Sobre aliados y enemigos
8 de octubre de 2025, 12:27
Por un momento, cuando abrió los ojos, se sintió confundido. Esta no era su habitación. Tampoco la de Ceryse aunque por un momento lo pensó, pese a que hacía rato que había abandonado la costumbre de dormir con ella. Así descansaba mejor. El estar envuelto en un peso y un calor tan cómodo fue lo único que le impidió sacudirse, hasta que su cerebro recordó donde estaban. Este era el cuarto de su otra mujer y él estaba durmiendo aquí porque quiso. Y porque ella lo dejó. La pesadez que sentía era su esposa, que al parecer había escalado su cuerpo durante la noche buscando calidez. Por un parpadeo se asustó, temiendo que babeara sobre él como hizo sobre la cama aquella primera vez. Una mirada rápida le mostró su boca cerrada, aunque demasiado cerca de su pecho y su pelo esparcido y erizado en diferentes direcciones. Todo bien, entonces.
Evaluó como se sentía. Tranquilo, cómodo, reconfortado. Atrapado en un capullo de seguridad, que la verdad, no quería abandonar. Todavía era demasiado temprano, se dijo, si no tomaba un baño, y no sentía la necesidad de hacerlo, podría permanecer aquí un poquito más. Sí, eso haría. Su amiga se removió sobre él y temiendo que cayera, la abrazó a su cuerpo. Sus ojos oscuros, bastante bonitos para él, se abrieron apenas un momento para luego cerrarse. Ortiga se acurrucó aún más en su posición y continuó su ligera siesta vespertina. El contacto de su abrazo le causó curiosidad. Ella le había dicho que no podía tocarle el trasero, pero si las manos. Por lo tanto, los brazos estaban permitidos, ¿verdad?
Paso sus manos sobre la superficie desnuda de sus extremidades, una y otra vez, encontrando su piel llena de pequeñas cicatrices al tacto. Debían ser de su vida anterior. Su madre había empezado a entrenarla con la espada, pero era muy pronto para que probara con armas filosas. Sin saber bien que cosas había vivido, pero entendiendo que estas vivencias la habían convertido en quien era hasta ahora, prosiguió su repetitiva exploración. El contacto era calmante y predecible dentro de toda esta sensación de corrección de la que se hallaba rodeado. Así, tras pasar sus dedos callosos sobre las marcas casi imperceptibles, se quedó dormido otra vez.
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La despedida de su madre para con su hermano menor fue tan teatral como se esperaba de ella. Casi se hubiera creído que sus lágrimas eran reales sino fuera por lo bella que se veía al llorar. Alarra Massey había convertido el acto de derramar las gotas del salado líquido en un arte. Oh, estaba segura que la pérdida de su hermano al no tan lejano Puerto Gaviota le dolía, solo que no lo suficiente como para para llorar de verdad.
Por los Siete, - murmuró entre dientes mientras veía alejarse en la distancia la ligera embarcación - no es para tanto. No está desterrado del reino ni nada, solo de la Corte. - susurró por lo bajo.
Su madre se secó de forma elegante la cara, porque por supuesto, todo debía hacerse de la forma más atractiva posible para ella - Interesantes palabras las tuyas. - el tono sollozante desapareció, aunque aún conservaba ese aire de alguien que sufría de una tragedia - Estoy segura de que habrías hecho un berrinche capaz de oírse en el Muro si se te hubiera dado el mismo castigo por un año. Y no olvidemos tu responsabilidad en todo esto.
¡No es lo mismo y lo sabes bien! - se defendió la Velaryon - Y sigues culpándome de la imprudencia de mi hermano de acusar falsamente al príncipe, - escupió con odio - cuando yo nunca le pedí que mintiera. Tu misma lo viste. Se niega a señalar al culpable.
Con el aire salobre empujando sus oscuros rizos, su madre se volvió hacia ella - Por supuesto que te culpo. Solo con tu influencia, mi hijo sería tan tonto como para creer que puede acusar a un príncipe, culpable o no, y salirse con la suya. Tu hermano menor te idolatra y te sigue en todos tus ridículos planes. No lo niegues. - la miró con un desprecio del que Alyssa nunca podía escapar - No me extrañaría que fueras tú la que puso las palabras en su boca para poder deshacerte de la sombra del hijo de Visenya.
