ID de la obra: 941

Sangre y fuego y otras magias extrañas

Het
NC-17
Finalizada
1
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579 páginas, 308.987 palabras, 45 capítulos
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Una Corte de trampas y mentiras

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Desembarco del Rey estaba sumida en una neblina de calma. En la superficie, los comercios prosperaban, los hombres se movían por la ciudad y las prostitutas seguían ejerciendo su profesión. Nada diferente de cualquier otro tiempo. Pero lo era. Hacía un poco más que dos lunas que el príncipe Aenys gobernaba la capital y ya se enfrentaba a una crisis de la Corona. Un barco volantino había desembarcado recientemente, con una exigencia que amenazaba con desestabilizar la frágil tranquilidad en la que se asentaban dos continentes diferentes. Échalos de regreso al mar. - fue la respuesta instantánea de Visenya ante lo que pedían. No podemos solamente despedirlos sin nada más. - argumentó el príncipe heredero. Tienes razón.- la reina lo pensó mejor - Échalos al mar y advierteles que sí intentan algo, probarán del fuego de nuestros dragones. Pero el príncipe Aenys se negó a una solución tan poco diplomática. Tenía la firme creencia de que podían darle fin al conflicto mediante medios pacíficos. Los volantinos no habían recurrido a la violencia con sus demandas. Sería injusto para ellos, intentó explicar, solo han venido a reclamar algo que creen les pertenece a través de mediación. No podemos devolver sus palabras con vulgar agresividad. Y como sucede con todos los chismes importantes, pronto toda la urbe sabía sobre la situación. El reino había conseguido de la nada una nueva princesa y un dragón, y justo antes de que nadie se adaptará, alguien más la exigía de regreso. Puede que el príncipe Aenys no se diera cuenta de las implicaciones pero el pueblo común sí. Volantis una vez soñó con reforjar para sí mismos la gloria del Feudo Franco. Cierto, no había atacado Poniente, pero muchos hombres de las Tierras de las Tormentas participaron en el conflicto contra ella. Muchos de los cuales se habían trasladado a las tierras de la Corona y recordaban todo con claridad. Sobre cuando la mayor de las hijas de Valyria intentó alzarse sobre sus hermanas. De lograrlo, posiblemente no se habría detenido ahí. Era lo que muchos intuían. Porque si de algo podían estar claros todos, era de la insaciable codicia de muchos gobernantes. Aegon el Dragón luchó contra ellos. Uso a Balerion para hacer retroceder sus fuerzas. Como toda leyenda en lo referente a su rey, la historia se esparcía de boca en boca entre los desembarqueños, como motivo de orgullo. Ahora, la primera de las Colonias del Imperio, aquella que reclamaba la mayor pureza de sangre, que decía tener descendientes de familias más augustas que la Targaryen entre sus filas, quería agregar un dragón a las suyas. Volantis no había sido un enemigo, pero tampoco un aliado. Volantis quería hacerse con un dragón. Uno que pertenecía a la esposa de uno de sus príncipes de sangre. Y el heredero del Conquistador quería escuchar sus motivos para ver si tenían razón. Desembarco estaba en calma, pero era una calma extraña. Aquello que se siente cuando tu vecino más cercano empieza a afilar sus armas. No puedes hacer nada porque no se te ha hecho nada, pero no estás tranquilo. Desembarco del Rey podía estar en calma, pero en definitiva, no estaba en paz. En Fuerte Aegon imperaba un humor extraño. Los cortesanos intercambiaban rumores como siempre, aunque no a viva voz. Todos temían que un paso en falso se convirtiera en una declaración de algo más, algunos temían ser relacionados indirectamente con traición. Puede que el príncipe heredero quisiera escuchar las peticiones de los emisarios volantinos y puede que fuera él la figura a cargo del gobierno, luego del Lord Mano, y aún así... La reina Visenya también estaba furiosa. Un cambio total luego de su reciente carácter casi jovial, dirían muchos. Había pasado de actuar ligera y despreocupada, cosa que