ID de la obra: 941

Sangre y fuego y otras magias extrañas

Het
NC-17
Finalizada
1
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579 páginas, 308.987 palabras, 45 capítulos
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Un heredero imperfecto

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Sus músculos le dolían agradablemente. Practicar contra el poste de entrenamiento siempre ofrecía buenos resultados antes de pasar a la acción. El sudor le había comenzado a correr por la espalda durante el calentamiento, una clara señal de que había hecho un buen esfuerzo y luego, practicar sus movimientos en solitario, había aumentado el efecto. El sol, para este punto, ya se había alzado lo suficiente como para comenzar a picar un poco, aunque eso no importaba. Con el gambezon puesto, esperaba al Guardia Real que serviría de sparring. El día avanzaba bien. Podía sentir una pequeña inclinación de su labio hacia arriba. Oeeee, alguien esta de buen humor hoy. - una voz conocida llamó su atención - ¿Será por la preciosa dama que se dedica a observarlo? Maegor dudó. Luego de salir de Antigua y los primeros días del Progreso Real, Ceryse no había acudido a otra de sus prácticas. Se giró para buscarla, pensando que quizás siendo sus primeros días en Desembarco no tuviera nada que hacer y acudiera a observarlo. Una imagen diferente lo enfrentó. Sentada lo más delicada que podía sobre unas cajas de madera, estaba encaramada su otra esposa. Una manzana a medio comer en la mano y una sonrisa torcida e inmensa. Su jubon era uno que había dejado de usar hace un par de años, uno de sus favoritos, con bordados que eran un placer al tacto. Había crecido demasiado grueso para entrar en él. Le molestó en el momento, por "perderlo". Ver a Ortiga en él lo complació, más cuando lo saludo con un silbido escandaloso y un agitón de manos. Vaya mi príncipe, su esposa es algo... única. - Maegor se perdió el matiz diplomático de las palabras. Si lo es. - hinchó su pecho con orgullo - Nadie más que mi padre o yo podemos tener esposas como esa. Oh, dioses. ¡Te gusta! - exclamó la voz del Capa Blanca. ¿Que tiene algo de malo, Ser Darklyn? - Maegor frunció el ceño - Es mi esposa, - no era lo que se esperaba de una esposa pero eso no le importaba. Ella peleaba por él y hablaba sin tapujos, ¿qué más se podía querer en una mujer? - y es una buena esposa. Nada muchacho. - el caballero sacudió la cabeza. Recién lo había empezado a llamar así. No molestó a Maegor la falta de títulos. Su maestro de armas le había explicado que a veces los hombres criados para la guerra no tenían tiempo para las delicadezas de los modales cortesanos. Hablar en esa confianza que rompía protocolos era una señal de camaradería en muchas ocasiones - Entonces, - se lamió el labio y bajo la voz - ¿quieres que te deje derrotarme para impresionarla? ¡No! - exclamó enfadado - ¿De qué me sirve ganarte si no es de verdad? ¡Mi victoria valdrá menos cuando ocurra! Entrenamos como siempre, gane o pierda aprenderé. Ser Darklyn estalló en una carcajada, su voz diciendo por todo lo alto - ¡Ay, muchacho! ¡Eres el sueño de todo padre que quiere un hijo guerrero! Tan confundido estaba por esas palabras que no notó la ligera turbación a su espalda. ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ Maegor descansaba junto a su esposa. Era bueno refrescarse entre combate y combate. Le permitía estar en óptimas condiciones para el siguiente enfrentamiento. Vi lo que hiciste allí, casi derribaste a ese caballero de la Guardia Real. - Ortiga estaba emocionada y él también. Le había tomado justo tres sesiones poner en práctica lo aprendido. Después de entrenar tanto con los Capas Blancas a lo largo del Recorrido Real, había aprendido algunas manías que tenían. Todos eran caballeros excelentes, pero seguían siendo humanos y como decía su madre: todo lo humano tiene debilidades. Roote favorecía mucho su derecha mientras que Darklyn tendía a fallar un poco con uno de sus pies después de un rato. Detalles insignificantes que podían superar con su capacidad combativa y que muchas veces eran pasados por alto, pero no por él. Cada ventaja debía ser aprovechada en el campo de batalla si esperas sobrevivir, más considerando que incluso con todo a su favor, un pequeño descuido podía matarte. Así que había esperado y lo había intentado. Una lástima que Darklyn fuera más rápido. - Sigue entrenando así y pronto podrás derrotar a uno. De nuevo, casi lo hiciste. Asintió. Casi no era lo mismo que derrota, pero era un paso más cerca. Podía estar orgulloso de ello. Más si Ortiga actuaba así. Mmm, quizás si quería impresionarla un poco. Una perturbación atrajo la atención de ambos. El rey Aegon traía al príncipe Aenys prácticamente a rastras. El último tramo del patio lo arrastró prácticamente por el cuello de su ropa. Te dije que retomarías tu entrenamiento con la espada, - se escuchaba decir al rey - pero no lo harás en tus condiciones. Entrenarás temprano como hacen todos. Padre, planeaba hacerlo. Solo me estaba arreglando. - Maegor se fijó mejor en su ropa tras sus palabras. Sus túnicas eran frescas e inmaculadas, demasiado adornadas con