicios y luego haremos lo que tú quieras.
- Si vas a entrenar después, y a ensuciarte, ¿por qué te vas a bañarías antes?
¡Quiero un baño y lo quiero ahora! - exigió - ¡Y que sea del agua más caliente que se pueda!
¡Bien! - apretó los dientes para no regañarlo como haría con sus sobrinos. Podría ser peor, pudo haber estado casada con un hombre que podría ser su abuelo y cuyos nietos se correspondían más a ella que sus hijos. Al menos este esposo maduraría con los años en vez de que se le cayeran los dientes. Acostumbrada como estaba a dar órdenes y dirigir la Fortaleza, siendo su cuñada de carácter quizás demasiado apacible, tuvo que luchar contra el deseo de responderle.
Su esposo se comportaba como un mocoso malcriado, lo que era muy probable que fuera, pero seguía siendo su esposo y no podía contestarle. No como su otra esposa. Enfadada y frustrada, se lanzó de la cama y recogió su ropa interior desperdigada por el suelo. No cubriría mucho, pero al menos le daría algo de dignidad. ¿Y si su marido la miraba mientras tanto? Pues que se adaptara. Orthyras tenía razón en ese asunto, estaban casados y esas cosas ya no deberían importar entre ellos. Atravesando la puerta de la habitación de servicio, descubrió que la jinete había cumplido su promesa y dormido en el lecho con su sirvienta en vez de echarla al suelo. Aunque tal vez solo lo hubiera hecho buscando calor, viendo las diversas mantas que se tiró encima. La noche había sido fresca pero no tan fría. ¿Verdad?
- Lena despierta, ya es de día. Necesito que me busques una túnica sencilla.
Lo voz de Lena de diez años, que ya conocía sus hábitos, se escuchó clara - Ya voy señorita. - y se revolvió hasta salir de la cama, despertando a su acompañante. Tendría que corregirla con respecto a sus nuevos títulos.
Un gran bostezo fue audible mientras su inesperada compañera de matrimonio se estiraba todo lo que podía en el colchón - ¿Ya tenemos que levantarnos? - cuando Lena abrió las cortinas dejó escapar una exclamación - ¡¡¡Por todos los dioses!!! ¡El sol aún no temina de salir!
Se cambió de un pie a otro, después de una celebración lo más normal sería levantarse más tarde, pero ¿para qué esperar? - Ya nuestro esposo está despierto y con deseos de entrenar. Le dije que primero deberíamos hacer era desayunar y recibir las bendiciones de los invitados para el nuevo matrimonio. No escucha.
¿Tan temprano? - masculló - A mí no me engañan. Ustedes son personas madrugadoras. - sacudió la cabeza - Los madrugadores son lo peor. Y al parecer los dos lo son. Maldición.
Se levantó de la cama como si le pesara mucho. Su cabello se disparaba rebelde en todas direcciones. Mientras Lena salía por la puerta del servicio, Orthyras se dirigió a la habitación principal y Ceryse la siguió. Maegor estaba colocándose sus prendas y se quedó estático al verlas.
¿Qué hay, cariño? - coqueteó con él la jinete, antes de dirigirse hacia la cama y empezar a revisar las sábanas arrugadas.
¿Qué haces? - preguntó horrorizada.
Pues buscando tu sangre de virgen para guiarme. - la princesa Orthyras admitió - Hay dos novias por lo que deberían haber dos manchas y quería basame en la tuya para hacer la mía lo más parecido. Pero no veo nada.
¡¿No eras virgen?! - su esposo sonó escandalizado desde donde estaba.
¡Si lo era! - Ceryse enrojeció avergonzada - No sé porque no hay sangre. Tal vez perdí mi virginidad montando a caballo y no me di cuenta. - la escusa sonaba débil hasta para ella. El príncipe ya la miraba desconfiado. Casi podía sentir la sospecha creciendo en él. Cuando fue a abrir su boca para de seguro increparla, Orthyras se adelantó.
Suena lógico. - Maegor la miró asombrado. - ¿Qué? Podría pasar. Y tengo noticias para ti. Yo sí que no soy virgen. Así que no esperes eso de mí. - explicó mientras se ponía las manos en las caderas.
Pesé a estar defendiéndola, las palabras se le escaparon a Ceryse - Deberías regresar con quien tomó tu honra. Si se hicieron compromisos, es él quien debería hacerse cargo.
