Un hogar vacío
8 de octubre de 2025, 12:26
Un ejército de sirvientes se movilizaba como nunca antes por Fuerte Aegon. Aquellos despedidos por Alyssa Velaryon y que todavía se habían mantenido en Desembarco del Rey, habían salido hasta de debajo de las piedras. La reina Visenya Targaryen habia llamado a los suyos y su orden había sido clara. No quería dejar ni un rastro de su sombra en la fortaleza de madera y barro. Este evento había sucedido múltiples veces a lo largo de los años. Cuando el rey venía, la reina tenía que marcharse. Solo en escasas ocasiones permanecieron ambos juntos, y solo por un breve período de tiempo.
Algo era diferente en todo esto. Aunque el destierro de Visenya de la presencia del monarca no era oficial, siempre se había entendido que el Conquistador prefería mantener una distancia relativa de su hermana. Mientras esta estuviera menos tiempo en sus cercanías, mejor. Esta vez no fue así. Por un lado, el rey nunca había emitido un decreto para pedirle a la reina que se fuera, solo avisos y palabras, órdenes escondidas tras sugerencias. Cosas como - Regreso a Desembarco, prepárate para volver a Rocadragon - era parte ya de una rutina establecida. Por otro, fue la reina quien planificó por ella misma la mudanza de todos los que consideraba su familia inmediata. Cuando comenzaron por tomar sus pertenencias para enviarlas al Feudo isleño, fue donde cayó la otra pista. La que marcaba la discrepancia con los acuerdos anteriores. La reina no quería que nada suyo perteneciera aquí. No planeaba volver, y si lo hacía, preferiría hacer de su residencia en la mansión de la colina que llevaba su nombre.
Esto era una distinción bastante grande. Más cuando la guerrera no se hallaba contrariada por este trato, si es que fue obligada a ello. Incluso fue observada tarareando una cancioncita mientras se dirigía por el interior de Fuerte Aegon a las habitaciones de una de las esposas de su hijo. Hasta algunos de sus propios sirvientes, que nunca se habrían atrevido a detenerse en el cumplimiento de sus funciones, se paralizaron al verla pasar así. Era como si alguien hubiera tomado a la mujer y la hubiera cambiado por otra. Otra que lucía igual de exigente y de alguna forma, también mucho más sosegada.
Ah, que bien se siente dejar este contaminado y definitivamente mal diseñado lugar. - su ladrona tenía razón. Tantos edificios de este fuerte fueron construidos sin concordancia el uno con el otro, en base a lo que se necesitaba en ese momento, que parecía una estructura inconexa más que un palacio de gobierno.
Verdad que sí. - Ortiga afirmó mientras ayudaba a recoger sus más que efímeras pertenencias.
En otro tiempo la dama mayor la hubiera regañado por hacer tareas por debajo de ella, pero eso hubiera sido en otro tiempo. Su pequeña ladrona tenía demasiada energía para quedarse quieta y de manos cruzadas, y los últimos días atrapada aquí ocultando las ligeras lesiones de su cara, deberían haberse sentido como tortura para ella. Le había dicho una vez que cuando cometiera un crimen, eliminará u ocultará la evidencia, y la muchacha era una aprendiz rápida y astuta. Nadie debería sospechar de que ella con sus acciones, había provocado el destierro de un hijo de la Casa Velaryon. No le temía a los caballitos de mar, pero si su mocoso mimado no había señalado al culpable correcto dentro de su propia familia, quien era ella para causar fricción innecesaria. Saber algo que los demás desconocían también le causaba un cosquilleo de placer.
Este es un nido de víboras. - reafirmó a su hija política - Mientras más lejos estemos de ellos, mejor.
Los placeres de una Corte de mentirosos y aduladores nunca le llamaron la atención. Menos cuando era vilipendiada a sus espaldas, algo que nadie se atrevería a hacer en sus propias tierras.
¿Como te fue con la visita de ayer con mi hijo? - Maegor había prometido verla, y conociendo a su príncipe y la convicción que ponía a sus palabras, aún mayor que la suya, haría necesario un problema cataclísmico para que no acudiera.
Ortiga asintió emocionada, con esa tensa acumulación de vigor que nunca desaparecía totalmente de ella. Era la vivacidad encarnada, admitió para sí misma, antes de escucharla decir - Nos pusimos a hablar de dragones. Bueno, yo hablé. - se río de si misma - Maegor es la única persona sobre la faz de la tierra que no me ha mandado a callar cuando me pongo a hablar de ellos.
Fue el turno de Visenya de reír. No, era muy probable que su hijo no solo no la callara, sino que le pidiera más - ¿De qué específicamente hablaste?
Sobre los dragones que deseaba de niña. - ante una elevación de ceja un tanto preocupada de la reina por si mencionaba un dragón Targaryen conocido, nunca se sabía dónde podría haber un espía, la muchacha respondió - Sin nombres, se que no puedo decir nombres. Por mi cultura, ya sabes. - lo último fue un poco sobreactuado, aunque si alguien escuchaba a escondidas no podría observar sus gestos. La mentira inventada por la propia Visenya se mantendría.
¿Y cuáles eran? - admitía que estaba matando un poco el tiempo, y quizás desviando la atención de la chica para que dejara a los criados recoger sin interferir.
La Reina de las Dragones, ya sabes, la bestia del Matasangre. - una mirada apretada en ella confundió un poco a Visenya hasta que se dio cuenta.
¿La dragona que se parece a mi Vaghar? - a hechos prácticos era Vaghar. Solo que mucho más vieja.
