ID de la obra: 941

Sangre y fuego y otras magias extrañas

Het
NC-17
Finalizada
1
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579 páginas, 308.987 palabras, 45 capítulos
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Una corona de sangre para una princesa

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Mientras avanzaba la princesa Orthyras, el obediente y discreto personal elegido por la reina Visenya se detenía en una muestra de impacto y terror reverencial. La niña, considerada por los más apegados a las tradiciones cortesanas como demasiado "amistosa", caminaba por los pasillos como una figura bañada en sangre. Sus pasos cargados de determinación y un poder primitivo. Una sonrisa beatífica en su rostro manchado de rojo añadía un aura de peligro inminente. Completaba la escena el propio Señor del Feudo. El príncipe Maegor en persona iba a su saga, pero no preocupado ni alerta, sino justo después de ella y guiado por su estela. Como un estandarte fiel a sus intenciones. Considerada como la más amable de las Señoras del Feudo, su imagen les recordó a todos que pesé a su personalidad más sosegada, era ella una jinete antes que todas las cosas. Solo los tontos lo ignoraban y olvidaban. Puede que no fuera la dama noble ideal, pero lo Targaryen no eran simples nobles. Un recordatorio perfecto de que la sangre del dragón es diferente. Se detuvo al menos una vez para pedir indicaciones. Los ojos abiertos del sirviente mientras le señalaba dónde se encontraba lady Hightower no le molestaron, e incluso contestó con un: gracias por su servicio. Cada criado en su camino se detuvo, entre alarmado y respetuoso, y realizó una formal reverencia. La sonrisa que todos conocían fue devuelta desde su cara manchada de carmín. La jinete del Ladrón de Ovejas se trasladó directo hacia donde le dijeron que estaba la dama del Dominio en una pequeña reunión social. Dos guardias de sobrevestas grises con una torre blanca flanqueaban el acceso a la entrada. Intentaron detenerla, claro que sí, se veía en como trataron interponerse entre ella y su destino, pero realmente ¿podían dos simples soldados bloquear a la realeza? ¿Más cuando el señor esposo de su dama y amo del castillo donde residían, los mantenía a raya con su mirada? Oh, no se preocupen. Nada malo va a pasar. Solo será una conversación. - el porte maniático de la morena princesa no ofrecía mucha confianza, menos las palabras que dijo a continuación - Que haya o no violencia depende por entero de vuestra Señora. La sonrisa macabra que nació del príncipe Maegor tras ella, les dijo que esperaba que su señora lo hiciera. Contrario a lo esperado, la comitiva se detuvo en la puerta, e incluso tocó la misma para anunciarse. Soy la princesa Orthyras y vengo a ver a lady Ceryse. - en el fondo, las risas suaves se detuvieron y se convirtieron en un murmullo casi inaudible. No tardo nada en que una recatada doncella abriera la puerta y realizará una reverencia en el momento. Comenzó a enunciar antes de subir el rostro - Lo lamento mucho Su Alteza. Lady Ceryse agradece su visita, pero en este momento no puede recibirle. Si... - las palabras murieron en su boca y su tez blanca alcanzó una palidez fantasmal con la vista que la recibió. Un ensangrentado espectro y un expectante e imponente acompañante. La sirvienta retrocedió por instinto. Su voz atrapada en una súplica sin sentido - Mi dama no quiere... ¿Te parece que me importa? - una ceja se alzó en interrogación, solo para que el rostro se tornará duro de inmediato - Sal. - fue una sola orden que tuvo que obedecer. Los príncipes entraron en formación en los dominios de lady Ceryse. Un fuego ardía en la chimenea, por una queja de la dama sobre el sombrío estilo del castillo y la falta de iluminación. Frente al hogar se encontraban dos divanes, Ceryse y su prima en uno y otras dos damas que la acompañaban en otro. En esquinas separadas del cuarto dos sirvientas, una mayor y una niña, esperaban. La llegada del par impulsó a todas las mujeres de la habitación a inclinarse en saludo. Cualquier antagonismo desaparecido por la irrupción cargada de salvajismo. Ceryse, estamos a punto de meternos en una pelea. - la princesa Orthyras señaló con un gesto descuidado a todos los presentes - Tu elije si lo hacemos público o privado. Todos retírense. - la alta dama intentaba controlar su porte, fallando al