ID de la obra: 941

Sangre y fuego y otras magias extrañas

Het
NC-17
Finalizada
1
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579 páginas, 308.987 palabras, 45 capítulos
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Quien te protege la espalda

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Este día había tenido tantas subidas y bajadas que Alyssa estaba mareada. Más aún de lo que se había sentido la única vez que su esposo la intentó llevar a pasear en su bestia. Alyssa no lo había disfrutado, para nada. Los Velaryon nacieron para navegar las aguas, no los cielos. La que todos llamaban la gentil Azogue tampoco le había agradado. Los animales no eran precisamente limpios, ninguno. Pese al corto vuelo, se le quedó pegado la peste a dragón en el cuerpo. Necesitó un par de baños para quitárselo y muchos de sus mejores aceites aromáticos. No había estado muy feliz. Si tenía sangre de señores del dragón, no había pasado muy fuerte a ella. Después de todo, la última Targaryen en su familia fue la abuela de su padre. Pero al final, Alyssa se había contentado con quedarse en el suelo y ver disfrutar a su esposo de sus vuelos. Un dragón era el arma definitiva. Aegon el Conquistador lo había demostrado. Un poco de esfuerzo y todo un continente había caído ante él. Y el otro hijo del rey Aegon no tenía ninguno. Un alivio en su pecho. Todo se había ido a la mierda en un solo día. Visneya había aparecido con una segunda novia para su hijo. Y esta traía su propio dragón. Un bicho horrible del color del barro, y grande, muy grande. Más que la montura de su marido. Hasta allí llegó su ventaja. Ahora tenía verdaderos motivos para que no le agradará el animal de su pareja. No solo era molesto y apestoso, Aenys casi siempre tenía su olor atrapado en él, sino que no tenía la fuerza para enfrentarse al dragón de Maegor. O de su esposa, era lo mismo. Empeorando todo tan pronto como se había levantado, cerca de la media mañana, había ido a entregar el regalo en el que había puesto tanto esmero. Le serviría lo mismo a Ceryse como a la tal Orthyras esa. No correría como los demás miembros de la nobleza. Todos desesperados por no dejar a una de las novias sin regalo. Era impropio e indigno. Ella entregaría el que tenía y ya. No tenía que buscar ganarse el favor de ninguna de las dos, ni temía enfrentarlas. Ella era la esposa del príncipe heredero, ellas, las de un segundo príncipe. El repuesto que ni siquiera le agradaba al rey. ¡Y tenían que compartir su posición con la otra! Todo lucía como había esperado. Ceryse siendo inteligente, captó rápidamente el simbolismo. Hija de una princesa, entendía perfectamente que esa corona no estaba destinada a ser usada. Pasó de forma rápida el presente a su hermana - esposa. Esta no dudó en colocarlo sobre su cabeza, consciente de algo que la misma Alyssa no sabía. ¡Aegon la había declarado princesa de la familia! Ese descuidado intento de dama nombrada princesa. Con el derecho a portar tantas tiaras como quisiera sobre su muy despeinada melena. ¡Tenía que ser una bastarda de Aegon! Era la única explicación. Por ello Visenya estaba tan contenta de unirla a su hijo. Le habían arrebatado una sobrina para hacerla esposa de su engendro, entonces le había conseguido a su media hermana. Pero ¿de dónde sacó el dragón? Alyssa se había mordido el dedo por esto, una mala costumbre que desarrolló para evitar comerse las uñas. Una lady correcta no debería tener las manos de una peladora de tubérculos de las cocinas. Luego desechó la duda. De seguro lo tenía de donde estuvo escondida todo ese tiempo. No se creía nada su historia. Era una bastarda maleducada y sin el menor tinte de ser criada en la nobleza, de eso estaba segura. No se atrevió a discutir el tema con el bondadoso Aenys. Por un lado jamás aceptaría que su padre tuviera una amante y traicionará a su madre. Lo que ignoraba era que Aegon tenía dos mujeres. Fácil pudo haber tenido tres. La tercera siendo bronceada y vulgar. Por otro, jamás se atrevería a sugerir que el Conquistador tendría un bastardo de sus entrañas. No podía discutirlo