Ella tuvo que apretar los dientes, porque en parte tenía razón, pero es que ese bruto tenía que desaparecer. Estaba captando la atención del rey y de su esposo, y Alyssa había trabajado demasiado duro por esa atención para cederla con facilidad.
Me señalas una y otra vez a mí, pero no a mi hermano. Fue Aemion el que fue lo suficientemente tonto para mentir y aún más tonto para ser atrapado. - inclinó la cabeza como si tratara de resolver un problema, uno cuya solución llevaba casi dos décadas eludiéndola - ¿Por qué lo defiendes tanto?
Porque es mi hijo menor. - dijo sin duda alguna - Los hijos mayores pertenecen a la familia, para la gloria y los logros de la Casa. Ya sea el primogénito o su repuesto. Tu hermano estaba tan abajo que no está destinado a heredar nada. - oteó el horizonte como si aún alcanzara a ver las velas del barco - Es la maldición y a la vez la bendición de los últimos en nacer. Como no se espera nada de ellos, se les confía el control total de su crianza a su madre. Sin otras exigencias. Podemos darle todo el afecto que les tocaba a los mayores pero que fue cambiado por una adecuada educación y preparación para sus futuros deberes. Los menores reciben los mimos de sus madres, que saben que nunca recibirán la misma fortuna que sus otros hijos que lo precedieron. E incluso así, - se escuchó claramente el cálculo en su voz - un hijo menor amado es menos peligroso para el primogénito que uno dejado de lado.
No eres así con mis hermanas. - afirmó Alyssa. Aunque no tan crítica como lo era con ella, sus todavía más menores hermanas sufrían de la estricta vigilancia de su madre.
Por supuesto que no. - Alarra desechó sus palabras - La función de tus hermanas es ser lo suficientemente atractivas para conseguir un mejor partido que el que ganan por su nacimiento. Así garantizan una buena alianza para beneficio de su Casa y para apoyar a sus hermanos. Eso solo pueden hacerlo si son mejores que las demás y con mimos nunca se conseguirá eso.
Entonces... - la duda que siempre la asaltó se hizo más grande. Su hermana mayor había sido amada tanto por su padre como por su madre, como por sus hermanos mayores. Esto contradecía directamente la afirmación de la señora de los Velaryon - ¿por qué me tratas así? Yo conseguí el mejor matrimonio. - no, esa no era la pregunta - ¿Por qué si las hijas son solo piezas para intercambiar, adorabas tanto a Ethelyna? - ya, la pregunta que tanto la enloquecía.
Porque, mi pequeña niña, - su señora madre la miró de arriba a abajo - a diferencia de ti, mi Ethelyna era perfecta.
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A Maegor todavía le sorprendía, o puede decir que le extrañaba, el rarísimo ritual nocturno de su esposa. Al parecer se le servía una comida completa, de las que no se echaba a perder durante la noche, en su recibidor. "Por si tenía hambre". Pero su mujer no se la comía, simplemente estaba ahí.
No puedo comer como loca, - afirmó con una pequeña sonrisita - o si no, tendré un culo aún más gordo.
Ella no estaba gorda ahí, así que no estaba seguro porque hablaba así de si misma. Se limitó a asentir. Quizas tenía las caderas un poco más anchas pero nada más. Sin embargo, ella debía saber más de su cuerpo que él.
Aunque no te preocupes, - le afirmó - yo no me trago todo eso. Pero no se bota. - dijo muy alterada por ello. Como si la idea fuera insultante por si sola. A él le producía una leve curiosidad, pero poco le importaba lo que pasara con la comida desechada - La reina me dijo que los sirvientes se la podían comer, siempre que no la tocara. Yo duermo mejor. Ellos comen mejor. Todos ganan.
¿Qué tenía que ver la comida con dormir mejor? Todavía estaba pensando en esto cuando oyó a Ortiga quejarse, con una sonrisa en su rostro que en el mejor de los casos sería considerada artificial, y en realidad parecía que había jalado los músculos de su cara hacia atrás.
¿Estas conciente de que soy una novata, verdad? - preguntó con los ojos muy, muy abiertos - Y que si presionas muy duro... Sabes que, olvida eso. Incluso si presionas muy suave, me vas a dar una paliza, ¿cierto?
Solo quiero ver cuánto has avanzado, mujer. - no puso sus ojos en blanco, porque era un gesto indigno de la realeza. Ortiga no devolvió el favor - No golpearé duro. Se que eres poco más que una principiante.
