ID de la obra: 941

Sangre y fuego y otras magias extrañas

Het
NC-17
Finalizada
1
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579 páginas, 308.987 palabras, 45 capítulos
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A través de otros ojos

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No entiendo porque me haces hacer esto, tía. - se quejó Maya mientras trabajaba en sacar la sangre de la camisa de un soldado. Como sobrina de la Jefa de Lavanderas, había aspirado convertirse en una lavandera principal. Aprender a encargarse de las telas más finas y conocer los secretos para quitar las manchas más difíciles sin dañar el material, le garantizaría ser una lavandera se confianza. Un puesto de alto estatus y que pagaba buena moneda. En vez de eso estaba aquí, encargándose de ropa de los soldados como una lavandera común. Niña tonta, lo hago por tu bien. - replicó su tía, a la vez que le indicaba la forma correcta de eliminar la mancha roja, con una atención al detalle que casi diría que se trataba de la ropa de un noble - Primero aprende a como lavar bien la sangre de aquí, y pronto sabrás cómo hacerlo con la ropa de los Señores de la isla. Con más cuidado, claro está. - terminó cacareando. Pero yo quiero saber cómo cuidar seda, terciopelo o lino fino. - arrugó su nariz con el desdén que solo podía mostrar una niña que había visto el paso de catorce años - A cuidar vestidos preciosos, no la... El coscorrón que le dio su tía detuvo todo lo que iba a decir - ¿Sigues empecinada en la idea de entrar al servicio de la dama Hightower? - negó con la cabeza - ¿Cuántas veces te lo voy a tener que explicar? La dama Hightower es la esposa principal, y la favorita. - puede que el resto de Poniente no entendiera esa cultura, pero los habitantes de la isla no olvidaban su historia. Con la reina Visenya y la reina Rhaenys pasó algo diferente. Ambas consortes en equidad y aún así, aunque su estatus fuera igual, Rhaenys era la favorita. Todo mundo lo sabía. Ella, como todas las mujeres que trabajaban entre el vapor y el áspero jabón que les pelaba las manos, conocían de las diferencias entre las nuevas mujeres del futuro Señor. Lady Ceryse tenía diez noches mientras la princesa Orthyras solo una. La hermosa dama dorada cambiaba sus sábanas a diario, como había sido establecido por la propia reina para todos los miembros de la familia real, y siempre había aunque fuera una mancha mínima de fluidos en sus coberturas. Mientras tanto, la ropa de cama de la princesa Orthyras permanecía inmaculada. El príncipe Maegor no solo favorecía a una esposa sobre otra, sino que ni siquiera se digna va a tocar a la jinete extranjera. Lo mejor sería aferrarse al servicio de la Señora que ostentará todo el poder y eso era lo que Maya quería hacer, aunque su tía se oponía. No entendía. Había servido en la lavandería desde su temprana juventud y había alcanzado el codiciado puesto de Lavandera Mayor. ¿Cómo no se daba cuenta de esto? Voy a decírtelo despacio a ver si te entra en esa cabeza hueca tuya.Si aprendes a hacer esto, tienes la posibilidad de cuidar la ropa tanto del príncipe, como de la reina, así como de la princesa. - su tía golpeó tres veces su frente - No significa que no te enseñe a cuidar de las prendas elegantes, pero para servirles a ellos, debes saber hacer esto. - originalmente era solo para Visenya y su hijo, pero las acciones de la nueva jinete la colocaban en la categoría - Mientras más sepas, mejor. Si sabes servir las necesidades de varios de nuestros Señores, más probabilidades de subir. Pero la Señora Ceryse... - si se detenía en estas cosas, otra de las muchachas de aquí podría adelantarse, y ella perdería la oportunidad de entrar a su servicio. Olvídate de servir a la Hightower, Maya. - repitió su tía - Es mala idea. ¿Por qué? - prácticamente lloriqueó, viendo que se le escapaba un futuro de servir a una dama refinada y los regalos que traía - Pronto ella gobernará la fortaleza. Deberíamos aferrarnos a la Señora mientras podamos. Su tía bufó antes de reírse - De todas las estupideces que has dicho, esa es la más grande que he escuchado. - la burla picaba más que cuando comenzó a sumergir sus manos