De niña soñaba con ella. Era el dragón más grande del mundo. Pensaba... bueno, sueños tontos de niño. - una sonrisa de dientes apretados fue lo que obtuvo de ella.
Visenya creía entender. Orys le había dicho una vez que todo bastardo con su sangre soñaba con tener un dragón. Lo que para los Targaryen era una posibilidad esperada, era para ellos un deseo ferviente y desesperado. La creencia de que con uno serían reconocidos. Un dragón más grande sólo devendría en esperanzas más grandes.
Cuando el sobrino de mi padre se llevó al colosal monstruo, - ¿monstruo? ¿Así veía a Vaghar? - empecé a soñar con la Reina Roja. No era tan grande pero era posiblemente la más poderosa, o eso creía. - esta vez, se relajó con sus palabras - Conversando con Maegor me di cuenta de algo triste. ¿Sabías que fueron las monturas de mis dos abuelos? - ella asintió con la cabeza a una sorprendida Visenya y explicó - La dragona mayor para mi abuelo y la otra fue montada por primera vez por mi abuela. Luego, fueron monturas de la ahhh... - sin nombres, pareció recordar - de una señora y su hija. ¿No crees que es trágico?
- ¿Qué cosa?
La montura de mi abuelo mató a la de mi abuela, no solo después de volar tanto juntas, sino que por otro tiempo volaron bajo las sillas de madre e hija. - una cosa lamentable, tuvo que admitir la reina, tanto por el vínculo como por la pérdida de los dragones - Luego mi padre mató a la montura de su propio padre, con el dragón que una vez pertenecío al hermano de mi abuelo. Y no olvidar que él también voló mucho junto al monstruo porque fue montura de su segunda esposa, la hija de la señora.
Ella cabeceó, la niña tenía un punto. Era casi una tragedia para los libros. Con suerte encontraría una forma de evitar que ocurriera, después de evitar el destino marcado de su niño. Pero antes - Princesa Orthyras, - su ladrona la miró extrañada, más por el título que por el nombre - entiendo que las acciones de dicha dragona fueron horribles para ti. Sin embargo, y pesé a toda la destrucción que se le adjudican a las criaturas que dieron origen a nuestro emblema, ellos no son culpables de los crímenes impulsados por su jinetes. - su chica se estremeció. Creía entender lo que podría sentir, para ella Vaghar le había robado a su padre, aún así - ¿culparías a un caballo de guerra por los crímenes cometidos por los que los montan?
No. - Ortiga negó con fervor - No creo. Aunque no es lo mismo.
Lo es, pequeña pilla. - le acarició el labio roto - Un dragón no quemaría un pueblo si no es comandado a hacerlo. Son mucho más destructivos, sí, - le acomodó un mechón de cabello suelto - pero culpa a la persona sobre su silla, no a la bestia que obedece sus órdenes. ¿Esta bien?
Lo intentaré. - fue la respuesta dada y bien sabía que era poco realista exigir algo más.
Reina Visenya, - un servidor llamó a la puerta, cuando se le permitió el paso, la ansiedad parecía haber invadido cada resquicio de su rostro - nos fue prohibido recoger las pertenencias del príncipe Maegor y lady Ceryse.
La reina frunció sus cejas en un ceño tan bello, que por un instante Ortiga sintió envidia de sus rasgos valyrios, solo para desechar la idea. La belleza no era algo que le conviniera poseer.
Por quién. - preguntó la ama de Vaghar. Justo para darse cuenta de quien había sido antes de escucharlo. Solo una persona se atrevería a desafiar tan abiertamente sus comandos.
- Por orden el rey.
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A nadie, absolutamente nadie que los conociera, se le hubiera ocurrido interponerse jamás entre un dragón y su presa. Y por dragón no se referían precisamente a los que escupían fuego.
Visenya Targaryen atravesaba el fuerte que una vez gobernó casi en su totalidad. Este había sido su dominio por más de una década, tal como el reino donde era co-regente en todo menos en nombre. Una vez Aegon la había convencido de que Poniente, con sus costumbres, no aceptarían a una mujer en el poder. Pero, ¿era eso cierto? En ese entonces ella le había creído. En esencia, tanto ella como Rhaenys habían gobernado estas tierras, y funcionó. Su marido había dicho igual que era solo porque regían bajo su nombre, y aún así se había asegurado de que ambas ejercieran derechos inéditos para las féminas de Poniente, porque eran dragones y eran diferentes. Muchas cosas habían cambiado desde ese entonces.
Visenya había aprendido que la respuestas era más complicada y a la vez más sencilla. Poniente no se doblegaría con facilidad ante una mujer, lucharían por acostumbrarse, y sería una batalla cuesta arriba intentarlo. Ahí entraba la otra mitad de su respuesta. Se acostumbraron a que los Targaryen estuvieran casados entre hermanos y a que fueran las hermanas quienes dirigían el día a día, no como consortes sino como líderes por derecho propio. Cosas más difíciles de tragar para su cultura. No era que Poniente no aceptará a una mujer con un título, solo que les costaría más y tendrían que luchar acostumbrarse. Esa era la clave. No era que no lo harían, solo que sería más difícil. Estas reflexiones venían probablemente del pensamiento de la guerra que desatarían los mismos Targaryen poco más de un siglo después. Todo porque a medio camino, un hombre Targaryen había decidido que las mujeres de su familia no podían gobernar. Pero de regreso a su línea de pensamiento.
El otro cambio fue el mismo Aegon. Su hermano-esposo quizás no la había amado, aunque al menos la había respetado en algo durante ese tiempo. Con la muerte de Rhaenys no solo desapareció su triunvirato, sino que Aegon centralizó el eje de poder aún más en él. De manera distraída se preguntó si este cambio se debió a que sin Rhaenys, no veía importante otorgar tanta relevancia a la otra figura del gobierno, o sea ella, o si estaba tan acostumbrado a verla doblegarse ante él que no pensó que se opondría a esto.