Bueno, - ella pareció aceptar un destino inevitable - al menos tendré los remedios casi mágicos de tu madre para aliviar los golpes. Una duda. Los sacó de ya sabes, la biblioteca. - puso un énfasis al final, que descolocó a Maegor.
¿Qué? - no entendía a que se refería.
- Ya sabes, la biblioteca secreta.
Shhh... - la silenció antes de mirar a su alrededor. Ella había hablado bastante bajo y no había nadie cerca. No debió preocuparse. Si había alguien que estaba siempre más consciente de su entorno que él, era su esposa. Entonces, pensó lo dicho - Pues, no sé. Quizás. Primero tendría que encontrar la traducción de los materiales para hacer los remedios de los libros de curaciones que hay allí.
Esto ya lo había hablado con ella. Ya fueran los libros de construcción o de magia, no podían usarlos ya que no tenían las materias primas de las que se hablaban. Al enterarse de los tomos más oscuros, Ortiga pensó que Visenya de verdad podía hacer hechicería, lo que le ganó un sopapo de su madre y una mirada irritada. Él se burló un poco. A su mamá le hubiera gustado poder. Pero al igual que en los libros de diseño de edificaciones, donde carecían de los materiales para llevarlos a cabo, ya que no se podían hacer con las cosas que tenían a mano en Poniente, a su madre le faltaba algo vital para lo otro. Magia. Las artes arcanas, al menos las valyrias según los libros, no se basaba solo en leer pergaminos o mezclar pócimas. Había que tener una chispa de la que al parecer, carecían todos los Targaryen durante mucho tiempo. Daenys la soñadora y puede que su padre tuvieran sueños de dragón, pero nada más, para el dolor de su madre. Con los libros de medicina pasaba algo igual, pero...
Madre estudió mucho los escritos de Maegon Targaryen, que al parecer se dedicó a traducir los tomos - un lord de Rocadragon enfocado en la medicina. ¿Por qué? Aunque quizás estuviera bien. Su madre también lo había hecho - y buscar el equivalente de las plantas y polvos necesarios para las curas casi milagrosas que tanto admiras. Así que quizás sí. - se encogió de hombros, antes de hacer girar la espada roma en sus manos - Pero basta de parloteo, mujer. Déjame ver en qué nivel estás después de más de tres lunas.
Mira, - ella tragó antes de pedirle - ¿podemos tener solo un sparring corto en vez de varios? No creo que tenga la resistencia para aguantarte por mucho tiempo. Incluso si no me caigo de culo a la primera.
Él solo bufó de diversión, aunque quizás ella tuviera razón. No se le podía exigir demasiado y no era tan lento como para no entender que ella era muy nueva en esto, y él muy bueno. A su hermano sus maestros le describían como decente con la espada, con una sonrisa cuadrada que enseñaba todos los dientes, y él lo superaba con facilidad. Tampoco es que quisiera hacerle daño a ella. Lo que era muy probable que pasará si atacará.
Mira, - trató de explicarle - me mantendré principalmente a la defensiva. - la observó en su totalidad, lucía bastante frágil para él y el escudo la frenaría aún más - Puedes usar solamente la espada, yo llevaré ambas cosas lo que me hará más lento y te dará mayor movilidad. ¿Mejor así para ti?
Ella lo miró dudosa, antes de pesar el escudo que llevaba en brazos y asentir. Dejo la estructura de madera a un lado antes de pararse frente a él.
¡Por lo sagrados Dioses árbol, - dijo mientras asumía una posición defensiva - esto va a doler!
¿Sagrados Dioses árbol? - la diversión lo lleno - ¿Qué es eso?
Los dioses del Norte. - afirmó mientras retrocedía ante su avance, y de nuevo lo evitaba saltando hacia un lado. Un desplazamiento inesperado pero bastante bien ejecutado, al menos era ágil y parecía mantener un buen equilibrio. Aún así, no atacaba ni aprovechaba sus aberturas - Decidí que me voy a pasar a esa religión. Los Siete como que nunca me han hecho mucha gracia y digamos que después de ciertas cositas, - la renuencia a decir específicamente de que cosas hablaba era clara - empiezo a creer que los dioses norteños son más poderosos, o al menos mas concientes de nosotros los mortales, de lo esperado.