en la lejía de ceniza que se usaba aquí, antes de que su piel se curara apropiadamente - La reina Visenya ha sido la Señora del Feudo antes - puso mucho énfasis ahí - de que incluso el rey fuera el Señor de Rocadragon, y puedes estar segura de que seguirá siéndolo cuando su hijo asuma el poder. Eso era algo que incluso ella encontraba difícil de rebatir. No veía a alguien desbancando con facilidad a la temida guerrera de su trono. Aunque seguía preocupándose por cuanto se mantendría en el poder. Después de todo, ambas mujeres, la reina Visenya y lady Ceryse, habían estado en una silenciosa competencia por la dominación del gobierno. Sigue mis palabras, consigue ganarte el favor de la princesa Orthyras y tendrás tu vida hecha. - afirmó la mayor de las mujeres mientras supervisaba el desempeño de aquellas bajo su mando ¿La princesa salvaje? ¿Estas loca? - no pudo evitar decir. Más vale que no te escuche repitiendo esas palabras, o yo misma te azotaré. - la amenaza fue creíble. Casi la sentía en el lomo, lo que sería algo suave en comparación a lo que le pasaría por insultar a la realeza - Déjame compartir contigo un poco de sabiduría. Ella se inclinó más cerca, amante de los chismes, siempre estaba dispuesta a escuchar - Si Ceryse Hightower se apodera del gobierno de este lugar, traerá de su refinada Casa a sus propias doncellas y criadas, mejor entrenadas para servirle a ella. Muchas seremos desechadas como cosas viejas y usadas. Nuestra antigüedad descartada por la misma lealtad por la que se nos debería premiar. - su tía apretó sus labios ante un destino no del todo improbable - La princesa Orthyras puede no traer una pródiga dote y el apoyo de su hogar, pero esos no son cosas malas. Maya dudó ante esto. ¿Cómo que no? Carecía de todo lo esperado en una esposa traída desde afuera. Niña tonta, - aunque era un insulto, no se perdió el cariño en la voz de su tía - si no puede traer a nadie de afuera, tendrá que confiar en nosotros y mantenernos. Y no te olvides del dragón. Ni siquiera el príncipe se atrevería a dejar de lado a una mujer con una bestia tan grande. Así que gane o pierda su aprecio, ella es una opción segura. - asintió por esa lógica, antes de quedarse plasmada por lo que decía la hermana de su padre - Con respecto a no ser la favorita, me parece sobrina, que estas muy equivocada. ¡¿Qué dices, tía?! Estoy por pensar que usted es la loca. - eso le ganó un coscorrón todavía más fuerte. Se palpó el área adolorida sin quejarse. Se lo había buscado. Escúchame bien muchacha, que no he llegado tan lejos siendo ciega. Eso, - señaló las sábanas tendidas de la esposa ándala - no habla de placer, sino de deber. El príncipe siembra su semilla en una, pero solo se atreve a compartir el sueño con la otra. Eso es tonto, tía. Si tanto le gusta la princesa, ya la hubiera tomado. - lo dijo con la certeza de conocer lo obvio - Duerme con ella por lástima. No la toca, así que en consideración, comparten descanso. Su tía alzó una ceja - ¿El príncipe Maegor, considerado? Eso la silenció por completo. Era cierto que el hijo menor de Aegon no era un amo brutal, ni siquiera uno malo, pero nadie se atrevería a llamarlo considerado. Nuestro príncipe duerme con ella porque quiere. - agitó su mano - Escucha mis palabras. Y con respecto a no joder a su esposa, quien sabe. - se encogió de hombros - Quizás la princesa no quiere ser tocada. Su sobrina lució escandalizada, no entendía porque. Los dragones cambiaban las reglas del juego. Lo que no se le permitía a una mujer común, ni siquiera a la más noble, reposaba tranquilamente al alcance de una jinete. Además, esta la cuestión de trato. Mírala a ella. - una cabeceda en dirección a la jovencísima doncella de la dama rubia, que se encontraba aquí trabajando de todos los lugares. Sus gruesos lagrimones ya se habían detenido bajo el peso del cansancio - La Hightower es capaz de mandar a una chica noble, de manos finas y cuerpo débil, a realizar una tarea para la que no está preparada. La niña sufría mucho aquí. La lavandería del castillo era un trabajo complicado incluso para muchachas plebeya fuertes y robustas como ella. No quería imaginarse que se sentía nacer noble, por