desviar su atención ante las gotas secas pintadas en la cara su competidora en el ámbito matrimonial. Adiós, señoritas. - despidió el miembro más nuevo de la familia gobernante, antes de sentarse en el diván frente a Ceryse. El príncipe Maegor se mantuvo de pie tras ella, respaldándola. Le hubiera prestado atención, pero mientras se sentaba, la dama nacida en Antigua no podía quitar la vista del espectáculo frente a si. ¿Desea la princesa que le traiga una tela para limpiarse? - un trabajo servil, pero que le daría tiempo a recuperarse de la pérdida de equilibrio en la que se hayan envuelta. ¿Por qué? - preguntó la princesa con genuino desconcierto, antes de estirarse en el lugar - Yo estoy bien así. - explicó mientras se apropiaba de uno de los refrigerios destinados a sus acompañantes. ¿Puedo preguntar que la trae por aquí? - ¿y en ese estado? Fue la pregunta que no se atrevió a formular. - Oh, nada importante. Puede decirse que vengo a establecer algunos limites entre los juegos que están jugando tú y Visenya. No son juegos. - dijo inmediatamente ofendida por la interpretación. Era la forma sutil en la que se establecía el dominio y las jerarquías sociales. Sus labios se fruncieron por la sugerencia de actuación infantil. Son juegos. - afirmó Orthyras mientras agitaba un pequeño dulce antes de consumirlo - Es un tira y afloja entre tú y la reina. Tu ordenas que se haga esto, ella lo desautoriza, tú lo haces de todos modos o cualquier otra basura que se te ocurra. Ya sea que peleen porque asiento ocupan en la mesa, como se distribuirán las habitaciones para el traslado de la Corte al castillo o como estará amueblado el cuarto del Conquistador, es vuestro problema. Yo estaba intentado aguantar callada, mira que lo hacía. - el tono comenzó a volverse agresivo, por lo que la princesa respiró hondo para calmarse - ¿Sabes que es esto? - señaló la inequívoca evidencia de un enfrentamiento físico en su cara. Sangre. - Ceryse tragó, sin entender que tenía que ver con ella. Sangre. - asintió Orthyras - ¿Sabes de quién es? Ante su negativa continuó. Digamos que veníamos de regreso, mi esposo y yo, - el príncipe a su espalda dio un cabezazo de asentimiento - cuando encontramos a un miembro de tu personal dándole un tratamiento inadecuado a una sirvienta del castillo. Este - se señaló de nuevo - es el resultado. Ya imaginaba que había pasado - No es una sirvienta del castillo. Fue expulsada por mí. - no quería preguntar en que estado había quedado su siervo después de ver el líquido rojo salpicado en su piel. Y yo la contraté para mí personal, pero he allí el problema a donde quería llegar. - la miró con una firmeza que nunca había visto en ella. No tenía el ceño fruncido como hacían tanto Maegor o su padre, ni las comisuras caídas en obvia reprimenda como hacía la madre del primero. Era algo más bajo y agresivo, las cejas rectas y el rostro inclinado, unos ojos que decían que ya estaba evaluando donde iba a colocar los golpes. Se sacudió del susto - Deja de meterte con la gente del lugar. No puedes despedirnos y quitarles el sustento solo porque sí. Es mi derecho como Señora despedir a la gente que no cumpla mis expectativas o que fallen. - la reprimenda fue clara, era un insulto sugerir que no podía y se agitó ante la idea de que esta muchacha se lo prohibiera. Es tu derecho como Señora despedir a tu personal. Justo como hice con tu criado. Se quedará mientras tú quieras porque es tuyo. - el hombre tardaría lunas en sanar, si es que lo hacía por completo - También si cometen algún error catastrófico o falta de respeto hacia ti, yo seré la primera en echarlos a patadas. Pero... - toda su atención se centró en ella - esta gente me cae bien Ceryse, y más importante, sus vidas dependen de su trabajo. No voy a dejar que los arruines solo porque quieres marcar tu territorio o no te gusta a quien le rezan. - No adoran a los dioses correctos. ¿A quién le importa? - estalló antes de señalarse - Yo misma no creo en los putos Siete. Suerte intentando sacarme de la Fortaleza. Eres diferente. Vienes de un lugar lejano. Pronto la misma Visenya te convencerá de adorarlos. Tienes que seguir a los dioses de este continente. - sería un error político enorme para la familia real, que eran vistos todavía como extranjeros, aferrarse a su dioses aún más extraños. - Oh, pero lo hago. Me voy a unir a las creencias de