Una invasión entre seda y opulencia
14 de octubre de 2025, 17:11
Un olor terroso en su nariz fue lo primero que sintió al despertar. Seguido de la sensación de pertenencia hacia el cuerpo enjaulado bajo él. Incluso su vara hinchada estaba acunada entre dos firmes...
Emmm, ¿ya te despertaste? - la voz de Ortiga, suave como era en el silencio de la habitación, no solo lo sacó de su adormilado aturdimiento, sino que lo hizo brincar para separarse de ella - ¿Qué te pasa? - jadeó conmocionada - Parece que te di un susto de muerte.
Solo se separó un pequeño tramo, ya que las pieles en las que estaban envueltos estaban tan ligadas que le impidieron distanciarse. Estaban en el suelo, recordó ahora, durmiendo frente a la chimenea.
¿Hace mucho estas despierta? - por favor no. Dioses misericordiosos en los que no creo, por favor que diga que no.
O los dioses no existían, no eran misericordiosos o lo odiaban por no creer en ellos, porque desde su posición boca abajo y luego de ser casi aplastada por su peso, Ortiga levantó la cabeza y con una sonrisa respondió - Sí, ¿por qué?
¿Por qué no me despertaste? - su tono salió entre acusador y desesperado, ni él mismo sabía ya como reaccionar a esta situación.
¿Por qué lo haría? - se encogió de hombros en el lugar, para luego sentarse, arrastrando consigo las pieles que pudo - No era tan incómodo, hace frío y tú estabas caliente. Mejor seguir así y calentita. Lamentablemente para mí, tengo que hacer pis.
Con ello se estiró en el lugar, como si no tuviera prisa. Él pudo ver por completo la curva de su espalda, con una venda rompiendo la desnuda superficie y terminando en un trasero cubierto por braies. La vista la había contemplado con aún más escasas vestiduras, muchas veces mientras compartían la tina. Sin embargo, la reacción de su cuerpo fue muy diferente. En vez del lento descenso posterior al despertar que estaba acostumbrado, su miembro reaccionó con una contracción y un latido. El hecho de que sintiera la necesidad de pasar los dedos por toda su columna, le advertía el motivo de la rebeldía de su cuerpo. ¡Malditas necesidades de la juventud!
A su mente volvió la conversación a la que se vio forzado con Ser Darklyn, sobre los comportamientos incorrectos de sus partes íntimas. Su madre como mujer no sabría de estas cosas. No podía molestar a su padre por nimiedades, y sería una humillación preguntarle a su hermano. Para su alivio, y horror, el Guardia Real sabía bastante.
Al parecer la mayoría de los muchachos pasaban por una etapa de "sembrar avena salvaje", cosa que no había entendido. La explicación fue peor de lo que imaginaba. Supuestamente, se revolcarían con cuanta moza pudieran como una parte normal de la vida. Arrugó la nariz ante la idea. No solo quedaba descartado para él por su matrimonio, aunque este influía. Uno no engaña a una jinete de dragón y piensa que vivirá tranquilo para contarlo. También había sido advertido por su padre contra dejar bastardos regados por ahí. Mientras tanto, lo que le preocupaba era la idea de andar con cualquier mujer, que solo saben ellas que han hecho y con quien han estado. El pensamiento le causaba repugnancia.
Para su total desconcierto y en contra de lo que se había dicho a sí mismo, algunas de las predicciones de Darklyn se habían hecho verdaderas. Terminaba mirando demasiado tiempo cosas como los pechos o los hombros de las damas al pasar. Por suerte, era un estímulo que descartaba bastante rápido y desaparecía pronto. Lo que le había atraído un instante antes era olvidado un momento después. La misma mujer pasaba de atractiva a no tener nada interesante. No estaba pasando lo mismo aquí.
Su esposa se levantó de forma torpe, sacudiéndose un poco por el frío. El viento agitándose contra las ventanas le contaba que el clima tempestuoso continuaba. Su andar fue tambaleante por el sueño y nada atractivo, no como hacían muchas nobles al desfilar por la Corte. Aún así, no pudo despegar la vista de ella y sus movimientos, sus ojos deteniéndose donde se ensanchan sus caderas. Trató de desviar su atención, realmente trató, pero como le pasaba con muchas cosas últimamente, su condenado cuerpo se negaba a obedecer. Si seguía así, la excitación de su carne no iba a desaparecer.
