ID de la obra: 941

Sangre y fuego y otras magias extrañas

Het
NC-17
Finalizada
1
Tamaño:
579 páginas, 308.987 palabras, 45 capítulos
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Cuando la paz se hizo añicos

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Desde las ventanas de su castillo, el príncipe Maegor miró hacia el exterior. Habían transcurrido unos días desde que llegó, en una visita no solicitada, su otra esposa. En ese tiempo, el temporal ya había pasado, lo que se notaba con una sola mirada al exterior. Lo que antes eran charcos oscuros y lodosos, se habían convertido en una costra grisácea engañosa. Una capa parecida al yeso seco, con una fragilidad inesperada. Al pasarla, cedía con un sonido de CRACK, seco y satisfactorio, dejando un cráter astillado e irregular alrededor del pie invasor. Él lo sabía porque había sido uno de los poco juegos que disfrutaba en su infancia. Martillar la superficie para escuchar el sonido una y otra vez había sido agradable. Por lo que lo repetía en cada oportunidad. Lo que no era agradable eran las consecuencias si uno se descuidaba, pensó arrugando la nariz. Al romperse, salía polvo del que su madre le había advertido en contra, con olor a podrido y a tierra mojada, y peor aún. Una masa fría y húmeda se conservaba debajo, reteniendo la humedad para atrapar tu extremidad en una consistencia asquerosa para él, si se hundía demasiado por desprevenido. Mientras tanto, en el interior de su fortaleza, una tormenta interna se desataba. Maegor sabía que Ceryse vendría aquí, con la Corte, invadiendo su lugar seguro. Lo sabía, solo que no había esperado que fuera tan pronto. Se suponía que ella vendría con el rey. Sin embargo, aquí estaba, extendiendo su influencia. O intentándolo. La lealtad era algo que su madre prefería en su personal. Aún así, la tentación que eran los regalos de su mujer ándala eran demasiado grandes para la servidumbre. Sus lujosas provisiones, distribuidas generosamente, contrastaban con la austeridad de su madre. Sus propios criados se infiltraban en cada rincón, esparciendo su influencia y dejándole en un estado confuso. Como si estuviera siendo acorralado en el lugar que debería ser más seguro para él. En cada esquina había un miembro de su gente, en cada rincón se escuchaba hablar sobre ella. Incluso se había atrevido a poner en su cuarto, el cuarto de Maegor, una muy realista, y obviamente cara, representación de la Madre. Para que lo ayudara con su fertilidad. La tentación de reventarla contra una pared estuvo ahí, pero ¿qué dirían si supieran del desprecio hacia un símbolo tan amado en Poniente y dedicado a él? Atrapado, él no creía en dioses, y aún así se encontraba atrapado por la estatua de una matrona que no superaba el tamaño de su mano. De noche la ponía de cara en la pared, porque así era la única forma de conciliar el sueño en sus habitaciones. Solo podía imaginar cuán malo sería cuando su padre se trasladará a Rocadragon, como hacía cada año. Durante ese periodo, él y su madre solían trasladarse a Desembarco del Rey. No estaban presentes para ver los cambios vividos que ocurrían en su Feudo, transformado por la influencia de mil cortesanos. En cierta forma, lo prefería así. Tal como ya sentía con su esposa Hightower, ver a los nobles que seguían a su padre deambular por sus pasillos le irritaría hasta los nervios. Dobles caras, gusanos aduladores y lords y ladys sin respeto, chismeando y retozando en cada estancia. Contaminando la paz de Maegor. Ya había comenzado. La desagradable rutina de visitar la recámara de Ceryse en busca de su heredero había vuelto. Él cumplía su deber y regresaba con su piel aceitosa y alterada. Con la necesidad de fregarse hasta quedar inmaculado. Diez noches con Ceryse por cada noche de descanso con Ortiga. No se atrevía a dormir con ella luego de compartir el lecho con la otra mujer, temeroso de ensuciarla de alguna forma. Ningún baño sería suficiente para permitirse eso. Con todo eso, la Hightower amenazaba con robarse también sus descansos y familiaridad. Ya habían ocupado los puestos que decían corresponderles en la mesa del gran comedor. La primera cena a la que habían acudido, habían desgarrado el orden social que imperaba en el gran salón. Ceryse se había sentado a su derecha, desplazando a su madre un puesto más allá, basada en la premisa de que una esposa debe sentarse a la orilla de su esposo. Y como Ortiga estaba sentada a su izquierda... De alguna forma, la nueva disposición se sentía como una afrenta a su madre y a su otra esposa. La reina había sido empujada del centro, con la nuera que despreciaba interponiéndose entre ella y su hijo, y su castellano y el jefe de sus fuerzas domésticas al otro lado. Maegor casi había estallado por esta relegación de quien creía que portaba la máxima autoridad