muy baja que estuviera en la escala, para ser maltratada de esta forma. La pequeña ya no lloraba, pero su manos golpeadas antes de venir acá, no le ayudaban a sobreponerse a la situación. Muchas de las compañeras de Maya estaban ofendidas, mientras que unas por compasión hacia la niña maltratada de una de las amas del castillo, otras por la burla hacia su propio oficio. Decían que la dama ándala consideraba tan bajo su trabajo que realizarlo era una condena y una humillación. A Maya tampoco le gustaba mucho eso. La princesa Orthyras ya le ha parado los pies a un criado abusivo, e incluso perdonado a una sirvienta torpe. - lo último fue dicho en un murmullo que solo podía ser un chismorreo. Se acercó más para oír pues gustaba mucho de ello - No voy a decir nombres, pero se de alguien que cometió un error y molesto al príncipe. - Maya sabía que ese no era un error, era un hueco del cual un siervo nunca saldría - La sirvienta fue lo suficientemente inteligente como para pedirle perdón a la princesa y pedir que no la despidieran. Astuta, astuta, astuta. No solo no fue despedida, sino que me dijo que la princesa le dejó en claro a Maegor que no podía sacarla del castillo o castigarla por lo que llamó: un desliz inocente. ¿Y el príncipe le hizo caso? - aunque en susurro, la pregunta casi le sale en un alarido bajo. - No se todos los detalles porque no me los contaron, pero el príncipe le hizo caso. Mi amiga todavía está aquí y no le ha pasado nada. Esa seguridad vale más que cualquier regalo que pueda repartir lady Hightower, hazme caso. Maya dudó, todavía soñaba con cuidar de telas de seda de Myr y brocados de Antigua, por mucho que los consejos de su familiar resonaban en su cabeza. La princesa Orthyras es buena y tiene un dragón. Jamás será despojada de su estatus. - volvió a señalar a la joven doncella noble que temblaba por el esfuerzo realizado - La otra es capaz de hacerle eso a sus propias damas. ¿Te imaginas que castigo te hubiera dado a ti? - negó con vehemencia - Abandona ese fantasía, cariño, y ve por la opción segura. Ceryse te dejará sin nada o peor, con las manos justo como ella. Volvió a mirar a la niña haciendo un trabajo que no correspondía a su posición. Algunas lavanderas la miraban con lástima, otras con el ceño fruncido. Sus delicadas palmas estaban rojas y agrietadas y parecía sufrir mucho. Le dio un escalofrío al pensar, que si eso era le castigó para alguien de linaje, como sería la sentencia de alguien nacido plebeyo. ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ Las cosas estaban cambiando y a Ceryse no le gustaba. La diferencia en la actitud de los sirvientes había sido inmediata y perceptible. No había falta de respeto, ni nadie era descarado. Nadie era tan tonto y la misma reina Visenya no lo permitiría. Pero Ceryse ya no era servida con la misma deferencia de antes. Había desaparecido esa energía nerviosa que tenían antes los criados que la atendían, ya no se desvivían por complacer a la esposa de su Señor. El temor había desaparecido. ¡Maldita sea! Casi se muerde el dedo gordo de su mano de la frustración, pero se detuvo a tiempo. ¿Qué diría la gente y veía sus uñas descuidadas? El miedo reverencial de los siervos del Feudo habia desaparecido. Después de todo, sus puestos estaban a salvo y no era Ceryse quien sostenía en sus puños su futuro. Todo por haber cometido el error de subestimar a una contrincante. ¿No se lo había demostrado Alyssa ya? Demasiado directa y sin pulir, la princesa Orthyras no parecía tener ningún interés en las luchas por el poder. Lo que era en sí un insulto. Todo aquello por lo que ella luchaba con garras y dientes, de la forma más sutil y educada posible por supuesto, era irrelevante para ella. No le interesaba. Lo que la hacía sentir un poco menos. Que la princesa fuera indiferente a posicionarse en la jerarquía le había hecho ignorar su naturaleza. Puede que no conociera los protocolos de comportamiento de Poniente, pero Orthyras era en sí un animal político. Y Ceryse la había pinchado y acorralado hasta que estalló. Ahora, las mareas de poder del castillo estaban cambiando. En la cena de aquella noche en que la desafió, la princesa apareció