Piensa en cosas asquerosas, como la sangre de luna, o Alyssa coqueteando contigo como a veces la veía hacer con Aenys. La reacción fue inmediata. Adiós hinchazón mañanera. Al menos hasta que vio regresar a su mujer con una diminuta risa en su boca.
Sabes que no tienes nada de que avergonzarte, ¿cierto? - una mirada a su regazo le explicó de lo que hablaba - Por lo poco que yo sé, es perfectamente normal en las mañanas.
Y así como la dureza se había ido, volvió. Maldita mujer y maldita pequeña sonrisa. Y sobre todo, maldito cuerpo que responde como quiere y no atiende órdenes.
Ortiga suspiró, sus labios convertidos en un puchero - Supongo que aunque este lloviendo nos harás ir a entrenar, ¿verdad? ¿No podemos quedarnos aquí calentitos un ratico más? - la esperanza en su voz era palpable hasta para él.
No. - la palabra se le escapó más abrupta de lo esperado, pero necesitaba poner distancia entre él y esta extraña tentación - La rutina es parte de la disciplina de un guerrero. La desviación conduce al desorden y la debilidad. - y con suerte en donde sea que entrenara, ya sea en el patio o a cubierto, no se expondría más a estas necesidades obsesivas.
Aghhh. - la decepción fue bastante perceptible - Bueno, - su segunda esposa parecía derrotada - me voy a lavar. ¿Por qué no te levantas?
Apenas y pudo mascullar las palabras mientras apretaba las pieles contra su regazo - Estoy esperando a que baje.
La carcajada de Ortiga no le pareció ofensiva, no como otras. Sabía que cualquier burla real hacía él la llevaba a ella a atacar. Esto fue más... ¿íntimo? Podría decirse que ¿en confianza?
Al final, cuando ella iba saliendo por la puerta a su antecámara, la escucho decir - Pobre Ceryse, - una diminuta y avergonzada risita entre dientes se le escapó a su amiga - al menos es una mujer alta y grande.
¿Pobre Ceryse? ¿Por qué mencionaba a su otra esposa? ¿Y por qué sentía lástima por ella? Condenadas mujeres. No hay quien las entienda, pensó con un deje de duda y vergüenza.
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El viaje que en óptimas condiciones le hubiera tomado generalmente tres días, había tardado cuatro y un poco más. Ya el sol había abandonado el punto más alto del cielo cuando se divisaron en la distancia las oscuras formas que constituían el castillo de Rocadragon. El clima nublado y ventoso que había predominado, contribuía a agravar la atmósfera oscura del antiguo feudo. El Faro, con su piedra blanca y forma estilizada, parecía en bastión de pureza en comparación. Y pensar que por poco este lugar infértil y depresivo, lo opuesto a la exuberante imagen del Dominio, casi se convierte en su nuevo hogar y prisión.
Su familia había visto su matrimonio doble como una ofensa a diente cerrado. Su hija teniendo que compartir marido con otra mujer, era un desastre para la alianza política que tanto les había costado. Para Ceryse, aunque no se dio cuenta en ese momento, había sido un premio. Las consesiones dadas por el inesperado, y desestabilizador enlace, le habían permitido permanecer a la sombra del rey en lugar de pudrirse en la diminuta isla.
Pensar que hasta sus vasallos, lo Velaryon tenían más territorio. ¿Por qué los valyrios habrían preferido este lugar como feudo en vez de uno mayor o con mejores beneficios? Unas gotas oscuras y desagradables cayeron sobre ella, dándole la razón más obvia. Oculto por la niebla provocada por la humedad en el aire y su propio vapor, el famoso Monte Dragón parecía estar soltando otra carga de ceniza al viento. Las condiciones inclementes provocaron una llovizna sucia y constante, con un opresivo olor a podrido que alguien le había advertido era por el azufre. Los valyrios al parecer necesitaban el volcán para sus dragones, y era todo.