desconcertó a los que la vieron, a su viejo yo dominante y brutal. Aquellos que se fijaban en los detalles también afirmaban que no era la misma furia. Esta no era la reina cínica y fiera que muchos conocían. Su rabia se sentía más fría, más calculadora, de alguna manera más feroz. Unos dirían que ella ya había perdido poder y que lo que sentía era insignificante. Aquellos con un poco de astucia, cuando lo escuchaban, los creían tontos. Puede que la reina no gozará del favor del rey ni de su aprecio, sin embargo seguía siendo la reina. Seguía como un poder por derecho propio y seguía conociendo como pocos conocían la mentalidad del monarca. Su lógica era la lógica de su hermano, en la mayoría de las ocasiones. También tenía aliados, tanto viejos como inesperados, cuyo peso debería inclinar la balanza a su favor. O lo haría, si el príncipe Aenys no hubiera tenido un raro ataque de terquedad nunca antes visto en él. Una obstinación extraña a la que se enfrentaban en esta reunión del Consejo Privado, una última batalla para lograr que Aenys se retractara de sus acciones y enviará a los volantinos lejos. Aenys, escuchame fuerte y escuchame claro. Se que te impulsamos a tomar tus propias decisiones y a mantenerte firme en ellas. - la hermana del Conquistador respiró hondo y mirando al príncipe con esos ojos amatistas, tan diferentes y a la vez tan semejantes a su hermano, exigió tajante - Tienes que echar a esos condenados volantinos lejos. Aquello que expulsen de su boca, aunque se demuestre que sea mentira, será como el veneno derramado en un pozo en la mente de tus súbditos. Cada trago contaminado, y no hará más que expandirse. Tu tía tiene razón. - Orys defendió la lógica de Visenya. Su tono rígido y severo, sin consesiones. Las muestras de cortesía y modales hundidas bajo la amenaza que colgaba sobre sus cabezas. Esto ya no era una Corte, era un campo de batalla, y el Baratheon respondería como tal - Volantis nunca a sido enemiga de Poniente, pero si ha sido la enemiga de Aegon. Tienen que irse. No les des la oportunidad de clavarte una puñalada. No creo que debamos actuar así. - aunque no se veía, las manos del heredero se retorcían bajo la mesa del Consejo - Padre se enfrentó a ella para oponerse a su afán expansionista, - Aenys se inclinaba como las ramas de los árboles ante una tormenta de otoño, pero no cedía - aún así, Volantis solicitó primero su ayuda. Eso significa que había una especie de vínculo, lo suficiente para creer que mi padre los apoyaría. El único vínculo que existe entre nosotros, es que ellos llevan en sus venas la sangre del dragón, solo que sin dragones para demostrarlo. - a Visenya se le acababa la paciencia para seguir usando la lógica con su sobrino - Tú quieres que escuchemos a esta gente cuyo objetivo no puede ser más obvio. Quieren el acceso a los dragones que los Targaryen les negamos. Planeas entregarle un dragón. No es entregarlo. - Aenys tartamudeó. Ni siquiera a él se le ocurriría tal cosa. Solo quería escuchar lo que tenían que decir, quizás tuvieran la razón - Es solo que si mandaron enviados, nosotros como gobernantes estamos en el deber de recibirlos y escucharlos. Su alteza tiene razón. - intercedió Gawen, apoyado por el Consejero de Edictos - Podríamos enfrentar una crisis diplomática si nos negamos a ofrecer los derechos más básicos a embajadores de una potencia extranjera. Como mínimo deberíamos averiguar la veracidad de cualquiera de sus afirmaciones e investigar la validez de... Todo esto se abría arreglado si los hubiéramos expulsado apenas soltaron sus viles mentiras. - los puños de Visenya estallaron contra la superficie de madera - Ahora, estamos expuestos a recibir sus quejas y cualquier farsa que puedan montar. Reina Visenya, - Osmund Strong habló, dispuesto a rebatir sus argumentos de forma calmada - usted... Tiene toda la razón. - por primera vez en mucho tiempo, Aethan Velaryon brindó todo su apoyo a su prima. Un animal político, cualquiera pensaría que se sentiría beneficiado por un futuro donde Visenya perdía a su nueva nuera, una