con su padre que se hallaba en Desembarco. Cumplía su deber protegiendo la ciudad como el Lord Almirante, mientras los reyes con sus dragones se encontraban aquí. Su tío Corlys no le fue de mucha utilidad. Demasiado leal al rey. La miró como si hubiera sugerido que se tirará a un caballo cuando le preguntó si Orthyras era bastarda del monarca. Era un día triste cuando no podías contar con tu propia familia. De ahí en adelante, las cosas mejoraron un poco. Los chismes sobre como Aegon había humillado a su hijo menor, tratándolo como el salvaje que era, habían inundado la torre. Los rumores se esparcieron más rápido de lo que haría el agua en una cala en el apogeo de la marea alta. Para el monarca, el niño que le dio Visenya estaba por debajo de, no un heredero, sino un simple hijo de uno de sus Señores. Sí, era un Señor rico pero ni siquiera era uno de los de las Grandes Casas. Que insulto más delicioso. Había dejado claro que Maegor valía casi menos para él que el segundo hijo de un lord. Casi quería brincar emocionada como una chiquilla. Luego, le había confiado una tarea a Aenys, porque por supuesto ¿en quién iba a confiar más que en él? Su esposo le había avisado, siempre pensando en ella, y ella le había dado su bendición. Que su viaje fuera plácido y que complaciera a su padre. Luego, había ido a reunirse con su suegro. Era bueno que las personas vieran como se interesaba por las interminables sesiones de audiencias reales. Después de todo, era la futura reina y todos deberían ver lo mucho que se preocupaba por su gente ¿no? Así que mientras intentaba no aburrirse, simulaba atención mientras espiaba por una ventana. De repente vio a las nubes arder. Rojo como nunca había visto estalló en el cielo, seguido de minúsculas llamaradas blancas. Solo podía significar una cosa. ¡Esa vulgar ramera estaba retozando con su marido en el aire! Y viendo que la oportunista de Ceryse estaba también presente aquí y sin rastros de su esposo, significaba que quizás estuviera en el cielo también. Sola o acompañada de su marido, ella no dejaría que la trepadora vestida de hombre intentara congraciarse con su Aenys. Menos el tosco de Maegor. Alyssa sonrió. Habia una forma muy fácil de eliminar el problema. Y conociendo el temperamento de su padre político cuando se trataba de la estirpe de Visenya, encender la mecha fue lo más sencillo del mundo. Oh, Aenys está jugando en el cielo. - dijo como si se le escapará, no tuvo que fingir alegría cuando ya la sentía. Frunció conscientemente el ceño - Eso es peligroso. No entiendo cómo los príncipes se atreven a jugar así con mi querido esposo. - un comentario casual, que no sugería nada malo. Nadie podría culparla de azuzar al rey contra ellos. Aegon abandonó todo lo que hacía para asomarse por el ventanal. Vio la rigidez de su cuerpo, la tensión de sus hombros, el como apretaba el marco de la ventana. El rugido de Balerion hizo brincar a todos menos a ella. Si la sorprendió, pero fue una sorpresa buena. Lordragon estaba enfadado. Encantador. Tan encantador. O lo hubiera sido de no ser por ese cretino de Orys. Siempre interponiéndose en cada plan que tramaba un Velaryon. Calmando la situación, el muy imbécil. Eso los había llevado hasta acá y Alyssa no podía estar más furiosa. El festín posterior a la boda era igual de grandioso que el primero. Los Hightower hacían gala de su riqueza y se presentaban los platillos más exquisitos para el paladar. El sonido del jolgorio debía escucharse hasta la ciudad. El rey, había ocupado la posición que le correspondía a la cabeza de la mesa. Solo que a su derecha se sentaba el bastardo de su medio hermano. Lord Manfred Hightower había cedido a la petición del gobernante para que su "más antiguo amigo", Alyssa quiso poner los ojos en blanco, se sentará junto a él. Por ello se corrió su asiento más hacía el lado diestro. Empujando a Aenys hacia casi a la esquina y a ella directamente allí. ¡¿Cómo se atrevían a arrinconarla de esa forma?! Más cuando Maegor ni sus esposas compartían dicha posición. El príncipe estaba sentado entre ambas novias. Ceryse aprovechó la