ID de la obra: 941

Sangre y fuego y otras magias extrañas

Het
NC-17
Finalizada
1
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579 páginas, 308.987 palabras, 45 capítulos
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En una isla desolada

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En la isla de Rocadragon se respiraba un aire raro, y eso era mucho decir para un lugar donde el olor a salitre se ligaba con el azufre que expulsaba el volcán. La ceniza gris fantasmal que flotaba en el viento, obligando a todos a mantener selladas sus puertas y ventanas, contribuía a darle un aspecto más siniestro a todo. Pese a ello, el castillo rebosaba de movimiento. Uno tras otro, más de una docena de estandartes habían desfilado por los sinuosos caminos que conducían al Feudo. Sus colores vividos alternando el desolado y generalmente opaco paisaje. Desde que cambió la luna habían acudido los Señores que debían vasallaje al feudo isleño. También habían venido los que se consideraban vecinos y otros más. Nobles menores y caballeros ambiciosos, que buscaban ganar influencia con el futuro nuevo Señor y ya no tan ignorado hijo del monarca. Todos ellos llegaron temprano al traslado de la Corte de Aegon el Dragón, buscando quizás un acceso directo a los centros de poder que aquí residían y que iniciaban su ascenso. Mejor hacerlo antes de la llegada de la multitud de la Corte, cuando dicha tarea sería más impersonal. Los Celtigar de Isla Zarpa arribaron primero. La Casa del cangrejo rojo y sus sirvientes se integraron bastante bien al paisaje natural, pues compartían con sus señores un origen, sino igual, tal vez semejante. Para el final del día en que acudieron aquí, sus sirvientes no se distinguían de los del castillo. Le siguieron de cerca los Bar Emmon de Punta Aguda, los del pez espada azul. A pesar de su origen ándalo encajaron sin problemas. Luego, llegó una de las Casas más detestadas por la servidumbre. Los Sunglass de Puerto Plácido. No solo se vanagloriaban de ser una Casa piadosa, como si las siete estrellas de siete puntas de oro sobre un campo de plata no fueran suficientes, sino que se encargaban de recordarle a todos repetidamente su rectitud. Tanto ellos como su Casa vasalla, la Casa Rambton, compartían creencias, llegando a espiar y perseguir al personal que no las compartiera. Hace muchos años, la reina Visenya había puesto fin a esto y desde entonces, los adoradores de la Fé ándala eran atendidos por sus propios siervos. Muchos temían que el desposorio con una mujer nacida y criada en Antigua significaría más presión para abandonar las viejas costumbres, y puede que hasta despidos del personal en represalia a la religión a la que se aferraban. Temores que pronto desaparecieron por el descubrimiento de la reina de la nueva princesa. ¡Alabadas sean las Catorce Llamas! Para la nueva generación de mujeres que gobernarían sobre la servidumbre, no compartir sus dioses no significaba que no pudieran compartir su señorío. Al menos así la princesa lo había dejado en claro. Era ella un baluarte, un escudo, que defendería la capacidad de las familias que habían viajado desde el caído imperio hasta acá, de mantener su propia religión en oposición a la dama ándala que era la otra esposa del príncipe. Más tarde, y acercándose la llegada del rey, acudieron los visitantes mejor posicionados. Tales como lo fueron los Massey de Ballaroca, ya que como familia que era abuela de la futura reina, se esperaba más fricción contra la nueva rama Targaryen que se estaba extendiendo. Siguieron más por supuesto, como eran los Staunton y los Darklyn, los Buckwell y los Stokeworth. Todas Casas importantes de las Tierras de la Corona, que se habían movilizado usando su cercanía para navegar hasta la isla con una bien calculada antelación. Lo suficiente cerca de Aegon como para no perder su apuntalada posición, y lo suficiente separados de él para que su presencia fuera notada y apreciada. Todas y cada una recibida por el príncipe Maegor y flanqueado por sus dos esposas. Nada estaba mal en aquello, pero había una tensión subyacente que no se podía ignorar. La reina Visenya, Señora en todo menos en nombre, estaba demasiado alta en la invisible jerarquía para recepciones individuales de otros que no fueran Grandes Señores. Es por ello que el recibimiento del príncipe y sus cónyuges era considerado necesario, y lo convertía en una bienvenida más que en solo un recibimiento político. Entonces, cuando los príncipes estaban demasiado ocupados con sus actividades, o era un lord demasiado bajo en la escala, era la dama de Antigua quien hacía los recibimientos y comenzaba a brillar como anfitriona. Asignaba sus habitaciones y acomodaba a las familias, asegurando que sus necesidades estuvieran cubiertas. Organizaba bordados entre las damas, entretenimiento, lectura, y guiaba sobre todo a su corte de mujeres dentro de la corte a las oraciones matutinas. Acopiaba poder práctico y basado en influencia, ya que a los ojos de muchos siervos observadores del Feudo, su esposo parecía decidido a ignorar, por no decir evitar abiertamente cualquiera de