Deudas y legados
8 de octubre de 2025, 12:34
Visenya encaminó sus pasos a toda velocidad a las cocinas, donde le dijeron que su hijo había sido llevado. El revuelo había sido lo suficientemente grande para avisarle de que había pasado algo, incluso antes de que un sirviente viniera a informarle. Aunque el hombre dijo que no se preocupara, ella se preocupaba. Una madre siempre lo hacía. Que tuvieras fé en tu hijo y que fingiera ser de piedra eran dos cosas apartes.
Al acercarse a las cocinas desde el exterior, pudo contemplar bien su forma de dragon enroscado. El hecho de que saliera humo por sus fosas nasales siempre le pareció un detalle muy original, incluso para los valirios. Ahora, con el apuro, apenas le dio una segunda mirada, pero definitivamente era muy artístico para un edificio tan funcional. Un par de escuderos y hombres de armas esperaban junto a las puertas. Como no lucían alterados, comenzó a serenarse. Si alguna vez hubo algún peligro, ya había pasado.
Cuando entró, fue recibida por el calor de unos hornos que rara vez descansaban. Muchos de los miembros más importantes de su personal se habían reunido aquí. El maestre Morel se cernía sobre Maegor. Su aspecto agrio mientras revisaba el torso desnudo de su niño sentado encima de una mesa, con el gambezon desechado a un lado. En una esquina estaba Ortiga, algo tímida y retraída, mientras la jefa del lugar la vigilaba como si fuera un saqueador de las Islas del Hierro. La matrona aún no perdonaba los últimos cinco asaltos de su pequeña ladrona a las despensas del castillo. En medio de todo y desternillándose de la risa, se hallaba Ser Gawen. Que su maestro de armas estuviera en ese estado asentó por completo su tranquilidad.
¿Alguien me puede decir que pasó? - preguntó alzando una ceja e interrumpiendo la concentración de todos.
Con todos los ojos puestos en ella, y no se perdió el sonrojo de Ortiga, fue su hijo, el afectado, quien respondió primero y con alegría - ¡Mi esposa pega como todo un rufián!
Un grito ahogado se le fue a Ortiga, antes de exclamar - ¡Mentira! - y Gawen casi colapsa mientras se reía.
Una compresa fue colocada por el maestre, posiblemente de agua fría con vinagre de sidra, contra el costado de su príncipe. El anciano enunció - El príncipe Maegor sufrió un golpe traumático en el costado. La pérdida de equilibrio y falta de aire son normales en el momento y no parece que hayan secuelas además del dolor e hinchazón propias.
Se me nubló todo. - jadeó el aludido hinchando el pecho, lo que terminó con una mueca y con él masajeando la carne afectada. Suspiró. Solo su hijo podría hacer una afirmación como esa con orgullo, lo que ya le decía a la reina quien propició esto. Ortiga no se atrevía a mirarla.
Gawen, deja de reír y ven acá e infórmame de lo sucedido. - su pupila se acercó a su progenie y al parecer comenzaron a discutir. Con el Corbray a su lado, exigió - ¿Qué pasó?
Todavía risueño, le fue informado - Al parecer, la princesa Orthyras afirmó o Maegor eso cuenta, que podía ser capaz de darle una paliza a alguien en algunas condiciones. El mocoso no lo creía del todo así que acorraló a la chica. Mala idea. - las arrugas en sus ojos le decían que había disfrutado de esto - Se paró todo recto y confiado, y le dijo que diera su mejor golpe, que no se lo devolvería. De seguro creyó que porque era una cosita flaca y mala con la espada, no sabría conectar un buen impacto. - negó con la cabeza.
Visenya miró a su hijo - ¿Bajando la guardia de nuevo y subestimando al enemigo, Maegor?
Lo sé, lo sé. - se tocó debajo de las costillas - Esta vez la lección no se me va a olvidar.
Tengo que admitirlo, - continuó Gawen - nuestra princesa puede lucir como una rata mojada y pesar lo mismo...
¡¡¡Oye!!! - Ortiga se quejó enseguida.
... pero la muchacha sabe lo que hace. Rotó sus caderas y puso todo su peso en un gancho corto y brutal. Nuestro príncipe demasiado soberbio no tuvo oportunidad. - si había algo en la vida que disfrutara este hombre, era ver derribados a aquellos que subestimaban a los demás. Esta vez le tocó a su hijo - Un movimiento explosivo, un puñetazo furtivo que Maegor no vio venir y cayó como un saco de trigo lanzado al molino. Un momento estaba de pie y el otro en el piso. ¡Te pasó por confiado, mocoso!
Su descendencia se limitó a fruncir sus cejas, pero seguía demasiado enfrascado con Ortiga.
Esta bien. - ¿qué más podía decir? Al menos nadie salió herido de forma permanente - Entonces, ¿por que discuten? - dijo echándole otra mirada a su vástago y a su segunda novia.
Pues nuestro imberbe príncipe, en toda su sabiduría, empezó a acorralar a rata mojada...