con su propia duadema. Una tiara de oro rojo cuyo significado no fue pasado por alto por nadie. Desde el caballero de más alto rango hasta la más humilde de las servidoras durante la comida, pusieron sus ojos en ella, y luego recogieron el resto de la mesa principal. No importa que Ceryse hubiera conseguido un puesto permanente a la derecha de su esposo, desplazando a Visenya, quedaba ahora entre cabezas cubiertas con sus coronas. Ceryse solamente poseía un tocado. No era un desafío a su autoridad, ni un insulto, era un mensaje para dejar las cosas claras. Orthyras Targaryen era una princesa y Ceryse Hightower solo una dama, sin contar al dragón de la primera. Ni el mejor ejército puede sobrevivir a una carga desde dos flancos diferentes. - le había dicho el jefe de sus caballeros. El primo del Lord de Corona Negra no destacaba por su intelecto, pero su comentario había sido acertado. Ella jugaba un juego peligroso desafiando a Visenya, para también haber desafiado a la princesa al mismo tiempo. Dos enemigas poderosas por cuenta propia, juntas eran un bloque que ella no podría superar por su cuenta. Por mucho que le molestara tendría que retroceder, al menos por un tiempo. Mantener un acatamiento, al menos superficial, y tal vez cambiar de estrategia. Su... hermana - esposa, vaya palabra, parecía tener un aprecio hacia las personas en vez de hacia las cosas más materiales. Una ideología única pero que abría que explotar. Su objetivo debería volver hacia Maegor, más joven y no precisamente el más inteligente, aunque si bastante brusco y desagradable, parecía haber congeniado buen con la princesa. Bueno, dos personas toscas deberían sentirse cómodos el uno con el otro. El punto es que la lealtad de Orthyras parecía estar con Maegor. Si se hacía con el control, o al menos la confianza de su esposo... Controla al dueño y controlarás la correa del perro. Ahora, ¿cómo lograrlo? Suspiró, por mucho que no le gustara, tal vez debería estudiar a su marido y ver cómo podía complacerle. Que disgusto, pero era un trago amargo por el que tendría que pasar. No había sido el primero de su vida, ni sería el último en su camino al poder. Así que la estrategia sería adaptación. Miro a su alrededor. Sus doncellas intercambiaban palabras en una esquina, todavía enojadas y ofendidas por la intervención de la "salvaje", como la llamaban. Ceryse suspiró. Ella entendía la política de alto nivel, aquellos por debajo de ella se preocupaban más por la jerarquía inmediata. Creían que su estatus debía ser superior y tenían el orgullo herido por ello. La paliza que le dieron a uno de los suyos era una afrenta insoportable. Lo que, como ya había visto, podía motivarlos a actuar por su cuenta, que era doblemente peligroso. Es por ello que tanto el criado apaleado como el soldado que casi desafía a la princesa, habían sido enviados lejos junto con los miembros más reactivos de su personal. Uno de sus hombres a punto de desenvainar contra Orthyras en pleno patio de entrenamiento y ante su propio esposo. Se frotó las sienes, intentando aliviar el dolor de cabeza provocado por el lío diplomático que hubiera causado eso. Un seguidor de los Hightower oponiéndose a la realeza por el castigo de un sirviente, no solo le daría a Visenya la escusa de colgarlo, sino que sería la escusa perfecta para deshacerse de todos sus acompañantes bajo la predicción de ser brechas de seguridad. ¿Qué hacer? ¿Qué hacer? Ceryse miró alrededor de las estancias que estaba acomodando para el rey, las cuales consideraba inadecuadas y por ello cambiaba la disposición de las mismas. Tampoco le agradaba la cadena de servidumbre dedicada al rey, a la cual incorporó su propia gente. A los siervos no le habían gustado mucho sus críticas, suponía, aunque poco le importaba. Ella se aseguraría de ser la administradora más eficiente que jamás habría tenido Aegon y las creencias de la vieja servidumbre de que sus formas eran las correctas porque siempre se habían hecho así, no la iban a entorpecer. Los criados bajaban su cabeza y obedecían, sin embargo, ya no tenía su sumisión absoluta. El cambio provocado por Orthyra había sido como una gran ola, devastador por si sola, arrastraba