delicados detalles para ser piezas en las que sudar y revolcarse en el suelo entre caídas. ¿Planeaba entrenar con eso? ¡Comienza! - exigió el rey. Aenys alcanzó una espada de hierro roma que se le ofrecía y comenzó a golpear el pell. Eso está mal. - dijo su esposa - Debería calentar sus músculos primero. Maegor asintió, sorprendido de que supiera eso. Cuidar del cuerpo era tan importante como cuidar de tu armadura o espada. Forzarlo sin preparación solo lo dañaría. La observó atento por la pequeña sabiduría inesperada. ¿Qué? No esperabas que una ladrona supiera... - le metió una mano en la cara para tapar lo que decía, no fuera a ser que alguien escuchará. No había nadie a su alrededor y hablaban bajo, pero nunca se sabía. Luego, se dio cuenta de lo que habia hecho. Miró asustado a su esposa solo para ver qué sus ojos brillaban con alegría. Al quitarle la mano dijo: Gracias por la intromisión, - no sonaba a sarcasmo, pero no estaba seguro. No era bueno identificándolo - a veces digo cosas de más y es bueno que me detengas. Perdón. - sabía que lo que hizo no era correcto, y si hasta su padre se disculpaba, según Aenys, significaba que él también podía hacerlo. Si alguien lo merecía de él, sería Ortiga. No te disculpes. - su sonrisa ladeada continuaba brillando - Alguien tiene que callarme cuando me pasó con lo que digo. Intentaré hacer lo mismo por ti. No funcionará siempre - se encogió de hombros - pero algo es algo. Le gustaba esa idea. No recordaba quién le dijo que tapar la boca de las personas estaba mal. Aún así, su esposa se lo permitía y le daría el mismo presente cuando se equivocara. ¿Por qué todos no podían ser como ella? El mundo sería un lugar más fácil. Mientras tanto, apenas unos golpes al poste de entrenamiento y el príncipe heredero ya había comenzado a sudar. Una mancha húmeda destacando en su espalda. Ortiga hizo una mueca - No solo esta fuera de forma, para mañana estará rígido. Cabeceó, tenía razón, pero como su padre vigilaba sus movimientos como un halcón, prefería no decir nada - ¿Orti... - se aclaró - ¿Orthyras, - ella le prestó atención. Le gustaba que se centrará en él y no en su hermano - como sabes tanto de entrenamiento? - no creía que una ladrona supiera de ejercicios de armas. Ella pareció hundirse - Tu madre. - su sonrisa se volvió un gesto incómodo en su cara - En este tiempo que pasó decidió encargarse de mi educación. - imitó los movimientos de alguien llorando aunque no se veía triste - Decidió que aprendería letras, números y espada. Se me ocurrió preguntarle si eso lo que se esperaba de una princesa. No debí hacerlo. No debí. - puso cara de horror - Consiguió una Septa para enseñarme a bordar en vez de usar armas. Para el tercer día de estar quieta y coser ya quería tirarme por una torre. El horrorizado fue él. ¿Ella pensó en matarse? Debió adivinar lo que pensaba, porque aclaró enseguida. No te preocupes, - le palmeó suavemente el hombro - es una forma de hablar. Ten por seguro que amo mucho mi vida y me aferraré a ella todo lo que pueda, con garras y dientes. Eso estaba mejor - ¿Qué pasó después? Bueno, me dejó elegir entre bordado o armas. - arrugó la nariz - No me gusta mucho ninguna de las dos, pero prefiero no estar atrapada en una habitación repitiendo puntada tras puntada. Aún así tu madre me castigó. ¿Cómo? - los castigos de su madre eran únicos. Por un lado, no creía en niños de azotes, el castigo debía recibirlo quien comete la falta. Por otro, pensaba que los castigos físicos no eran suficientes y se ponía inventiva. Tengo que terminar un bordado bien hecho una vez cada luna. - admitió. Eso no sonaba tan mal. Aunque al ver la cara de su esposa pensaba que preferiría revolcarse en una pocilga que bordar nada. Co respecto a la espada, yo no soy tan delicada como tu hermano, - hizo el ademán de apretarse el músculo del brazo, bastante flaco para él, pero de seguro más fuerte que Aenys - y hago mis cositas para estar en forma. Pero ese cretino de Gawen me lo está haciendo difícil. Ojalá el muy imbécil... - miró asustada a todos lados - Mmm, no debería hablar así o tú madre me hará comer jabón de nuevo. Dice que también es parte de mi educación. Se le escapó un chillido de risa. Ya se podía imaginar a su madre enjabonando la boca de su amiga con cada mala palabra. Ella también se rió con él. Su esposa no mentía. Se burlaría de él y de ella misma si se le daba la ocasión. Más que ofensivo, se sentía refrescante. ¡Maegor, ya que estas tan descansado, ven aquí y entrena con tu hermano! - la voz del rey lo agarró desprevenido. Su esposa quedó rígida en su lugar. No creía que le agradará mucho su padre. Era severo pero eso estaba bien, quiso decirle. Lo convertiría en alguien mejor. Algo se lo impedía y no se atrevió. Acercándose a al centro del patio, su padre le preguntó furibundo - ¿Pensé que entrenarías con más dedicación? ¿Por qué descansabas? Su padre estaba preocupado por su aptitud, algo bueno. Aún así sentía el impulso de retorcerse - Ser Darklyn y yo ya tuvimos tres sesiones de sparring. Pensó que sería bueno que tomará un poco de agua en lo que él atendía algo, para luego continuar. - Aegon no dijo nada, porque