No te opusiste. No realmente hasta ahora. Se quejó, renegó y se amargó, pero no luchó de verdad contra ello.
Eso cambiaría desde ya.
Entró a la sala donde el Consejo Privado actualizaba a Aegon de la situación del reino.
Llegas tarde, Visenya. - Aegon se mofó. Era claro que sabía lo que se avecinaba y ya se creía ganador - Esperaba algo mejor de ti.
Ella se encogió de hombros, pero en vez de amenazar como solía hacer, o hacerse la desentendida y sentarse a su lado, escogió su propia posición. La silla exactamente opuesta al asiento de Aegon, al otro lado de la cabecera. Basta de actuar como uno de sus sirvientes, era su igual y su oponente y no fingiria lo contrario. La mayoría disimuló no sentir el cambio en el ambiente, pero pudo notar que una sutil tensión se instalaba en los perfiles de todos.
Deberías largaros, todos ustedes. El rey y yo tenemos cosas que discutir. - palabras duras fueron lanzadas en un tono calmado, sin indicio alguno de la violencia que siempre imperaba en su discurso - ¿Qué miran? ¿No entendieron lo que dije? Afuera, afuera, afuera. - repitió no de forma agresiva, sino como una madre permisiva ante sus pequeños niños tontos y un poco recalcitrantes.
Todas las miradas fueron directo al rey, aunque ya veía que algunos estaban listos para desaparecer al menor indicio de aceptación de parte de Aegon.
- Mi Consejo debe estar presente si vienes a discutir algún asunto que afecte los intereses del reino.
¿Es acaso el lugar donde reside mi familia - puso énfasis en la palabra que reivindicaba posesión - un asunto que atañe a los intereses de estado?
Por supuesto que lo es. Más si la reina quiere dividir a la familia real - Aegon hablaba como si eso no fuera lo que todos estimaban que debía ocurrir pronto - en contra de lo favorece a la Corona.
Los Consejeros miraban de un lado a otro, en dependencia del soberano que hablara. Hasta lord Strong, la Mano del Rey, permanecía en silencio. Puede que no tuviera nada que aportar. O puede que temiera, que luego del fiasco volantino y con Orys tan cerca, su preciada posición permaneciera en peligro. Interesante que su medio hermano no estuviera aquí.
¿Desde cuándo te preocupa que tanto yo y mi hijo permanezcamos alejados de ti y tú precioso séquito de besadores de traseros? - fue su turno de burlarse. Hubo una vez que su hermano había detestado el lenguaje zalamero, y aunque había que adaptarse para ejercer la política, nunca había apreciado mucho a los aduladores. Las últimas lunas había visto algo distinto. Aenys no solo estaba acostumbrado, sino que esperaba la lisonjería, lo que no podría ocurrir si el propio Aegon no permitiera que ocurriera bajo su atenta mirada - Antes, hubiera jurado que incluso me agradecerías que te librara de nuestra presencia. ¿Qué cambió?
¿Qué iba a cambiar? - fue la contestación condescendiente que recibió - ¿No eras tú la que decías que debería involucrarme más con tu hijo? - la distinción pasó desapercibida para muchos. No para la reina. Una astilla de viejo dolor atravesó sus escudos, pero la dejó morir. No puedes cambiar lo que siente. Aún así, si aún sentía esa separación de su niño ¿por qué querría mantenerlo cerca? Ninguna respuesta podría ser buena.
Basta de juegos de palabras. Todos ustedes, - miró uno a uno a todos los miembros del pequeño Consejo - márchense. El rey y yo vamos a discutir y no conviene que nadie me vea gritándole al monarca de los Siete Reinos.
Aegon la miró con furia, pero no la contradijo. Supuso que aún tenía límites que no cruzaría contra ella. Eso, o el sentido común le dijo que mejor que sus súbditos no presenciaran una batalla de voluntades entre ellos. El Gran Maestre fue el que no se pudo quedar callado ante esta irreverencia ante su gobernante.
¡¿Cómo te atreves a hablarle así al rey?! - el fervor y lealtad de Gawen para con Aegon y Aenys era indiscutible - Eres solo una reina. ¿Quién te crees que eres para portarte así?
¿Solo una reina? Antes se hubiera enfurecido. Más cuando este patético intento de hombre se atrevía a oponerse a ella de esa manera. Ahora, sin embargo - Soy Visenya Targaryen, conquistadora de este continente por derecho propio. Jinete de Vaghar y la mujer que ayudó a forjar el trono al que admiras tanto. Derramé sangre y sudor y lágrimas por él. - una parte de ella lo había olvidado, no solo era la reina de Aegon y su esposa. Ella había hecho cosas con las que esta rata de biblioteca solo podría soñar - La pregunta correcta es. ¿Quién te crees tú, patético hombrecillo, para hablarme así a mí?
Gawen abrió y cerró la boca por la directa afrenta pública - Soy el Gran Maestre y Consejero del Rey. Mi función es brindarle al monarca mis conocimientos y...