El agua enlodada le irritaba los ojos, y por lo que sabía, era responsable de que la vegetación no prosperará demasiado. Unas pobres condiciones en las que tenían que forzarse a vivir aquellos que querían gobernar los cielos con sus reptilianos bestias. La mayor grandeza a la que podía aspirar una persona, atrapada en un terreno escaso y pobre. ¡Que contradicciones se veían en la vida! Los Targaryen, tan orgullosos y arrogantes con su herencia, poseían tierras más pobres que muchos de los súbditos de su propia familia.
Por suerte para Ceryse, en contraria oposición a las creencia de sus hermanos, su bigámica boda la había salvado de tener que exiliarse aquí. Ahora era la encargada del palacio donde residía el propio Aegon el Conquistador. Destinada a convertirse en una de las figuras más influyentes de la Corte. Los Siete obran de formas misteriosas, le había dicho uno de sus tíos, y ella solo podía estar de acuerdo. Miren hasta donde la había llevado una supuesta ofensa.
El desembarco en el pequeño pueblo pesquero a los pies del castillo fue grimoso. El lodo cenizoso y los charcos negros abundaban en la misera colección de casuchas. No habría aquí ningún lugar decente donde ella se guareciera. Bueno, tendría que aguantar en pos de su cometido. Ya podía imaginar la molestia de la reina al verla llegar sin tan poca antelación, e incluso la disruptiva de su marido al ver invadido su Feudo sin previo aviso. Lady Ceryse pertenecía a Desembarco y la princesa Orthyras a Rocadragon. Era su rutina, tal cual era la del rey frotarse ambos lugares con su más que distanciada esposa. El príncipe Maegor era una criatura de profundos hábitos y no le gustaba que estos fueran interrumpidos. Veamos cómo actúa cuando se vea atrapado en el conflicto, después de todo, pronto su espacio de descanso sería invadido por la Corte de su padre.
Avisen en el castillo, - ordenó a uno de los hombres que se encontraban bajo su mando - que Lady Ceryse Hightower, esposa del príncipe Maegor y señora de la Fortaleza, solicita el acceso para visitar formalmente las posesiones de su marido.
Solo podía imaginar la cara de consternación de su esposo y, con un mal disimulado deleite, la inmensa molestia que sentiría su suegra.
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La tarde habían comenzado a desarrollarse con relativa tranquilidad. Tras seis lunas de estudio, Ortiga ya era capaz de leer textos simples, silabeando de forma lenta y ganando fluidez cuando se enfrentaba a lecturas de vocabulario conocido. Todavía se equivocaba con palabras irregulares o muy largas, pero por lo general entendía bien los párrafos sencillos. Su escritura era redondeada y le recordaba a como escribían los niños pequeños, lo que tenía sentido. Ella también recién comenzaba a aprender.
Cuando la vio cometer una equivocación tonta, no pudo evitar reír un poco, ganando un coscorrón en la cabeza por parte de Visenya. Una mirada violácea le dejo en claro que no agradecía su interrupción ni su burla. A su lado, Ortiga no se ofendió, sino que acarició su cabeza para aliviar un dolor que nunca notó. Casi se sintió tentado a molestar de nuevo, con tal de recibir la atención de ella. Pero si lo hacía, sería echado del cuarto. Mamá no toleraría que distrajera a su pupila.
Según su madre, aunque aún cometía errores de gramática y ortografía, su segunda esposa prosperaba en las sumas. Lo que según ella le daba una ventaja bastante buena para su educación. Fue en este momento cuando Visenya decidió que era momento de transicionar al valyrio. El conocimiento de su amiga sobre la lengua común era aún rudimentario, así que la reina como maestra decidió combinarlos.
Tablillas de cera oscura y punzones metálicos servían como materiales para su instrucción. La reina dibujaba en su tabla un objeto y esperaba que su esposa lo escribiera en la suya. De cometer un error, usaría la parte plana del estilo para alisar la cera e intentarlo de nuevo. Cuando lo hiciera de forma correcta, la dama mayor escribía debajo de su dibujo la palabra correspondiente en valyrio. Ortiga tenía que copiarla y repetirla en voz alta las veces necesarias para aprenderla.