consecion de su padre para tomar uno de los asientos centrales y colocarse al lado del rey. De seguro un plan de su familia para que ganara más influencia mediante una relación más cercana al soberano. Lo único aceptable de todo esto era ver a la reina Visenya desterrada a una esquina. A la izquierda de todos. ¡Ah! El placer de verla caer. Aclarando su voz, Aegon levantó su copa - Señores de Poniente, tengo que dar más noticias importantes. Espero que sirvan para aumentar la gloria de la dinastía y asegurar el futuro de sus descendientes. - cada hombre en la sala emitió aplausos y aclamaciones - Como bien sabrán, el príncipe Maegor y su hermosa esposa - dijo lanzándole una mirada aprobadora a la Hightower a su lado - lady Ceryse, se unirán a mí en los Cortejos Reales a través del reino. Fue la gente del Dominio la que principalmente celebró este hecho, además de la propia servidumbre de la Fortaleza. Es mi alegría informarles que el príncipe Aenys y su esposa regresarán a Desembarco del Rey - ¡¿Qué?! ¡¿Por qué iba a apartarlos de su lado?! ¡Eso le daría a la esposa de Maegor la oportunidadde clavar sus garras en él! - a hacerse cargo de nuevas responsabilidades. - eso la detuvo. ¿Cuáles responsabilidades? La pregunta de Alyssa parecía ser llevada por cada persona en la habitación en la punta de la lengua - Lady Alyssa, con las indicaciones debidas, se hará cargo del funcionamiento interno de la Sede del Trono de Hierro. ¡Oh, por todos los Siete! Que noticia tan maravillosa. La paciencia de Aegon al fin había sido colmada y Visenya perdía cada vez más poder. Alyssa también podría corregir el adusto sentido estético de Visenya. Tan pocos adornos había en Fuerte Aegon, cuando los Targaryen guardaban entre sus tesoros incontables tapices y alfombras finas. Cosas que solo cogían polvo y se pudrían, guardadas y olvidadas. Ya estaba llena de ideas. Llenaría el fuerte de flores. Para calmar o rebajar la nauseabunda fetidez de una ciudad sobrepoblada como era la capital. El rey le agradecería personalmente sus mejoras en la capacidad administrativa. Aplicadas justo como le enseñó su madre, que gobernaba Marcaderiva con una vara de hierro. Ya sabía dónde podría ahorrar moneda. La reina, frugal como era, también tenía gastos excesivos en algunas de sus excentricidades. Las lavanderas se lo agradecerían de todo corazón. Quizás hasta las que ciertamente eran espías de Visenya se pasarán de su lado. Alyssa además eliminaría a los sirvientes del todo leales a la reina. Identificados tenía a unos cuantos y no confiaría en ellos si se hacían pasar por cambia capas para ella. Mientras tanto, mi hijo Aenys, bajo el ojo vigilante de mi mejor amigo y consejero, Orys Baratheon y la reina Visenya - ¿no hay halagos para tu esposa? La felicidad de Alyssa solo creció - empezará a tomar parte en la dirección del gobierno. Como príncipe heredero, un día el gobernará los Siete Reinos. Espero que esto le sirva como instrucción para el peso de las obligaciones que un día estarán sobre él. La sala estalló en aplausos una vez más y Alyssa casi flotaba por el aire. Puede que tuviera que compartir un poco el poder con Orys y con Visenya, pero su esposo se encaminaba a superarlos. No importaba. Tanto Aenys como ella brillarían en su cometido. Para cuando el rey regresará de su viaje, estaría convencido de que su hijo y su nuera no necesitarían la supervisión de nadie más. Que Maegor y Ceryse se quedarán acompañando al monarca no le preocupaba tanto. Era para "entrenarlos". No pudo evitar reírse de esto. Ceryse, de veintitrés años, necesitaba instrucción. Mientras ella, de dieciocho, gobernaría sobre el palacio de la justicia de todo Poniente. Ahora si se sentía como una reina y agradeció vestirse para la ocasión. Más cuando todos tenían sus ojos puestos en ella y Aenys. Su vestido azul mar, enterizo y discreto como le había ordenado su suegro, tenía dibujado en su escote filigranas de las olas. Nadie olvidaría el valor de los Velaryon para el reino. Como joyas, tenía un collar sencillo y una cinta para el cabello hecho de las perlas más blancas que pudo