nada había que decir. Era lo correcto. - Bien, ya estas fresco. Práctica con tu hermano. Al desviar la vista hacía el príncipe de la Corona, hasta él pudo notar que no quería estar ahí. Con otros, como los niños Hightower, que querían interrumpir su entrenamiento para practicar con él, se había enfadado. No solo no tenían la habilidad sino que no lo dejaban desarrollarse en paz. Suponía que con su hermano sería diferente por múltiples razones. No era él quien interrumpía, era su padre. Ninguno de los dos podía negarse o rechazar hacerlo. Por otro lado era familia, un Targaryen no debe lastimar a su familia. Cosa que a su yo del otro futuro, lo llamaba así decidido a no ser él, se le había olvidado. Tras él, el Maestro de Armas personal de su hermano los observaba, Ser Addison Colina. No lo soportaba y agradecería a las Catorce Llamas porque no fuera él su responsable dentro de la Guardia Real. ¡Comiencen! - ordenó Aegon. La guardia de su hermano estaba tan baja que pudo haber dado un golpe directo con suficiente impulso. Decidió darle una oportunidad y golpear su espada para ver si tomaba la forma correcta. Falló. Terriblemente. No solo su toque, ligero y sin mucha fuerza, impulsó su arma roma hacia afuera sino que en el mismo movimiento regresó hacia atrás y su hermano no hizo por esquivarlo. Como no usó fuerza real pudo detenerse antes de golpear la carne. Un vistazo demostró a su padre con los labios apretados. - ¡De nuevo! Aenys, ponte en forma. Esto no es un juego. Su hermano lo intentó. Lo hizo. Solo que no tenía ni el vigor ni destreza para imponerse contra él, o darle pelea. Maegor sobresalía con la pericia duramente ganada. Su hermano se hundía bajo la falta de fibra y brío. En determinado momento su padre negó y se marchó frustrado. Aenys marchitándose. Él... él entendía que era estar ahí, del lado de la decepción. Aunque lo había vivido mucho y no era muy cercano a su medio hermano, no disfrutaba de ello. Lo... lo siento Aenys. - vaya, dos disculpas en un día. No es tu culpa. - la sonrisa de Aenys parecía decaída - No creo que tenga el empuje para estas actividades. Padre lo sabe y me castiga con esto. Esto no es un castigo. - lo dijo con convicción, para luego recordar que para su esposa bordar funcionaba como penitencia. Juraría que Ceryse disfrutaba con la tarea ya que siempre la veía haciendo eso. Solo que no le había preguntado, porqué hablar con ella siempre terminaba en incomodidad. Como dos piezas que no encajaban bien juntas. ¿Quizás fuera igual con su hermano? - Un príncipe y futuro rey debe saber defenderse. Bah, - Aenys lo desestimó - para ello están los guardias. - Pero Aenys... Los guardias pueden fallar. Una vez incluso fue mi madre quien tuvo que proteger a padre. Un escalofrío sacudió al otro príncipe antes de rechazar la idea - Eso fue antes de la Guardia Real. Iba a decir algo más cuando se escuchó una voz que ya le desagradaba. Dejen de hablar y continúen entrenando. - Addison Colina interrumpió la charla - Si tienen tiempo para usar la lengua como una verdulera chismosa. El rey se fue pero yo sigo aquí. ¡Trabajen! ¡Ya entendimos, Colina! - gruñó. No creía que su falta de títulos fuera por ningún sentimiento fraterno, más bien por desprecio de los mismos. Así que si quería tratarlo así, él se lo devolvería. Aenys no pensaba igual. Maegor, - siseó - puede que no te agraden los bastardos. Eso no significa que debas tratar de esa manera a Ser Addison. - el que su hermano usará con él su nombre en vez de su apellido como con todos los otros, le dio una pista. No lo trato así porque sea bastardo. - ¿Así lo veían los demás? Un vistazo atrás demostró que Ortiga todavía lo observaba en la distancia. Él no quería que pensara que despreciaba a los bastardos. Además de que no era cierto - No me importa de quien seas hijo ni como naciste. - miró al caballero frente a él - Desde que entraste a la Guardia, tu honor no está atado a tu nombre sino a la organización. - lo miró de arriba a abajo antes de escupir - No me agradas porque actúas como imbécil. Pues te trato como me trataron a mí. - admitió el guardián - Solo que ustedes, princesas mimadas, están acostumbrados a que los traten como flores delicadas. Maegor se quedó pensando en lo primero que dijo, antes de preguntar - ¿Crees que es correcto como te trataron a ti? - estaba seguro de que los ándalos no trataban muy bien a los niños nacidos de afuera del matrimonio. El hombre tragó saliva antes de ordenar - ¡Sigan entrenando! - mientras se alejaban de él, para comenzar otra sesión de combate, Maegor juraría que escuchó decir - No, no era correcto -.