Cuando la propia reina, consideraba lo escrito debidamente "conquistado", le permitía a la jinete del dragón marrón escribirla con tinta en ambos idiomas (y una tercera palabra inventada imitaba la pronunciación). Estas hojas de pergamino, en blanco y debidamente encuadernadas, habían sido un regalo caro y lujoso de la reina. La herramienta definitiva para permitirle registrar sus conocimientos de una forma más permanente. Después de todo, su tablilla de marfil y cera de abeja sería aplanada para la siguiente lección, privando a su novia de poder repasar lo aprendido.
Maegor por su parte, escribía sus apuntes ya directo con la tinta más fina. Su madre, por distanciada que estuviera del rey, confiaba en la educación que recibía con él y la propia impartida. Dejaba en estos momentos que Maegor persiguiera sus intereses personales. Estos habían estado encaminados a un proyecto que tardaría años en completarse, incluso en el papel. Un castillo construido y diseñado por su propia mano. Nunca habría pensado que un tema tan erudito le interesaría, pero aquí estaba. No solo importaba como se vería, sino también las estructuras que lo constituían, las bases en las que se asentaría, las defensas necesarias. La creación de túneles y como mantener sus secretos. La planificación constante que debía variar cuando actualizaba lo que sabía o con cada cambio de planes. Solo de pensar que una de las siete torres en honor a los Siete, sintió la necesidad de rodar los ojos por ello pero suponía que la política se tenía que aplicar a todo, conocida por ser "su torre" lo tenía emocionado. Un castillo dentro de un castillo, un edificio defendible en el corazón de una fortaleza, eso sonaba como algo que él haría.
Tenía a su lado su propia tablilla de cera, aunque un poco más grande, para sacar de Ortiga más descripciones del edificio que construyó el otro Maegor. Dibujos y correcciones que tendrían que sobrescribirse en la medida en que ella recordará los detalles. Él estaba dispuesto a pensarlo bien y planificar mejor. A superar incluso a su propio yo malvado. Sería el triunfo definitivo, enfrentarse a su peor versión y vencer. Pero para ello tenía que estudiar cada detalle y línea, y eso haría.
Fue en ese momento que un sirviente interrumpió con una noticia inesperada. Ceryse Hightower, su otra esposa, estaba en la isla. Según sus propias palabras, la Señora del Feudo le pedía el permiso formal a su esposo para conocer el hogar de su linaje.
¿Cómo y por qué estaba ella aquí? Ya le había extrañado que ningún cuervo hubiera llegado, informando que podía regresar a la capital. Había temido que quizás el temporal lo hubiera detenido, o quizás el ave se había perdido por el mal tiempo. Pero nunca esto. Maegor estrechó sus ojos. ¿Él podía echar a Ceryse de regreso a la urbe que gobernaba su padre, verdad?
Una mirada a Ortiga la encontró dudosa. Sabía que pronto todo el personal y los cortesanos que rodeaban al rey se moverían a la isla. Sin embargo, no se esperaba la llegada de su otra consorte tan pronto.
- Emmm, si alguien invitó a Ceryse a venir tan temprano, hubieran avisado. Para preparar las que serán sus estancias con mayor detalle, ¿no?
Nadie la invitó. - la contestación de la reina fue seca. Sus labios estaban apretados y su nariz arrugada. De haber podido, Maegor estaba seguro que habría echado fuego por la boca - Parece que alguien está intentando jugar juegos de poder en MI CASA. - el hecho de que la dama del Dominio se hiciera llamar la Señora de la Fortaleza no le había pasado por alto. Oh, la reina de todo Poniente estaba enfadada.
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La llegada de Ceryse Hightower fue más lenta de lo esperado. Algunos de los sirvientes se estaban poniendo ansiosos por ello. Algunos pensarían que fue un movimiento hecho a propósito, para aumentar la tensión. Esas personas no eran Visenta Targaryen.