en su vida, pero una negación de labios apretados de Visenya le dijo que se calmará, que esto tenía que aceptarlo. Ortiga, que había estado sentada sin problemas a su izquierda, quedaba ahora aunque en un estatus semejante a Ceryse, marcada como menos favorecida. ¡Malditos sean los protocolos! Para empeorar todo, y basándose en el hecho de que la princesa Orthyras no tenía acompañante, su esposa Hightower había colocado a su propia dama de compañía en la mesa, a continuación de su consorte. Le seguía el jefe de los caballeros de su guardia, un miembro de la Casa Bulwer y primo del Señor, vasallos de Antigua. No les bastó a estas personas desgarrar el orden de su mesa, impidiendo que Maegor se comunicara con su madre sin tener que inclinarse y hablar con ella con Ceryse en medio. La dama Peake, llamada Lorena si no se equivocaba y una pariente lejana de su esposa, también había secuestrado toda la atención de la mujer a su izquierda, dejándolo aislado de alguna forma en medio de la comida. ¿Cómo había ocurrido aquello? Pues la señorita de la Casa Peake no se callaba. Le hacía a Ortiga una miserable pregunta sobre sus calzas, y como ella no se atrevía a usarlas, y ante el más leve asentimiento comenzaba un discurso sobre las modas del Dominio para ropa de montar femenina o el tema que se le ocurriera. Ortiga era demasiado ella misma para ser grosera y despreciar las palabras de la dama. ¿Donde lo había dejado eso? Atrapado con Ceryse. Forzado a escucharla hablar sobre la gestión del traslado de su padre, o la organización de sus aposentos. ¿Qué le interesaba eso a él? Estaba tan inquieto y aburrido que comenzó a mover un pies hacia adelante y el otro hacia atrás, hasta que su esposa se inclinó hacia él invadiendo su espacio y le reprochó que aunque nadie podía verlo, eso solo lo hacían los niños. Él se detuvo desde entonces, pero se quedó atrapado con una energía nerviosa. Otra conversación fue ella preguntando si podría incrementar las visitas a sus aposentos, lo que casi le hizo escupir su vino aguado. Ceryse lo miro desapacionadamente, diciéndole que se veía lo suficientemente fuerte para una visita temprano en las mañanas, cuando la mayor parte del castillo dormía pero ellos no, con sus hábitos matutinos. Mientras más lo intentarán, más pronto tendrían el heredero que ambos buscaban. Esa conversación le dejó un nudo en el estómago que se le apretaba cada vez que la recordaba. Pero al fin de cuentas, tenía razón. Si eso hubiera sido todo, habría estado bien. No había sido todo. El patio de entrenamiento ahora se llenaba con hombres del Dominio y caballeros, todos clamando por su atención. Probar su fuerza contra nueva gente y guerreros experimentados no le molestaría, pero absorvían incluso sus descansos, cuando prefería ir a conversar con Ortiga. Para darle consejos o evaluaciones de su desempeño, el cual no podía vigilar con todos a su alrededor. O simplemente charlar de las escapadas secretas de su cónyuge, esta vez con un guardián a su espalda, a Desembarco del Rey. Después de una vida de quedarse callado, había descubierto el placer de conversar, y este grupo parecía complotarse para robarle la voz. Miró a su alrededor, al flujo de criados que preparaban el castillo para la llegada de Aegon el Dragón con toda su Corte a cuestas. Más Lords llegarían y tendría que vigilar aún más su comportamiento. Y por supuesto, habrían todavía más exigencias sobre él. De repente era demasiado. El murmullo constante que trajeron los siervos de Ceryse a un castillo que estaba mayoritariamente en silencio. Los símbolos religiosos desplegados en cada esquina, una muestra de la presencia inequívoca de su esposa Hightower. Estaba arrinconado. Ya sea por su novia ándala o por aquellos que le servían. Dentro de estas paredes siempre había un ojo vigilante sobre él y no le gustaba, por lo tanto, tendría que salir de aquí. Ordena a los establos que preparen mi caballo. - le encomendó a un sirviente que pasaba. Lo peor era que no sabía si era de los suyos o alguien del personal de Ceryse. Los rostros de sus siervos siempre fueron intrascendentes y nunca algo a lo que le prestara atención. Se daba cuenta de que eso había sido un error que tendría que corregir. Decidió también invitar a su amiga a su cabalgata. Después de todo, y aunque más sociable que él, no creía que Ortiga estuviera disfrutando del todo la intromisión a su entorno. ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ Finalmente estaban listos, después de una ronda innecesaria de mimos de Ortiga hacia su castrado. Se acercaba lentamente mientras elogiaba su pelaje dorado y crin oscura. El animal, que había sido entrenado para no inmutarse por la presencia de dragones, se acercó sin temor alguno a su dadora de golosinas. Ortiga solo se reía mientras sacaba de su túnica una manzana partida por la mitad. Maegor estaba seguro de que llevaba más comida encima. Awww, ¿quién es el caballo más dulce y bello del establo? - frunció el ceño ante esto. Dulce y bello fueron dos alabanzas que no esperaba escuchar hacia su montura. Fuerte sí, porque necesitaba de un corcel que pudiera aguantar largas jornadas. Impasible también, después de todo, los caballos de los Targaryen eran seleccionados y entrenados para ser conducidos hasta los dragones sin renuencia. ¿Pero bonito? Le dio una segunda mirada. Era un equino grande, sobrio y de aspecto serio, que pensándolo bien, encajaba con él. No necesitaba un caballo de carreras ni una criatura de exposición. Sin embargo, su esposa veía la belleza en él lo suficiente para besar la cabeza del potro. Deja de desperdiciar el tiempo. - negó él, aunque una esquina de su boca se torció en aprobación. Pronto estarían libres de las asfixiantes nuevas influencias de Rocadragon. Oh, alguien está celoso. - su esposa sonrió con ese gesto pícaro de ella y extendió su mano. En vez de subir por sus propias fuerzas, su amiga contaba con que él ayudará alzando su peso. Ella podía hacerlo por su cuenta y lo sabía. Aún así, el movimiento era ya parte de una rutina que Maegor disfrutaba. Era satisfactorio ser útil. Sentada tras él en la silla, salieron a un paso lento del establo. No habían salido de las murallas del castillo, cuando un niño fue a detenerlos a toda carrera - Mis príncipes. Mis príncipes, por favor esperen. - el mocoso con heno en el pelo se detuvo jadeando, antes de anunciar - Mi señora, lady Ceryse, me mandó a decir que si podían esperarla un momento. ¿Esperarla para qué? Su duda fue resuelta rápidamente cuando vieron lo que era una pequeña caravana salir de las caballerizas principales. ¿Por qué el grupo Hightower tendría a sus monturas junto a los caballos de la guarnición? No dijo en voz alta su pregunta porque la respuesta le llegó rápidamente. Su madre, en uno de sus tira y afloja con Ceryse, había enviado incluso sus corceles finos a guarecerse con los de los soldados y caballeros. Una jugarreta sucia era no enviar dichas bestias al establo privado. Ceryse venía en el frente, montada de esa forma que hacían las damas de alta alcurnia, en su palafren gris moteado. Su vestido de montar, si se le podía llamar así a la elegante pieza, dejaba caer su falda de forma recogida a un lado. Alguien le había dicho que esa era la forma apropiada para las mujeres, porque protegía su modestia. Maegor resopló. Era una forma estúpida e ineficiente, e impedía el uso de las dos piernas para un mejor control de la cabalgata. Solo pudo mirar con disimulo hacia atrás, donde las calzas de Ortiga eran visibles. Su mujer se negaba a usar vestido y en este punto tendría que darle la razón. Un vestido la obligaría a montar de lado para proteger su "decencia", lo que solo haría más difícil una tarea que podría simplificarse. Le seguía la dama Peake imitando sus formas, en un alazán más pequeño, de cuello largo y cabeza fina. Le tomó unos instantes descubrir que su buen porte lo marcaba como un Corcel de Arena de Dorne. Al parecer y debido a su cercanía, ya fuera por comercio o contrabando, la Casa de Picaestrella había obtenido algunos especímenes de fina estampa. Que desperdicio usar un caballo tan veloz como una bestia de paseo. Por último, le seguían dos guardias con el emblema de la torre blanca estampado en su sobrevesta. Parecía que su esposa Hightower se preparaba para dar una vuelta a los terrenos de la Isla. Tenía sentido. Aunque no gustara mucho de ella, seguía siendo una de las Señoras del Feudo, y es el deber de los nobles conocer sus tierras. Esposo, que agradable casualidad. - frunció el entrecejo. ¿Casualidad? Ella había mandado a pedir que la esperaran - Iba a salir a dar un paseo con mi querida compañera. - señaló a su dama de compañía. Poniendo bien sus ojos en ella, Maegor notó que no solo tenía una melena oscura y leonina, sino que tenía la piel más besada por el sol que había visto jamás en ninguna dama noble. Excepto quizás Ortiga, pero su esposa era cualquier cosa menos una damisela - La pobre gusta mucho de disfrutar salir al aire libre, pero el tiempo no se lo permitió. Él continuó su camino, trotando con Ceryse a su lado sin saber que decir. Ortiga, a su espalda, tampoco dijo nada. ¿Cómo se respondía a eso? Ceryse parecía que tampoco sabía de que charlar, por lo que atravesaron las diferentes murallas que fortificaban el castillo en un silencio incómodo. Lady Peake intentó hacerse cargo de la conversación - Princesa Orthyras, debo admitir que usted es muy valiente por usar calzas. Su elección de moda ciertamente es original. No soy valiente, - detrás de él, Ortiga hablaba con la sinceridad que prefería - solo que pienso que es mejor andar sin estar