~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ Los informes eran concluyentes, a todas luces, Larrys había conspirado con Volantis para entregarles un dragón adulto de la Casa Targaryen. O eso parecía. Algo no encaja. ¿Qué crees, Vis? - la miró a los ojos. Los de ella se encontraron con los de él. Amatista contra negro, ¡Que contraste!, y parpadearon con clara comprensión. Encontrado muerto en un callejón de mala muerte el día después de demostrar la treta volantina. Unas escasas monedas, los llamados honores volantinos, a su alrededor. Estaba segura de que habían más pero desaparecieron. Demasiado perfecto, - afirmó ella - es un chivo expiatorio. ¿Estas segura? - el instinto de Visenya resultaba más afilado que el acero valyrio para estas cosas, por lo que podría tener razón. Le causaba algo de disgusto que un miembro del Consejo hubiera sido usado como víctima conveniente de la situación - Pudiera ser simplemente lo que parece. Quizás Larrys nos vendió e intentando escapar fue asaltado y ya. Hay veces que la respuesta sencilla es la correcta. Pudiera ser. - admitió su hermana - Pero no encaja. ¿Por qué? - él también lo sentía, aunque quería comparar ideas. Primero, si hubiera sido un robo no hubieran dejado tantas monedas. - pesé a ser encontrado con pocas, la mayoría fueron sustraídas después, quizás por la misma Guardia de la Ciudad. Las marcas redondeadas en la sangre seca servían de testigo - Las monedas desaparecidas no fueron tomadas en el momento por lo que fue un robo. De haber Volantis decidido eliminarle, nunca le hubieran pagado. Él tuvo que ceder - De haber intentado escapar, nunca hubiera usado esta ruta. Esta es una zona mala y sin guardias él sería un blanco fácil. Además, es un cobarde. - un eufemismo - No hubiera venido aquí sino fuera para encontrarse con alguien en que confiaba. Todos aceptaron su muerte sin rechistar, así que les convenía. Incluso Aegon. - explicó Visenya - Siempre que no le afecte a él, el hermano de Larrys aceptará cualquier veredicto que se imponga sobre la cabeza de su hermano, ya que prácticamente lo expulsó de la familia. Orys se quedó mirándola. - ¿Qué? Entiendo sospechar de los Miembros del Consejo Privado. Cada uno tiene su propia razón para querer echarle la culpa a alguien más. - dudó - Pero ¿Aegon? Su niño dorado casi cometió una de las acciones más estúpidas e ingenuas que se me pueden ocurrir. - fue ella quien buscó sus ojos - Necesita distraer de ese hecho al reino. ¿Qué mejor que decir que un Consejero en el cuál hasta él confiaba lo manipuló? Es joven y estas cosas podrían pasar, no tanto como un heredero lo suficiente tonto como para regalar un dragón porque pensó que era lo correcto. Él se negaba a creer eso de su hermano, no trataría así a uno de sus hombres solo por apartar una sombra de su hijo. Aunque... un dolor fantasmal le recorrió su mano desaparecida, recordándole un tiempo diferente cuando... No, se negaba a aceptarlo, su hermano no podía ser así. ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ Aegon se negaba a aceptarlo, pese a que todo lo señalaba. Cuando escuchó llamar a Maegor el sueño de todo padre que quería un hijo guerrero se había enfadado un poco. Más viniendo de un miembro de su propia Guardia. Más cuando Aenys brillaba por su ausencia mientras el hijo de su hermana ya se hallaba sudado y a medio camino de convertirse en caballero, sino más. Encontrar a su heredero arreglándose como si fuera a una fiesta en vez de a un campo de entrenamiento le había obligado a apretar los dientes de enfado. Ya estaba atrasado con Maegor en materia de fuerza y habilidad en batalla y se hallaba aquí perdiendo el tiempo. El talento natural podía ser superado con esfuerzo. Lo que nunca pasaría si uno no podía de su parte, y menos si el talentoso se dedicaba a pulir a cada momento sus habilidades hasta la exhaustitud. Como parecía que hacía Maegor. Su propio muchacho ni siquiera lo intentaba. No se aplicaba en los sparring y eso que vio, por lo que era incapaz de negarlo, que Maegor fue suave. Suave. Y aún así no pudo bloquear la mayoría de los ataques, mucho menos conectar un golpe. ¿Él... él no había sido tan malo con la espada hace un par de años? ¿Verdad? Él sabía usar la espada y la lanza, solo que no tenía la talla para ser un gran combatiente. Eso no lo había visto hoy. Esto no era aceptable, incluso tras un par de años sin entrenar debería recordar los movimientos. En vez de eso todo lo que pudo presenciar era fiasco y decepción. Ya irritado por la situación, y con una picazón en la nariz que no se le quitaba, estaba aquí esperando la llegada de Aenys al salón designado para su estudio. Maegor había llegado primero, y eso que se le había informado que siempre se quedaba a guardar el material con el que entrenaba diaro. Exacto y metódico, devolvía todo a su lugar y lo dejaba preparado para la vez siguiente. Aún así aquí estaba, recién bañado y listo para sus lecciones, leyendo cualquier tontería en la que estuviera interesado. Cualquier otro Señor creería que intentaba ganarse su favor simulando estudiar. Solo que habían varias cosas que le impedían, por mucho que quisiera, creer en eso. Primero, el niño no tenía la capacidad de fingir. Incluso la idea de decir una mentira le costaba trabajo, por eso era tan malo en relacionarse con otros. Decía las verdades más duras, las que todos evitaban comentar, frente a las personas, sin intentar siquiera atenuarlas. No creía que entendiera el concepto de mentira piadosa. Segundo, era demasiado rígido en sus creencias para querer ganar un favor por encima de lo que creía merecerse. Él quería lo que consideraba suyo o que se suponía que debía ganar y ya. Y por último, además