¡Que no soy una rata mojada! - escupió Ortiga a toda velocidad antes de volver con a intercambiar con su niño.
... diciendo que era claro que no lo hacía porque pegaba como una niña.
Ya me quedó claro que no pega como una niña. - la cabeza plateada de Maegor se agitó - Obviamente, pega como un rufián.
Pero es que soy una chica. - contrarrestó la pilluela - Yo pegó como una niña.
Niña, rufián o lo que sea, te sales de mi cocina. - la interrumpió la jefa de la estancia, todavía no confiada de que su ladrona no se las arreglara para hacer desaparecer medio lechón, como hizo la primera luna que vivió acá - Llevó todo el rato vigilándote y no vas a tomar nada de mis tiendas. ¡Nada! ¡Me escuchas!
¿Cómo te atreves a hablarle así a mi esposa? - el ceño de Maegor fue superado por el del propio maestre Morel, el cual parecía el más ofendido de todos en el área.
Ya, ya. No es para tanto. Solo está imaginando cosas. - un pequeño golpe de Ortiga en el brazo llamó la atención de su esposo y lo comenzó a empujar hacia las puertas - ¿Supongo que nos podemos tomar libre lo que queda de mañana? - se dirigió hacia Gawen, aunque a su lado, su compañero no gustaba de la idea.
Sí, sí. Lárguense mocosos. - su maestro de armas estaba de buen humor después del espectáculo.
Y recuerden muchachos, - la sonrisa de Ortiga era grande y torcida cuando se dirigió a los escuderos que estaban afuera - cuando vayan a lanzar un puñetazo, el pulgar va por fuera del puño. Si no, se lo parten.
¡¡¡Mis pasteles de limón!!! - el grito se escuchó fuerte y claro desde la habitación abandonada por ellos, lo que motivo a Ortiga a empujar a Maegor y lanzar su propia orden entre carcajadas:
¡¡¡CORRE!!! - dijo mientras agitaba una bolsa tela. La reina estaba segura que no había tenido cuando ella llegó a ver lo sucedido.
Aunque nunca antes habría cometido tan impropio comportamiento, lo que muchos llamarían mala influencia de Ortiga motivó a su príncipe a salir corriendo con ella. En otros tiempos, la reina abría interrumpido dicha actuación. Después de todo, era indigna del estatus de príncipes que ambos señores de la isla portaban. Pero viendo a su hijo correr y divertirse, luego de lanzar una cabeceada hacia atrás con sus ojos grandes y una pequeña sonrisa, se dio cuenta que no podía. Ella nunca pudo ser una niña, y su hijo tampoco. Lo había estado convirtiendo en lo que el reino requería, sin importar lo que él necesitaba. Como al parecer planeaba hacer Aegon.
Déjalo jugar, déjalo ser suave. - su petición se rebelaba contra todo lo que ella misma habría esperado de su heredero - Por favor dioses, dejenlo convertirse en una persona y no solo en un arma vacía en la que lo estaba forjando.
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
Doblando por un pasillo, a toda carrera, finalmente se detuvieron. Ambos jadeaban, con Ortigas riendo todo lo que podía. En otras circunstancias, este esfuerzo no sería nada para él, pero la punzada en su costado no desaparecía del todo.
¿Por qué hiciste eso? - en el momento no lo pensó. Pero aquí estaba, con el pecho al aire libre y huyendo de su propia sirvienta luego de tomar algo que le pertenecía por derecho.
Porque hay veces que conseguir las cosas se siente mejor a que te la entreguen en las manos. - agitó un minúsculo bolsillo de tela, donde de seguro tenía los aclamados pasteles. Su esposa metió la mano ahí y efectivamente, tenía un pastel de limón entre los dedos - Ten - pusó el dulce directo en su boca y luego, sin pudor alguno, golpeó su barriga desnuda y afirmó - ¿A que sabe más dulce? Oh vaya, - lo palmeó de nuevo - realmente tienes músculos por todos lado.
De alguna manera tenía razón, se dijo saboreando el bocado. Era cierto que sabía más dulce.
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
De rodillas ante la imponente estatua de la Anciana, el Septon Garen oraba por ser iluminado por su sabiduría. Una guía que parecía no llegar. En vez de mirar el rostro cubierto de adornos, al punto de que no se veía, se concentró en su farol de oro rutilante. Pensó en encender una vela, o mejor siete, pero no creía que sirviera de mucho. No, dentro de estas paredes de mármol negro, los dioses no escucharían sus plegarias y menos responderían. El lugar estaba tan corrupto que no le extrañaría que el propio Padre se opusiera a los deseos de los que allí moraban.