Mujer tonta. - mujer tonta y divertida, pensó. Él no creía mucho en dioses. Era la preparación y las decisiones de uno mismo y las fuerzas naturales las que influían en el desarrollo de los eventos, no el capricho de alguna entidad superior. Aún así, quizás después de retroceder en el tiempo como ella, él también estaría dispuesto a creer en algo más. Aunque achacaba lo ocurrido más a poderes ocultos, que a seres omnipotentes - No lo digas mucho en voz alta. La mayoría de estas personas - miró a su alrededor - son fieles servidores de los Siete. - su labio superior se levantó con un deje de desdén - Podrían ofenderse porque no sigas a sus propios dioses.
Ortiga se rió y el aprovechó su descuido para lanzar una estocada.
¡Oye! - le dijo ofendida - ¡Dijiste que no ibas a atacar!
No, dije que me mantendría principalmente a la defensiva. - ella lo había hecho bien. Aunque pareció que bajó la guardia, cuando tanteó su defensa con un ataque, saltó con celeridad hacia atrás. Decidió aumentar un poco la velocidad de sus golpes - Tienes buenos reflejos, eso ya es algo. - una combinación simple la obligó a esquivar y luego a bloquear el segundo golpe. Sin mucha elegancia pero lo hizo.
Decidió probarla un poco. Fingió un ataque alto y lanzó un corte bajo. Los instintos la salvaron, evitó el contacto y respondió con una estocada sencilla y demasiado directa que fue fácil de desviar. Si llegaba a forcejear era evidente que podría desarmarla. No lo haría porque ese no era el objetivo de esa práctica. Él se limitaría a controlar el ritmo y observar, y luego le diría a su madre que puntos débiles veía en ella. Era claro que no era un portento con las armas, le dio demasiadas oportunidades y nunca tomaba la ofensiva, pero al menos no se detenía esperando los golpes. Sus juegos de pies eran bastante decentes para alguien casi sin entrenamiento. Una ventaja era mejor que una mediocridad absoluta y se sorprendió gratamente con la necesidad de perseguirla gracias a su amplia movilidad. Lo tenía a él, a sus armas y al terreno, vigilados en todo momento. Lo que sumaba cosas a su favor. Al menos no era un saco esperando ser golpeado, y era algo impredecible en que dirección tomaría a continuación.
Entonces ella cometió un error, o podría decir que fue él. Después de todo, había prometido no usar toda su fuerza. Un golpe lanzado contra su escudo lo hizo ejecutar el movimiento que le enseñó Ser Darklyn por costumbre. Su mujer no tuvo ningún chance de evitarlo, aunque en su defensa, logró quedar sentada en su precaria caída en vez de echada completamente al suelo.
Lo miró parpadeando y él sintió su mandíbula caer.
¡Lo hice sin querer! - intentó excusarse, lo que no lo hacía aceptable todavía. Él había prometido ser suave y aquí estaba ella. Enfrentándose a un oponente más fuerte, más resistente, mejor entrenado y que le estaba aplicando técnicas muy avanzadas para su nivel.
Su amiga respondió a su réplica no con un enfurruñamiento o con una queja, sino con una amplia carcajada - Cuando dije que iba a caer de culo, no lo dije de verdad. - bufó, antes de continuar riéndose de ella misma.
Por un instante, no estuvo muy seguro de como reaccionar. Poco a poco, la diversión de su esposa, todavía en el piso y con un ataque de risa, se le fue pegando. Su propia carcajada se oyó sorda, extraña. Su mujer se calló y lo miró. Compartieron un silencio y podría decir que un entendimiento, lo que los llevó a una risa aún más desenfrenada. Su diversión aún no había muerto, cuando la ayudó a levantarse del suelo. Ella tuvo que apoyarse en él, más por la falta de aire y sus ligeros resoplidos, que por verdadera inestabilidad.
El combate al final no resultó ser muy complejo y exhaustivo, justo como esperaba. Sin embargo tuvo que admitir que lo disfrutó un poco, de alguna manera.
Vete a practicar con el muñeco de prácticas, mujer. - exigió sin ser un verdadero comando - Quizás así para el año que viene, seas capaz de enfrentarte a un viejo con un palo.
Como pensaba, Ortiga no se ofendió por sus palabras. Solo se rió un poco y se dirigió a obedecer.
Alguien se acercó a él por detrás, pero mantuvo una distancia aceptable.