los Antiguos Dioses. ¿Qué? - preguntó horrorizada. Mira, me gusta las monedas como a la que más. Pero en Antigua, en el Septo Estrellado, vi lo que supones que son tus dioses. - ella no era muy creyente antes, viajar cien años hacia atrás después de sangrar en un árbol te hacía replantarte muchas cosas - Son bloques de oro, tan cubiertos de riqueza que no se le ven las caras. Para eso no deberían haber pasado el trabajo de tallarlas. - se encogió de hombros - Poniente aún conserva la Fé de los Antiguos Dioses. Si la mayor parte de la familia real cree en los Siete, alguien debería creer en los otros. Después de todos, también son nuestros súbditos. - su narrativa era demasiado explicativa. Ese discurso integrador sonaba mucho más a la reina Visenya, astuta y calculadora - Por lo que, si yo adoro a dioses diferentes a los tuyos, ¿por que castigaría por lo mismo a los sirvientes? - ¡No es lo mismo! ¡Es lo mismo y no es el punto! ¿Crees que me he sentido cómoda con tus movimientos? Estas presionándome e intentado acorralarme cuando yo no tengo nada contra ti. - se golpeó el pecho - ¿Me dices que lamentas no poder invitarme a rezar? No tengo problema. No tenemos los mismos dioses. ¿Lamentas decir que no podré venir a bordar contigo? Tengo noticias, bordar es un castigo que usa Visenya contra mi. Lo detesto. Pero me he quedado callada y he aguantado porque quiero estar tranquila. Me importa una mierda lo que hagas. Si quieres mover los muebles de una punta del castillo a la otra, pintar las paredes de rosado, follarte al rey. ¡Hazlo! ¡No me interesa! La cara de Ceryse fue de suprema ofensa por sus comentarios. Tampoco le importaba. ¿Sabes que si me interesa? Que intentes robarle su medio de subsistencia a personas que solo quieren vivir para dejar en claro que es tu dominio. Te tengo noticias. - se levanto e inclinó su cara contra ella - También es el mío. Solo que yo no seguiré la actuación hipócrita y los juegos por la espalda. ¿Quieres jugar a quien manda más? Ya estás peleando con Visenya, que no debe ser fácil. ¿Por qué mierda buscarías problemas con la persona que te ha dejado tranquila hasta ahora y podría hacerte la vida más miserable? Y no te equivoques, lo haré. ¿Todo esto por una vulgar sirvienta? - la princesa Orthyras era rara en muchas formas, pero esto era el colmo. Por una sirviente cuyo nombre ni siquiera conozco. - asintió antes de echarse para atrás - ¿Y sabes por qué Ceryse? Ya lo he perdido todo en mi vida. He conocido el hambre y el poder, ¿y sabes qué? Al final, la falta de lujos se extraña, pero lo que duelen son las personas. Por eso cada vínculo, incluso si solo es alguien que me sonríe el pasar, es algo que me gusta proteger. - se encogió de hombros - La gente de Rocadragon es buena conmigo, por lo tanto yo protejo a la gente de Rocadragon. Una mueca de burla cruzó la cara de la belleza rubia, enturbiando por un instante su porte orgulloso. ¿Te burlas de mí, muchacha tonta? - el crepitar del fuego se apoderó del silencio entre ellas, el brillo de las llamas iluminando su perfil - Un día si el mundo es cruel, y puedes estar segura de que lo es, vivirás para ver cómo todas las personas a las que quieres y te preocupas desaparecen. Rezaré para que conserves todo el estatus y poder en el que te vanaglorias, pero déjame asegurarte algo. - sus ojos tenían más años que muchos ancianos que conocía - Desearás cambiar todo lo que tienes por unos escasos momentos más con los que ya perdiste. Te lo digo por experiencia. ¿Eso es todo? - resopló la Hightower. La princesa Orthyras suspiró con decepción - Si Ceryse. Eso es todo. Ahora dime si quieres que haya guerra entre nosotras para empezar a afilar mis armas. Y ten claro, yo no empecé este conflicto, pero si entro en él me aseguraré de terminarlo. - Pareces decidida. Sip. Esa soy yo. Todo paz y tranquilidad hasta que cruzan mi raya. Entonces los demás se joden. - miró de arriba a abajo a la Señora nacida y criada en el esplendor de una familia adinerada - Acabo de salir de un conflicto armado, Ceryse. Espero que no se te olvide. Búrlate de mi, llámame tosca, no me importa. Pero mis límites están en las personas que me preocupan. Por cierto, - el buen humor volvió a su talante - a mi amado cariño no me lo molestas más. - señaló al príncipe que ya tenía el entrecejo apretado con sus palabras - No se que carajos intentas conseguir