Miró para distraerse las ventanas de vidrios tintados y arcos apuntados que tanto admiró de niño. No le traían el mismo consuelo que en aquel entonces. Su madre había adorado con fuerza a los Siete que son Uno, y le había transmitido el mismo fervor a su descendiente. Arrepentirse y humillarse eran las únicas formas de obtener el perdón por los pecados cometidos, y ella se aseguró que pagará en su propia carne el haber nacido bastardo. Un hijo de la lujuria y la codicia. Nunca podría ser libre de su bastardía, eso se lo había dejado muy claro. Pero quizás si sufría lo suficiente, no tendría el peor de los castigos en los Siete Infiernos. Había creído firmemente que tenía razón, hasta cuando finalmente conoció a la encarnación de la Doncella.
Apenas era mayor que él, cuando su madre lo presentó como su medio hermano y explicó con orgullo que estaba arrancando de él su maldad innata. Contrario a lo esperado, no hubo asco en sus ojos, sino horror. Enseguida los caballeros que la rodeaban redujeron a su madre, que fue llevada lejos mientras daba gritos sobre hacer lo correcto para la alma inmunda de Garen. Él había temblado en el lugar, inseguro de que pensar, hasta que esta criatura que solo podría haber sido enviada por los dioses lo abrazó y le prometió que nunca tendría que pasar por aquello de nuevo. Al principio, lo creyó un sueño, la respuesta a sus muy desesperadas súplicas. Una princesa de los Gardener acudiendo al rescate de su sucio medio hermano.
No todo fue ideal. La reina de su padre no estaba contenta con el resultado de los escarceos de su marido. Menos que llevara un nombre tan parecido a uno de sus hijos. Tan infortunado evento fue una broma cruel de su madre, dado la cercanía entre ambos nacimientos, legítimo e ilegítimo. Que el vergonzoso resultado de una infidelidad estuviera bajo el ala de su hija era un oprobio aún mayor. Su padre, con una corona de vides y de flores que más tarde aprendería que portaban los reyes Gardener en la paz, le preguntó que era lo que más codiciaba. Su respuesta fue dada con la inocencia de un niño que no conoce el mundo y la fé de un hombre que sabía que los Siete le habían respondido. Deseaba volverse Septon y dedicar su vida a la veneración, y de no ser eso posible, proteger a su hermana. La respuesta le brindó consuelo y satisfacción a ambos monarcas, ya que su hija había sido prometida al heredero de Antigua, y ninguno de los príncipes tenía inclinación hacia la adoración. Una buena familia piadosa siempre debería dedicar un descendiente a la Fé y Garen serviría. Convertirlo en un Septon en la ciudad más importante de la sacrosanta religión de Hugor Colina, donde recidiría uno de sus vástagos, parecía una buena solución para todos. Ahí fue cuando Garen supo que los dioses lo habían escuchado.
Durante un breve tiempo coincidió con todos ellos, su familia de sangre. Donde se le enseñó el orgullo de su medio linaje y las proezas que se le adjudicaban. Garen había sido enviado a Antigua con la bendición de todos ellos y conciente de que todo aquello solo podría ser resultado de una sagrada intervención. Después de todo, la familia real del Dominio eran siete miembros. El rey y la reina, sus cuatro hijos varones y su única princesa. Un número sagrado y una señal. En esos tiempos Garen veia muchas señales. Tal como las vio en la boda de su hermana y el nacimiento de su segundo hijo, siete años después de su matrimonio. Tiempo después, en el primer onomástico de dicho sobrino, sería la última vez que vería a su padre. La corona de flores que una vez pensó inapropiada para un rey tan grande, en comparación con la de cristal que portaba la voz de los dioses sobre la tierra, ahora se le antojaba correcta. ¿Qué mayor muestra de humildad que el hombre que gobernaba el reino más poderoso, usara la más sencilla de las prendas?
Miró de nuevo la estatua de la Anciana, y luego hacia el resto de los altares. Tan cubiertos estaban de alhajas que los Siete rostros eran indistinguibles. Los fieles, en escencia, podrían decir que adoraban la riqueza que cubría a las estatuas más que a las entidades que representaban. Un tributo a la avaricia. Esa misma codicia y podredumbre había entregado a la única hija de su amada hermana, aquella que se consoló con él tras la destrucción de su Casa, como un trofeo a sus verdugos. Una vástago de la Casa Mano Verde unida a la misma familia que había provocado su exterminio. Los dragones incestuosos ligando su linaje a la última descendiente legítima de los Gardener. Todo por culpa del gordo lord de Antigua y su aún más gordo hermano, a quienes los fieles obedecían como la máxima autoridad de su religión. Repugnante. Los verdaderos creyentes deberían vivir una vida de austeridad, no revolcarse en riquezas terrenales.
Quizás es por ello que los dioses no respondían. Antigua se había volcado a la decadencia material, inclinándose ante los engendros nacidos del peor de los pecados: el incesto. Ni siquiera su bastardía era una mancha tan grande en comparación. Es por ello que sus acciones le parecieron correctas. Era mejor que la sangre Gardener se extinguiera a permitir que se ligara con el cruce de generaciones de matrimonios entre hermanos. Al Septon Garen no le molestaba. Sabía desde que nació que estaba destinado a los Infiernos, donde no volvería a saber de su dulce hermana. Pero al menos habría evitado que su linaje se contaminará con aquellos que buscaron destruirlos.