de ya saber que sí tenía un interés genuino por los libros, lo que estaba leyendo no le ganaría ningún aplauso de su parte. ¿Qué es esto, Maegor? - preguntó algo aburrido y fastidiado por la demora de su hijo. Son algunas anotaciones del Maestre Olyver sobre la reparación del último torreón que pasamos y la construcción de su muralla. - no dejó de escribir en lo que hablaba - Me dijo que podía quedarme con él y se lo devolviera cuando terminará. - al Señor de ese lugar no le importaría, ni siquiera sabía leer así que no le preocupaban los papeles. Asintió distraído, ya desviando la atención hacia algo más. No le interesaban esos asuntos. Por ello le dejó la construcción de la Muralla de la Ciudad a Visenya y a su Mano. Bueno, al menos eran cosas útiles, pensó, no como las que atraían a Aenys. Se dedicó a detallar la estancia. Polvo en algunas esquinas. Arrugó la nariz, ¿cómo podía Visenya dejar que esto pasará en su hogar? ¿Quizás era su manera de hacer un berrinche? Que bajo había caído su hermana. Al circular por el cuarto, notó una alfombra bajo sus pies. Otro de los cambios que empezó a descubrir luego de librarse del problema de Volantis. Alfombras en varias habitaciones, tapices en las paredes y algunas cortinas. La incomodidad le subió por la espalda. Esto no estaba bien. ¿Cómo podía Visenya permitir esto? Por suerte, la llegada de Aenys lo distrajo. Entro en una nube de olor a Madreselva que obligó a Aegon a estornudar - ¿Te bañaste en perfume? - otro estornudo lo sacudió. ¿Qué? - Aenys se detuvo - ¡No! - su exclamación fue tan firme que tuvo que creerle - Se que no te gustan los perfumes, especialmente los fuertes, padre. El olor no se iba. Le hizo un gesto al maestre para que empezara y desvió la atención por un rato. Esperaba que su hijo destacará más aquí, al menos le gustaba estudiar. Luego de un rato de estar abstraído, regresó a la lección impartida. Espiando desde detrás, pudo observar el trabajo de los dos pupilos. La letra de Aenys era clara y elegante, con letras redondeadas y de curvas gráciles. Su hermano a su lado no era menos pero era lo contrario. Sin tiempo para florituras, su escritura era firme y angulosa, con algunos trazos específicos gruesos y marcados. Las últimas lunas le habían enseñado lo que significaban. Cada línea oscura vendría precedida de un ¿por qué? más tarde. El maestre intentaba favorecer a su heredero, se veía claro. Le preguntaba temas que ya conocía y lo motivaba a discutir lo aprendido. Intentaba atrapar a Maegor con preguntas muy específicas, subestimándolo y cometiendo un error garrafal. Pesé a su naturaleza marcial, el hijo de su hermana no tenía problemas en memorizar libros y menos en leerlos, con una especial capacidad para almacenar detalles. En resumen, Aenys triunfaba aquí pero por muy poco margen. Por las acciones del maestre, que lo conocía desde niño y era uno de los encargados de enseñarle, no podía estar seguro si era por él mismo o por el apoyo de los demás. Aenys era mayor, debería tener más conocimientos acumulados. ¿Cómo es que su hijo estudioso no podía superar al niño que todos conocían como un bruto? El hijo de Visenya terminaba presentándose como el prodigio en todos los aspectos. Apretó los puños. Sabía muy bien que si pudieran escoger entre los dos, muchos valorarían más a Maegor como más capaz. Un heredero perfecto, o casi. La frase todavía encendía en él una chispa de resentimiento. Gracias a los dioses y a las leyes de los hombres que el mundo no se basaba en esas elecciones. Aenys era el primogénito y el trono no le sería disputado. El temor de que Maegor intentaba suplantarlo había sido atenuado, no desaparecería nunca porque solo los tontos ignoran el peligro, pero no creía que buscará tomar la posición de su medio hermano. Pero... ¿qué haría con Aenys? Su hijo podría mejorar, estaba seguro, solo tenía que darle la oportunidad correcta. Quizás había sido muy blando con él. Frágil desde que nació, había perdido tanto. Los rumores tras su nacimiento todavía encendían su genio. Aenys era su sangre y punto. Aunque muchos señalarán que el parecido compartido con Maegor y la ausencia con él, Aegon lo ignoraría. Eran infamias. Todos los hijos no tenían porque parecerse a sus padres, podrían salir a los abuelos. No quitaba que a su hijo le faltaban cualidades importantes para gobernar. Ah, que dolor de cabeza. ¿Qué iba a hacer? Entonces lo vio. Había decidido que estudiaran juntos y eso se interpretó como no solo sentaros en la misma sala, sino en la misma mesa. Aprovechando la distracción de su educador, Maegor revisaba la tarea de su hijo y señalaba algo en los textos que estudiaban. ¿Lo estaba corrigiendo? Observó bien la escena e inmediatamente, un plan comenzó a desarrollarse en su cabeza. Aenys era demasiado blando, cedería ante las presiones del reino. Maegor era estable, pero demasiado rígido para volverse popular, más bien destinado a ser un solucionador de problemas. Por sí solos no eran muy buenos, pero juntos... ¿Por qué no hacerlo? Había funcionado con él y Visenya, hasta que ella se volvió codiciosa y empezó a exigir más de lo que se merecía. Podría replicarlo con su