enredándome con las faldas. Oh, entiendo princesa. - lady Lorena se colocó con delicadeza la mano en la boca - Es solo que yo no me atrevería a hacerlo. Prefiero seguir la tradición, es más elegante. De otra manera parece, no sé... - dejó caer las palabras - falta de refinamiento. Vio a Ceryse tensarse. Tras de sí, Ortiga apretó su agarre tras él - Bueno, de donde yo vengo, montar así de lado parece ser, no sé... - imitó su tono - falta de inteligencia. Si necesitas correr o el caballo se agita, caerás más rápido que las promesas de un borracho. La dama se sonrojó, aunque evitó actuar ofendida, respondió - Espero que la princesa no haya pensado en mis palabras como insulto. Solo dije que yo, a diferencia de usted, no lo haría. Por supuesto que no, - fue su turno de intervenir - a diferencia de ella, tú no eres una princesa Targaryen. No hubo más nada que replicar tras sus palabras, que terminaron arrollando cualquier muestra de ingenio de la acompañante de su otra esposa. Ya habían salido al camino principal, por lo que Maegor se detuvo. Escogieran la dirección que escogieran, él seguiría el camino contrario. Extrañamente, Ceryse y su comitiva se detuvieron también. ¿Qué están esperando? - fue un poco brusco en su interrogación, pero él buscaba liberarse de su presencia cuanto antes. Enfrentó su caballo al grupo alineado tras su consorte. Esposo mío, perdone mi impertinencia, - Ceryse enunció - pero ya que ambos deseamos realizar una salida por placer, pensé que podríamos hacer mutuo nuestro disfrute. - No. ¿Por qué no? - Ceryse parpadeó, para luego mirar a Ortiga en la grupa de su caballo - Su otra esposa parece que puede ir junto a usted, y de una forma cercana y única. - su voz se profundizó en la última palabra, recalcando para todos que por alguna razón, Ortiga no montaba su propio animal. Que no. - la respuesta de Maegor fue casi gruñida. No detuvo a la dorada Hightower. Eso no es una respuesta adecuada. Mi ofrecimiento es genuino. - esta vez, uso su mano para señalarlos a los dos juntos en el lomo de su bayo - Además, viendo que carecen del séquito protector que debería acompañar siempre a un príncipe, por no decir dos, - indicó a los dos escoltas tras ellas - no veo cómo no podría beneficiarte que nos uniéramos en un cortejo. ¿No entiendes lo que es un no, mujer? ¿Cuántas veces te lo tengo que repetir? - su paciencia empezaba a agrietarse bajo la negativa de la dama ándala de aceptar sus respuestas. Él quería alejarse de toda la presión que se encontraba en el castillo. Disfrutar de un poco de soledad con su amiga. Quizás tener una charla tranquila. No lo haría con Ceryse y toda la comitiva que llevaba a rastras. Te haré repetirlo hasta que lo que dices tenga sentido. - no sabía como lo hizo, pero sentada de costado en su silla con su vestido gris humo y pechera blanca, pareció alzarse. Su altura mayor a la media para las mujeres de la nobleza, la hizo lucir como una torre alta de la que su familia sacaba su nombre - Y no aprecio que me llamas mujer. Es una falta de etiqueta llamar así a tu noble esposa. Tensó las riendas, haciendo que el potro regulara un poco hacia atrás, preparado para subir el nivel del enfrentamiento verbal. Una mano en su hombro lo detuvo. No hay que pelear. - Ortiga susurró - Hay una forma más fácil y rápida - le añadió mayor peso a la palabra final mientras escrutaba todo a su alrededor - de salir de aquí. Él frunció el ceño, una mueca de desdén en la boca. Lo que fuera, pero que los molestos acompañantes frente a ellos se largaran de una vez. Ceryse querida, y dama de Ceryse, - tras su espalda, su voz no solo permanecía ahogada, sino que las mujeres frente a él no podían ver a Ortiga a la cara. Probablemente no se consideraba muy cortés pero él ya había perdido las ganas de mostrar modales, o respeto, a los intrusos ante él - La razón por la que no pueden venir con nosotros, es la misma por la que yo montó con Maegor. Tanto la Hightower como la Peake fruncieron el ceño. Ya fuera en confusión o porque no creían lo que decía la chica junto a él, le daba lo mismo. Si no les gustaba, les pasaba por impertinentes Vamos a acercarnos a los dragones y este caballo, - se inclinó y palmeó a la bestia - esta entrenado para no rehuir de los depredadores. Los suyos o cualquier otro se alterarían, por lo que cualquier placer que sintieran por salir a cabalgar podría transformarse en horror. Los caballeros escoltas se tensaron, sus armaduras rechinando. Ceryse se quedó pensando esto y lanzó una mirada a su prima. Un entendimiento pareció pasar entre ellas, entonces lady Lorena dijo: Esta parece ser una especie de escusa para rechazar nuestra presencia princesa. - alzó la nariz de esa forma en la que hacían las señoritas del Dominio, como si algo oliera mal y ellas estuvieran por encima de eso - Puede