tras de sí lo que no había cedido en el primer impulso. Aquellos que no la seguían antes, iban escogiendo su lado con lentitud. Aún quedaban leales, por supuesto. Además de su séquito personal, traído de Antigua, estaban aquellos que se consideraban a sí mismos fieles y devotos de la verdadera esposa. Creían que la otra cónyuge de su marido era una aberración para el sagrado matrimonio y la consideraban una especie de campeona de lo que era correcto a los ojos de los Siete. Tuvo que detenerse para no poner los ojos en blanco. También estaban los que confiaban en el poder tradicional que ella ejercía, sin contar a la mayoría silenciosa. Aquellos que permanecían neutrales, esperando ver hacia donde se inclinaba el viento. En el lado bueno, estaba viviendo en una relativa paz. Que la reina Visenya pareciera haberla dejado en paz era tanto un alivio como una preocupación. Le daba la oportunidad de desarrollar sus planes con tranquilidad, pero ¿qué estaba haciendo? La gente era más reacia a hablar con sus espías, dificultando que obtuviera información privilegiada, y si de algo estaba segura era que esa vieja arpía estaba planeando algo. Solo que no sabía que. Mientras evaluaba todo a su alrededor, tamborileó sus dedos sobre la superficie dura de la mesita a su lado. ¿Qué hacer? Pensaba mientras observaba las paredes negras de este lugar. Lúgubre y frío como sus habitantes, no entendía cómo un rey tan grande como Aegon prefiriera pasar tres lunas acá en vez de permanecer en la floreciente Corte se su capital. Era cierto que Fuerte Aegon no era la más espléndida de las fortalezas, arrugó la nariz, pero esas cosas empezaban desde abajo para luego construir un palacio final. Quizás debería seguir esa línea. Comenzar desde abajo con el príncipe al que estaba sometida, tragarse su orgullo y fingir serenidad. Después de todo, pronto el Conquistador estaría acá y sería más difícil para todos ellos actuar como portadores del poder. Al fin y al cabo, había una corona que superaba a todas las demás. ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ Date prisa, Alynx, que voy tarde con el maestre. - Ortiga acababa de llegar de una de sus excursiones al pueblo pesquero, donde se había enterado de uno que otro chisme menor. - Si, mi princesa. Ya te he dicho que no tienes que llamarme así. - la joven negó renuentemente. Intentó algo más - ¿Qué tal acá adentro? No tienes que usar títulos dentro de mis habitaciones. Nunca me atrevería, mi princesa. - sus ojos amplios e impresionados le dijeron lo que pensaba la muchacha de aquello, pues no importa cuántas veces le dijera que no la llamará así, la joven se negaba a retroceder. Ella y la reina habían caído en la categoría de ídolos de adoración para la sirvienta tras sus recientes acciones. La chica sacó un peine y la tiara, su tiara, para arreglar un poco la imagen descuidada que arrastraba - ¿En serio no se va a cambiar, princesa? Ortiga se rió, poco molesta por ser contrariada para alivio de la sierva - Alynx, voy a alimentar los cuervos del maestre. ¿Sabes que comen? - ante su negativa contestó - Pues recortes de grasa, piel de pollo, sus cabezas, vísceras. ¿Te imaginas haciendo eso con un jubon fino? ¡Por todos los dioses, no! - negó la chica, que enseguida se dirigió hacia donde estaba ella para peinar su revuelta melena y colocar la corona sobre su cabeza. Desde el momento en que Visenya le entregó la joya, había decido que la usaría cada vez que pudiera. Un recordatorio tanto para ella misma y para los demás de quien era ahora. Ortiga podía vestir como plebeya en ocasiones, pero no dejaría que nadie olvidará jamás que ella era la princesa de este lugar. Al menos entre las murallas, más allá le venía bien fingir ser la moza más común del mundo. Sí. Eso pensé. - sonrió de nuevo mientras se colocaba para ser acicalada sin perderse el rostro rubicundo de su nueva criada, obtenido por los beneficios de su nueva posición, así como su pequeño colgante. Una espada atravesando una balanza, un símbolo de venganza o justicia, una forma de clamar a la deidad de los Castigos por lo que le había contado - Sabes, no me molestan los dioses que adoras, pero cuando llegue