Detrás de él, Mattheus esperaba. Otro bastardo, de uno de sus hermanos. Criado en Antigua a petición de su fallecida Señora. Puede que el único defecto de su hermanita fuera el hecho de proteger a los nacidos del pecado de su estirpe. Aún así, estaba seguro de que los dioses la perdonarían. Ella había perdido demasiado. ¿Cómo podría la Madre, entonces, condenar a una hija que solo busca rodearse de los suyos? Por bastardos que sean, siguen siendo parte de ella. No, su hermana había sido todo lo puro y bueno que existía en el mundo. Es por ello que Garen no le importaba ensuciarse aún más las manos impidiendo la ofensa definitiva. Gardener y Targaryen no deberían mezclarse. Les daría a los dragones una victoria que nunca deberían poseer.
Había mucho por hacer, se dio cuenta. Tendría que cambiar la mentalidad de los pupilos y novicios más jóvenes. Los mayores ya estaban en su mayoría embarrados en la autocomplacencia. En la creencia de que la Casa del Dragón gobernaba por derecho divino. Puede que incluso algunos los compararán con dioses. No. Semejante infamia no debería ser permitida y Gawen empezaría a minar dichas creencias desde abajo. Costara lo que costara, él limpiaría este continente de esa mancha maldita que eran los restos de la decadencia de Valyria. Aunque tuviera que escalar hasta lo más alto. Sería un camino difícil hasta la cima, donde su voz pudiera transmitir la verdad a cada piadosa alma de estas tierras. Qué triste era que la cura para este reino agonizante fuera la humildad de una corona de flores, y que él, su único sanador, estuviera condenado a vestir la de cristal para ello.
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
No hace mucho, había llegado un cuervo a Rocadragon informando que se solicitaba el regreso del príncipe Maegor y que su esposa Ceryse estaría encantada de recibirle de nuevo. Él sabía lo que eso significaba. Su sangre de luna había pasado y era momento de volver a intentar poner un heredero en su vientre.
Un peso, que aunque no inesperado, se había posado de regreso sobre sus hombros con una sensación aplastante. Él podía soportarlo, estaba seguro. Sin embargo era más difícil volver luego de los días que vivió aquí, cuando el mundo no le empujaba constantemente por el camino requerido. Podría decirse que se sentía más ligero, aunque nunca nadie jamás en su vida lo haya llamado de esa forma
Es por ello que esperaba ser enviardo de regreso, con la diferencia de que su familia no le dejaría partir solo. Vaghar y el Ladrón de Ovejas, arrugó la nariz ante el nombre, serían su transporte y escolta de regreso a Desembarco. Le habían preguntado en cuál quería viajar y para él, no había sido una respuesta difícil. Quería ir con su esposa. Sus vuelos eran siempre más movidos y ella compartía con su bestia una naturaleza juguetona que hacía del viaje una delicia llena de emoción.
Fue debido a la decisión de viajar con ella que ahora Maegor se hallaba en un incómodo aprieto. En ese justo instante en el que su segunda consorte escalaba el dragón con él justo detrás, descubrió porque los hombres consideraban inapropiado que las mujeres usaran calzas. La ropa se ajustaba demasiado bien a su cuerpo y la escalada hacía que el movimiento de su trasero fuera demasiado obvio. Al alzar la vista para subir detrás de ella, se enfrentó a esto, lo que provocó un levantamiento fuera de tiempo en su propias calzas.
Empezó a sudar sin haber cometido ningún esfuerzo físico. Esto no solo era incómodo, sino que era una aberración. La vara firme era para la intimidad de los aposentos conyugales y Ortiga ya había dejado en claro que esto no sucedería con ella. El sueño de la otra noche se lo había perdonado a si mismo después de pensarlo. Quisiera o no, él no podía controlar sus sueños, así que lo que pasó no era su culpa. Y mantendría eso hasta que muriera. Pero ahora estaba despierto y conciente, no había disculpa posible. Si subía en ese estado, con la tela levantada por su carne hinchada, su amiga se daría cuenta. Bueno, situaciones desesperadas requieren de medidas desesperadas.
Alzó su puño y lo restalló contra su costado aún magullado. Un - Ughhh - de dolor se le escapó, lo que hizo que Ortiga, ya en la silla, le preguntara si todo estaba bien.
Sí, solo me dio una punzada. - bajo la cabeza para que no viera la mentira en su cara. Sabía que era incapaz de fingir muchas cosas.
- Ah, bueno. ¿Necesitas ayuda?
No. Estoy bien. - su vara ya había bajado a la mitad. No era perfecto, pero al menos pasaría desapercibido si nadie se fijaba bien. Gracias a los dioses que Ortiga lo dejaba sentarse delante. De ella precederle en la silla de montar, sería incapaz de ocultar el estado de su cuerpo cuando se sujetara a ella. Mejor pensaba en cosas asquerosas a ver si ayudaba. Algo así como el olor a viejo y moho del libro que encontró, combinado con el aire viciado a su alrededor.