que solo sea mi ignorancia con respecto a los temas sobre la sangre de la vieja Valyria, pero suena a mentira. Sin ofender. - terminó de una forma que decía que probablemente si quería hacerlo. Ya se acerca, prepárate. - menciono Ortiga mirando hacia arriba. Sintió más que ver la sonrisa a su espalda, y lo agarró un loco impulso de sonreír. No lo haría, pero no pudo evitar alzar la comisura de sus labios. Oh, pero si es muy fácil de probar lo que digo. - Ortiga sonaba menos natural y más teatral. ¿Ah, sí? ¿Cómo? - la dama de Picaestrella no debió desafiar a su esposa, no cuando él ya presentía lo que pasaría. No transcurrió mucho tiempo para que una silueta comenzará a dibujarse en el cielo, una sombra masiva que comenzaba a bloquear el sol que incidía sobre ellos y giraba en el aire en círculos concéntricos. Su rugido no fue de amenaza o advertencia, fue apenas una contestación, un aviso para decir que aquí estaba. Pesé a estar más lejos de lo que nunca podría alcanzar el disparo de una flecha, el efecto fue inmediato. La tropa entera se alteró, incluyendo su caballo. La diferencia era el temple del mismo. Entrenado por exposición a los dragones de su familia, su potro estaba menos familiarizado con el Ladrón de Ovejas. Aún así, una palmaditas tranquilizadoras en el cuello de la bestia lograron calmarlo. A la comitiva de su esposa no le fue tan bien. Relinchos, movimientos brusco, los caballos de los guardias piafaban de miedo. El tranquilo palafren gris de Ceryse resoplaba con fuerza y pateaba en suelo, mientras que la Peake luchaba contra su animal. El corcel castaño rojizo peleaba contra su agarre, intentando huir y usar su velocidad contra el depredador que rondaba cerca. Tardaron un buen rato en controlar a los animales. Mientras tanto, su caballo permaneció impasible, si la bestia no atacaba entonces no había amenaza. Reaccionó tal y como había sido educado, mientras que sus semejantes aún mantenían las orejas erguidas, atentos a otra aproximación de la feroz criatura. Supongo que eso explica todo. - bufó con orgullo, antes de jalar las bridas y ordenar a su montura partir al trote. En esta ocasión, la Hightower y los suyos se quedaron en silencio y en su lugar. ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ Ya con el grupo de su hermana - esposa o como sea que se llamaran las mujeres en los matrimonios bigamicos, fuera de alcance, su falso esposo se dedicó a buscar el lugar perfecto para continuar sus lecciones secretas. Lo que terminó siendo un área mayormente despejada con una piedra inmensa y salida de la nada casi que en el centro. No había más piedras alrededor por lo que esta, del tamaño de una carreta y semi enterrada, no combinaba con el paisaje. Era oscura, casi negra, con zonas de brillo vítreo. Maegor la escaló para vigilar mejor como se desenvolvía. Ella no lo habría hecho. Llena de pequeños agujeros, la superficie parecía áspera e incomoda. Pero bueno, era su decisión. - No pierdas la concentración, Ortiga. Y recuerda: las riendas no son para agarrate, sino para dar instrucciones. La frase final la dijeron a la vez, de tanto que se la habían repetido. Lo sé. - dijo mientras daba un ligero empujón con sus talones, justo como el príncipe le había enseñado, para acelerar el paso - ¡Joder! No entiendo cómo, si se necesitan las dos piernas para dirigir un caballo, las nobles montan de lado. El animal de Maegor, perfectamente obediente, comenzó a trotar suavemente alrededor del pedrusco. En su cima, podía notar de reojo la mezcla de oro y plata de su cabellera siguiendola. Es de esas cosas estúpidas que hacen las mujeres para lucir bien. - explicó Maegor antes de lanzar otro consejo - No aprietes las piernas. Levántate un poco sobre los estribos flexionando las rodillas. Así. Correcto. - Mmm, no creo que todo es su culpa. Estoy segura de que mucha gente le dice que es lo correcto para una dama. Le pueden decir lo que sea. Es su problema si los escucha. ¿Acaso yo la he obligado a hacer eso? - por un breve instante, sonó igual que su madre - Si no gusta de ello, me podría preguntar. Sería el primero en decirle que se pusiera unas calzas y dejara de hacer el ridículo en nombre de "lo que es correcto". - imitó en un falsete el estribillo que le venían repitiendo Ceryse y compañía desde que se trasladaron a la isla. Sabía que estaba siendo algo mala burlándose de ellas, pero ¡maldita sea! ¡la tenían arta! Que una dama correcta no hace esto, que una dama correcta no hace lo otro. Luego venían y le decían que lamentaban no poderla invitar a rezar o a tejer o a sentarse a hablar. ¿Quién demonios quería ir y hacer eso? Todavía tenía un inmenso pedazo del castillo por registrar, como eran las mazmorras. Estaba dejándolas para el final, porque le daba la impresión de que habrían bichos. Escalofrío. El punto