carta de triunfo contra sus enemigos. Pero no, el beneficio a corto plazo no valía la pena. Lo que hoy favorecía a su hija y su familia, mañana y los días que le seguían no. Y apoyar esta idea, se sentía más como una trampa de la que solo Aenys podría escapar, por la debilidad que Aegon sentía por él. El resto de los pobres ilusos debían pisar con cuidado. Ya fuera por oponerse a Visenya o por su ceguera política, Aegon no perdonaría a quien pensara correcto entregarle la base de su poder a alguien de afuera de su linaje. ¿Lord Aethan? - preguntó una voz conmocionada de que se pusiera de parte de la reina. Volantis a codiciado los dragones de los Targaryen, porque no han tenido sus propios dragones todo este tiempo. - observó cuidadosamente a todos los que se oponían a la coalición de sangre valyria recién formada - ¿Con qué derecho podrían exigir ellos la custodia la nueva jinete y por ende su dragón? Esta exigencia es una pantomima. Aceptarla les dio autenticidad a sus reclamó, le hace creer a una parte de los que escuchen sobre ella que los volantinos tienen un punto válido. Pero... ya es muy tarde para echarnos hacia atrás. Aenys concedió una audiencia y negárselas ahora solo le hará creer a todos que tenemos miedo de que tengan la razón. Orys maldijo a los vientos que no hundieron sus barcos y a los piratas que fueron incapaces de asaltarlos. Visenya apretó sus puños en el lugar. Mientras tanto, Aenys se mecía de un lado a otro. Tomaba de él toda la voluntad para no someterse a los designios de sus tíos. Aethan entrecerró sus ojos. Al principio había sospechado de que era su hija quien murmurando en su oído lo había convencido de proceder así. Ahora no estaba tan seguro. Oh, no dudaba de que ella apoyara de todo corazón los deseos de los embajadores de Volantis pero... Esta disposición tan fuerte a mantener su decisión no podía ser sólo por las acciones de su niña mimada, a la cual debería controlar mejor. Le había dejado su crianza a su madre, pensando que una dama sólo puede ser criada por otra. Lo que estaba demostrado ser un error de niveles catastróficos, si era cierto que los rumores anteriores de la Corte habían sido regados por ella. Quizás debería traer a su hermano para mantenerla contenida y atada en nudos. Pero lo que importaba. Tenía que averiguar quién era la persona que susurraba en las reales orejas, quien tenía bajo su influencia al heredero y deshacerse de él. No dejaría que la capacidad de ser la mano derecha del próximo rey les fuera usurpada a los Velaryon. Su familia prosperaría y se alzaría por encima de las demás. Ellos ya habían pagado muchas veces el precio para ser dejados de lado una vez más. ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ Cuando Aenys interrumpió en el solar de su esposa no esperaba encontrar a sus damas y otras compañías bordando, mientras un joven bardo tocaba para ellas. Por supuesto que estarían aquí, se dijo Aenys ¿qué más podría estar haciendo la delicada Alyssa sino eran aquellas actividades esperadas de las damas? Y por supuesto, bajo la música del cantante. Apenas un niño y ya arrancaba de las notas de su laúd las melodías más bellas. El instrumento favorito de su esposa, la cual amaba como él la música y las artes. Distraído por un momento, pensó que no podría haber pedido una compañera más perfecta para encajar con él. Disculpa querida, - dijo cuando todos se detuvieron para inclinarse en reverencia - ¿podrías dedicarme un poco de tu tiempo? Por supuesto, mi alteza, - el apodo cariñoso dado solo ante su docena de amigos más cercanos, siempre conseguía tranquilizar su corazón. Esta ocasión fue un poco distinta. Pese a tomar las manos de su esposa, que se estiraban para aceptarlo mientras sus acompañantes se marchaban, sintió desasosiego. - ¿Qué pasa, amor mío? ¡Ay, Alyssa! Estoy tan preocupado. - besó sus pequeños dedos. Ni un solo cayo estropeada su fragilidad en comparación con los propios. Hacía ya un par de años que había abandonado las prácticas de la espada, y a pesar de que las callosidades se suavizaron, todavía