Vaya espectáculo el que has dado, Maegor. - solo había una persona que se atrevía a hablarle así en el castillo, fuera de su familia cercana. Se giró hacia él, su maestro de armas y el caballero más letal que jamás había pisado Poniente - Linda jugarreta la que hiciste ahí, ¿te la enseñaron esos putos de la Guardia Real?
Él asintió, sabiendo que su lenguaje colorido era parte de su personalidad. Su madre le permitía tal impropio comportamiento tan poco educado, aunque cualquier intento de Maegor de replicarlo en su niñez había sido reprimido - hizo una mueca - de forma muy disuasiva.
Gawen observó a Ortiga haciendo sus ejercicios antes de afirmar - Sus ataques no son muy buenos, pero al menos no es un poste de práctica.
Maegor tuvo que estar de acuerdo. Era mala cuando intentaba tomar la delantera. Sin embargo, ya tenía encaminada la base más importante para sobrevivir: el instinto de evitar ser golpeada. Muchos nuevos reclutas se quedaban quietos y se limitaban a recibir golpes e intentar absorverlos. Ella no. Ya fuera por su fuerza menor, su menos maciza constitución o por su propia crianza, esquivar y no congelarse ante los ataques no tuvo que ser enseñado. Una de las partes más vitales y difíciles de inculcar de la instrucción ya había sido superada.
No ganará ninguna pelea por ahora, pero la zorra es escurridiza, lo admito. - Ser Corbray la vigilaba, aunque Maegor no podía estar seguro de si por su interés personal o por orden de su madre - Si la pulimos, no lo hará tan mal.
Todo un elogio viniendo de él. Era una proyección modesta pero realista. Más si era aplicada a alguien que llevaba menos de medio año practicando.
¡Mocosa impertinente! - Gawen estalló, lo que casi sorprendió al príncipe, de no ser porque estaba acostumbrado a esperar lo inesperado, especialmente de él - Ponle más peso a tu impulso o si no, ni siquiera podrás dañar una hoja de papel. ¿O es que acaso temes a que el muñeco de prácticas te haga daño?
¡Imaginaré que es tu cabeza y lo golpearé con todo lo que tengo, Ser! - gritó de regreso Ortiga sin desanimarse - ¡Aunque creo que el puñetero monigote tiene más materia adentro que tú!
- ¡Cuidado, princesa! O la reina te hará probar de nuevo el jabón, si sospecha de que tu lengua se empieza a escapar de nuevo.
- Me comería la pastilla entera si con eso logro ofenderte, bastardo malnacido.
La sonrisa de Gawen le dijo que se sentía cómodo con su interacción, un hombre que no gustaba de fingir era él. Su amiga tampoco lució retraída, y considerando lo amistosa que actuaba con los sirvientes, no le extrañaba que encajara con su maestro de armas. Dos personas honestas y con un impulso natural de maldecir.
Nunca será una duelista elegante, muchacho. - el caballero originario del Valle lo miró a los ojos - Pero esta segunda esposa tuya será una superviviente eficaz y molesta. Su estilo se deberá basar en frustrar y agotar a oponentes más fuertes, mientras busca su ventaja.
Eso... sonaba lógico. Suponía que su madre le enseñaba a pelear para defenderse, no para participar en torneos. Él no necesitaba una campeona, sino alguien que le apoyará.
Ahora, tengo que preguntarte, - Gawen se lamió los labios, dudando antes de preguntar - Tu otra esposa...
Lo que sea que fuera a decir, fue interrumpido por la llegada en grupo de un escudero bastante mayor y lo que solo podría describirse como sus dos secuaces. Se acercaron directamente a su amiga, como si el patio fuera suyo y sin ninguna reverencia por ella. Algo que no le gustó. Puede que su mujer actuará con demasiada cercanía al personal, pero como mínimo, estos le devolvían su actuar con servilismo y la esperada cortesía. No veía nada de eso aquí. No solo se dirigieron directo a ella, sino que se atreverían a importunarla durante sus prácticas. Ortiga no hizo ningún movimiento agresivo, conservó la postura alegre y algo fanfarronada que solía poseer. Seguía sin agradarle.
Decidió acercarse, dejando a Gawen con las palabras en la boca. Le debía respeto como su maestro de armas y como miembro importante e instructor de sus fuerzas, pero nada le impediría corregir cualquier impertinencia contra la que era considerada su segunda esposa. Después de todo, él era ahora el Señor de este lugar.