Desde que la reducida caravana de lady Ceryse comenzó su ascenso, ella imaginó que esto sucedería. La dama de Antigua al menos tuvo el sentido común de subir el empinado y tortuoso camino desde el pueblo hasta las murallas del castillo en un palanquín. Una carroza hubiera resultado en una trampa mortal, exponiéndola a atascarse y volcarse, sin olvidar la dificultad para traer una desde Desembarco. No. La demora era provocada por las carretas cargadas que iban a su estela.
Parecía que la dama se había embarcado preparada para una estancia larga, invadiendo su propiedad con carromatos cargados de sus bienes personales. Suponía que la Hightower quería hacer una declaración de poder. Sobre cómo viajaba con una Corte portátil que incluía tanto sus posesiones como a su personal. El problema con esto era que las carretas estaban expuestas a lo mismo que las carrozas. Los caminos irregulares y llenos de lodo cenizoso por el temporal, sólo dificultaban su ascenso.
Es más difícil pavonearse con su capacidad económica si la dueña llegaba primero, y sus carros cargados después y separados por intervalos. Debían llegar todos juntos o se perdería el efecto visual. Lo que como ya pronosticaba, retrasaría la comitiva. El palanquín de Ceryse debía detenerse cada vez que una de las carretas era frenada, por lo que tardaría mucho más en llegar. Estaba segura que los hombres que cargaban su litera, empapados por la llovizna ácida y la brisa helada, maldecían su nombre en silencio.
Ortiga, su ladrona que no podía estar quieta, ya había preguntado dos veces si podía irse a hacer algo más en lo que llegaban sus, como llamarlos, invitados no tan invitados. Fue Maegor quien se puso a discutir cualquier cosa con ella para distraerla. Su retoño hablando lo suficiente para ser considerado un conversador, era uno de los logros imposibles de su nueva hija política. Una de las razones por las que Visenya prefería que nadie molestara a su vínculo disonante, y motivo por el cual le gustaría expulsar esta nueva intromisión.
Lamentablemente, siendo Ceryse esposa de su hijo, no se le podía negar la entrada a la Fortaleza. Tampoco se le podía cerrar la puerta en sus narices o enviarla de regreso, como sugirió que hicieran su príncipe. Sería un escándalo político con mayúsculas, ya que ofendería tanto a su familia como a la Fé que bendijo su unión, y a la propia autoridad real. No, la dejarían entrar y todo su tratamiento sería el adecuado, pero en sus términos.
Finalmente después de una tediosa espera, la comitiva atravesó las murallas y llegó hasta la entrada principal. La litera donde claramente debía venir Ceryse iba a la cabeza. Los porteadores estaban empapados y exhaustos, y después de tantos retrasos mientras sostenían su preciada carga, lucían francamente miserables. Le seguía una pequeña escolta de caballeros, con dos estandartes izados flanqueando el transporte de su dama. La torre blanca en un campo gris ondeaba al mismo nivel que el dragón tricéfalo de los Targaryen, aunque su tamaño era mayor. No era un insulto directo, pero si era una declaración.
Detrás de ella venía toda una delegación. Primero, un mozo de cuadras que caminaba conduciendo por las riendas un magnífico palafren tordillo, embridado con sus mejores arreos. Posterior, venían las carretas con sus damas de compañía, luego las que cargaban sus muebles y arcones, y quien sabe que otras cosas. Cerrando la marcha venía el resto de los sirvientes, mozos y los soldados rasos que acudían a pie.
Esto habría sido una visión impresionante, de no ser por la tinteneante lluvia oscura. Cada persona obligada a avanzar bajo el cielo de la isla este día, se hallaba manchados con los restos mojados de la ceniza, incluyendo a los propios criados de Rocadragon. Estos últimos flanqueaban el camino con su presencia estoica, formado para recibir a la desconocida otra esposa de su señor.
El palanquín se detuvo un momento, sin que la dama hiciera el intento de bajar. Cuatro siervos se movieron con rapidez, desplegando un dosel de tamaño mediano, para que su Señora se hallará protegida de cualquier precipitación molesta. El marco ligero pero rígido cubierto de un toldo de terciopelo brocado, creo una isla de sequedad y lujo en medio de las inclemencias del tiempo. Dos mujeres, probablemente damas de compañía, sostuvieron a la Hightower para que bajara con delicadeza. Como si fuera tan frágil que no pudiera moverse por su cuenta.