podían ser detectadas - La tía Visenya y Lord Orys siguen contrarios a la idea de la audiencia real. - no dijo sobre que se discutiría, ambos lo sabían - Incluso tú padre admitió que tenían razón, pero que era muy tarde para detenerla. ¿Mi padre? - esto perturbó más a Alyssa que la oposición de la reina y su medio hermano bastardo. Esperaba semejante comportamiento de ellos pero no de él - Mi dulce Aenys, no puedo decirte que hacer, solo tú sabes cuál es el camino correcto y por ello lo estás siguiendo. - Pero ¿por qué actuarían así? Tantos años gobernando, esperaría más habilidades políticas de ellos. Y ellos mismo me motivaban a mantenerme con mis decisiones. Mi amor, ven. - sentada como estaba, Aenys se arrodilló entre sus piernas y la abrazó - Lord Orys hace muchos años que no gobierna el reino, sino que dirige las Tierras de la Tormenta. El carácter combativo de sus hombres lo ha llevado a un comportamiento más marcial, de seguro. Mi padre siempre ha sido un hombre equilibrado, como sabes. - Aenys asintió - De seguro pensó que tenía que opinar desde el otro lado, aunque no crea que tengan la razón. Ya lo conoces. Ha demostrado que prefiere observar y evaluar los problemas desde todos sus lados antes de elegir una solución. ¿No es así? No podía negarlo. El hombre prefería analizar tranquilamente una situación desde todos sus ángulos, antes de abordar un problema. Una cualidad admirable. Tomaba en cuenta como afectarían sus decisiones antes de hacer elección para los suyos. Después de su padre, Aethan Velaryon era el hombre con más madera de rey que había conocido. ¿Y tengo que explicarte sobre Visenya? - intentó contenerla por respeto, pero una risita se le escapó. Visenya siempre sería Visenya, a pesar de la mejoras en las últimas lunas. Un ligero conflicto y ella ya estaba dispuesta a empuñar las armas - Ahora, déjame arreglarte. Debes lucir lo más regio posible ante nuestros invitados. Estarán en presencia del futuro rey de Poniente. Por alguna razón, esa frase lleno de miedo su corazón. No te preocupes, - le dijo una vocecita - tu padre aún es joven y fuerte. Gobernará por muchos años más. Habían herederos que veían pasar su juventud y la mayor parte de su madurez sin obtener el asiento de poder de su familia, por la longevidad de su progenitor. Aenys no estaba ansioso por recibir ese puesto. Ojalá los Siete le permitieran a su padre seguir gobernando por muchas décadas más. ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ Cuando Aenys entró a la sala del trono, fue recibido por una Corte repleta. Parecía que cada lord y lady, sus sirvientes y ayudantes, los escribas y coperos, todos habían acudido a presenciar la audiencia. Envuelto en una de sus mejores túnicas de púrpura real y su sencillo anillo de oro adornando su cabeza, esperaba tener un aspecto regio. El centro de la sala, que antes de su aparición estaba rebosante de personas, se abrió de par en par para que contemplara la imponente vista del que era el Trono de Hierro. La inmensa estructura de metal retorcido se alzaba amenazadora justo en el centro del final de la sala, descansando bajo un alto techo abovedado. Aenys se dirigió allí embelesado, sin observar a aquellos que se inclinaban al verlo pasar. Al pie de las escaleras de metal de dicho trono, pudo observar a Visenya a la izquierda y a Lord Osmund Strong a la derecha, la reina y la Mano del Rey. Lord Orys y el resto de los miembros del Consejo Privado se habían unido a los cortesanos. Dudó por un parpadeo, por lo que estaba a punto de asumir. Una mirada de asentimiento de las dos personas al borde de, no solo el trono, sino el mayor símbolo de estatus de Poniente, lo motivó a avanzar. Esta sería su primera presentación formal como gobernante indirecto, y ante delegados extranjeros. Debía ser contemplado como un ícono del fuerza y de respeto. Por ello la reina había sugerido que se sentara en el trono de su padre, algo sin precedentes. El rey Aegon jamás dudaría de su lealtad ni creería que esto era un movimiento para usurpar su poder. Una idea risible para