No fue sólo falta de respeto lo que notó al acercarse. Ortiga actuaba tranquila, su cuerpo suelto y en una postura casi relajada. Otros caerían en la falsa confianza. Él no. La mirada en sus ojos la había visto cuando ella hablaba de violencia y amenazas. Sus dedos jugueteaban donde sabía que tenía oculta una de sus dagas. Se erizó totalmente. Las faltas de respeto que él nunca hubiera perdonado no afectaban a la jinete del Ladrón de Ovejas. Eran para ella como pequeñas ondas en el agua, destinadas a desaparecer sin repercusión. Si ella estaba lo suficiente arrinconada para querer reaccionar con agresividad, entonces, a lo que sea que se enfrentara, era inadmisible.
¿Se puede saber quién se atreve a molestar a mi esposa? - intentó sonar grave, como hacía su padre cuando emitía órdenes. Su voz salió como un ladrido. Los jóvenes se giraron para encontrarlo enseñando sus dientes, como una bestia.
Mi príncipe, - dijo el líder - solo estábamos charlando animadamente.
Una mirada a Ortiga desmintió lo que decían. Tal vez tenía una sonrisa en su cara, pero la falta de otros detalles que asociaba con su alegría, y su nariz arrugada, hablaban más que su gesto principal. Él a veces se perdía mucho con las segundas intenciones, o cuando las personas fingían algo que no sentían. Pero había estudiado lo suficiente el rostro de su amiga, y su estado jovial era algo tan común en ella que notar discrepancias era fácil en este caso.
Pues no parece que mi mujer crea lo mismo. - los acompañantes del mayor comenzaron a retroceder lentamente, mientras el escudero, en una estúpida muestra de desafío, se mantenía firme - Me gustaría saber que es lo que le dijeron.
Solo le recomendabamos que abandonará el patio, alteza. - la reverencia hacia él sí fue formal, nada de como habían tratado a su compañera - Este no es lugar para una dama. Es indecoroso, por poco tradicional que sea la - saboreó el título antes de soltarlo, como si fuera más una conseción que la jerarquía nobiliaria que le correspondía - princesa.
Entiendo. - afirmó Maegor.
¿En serio? - el escudero de nombre desconocido preguntó algo asombrado, era tan poco destacable que Maegor no había memorizado su nombre - Bueno, por supuesto que sí, tengo razón.
No he dicho que tuvieras razón. He dicho que entiendo como piensas. - el desprecio en su comentario no sería pasado por alto por nadie - Lo que me sorprende es que alguien tal falta de inteligencia como tú, sea mantenido incluso como aprendiz en mi castillo. - el verdadero insulto es que este ser formará parte del futuro de sus fuerzas domésticas - Tienes tan poco seso para intentar gobernar las acciones de la Señora de la fortaleza. ¿Quien sabe que otros barbaridades habrás soltado por ahí?
No es un insulto, mi príncipe. - intentó defenderse de tal acusación - Solo explicaba que es incorrecto para la posición que ocupa como nuestra Señora - viendo la disposición del príncipe, era mejor empezar a lanzar excusas válidas - aprender el uso de armas. Mírela, - la señaló abiertamente - parece incapaz de ejecutar una serie modesta de ejercicios de forma precisa.
Ortiga se sonrojó por esto. Su piel ya oscura se tiñó aún más en el borde de sus mejillas. Había visto a doncellas ruborizarse por cumplidos, aunque esta situación no parecía ser el caso. La sonrisa en su rostro se apretó, y un tic rápido cruzó su rostro. No, no se sentía halagada en lo más mínimo.
Maegor volvió su atención hacia él - Mantengo lo que dije. Estúpido y sin cerebro. Tan falto de razonamiento como para sugerir que ella no debe aprender a usar armas, cuando a diferencia de ti, mi princesa ha venido de una guerra real.
- No quería decir...
También, tan corto de entendederas como para no darte cuenta que alguien que recién comienza a practicar con espadas, no podrá dominarlas en un corto período de tiempo. - lo escrutó de forma calculadora - Pero quizás no te des cuenta de esto porque tienes un talento en bruto demasiado grande para tu nivel. - alzó su espada de acero roma - Comprobémoslo.
Mi príncipe, nunca hable mal contra usted. - el pánico comenzaba a avanzar en la mente del escudero sin nombre.