era que no quería hacer ninguna de esas cosas, pero lo presentaban como si ella debiera sufrir por no ser invitada. Sabía que eso era parte de la lucha por el poder que tenían con Visenya, pero ¿qué tenía que ver eso con ella? ¿Por qué la involucraban? Y lo más importante. ¿Por qué carajos creerían que ella sufriría por no poder asistir? Quedarse quieta cuando podía salir a explorar, ya sea el castillo o la aldea de pescadores, o incluso Desembarco del Rey, sonaba a tortura. Hablando de la capital... - Sabes, la última vez que fui a la ciudad, me encontré con el bastardo que me robó. - Ah, sí. ¿Qué hiciste? Pues que más, le perseguí para atraparle. La rata escurridiza saltó una tapia y lo perdí. - se encogió de hombros - No antes de decirme que lo lamentaba mucho por mí, pero ya tenía a una belleza exuberante esperando por él. - la diversión que le provocó el recuerdo casi la hace soltar las bridas - Dijo: lo lamento mucho, delicada señorita, pero tengo a la más voluptuosa de las criaturas esperando por mí. - casi se desternilla de la risa, allí sobre el caballo. No entiendo que tiene de gracioso. - cualquiera pensaría que estaba hablando con enojo. Ahora que lo conocía mejor, estaba segura de que se sentía ofendido por ella. - Maegor, si yo soy frágil para él, ¿te imaginas como debe verse una mujer que él considere "con curvas"? - Quizás tú no seas una damisela exquisita, pero si eres frágil y delicada. Pfff, - le iba a doler el estómago después, de tanto reír - Yo soy delicada como tu eres bajito. ¡No jodas! - las ocurrencias de este niño. Como sea. - lo escuchó enfurruñarse - Mira hacia donde vas, así el caballo siente tu equilibrio, lo creas o no. Voy. - aceleró un poco el paso. Lo cierto es que no se sentía grácil como lo hacía parecer su joven instructor, sino que sentía que estaba saltando encima de la silla - ¿Quién diría que montar a caballo es más fácil y difícil que con un dragón? ¿Cómo es eso? - una duda legítima apareció en su voz. En parte es más fácil. Tu jalas la brida aquí, presionas la pierna acá, - el potro cambió de dirección - y listo, el caballo obedece. Con el dragón es como si tuvieras que imponerte. Cuéntame más. - el maestro se había vuelto estudiante. Sí. Conducir un dragón se siente como si tuvieras que usar tu fuerza de voluntad para guiarlo. Es extraño. Hay veces que pienso que los comandos son más para nosotros mismos que para el dragón. Por otro lado, al corcel tienes que ordenarle todo el camino, - un vistazo le mostró que estaba asintiendo - mientras que con nuestras monturas más depredadoras, es como si le dijeras: vete hasta allí, y hasta allí van, solitos. Es por eso que los dragones son más inteligentes que el resto de los animales. - mencionó con orgullo. - Tienen sentimientos más emmm... complejos, también. No me lo recuerdes. - si que dieran la oportunidad, el Ladrón de Ovejas se sacudiría hasta desbancar a Maegor de su lomo cada vez que pudiera - Esa bestia tuya todavía no me perdona. Un dragón guardándole rencor a un Targaryen. - tuvo que burlarse - Las cosas que uno descubre en la vida. - Ja. Casi tan impresionante como conocer a una mujer que sabe montar a dragón y no a caballo. ¿eh? Pues sí. - ¿qué podía decir? Una niña crecida en la pobreza no tenía porque saber montar y luego de ganar a su montura en la Cosecha Roja, cabalgar animales de cuatro patas estaba descartado como poco importante. En este mundo, o mejor dicho este tiempo, Visenya había priorizado saber leer y escribir, y defenderse. Eran más vitales. Moverse de un lado a otro siempre lo podía hacer en el Ladrón de Ovejas o sino en su carruaje. También era más fácil inventar escusas sobre porque no sabía esas cosas. La equitación era otra cosa. ¿Qué noble señorita no sabría montar a caballo? Con lo básico dominado, la reina había encomendado a Maegor enseñarle esto en silencio. Era por ello que Ceryse ni nadie más podría enterarse. Hablando de Ceryse... - Pronto tendremos que volver al castillo ¿eh? Sí. - una palabra demasiado breve para la cantidad de resignación que cargaba encima - Estoy en un punto en que creo que preferiría quedarme aquí, a dormir en la intemperie, que volver. Pues yo preferiría que me prendieran fuego. - Maegor la miró parpadeante - ¿Qué? ¿Crees que los jueguecitos o lo que sea que tenga Ceryse con tu madre no me molestan a mi también? Tengo buen carácter mocoso, y no me ofendo a la misma velocidad que ustedes, pero no soy ninguna especie de santo. Maegor se dejó caer de la roca y ella condujo hasta él. Alzó su manos y la agarró de la cintura, así que ella se dejó caer. Era divertido y se sentía como una niña, aunque nunca antes había hecho esto, ya que su abuela había sido demasiado frágil para cargar con ella. Descansa un rato. - Maegor pidió con ese tono que sonaba a exigencia - El esfuerzo