Entonces, ¿tu utilidad yace en susurrarle ideas al monarca al oído y vendar sus heridas? - resopló - No puedo despreciar tus funciones. No soy tan cerrada de cabeza para no saber que tienes tu utilidad. Pero no lo olvides, tú eres sustituible y como yo no hay otra. Si te pasas del lugar que te corresponde, solo tendremos que pedir a Antigua alguien mejor preparado que tú. Al menos lo suficiente para saber a quién no oponerse y, - el tono burlón regreso a su voz - que sepa mantener sus pócimas y componentes en orden. No queremos que lo de la otra noche se repita. Donde necesitaba algo, y hasta yo era parcialmente incapaz de encontrar un simple calmante en el desastre al que llamabas estudio. - la sonrisa que posó en su cara, jamás llegó a sus ojos - Debería tener más cuidado Gawen, o las personas empezaran a creer que ya no eres adecuado para la posición que ocupas.
Disfrutó viendo con Gawen se alteraba sin ser capaz de discutirlo, y luego posó sus ojos en Aegon. Aunque fingía estar desinteresado, reconocía que había elevado un poco los hombros en una postura defensiva. Pareció entender sin ninguna duda sus intenciones veladas. O sacaba a todos de aquí o ellos estarían expuestos a secretos y medias verdades que el mismo rey no quería que se supieran.
Todos márchense. - la miró con desdén - La reina y yo tenemos asuntos familiares por discutir.
Disfrutó mucho verlos marcharse como niños castigados, especialmente el adusto rostro de Osmund y el marcado resentimiento en Gawen. Siempre es bueno para el corazón ver miserables a tus enemigos.
Bien, - Aegon escupió con saña - ¿qué tienes que decir?
¿Qué que tengo que decir? - Visenya lo miró de arriba a abajo. Quizás un poco mayor y con su cara marcada por los años y por los golpes de la vida, seguía viendo en él a su pequeño hermano. El que amaba y protegía de los males del mundo y de su propia familia, y que a cambio le devolvía el amor que sus mayores le negaban ¿cuando ese amor se convirtió en derecho? ¿En la creencia absoluta de que él merecía más? Un pensamiento que el propio Aegon una vez despreció porque venía de su... su padre. Incluso llamarlo así le revolvía el estómago. Pero bueno, a lo que venía - Más bien, ¿qué tienes que decir tú? ¿Se puede saber que se te pasó por la cabeza al prohibirme recoger las cosas de mi hijo y de su otra esposa? - las suyas y las de Ortiga habían sido tomadas sin la menor oposición, lo que ya marcaba una diferencia, al menos en lo que refería a las nueras.
Sencillo, tú y la nueva jinete pueden marcharse a Rocadragon. - explicó Aegon sin mucho ánimo, un codo sobre la mesa y su cabeza reposando en la mano correspondiente, como si discutieron una nimiedad - Mientras tanto, el príncipe Maegor y su esposa, lady Ceryse, permanecerán aquí, donde son requeridos.
Sigo sin escuchar el porque de tu afirmación. - replicó la reina. No le gustaban las evasivas de su hermano.
¿Tengo que decírtelo? - Aegon enarcó una ceja, un gesto que en él lucía lo contrario a femenino y aún así, estaba imbuido de un aire astuto y delicado - Soy el rey, soy su señor y soy su - le costó escupir la palabra - padre, tengo todo el derecho a tomar las decisiones con respecto al destino y a la residencia del príncipe Maegor. No entiendo porque tanta preocupación. ¿No eras tú la que siempre exigía que debía prestarle más atención de la que le daba a tu hijo? Eso hago. - terminó con una sonrisa que reservaba para sus rivales en un entorno cortesano.
Por un momento casi me tienes ahí. - la reina aplanó las manos sobre la mesa sintiendo la madera. La superficie fría y suave era un recordatorio para mantener la calma. Explotar como acostumbraba no le serviría de nada y la verdad, ya estaba tan cansada de eso - Llamarte a tí mismo su padre debió hacerte arder tu interior ¿eh? - el tono de chanza no ocultaba la dura verdad - Pero gracias por rectificar y admitir que es mi hijo y no llamarlo tuyo. Ha sido todo así este tiempo y supongo que nunca cambiará para ti. Sin embargo, ya que no estás interesado en la nueva jinete de dragón, que es el único factor externo, algo se alteró contigo. Y dudo que fuera por amor. Así que pregunto una vez más. ¿Por qué intentas evitar que me lleve a mi hijo? Al que considerabas difícil y problemático. A lo que ahora es su Feudo, para agregar.
Porque en ningún momento te di permiso para hacerlo. - las palabras salieron entre los dientes de Aegon - Jamás di la orden de que se podían marchar. Tengo planes para él y para Ceryse y tú no los alterarás.
Ya veo. - Visenya lo detalló completamente y frunció su boca como si viera algo desagradable - Esto no es ni siquiera por los planes que tienes para mí hijo. Es sobre control. Estas molesto porque por una vez, no eres tú quien me echa, sino que soy yo quien se va.
Aegon se crispó, su boca fruncida en una mueca de molestia - No todo es sobre ti, Visenya - ¿cuando ella había dicho que era sobre ella? - Y tú ya no eres tan necesaria. De hecho, tengo a tu reemplazo. Pasa, querida. - ante su pedido fue lady Ceryse quien atravesó la puerta.
Desde la misma realizó una breve reverencia, antes de decir - Un placer estar aquí, mi rey, mi reina - y avanzó hasta colocarse por detrás y a la derecha del monarca. Cabeza agachada y manos sumisamente cruzadas y reposando contra su falda.
¿No es magnífica hermana? Apenas un día y ya está corrigiendo todos los errores y desaciertos de Alyssa. Una dama digna y obediente, criada para respetar su posición. Algo que tú nunca aprendiste. - el rey sonrió, como si ya hubiera ganado la partida - Maegor se quedará aquí aprenderá a dirigir con propiedad, aunque le tenga que enseñar personalmente. Por suerte el muchacho es aplicado en sus estudios y tiene talento para las armas, eso sí tengo que agradecertelo. - su hermano de repente engrosó su voz, sonando retador y crítico de forma simultánea - Solo que yo le enseñaré a respetar su lugar. Se convertirá en la mano derecha de su hermano, sin que tenga tu molesta tendencia a aspirar a más de lo que le corresponde.