Un respoplido grande y lleno de aliento sulfúrico lo alcanzó. Se dio cuenta entonces que el dragón de su esposa lo observaba, sino se equivocaba, con algo de desprecio. Otro resoplido y el animal desvió la serpentina cabeza hacia adelante, gruñendo lo que solo podía ser una queja en su draconiano idioma. Los dragones eran criaturas inteligentes, pero Maegor no creía que comprendiera lo que había pasado. Era más probable que siguiera resentido con él por el evento cuando se conocieron. Aún así, sintió como si lo hubieran pillado y se le calentaron las orejas.
Maegor, ¿por qué demoras? - llamó su esposa desde arriba - ¿Esta todo bien?
Ya voy. Ya voy. - replicó. Queridos dioses en los que no creo, no dejen que mi vara se vuelva a llenar en el trayecto. No creo que pueda sobrevivir a esa vergüenza.
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
La reina había planeado llegar, entregar a su hijo y regresar. O en el caso de no sentirse en buenas condiciones, descansar la noche en su mansión en la colina de Visenya antes de partir al día siguiente. Lo que fuera necesario para mantenerse lo más cerca que pudiera de su niño, y lo más alejado que consiguiera estar de su esposo. Lástima que ambas cosas tendían a ser excluyentes, en especial cuando era su marido quien reclamaba la presencia de su descendiente.
Uno tenía que aceptar que había cosas contra las que no podía luchar, como justo ahora, cuando su hermano le "invitó" a participar en su Consejo Privado. ¿Qué querría?
Se dirigió hacia las puertas donde se suponía que se reunía hoy el Consejo, viendo a uno de los Capas Blancas manteniendo la guardia en la misma. Al entrar, descubrió que no era una reunión formal. Además de Aegon, solo participaban el Gran Maestre y el Consejero Naval. Mmm... ¿no estaba ni siquiera la Mano? Parecía que esto era menos asuntos de Estado y más asuntos de familia. Después de todo, uno era el perro fiel de su esposo y el otro, el padre de la mujer de su hijo. Ah, de repente tuvo una idea clara sobre lo que se avecinaba, pero mejor empezar pinchando al oso.
Buenas tardes, Señores, mi Rey. - el saludo no le pareció nada agradable a su cónyuge, que solo frunció el ceño - Me gustaría preguntar. ¿Donde está lord Baratheon?
Justo como pensó, una contracción agarró la mandíbula de su hermano con fuerza - Se marchó a Bastion de Tormentas cuando tú lo hicistes a Rocadragon. Como bien sabes. - la amargura de sus últimas palabras le dijo que la culpaba. Nada nuevo. Recién se había dado cuenta de que para su hermano, si el sol salía del lado equivocado y no tenía a quien juzgar por ello, la señalaría inmediatamente. Como un niño queriendo poner la culpa en alguien al azar. Al parecer, que Orys se enfadará con él por como la trataba a ella, la hacía responsable del problema. Que mal por él, ya que había terminado con estas tonterías.
Se sentó al lado del Señor de los Velaryon, que bebía de un buen vino dorniense si no se equivocaba. Si esto era el asunto personal que pensaba que era, quería ver de cerca las reacciones de cada uno.
Dame de tu vino Aethan, y mejor si también me das tu copa. - el lord de las mareas la miró como si no la reconociera - ¿Qué? Llevas rato aquí. De estar envenenado el vino ya estarías echando espuma por la boca. - tomo el cáliz de metal de sus manos distraídas - ¿Y por qué arriesgarme con una copa nueva cuando no me importa compartir esta? - la agitó un poco, derramando unas oscuras gotas.
¡¡¡Visenya!!! - regañó Aegon, siempre el defensor de lo políticamente correcto.
Es broma. Es broma. - dijo tomando un trago del recipiente de metal. (No era broma).
Aethan se le quedó mirando estupefacto, antes de hacer una pregunta inesperada - ¿Pensé que te gustaba el Dorado del Rejo?
Cambie de gustos. - estaba siendo descarada, pero al igual que le enseñaba a ser un poco más soberbia a su ladrona, estaba aprendiendo a ser un mínimo más abierta. Si quería cambiar de mentalidad, no podía estancarse en su personalidad anterior. Se negaba a hacerlo - Decidí que había demasiada amargura en mi vida y lo intento arreglar con esto. - le guiñó un ojo, dejando boquiabierto al caballito de mar. Sí, definitivamente le gustaba esto.
Basta de tus nuevo y retorcidos juegos, Visenya. - intervino Aegon - Tenemos asuntos que tratar.
Se limitó a encogerse de hombros y sonreír - Bueno, acá estoy. ¿Qué pasa?
Aegon gesticuló sobre los rollos extendidos ante él - Problemas de presupuesto. Más precisamente, el de la familia real.