Se hicieron promesas, solo que esta muerto. - respondió fría y amenazante. Ceryse quiso abofetearse a sí misma. Buscando pelea con alguien que acababa de salir de una guerra y que tenía el poder para deshacerse de ella. Además, mientras intentaba cubrirla. También estaba el hecho de que si su prometido y ella habían sido combatientes en una guerra y participaron juntos en campañas militares, las tensiones y urgencias vividas podrían flexibilizar un poco las normas sociales con respecto a su castidad. Las cuales, para aclarar, podrían no ser las mismas de Poniente, recordando que la muchacha era claramente extranjera. Y quizás hasta para los valyrios esto tuviera un valor diferente - Adelántate y quéjate todo lo que quieras, Maegor. Lo hice mientras no te conocía ni tenía planeado conocerte. Y para ser francos, no creo que aunque exijas que nos separen, tus padres lo acepten. - Maegor enrojeció y apretó sus labios. Entonces la muchacha sacó su navaja de entre sus botas, alzó un poco su braies y se cortó el muslo.
- ¡Por los Siete! ¿Qué estás haciendo?!
Pues, cortarme para dejar unas manchas. Supongo que alguien estará al tanto de esto y si las quieren, las tendrán. Lo mejor es hacerlo en una zona que pueda ocultar. - la muchacha se encogió de hombros y agarró renuente las sábanas antes rozarla contra su herida - Una para ti y una para mí. - y dejó caer asqueada la cobertura - ¿También te molesta que me haga una mancha para mí? ¿Debería gritar mi falta de virtud a los siete reinos, Ceryse?
Ella solo negó con la cabeza en silencio. Genial. Había logrado enfadar a su potencial aliada.
Orthyras suspiró - ¿Ahora qué hacemos? - ambos la miraron en busca de dirección. El toque suave en la puerta evitó que respondiera. Al abrir, allí estaba la pálida Lena con su túnica verde hierba en los brazos.
¡Guau! ¡Como se parece a ti! - exclamó Orthyras desde la cama.
Es una pariente pobre y huérfana, - respondió tensa - y no se me parece tanto.
La chiquilla pareció algo dolida, pero era la verdad. Su cabello era castaño claro, sus ojos se acercaban más a las avellanas, y su nariz era una copia de la de su padre. Maegor la miró con suspicacia mientras ella se colocaba los ropajes.
- Planeo salir a prepararme en mis habitaciones y dar órdenes para organizar el baño de Su Alteza y vuestra atención, princesa Orthyras.
Lo que quieras. - habló entre bostezos - Voy a dormir un rato más. - y regresó a su nido de mantas en el anexo.
Miró a su esposo antes de que este le ordenara - ¿Qué esperas? No saldré de aquí hasta que me bañe. Y no se te olvide calentar bien el baño. - la despidió sin miramientos, como si fuera parte de la servidumbre.
Oh. Ella se encargaría de que el agua hirviera.
Ya en la comodidad de sus habitaciones, Ceryse se lavó, peinó y vistió correctamente con la ayuda de dos siervas de confianza. Lena era demasiado joven e inexperta todavía para encargarse de ello. Evitó los perfumes porque era bien sabido que a su suegro le desagradaban y cada pequeño detalle para no molestar al rey contaba. Lista y preparada, regresó a las habitaciones de su marido para informarle de dónde los caballeros practicaban con sus armas. También para ver cómo le iba con su tan requerido baño y si los sirvientes se habían atrevido a obedecer su cumplimiento malicioso. Su toque fue respondido con un simple - Largo - pero ella decidió pasar de todas formas. No le había dado tiempo ni de hablar antes de negarla. Quizás era su marido, pero ella era la adulta de la relación y tendría que ponerse fuerte con él. No era una mujer sumisa y nunca lo sería.
Maegor la miró enfadado mientras se remojaba en una tina humeante llena hasta poco más de la mitad. Parecía dispuesto a frotarse la piel con la mayor fuerza posible. El recipiente de cobre se hallaba en el medio de la habitación. Los criados al parecer no se habían atrevido a cumplir sus órdenes. No los podía culparlos del todo. Nadie quería ser castigado por la realeza, aunque si se esperaba de ellos obediencia ciega. Aún así, algo la inquietó - ¿Y los asistentes que envié para ayudarte con tu baño?
- Los eché.