Aenys. Distraído, no sabía exactamente cuánto se alzó por encima de los demás, pero el aire viciado de humo de los salones fue desapareciendo. Una brisa, de unas pequeñas ventanas escondidas a esa altura, le acaricio la cara. Casi se sintió como si el trono le decía que encajaba, que estaba por encima de la contaminación de aquellos otros que yacían bajo él. Al menos, hasta que un borde afilado le rozó la mano. Contuvo el siseo y el estremecimiento de dolor. No creía que después de tanto oponerse a su resolución, su tía encontrara aceptable que se quejara como un niño. También le recordó que el trono estaba hecho de espadas afiladas, para que nadie se acomodara en él como ideo su padre. En la cumbre, logró sentarse, dándole apenas una mirada rápida al dorso de su mano. Por suerte, aunque se veía una línea roja, no había sangre. Se aclaró la voz antes de hablar, su tono fue melodioso como esperaba - Denle paso a los embajadores volantinos. Un heraldo anunció enseguida - Presentándose a la Corte, el emisario Niphorro del Partido de los Elefantes, encabezando la comitiva volantina. Nunca en Poniente se habían visto tantas cabelleras blancas en una sola reunión, a menos que pertenecieran a los Señores de Maecaderiva. Ojos pálidos además. Malvas, lavanda, violetas, azules pálidos y grises metálicos casi negros también. Hombres y mujeres de gran belleza, e igualmente quedaban opacados por sus homólogos de la Isla. Entre ellos y al frente se destacaba un hombre delgado y fibroso. No era un guerrero, demasiado pulcro y bien cuidado, tenía talante de ser más bien un astuto comerciante. Una reverencia formal y graciosa fue su presentación, y pese a su sonrisa amable, a Visenya no se le pasó su mirada astuta y calculadora. Bien, - Aenys tragó antes de preguntar, no muy seguro de como hacía su padre para tener esa aura indolente y al mismo tiempo avasalladora, como si el mundo entero le debiera obediencia - puede presentar su reclamación sobre la princesa Orthyras, emisario Niphorro. Si, alteza. - otra reverencia antes de hablar - Aunque más bien, la reclamación no es mía. Debido a nuestros vínculos de sangre, mi tierra se ha visto en la posición de respaldar a alguien más contra quien se ha cometido una terrible injusticia. De no ser por nuestro respaldo, quizás la privación de sus derechos habría quedado en la ignominia. Gracias a la benevolente decisión de su alteza, el honor de... Basta de hablar de forma rebuscada. - ladró Orys desde su posición - Vayan al grano. Niphorro no demandó que fuera castigado por la insolencia de su comentario, tal vez reconociendole como una figura de poder no oficial. Una mirada fría y otra reverencia fue toda su contestación. Observó una vez más el trono. El príncipe Aenys, delgado, frágil y envuelto en sedas púrpuras, lucía como un niño entre un mar de espadas. O más bien, un bebé entre las fauces de una bestia. Prosiguió: Este Señor es un pariente lejano, - arrastró desde detrás de él a un hombre tostado por el sol, de cabellos negros con reflejos plateados y ojos de un azul nocturno. Su cara estaba llena de arrugas, como si hubiera vivido demasiado sufrimiento - Lord Raulion Edevhanys, y es él quien tiene la verdadera petición. El hombre avanzó, con una reverencia casi tambaleante, antes de caer de rodillas y suplicar con verdadera desesperación - ¡Por favor! ¡Por favor, alteza! ¡Devuelvanme a mi hija! Un silencio ensordecedor precedío al desastre. La sala estalló en caos. Murmullos, exclamaciones, increpaciones. Cada persona intentando opinar y oírse por encima de las demás. Visenya extendió la mano, decidida a decapitarlo con Hermana Oscura, solo para no encontrar su espada. Ahora era Maegor el dueño de la misma. Era hora de que ella encontrará una nueva. ¡Orden! ¡Orden en la Corte! - la Mano del Rey exigió con ese tono con el que le enseñaron a comandar sus fuerzas. Tenía que ser potente y efectivo para lograr la obediencia de la masa de soldados curtidos y campesinos que conformaba el grueso de los ejércitos. El ruido se fue atenuando, aunque de fondo se