encontrar. Pudiera no tener el derecho a portar una corona todavía, pero se aseguraría de que todos supieran que un día llevaría una, colocando la cinta en su peinado en forma de tiara. La poco agraciada Orthyras jamás podría compararse con ella. Mientras tanto Ortiga... Luces horrenda. - le dijo jinete del Ladrón de Ovejas a Visenya, fijándose en sus cada vez más prominentes bolsas negras bajo sus ojos. Dando un sorbo a su vaso de agua se preguntó si se había pasado un poco de la raya. La reina a su lado solo bufó. Luzco horrenda, - asintió - porque no soy tan tonta como para confiarme en las personas que no rodean. Dormir es bajar la guardia ante nuestros enemigos y estamos cercados por ellos. No te confíes. - le advirtió. No lo hago. - cuando la guerrera le alzó una ceja, ella se encogió de hombros y explicó - La falta de sueño hace que no reacciones tan bien como esperas, así que dormir es una parte vital si quieres mantenerte segura. Yo por mi lado me eché encima múltiples capas de cobertores y puse mi cota se malla entre ellas mientras descansaba. Quizás no me proteja del todo pero es mejor que nada, - la miro de frente - y realmente no me molesta mucho el calor que dan. La reina sólo pudo reír ante sus locas ocurrencias. Aunque la chiquilla tenía un punto, necesitaba dormir pronto. Solo que todavía no. Entre ella y su otra novia, Maegor vigilaba las conversaciones. Era mejor así. Él no hablaba y podía escuchar a los demás. Así no decía nada equivocado. Incorrecto del tipo que ponía incómodos a los demás. Ortiga le señalaba a su madre una preocupación que Maegor compartía. Del otro lado, Ceryse intentaba encantar a su padre. Decía intentaba, porque quien sea que le suministraba información, era un inútil. La Hightower le explicaba que su padre deseaba montar un torneo en su honor, pero ella lo había disuadido de hacerlo. Las justas de caballeros y combates a pie era una forma de entretenimiento burda, según ella. Las personas educadas preferirían distracciones más sofisticadas que ver a hombres pegarse unos a las otros. Su padre asentía firme, como si compartiera lo que decía. Orys por otro lado, la miraba con una boca tan abierta que pronto le entrarían moscas. Lo que su esposa más... refinada ignoraba, era que aunque Aegon el Conquistador no hubiera participado jamás en un torneo, los adoraba. De joven soñaba con ser un caballero, le había comentado su madre. Seguía las historias y canciones de cada combate o justa con admiración fanática. Leía todos los libros sobre el tema. Y la fascinación nunca desapareció. Era uno de los motivos por los que Maegor se esforzaba tanto en sus entrenamientos. No podía ser tan carismático como Aenys pero era bueno con las armas. Si se convertía en el mejor caballero su padre estaría orgulloso de él. Pelear también le gustaba, tuvo que admitir. Calmaba algo dentro de él. Le permitía una mayor concentración. Tal vez debería decirle a su esposa que si quería ganar la aprobación del rey de los Siete Reinos, esa era la manera equivocada. Mmmm. Mejor no. Ceryse le había demostrado que no eran un equipo, tanto en acciones como en palabras. Si un día cambiaba eso, suponía que trabajarían juntos. Mientras tanto no. Un matrimonio de cada uno por su lado perfilaba a ser. Lo había observado mucho en la Corte de su madre. Observar sin intervenir le dejaba ver muchas cosas. Como cuando dos esposos convivían pero velaban por sus propios intereses por separado. Los matrimonios surgían, tenían hijos y luego procedían a ignorarse como poco más que desconocidos. Apenas un día de casados y ya parecía ser ese su futuro. Bueno, al menos tenía otra esposa que le caía mejor. No dormía con él como las esposas, aunque no le importaba tanto. Compartir cama no se sentía tan bien como le dijeron. O nada bien. Recordó con horror la noche anterior. Se sintió mal, luego bien y luego peor. Su propio cuerpo se sentía asqueroso al terminar. Compartir el lecho por el resto del sueño se sentía desagradable. Cuando regresarán a Rocadragon ellos tendrían cuartos separados. Y Ceryse definitivamente no entraría en el