¿Por qué haría eso, mi señor esposo? - se acercó a la bañera, pesé a que los ojos del príncipe le indicaban que no la quería cerca. Tomó un jabón y un paño y cuando fue a acercarse, Maegor retrocedió a su contacto - Soy su esposa. Es mi deber servirle de esta forma. Así que deje de portarse así. - su novio volvió a su posición original. Bien. Príncipe o no, seguía siendo un niño. Podía ser guiado con una mano firme. Cuando sumergió uno de los paños en el agua, retrocedió con un grito. Casi se había escaldado el brazo, mientras su nuevo marido solo bufó.
- Eso te enseñará a no intentar imponerte.
Los sirvientes de su Casa habían hecho acopio de su lealtad y habían preparado el baño justo como había pedido. Que se sintiera como si estuviera sumergido en fuego líquido. Pensó que eso le enseñaría una lección. En vez de eso parecía disfrutarlo bastante y la lección se la había llevado ella. ¿Cómo soportaba estar allí adentro?
¿Qué pasa? ¿Por qué gritaste? - Orthyras entró como una tromba, dispuesta a pelear, al menos hasta ver el líquido en ebullición - Ohhhhh... agua caliente. - las frase se le escapó en un suspiro de placer. Comenzó a quitarse apresurada la ropa que traía.
¿Qué piensas que haces? - al príncipe tampoco le agradaba lo que veía - Busca tu propio baño. Este es mío.
Vamos, no seas tacaño. Comparte. - ante su ceño fruncido se burló - Anoche me querías en tu cama pero ¿hoy no me permites compartir tu baño?
No. - mientras tanto, el labio de su esposo se contrajo un par de veces.
Por favor. Por favor. - mendigó sin dignidad. Al final pareció funcionar porque su esposo comenzó a ceder - Mira, también te ofrezco un trato. No nos tocaremos. Aunque si quieres, yo te lavo la espalda si tú lavas la mía.
Maegor la miró ceñudo antes de asentir. La princesa se quitó la ropa con alegría mientras su esposo desviaba la vista y se dirigió feliz hacia el inmenso recipiente. Ceryse intentó advertirle de las altas temperaturas pero la muchacha se sumergió con una exclamación de gozo a la que Maegor se removió incómodo. El agua, ahora casi desbordante, solo produjo en ella gestos de deleite. No molestia. No dolor. Sino dicha y satisfacción.
Si manejar un dragón no era suficiente evidencia de su sangre valyria, quizás aquí había otra. Puede que no luciera como uno, bastaba con ver a los Targaryen para notar que había en ellos algo diferente, pero definitivamente compartía sus rarezas. Y pensar que par de noches imaginó que las costumbres más raras que enfrentaría a su lado sería el hecho de que los reyes eran hermanos. También las exigencias de la reina para como tratar los aposentos donde descansara la familia real. Que hubieran pocas alfombras, cortinas y tapices en sus habitaciones, que sus camas estuvieran llenas de almohadas, que no hubiera una mota de polvo allí donde se presentará un Targaryen y lo más extravagante, que las sábanas fueran lavadas constantemente y con agua caliente como para casi quemar a las lavanderas. Empezaba a sus creer que los Señores del Dragón no solo lucían diferentes en aspecto y cultura, sino que diferían en su propia naturaleza. Algo confundida, decidió retirarse para organizar la recepción formal de los regalos y también aclarar su mente. Una idea pasó por su cabeza. ¿Donde se había metido?
Regocijándose en el cálido contacto, Ortiga no notó cuando Ceryse abandonó la estancia. Su atención sólo fue captada por el ruido de tamborileo de los dedos de Maegor en el borde de la tina. Se había girado en el lugar exponiendo su espinazo a ella y no pudo evitar bromear - ¿Andas muy urgido porque te lave la espalda?
- No.
Era un chiste, mocoso. - tomó el trapo y el jabón que Ceryse abandonó y olfateó. Pensó que sería imposible pero esta pastilla era incluso mejor que la de la mismísima Visenya. Ah, podría adaptarse a vivir rodeada de tanto lujo. Tocó suavemente el hombro de Maegor - ¿Ya te puedo frotar la espalda? ¿Lo hago suave o te arrancó el pellejo como lo estabas intentando? - señaló su piel enrojecida - Vamos, habla, di lo que piensas. Aquí no hay nadie más que nosotros dos.