Entonces si era lo que pensaba. Visenya le echó una segunda mirada a quien una vez fuera el centro de todo para ella. Tenía el pelo revuelto, como si se hubiera pasado los dedos una y otra vez por su bastante corta cabellera. Sus ojos estaban un poco rotos y rojos, y unas pequeñas manchas negras debajo de ellos se empezaban a asomar. Sí. Aegon parecía no estar llevando bien ser el administrador de su propio reino. Era capaz de hacerlo, pero no lo encontraba soportable. También dudaba que confiara de forma ciega en sus subordinados para darles el control sin supervisión. Era algo en lo que ambos estaban de acuerdo. Solo que después de sus jugarretas, ya no contaba con su hermana mayor para dirigir y enfrentar los problemas diarios. Bienvenido al peso del gobierno hermanito, espero que lo disfrutes.
¿Pasa algo malo con el orden del presupuesto que te deje? - preguntó con falsa inocencia. Ninguno de ellos la podría acusar jamás de cometer errores o no emplearse bien en sus tareas asignadas - Incluso con las dos nuevas esposas de mi hijo - y si, se los echaría en cara cada vez que pudiera - me aseguré de que tanto la financiación de los gastos del reino, ya sea la flota, los salarios de los funcionarios, los gastos generales de la Corte, estuvieran cubiertos, y la familia real no se viera alterada.
Los hombres ante ella no tuvieron más remedio que asentir.
Como bien saben, la princesa Orthyras - el nombre con su título y todo lo que significaba para ella, era música en sus oídos - no trae una dote en monedas como lo hizo lady Ceryse. Aún así, los ingresos de ambas, complementados con los tributos de Rocadragon, son parejos. - Ceryse podía contar con su propio fondo capital para unirlos a lo que le daba la Corona, mientras que Ortiga estaba frenada por lo que le daba el reino. Poco importaba. Su pupila era tacaña con ella misma. Si no fuera por la reina que exigió un personal y estándar de ropajes mínimo, la muchacha viviría con un sirviente o ninguno para el caso, y usaría la ropa reutilizada sin entallar. Al final, usaba aún menos de monedas de lo que lo hacían Maegor y Visenya, considerados frugales para el estándar de la realeza en Poniente.
Bien, - Aegon carraspeó, aclarando su garganta - no me refiero al mantenimiento de los nuevos miembros de la familia real.
Pero Aegon, - Visenya fingió ignorancia - aparte de una ligero aumento a la asignación de la princesa Rhaena, el presupuesto anterior no ha cambiado. Ya sea la dotación destinada a ti y a mí, o a Aenys y su esposa, no ha sido alterado. No veo el problema.
La dotación destinada a cubrir los gastos de Aenys a disminuido. - no lo había hecho, otras cosas eran las que habían cambiado - Esta obteniendo menos de lo que está acostumbrado.
Oh, ya veo. - con el Consejero de la Moneda fallecido, el nuevo no tendría idea de dónde salía el "extra" dado a Aenys. Aegon era capaz, pero no conocía los pequeños detalles de su administración ni los flujos de caja menores. Ya sea él o Aenys, notarían que faltaban fondos para sus gastos, pero ninguno sabría que cajón se cerró - Creo que se de lo que hablas. - el alivio pareció inundar a aquellos a su alrededor.
Aunque los Targaryen eran prósperos tras la Conquista y sus presupuestos personales lo reflejaban, el gusto de Aenys por las cosas finas lo hacía, como decirlo, escaso para financiar sus lujos. Incluso si había más oro para darle, que el príncipe heredero estuviera pidiendo más moneda de la asignada de forma constante o que esta le resultara insuficiente, podría afectar su imagen.
El príncipe Aenys estaba recibiendo mis excedentes. Fondos que yo ahorraba de mi propio presupuesto. Al igual que solía hacer con mi hermana, una parte importante de la moneda que acumulaba con mi ahorro prudente, la destinaba a él. - miró a su hermano firmemente a los ojos, firme, decidia - Lamentablemente, esto no podrá continuar. - Aegon parpadeó con molestia.
¿Por qué? - ¿en serio? ¿Después de todo te atreves a preguntar por qué, hermano?
Bueno, para empezar, he tenido gastos importantes. Comenzando porque - dijo con un orgullo que no era falso - estoy amueblando mi habitación.
Su nuevo lecho de cortinas estaba cubierto de gasa de seda importada. El color era un rosado pálido que contrastaba demasiado con el negro de las paredes y le daba un aire delicado a la cama. Lo más importante, tenía un estado de transparencia que le permitía observar todo a través de su barrera. Ningún enemigo oculto escaparía de la vista de Visenya, a la vez que está se regodeaba en la suavidad y elegancia de su sitio de descanso. Podía también observar desde donde yacía su nueva colección de botellas multicolores. Ya sean perfumes o venenos, todos etiquetados con su propio código, se encontraban expuestos y en frascos adornados. Peligro y placer unidos para su deleite. El precio exorbitante había valido la pena, especialmente después de una vida de frugalidad.