Nunca lo quisiste cerca y ahora sí. Sospechaba que no lo hacías por la bondad de tu corazón, no tienes uno cuando se trata de cualquier cosa que venga de mí. - ella masajeó con una mano sus sienes, el dolor y la frustración se enconaban como veneno en su pecho - Pero, convertir a tu propio hijo en una herramienta para tu heredero dorado ya es algo extremo ¿no crees?
La expresión del lado contrario no solo permaneció pétrea, sino que el propio Aegon continuó intentando agraviarla - Hacemos lo necesario para que triunfe nuestro linaje. Esto era algo que tú comprendías bien, Visenya. Quizas la edad te ha hecho daño. - su nombre en su boca sonaba tan horrible - No. - corrigió - Solo estas amargada por ser innecesaria y estar siendo sustituida por alguien más joven y mejor.
Ante la insinuación, ella desvió la atención hacia la primera esposa de su hijo. Una serpiente, como sospechaba, aunque no esperaba que mostrara tan rápido sus colmillos. Era muy posible que fuera ella la que dio el aviso de su partida a su hermano-esposo, para darle una prueba de su lealtad. Pobre niña tonta, Aegon la usaría y luego la desecharla a conveniencia, y cualquier cosa que ofreciera, muchas otras damas del reino podrían superarla en el intento de ganarse al Conquistador. Ese sobrenombre ahora le parecía un insulto, como si solo él hubiera realizado la Conquista y tanto ella como su hermana simplemente hubieran estado ahí.
E incluso podrías preguntarle a Maegor si quiere abandonar mi lado. - la fría sonrisa de Aegon le causó una repulsión sin precedentes - De hecho, te ordenó hacerlo. El niño me adora y haría cualquier cosa para complacerme. Dile que te marchas y pregúntale que prefiere. Lady Ceryse..
Sí, mi rey. - la respuesta fue servil y recatada, justo lo que debía esperar el soberano.
Acompaña a la reina personalmente, y explícale a tu esposo la situación. Que su madre quería abandonar la Corte y su padre la detuvo, porque lo necesitaba a su lado. - la sonrisa engreída se ensanchó - Veamos que responde tu amado heredero, hermana mía. Vete a verlo, es una orden. - una carcajada maliciosa lo invadió - Pero ten presente que el niño no se irá se aquí hasta que yo lo consideré adecuado. No intentes sobrepasarme o lo convertiré en un decreto. - las desestimó con una mano.
Ceryse abandonó la estancia enseguida, solo después de atravesar la entrada se dio cuenta de que la reina no la seguía. Visenya permanecía en su lugar, dándole una mirada desinteresada. Bostezó y se estiró en la silla, alargando el momento con dilación. Ceryse enrojeció y clavó sus uñas en su vestido, para evitar reaccionar ante la provocación. Era claro que tenía que seguir el mandato del rey, aunque al parecer lo haría en sus términos y de la forma más humillante posible para ella, dejándola esperando en la puerta como un simple sirviente.
¡Visenya! ¡Márchate! - exigió el rey, la reina se limitó a despedirse con una reverencia un tanto burlona y la afirmación:
Y pensar que una vez, hubiera quemado Poniente entero por ti. - marchó hacia la puerta, deteniéndose antes de cruzarla para decir - Egoísta, usando a tu sangre como útiles para usar y luego desechar, actuar como si tus deseos fuera lo único que tenía valor. - la dama guerrera negó con la cabeza - Padre estaría tan orgulloso. En este momento te pareces tanto a él.
El grito ahogado de - ¡No lo hago! - fue bastante discernible mientras se alejaban.
Ceryse iba a guiar a la reina, como le fue pedido cuando su voz cortó su camino.
¿A dónde crees que vas? - no le dio tiempo responder antes de que la madre de su esposo aclarará lo que quiso decir - Los lacayos nunca van por delante de sus amos, a menos que estos le indiquen que lo hagan. Yo conozco este lugar a la perfección, mucho mejor que tú diría, y prefiero que la nueva mascota de mi marido no trate de actuar fuera de - saboreó las palabras - lo que le corresponde.
La mujer si sabía como herir el ego de una persona, y eso que Ceryse había sido criada para soportar y responder a puyas peores. Pero a una reina no se le contesta de regreso - Si, alteza. Mis disculpas.
Casi puedo escuchar tus dientes astillándose desde acá, muchacha. Deja de apretarlos o se facturarán. - la reina avanzó con pasos agigantados, de no ser Ceryse una mujer alta y de piernas largas, se hubiera visto obligada a correr. Pensando en ello, su suegra le sorprendió preguntado - ¿Así que has elegido serle leal al rey antes que a tu marido? ¿Crees que es una jugada inteligente?
Como solo veía su espalda, Ceryse no podía estar segura de a dónde quería llegar la reina, pero le respondió - Sí, lo es. Hasta hace poco tu hijo era un príncipe dejado de lado al que muchos cortesanos se burlaban casi que en su cara. Solo porque estaba fuera de la gracia del rey. Es el rey el que tiene el verdadero poder dentro de la Corte y si quiero subir aún más, debo aferrarme a él. Maegor es, al fin y al cabo, un príncipe segundario y su Feudo depende de controlar el comercio, que una vez más esta subordinado a la capital. Mi esposo de inclina ante el rey, así que es mejor complacer al rey que complacer a mi esposo.