Puede que el reino entero lo llamara violento o huraño, mientras que aquí, en las tierras que pertenecían a su Feudo, era conocido sobre todo por su habilidad y el cultivo de la misma. El trabajo duro vence al talento natural, siempre que el talento natural no trabaje duro. Y Maegor Targaryen se había preparado siempre para vencer. Aquí todos conocían de su esfuerzo y su capacidad, y hasta el hombre más curtido sabría que no hallarías en él una presa fácil. O una presa en absoluto.
¡Hablaste mal contra mí esposa, que es lo mismo! - el segundo hijo de Aegon rechazó su media disculpa - Cualquiera que desprecia a mi mujer, deberá enfrentarse a mí. Pues parece que serás el primero en aprender esta lección. Toma tu arma, - exigió - es una orden.
Se hizo un silencio abrumador. Cada persona en los alrededores suspendió lo que hacía para convertirse en un espectador del próximo duelo. Porque aquello no podía tener otro nombre aunque se usaran espadas destiladas.
Maegor hizo girar la espada con su muñeca y adoptó la posición de guardia, su contrincante lo imitó, mucho más tensó.
¿Qué estás esperando, cobarde? ¿Una invitación? - la estima de Maegor por su contrario era mínima para cualquiera que la oyera - ¿O es que solo sirves para atacar con palabras a una mujer porque ni siquiera puedes sostener un arma?
La burla dio resultado. El escudero cargó con un tajo lateral, cargado de fuerza pero predecible. Maegor usó su propia agilidad, inesperada en él para muchos que lo veían solo como una masa de fuerza y músculos, y lo esquivo con facilidad. Parecía casi un paso de baila por la gracia con la que fue ejecutada. El impulso hizo que el joven continuara hacia adelante, lo que le permitió a Maegor golpear su trasero con su espada.
¿Este es el hombre que le dijo a mi esposa que debía abandonar las armas por su falta de habilidad? - bufó con recelosa diversión - Al menos mi esposa puede esquivar y evitar que le pegue, y lleva aquí solo un par de lunas en comparación con tus años de instrucción. - negó con la cabeza - Que desperdició de tiempo y esfuerzo para tus maestros.
Esto pareció enojar al muchacho, que atacó con más saña. Contrario a lo esperado, Maegor no contraatacó. Cada golpe que daba el tonto enfurecido era desviado por la hoja roma con un clic seco, con solo la fuerza necesaria para alterar la trayectoria.
¿Qué es lo que esperas Targaryen? - preguntó el frustrado contrincante.
Estaba aprendiendo. - Maegor plantó bien los pies en la tierra - Pero tienes muy poco que ofrecer. Hizo girar sus espada una vez. - con una calma aterradora explicó - Ahora comienza tu castigo.
Puede que la ira nublara su juicio, o puede que el escudero temía con lo que se le venía encima, y creía que con una rápido victoria no se expondría a la amenaza del joven Señor. Embistió con una serie de estocadas y golpes brutales, destinados a aplastar toda resistencia. Esta vez, Maegor decidió dejar de ser solo el receptor. Esquivó el primer golpe, el segundo fue bloqueado y el tercero le permitió la abertura para golpear la rodilla del otro. Cayó al piso de inmediato sujetándose la articulación.
¿Te parece que hemos terminado? - pateó el suelo frente a él, lanzando tierra hacia su cabeza - Levántate y pelea. ¡Hazlo!
Lo hizo con dificultad, tratando de proteger la extremidad casi renqueante. Contrario a lo esperado, Maegor no explotó este daño, sino que se dedicó a castigar cada otro tramo sano de su cuerpo. Un impacto contra las costillas de un lado seguido de otro en el hombro contrario. Para mañana, los muslos de este charlatán estarían negros. Un golpe contundente cerca del codo le hizo soltar el arma.
- ¿Te he dado permiso para rendirse? ¡Continua!
¡Piedad! - sonaba un tanto desesperado. Viendo que el príncipe permanecía inmisericorde, decidió ir por la opción más factible y conocida por su inapropiada debilidad - Princesa, por favor, dígale que pare.
Maegor, cariño, - el príncipe apretó los labios, el tono suave y calmante de su esposa sugería que tendría que dejar de impartir su lección - no te he visto conectar ningún golpe a las piernas o a las manos. - de pronto, todos los ojos del lugar estaban en ella, expectantes y horrorizados - No te pido que le pegues en la cara porque con esa barra de metal le harías demasiado daño. - ¿cómo se las arreglaba Ortiga para seguir luciendo amistosa tras esa frase? - Entonces, si no es mucha molestia, ¿podrías hacerlo por mí? - terminó en un puchero un tanto tonto.