pero andas fallando miserablemente. Ceryse se sonrojó - Es mi esposo, solo trato de mantenerme cerca de él. ¿Haciéndolo miserable? Sabes, lo que haces no tiene sentido para mí. - inclinó su cabeza de un lado al otro - Te enemistas con Visenya cuando estarás aquí solo tres lunas al año y te convendría más ser tu aliada. ¿Por qué te quedarás solo tres lunas, no? Solo las lunas que el rey Aegon y su Corte estén aquí. - observó con desdén los alrededores. La piedra negra no solo era oscura sino muy fría, y esta isla lucía como abandonada por los dioses - No me atraparían aquí por mí propia voluntad. Exacto. ¿Para qué coño juegas juegos de poder que Visenya tendrá casi un año en corregir, mejor y más fuerte para la siguiente ocasión? - negó rascándose el cuero cabelludo - No tiene sentido. Eres demasiado astuta e inteligente. - Tu tienes tus objetivos, yo tengo los míos. Bueno, lo que sea. - Orthytas bostezó con solo el más leve ademán de taparse la boca - Yo he dado el aviso, haya tu si estas dispuesta a sufrir las consecuencias. - de repente aplaudió - Ah, también recordé. Ayer me fue servido un plato frío. - Qué tiene que ver eso con... Déjame decirlo despacito para que entiendas mejor. Ayer me fue servido un plato frío. - puntualizó - Personalmente quería averiguar quien fue el de la idea y encargarme de que comieran tierra. - ¿Y... Shhh, no he terminado. Voy a darte el beneficio de la duda. Ahora, justo como yo no puedo despedir a tu sirviente, lo mismo aplica para ti. Tu dijistes que no querías a más nadie en tu séquito que siguiera a otros dioses, dejé en claro que la actuación fel tipo fue un error de interpretación. La sirvienta no era de tu séquito y así estaba a salvo, solo que no la querías cerca y fue tu criado quien se extralimitó. Usa esa escusa si quieres para defenderte. El punto es que - se giró para salir, viendo que con la última información Maegor ardía en rabia. Su falso esposo se perdía mucho los significados ocultos de ciertas palabras, pero todo relacionado con la seguridad lo atrapaba en el aire - alguien alteró mi cadena de comida. Yo no puedo despedir a tu gente, que probablemente está involucrada en esto. Especialmente si no se si fue por orden tuya o por decisión personal pero, y ten en cuenta esto, tienes hasta mañana a mitad del día para desaparecer a dichas personas de la isla. No dijiste que no buscarías problemas conmigo. - se burló ella - ¿Y ahora quieres deshacerte de mi personal? Tu personal me amenazó primero, Ceryse. Si pudieron manipularmi comida pudieron hacer algo más. Mañana, en la comida del medio día que comparto con Visenya, dejaré caer una pequeña queja sobre esto. - fue el turno de reír de Orthyras, pesé al delicado asunto que se trataba - Solo imagínate lo que hará la reina si sabe que alguien pudo envenenar mi comida. Ceryse se erizó por dentro. Ella no había ordenado esto, pero pudo haber sido fácilmente su personal atacando a la que consideraban una intrusa cuya existencia era ofensiva para su ama. Incluso podrían ser miembros de la servidumbre de Rocadragon, intentando ganarse su aprecio. Eran movimientos y ligeras ofensas que se hacían entre mujeres nobles que luchaban por la jerarquía. Había olvidado que estas no eran solo damas, sino que se inclinaban más por el ámbito marcial. Un escalofrío la recorrió, si habían sido algunos de los suyos habrían consecuencias. Puede que ella se considerara intocable pero los rumores de las habilidades de Visenya eran conocidos. Para cuando la reina terminará, Ceryse podría haber perdido a la mitad de su personal por una "rara enfermedad". Veo que comprendes, hermana - esposa. Ya lo dije, vive en paz y haz lo que quieras. Yo me mantendré alejada mientras me devuelvas el favor y no molestes a los que considero míos. - se acercó a despedirse con un beso en la mejilla, lo suficientemente cerca para decir en su oído - La muerte que le daría Visenya a los infractores aún no tiene nombre. Solo podemos deducir que será demasiado horrible para soportarla. Me parece mejor que mi idea original de dárselos de comer a mi dragón, aunque él no estaría de acuerdo. ¿Quieres adivinar qué carne prefiere después de los corderos? - el horror la invadió mientras la princesa Orthyras se despedía - Adiós Ceryse. Ha sido un placer hablar contigo y que tengas un magnífico día. ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ Al salir del cuarto, Maegor se adelantó hasta ponerse al lado de Ortiga y dejó escapar un suspiro de decepción. ¿Qué pasa? - preguntó su esposa, aferrándose a su brazo. Maegor lo dobló en una imitación de como hacían algunos caballeros para acotejar a las señoritas que cortejaban. Que no se diga que no podía actuar con modales cortesanos. Otro suspiro se le fue - Yo esperaba otro tipo de enfrentamiento. Una risita salió de sus labios y los ojos oscuros de Ortiga brillaron de forma maliciosa - Que malo eres. - no parecía ser realmente una crítica - No importa que tan alta se ve Ceryse en comparación conmigo, no creo que aguante y mucho menos me gane en una paliza. - arrugó su naricita, la cicatriz sobre ella viéndose extraña - Lo más seguro es que se pusiera a llorar si le rompía una uña... o la cara. Fue su turno de reír, sonó incluso más fuerte y ladina que la de Ortiga - No importa, yo quería ver cosas rotas. - la esperanza de que algo más se rompiera si el enfrentamiento continuaba también pesaba. Ay, Maegor. Hay veces que el miedo a recibir un golpe es peor que el golpe en sí. - miró hacia abajo, donde su novia reposaba su cabeza junto a su brazo - El temor a la violencia la puede mantener a raya más que la violencia en sí. Interiorizó eso. Sonaba como un Consejo astuto que debía mantener para futuros conflictos. Resopló y se rascó la sien - La verdad es que quería que continuarás peleando, para ver si al final rompías algo de ella que está en mi habitación. Ortiga separó su cabeza al instante, su ceño fruncido en confusión, aunque sin soltar su brazo mientras caminaban - Si algo no te gusta, ¿por qué no te deshaces de él? Es un regalo fino, y caro, y lo odio. Pero se vería mal. Es una estatua de la Madre para que me bendiga con fertilidad. - el asco por el símbolo invasor se escapó con sus palabras - No me gusta y no lo quiero. Pero se vería mal rechazar un regalo de mi esposa. ¿Y no puede tener ya sabes, un pequeño accidente? - acercó sus dedos índice y pulgar muy cerca. ¿Y después que diría? ¿Qué lo rompí porque no me gustó? - había estado muy cerca de hacerlo, pero hasta él sabía que eso se vería mal. Claro que no. - Ortiga lo miro horrorizada - Miente y di que se te cayó. No soy bueno mintiendo. - aunque le costo la admisión, era la pura verdad. Nadie es tan malo. - explicó su pareja - Solo tienes que practicar. A ver, mírame a los ojos y dime una mentira. Una pequeña que sea sencilla y fácil de pasar. Bueno, allá vamos. Pensó en algo e intentó decirlo como si fuera cierto. Sonrió primero - Me gusta mucho la estatua de la Madre. Ortiga se quedó boquiabierta, antes de decir - ¡Puta mierda! ¡Eres malísimo! - y se comenzó a reír. Te lo dije. - se enfurruñó algo ofendido. Sí, pero no creí que fuera tan así. He visto a niños en pañales mentir mejor. - se secó una lágrima de alegría - Bien, bien. Vayamos a tu cuarto a ver cómo resolvemos el problema. Otro peso menos salió de sus hombros. Si alguien podía sacarlo de esta incómoda situación era su esposa. Ella solía ser muy astuta sobre estas cosas. Maegor, - le aconsejó de pronto, algo asustada - si un día te enseñan un bebé y te preguntan sobre lo que crees, no te atrevas a decir que luce como un anciano arrugado. Di algo más. Como que es grande o saludable o que luce como sus padres ¿está bien? Cualquier otra cosa sería la ofensa definitiva para muchos y todos los nuevos padres piensan que sus bebés lucen bonitos. Él se concentró en ello. Era cierto que los bebés, al menos Rhaena cuando la conoció, era una criatura calva y rosada sin ningún rasgo rescatable además del color de sus orbes. Suponía que una vez más su consorte tenía razón. Decir que un bebé era grande o pequeño tenía mucho sentido para él y sería más fácil que decir algo que no creyera. ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ Al llegar al cuarto de Maegor, en vez de ir a ver directamente la intromisiva representación, su esposa se dedicó a revisar cada esquina. Él echó una ojeada a sus aposentos. Ya fuera el negro, el rojo u otros colores oscuros que prefería, dominaban la estancia. Es por ello que la pequeña estatua de marfil y oro, con sus colores claros, destacaba por encima de lo demás. Los sirvientes la habían devuelto a la posición correcta, vigilando el cuarto. Ya sea por temor a su blasfemia o temor a ofender a una de las Señoras del castillo. Él lo detestaba, pero no podía quejarse y voltearla ya se había vuelto un ritual nocturno. Ortiga, aunque acercándose a ella, continuó ignorándola. Preguntaba con fascinación por cada objeto que él coleccionaba como si todo fuera nuevo para ella - ¿Qué es esto? ¿Qué es aquello? ¿De dónde sacaste esto? - y así seguía hasta que le preguntó - ¿Y aquello de allí atrás? - en el justo momento en que miró en esa dirección, escuchó un estallido. Oh, por lo más sagrado. Perdón. - contempló a su esposa y el resultado de sus acciones. Allí en el suelo, astillada en varios pedazos, yacía la pequeña estatua. Se había astillado en pedazos, además de estar rota por la mitad. Su cabeza había sido decapitada y uno de sus brazos había volado bastante lejos - Fue sin querer. Algo en la comisura de su boca le dijo lo contrario, aunque no podía estar más satisfecho. No habría forma de reparar esto y si Ceryse ofrecía un reemplazo, siempre podía decir que mejor que estuviera en sus habitaciones donde encajaría mejor. Después de todo la representación de la fertilidad debería ser unbidolo de las mujeres. Ortiga lo llamó con un dedo, como para contarle un secreto - Si te preguntan solo respondes lo que sabes. Estaba revisando tus cosas y se cayó cuando no mirabas. - tuvo que sonreír, de verdad tuvo que hacerlo, porque no había nada en esa oración que no tuviera razón - Todos en el castillo saben que ando de intrusa por los rincones. Tarde o temprano tenía que romper algo. - dijo sin ninguna malintención mientras acariciaba los escasos pelos en su barbilla. Su inteligente esposa, ¿dónde podría él encontrar a una mujer mejor? ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ La reina lo sabía, por supuesto que lo sabía, la mujer parecía estar informada del movimiento de cada piedra en el lugar. En ocasiones, incluso parecía saber de los eventos mucho antes de que ocurrieran. Su sonrisa al recibirla para continuar sus estudios era demasiado amplia. Su orgullo demasiado evidente, y eso que hablaba de una mujer que era casi más leyenda que persona. La energía alegre con la que se movía se asemejaba más a la de ella que a la propia reina. Ortiga, niña. He estado escuchando de tus aventuras y debo decir que estoy muy satisfecha. - en vez de sentarse en la mesa junto a ella, Visenya se acostó en lo que llamaba su "cama de reposo", que lucía como el extraño híbrido de una cama y un diván. Su acolchada superficie oscura había sido cubierta con almohadones de múltiples colores claros que hacían un claro contraste. Ubicado al lado de un ventanal y con una diminuta mesilla de noche a su lado, Visenya disfrutaba en él de una bebida caliente, a la vez que acariciaba una caja que había allí colocada. ¿Puedo preguntar - lo decía en serio, hoy habían pasado muchas cosas - de cual aventura exactamente estas orgullosa? ¡De todas! - la reina se rió antes de dar un sorbo a su taza - Desde tu paseo más temprano hasta tu ligero choque de voluntades con mi querida Ceryse. - el sarcasmo casi casi no se escuchó por debajo de su alegría - Debo decir que disfrute de cada palabra. De donde yo vengo montar de lado parece... estúpido. - agitó sus piernas como una niña contenta. ¿Cómo supiste eso? - Ortiga la miró impresionada. Además de ella y Maegor, que había sido enviado por su madre a buscar algo a la biblioteca personalmente, allí solo habían estado Ceryse, su dama de compañía y sus dos guardias. ¿Quién se lo había contado? Visenya lo desestimó enseguida - Justo como esa Hightower puede intentar apoderarse de mi personal, yo puedo hacer lo mismo. - su orgullo se volvió algo más oscuro. Ahhh, esta bien. - como ella había dicho, era un tira y afloja entre las dos mujeres - Entonces, - se rascó la mejilla - supongo que ¿tengo una nueva doncella? - había prometido contratarlo, pero al final su madre policial podía intervenir. Oh, sí. - Visenya actuaba como si fuera lo más maravilloso - La niña no podía para de elogiarte. Como la defendiste. Como detuviste a un malvado que abusaba de ella. Como la princesa de Rocadragon defendía a los fieles servidores de los Targaryen en comparación a la esposa ándala. - más que palabras de la dama valyria, parecían que eran las palabras emitidas por la doncella. La mujer que antes no toleraba cualquier insulto de los sirvientes hacia la nobleza, actuaba bastante satisfecha con todo - Finalmente tienes