- Mmm, ¿segura de tu lógica, cariño?
Algo en su tono encendió su mal carácter. O puede que solo fuera ese apodo - Estoy segura desde el momento en el que me comprometí. Que trajeras a la princesa Orthyras solo fortaleció mi resolución. Es obvio que la prefieres a ella.
Lo hago. - ni siquiera trató de negarlo - Ten presente esto. La verdadera lealtad no tiene precio. Es invaluable, y cuando la encuentras, debes hacer lo posible por no traicionarla. Además, hace feliz a mi hijo. - y eso era un factor que nunca volvería a pasar por alto o daría por sentado.
Es un niño tonto. Ya crecerá y cambiará de idea cuando se haga un hombre y tenga los deseos de un hombre. - aseguró la dama ándala - Con ella lejos la mayor parte del tiempo, la simpatía que se tienen desaparecerá y en todo caso, yo seré la madre de sus herederos. Algo que te convendría recordar a ti también.
Visenya solo tarareo. En un principio pensó en proteger lo que consumía la dama. El desarrollo ideal hubiera sido de que ella se enfrentara al parto y no su ladrona, que parecía más pequeña para cargar un niño y no lo suficiente emocionada por la idea. Ahora cambio de opinión, ya sea ella infértil o si alguien deslizaba algo en su plato para impedirle concebir, que así sea. Que una mujer así de ambiciosa tuviera a sus nietos en sus garras no le sonaba atractivo. La ambición no tenía nada de malo, pero no le agradaba el pensamiento de que la próxima generación de su linaje estuviera en manos de alguien que solo los usaría una vez más. No. Me niego a que vuelva a pasar.
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Ceryse había sido rápidamente expulsada de la discusión, como sabía que pasaría, pensó Visenya.
Cuando llegaron a donde estaban ambos príncipes, estudiando con el mismo maestre, la reina no se sorprendió. Había sido establecido, que pesé a la diferencia de educaciones y talentos de cada uno, compartirían ambos la tutela de sus maestros. Cuando se le indicó al encargado de que se alejara, ya que había sido el mismo Aegon quien ordenó el intercambio entre la reina y su hijo, este lo hizo sin rechistar. Aenys, aunque se distanció bastante de ellos, no abandonó por completo a su hermano menor, sino que prometió esperarle en el pasillo. Un desarrollo inesperado, donde antes no había habido ninguna relación, al menos no tan cercana. Aunque Visenya lo descartó. Aenys fiel a su naturaleza buscaba siempre hacer amigos, suponía que no había nada malo en que se acercara a su hermano. Tenían la misma sangre, después de todo, y de él la reina no esperaba ninguna jugada astuta o codiciosa. La malicia no estaba en sus venas.
Ni bien Ceryse comenzó a expresar lo dicho por Aegon, Maegor comenzó a mirar de la una a la otra. Sus ojos abiertos e impactados por lo que se discutía. Su madre quería marcharse y el rey la detuvo, porque quería mantener a su hijo a su lado, fue el veneno traicionero que escupió Ceryse. Que la reina pretendía alejarlo de la Corte a la que finalmente le brindaban el acceso, por puro egoísmo y despecho, ya que el Conquistador se había interesado en él. Que quería mantener el aislamiento en su Isla.
Con cada frase su hijo fruncía más su ceño. No confiaba del todo en su esposa, tanto por sus consejos como por su propia evaluación, eso estaba claro. Ceryse pensaba que él era tonto y manipulable, la muy incauta. Era cierto que le costaba comprender ciertas cosas que eran naturales para otros, que no captaba los subterfugios más obvios, pero... de la agudeza de su mente no se podía desconfiar. Su príncipe no creía en lo que decía. Una mirada a Visenya y esto se instaló como una convicción en su rostro.
Maegor no era bueno para detectar mentiras en las palabras de las personas. Tenía que buscar la coherencia de un argumento para detectar las infamias. Si algo no era razonable o congruente, lo más probable es que fuera incierto. Lo que decía su esposa tenía su sentido, pero... no confiaba en ella. Observó el rostro de su madre buscando una respuesta y lo que vio, lo alertó. Su cejas ligeramente acercadas, sin alcanzar el ceño completo, su cara plana y sin emociones, una esquina de su labio con una suave caída y sus ojos agudos y analizando todo. El conocía esa expresión. Decía enemigo, un enemigo inteligente. Este era un tema difícil al que él no sabía como responder de manera correcta, su madre le avisaba de una amenaza y su esposa no era de fiar. Solo quedaba una cosa por hacer.
- Vete.
¿Qué? - la Hightower quedó desconcertada - Esposo, el rey desea saber la respuesta, por lo que debo permanecer aquí. Yo...
Vete. Vete y espera fuera. - su esposa se empecinaba en permanecer en el lugar - ¡Es que acaso no me has oído! Tendrás tu respuesta cuando lo discuta con mi madre. - la negativa de Ceryse a cumplir lo pedido lo frustró - ¿Acaso según tu crianza, las esposas no deben obedecer a sus maridos? ¡Sal de aquí!
Aunque con el mentón en alto y el impulso con el que salió, esperaba que la puerta estallará contra sus goznes, el sonido de cerrado fue modesto. No azotó la madera como habría esperado que hiciera. Miró a su madre, una indicación de su cabeza y se alejaron lo más posible de dicha puerta, y del resto de las paredes interiores. Acercándose a una ventana y vigilando por ella fue que su madre habló:
Tú padre se rehúsa a dejarte volver a la Isla. Quiere mantenerte a su lado. - seguía sin mirarle.