suyo. Entonces, cuéntenos príncipe Maegor ¿cómo fue su noche de bodas? - interrumpiendo sus pensamientos, hablo una voz gruesa y estridente desde mitad de la sala, tan alto que todos se concentraron en él. Se fijó bien en el lord. Alto y algo pasado de peso, de ojos lavanda. Su cabello de oro pálido delataba su linaje valyrio. Pocas Casas con sangre del Feudo Franco quedaban en Poniente. Esta la conocía muy bien. Una cruz llameante sobre un campo de sable entre cuatro carabelas de plata. Solo podía ser la vergüenza de la Casa Qoherys de Harrenhal, Gargon Qoherys. Su madre le había dicho que su existencia era un insulto para sus ancestros. Que de ver en que se había transformado su nieto su abuelo, Quenton Qoherys, antiguo maestro de armas de Rocadragon durante la época de la Conquista, lo hubiera molido a palos. Hasta que se enderezara o muriera. Lo que ocurriera primero. A su izquierda sintió a Ortiga ponerse rígida en un movimiento. ¿Le molestó la pregunta? Un rápido vistazo a su cara le mostró que estaba disgustada. ¿Era por lo que dijo o algo más? ¿Le había hecho el lord algo a su esposa? Quenton era famoso por sobrepasarse con muchas mujeres, pero no sería tan estúpido de buscar problemas con la suya. ¿Verdad? Maegor le frunció el ceño. ¿Por qué está tan enfadado el príncipe? - preguntó en un estupor borracho - En el desayuno todos esperábamos tener noticias del lujurioso novio. Las risotadas salieron de todas direcciones. El sonido rallaba los nervios de Maegor. Esto se encaminaba a convertirse en un espectáculo. Y al centro de ello estaba el famoso "Invitado" de las Tierras de los Ríos. Algo en su risa no le gustaba, o le gustaba menos que las demás, le erizaba los pelos de los brazos. - Aunque esa mala cara me hace dudar cuando deberías tener una sonrisa de oreja a oreja. ¿Es que acaso no sabías cómo tomar bien a una mujer, principito? ¿Y menos a dos? Las risas a su alrededor estallaron y a Maegor se le calentaron las orejas de la furia y la vergüenza. Abrió la boca para decir que anoche mismo había engendrado un hijo para la casa Targaryen, luego lo pensó mejor. Ortiga le había contado a él y a su madre que no había tenido un hijo nacido vivo, que su primera esposa de seguro ni siquiera había concebido. Decir eso lo dejaría en ridículo cuando no naciera niño. Tampoco había disfrutado mucho del acto así que quizás no lo había hecho bien. Aunque contar eso lo haría parecer poco viril. Ahora era un hombre casado y no debería ser visto como tal. Lo pensó mejor antes de decir - Consumé mi matrimonio una docena de veces. Las carcajadas subieron de volumen, luego siguieron y siguieron. Como si un bufón hubiera contado el mejor chiste del mundo - ¿Qué pasa? - miró a Ceryse, que era la que mejor se desenvolvía en público. Esta le viró la cara. ¿Lo que había dicho era tan horrible? Sin contar con su explicación volteó a Ortiga. No sabía mucho de la Corte pero su otra esposa eran muy astuta y tenía buenas ideas - ¿Ortiga? Ella respiró hondo, su cara se mantuvo firme ante las burlas y le respondió - No soy una experta en el tema pero no creo que un hombre pueda consumar tantas veces en una noche. Una o dos es lo normal, creo. Maegor contempló su humillación pública. No había un solo hombre o mujer en esta habitación que se no riera de su bravata. Desde aquí podía escuchar a la aguda risa de Alyssa e incluso a Aenys. Que vergüenza. Quiso culpar a Ceryse de no haberle advertido. Incluso la miró duro, pero Ortiga le pegó en el muslo. Sin perder de vista a Quenton le dijo - Ni te atrevas a culpar a la Hightower. Si era virgen como decía ser, entonces no tiene la más mínima idea. Y de todas formas, no te pudo detener antes que hablarás. Ella tenía razón. Además era incorrecto culpar a alguien más por sus propios errores. Por un momento, gracias al enojo y la vergüenza, se le olvidó. Su madre permanecía callada, quizás quería que se defendiera por su cuenta. Aún así, no sabía como reaccionar para que se detuvieran. No había nada que supiera hacer para remediar escena. Maegor solo podía hundirse en el asiento mientras las burlas continuaban. Al