más personal y ganas una sirviente fiel en una sola jugada, mientras pones a esos imbeciles piadosos en su lugar. No podría estar más feliz. - algo en ella se volvió calculador al mirar al mar - Además, tu pequeña sierva me dio otras ideas. Entonces, - dudó - ¿no estás enojada por nada? Juraría que la mayoría de la gente no quería ver a una princesa rebajarse a golpear de esa forma a un sirviente. - azotarlos si, u ordenar su castigo. Las acciones de Ortiga habían bordeado una línea, por muy contento que luciera Maegor con ellas. ¿Enfadada? - la reina se levantó y se dirigió a ella, sus manos a cada lado de su cara apretaron sus cachetes - Estoy orgullosa como nunca había estado de ti. No pudo evitar sonrojarse un poco, esperanzada porque su piel oscura lo ocultará. El calor de su piel duró hasta después de ser liberada - Bien. Esperemos que eso alivie un poco lo que te voy a decir. - esto iba a doler - Pelea con Ceryse todo lo que quieras. No te metas con la gente del castillo. Mientras ellos no hagan nada malo y no te traicionen, no les puedes joder la vida. ¿Soy clara? - no sabía de dónde sacó el valor para enfrentarse a ella, pero allí estaba. Inesperada fue la reacción de la guerrera ante sí. No hubo enojo ni burla por su actuar, solo una silenciosa contemplación. De repente, una sonrisa malvada... No. Más bien una mueca cruel se extendió por su rostro - Así que allí estaba tu posesividad. Sabía que tenías que tenerla por algún lado. - acarició uno de sus mechones erizados - El dragón tiende a ser codicioso, solo que no todos quieren lo mismo. - inclinó su cabeza - Sea. Mientras mi gente me sea fiel, será mi gente y será defendida. Bueno, dicho todo, - esto se sentía extraño, así que mejor cambiar de tema - ¿volvemos a mis estudios? No. - la jinete de Vaghar negó con la cabeza - Quería hablar contigo de algo importante. Ven. Ortiga fue colocada delante de un espejo de plata adjunto a la pared. Su ropa estaba inmaculada después de cambiarse. Por suerte para ella, la expuesta a su confrontación física no estaba arruinada. El rojo y negro Targaryen absorbían la sangre con facilidad pasmosa y su traje para montar era de un tejido grueso, que escondía las manchas y facilitaba su lavado. Mmm, ¿qué intentas mostrarme? - aparte de estar un poco más despeinada de lo usual, no había nada diferente en ella. Cuando llegastes aquí, había mucho trabajo por hacer contigo. Aún queda mucho, no te voy a mentir. - ambas se rieron. Ortiga era un desastre sin pulir y ambas lo sabían. De repente la reina se puso filosófica, una nueva palabra complicada que le había enseñado a Ortiga - ¿Sabes porque mi hijo tiene tantos roces en la Corte? - ¿Además de su carácter? Además de su carácter. - asintió. Ortiga lo pensó bien. Francamente, de lo que sabía sobre el príncipe hasta lo que conocía de Maegor el Cruel había una diferencia abismal. El chico era un poco torpe, y no era el ejemplo más caballeresco, pero francamente no había nada mal con él. Lo único que se le ocurría era... - ¿Porque no le agrada mucho al rey? - aunque al parecer, el rey había cambiado de opinión y le prestaba más atención y lo señalaba menos. Eso influye mucho, pero no. - Visenya resopló - Es cuestión de costumbre. Mi hijo es el príncipe ideal para un rey guerrero. Es aplicado, tiene una habilidad marcial indiscutible, forjó un enlace político inmejorable. - sacudió su cabello como pidiendo perdón por lo dicho - Sin escándalos públicos ni una naturaleza inclinado a ellos. Es fiero, decisivo y serio. En las expectativas de la mayoría de los Lords, debería ser el hijo que Aegon merecía. Esta bien. - ella lo asimiló - Entonces, ¿por qué el rechazo? No te lo dije. Costumbre. Mi sobrino Aenys es encantador, un príncipe de salón. Es frívolo, amable y busca agradar. Inspira cariño, pero este mundo no respeta el cariño. - en el reflejo vio a la reina negar con la cabeza - No se si Aegon se de cuenta, pero los Lords, al menos aquellos que están esperando para desafiarnos sí. El punto es: Aenys es príncipe de salón, la antítesis... ¿La qué? - ese lenguaje refinado todavía la perdía en ocasiones. - La antítesis es algo como la oposición entre dos ideas. Como por ejemplo, tú y Alyssa. ¿Ella es bonita y delicada y yo soy yo? - lo dijo con sinceridad. Yo iba a decir que es egoísta y centrada en el estatus en comparación contigo. Son la antítesis la una