Solo se encogió de hombros. Como no podía ver su cara, Ortiga decidió que lo haría como le gustaba a ella. Ligeros círculos suaves que empezaban desde sus hombros que descendían lentamente. Entre eso y la temperatura, ella caía relajada como en un hechizo. Lo mismo pasó con Maegor. Su cuerpo perdió la rigidez y su cabeza cayó hacia delante mientras Ortiga enjabonaba sus lomos. Era una espalda musculosa, aunque suponía que tenía sentido. Las marcas de pequeñas y medianas cicatrices que se apreciaban en sus brazos desde su punto de vista, eran prueba de que llevaba entrenado mucho tiempo. Un moretón en su hombro destacaba. - ¿Qué pasó acá?
Nada, - se sacudió - entrenamiento.
Lo dudaba. La mancha era de un color rojo vino y no tenía otras así. Y aunque posible, era poco probable que le pegarán en un combate entre el cuello y el hombro. Aunque ¿qué sabía ella de entrenar con espadas? ¿Quizás fuera normal? Lo dejo ir.
Mi turno. - se dio vuelta y solo cuando se sumergió de nuevo fue que Maegor giró. Dudó unos instantes antes de repetir sus acciones. Ah, ya lo decía ella, mágico. Era una lástima que muy pocas personas se atrevieran, y menos aún disfrutaran, de temperaturas tan cálidas como esta. Su padre le explicó que ni siquiera los sirvientes más fieles se atrevían a meter sus manos en su agua cuando elegía bañarse a gusto.
Ortiga. ¿Puedo preguntar algo? - tan relajada estaba que casi se pierde que le hablaba, solo pudo contestar con un Mmmm - Se que no siempre es así, pero en ese sentido me han contado que el pueblo llano es más libre y ... - ¿adonde quería llegar? Maegor no era muy parlanchín para darle vueltas al asunto - El hombre con el que estuvistes antes. ¿Te gustaba?
No, yo lo amaba. Lo que es una cosa muy distinta. - tan, pero tan distinta - No te preocupes por él, Maegor. Realmente está muerto.
Pensó que el tema sería dejado de lado pero no - ¿Cómo era?
Casi se le cerró la garganta con la pregunta - Era amable y divertido. Podía hacerme reír en las peores situaciones. Y le encantaba bailar conmigo aunque era terrible. - se detuvo a pensar en él - Quizás no tenga tus finos rasgos valyrios pero tenía una cara bonita. Lucía casi tan suave como tu hermano, solo que era moreno. - admitió.
- ¿Y te gustaba que fuera así? ¿Suave? ¿Pensé que a las chicas les gustaban los hombres fuertes?
- No. Alguien suave es mi pareja ideal.
Maegor se detuvo sin decir nada, y luego solo continuó rozando su espalda mientras Ortiga se lavaba el frente. Que manera de matar el ánimo alegre que sentía hace apenas un momento - Creo que terminé. - no le interesaba la idea de seguir retozando en el agua. Al levantarse quedó claro que el príncipe se había tapado los ojos con las manos. Esto al menos le sacó una pequeña sonrisita. Se envolvió en un paño de lana, la mejor en la que se había envuelto en toda su vida. En serio, estas cosas deberían servir para ropa, no para trapos de secarse - Ya estoy cubierta. Ahora, de regreso a mi problema original ¿Con qué me visto?
Esto obtuvo una rápida reacción de él - ¿No te sirve mi ropa?
- No te puedo seguir quitando tu vestuario. Ensuciaré tus cosas y entonces, no tendrás nada que usar.
No me importa que la uses. Si se ensucia, simplemente los sirvientes lavarán las túnicas y ya tendremos algo más para ponernos. - dijo desdeñoso - Prefiero que uses lo mío. - se paralizó recordando que Ceryse habló de organizar su cuidado - No te atrevas a usar nada que te den estos Hightower. ¡Me oyes! - exigió enseguida. Ella solo pudo negar con la cabeza. No lo haría.
- No soy tan tonta. Lo más probable es que me echarían escorpiones en mis cosas.
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La mañana despuntaba tranquila y aunque habían restos de humedad en el aire, un raro viento que soplaba desde el norte aliviaba el bochornoso calor. El patio de entrenamiento estaba bastante lleno ya que según todos, el príncipe Maegor estaba dando un espectáculo para sus novias.