La sonrisa depredadora inundó la cara del nuevo Señor de Rocadragon, para consternación del hombre en el piso que enseguida reclamó su arma en un inútil intento de escudarse. Justo como le había pedido la morena muchacha, el príncipe continuó repartiendo impactos en las zonas mencionadas, hasta que un golpe en su mano desarmó al castigado escudero. Mientras gritaba, sujetándose el adolorido miembro, fue el propio Maegor quien soltó su arma y le proporcionó un puñetazo en su ojo izquierdo, lo que acabó por derrumbarlo.
Ortiga se acercó sin miedo al propinador de semejante golpiza antes de decir - Awww, lo golpeaste en la cara sin tu arma. ¿Lo hiciste por mí?
Viendo que no había miedo en ella, Maegor mencionó con orgullo - Dijiste que pegarle ahí con metal era demasiado, no dijiste nada de carne.
Mi héroe. - se impulsó a sus brazos como hacían las doncellas con sus campeones - ¿Qué no eres el mejor esposo del mundo?
Perra manipuladora, - el joven en el suelo estaba demasiado adolorido para contener sus palabras - empujaste al príncipe a hacer esto por ti.
¿Te quejas cuando no actuó como una dama y luego te quejas de cuando actuó como una? - Ortiga hizo un pequeño sonido de descontento, mientras abrazaba a Maegor para que no se impulsara de regreso contra él - Algunas personas son imposibles de complacer.
Eres una vil titiritera. - escupió con asco el escudero mientras sentía que se le cerraba un ojo - Actuabas toda amistosa e insípida y en el fondo eras una arpía.
Ay, mi tonto muchachito. - Ortiga se inclinó más contra su falso esposo - No actué de una forma, soy así. No me gusta ser autoritaria o severa y rígida, como se espera de los nobles. Es solo que algunos de ustedes lo confundieron con debilidad. - observó a todos en el patio - Sus respuestas me permitieron ver quién sería amigo o aliado, y quien sería neutral. También me ha permitido descubrir las ratas que invaden mis paredes. Porque no se si te has dado cuenta, pero esta es mi Casa, no la tuya.
El temblor se apoderó del amoratado muchacho - ¿Estabas cazando traidores? - dijo con pavor, a nadie se le pasó por alto las recientes acciones de la reina en los últimos tiempos.
¿Es que acaso eres sordo? - a Ortiga se le acababa la paciencia - Dije que era amable con todos porque elijo serlo. No por debilidad, sino porque puedo permitírmelo. No necesito ser cruel y distante para mostrar mi poder, soy poderosa por mi sola. - las imitaciones de la arrogancia de Visenya serían útiles aquí. Bueno, en parte no era mentira - Solo les estaba dando la oportunidad de que me conozcan mejor para que se formaran una opinión de mi, a la vez que yo hacía lo mismo con ustedes. Ahora, el tiempo de tolerar los insultos pasó, pero... - el tono juguetón volvió a su voz - no me atrevería a oponerme a los deseos de mi amorcito a favor de lo que yo quiero. - hizo el ademán de restregar su cara contra su cuello - Entonces, mi querido gruñón, sé que está en tu naturaleza ser juez y verdugo, - las palabras dispararon el terror en el joven que veía acercarse el final de su vida, después de todo, había ofendido a dos príncipes en lugar de a uno - ¿qué quieres hacer con él?
La paliza fue el precio por su ofensa. - un alivio comenzó a crecer en el lamentable escudero desde el nido en el lodo en el que se hallaba - Por el crimen de ser demasiado estúpido para atreverse a desafiarte, lo quiero lejos de mis tierras. Saldrá hoy del castillo y de la Isla antes del próximo cambio de luna.
Intentó replicar, casi a suplicar misericordia o una rebaja del castigo. Ser expulsado en deshonra no solo le traería vergüenza, sino que disminuiría la posibilidad de conseguirse un puesto en una buena Casa como caballero, si llegaba a convertirse en eso.
Alzó la vista desesperado, aunque la imagen que lo enfrentó lo enmudeció. Más tarde se diría que fue la mezcla de dolor y que su único ojo abierto se hallaba agotado. Pero por un breve instante juraría que vio, en esos crueles orbes violetas, unas pupilas depredadoras y verticales.