es bueno, siempre que se le dé al cuerpo algo de tiempo para recuperarse. - la llevó hasta un área donde la piedra era lisa, imitando a un banco natural. Era eso o sentarse en el suelo, pensó Ortiga, y al menos estaba en la sombra. Bueno. - cuando su pareja se sentó a su lado se empezó a acomodar contra él. ¿Qué haces? - Maegor la miró con duda, sin entender por qué ella ponía su cabeza entre sus piernas. - Hace un tiempo que no estoy durmiendo bien. Digamos que últimamente el castillo parece tener bichos, y no de los que me dan miedo. Su ceño se apretó enseguida, como sabía que pasaría - Si hay insectos deberíamos hacer que los criados se encarguen de ellos. De algún lugar tiene que salir y mientras más tiempo los dejen, más podrían infectar el lugar. No son del tipo de bichos que puedes matar con un zapatazo, Maegor. - le explicó mientras palmeaba sus muslos. Macizos y fuerte, ¿cómo podía tener tantos músculos siendo tan joven? Por otro lado, su falso esposo tenía razón. Mientras más tiempo dejarán que esas molestias se diseminaran por el castillo, más difícil serían de erradicar. Pero ella no quería meterse en eso, solo quería vivir tranquila y que la dejarán en paz. ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ Eventualmente tuvieron que regresar. Ya habían pasado afuera más del tiempo pronósticado y se habían saltado la comida del mediodía. El hambre en él podía terminar en accesos horribles de mal humor, y no quería saber cómo reaccionaba su esposa con su aprecio por los alimentos. Pero con tal de mantenerse lejos del castillo algunos sacrificios valían la pena. Lo demostró la sola vista de las murallas. Solo por estar al alcance de su sombra, ya podía sentir la rigidez extendiéndose por su miembros y el pensamiento de que quizás pudieron aguantar lejos de aquí un ratico más. Dejaron su potro en el establo, con Ortiga adelantándose y dando una vuelta larga por el patio de entrenamiento en vez de entrar directamente al centro de la fortaleza. Parecía que ella también quería evitar exponerse a la tensión. Siguiendo su estela, chocó justo frente al patio con una conmoción. Yo no pensé que se ofendería princesa. ¡No lo pensé! - lloraba una doncella a los pies de Ortiga, esta la sujetó y la ayudó a levantarse. Frente a ellas, un criado masculino, uno con una librea Hightower permanecía firme y desafiante. Parecía dispuesto a intervenir y arrancar a la sierva de las manos de su esposa, pero fue lo suficiente inteligente para mostrar contención. Cuando lady Ceryse me preguntó por mi collar y porque una mujer llevaría un símbolo del Padre y el Guerrero, - enseguida mostró un pequeño dije de una balanza cruzada con una espada, al hacerlo Maegor notó la marca roja en su cara y su labio partido. Las lágrimas de la mujer se deslizaban de forma irregular por la naciente hinchazón - le intenté explicar que solo era uno de los dioses de mi familia: Nixia de los Castigos, de la justicia y las venganzas. Mi familia vino de Valyria con los Targaryen, somos fieles servidores de su Casa. - lloriqueaba la moza - Lady Ceryse dijo que no admitiría adoración a dioses paganos en su personal y me echó. Por favor princesa, por favor. No pueden echarme. Mi familia ha servido durante generaciones y necesitamos la moneda. - se lanzó al suelo aunque su esposa no soltaba su mano - Lamentó haber ofendido a lady Ceryse. No me echen princesa, por favor. Ya, ya. Todo va a estar bien. - su esposa levantó una vez más a la muchacha mientras palmeaba con suavidad su mano, sin notar que todo lo que hacía en el pasillo abierto se veía desde el área de ejercitación - Si nadie está muerto, entonces tiene solución. Tú, - sonó como un látigo - no me gusta juzgar sin escuchar los dos lados de la historia. Dame tu versión. Que hay que decir. - la forma en la que hablo le erizó los lomos a Maegor, una cosa es que Ceryse estuviera en una lucha de poder contra su madre y que ellos quedaran en medio. O que intentara imponerse como ligeramente superior a Ortiga. Otra muy distinta era que un simple sirviente tratara de sobrepasara con una princesa, y más importante, su esposa - Lady Ceryse no la quiere, así que ella se va. - miró con desprecio a la mujer que temblaba al lado de Ortiga - La desgraciada se humilla a sí misma suplicando por un puesto que no le devolverán. ¿Y por eso le pegas y la arrastras? - la forma fría y lacónica de hablar habría encajado en cualquier noble menos en Ortiga, se sentía menos como control y más como si campanas de advertencia comenzarán a sonar. Soy un criado de alto rango de mi señora. - el hombre alzó su nariz en superioridad, explicandolo de manera que decía lo que creía de la inteligencia de Ortiga - Trató a los que están por debajo de mí de la forma que creo necesaria para que comprendan su lugar. A mi dama le molestaban