la Corte no sería recomendable que vieran ese símbolo. Entendido, mi princesa. - seguía con lo mismo - Es triste para nosotros ver como los dioses que siguen nuestras familias deben ser escondidos. Lo sé y lo siento. No te preocupes. No tendrás que esconderlo cuando se vayan. - miró una vez más a la criada. Su cabello era un rubio descuidado y sus ojos azul púrpuras que compartía con su hermano. Había pensado originalmente que era una semilla del dragón o su descendiente, por sus rasgos valyrios característicos, aunque más burdos. Grande fue la sorpresa al saber que no. Los Targaryen habían traído del Feudo Franco a sus esclavos y sus propios servidores civiles del imperio. Habían pasado casi un siglo aislados en la Isla y las familias habían sobrevivido intactas y aferradas a sus costumbres. Ahora, tras la conversión de Poniente al reino que regían sus Señores, se veían presionados para integrarse a una cultura que despreciaba a sus dioses. Había sido aleccionador y todo una revelación para ella. Había nacido un siglo después de la unificación del continente y sospechaba que muchas de esas familias habían tenido que abandonar o esconder sus prácticas por la persecución de la Fé. De donde ella venia, cualquier persona de cabellos claros y ojos iguales era agrupado bajo el término bastardo o que provenían de uno. En esencia, había sido borrado el linaje y la historia de estas personas. También explicaba porque habían tanta gente con esos rasgos que clamaba ser semilla cuando, haciendo algunos cálculos, los Targaryen no eran tan promiscuos como había pensado. Al menos no según las historias de su padre. Era triste pensó, tantas personas y familias señaladas, cargando con el estigma de ser resultado del pecado, cuando eran los miembros de un linaje quizás no noble pero si orgulloso. La historia de su resistencia reducida a una mentira y a un insulto. Si, mi princesa. Solo lo tengo para pedir un castigo justo para lo que le hicieron a mi hermano. - dijo la muchacha mientras se aferraba al dije. Una cosa triste la que vivían los plebeyos. Podía venir alguien con un estatus ligeramente superior y darte una paliza solo porque sí, sin repercusiones. Eso le había pasado a la familia de Alynx. Mientras su hijo se encontraba lleno de huesos rotos y contusiones, sus agresores permanecían impunes con la autoridad mirando para otro lado. - Por cierto, ¿y tu hermano? La pregunta llenó de vivacidad - El maestre colocó todos los huesos en su lugar, gracias a las órdenes de la reina de atenderlo. - unió sus manos como si rezará - ¿Y el ungüento que me dio la reina? - su sonrisa floreció inmensa, sus dientes algo amarillentos a diferencia de los propios - El maestre dice que funciona mejor que lo que él conoce. - se inclinó como para contarle un secreto - Creo que el viejo maestre quiere robar la receta de la reina. Tanto ella como Ortiga se rieron, aunque era muy probable que fuera verdad. La transformación de Alynx era tan brillante como el sol en un día claro. Menos trabajo pesado, mejor alimentación y la seguridad de que tu familia sería atendida cambiaba por completo el estado de las personas. Que la mesa nocturna de Ortiga, aquella que le servían de noche para permitirle dormir en paz, le fuera entregada por entera a ella y a la otra sirvienta también era un alivio inmenso. Había pasado de consumir un dieta mala y escasa, Ortiga sabía todo sobre estar mal alimentada, a tener acceso a la comida de una princesa. Eso y la promesa de un mejor salario eran razones mas que suficientes para saltar de felicidad. Listo, princesa. Ya puede irse a atender a los cuervos. - salió disparada por la puerta - Disfrute alimentando a sus animalitos, princesa. - escuchó decir mientras se alejaba. ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ Morel subía lentamente los escalones de la escalera circular. El nombre lo había confundido la primera vez que escuchó hablar de ello, la mayoría de las escaleras en las torres eran circulares, la vista lo había dejado aún más impresionado. En vez de seguir la técnica de sillería, donde se hallaba cada peldaño y se encajaban en el muro central de la torre, ya sea interior o exterior, los valyrios lo habían llevado más lejos. El diseño usado parecía haber sido tallado de una sola piedra monolítica. Algo imposible pero aquí estaba. Una espiral continúa de piedra de dragón fundida que se elevaba a través de un poste central. Alguien más crédulo habría creído que esta era la columna vertebral de un monstruo colosal. Tendrían la razón en parte, después de todo esta torre era conocida como la del Dragón Marino, así que se podía considerar esto la espina dorsal del animal. Aunque a él le recordaba más bien la espiral de un caracol. Hace muchos años que no pensaba en esto y lo había aceptado como secretos de los antiguos valyrios que simplemente se habían perdido. Este año recordó algo, con la llegada de la singular criatura que todos llamaron princesa y sus aún más singulares formas, aquello que se ha perdido puede volver a ser encontrado. Como sus adorados rollos de astronomía. Hace años, el primer anillo que talló para su cadena había sido uno de cobre, pues las estrellas habían sido su pasión. La vida lo había obligado a dedicarse a otros temas, enterrando e ignorando sus sueños. Hasta que llegó una niña peculiar con una forma de ser todavía más peculiar, y ella se acercaba si los pasos que oía resonando eran los correctos. ¡Maestre Morel! ¡Maestre Morel! - lo llamaba mientras subía por la estructura que lucía delicada a pesar de ser fuerte, y se las arreglaba para ahorrar espacio con su diseño - Perdón por llegar tarde, Maestre Morel, se me fue el tiempo. - su niña venía cargando con dos cubos de vísceras a cuestas. Morel pensó en el único cubo que estaba acarreando y la punzada que sentía en su espalda se intensificó de alguna forma. No sabía que le dolía más, su viejo cuerpo, o el hecho de que no fuera capaz de realizar ya la misma hazaña. ¿Qué pasa, abuelo Morel? ¿Esta muy cansado? - la muchacha inclinó la cabeza en duda antes de seguir - Ya le he dicho yo que me espere para hacer esto. Es injusto que un hombre sabio como usted tenga que realizar estas tareas. No, es mi deber como Maestre hacerlas. - una muestra de orgullo tonto si había una, estaba seguro de que sus compañeros habrían saltado ante la oportunidad de no tener que hacerlas. Es solo que durante mucho tiempo, esto era lo único que se necesitaba realmente de él que se negaba a soltarlo. Después de todo, aparte de la rara persona herida, no había tenido más nada que hacer. La reina llevaba todas las cuentas con un control absoluto y ese control se trasladaba también a la educación de los niños a su cargo. Morel había quedado relegado a curandero ocasional o maestro de cuervos y nada más. Era triste no sentirse útil. Vamos, abuelo Morel, - solo a la princesa Orthyras le permitiría él ser llamado así - si se deja conseguir un asistente como yo quiero, será lo mejor. Sin mí, habría tenido que subir y bajar estas escaleras dos veces más. - la chica negó con la cabeza - Vamos a conseguirle un muchacho fuerte que le dé de comer a mis bestias graznantes - compartieron una risa sin detener su lento ascenso a los pisos superiores - y limpiar las pajareras. Todavía tendrá que encargarse usted de los mensajes, solo que tendrá más tiempo para dedicar a sus estudios. Que a pesar de su obstinación, su respuesta negativa le costará escapar de su lengua, le decía cuanto le gustaba esa idea. Los años no pasaban por gusto y subir y bajar la torre ya no era como antes. Aún así, le costaba ceder sin luchar. Solo si me consigues un poco de ese ungüento de la reina Visenya. - gruñó. No podía negar que era más efectivo que el que él conocía, y aunque no encontraba los descubrimientos de medicina como algo apasionantes, aún tenía que saciar su curiosidad - Para estas articulaciones viejas mías. Tras de sí, la princesa se detuvo. Él la imitó girando para observarla. Había una sonrisa torcida destellando en su boca. Maestre Morel, usted a mi no me engaña. Usted quiere esa receta. - por un instante se sintió insultado y fue a protestar, pero la jovencita se le adelantó, reanudando la subida - No se preocupe, Maestre. No puedo prometer conseguirle lo que quiere, pero haré lo posible para traerle la mezcla. Oh, su niña. Primero los rollos valyrios y ahora