Por un breve instante, una sensación de plenitud llenó a Maegor. Su padre, después de convivir con él, prefería ahora mantenerlo cerca - Esta bien. - dijo con fruición - No me gusta tanto que haya tanta gente, - el Fuerte se llenaba con más del doble de personas que cuando gobernaba su madre - pero estoy aprendiendo mucho. Padre incluso me llama de noche para evaluar mis conocimientos y me dijo que cuando avanzara un poco más, retomaría el mismo sus lecciones personales. No te preocupes madre, no te deshonraré. Verás que nos irá bien.
Eran buenas noticias, no entendía la cara de su madre. Sus cejas arqueadas con suavidad, una sonrisa muy pequeña y sus ojos achicados. ¿No estaba feliz con esto?
Ay, mi príncipe. No confíes del todo en las intenciones de tu padre. - esto lo asustó. ¿Por qué no? Ellos eran familia. No se daña a la familia. Porque las intenciones de su padre con él serían malas. Maegor no tenía pensado hacerle daño a los suyos, no como Ortiga le había contado sobre el futuro - Además, no habrá nosotros.
- ¿A que te refieres?
- Orthyras y yo partimos hoy. Son sólo tú y Ceryse los que permanecerán aquí.
¿Por qué? - se alteró un poco. Su respiración empezó a aumentar como si se preparará para un entrenamiento físico - ¿Por qué tú y mi esposa se van? Quédense aquí. - pisoteó el suelo con su pie.
No podemos, no creo que Aegon lo permita. - su madre negó, apretando los labios y lo miró con firmeza - Pero si no quieres permanecer aquí solo, no lo harás. Ya sea que tenga que volver ahí y derramar la sangre de Aegon para que comprenda.
¡No! ¡No! ¡No pelees! - nunca esperó ser él el que contuviera una situación violenta pero aquí estaba - Lo haremos funcionar. Los Targaryen no peleamos entre nosotros. - sujetó el brazo de su madre - Tú y Orthyras tienen un dragón y Rocadragon no está muy lejos. - sí, eso tenía más sentido - Pueden venir a visitarme siempre que lo deseen. - su seguridad se tambaleaba, lo presentía. Pero él tenía que proteger a su familia. No podría hacerlo si peleaban - Verás que todo está bien. No te preocupes, madre.
Estas seguro, mi niño. - ella se acercó y lo atrapó entre sus brazos. Se removió incómodo, inseguro de como responder. En estos últimos tiempos había tenido más abrazos que durante el resto de su vida y no sabía bien cómo responder. Decidió ignorar su cuerpo y pensó en la pregunta de su madre. Antes de responder, él dudó por un insatente. Luego aceptó lo que se le venía. Todo sea por la familia.
Sí. - asintió con firmeza. Un príncipe no debe dudar con sus decisiones - Incluso convenceré a padre que me deje visitar la Isla cada cierto tiempo. Pronto seré su Señor y un buen Señor siempre vigila sus dominios. - sí, eso soñaba como un buen plan - Le diré a padre que me esforzaré el doble con mis estudios para que me permita unos días de descanso y pueda abandonar la Corte. - eso sonaba mejor. Si tenía que trabajar más, eso significaba que no tendría que ligarse con los cortesanos. No lo disfrutaba y no le iba bien con ellos él solo.
Avanzando a informar a su esposa, para que le contará al rey lo decidido, su madre se acercó a su hermano que aún esperaba cerca de la estancia.
Escuché que testificaste a favor de mi hijo cuando Aemion Velaryon lo acusó. - Visenya posó en él toda su concentración - Eso no debió terminar bien contigo y tú esposa.
Aenys se revolvió donde estaba. Alyssa había llorado mucho, por la perdida de su hermano y por el apoyo de Aenys como coartada de Maegor. No lo había querido escuchar porque estaba muy dolida. Cuando se sintiera mejor, ella entenderías. Tal como Aemion era su hermano, Maegor era el suyo, y era injusto hacerlo responsable y pagar por una mentira. Además, su cuñado no había terminado tan mal. No había sido azotado ni desterrado del continente y aún podía escribirle.
Alyssa está un poco triste, - una subestimación para el río de lágrimas que había derramado - pero pronto aceptará lo ocurrido y verá que todo es para bien. - asintió más para si mismo que para su tía - No se preocupe tía. Me irá bien. - sus grandes ojos lilas se posaron en ella, tan parecidos a los de Rhaenys que Visenya casi pudo creer que eran los ojos de su hermana.
Aenys, - ella suspiró, incapaz de creer que fuera ella quien pedía esto - Yo y la princesa Orthyras debemos marcharnos a Rocadragon. A mi príncipe no le va bien interactuando con los nobles y cortesanos. Podrías... - tuvo que inspirar para cobrar fuerzas y que no desapareciera su resolución - podrías cuidar un poco más de Maegor mientras no estoy. Se que es un favor muy grande pero....
Oh, no se preocupe tía. - la sonrisa de Aenys fue genuina - Ya he decidido que seré su amigo.
Su muy, muy inocente sobrino. Este mundo no estaba hecho para personas como él. Una parte de ella entendía la sobreprotección de Aegon para con su hijo, ella también lo haría en su lugar. Solo que su hermano se saltaba cualquier límite y no parecía poseer la capacidad de proteger, o al menos respetar a alguien más.
Muchas gracias, Aenys. - despejó uno de sus rizos de su frente antes de posar un beso en ella. Fue un impulso que la invadió en ese momento. La respuesta de Aenys fue inesperada. Ojos grandes y esperanzados, como si ella le hubiera dado un regalo más grande del que creía posible. ¿Por qué? Estaba segura de que su sobrino habría crecido rodeado de adoración. Aegon se habría encargado de ello. Quizás, justo como a su hijo le había faltado el amor de un padre, Aenys había anhelado en de una madre. Ella hubiera intentado ocupar ese lugar, si su hermano se lo hubiera permitido. Ay, Aegon. Lo que nos has robado a todos.