Antes de terminar acá habían tenido un frugal desayuno, que Ceryse consideraba inadecuado para el día posterior a su boda. Maegor había bufado con desdén a sus palabras, pero no dijo nada que interrumpiera sus bocados. Orthyras miró la interacción sin interrumpir, como si ella no tuviera nada que ofrecer a la escena, y se zampó todo lo que cayó en su bandeja con deleite y sin criticar la sencillez de su elaboración. Luego, dicho príncipe había desaparecido. Cuando reapareció, Maegor ya estaba armado con su propio equipamiento para prácticas, nada elegante o sofisticado sino utilitario, enviado aquí con anterioridad. La reina conocía a su hijo, y bien sabía que ni su propia boda lo apartaría de su rutina de entrenamiento. Así, vestido con su ropa acolchada y su escudo, Maegor había comenzado una secuencia de ejercicios para calentarse y luego practicar sus movimientos con la espada. Mientras sus novias observaban todo desde un pasillo alto.
Justo como Ceryse planeado, poco a poco fueron apareciendo sus sobrinos y algunos primos. Ningún otro niño noble estaba despierto a esta hora, por lo que solo ellos compartirían el honor de entrenar con el príncipe y de esta manera fomentar cercanía de su familia con él. El hecho de que ninguno hubiera esperado levantarse a horas tan intempestivas fue lo que motivó su mal desempeño en el entrenamiento. O eso se dijo Ceryse. Medios dormidos como estaban, los primeros en intentar practicar con él fueron derribafos en un par de golpes y sin mediar palabra. Maegor se limitó a seguir ensayando a solas, como si eso fuera mejor que probar con alguien por debajo de su nivel. Los chicos eran chicos y esto motivó a los mayores a desafiarlo. No salió mejor.
En estos momentos, uno de sus primos, de casi diecinueve años, se encontraba retrocediendo ante las embestidas de Maegor. El maestro de armas y un par de miembros de la Guardia Real, que originalmente se encontraban ejercitándose por su cuenta, habían abandonado cualquier otro interés que no fuera en el enfrentamiento. Así como habían hecho la mayoría de criados que pasaban por el área. Su primo, que recientemente había ganado un torneo de escuderos, se había confiado luego de intercambiar un par de choques. Maegor lo había tomado a él más en cuenta, luego había aprendido y ahora lo abrumaba. Compartiendo la altura aunque no el peso, y teniendo que cargar con un escudo, de seguro la mayoría de Faro pensó que el hijo de Aegon estaría agotado. No fue así. Un toque lateral garantizó la victoria del partido justo cuando su hermano se acercaba desde el otro lado del pasillo.
Los Siete me bendicen con la visión de dos damas tan hermosas esta mañana - lanzó su hermano con tono más juguetón, tan alto que incluso Maegor lo desvió a verlo antes de que continuar con su práctica en solitario. Con sus rizos bien peinados, su armadura de plata reluciente y su sonrisa despampanante, cualquier otra dama hubiera batido sus pestañas ante el comentario. Orthyras no. Frunció el ceño y miró hacia atrás antes de preguntar.
- Disculpe. ¿Se refiere a nosotras?
Sin perder el ritmo ni la sonrisa, Morgan contestó - Por supuesto que sí. ¿De quién más podría tratarse?
Con una mueca, la recién nombrada princesa le respondió - Entiendo lo de tu hermana... ¿pero yo? - lo observó de arriba a abajo - ¿No piensas que es muy temprano para estar bebiendo? ¿O quizás no has dejado de beber desde anoche? ¡Ey! - llamó a una sirvienta que pasaba por allí. La criada la miró a ella buscando confirmaciónde si quería que la obedeciera. Ceryse cabeceó - Tráeme dos copas de agua. Una para mí que tengo sed - le explicó a su hermano - y otra para usted, que la necesita para salir de ese estado de ebriedad.
No estoy borracho. - La atractiva sonrisa de su hermano se deslizó un poco - ¿Acaso cree incierta mis palabras acerca de su encanto, princesa? - murmuró con dolor.
Orthyras lo observó sin dar respuesta a su elogio. Solo se inclinó hacia Ceryse y dijo - Si no puedes moderarse, tu hermano no debería usar polvos para la nariz.
Ceryse no pudo, ni quiso, controlar su modesta risita. No sabía qué tramaba Morgan, pero la dama no caería a sus pies con la facilidad a la que estaba acostumbrado. Además, ¿qué hermana dejaría pasar la ocasión de meterse con su hermano?
No estoy... no estoy... - su hermano abría y cerraba la boca como un pez recién pescado.