seguían escuchando los susurros. Aenys se inclinaba precario sobre el trono, dispuesto a escuchar mejor de lo que se hablaba. - Continúe, mi buen hombre. Con lágrimas vivas surcando su rostro, el mestizo valyrio explicó - Cuando estalló la Maldición, unos pocos miembros de mi familia se encontraban en Ulthos. - más gritos apagados se oyeron, aunque muchas personas no tenían ni idea de que era Ulthos - Enterados de la destrucción de su hogar y las crisis en el continente que llevaron a la muerte de los jinetes sobrevivientes, decidieron establecerse allí donde estaban. E intentar prosperar. Si lo que decía era cierto, entonces no lo habían logrado muy bien. Durante casi un siglo, mi sangre sobrevivió en tierras extranjeras, donde nos aferramos todo le que pudiésemos de nuestro legado. - sorbió por la nariz en una ausencia total de modales, lo que lo hacía parecer patético y dolido - Cada década que intentábamos florecer, algo nos enviaba para atrás. Ya fuera el clima atroz o las enfermedades. Incluso nuestros dragones no prosperaron del todo. Solo el de mi niña sobrevivió hasta nuestros días. - se secó las lágrimas con su antebrazo - Pensamos que todo estaría bien. Que ya habíamos afrontado lo peor y entonces apareció la fiebre. Un sollozo lo desgarró, con un temblor casi convulsivo. Una actuación magistral, pensó Visenya, o quizás si estaba afligido y angustiado por otras razones. Quien sabe con que amenazas lo estarían alimentando los volantinos. La cuestión eran cuántos creerían verídica su interpretación. La fiebre... La fiebre arrasó con la población y aunque intentamos contenerla, llegó hasta nuestra familia. - tomó aire en varias ocasiones - Al final, quedamos solo mi esposa, mi hija y yo. Mi pequeña decidió cuidar de su madre, segura de que con su vínculo no enfermaría, pero al final la fiebre también la tomó. Mi esposa no sobrevivió mucho tiempo, mientras que mi hija sí, como todos saben. - explicó mirando a su alrededor - Pensé que estaría bien, pero la enfermedad nubló su mente. A pesar de montar en nuestro último dragón, divariaba, olvidaba cosas, se inventaba historias en su mente. Era claro que padecía de algo en la cabeza y entonces... - su voz se entrecortó. La gran mayoría pensaría que fue por el dolor pero Visenya notó su vacilación, lo que llevó a Niphorro a intervenir. Como alguien que protege a un familiar, el emisario sujetó a su supuesto pariente para que dos de sus ayudantes lo sostuvieran y consolaran. Asustado por el estado de su única hija y familia, y como no quedaba nada en su hogar para él, nuestro Lord aquí presente decidió regresar a la cuna de sus ancestros. O lo más cercano que podía encontra. - extendió los brazos para llamar aún más sobre él la atención de los espectadores - Decidió refugiarse en Volantis, donde esperaba que los viejos lazos de sangre mantuvieran el respeto y la lealtad que se merecía, y donde decidía la esperanza de que su hija recibiera la mejor de las atenciones. Es bien sabido que entre nuestras murallas se acumulan los mayores vestigios y conocidos que sobrevivieron a la Maldición. La pausa en su discurso elevó la tensión entre los oyentes. Todos querían escuchar lo que tenía que decir. Así que tenemos un padre preocupado y una hija con su cabeza frágil y nublada. Como ya saben, es muy difícil controlar a un dragón y menos cuando su jinete no está del todo bien. - cubrió su boca en un gesto bastante teatral - Mientras su señor padre se presentaba a nuestras puertas para dialogar, la niña, claramente ofuscada partió en su bestia. Es bien sabido que su dragón fue visto volando al azar a través de toda la Costa Naranja. - que astuto de su parte usar la coartada de Visenya a su favor - Imaginen la sorpresa al descubrir que su única e incapacitada hija fue vista en las tierras de Poniente, y peor aún. Forzada a un matrimonio clandestino con un príncipe extranjero, sin contar con la aprobación y consentimiento de su padre. Dejó que el pensamiento de alojara en las cabecitas de los cortesanos. No solo había sido violada la autoridad