esto. Él no se habría atrevido a pedirle dicha cosa a la reina, incluso después de que se mudará a un aposento en su misma torre. Pero Morel agradecía todos los días a la reina por haber encontrado a su astuta y original princesa. Incluso podía estar orgulloso de que fuera idea de la joven el traslado de la guerrera valyria hasta acá. Llegó a la conclusión de que podía decir sin atisbo de duda que en la torre del Dragón Marino descansaban las mentes más brillantes del castillo. Parloteo con ella de esto y aquello, lo que no se atrevía a hacer con otros miembros del castillo, y Su Alteza lo escuchó con calma. Como quien atiende los consejos de alguien más sabio. Su niña, además de parlanchina, también era buena escuchando. Aquellos que decían que se había portado como una salvaje no sabían lo que decían. Después de todo, era el derecho de su dama de castigar a los sirvientes que infringieran sus normas, y su niña era demasiado amable para hacerlo por maldad. De eso estaba seguro, pensó mientras agarraba más fuerte el pesado y grasoso cubo con olor a rancio, la joven tras de sí era humilde e inteligente. Y le diría a cualquiera que le preguntará que si ella golpeaba a alguien, fue porque el otro se lo buscó. El que se opusiera a esto, tendría que enfrentar entonces la afilada lengua de este viejo maestre. ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ Lena no entendía porque su Señora era tan mala con ella. Realmente no entendía, pensó mientras lloraba bajo su jergón. Trataba de hacerlo en el mayor silencio posible, con el temor de que otra doncella la escuchara y se lo contara a su dama. Lady Ceryse estaba muy frustrada en estos días y por ello, si sus acompañantes no encontraban a alguien más a quien echarle la culpa, habían sufrido el desquite con su lengua. Casi todas excepto ella. Lena se pasó con suavidad la punta de los dedos por sus manos adoloridas. Lady Ceryse le había pegado de nuevo por un desliz que cometió. No habría dolido tanto si no hubiera visto a otra de las doncellas cometerlo también y ser ignorada. Mientras tanto, ella fue castigada con toda la dureza posible. Tenía temblores y no sabía si era por llorar, por el frío o por el cansancio. Las tareas más humildes y pesadas le habían sido asignadas en este lugar. Sin embargo, no era aquí donde habían comenzado sus problemas. Habia sido en Desembarco del Rey, la apestosa ciudad, donde su dama se había vuelto cada vez más alterada y se enojaba por las más pequeñas cosas. Lena pensaría que la trataba como al niño de los azotes de sus sobrinos, pero este seguía siendo mantenido como un noble de acuerdo a su posición. Lena Flosar era huérfana, hija de un caballero pobre de una Casa pequeña y no una pariente directa del Señor. Por abajo que estuviera en la escala de la nobleza, su Señora seguía empecinada en darle trabajos pesados más correspondientes a las fuertes y más resistentes plebeyas. Si seguía así, las manos suaves y delicadas de las que tan orgullosa estaba la vieja Señora pronto desaparecerían. La dama de Antigua le había dicho una vez que su suavidad un día le traería el novio que se merecía, que ella le ayudaría a encontrar el correcto para que Lena formara su propia familia y viviera feliz. Ese era el deseo de su fallecida dama. Pensar en la madre de su actual Señora solo la hizo querer llorar más fuerte. Dulce como la más fina de las mieles, aquella era una verdadera princesa. Graciosa y grácil, parecía tener amor en su corazón para todos, incluso para la pequeña huérfana Lena. La Señora la había criado, y más importante, la había amado. Trenzada sin vergüenza ninguna su cabello castaño claro, a pesar de ser una noble más alta que merecía ser atendida en su lugar. Con el recuerdo de sus caricias sobre su cabello, Lena se durmió, soñando con tiempos más felices. Cuando la Señora Blackbar la ignoraba, cosa que nunca dejó de hacer, y podía jugar con sus hijos. Cuando Lady Ceryse solo le daba una orden ocasional y la dejaba en paz. Y sobre todo, cuando la vieja Señora aún estaba viva y la abrazaba entre sus brazos, y le decía que de todas las flores era ella la más hermosa.
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