sus súplicas desesperadas, más cuando ya había sido despedida, así que hice lo necesario para sacarla fuera. Ya veo. - Ortiga miró a la muchacha - Vete con la reina Visenya e informales que a partir de ahora, eres parte de mi personal. - resopló - Hace rato que Visenya me está presionando para que tenga más gente atendiendo, así que estará encantada. Muchas gracias, princesa. Muchas gracias. - casi se echa de regreso al piso a hacer reverencias. No puede hacer eso. - se quejó el hombre junto a su esposa. La sierva lo miró con terror - Lady Ceryse la despidió de la servidumbre del castillo. Lady Ceryse dijo que no quería a nadie que no adorará a los Siete en su personal, que no es lo mismo que el personal del castillo. - contraatacó su esposa - En todo caso, encontré a alguien sin ningún empleo y la contraté para mí, sin devolverle su puesto. No estoy desafiando a nadie. Vamos, - guió suavemente a la criada - vete con la reina e infórmale de los sucedido. La chica prácticamente escapó de la escena. Ahora, con respecto a ti. - se giró hacia el criado - ¿Piensas que tu posición te permite golpear a quien te venga en gana? No es golpear, lady Orthyras. - el insulto no pasó desapercibido para nadie, ni siquiera para su esposa que no era la más apegada a su título - Es castigar de forma adecuada. Mi estatus por encima de ella me da el permiso para escarmentarla como corresponde. Ya veo. - Ortiga se giró hacia el siervo y la emoción se disparó en Maegor antes de que ella hiciera su primer movimiento. Un rodillazo en las pelotas dobló al hombre en su lugar. Estaba seguro de que todos los hombres en el campo de visión sintieron la necesidad de proteger sus partes íntimas como él hizo. Ortiga empujó suavemente al hombre solo para patearlo para que cayera por las pequeña escalera del pasillo al suelo de lodo del patio. Bajo con una lentitud pasmosa hacia el criado que se enroscaba en el barro, incapaz aún de recuperarse del primer golpe. No dudó en arrastrarlo por el pelo hasta los escalones para así estrellar su cara contra uno de ellos. CRACK - el primer golpe dejó paralizados a todos. CRACK - crujieron los huesos de su nariz y posiblemente del resto de su cara con un ruido seco y corto, un sonido satisfactorio. CRACK - una calma descendió en Maegor, como si con los golpes Ortiga hubiera logrado barrer la tensión que le invadía. Su esposa no dudó en virar al hombre. Su rostro una masa deforme y sanguinolenta que que tosió en la cara. En vez de rehuir y limpiar la sangre, ella se inclinó aún más cerca antes de decirle: - Ya que tu crees que estás en tu derecho de actuar así, no veo lo incorrecto de que yo ejerza mis derechos de la misma forma. A diferencia tuya, por supuesto, no creo que esté en mis manos echarte o no de servir a Ceryse, pero ten en cuenta - dudaba que el siervo la escuchara en su estado, aunque Ortiga alzó la voz para que todos la oyeran - No me importa que problema o disputa o creencia sean la que tengan. Si agarro a alguien levantando la mano sin motivo contra alguien más del personal, la respuesta será la misma. ¿Han entendido? - su pregunta fue enunciada con su reconocible actuar amistoso, solo que las gotas rojas en su cara le daban un aspecto macabro. Maegor sintió removerse algo dentro de su pecho, e incluso entre sus calzas. Su madre si que le había conseguido la mejor esposa. Un movimiento desde el patio alertó a Ortiga, que dobló sus rodillas y abrió sus brazos como para recibir un ataque. La mirada alarmada de Maegor se dirigió hacia un soldado que no era de los suyos, que se dirigía a ella de forma agresiva. Iba a lanzarse a la refriega, cuando una fuerza invisible sacudió al caballero. Pero, ¿qué crees que haces, animal? - otro hombre alzó al caballero desde atrás y lo estampó en el piso, donde no dudó en patearlo - ¿Quién crees que eres para inmiscuirse en la reprimenda de la princesa? Ortiga se relajó y Maegor se dio cuenta de que muchos de sus hombres de armas habían desenvainado las espadas. Los escasos Hightower en el patio permanecían quietos y alertas. Mis disculpas, princesa. - un cráneo de toro decorada el peto del Ser que no pertenecía a sus fuerzas - Yo mismo me encargaré de que este cretino sea azotado y puesto al sol. Ortiga inclinó su cara en aceptación y se giró, encaminándose a Maegor. Un vistazo en sus ojos le dejo en claro algo. Cuando él o alguien de su familia se enfurecía, no había calma hasta que alguien pagará. Su Ortiga era diferente, si la ofensa era muy pequeña la ignoraba y la dejaba pasar, con el tiempo hasta la olvidaba. Pensaría que después de esto volvería a su yo tranquilo y pacífico. Una mirada a sus ojos demostró que estaba equivocado. El fuego había sido prendido y no sería de los que se apagan con facilidad.
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