Como mi nuevo cuñado, toma mi consejo. - Orthyras le dio unas palmaditas en el brazo - Quizás crees que puedes controlarlas, pero al final, las especias te controlan a ti. - Esta vez, la risa de Ceryse fue larga y ruidosa. Oh, el día mejoraba. La princesa estaba barriendo el piso, como dirían sus siervas, con su hermano problemático y sobreprotector. Le encantaba. Cuando la criada regresó con el agua fue ella quien bebió de la copa de Morgan para calmarse.
Debería regresar a sus aposentos hasta que se le pase la borrachera , Lord Hightower. - Despedido de forma algo condescendiente, su hermano se sonrojó - Ven, Ceryse. Nuestro esposo parece que está usando a alguien como muñeco para entrenar. - habló Orthyras mientras le ofrecía su brazo como hacian algunos caballeros. Parecia que ya no le guardaba rencor por su discusión más temprano.
Al mirar, Ceryse se dio cuenta de que su primo había vuelto por la revancha y en esta ocasión, Maegor no lo estaba llevando suave. Golpe tras golpe, bloqueó todos sus ataques y en el momento en que bajó un poco la guardia lanzó una estocada que lo desarmó. Uy, eso sería una paliza para su ego. Un niño de trece años venciendo con tanta facilidad a alguien que esperaba ser caballero. Su primo salió de allí furioso ante los aplausos a su alrededor. El príncipe no los reconoció y siguió en sus asuntos.
¿Así que el muchacho se siente un prodigio? - escuchó decir a Morgan - Veamos cómo actúa contra un hombre de armas de verdad.
Él no estaba sugiriendo lo que Ceryse pensaba ¿verdad? Se quedó plasmada al ver a su hermano descender al patio y requerir un arma de entrenamiento.
¿Así que a su Alteza no le agrada enfrentarse a escuderos, verdad? - Morgan apuntó su espada de madera a Maegor, desafiándolo - Veamos cómo le va contra un caballero.
Maegor levantando su escudo y preparándose fue toda la respuesta que recibió. Lanzó una finta que no engañó a Maegor. Golpeó y volvió a golpear. Nada. El mocoso se mantuvo en el lugar. Trató de rodearlo, buscando que el niño lo persiguiera en un intento de agotarlo más rápido. No funcionó. El príncipe permanecía plantado en su posición, sus pies firmes en el suelo, siguiendo sus movimientos. Hizo llover una lluvia de estocadas sobre él, la mayoría las bloqueó con su escudo, usando su espada para desviar los intentos más suaves.
¡Eso es lo mejor que tienes! - dijo, tratando de fustigarlo - ¿No estabas hace un momento aburrido por enfrentarte a simples niños? - permanecía frío - ¿Ahora que te enfrentas a un hombre no te atreves a moverte? ¡¿Acaso el príncipe es un cobarde?! - gritó para que todos lo escucharán. Quizás si no podía convencerlo de atacar los abucheos de los demás lo harían por él. Igual no funcionó.
Impacto tras impacto, Maegor permaneció inmóvil como una gárgola. Fue él quien sintió el peso de su armadura y el haber llevado la ofensiva hasta ahora. Su frustración por la postura defensiva y nada abierta del niño empezaba a ser evidente. Desde su posición, su hermana lo observaba horrorizada. No acostumbrada a los tratos bruscos, debió estar sorprendida y no de forma grata por sus palabras. ¿Y cómo se sintió la princesa Orthyras con intercambio? Desvió la vista hacia ella. Grave error.