Un vestido blanco hueso con listones verdes y cintas doradas, engalanaban a la dama de Antigua, en una declaración de opulencia absoluta. Era un contraste increíble, tenía que admitirlo. Allí estaba Ceryse, perfecta e inmaculada, mientras el mundo a su alrededor parecía desmoronarse en suciedad.
Ceryse esperó un momento, quizás pensando que Visenya y los suyos se verían obligados a rebajarse y salir del área techada en la que se encontraban. No ocurriría. Incluso su ladrona, la única que no estaba insatisfecha con su llegada, no se arriesgaría a arruinar su ropa con el líquido contaminado que caía del cielo.
La sonrisa suave de Ceryse no varió. Se encaminó hacia el núcleo de la familia, deteniéndose a unos escasos pasos. Realizó una reverencia perfecta, de esas que hacían a las matronas coclear de orgullo y exclamó con gentil deferencia:
Mi Señor esposo, mi buena madre, mi - su astucia política no supo bien como etiquetar a la mujer que le hacía competencia. Tragó antes de proseguir - otra compañera de matrimonio...
Visenya estrechó un poco los ojos ante esto, mientras Ortiga saludaba con un amistoso agitar de su mano y su hijo la miraba sin expresión. Más le valía a esa perra de la Fé no intentar sugerir que su ladrona era algo menos que una esposa legítima. Si se enteraba de la más leve murmuración sobre su pupila, llamándola concubina glorificada a sus instancias, descubriría si crecer en un lugar tan alto la había preparado para sobrevivir a una "accidental" caída por las escaleras.
...me siento cálida por dentro al recibir tal bienvenida - observó que el personal era más bien escaso para lo esperado de una construcción como Rocadragon, si supiera que habían unos pocos más de lo que le habría gustado a Visenya - cuando me presento a conocer mi nuevo hogar.
Lady Ceryse, querida, - la dulzura con la que habló, casi le arranca las bilis a la propia reina - lamentamos no darte un recibimiento más fastuosos, - no lo hacía - pero tu llegada no tomó por sorpresa. Me avergüenzo mucho de haber sido incapaz de preparar algo mejor con tan poca antelación.
Llegar sin avisar era una falta de respeto en sí, un desaire que la solicitud de ingreso de la noble de dorados cabellos apenas alcanzaba a cubrir. La dama lo sabría, pero con la seguridad de alguien que se siente poseedora del control de la situación, ignoró abiertamente su señalamiento.
Oh, no se preocupe querida madre. - casi siente la necesidad de escupir al ser llamada así - Se que sus nuevas responsabilidades administrando el Feudo de mi nueva familia - la apropiación posesiva la obligó a fruncir sus labios - le ha dificultado la capacidad para encargarse de otros deberes.
Hasta su hijo, que se perdía las corrientes ocultas más superficiales de cualquier charla, abrió ampliamente los ojos con esto.
No ha sido dificultad lo que ha provocado eso, querida niña, aunque quizás no lo entiendas por tu juventud. - e inexperiencia. Las palabras no fueron dichas, pero estaba segura de que fueron recibidas con claridad. Tras ellas, fue Ceryse quien dejó caer la sonrisa por un momento. No agradecía que fuera señalada como demasiado joven, y por lo tanto ingenua en su comprensión, siendo una mujer adulta de veintitrés años y gobernante en las sombras de su famosa torre - Es solo que como matriarca de una nueva rama familiar, estoy decidida a concentrar todos mis esfuerzos en verla triunfar.
Entiendo, mi reina, - asintió con silencioso desdén - y es por ello que acudo hoy para liberarla de otra carga. - señaló parte de su comitiva - Estas son algunas de las pertenencias del rey, quien me cedió el derecho de preparar lo necesario para ser recibido con el esplendor que se espera de un monarca. - dobló rematadamente las manos en su regazo - Espero que no le moleste que, como Señora de la Fortaleza, me ocupe de ello.