menos hasta que el temperamento de su esposa estalló. ¿De que te burlas tanto, rubio? Falló en el número pero no en el hecho. - le paso el brazo por encima y se pegó a él, las risas disminuyeron con sus palabras - Al menos él puede complacer a dos mujeres al mismo tiempo. El silencio gobernó en la sala que apenas antes estaba inundada de sonido. Ortiga miró con desagrado a Gargon de arriba a abajo, su mirada centrándose en la barriga del hombre que empezaba a extenderse, antes de decir - Dudo mucho que tú puedas hacer lo mismo, y menos dejando satisfechas a las mujeres. - le envió una sonrisa fría y se restregó mimosa contra Maegor, fingiendo ser dulce con él. El último de los Qoherys enrojeció, antes de admitir - Me he acostado muchas veces con dos mujeres a la vez y todas gemían mi nombre. Si, - cabeceó Ortiga muy seria antes de tirar su puya - ¿pero a alguna de esas lo hizo sin que le tuvieras que pagar? Esta vez cuando las risas se apoderaron de la sala, abrazadoras como eran, no le molestaron tanto. Su burla había quedado enterrada bajo la mortificación del lord de Harrenhal. Incluso recibió un par de miradas evaluadoras de las féminas. Decidió mantener su rostro firme, no pueden explotar tu debilidades si no las pueden ver. También era mejor que se quedara callado. Esta casi total humillación, solo salvada por Ortiga, era algo que no olvidaría pronto. Si no podía decir lo correcto, era mejor no decir nada. Así que bajo la cabeza y empezó a comer. Calmadas las bromas, al menos contra ellos, Ortiga siguió el ejemplo de Maegor. La carne de res perfectamente cocida que tenía ante ella no se iba a comer sola. El inmenso filete era un desafío que tomaría con gusto. El chiste se le ocurrió a medio consumo y fue a contárselo a Maegor. Cuando giró hacia él chocó con el gesto algo censurador de Ceryse. Se fijó a ver si tenía comida encima o estaba cometiendo un error de modales. Nada muy obvio. Tuvo que preguntar - ¿Qué? Deberías comer con más refinamiento, y también en menores cantidades. - le expuso Ceryse - Una dama adecuada come con moderación y sin caer en apetitos descontrolados. Toma mi consejo Pero tengo hambre. Estoy segura de que me puedo comer todo esto. - miró a Maegor que miraba el intercambio si detenerse entre bocado y bocado - ¿Tú también crees que debería comer menos? Maegor se limitó a mirar su propio plato, que había pasado de estar bastante lleno a casi vacío, y sacudió la cabeza en rápida negación. A su otro lado Visenya comía con calma, aunque no parecía dispuesta a detenerse pronto. Saboreaba bien todo lo consumido antes de tragar. Ves, - los señaló - a la familia cercana no le importa. Los demás que se jodan. - Visenya le pateó disimuladamente. Modales Ortiga, modales - Además, ¿qué quieres que haga con el resto de la comida? ¿Qué más? Pues tirarla. - dijo Ceryse enfadada por sus respuestas a su muy buena recomendación. Lo mejor sería no discutir más con ella. Si se portaba así como Visenya, mejor. Menos le agradaría al rey y más probabilidades de ganarse para sí misma la confianza del monarca. Ella solo intentó acesorarla para que encajara mejor en la sociedad ponienti. Pues hizo lo que pudo, el resto era su problema. Maegor notó enseguida que algo estaba mal en su segunda esposa. No se había movido desde el intercambio con su otra novia. Una quietud extraña se había apoderado de ella. Se inclinó cerca de Ortiga, que se encontraba cabizbaja, para que nadie les escuchará - ¿Qué pasa? - Creo que Ceryse va a tirar lo que no se va a comer. Sí, ¿y? - la comida a medio comer se tiraba. O puede que algún sirviente se la comiera. Poco importaba. ¿Por qué tirarían perfectamente buena? - la voz de su novia no sonaba como ella, había un matiz tenso y angustiado - ¿Sabes lo duro que es conseguir algo de cenar ahí afuera? Orthyras, - no podía decirle Ortiga en público - ¿te sientes bien? Creo que si veo que va a tirar un plato casi lleno me voy a enfermar. - ¿qué? - Maegor, creo que esta es otra de mis rarezas. Desde otra mesa, Martyn Hightower lo miraba enfadado, no parecía que disfrutará la cercanía entre