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Desde una ventana en Fuerte Aegon, Maegor observaba el viaje de partida de dos dragones. Sus figuras destacaban contra el horizonte. El barco con sus pertenencias había abandonado el puerto mucho antes, pero era seguro que su esposa y su madre llegarían a la Isla primero.
La despedida se había sentido rara. Sabia que era lo correcto de hacer, pero una parte de él había querido aferrarse a ellas y pedir que no abandonaran Desembarco. No creía que esto fuera posible, o sino, su madre no lo hubiera hecho.
Si te encuentras con un problema muy difícil, - le había dicho Ortiga - no te agobies. Solo escríbeme una carta y yo vendré a ayudarte. Todavía no se leer muy bien, - le dijo bajito en su oído, con la piel de sus mejillas oscureciéndose - pero si tengo alguna duda le preguntaré a tu madre, ¿está bien?
Él cabeceó y luego la vio montar detrás de su madre, compartiendo una montura. La reina había preferido montar a caballo a usar un carruaje, y una escolta pequeña para atravesar la ciudad hasta las afueras, donde descansaban sus dragones. Lo que no entendía era porque Ortiga no tenía su propia bestia. Incluso si no eran de su propiedad, pudo pedir prestado de forma fácil una de los establos reales.
Todavia analizaba esto, a la vista de los dragones desapareciendo en la lejanía, cuando una mano en el hombro lo distrajo de su análisis. Era su padre, quien también fijó su atención en las figuras dragonezcas que se perdían en el mar.
No te preocupes, Maegor. - el rey le dijo - Puedes ir con ellas cada luna, cuando la sangre de Ceryse llegué. Al menos hasta que se detenga pos completo. Entiendes porque ¿verdad?
Él asintió. Su sangre de luna venía si no había heredero. No podía seguir buscando uno durante esos días por lo que podría ir ese tiempo al Feudo. Ceryse misma le dijo que ella no iría allí, debido a que su padre le había dado la importante labor de dirigir su Casa, porque Alyssa había fallado en la tarea. Por un instante se alegró de su error. El desprecio que sentía por la caballito de mar había crecido como un río desbordado luego de la trampa tendida por su hermano. Puede que no hubiera sido su plan, pero no dudaba que había estado involucrada en el asunto. El hecho de que si esposa no quisiera visitar su hogar también lo molestó un poquito, más cuando le dijo que solo iría allí cuando el rey se trasladara a la Isla. ¿No tenía curiosidad por las tierras donde sería dueña y Señora?
Ser Addison me ha contado lo que has estado asiendo. - el comentario sacó a Maegor de su análisis interno.
- ¿Qué cosa?
Como tomas el primer turno para entrenar con él y dejas a Aenys con Ser Darklyn. - Aegon lo palmeó en la espalda - Addison dijo que decidiste eso porque el es mejor con la espada y el escudo, y tú quieres el mejor entrenamiento, aunque él mismo dijo que posiblemente había algo más. ¿Me lo puedes explicar?
Maegor cruzó sus brazos en su espalda, y comenzó a planear sus dedos, con la esperanza de que nadie viera su movimiento repetitivo. El maestre le había dicho que se veía mal y era incorrecto, pero le calmaba. Si nadie lo veia no podía hacerle daño ¿cierto? Tragó saliva antes de responderle a su padre, esperando que no lo castigará por alterar el entrenamiento impuesto a Aenys.
Ser Colina es muy rudo y no creo que Aenys esté en condiciones para soportarlo. Él... no se siente bien con el trato de Ser Addison. Se pone más nervioso y no rinde tanto. Pensé que podría empezar temprano con Ser Darklyn, que tiene más paciencia y luego pase con Ser Colina. No está listo para entrenar con él todo el tiempo. Todavía no, quizás después de que se prepare y entrene un poco. - o mucho. Mucho, mucho entrenamiento - Así que la primera mitad de la mañana entrenó yo con él, y la segunda mitad lo hace Aenys. Así sigue el enfoque fuerte que tú querías con mi hermano, solo que yo lo cansó un poco para que no esté tenso con él. - Aenys lo había protegido con los Velaryon, y era su hermano, era lo justo protegerlo a su manera. Si ganaba un entrenador severo pero capacitado, entonces estaba bien.
¿Entonces estabas protegiendo a tu hermano? - la sonrisa de su padre fue grande, aunque había algo mal en ella - Excelente, Maegor. Estas haciendo lo correcto. Estoy tan orgulloso de ti.
Eran las palabras que siempre había soñado con escuchar, pero algo estaba mal. No sabía qué, pero lo sentía. Tenso, con un salto extraño en la boca del estómago y su cerebro no podía dejar de pensar en la sonrisa del rey. No era como las que le daba a Aenys. Su cara se llenaba de arrugas cuando lo hacía. Esta sonrisa era plana, más perfecta, ningún pliegue abarcaba su cara. No le brindaba la felicidad que esperaba encontrar. Solo una sensación de oscura premonición. No entendía porque. Era sólo una sonrisa, era de su padre, él no querría hacerle daño. Aún así se sentía mal, como la de esos cortesanos que despreciaba su madre cuando lo saludaban en las noches de festín. Maegor había obtenido las palabras que siempre había deseado de su padre, pero no las disfrutaba. Algo en esa sonrisa estaba muy mal.