¿Quién te nombró Señora de la Fortaleza? - la interrupción de Maegor captó la atención de todos, desestabilizando incluso a la Hightower. Estaba acostumbrada a que, los aceptara o despreciara, su esposo no se metía nunca en sus asuntos.
Ceryse parpadeó anonadada por su intervención, mientras Visenya permanecía en silencio - Puede que aún no reclames formalmente la propiedad, pero con tu mayoría de edad acercándose, eso hará de mi la Señora oficial de la Fortaleza. Como tú esposa principal...
La réplica fue mordaz - ¿Y quién te dijo que eras la esposa principal? - el ceño de Maegor había adquirido ese matiz agresivo que hacía retroceder a muchos.
Maegor, esta bien. - su locuaz bribona intentaba relajar la tensión que irradiaba su esposo, siempre buscando la paz y estabilidad - No me molesta ser considerada la secundaria.
A su pilla no le molestaban los enfrentamientos, pero los rehuía cada vez que podía. Visenya tendría que enseñarle que eran los demás los que deberían ceder ante ella.
Ya la has oído, marido. - la sonrisa de la Hightower era de genuino agradecimiento hacia Ortiga - Como la mujer originalmente destinada a ti...
Como estaba destinado a ser no importa en contra de lo que es. Fuimos tres en la misma boda. - Maegor cortó cualquier cosa que iba a decir - Así que o son esposas iguales, tal como lo fueron las dos reinas de mi padre, o tú te quedas detrás. Si alguien se inclinará en inferioridad, puedes estar segura de que no será la sangre del dragón.
Mi señor esposo, - la dama ándala tomó aire para recomponerse y continuar - tiene que entender que...
No tengo que entender nada. - zanjó Maegor con un cortante ademán - O son iguales, o tú eres menos. Pero no se admite más nada. Elije lo que mejor te convenga, pero esas son tus opciones. - dejó su punto bien en claro cuando dio media vuelta y se marchó, sin haberla saludado formalmente.
Así quedó Ceryse, abandonada en la entrada de su castillo. La sonrisa de suficiencia de Visenya fue lo suficiente grande para poner en su rostro un ardor de indignación.
Bueno, - Ortiga aplaudió, apagando cualquier otro conflicto que se avecinara - mejor entramos a toda esta gente antes de que alguno coja escalofríos. Ustedes, - señaló a un grupo de siervos masculinos - ayuden a desempacar las cosas de la dama y el rey, con el cuidado que le indiquen los que trajeron las cosas. De seguro ellos saben cómo tratarlas adecuadamente. - se puso las manos en la cintura y asintió - Vamos muchachos, mientras más pronto terminemos, más pronto descansamos.
Para diversión de la reina, y estaba segura de que la Hightower no lo apreciaría tanto, aquellos señalados se apresuraron a obedecer.
Ceryse, vamos entra. - Ortiga le cedió el paso en la puerta - Ese vestido es demasiado fino y bonito para dejar que el aguacero que caerá pronto, lo arruine.
La dama resopló, pero siguió sus indicaciones. Si algo tenía en consideración, es que la otra chica era pragmática y sin interés de mostrar pretensiones. La Hightower alzó su mentón con orgullo y avanzó. Su personal asegurando que su palio sirviera de barrera entre ella y las opacas gotas de agua que caían.
Visenya observó como pasaba por su lado, sin que la reina se moviera de su lugar, obligándola a rodearla. Permaneció allí más tiempo, viendo como la disimulada invasión ingresaba a sus dominios. Ortiga seguía a su lado, vigilando cada pertenencia como si fueran sus objetos personales. Imaginaba que estaba calculando lo que se necesitaba para su posterior transporte y almacenamiento a las habitaciones correspondientes.
Mientras tanto, la mayoría de los sirvientes personales de la Hightower se apresuraron a encontrar refugio. Las carretas avanzaban por el suelo lodoso con lentitud. En uno de los últimos vagones, meciéndose temerosa, juraría que vio una niña con la cara de Ceryse.