paterna y sus derechos, sino que supuestamente la novia estaba mentalmente impedida para consentir. Además, se había afrentado contra el honor de su padre con una boda no autorizada y representaba una pérdida para las oportunidades matrimoniales previstas para la pobre chica. Volantis inmediatamente zarpó en la búsqueda de su nuevo miembro. Yo personalmente me ofrecí a realizar la penosa travesía para rendir tributo a mi antiguo vínculo familiar recién descubierto, entendiendo que el destrozado padre no sería capaz de mantener la integridad para debatir debido a su muy difícil posición. - otra ronda de miserables sollozos sacudieron al supuesto Raulion Edevhanys - Pensarían que estaríamos ofendidos y exigiríamos concesiones por la boda clandestina pero no. Sabemos que la princesa a quedado en las capaces manos de la reina, en su Fortaleza en la Isla, y que su dragón sobrevuela sus costas sin temor. No podemos culparlos por cualquier fábula que haya inventado la ofuscada mente de lady Orthyras, - lady, no princesa - y es por ello que no pedimos concesiones, solo la devolución de nuestra recién descubierta hija. Y su dragón, fue lo que no dijo. Que generoso de su parte no pedir pago o restitución alguna por las acciones tomadas en su perjurio. Miró a Orys y a Aethan, cuanto se enfurecería el Velaryon al saber que compartía el mismo gesto que su no reconocido pariente bastardo. Ojos entrecruzados y miradas sospechosas. Era una buena historia, demasiado buena. Al otro lado de la escalinata, la Mano del Rey se encontraba un poco incómodo. ¿Acaso después de tanto luchar para que se les fuera concedido una audiencia, empezaba a darse cuenta de que si perdía a un dragón, Aegon se encargaría de que perdiera algo más que la vida? Su hermano esposo podía ignorar afrentas que encolerizarían a otros reyes, pero no regalar a sus enemigos un dragón. La mirada de Osmund se dirigió fija hacía sus parientes y Visenya les devolvió la mirada. Una mirada de sorpresa y horror apuntaba a la cima del trono. Visenya se giró. Por supuesto que entendemos su situación y nos encogemos por dentro por los errores cometidos, - Aenys se había zambullido con total aceptación en su mentira - por eso declaró oficialmente que la jinete conocida como la princesa Orthyras, será restituida a su legítimo padre y... ¡¡¡Que la custodia y devolución de la jinete sólo puede ser juzgada por el rey!!! - Visenya rugió, tal como harían sus dragones - ¡Y no quiero oír más del asunto! ¡Todos, largo! Hemos venido de lejanas tierras a buscar lo que nos pertenece legítimamente. ¿No pretendereis mantener alejado a un pobre padre de su hija? ¿Verdad? - el emisario Niphorro sobrepasaba su posición. ¡He dado una orden! ¡Largo! - la voz de la reina tronaba con furia reprimida - ¡Guardias! ¡Guardias! ¡Desalojen la sala! Los soldados y hombres de armas acudieron sin hesitar. Expulsaron a cada persona en el inmenso salón sin tener en cuenta su título o procedencia, ignorando de forma abierta la voz de Aenys que apenas se escuchaba sobre el tumulto. Vaciada la sala, solo quedaron los miembros del Consejo Privado. Visenya no tuvo la disposición para observarlos a todos. Le bastaba con la cara de horror de Orys, los ojos ampliamente abiertos y aterrados de Aethan y la incapacidad de la Mano para cerrar la boca. Todos tenían sus rostros fijos en la cúspide del trono. Allí donde el hijo favorito y heredero del rey, estuvo a punto de entregar sin pensar una de sus mayores armas a sus rivales. Parecía como un niño pequeño jugando en la silla de su papá. Pálido, tembloroso, encogido sobre su propia y pequeña figura. Desde donde estaba, notó que cada persona en la habitación lo examinaba con morbosa fascinación. Como si no pudieran creer lo que acababan de contemplar. Solo ante las reacciones de su Consejo se dio cuenta de que casi había cometido un error. Era posible que ni siquiera supiera que error era. Visenya solo pudo expulsar, entre aterrada y enfurecida - ¡¿Qué maldita cosa pretendías hacer Aenys?!
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