¿Qué muebles podrías meter tú en tu cuarto que valieran tanto, Visenya? - Aegon se burló - Si apenas cabes de pie ahí dentro.
Pues es mi orgullo informarte que me he mudado. Soy la madre del Señor de Rocadragon y como tal, me merezco una habitación digna de mí. - dijo levantando la barbilla en un gesto insolente - Ahora habito en la Torre del Dragón Marino.
El Gran Maestre la miraba con desdén mientras que los dos valirios la miraban impactados, concientes de la monumental alteración que suponía esto para el orden natural de la vida de Visenya.
Entiendo, - su hermano se removió incómodo, al parecer conciente de que iba a pedir algo totalmente descabellado - debo suponer que cuando termines de - dudó un instante - modificar tu nuevo espacio, ¿dedicarás tu excedente de regreso a Aenys?
No. - fue bastante tajante y no le importó.
¿Por qué? - de nuevo, ¿en serio?
Porque Aenys es tu heredero, destinado a heredar tu reino. En todo caso, si alguien debe cubrir sus frivolidades, no seré yo. - basta de cubrirle las espaldas. No tenía nada contra su sobrino, pero si iba a tomar la corona de su padre, entonces Visenya destinaría lo ahorrado a un fondo para su hijo o para cubrir sus propias operaciones.
Hubo un tiempo en que no le hubiera importado hacer esto. Pagar de su bolsillo para cubrir al hijo de su hermana. Un mal menor necesario para mantener la paz y la imagen de la Corona. Mientras tanto, su esposo había planeado despojar a su hijo de su herencia legítima, haciendo que toda la labor de Visenya como administradora leal se volviera una farsa. No tenía sentido darlo todo por una familia que solo tomaría de ti. La moneda ahorrada se convertiría en el patrimonio de su hijo, sin contar con lo que gastaría ella misma en Ortiga. La muchacha veía como despilfarro aterrador los gastos excesivos o los pequeños detalles caros. Esos tendría que pagarlos ella o su ladrona se moriría de un dolor de pecho. Estaba segura de que tenía contado cada cobre guardado de su asignación, pese a estar almacenados en los cofres de Visenya.
¿Te vas a rebajar a este punto, esposa? - inquirió su hermano.
¿Rebajarme en qué, esposo? - devolvió la dama - ¿Guardar el sobrante como parte de mi tesorería privada? Estoy seguro de que de todas las cosas que se me achacan en esta vida, nadie podría criticar que guarde lo que no gaste. Que no te guste es otra cosa, pero ese no es mi problema. Si tu hijo necesita más plata, absorbe el costo o encuentra más financiación en otro lado. Conmigo no cuentes. - lo mejor de todo era que el rey, con todo su poder, tenía sus manos atadas. Visenya sonrió y bebió un trago del vino tinto. Aegon no tenía justificación para confiscar los ahorros de su buena administración. Hacerlo sería un robo descarado y una movida política terrible, incluso si era contra ella. Ningún lord lo consideraría condenable y verían con preocupación el precedente de un monarca de apropiarse de riquezas adquiridas bajo la austeridad propia.
Además, no podía mentirse. Negarle algo que necesitaba le producía satisfacción.
- ¿Así que está será tu venganza?
- ¿Venganza por qué, Aegon? Porque después de dar hasta lo que era mío, descubrí que planeabas robar el Feudo de mi heredero en mis narices y ahora, ya no quiero seguir pagando por tu hijo pródigo. ¿Dónde está la venganza?
¿Robar un Feudo? - los pensamientos de Aethan escaparon por su boca por una vez, porque no se atrevía a creer lo que pensaba. Se dirigió al monarca a su lado - ¿Ibas a tomar Rocadragon del príncipe Maegor? - el horror se estrelló en su cara.
La autoridad del rey es absoluta. Como cabeza de su Casa esta un su capacidad quien recibe que de su herencia. - replicó el Gran Maestre Gawen - Si quiere que Rocadragon no sea para el príncipe Maegor, esta en todo su derecho.
Supongo que eso es lo correcto para los estándares ándalos. - aclaró Visenya, conciente de que Gawen se aferraría a cualquier ley que la desfavoreciera a ella - Sin embargo, los Targaryen no somos ándalos y la posesión de la Isla se basaba en otras reglas.
Reglas anticuadas que no deberían seguirse. Ahora están en Poniente y se deberían seguir las tradiciones de Poniente. - decía eso, pero a que no le resultaría tan atractiva la idea si le recordará que la madre de Aenys fue una segunda esposa y que las reglas a las que tanto se aferraba, declaraban ilegítimo a su sobrino.