Lo primero que sintió fue la embestida del escudo. Con un ataque bien posicionado, Maegor pudo haber salido victorioso. No lo hizo porque quería sangre. Podía verlo claro como una arroyo de las Marcas Dornienses, su rabia era fría y metódica pero era rabia. Atrapado con la defensa baja, fue obligado a retroceder. El príncipe pasó directamente a la ofensiva. Estoque. Asalto. Parada. No dejaba que los pies de Morgan se asentarán en el resbaladizo suelo, que ganará tracción. Cada porrazo de su espada de madera le resonaba en los huesos, una vibración tan fuerte que la sentía hasta en los dientes. El niño usaba su ira para ganar fuerza sin bajar sus defensas. Cada golpe de su espada era un impacto que le impedía recuperar el equilibrio. Y cada movimiento era brutal, eficiente, destinado a matar. Su maestro de armas es el caballero más letal de los siete reinos, pensó, y lo entrenó bien. Su avance no cesaba. Perdía terreno contra su impulso. ¡Guerrero protégeme! ¡No puedo estar perdiendo contra un niño! Pero era la verdad. El violeta de su iris estaba encendido y era todo lo que podía ver. Paso lateral, estocada, zancada, bloqueo. El sudor le corría por la espalda mientras intentaba no dejarse aplastar. No le daba tiempo a nada más que a defenderse. El escudo le volvió a impactar desde la izquierda, así de cerca ya estaban, cuando Magor barrió con el extremo delantero de su espada sus piernas. Nada pudo detener su caída al fango. Entonces vio su fin. Maegor, habiéndose librado de su escudo, usó sus dos manos para sostener la empuñadura de la espada. Su arco fue más amplio. De haberse estado de pie lo hubiera contrarrestado pero no lo estaba. Solo podía ver descendiendo lentamente el tajazo. Le iba iba a arrancar la cabeza. Por suerte esto era sólo una práctica. Porque la colisión, lanzada a l altura de su hombro, la sintió subir y bajar por su brazo. El empuje lo revolcó en el húmedo suelo. Su armadura embarrada por todas partes. De ser esta una pelea real estaría decapitado. El silencio en el patio se lo confirmó.
Eres un monstruo. - se le escapó de la boca. Apenas un mocoso de la edad de sus sobrinos y ya era capaz de esto. ¿Cómo sería cuando creciera? Sería una amenaza para cualquiera que se interpusiera en su camino o lo hiciera enfadar. Si lo que dijo lo molestó, no hubo evidencia de ello. Su cara tenía la misma expresión de menosprecio que había llevado mientras derrotaba a sus parientes - ¡¿Te crees mejor que todos nosotros?! ¡¿Eh?! - habían enviado a su pobre hermanita con este animal.
Maegor bufó, para entonces ya comprendía que esto era la mitad de su vocabulario - No me creo. Algunos pueden mejorar y algunos no. Algunos tienen potencial. Lo que si sé es que soy mejor que tú. - y lo dejó en el piso. Un sirviente lo esperaba con un paquete envuelto que dejó caer de sus manos. Ya retirándose una voz detuvo a todos en donde estaban. El rey acudía desde otra esquina hacia el terreno.
¡Maegor! - Aegon el Conquistador se escuchaba furioso - ¿Se puede saber que es esto?
Padre. - el príncipe sonó entre orgulloso y desconfiado - Estaba en medio de un combate de entrenamiento y he vencido a lord Hightower, un caballero. - señaló su armadura de los Hijos del Guerrero.
Puedo verlo. - no había alegría en su tono, solo desaprobación - ¡Qué admirable demostración de fuerza! Pero... ¿qué ganas con ella? ¡¿Dime?! - Maegor saltó como si hubiera sido azotado - Morgan es tu cuñado y lo estás tratando de esa forma. ¿Como se te ocurre?
- Solo era entrenamiento, pa...
¡No me contestes! No tienes ningún derecho de tratarlo así. ¿Quién crees que eres? Humillando a un aliado de esa forma en vez de estrechar lazos con él. No eres más que un niño agresivo con una espada. Es por eso que todos prefieren mantenerse alejados de ti. - Maegor miró a su alrededor. Los rostros estaban en su mayoría llenos de desaprobación. Incluso rechazo abierto. Eres un monstruo, Morgan había dicho. Ortiga le había contado lo mismo. Que en un futuro todos lo verían así. No lo había querido creer. Incapaz de soportar lo que su padre le decía y aún más aterrado de ver el reproche desde el pasillo donde andaban sus novias, bajo la cabeza. No pudo evitar abrir y cerrar los puños en medio del castigo verbal que recibía - Siempre te portas de esa forma, comportándose como un salvaje sin modales en vez de un niño educado con lo mejor de lo mejor. ¿Por qué eres así? ¿Acaso tú madre no te crió bien? ¿Por qué no puedes ser como tú hermano? Aenys es popular y educado, encanta a todos a su alrededor. No como tú. Actúas como un animal rabioso la mitad del tiempo, sin control y sin diplomacia. ¿Piensas que así gobernarás correctamente Rocadragón? Ser un Señor es más que saber empuñar una espada y menos humillar a la gente por debajo de ti. - el rey se inclinó más cerca de él. Ni un murmullo interrumpía sus palabras, solo un rugido a lo lejos - Esto no es un regaño, príncipe Maegor, es una enseñanza. No todo en la vida se gana con fuerza bruta, tienes que aprender paciencia, madurez e inteligencia. Pero quizás no tengas la capacidad para entender eso. - bufó, tan parecido a sus propios gestos que Maegor se retorció por dentro. ¿Quizás estaba a destinado a ser una versión defectuosa de su padre? - Ya eres mayor para seguir con tu comportamiento inmaduro. Pronto estarás cargado de responsabilidades. ¿Tendrás realmente lo que se necesita para gobernar con justicia?