ellos. Pues que sufriera. Sus sentimentos no eran su preocupación. Siempre me como lo que hay en mi plato, todo. Tenerlo lleno mientras crecía era tan difícil. De niña tenía siempre tanta hambre. Tanta. - la confesión le dolía en más de un sentido, ¿No se había comido ella sus sobras cuando la conoció? ¿Era por eso? El hambre era una realidad común para el pueblo llano, pero en este momento Ortiga era su esposa y no le gustaba que su esposa sufriera. O hubiera sufrido. Sin saber muy bien que hacer porque él no era bueno consolando, o nada bueno. Lo cierto era que no tenía experiencia en el asunto. Para ayudar intentó imitar las cosas que ella hacía por él, círculos delicados sobre su muslo. La tela suave de sus propias calzas se sentía bien y esperaba que ayudara a Ortiga. Solo después de la Cosecha que se hizo para la guerra me empecé a juntar con nobles y lo vi. - hablaba bajo, como si complotara con él - Entonces me di cuenta de que a veces tiran su alimento. Intento ignorarlo, de verdad que sí, pero cuando alguien me lo recuerda no puedo dejar de pensar en eso. Maegor entendía. A veces se fijaba demasiado con algo y su cabeza no podía salir de ahí. Así que cuando veo que alguien tira comida buena siento unas punzadas acá. - señaló a donde suponía estaba la boca de su estómago - Ceryse acaba de decir que va a botar su plato y es en todo lo que puedo pensar. Creo que si veo su alimento que todavía sirve a punto de ser echado, vomitaré. Eso de deshacerse de la cena en buen estado solo se les ocurre a ustedes, los nobles. - se empezaba a ver un poco pálida. Pues sí, la comida más bien sobraba, pero eso no ayudaría a su esposa - Puedes concentrarte en mi plato si quieres. Puedes estar segura que me tragaré todo. - por primera vez en la discusión conectó sus ojos con él - Para estar fuerte tienes que comer mucho y te juró que yo me lo comeré todo. Mi héroe. - el color regresaba lentamente a su piel. Ortiga lo miraba como si realmente hubiera hecho algo bueno por ella. Tú me cuidas y yo te cuido. - así le gustaba más. Ellos dos si eran un equipo. ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ El festín se había acabado y estaban de regreso en sus aposentos. Ortiga lo había abandonado de nuevo con su primera esposa. Cuando se cerró la puerta principal, se dirigió directo y sin medir palabras al pequeño cuarto lateral de los sirvientes. Por si no lo habían entendido bien la primera vez, ella no compartiría su cama. Ni junto a Ceryse ni por separado. Puede que otro marido se enojará. Maegor no. Era un peso menos del que tenía que hacerse cargo. No pensó que fuera posible, pero parados y completamente vestidos, esto era incluso más incómodos que su primera noche juntos. A diferencia de esa vez, Ceryse permaneció en silencio cerrado. Él la miro esperando algo, no sabía qué. ¿Una queja? ¿Una reclamación? ¿Pedirle que hiciera un mejor esfuerzo que la vez anterior? Nada. Su esposa no dijo nada. Solo fue a la habitación donde descansaba Ortiga pero en lugar de entrar, abrió la puerta. La pequeña criada la esperaba parada tras el marco y enseguida la ayudó a desvestirse. Cada pieza de ropa menos le retorcía el nudo en el estómago. No creía que su desempeño en la cama fuera aceptable. Más cercano a una actuación humillante que a otra cosa. Pero su esposa no hizo mención alguna de ello. No sabía si era para proteger su ego o su propia modestia. Aún así le molestaba. Si quería fingir que esto no pasaba solo tenía que decírselo. Nadie le explicó cómo comportarse aquí, aparte de la acción necesaria, él necesitaba indicaciones. Cuando la diminuta sirvienta desapareció, Ceryse se deshizo de la poca vestimenta que le quedaba. Desnuda como vino al mundo y sin pudor alguno, marchó a la posición que había adoptado en su noche de bodas. ¿Esto sería una repetición? Maegor suspiró o comenzó a desvestirse también. Se quitó con calma sus ropajes, asegurándose sin ningún apuro que estuvieran correctamente doblados. Nada ilusionado con lo que pasaría después. Al menos esto terminaría rápido.
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