de la otra. - la vio asentir y continuó - Aenys es la antítesis de los que se espera en un príncipe del trono de Hierro. Lo acepté Aegon o no, decepciona en sus expectativas. No puede liderar ejércitos ni inspirar respeto, si alguien no ostenta el poder por él, cederá hasta perderlo. - como había hecho en la historia - Pero todos en la Corte lo adoran por su afabilidad, y encuentran a mi hijo corto en comparación con él, además por supuesto del favoritismo de mi... hermano. - concluyó. ¿Por qué? - preguntó genuinamente interesada. Porque Aenys es lo que conocen. Es amable, carismático, más interesado en los juegos que en la responsabilidad de gobernar. - Visenya suspiró mientras colocaba sus manos en sus hombros - Cuando Maegor llegó con ellos, Aenys es lo que conocían. En lo que se basan para medir como debe ser un príncipe Targaryen, y por ello falla. No por sus defectos, que se que tiene, es porque carece de las virtudes de su hermano. - Maegor no es Aenys. Maegor no es Aenys, - repitió la guerrera - y aquellos que lo admirarían lo juzgan por no serlo. Es aquí donde entras tú. - ¿Yo? Si tú. No te muevas. - Ortiga se mantuvo mirando la plateada forma del objeto. Visenya avanzó hasta donde había estado acostada y regresó - Mi hermana tampoco se ajustaba exactamente a las expectativas de una reina, pero encajaba mejor que yo. Entre eso y el hecho de que Aegon la prefiriera a ella sobre mí, - el dolor en su voz no había desaparecido del todo - hizo que siempre fuera considerada menos. La reina fallida. Mi hijo, pesé a cumplir con la mayoría de los ideales, llegó después de Aenys. El mundo lo mide por las marcas que dejó su hermano mayor y lo considera insuficiente. El príncipe equivocado. Si piensas que yo marcaré algo estas jodida. No encajo en lo que debería ser una princesa, de hecho no lo soy. - Ortiga bufó. Si la mujer pretendía que ella mostrará algo, se iba a decepcionar. De hecho, lo eres. A los ojos de todos eres Orthyras Targaryen, princesa de Rocadragon. - no le dejó interrumpirla - Hoy actuaste no como se espera de una noble princesa, ni como una simple jinete, por bastarda que se considere. - lo último fue susurrado en un tono bajo que nadie más alejado podría captar - No eres ya ni lo uno ni lo otro, porque eres única, y eres tan princesa y mía como lo es Maegor. Esto... Cuando Ortiga se viró tuvo que cubrir su boca. De la caja, la reina había sacado una joya única. Una diadema en forma de anillo pero que no lo era. Un entramado de espinas esculpidas en una banda de oro roja se rompían en una delicada caída en V. Un único rubí tallado en forma de lágrima, en cabujón, le explicarían más tarde, coronaba la caída como una gota de sangre oscura derramándose. ... es una joya única dedicada a una princesa única. Una corona que sea tuya y destinada solo a ti, para recordarles a todos que tu fuerza no viene solo de un título, sino de tu dragón. - la colocó sobre su cabeza y la giró para que se viera en el espejo - No digo que será fácil. Nada que valga la pena lo es, niña mía. Pero tienes una ventaja que nunca antes hemos tenido. Había en la reina una mirada feroz, que ni siquiera el opaco reflejo del espejo podía ocultar. Una llamada visceral pareció cantar en sus venas. Poniente nunca ha conocido a una princesa Targaryen. - una mano desde atrás la hizo levantar su mentón - Tú tendrás el privilegio o la dura tarea, como prefieras considerarlo, de establecer un precedente. Será difícil, pero hazlo por ti y por las mujeres Targaryen que te sucederán. No dejes que este continente crea que deben languidecer obedientes como lo hacen sus damas, y estar siempre subordinadas y atrapadas en sus castillos. - una esperanza desconocida latió dentro de ella, no había querido pensar en la guerra que estallaría dentro de cien años, no cuando había una más cerca y aquella parecía tan distante y lejana. Pero ¿y si los reinos del Ocaso no veían a una Targaryen guerrera como Visenya no como la excepción, sino como lo regla? ¿Sería tan fácil apelar a la creencia de que una mujer no debe sentarse en el trono? ¿Podría evitar las pérdidas? ¿El conflicto? Algo se endureció en ella. Allí está, mi feroz princesa. - el orgullo estalló de regreso en la reina - Eso, conviértete en el estandarte de lo que deben ser aquellas que portan la sangre del dragón.
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