hijo, sin que él exigiera lo que no le correspondía, claro. Era demasiado apegado a sus creencias para tomar algo que no le tocaba, a menos que tuviera una justificación inmensa y pesada. Si Aenys lo mantenía a su lado, se convertía en el amigo que Maegor era incapaz de hacer... Él había tomado a un par de sus compañeros. Algunos demasiado importantes para un segundo hijo, pensó él, sintiendo que eran un intento de su hermana por recaudar influencia. Tomarlos no fue muy difícil. Todos buscaban su gracia, no la de su hermana, atrapada siempre fuera del brillo de su Corte. Además, nadie se negaba a una solicitud del rey. Por lo que se informó de los niños que pesé a intentarlo, no habían logrado trabar amistad con el príncipe de Rocadragon. ¡Qué bueno que el rey venía a salvarlos y ofrecerles una experiencia más gratificante! habían expresado algunos mocosos. Ingenuos, incluso en la codicia alimentada por sus padres. La mejor habilidad de su heredero era hacer amigos. Se convertiría en la única conexión genuina del repuesto de Visenya y todo sería perfecto. Su afabilidad era lo que le faltaba a Maegor y mientras Aenys podía ejercer su diplomacia, el segundo príncipe podría encargarse de todo lo demás. Un rey benévolo para complacer a los Señores y un príncipe guerrero y eficiente para hacerle frente a las amenazas. No solo cuestiones que requerían fuerza, podría encargarse del gobierno diario mientras la opinión de Aenys pesará más al final. Su dinastía perduraría. El rey en el poder y el segundo príncipe con el peso del reino. ¿Cómo no se le ocurrió antes? Aenys ganaría el amor de su pueblo y Maegor aplastaría las rebeliones. Quizás incluso su hijo se convirtiera con el tiempo en todo lo que se esperaba de él. Bueno, pasará lo que pasará. Los Targaryen triunfarían una generación más. Pero primero, tendría que ver como limitaba a Maegor para que a pesar de la posición que ocuparía, tuviera un derecho aún menor al trono. ¿Cómo amarrarlo con cadenas a un puesto donde obtendría toda la responsabilidad pero nunca la gloria? Después de todo, Aenys sería el rey amado. Ese era su destino desde que nació. Esa palabra le recordó que incluso si ataba a Maegor, este eventualmente tendría hijos. ¿Como subordinarlos a ellos también? Aunque útiles, podrían ser una variable más incontrolable. Además, tendría que buscar como limitar la influencia de Visenya. Visenya... quizás ahí estaba la clave para lo que buscaba. Debería haber algo ahí que explotar. No se preocupaba por ello. Eran detalles a pulir cuando ya tenía entre manos un plan magistral. Su alegría fue interrumpida por el regreso de la comezón en su nariz y tres rápidos estornudos en sucesión. Por un momento, le costó respirar y un miedo arrollador le paralizó el corazón. ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ Las paredes se cerraban sobre Aegon, justo como hacía su pecho. La ventilación del fuerte nunca había sido muy buena, aunque nunca así. El olor a humo de las antorchas, tan diferente al que le traía el viento en Rocadragon, se le atoraba en la garganta. Podía ver polvo en cada esquina. ¿Cómo la eficiente gestión de su hermana se convirtió en esto? ¿Lo hacía a propósito? No, ella nunca pondría en peligro de esta forma a su familia. Podía creer que estaba enfadada con él, sin embargo, no esperaba este nivel de negligencia de ella. ¿Por qué hacía esto? Ella sabía lo importante que era. Cada vuelta en cada esquina lo hacía enfrentarse a un nuevo tapiz. Trampas de polvo todos. Si las habitaciones no habían sido sacudidas correctamente, no quería imaginar en que estaban esos. El sudor le estalló en el rostro y aceleró el paso. Más cortinas en el camino. Si abría y revisaba algunas habitaciones, lo más probable sería que encontraba alfombras. ¿De dónde salieron? La picazón en la nariz aumentaba por momentos en los que ciertos perfumes se alzaban. ¿Qué... Entonces los vio. Ramos de flores, flores secas. El aire era espeso y corrupto. Húmedo y con ese polvo amarillo, ¿cómo lo había llamado su hermana? ¿Polvillo de flores?, no podía respirar bien. ¡No podía respirar bien! ¡Estaba de vuelta! ¡La enfermedad estaba de vuelta! ¡¿Quién puso esto aquí? - rugió señalando el ofensivo ramo. Tomillo y lavanda salvaje, creía que eran. Los Capas Blancas a su espalda no sabían cómo reaccionar. ¿Las... las flores, Alteza? - preguntó Ser Richard Roote. ¡Síiiiii! ¡¿Qué más?! - su corazón había comenzado a golpear tan rápido contra sus costillas que dolía - ¿Quién trajo semejantes frivolidades a mi fortaleza? El Guardia se removió incómodo - Parece... - se inclinó de un lado a otro - Parece alguna cursilería femenina. Aegon se paralizó. Eso no encajaba con su esposa. ¿Por qué ella...? Su cerebro se encendió. Visenya había dicho que pasaría el deber de dirigir Fuerte Aegon a Alyssa. ¡Alyssa! Solamente a esa niña mimada y sin cerebro se le ocurriría esta estupidez. Si no fuera por su sangre, de la que esperaba sacar niños fuertes y puros para su heredero, la habría echado. La muy idiota no conocía sus límites. ¡Llamen a Alyssa a mis habitaciones! - exigió. La falta de aire iba aumentando poco a poco y tuvo que apretar sus