Aethan no pensaba igual que el maestre. Miró de Gawen a Aegon y de Aegon a Gawen, antes de tomar la copa que todavía tenía Visenya en la mano y beberla de un solo trago. Rellenó el contenedor para repetir la hazaña. Suponía que el más astuto Aethan se imaginaba que esto sería una declaración de guerra para Visenya y lo había sido. También habia atado los puntos. Si el Feudo ancestral no era para Maegor, sería para Aenys. De ser así, convertiría a su yerno en algo más que el enemigo teórico de ella, sino un usurpador abierto. Crearía un conflicto directo y físico, donde los Velaryon estarían en medio. Solo que en esta ocasión, ella ya no estaba contenida por el auto-sacrificio y la creencia de que debía darlo todo por el egoísta de su hermano. Y su primo la conocía bien. Si jugaban a la política, Visenya jugaría a la política. Si jugaban a la traición...
Aethan negó con la cabeza, incapaz de levantar la vista de la bebida. Incapaz de que su mente dejara de procesar las implicaciones. Decidió vaciar su copa una vez más.
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
Ceryse tuvo que contener su frustración mientras se dirigía a sus habitaciones. Otra noche de soportar el contacto con su esposo se avecinaba cuando para estas alturas, ella había tenido la esperanza de estar cargando un niño. Pero no era esto la causa de su molestia. Era la imposibilidad de averiguar las condenadas misivas enviadas por Alyssa y su madre. Su red de espías no había servido, después de todo, el Gran Maestre Gawen era leal hasta la médula a Aegon y Aenys, y el copista que usó no parecía poder ser sobornado con nada. Quizás si los jinetes que portaban los mensajes hubieran tardado un poco más en partir, hubiera podido averiguar al menos su destino. Pero no, en el momento en el que se les brindó su tarea encomendada, montaron en sus caballos y partieron al galope. Lo máximo que pudo conseguir fue la dirección de algunos y poco más. Su único consuelo era saber que si ella estaba aquí a ciegas, nadie más podría averiguar tampoco lo que planeaba la caballito de mar.
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
Visenya entró en una habitación de invitados, ya que oficialmente no quedaba ninguna asignada para ella en Fuerte Aegon. Tanto la reina como Ortiga no poseían aposentos propios en este lugar, pero al parecer se verían obligadas a permanecer aquí.
Una tina de bronce humeante la esperaba en una esquina. Una única sirviente en la estancia, ya que la reina no disfrutaba de tener un servicio amplio en un momento tan vulnerable. Aún más considerando su inutilidad para servir en las condiciones en las que la reina prefería sus baños.
Mi reina, - una inclinación de la sierva llamó su atención - se le a traído el papel y el carbón que pidió.
Visenya observó descansando en una mesa un rollo en blanco y unos carboncillos colocados a un lado.
Estoy sumamente complacida. - inclinó la cabeza - Retírese y descanse.
Gracias mi reina. - otra pequeña reverencia y la criada se marchó cerrando la puerta.
Visenya se acercó al papel, arrastrando el carbón por toda la hoja, donde las marcas de presión de una pluma dejaron espacios vacíos con un mensaje inscrito.
A la augusta Casa ....... - oh vaya. Al parecer Alarra se había unido a la partida, porque un movimiento tan inteligente jamás habría escapado de Alyssa. No importa. La reina sonrió. Las piezas empezaban a tomar posiciones y Visenya estaría preparada - Que comience el juego - dijo mientras dejaba caer la pieza en las llamas de su chimenea. Siempre conciente de no dejar evidencia.
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
Temprano esa mañana, tanto su esposa como su madre se habían marchado. Ninguna de ellas le tenía mucho aprecio a Desembarco del Rey, y era una cuestión en la que Maegor compartía creencias. La noche anterior se había fijado en la ciudad y llegó a la conclusión de que Ortiga tenía razón, apestaba. Pero además estaba mal diseñada. Calles torcidas, mala urbanización, falta de desagües. Esto debería corregirse y sumó la idea de diseñar planos para su reconstrucción. El orden era algo que apreciaba y aplicarlo a un proyecto tan grande, quizás pudiera evitar que el lado malo de él que intentaba no dejar salir, estuviera suprimido por otras actividades. Haría cosas buenas y útiles en vez de convertirse en un monstruo.
La próxima vez que viera a su amiga le preguntaría por la Fortaleza que él construyó con sus propias manos. Quizás aún no tuviera la habilidad para dibujar ni siquiera la estructura, pero ya había comenzado a estudiar para ello. Sería bueno tener una base desde donde empezar. También le había pedido a su madre que cuando terminara con el diario mohoso que encontró, se lo pasara a él en vez de al maestre de la Isla. Su mente seguía atrapada en la incógnita de porque alguien agradecería la caída de ceniza, y sabía que el pensamiento se repetiría en un bucle sin fin hasta que pudiera descifrar la verdad.
Pero eso no era lo que tenía a Maegor de buen humor cuando fue hoy al patio de entrenamiento. No, era su orgullo. Por él no dudó en poner sus manos en la cadera para enunciar ante su hermano, su maestro y el propio - Señores, - dijo llenando su pecho. El suave dolor en un costado le recordaba la habilidad que desconocía de su mujer - mi esposa pega como todo un rufián.