Su padre volvió a estar recto. Su crítica concluida con su silencio. Sin querer presenciar la condena que habría en los rostros de todos, incluso del más humilde servidor, Maegor se marchó corriendo. Su madre siempre le había dicho que era indigno de un príncipe correr, pero no podía permanecer acá, después de esto no podría caer más bajo.
Cuando salía por una puerta en su carrera, Ceryse se acercó al rey y a su hermano, que había presenciado la conversación de cerca.
Gracias por defender a mi hermano, Majestad. - Ceryse se inclinó en una graciosa y elegante reverencia. Con estas palabras Aegon demostraba que pesé a su regalo, su hijo menor no estaba en su gracia, y puede que cubriera la vergonzosa derrota de su hermano. Todos hablarían de lo que el rey pensaba del príncipe y no de como Morgan había perdido, esperaba.
Aegon la miró de reojo - No te preocupes Ceryse. Mi hijo debe aprender a comportarse y me encargaré personalmente de que se haga. - los bramido de un dragón se escuchaban más cercanos. Aegon miró hacia atrás. La nueva jinete tenía la mirada negra que había tenido la noche anterior, centrada en él. Su rostro estaba desprovisto de toda emoción, pálido y quieto, pero sus manos se aferraban en garras al muro desde donde se asomaba. Separados por la distancia, se notaba que la joven disentía de su forma de actuar y no estaba dispuesta a respaldar sus acciones. Cuando su dragón apareció sobre sus cabezas, girando alrededor de la torre, ella se marchó. Desde una estancia diferente, sin ninguna cercanía y en un pasillo superior, su obligación de inclinarse ante él era ínfima, siendo este ambiente menos formal. Aún así el mensaje estaba claro, no le importaba su posición política o le interesaba ganar su favor. Rey o no, desaprobaba su comportamiento y no temía darselo a conocer. Puede que tuviera que tener más cuidado, alguien sin ambición de poder era tan peligroso como alguien codicioso, más si tenía la fuerza para respaldarla. Tan acostumbrado estaba a ser ciegamente obedecido, que no esperó encontrarse con alguien que todavía tuviera conciencia. Ojalá la maldición de anoche estuviera equivocada y no fuera esta chica una nueva Visenya.
Esperemos que mi esposa tampoco se enteré de esto, pensó con una mueca. Ya estaban en malos términos, pero una cosa era eso y otra era echarle leña al fuego. ¿Cuáles son las probabilidades de que Visenya descubra lo que pasó? Pues estaban en su contra. Quizás era él el que tendría que aprender a practicar algo de autocontrol.
Marchado Aegon con su Guardia Real a rastras, el movimiento regresó poco a poco al patio. La mayoría discutía la actitud del monarca con su hijo menor. Era claro que no se oponía a desairar al segundo príncipe en público. Los rumores de cómo era dejado de lado en comparación a su hermano no podían ser ignorados aunque muchos no esperaron enfrentarse a esto de forma tan obvia. Era mejor respaldar las acciones del rey si se quería ganar una recompensa o demostrar lealtad. Apoyar al príncipe humillado, no importa su cercanía a través de él a la familia real, era riesgosos y no ayudaba a los interesados en beneficiarse de la Corona.
El príncipe no nos servirá para acercarnos al rey. - dijo Ceryse a su hermano que negaba la cabeza asustado ante su proceso de pensamiento. Ella ya estaba en la familia real, pero el verdadero poder residía en el trono. Si ella quería seguir escalando en posición, un príncipe Targaryen desfavorecido y sin dragón no la ayudaría mucho. Quien sabe como la reina Visenya presionó al rey para entregarle la Fortaleza ancestral de su familia, pero era claro que no fue un acto de amor paternal. Lo lamentaba un poco por su joven esposo pero si quería ganarse el favor de Aegon tendría que mantener una distancia de él. Al fin, era solo un príncipe segundario para el asiento desde donde se gobernaban los siete reinos.