túnicas para esconder el temblor de sus manos. Incluso en sus propias estancias no se sentía seguro. El palacio de gobierno de su capital se sentía ahora más peligroso que una trampa mortal montada por sus enemigos. Todo por una mujer bajita y engreída. ¿Padre, me llamó? - la Velaryon se inclinó en una graciosa reverencia, parecía ser lo único que sabía hacer bien - ¿Qué pasa, padre? ¡Qué es este estado en el que tienes a Fuerte Aegon! Lo dejé en tus manos pensando que tenías la capacidad para dirigirlo. - gritó exaltado - ¡Solo tenías que supervisar! Los sirvientes de Visenya trabajan de forma impecable. ¡¿Cómo hicistes para que hubiera polvo en cada rincón?! No es mi culpa, padre. - Alyssa enredó sus dedos - La reina Visenya no quería que nadie fuera de sus personas conociera a la princesa Orthyras, así que despidió a los sirvientes Velaryon de Rocadragon. Han empezado a ocupar funciones dentro del Fuerte pero se están adaptando. ¡Pues son unos inútiles! ¿Cuántas lunas puede tardar una persona en aprender a eliminar el polvo? - su respiración se hacía más dificultosa por momentos. Esperaba que la tonta ante él lo confundiera con furia. Perdón, padre, haré de todo para corregirlo. - ahora Alyssa había tomado una postura de súplica - Pero no ha visto las mejoras que he implementado. ¡Flores por todas partes! ¡Como si esto fuera el hogar de los Tyrrell! - Aegon gruñía - Somos dragones, no rosas. - se empezó a pasear por el lugar - Cortinas y tapices por montones. ¿De donde sacaste la plata? Tenemos suficientes monedas pero no espero que las andes desperdiciando. Oh, no padre. - admitió Alyssa - Eliminé una de las extravagancias de la reina. Las monedas sobran y las lavanderas están contentas. Aegon se burló. ¿Visenya extravagante? Espera. ¿Dijo lavanderas? - ¿Qué hiciste? - si antes no estaba asustado, ahora el terror lo tenía en sus fauces. La reina Visenya tenía la política de hacer lavar y hervir las sábanas de la familia real casi a diario. - de repente, la cama donde Aegon durmió se le antojó un ataúd. Una de esas cajas de piedra o de madera, donde algunos enterraban a sus muertos. Gusanos e insectos alimentándose de sus cadáveres en vez de darles la liberación del fuego. Él había estado durmiendo en una de esas cajas. Su respiración aumentó, el mundo giraba a su alrededor. - ¡Arréglalo! ¿Qué? - respondió despistada Alyssa. A estas alturas el rey consideraba que era un milagro que supiera hablar. - ¡¡¡Arregla todo lo que hiciste!!! ¡Devuelve todo a su lugar! - Pero... ¡Pero nada! - la detuvo antes de que continuará con sus escusas y parloteo - Se te entregó un Fuerte bien organizado y perfectamente pulcro y lo has convertido en unas lunas en una guarida de miasma y bichos. ¿Cómo puedes ser tan inútil? - la maldita muchacha empezó a llorar, lagrimas feas de verdad que le enrojecieron la nariz - Llora todo lo que quieras. ¡Eso no lo va a arreglar! ¡Largo! Los mareos se hicieron más grandes mientras la caballito de mar salía volando por la puerta. Cuando uno de sus guardias se asomó, el mareo no le permitía ver bien quien era, exigió - ¡Traigan a Orys! ¡Traigan a Visenya! ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ El llamado realizado los había sorprendido tanto a ambos que se habían dirigido rápidos y sin hablar a las habitaciones del rey. Los Guardias tenían prohibido el acceso a nadie más que no fueran ellos dos. Incluso el mismo Comandante, Ser Corlys Velaryon, tenía vetada la entrada. Atravesar esa puerta fue enfrentarse a una pesadilla. Aegon había arrancado las coberturas de la cama y las había lanzado lo más alejado posible de su lugar en el colchón desnudo. Usaba la inmensa pila de almohadas que Visenya exigía, gracias a los dioses la tonta esposa de su hijo las había mantenido, para sostenerse como un asiento y no caer acostado. Algo que podía ser mortal. Así lo encontraron Orys y Visenya. Pálido y sudoroso, con temblores casi convulsivos recorriéndolo. - ¡A vuelto! ¡La debilidad en mis pulmones ha vuelto! ¡No! ¡No puede ser! - Visenya negaba desesperada con la cabeza - Después de que creciste no hubo más ningún ataque. Es mentira. Orys no podía hacer nada mientras un ataque de tos sacudía a su hermano, que se arañaba el cuello intentando respirar. Visenya se lanzó a la cama y le arrancó la ropa, incluso la camisa interior. Lo dobló hacia adelante y pegó su oído a su espalda, escuchando. No hay sibilancia, Aegon. - los sacudío - ¡Escuchame! No hay sibilancia. No son tus pulmones. ¡Yo se lo que me pasa! - refutó entre estertores - Ha vuelto. - olfateó a su hermana. Sus pupilas tan dilatadas que habían casi borrado el púrpura en sus ojos. Olía a madera y ámbar pero no a menta - ¿Por qué no hueles a menta? ¿Por qué no hueles a mi remedio? - el olor antes desagradable y repelente se le antojaba de pronto necesario y vital. Tenía que tenerlo - Dame mis remedios, Senya. ¡No dejes que me ahogue! Hazme mi remedio. La súplica la mandó a la acción - Vigila a Aegon. - le dijo a su otro hermano - Iré a revisar entre los materiales de Gawen para ver qué consigo. No creía que la enfermedad hubiera vuelto, o no quería creerlo. El pánico no pudo ser bloqueado aún así. Las circunstancias no se lo permitían. ¿Qué ocurre? - exigió interrogante Gawen cuando entró en sus dependencias - ¿Qué hace aquí? Este lugar me pertenece. ¡Salga inmediatamente! - Me importa una mierda. ¡Soy la reina y las estoy requiriendo! Ahora salga de aquí. - ¡Protesto! ¡Le exigiré al rey que... Ya le dije que me importa una mierda. - Visenya se impusó sobre él. Podía ser hombre pero su altura y la propia naturaleza erudita del Gran Maestre lo convertían en una presa fácil para ella - Ahora, tienes hasta que cuente hasta diez para salir de aquí o entonces lo tomaré, lo agarraré y lo lanzaré por la ventana de la torre más alta que encuentre. ¡Y no me desafíe porque lo haré! Eso lo motivó a escapar como el apocado y pusilánime hombre que era. Visenya se dedicó a hacer destrozos buscando los materiales que necesitaba. No podía mantener a Gawen cerca para preguntarle. Nadie podría saber de la debilidad de su hermano. Ocultarla era algo que habían aprendido de niños, cuando apareció por primera vez "la debilidad". Menta, orégano, laurel, para calmar sus pulmones y quizás algo más para relajarle. No perdía la esperanza de que todo fuera solo el miedo echando raíces en su cabeza. Antes de irse, y por joder al imbécil del maestre, echó al fuego de la chimenea varios materiales que no usó, de preferencia algunos bastante caros y difíciles de conseguir. Podrían sospechar de sus motivos después de esto, e incluso de que Aegon padecía de algo, pero aunque investigará no encontraría respuestas. Al menos no desde el lado de Visenya. Al regresar, encontró a Orys sujetando las manos de Aegon, blanco como un cadáver. Aquí está. - intentó alcanzar el remedio y fue Visenya quien tuvo que sujetarlo, ya que era incapaz de sostener nada por su cuenta por los temblores - Ya estoy aquí. Todo va a estar bien. - se colocó detrás de él, apoyando su peso aún mayor contra de ella. De niño ella lo superaba en tamaño, no así ahora. Tuvo que usar la pila de almohadas para apoyarte correctamente mientras repetía su mantra de niña - Aquí estoy, todo va estar bien. No te preocupes. Aquí estoy. Pronto pasará, esto tendrá solución. - mientras Orys la miraba asustado. Sentado en el suelo, sin tocar la cama. De niños, Valaena no hubiera permitido que el mestizo compartiera ni siquiera el cojín con su hermano legítimo, no después de que fuera traído para arrebatarle todo. Las horas pasaban y aunque la respiración de su hermano mejoraba, ella no podía cerrar los ojos. De niños, hubiera podido significar su muerte. A ningún maestre o sirviente le fue permitido entrar a cuidarlo. Su padre intentaba ocultar a todos la vergonzosa debilidad de su único y legítimo hijo varón. La niña Visenya se había obligado a actuar así, sabiendo que un descuido, un pestañeo de su lado, podría significar que su hermano pequeño rodaría hasta la plana superficie y podría morir si la inclinación no ayudaba a su respiración. Era su responsabilidad porque nadie más lo haría. Ni siquiera su madre que peleaba contra Aerion. Lo vio fuerte y claro. La falta de sueño permitió que las imágenes pasaran ante ella en una horrible y aberrante reproducción. De los primeros días de la debilidad en los pulmones, siendo Aegon un niño de con apenas unos cinco días de su nombre. Cuando Aerion habia gritado a puro pulmón que su madre debía de haberlo engañado con otro hombre. Que él, la sangre del dragón, no podría producir un hijo defectuoso, imperfecto. Valaena y él se habían gritado obscenidades. Casi siempre ante Aegon y Visenya. Rhaenys no lo recordaba porque era muy pequeña. Pero no le había funcionado a Aerion. Aegon compartía con él su rostro, lo que desató una furia más grande. Que alguien tan parecido a él fuera débil. Había decidido buscar a uno de sus bastardos, de cuando antes de que su madre llegará y empezara a perseguir a todas sus amantes y a obligarlas a tomar Té de Luna. Para que al menos alguien fuerte se hiciera cargo del Feudo. Alguien que no ensuciara el nombre Targaryen. Entonces su madre se había girado hacia ella y suplicado. Aegon estaba destinado a ser su hermano-esposo y a gobernar Rocadragon. Con la enfermedad, Aerion nunca lo reconocería como heredero. Pero aún estaba ella. Las mujeres valyrias, aquellas con sangre de las Cuarenta Familias podían gobernar. Aerion se inclinaba hacia las costumbres andalas como habían hecho su padre y su padre antes que él, rechazaría a Visenya si esta mostraba cualquier debilidad. Pero si lo hacía bien, si se convertía en todo lo que esperaba su padre de un heredero, ella podría gobernar Rocadragon. Su hermano no sería echado, ella no se casaría con un mestizo. Como Dama por derecho propio de la Isla su padre no rechazaría que tuviera a Aegon como consorte. Hazlo por tu hermano. - le había suplicado Valaena Velaryon a una Visenya de siete años - Será difícil, pero hazlo por tu hermano. Es tu deber para con él y conmigo. Tienes que ser leal a tu familia y sacrificarte por ella, Visenya. ¡Me escuchas! - la había sacudido esa vez, Aegon aferrado a su lado - Tienes que convertirte en el heredero perfecto.
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