sus acercamientos. Fue en estas condiciones que llegó de forma inesperada Daemon Velaryon, heredero del Señor de las Mareas y el encargado de gobernar sus tierras mientras sus dos padres se hallaban en Desembarco. Fue recibido de acuerdo a su rango por la futura familia gobernante del lugar. Fueron de todo menos entusiastas. Un lacónico Maegor, de brazos cruzados y golpeando un pie en el suelo al centro de todos. A sus dos lados se encontraban sus esposas. La poco interesada Orthyras, con su mirada mirando desapasionadamente todo y una semidispuesta Ceryse de sonrisa tensa. Juntos formaban un bloque de saludo no muy cordial para su invitado. Esta última, pese a sus grandes esfuerzos por actuar como la diligente matrona de la Casa, casi hubiera preferido no estar acá. Su esposo y su otra consorte resultarían ser más que suficientes, y el posicionamiento de la Casa Velaryon frente al trono no los hacía lucir como buenos prospectos a aliados. Tampoco había olvidado las primeras, ni las últimas, jugadas de su hermana Alyssa en su contra. Esta incómoda recepción, por fútil que le pareciera, era un mal menor. El verdadero motivo de peso que la había llevado aquí, era alejarse por un buen rato de Lady Sunglass, cuyo Casa de origen ya había olvidado si dicha dama se la llegó a mencionar alguna vez. Su interminable monólogo comenzaba a alterar los nervios de Ceryse. Se había vanagloriado una y otra vez de haber sido elegida como la más piadosa de los prospectos, y además de su orgullo por esto, tenía que darle la razón. La mujer hubiera encajado más como Septa que como esposa, pero así era como gustaban hacer los Señores de Puerto Plácido. Seleccionando a las madres de las siguientes generaciones por su adhesión a la Fé en vez de otros rasgos como salud, elegancia o capacidad de tener hijos. Interactuar con ella la llevaba a estar expuesta de un diálogo casi perpetuo sobre la gloria de los Siete. Un tanto exagerado para ella, y eso que se había criado en el centro de dicha religión en Poniente. En este punto había comprendido que el único interés de dicha lady giraba en torno a seguir las enseñanzas sagradas, con un celo exagerado hasta para un Máximo Devoto. El problema era que esperaba que la Hightower fuera igual o semejante a ella, y compartía sus creencias de tal forma que Ceryse comenzaba a perder la calma. Si se mantenía cerca de ella temía alterarse y decir algo equivocado y mal visto. Pero no aguantaba más, era como escuchar rayar con un objeto afilado la superficie de un cristal. Lidiar con dicha dama comenzaba a ser insoportable, al menos en grandes dosis, o medianas. Es por ello que se encontraba aquí, dispuesta a recibir a otro de los arrogantes miembros de la Casa Velaryon. Saludos, Ser Daemon. - proclamó sin mucha pompa Maegor, al parecer una se había aburrido de tantos protocolos - Le invito a pasar a mi hogar. - dijo mientras hacía el gesto a un criado para que trajera el pan y la sal. Vaya primo, - Daemon se burló un poco mientras tragaba - apenas un escaso tiempo como señor ¿y ya estás hastiado? Maegor le hizo una mueca desdeñosa antes de explicar - No estoy muy contento de recibirte, pensé que solamente tendría que lidiar con una parte de tu familia. ¡Y no me llames primo! Oh, pero lo somos, primo. - Daemon ignoró el mal ceño de Maegor y continuó - No solo eso, sino que mis sobrinos serán los tuyos. Todos los que me de mi altísima hermana. El hijo del Señor de las Mareas no se perdió el desprecio en su alejado familiar. Ceryse y Orthyras supieron mantener un rostro más neutral de lo que era posible para el príncipe. Oh, ya veo. - el caballito de mar sopesó la situación - Así que no ha sido solo mi hermano menor, sino que no hermanita ¿también ha hecho de las suyas? - negó con la cabeza con una falsa cordialidad - No te preocupes primo, yo no soy Alyssa. Por un lado, que Aemion se mantenga lejos de Marcaderiva, ya sea en Desembarco del Rey o en Puerto Gaviota, me es indiferente. Que su destierro por sus acciones le haya puesto una fecha fija de años, más bien podría ser algo conveniente para mí. Es casi como si me hubieras hecho un favor. - terminó guiñándole un ojo. La sonrisa que lanzó después, abierta y elegante, hubiera hecho suspirar a varias doncellas. Sus rasgos valyrios que compartía con toda su familia le daban un atractivo superior a la media. Aún así, solo provocó un escalofrío en aquellos que lo recibieron. Había algo demasiado calculador en ella para que pasara desapercibido. Basta de juegos, Daemon. Ya te salude y ya me largo. Tengo cosas más útiles que hacer. Podría por ejemplo, cortarme y desgastarme las uñas. - el príncipe observó con detenimiento las puntas de sus dedos, antes de girarse e irse del lugar. Disculpe su comportamiento, - la princesa Orthyras asintió en una leve disculpa - Ha estado muy ocupado y no esperábamos su llegada, Ser Velaryon. - otra despedida distante y se fue antes de ser apresada en una conversación con él, ya que la actuación de su familia con ellos ya había dejado su marca. Por acá, Ser Daemon. - Ceryse guió la marcha sin su acostumbrado discurso formal, no tenía el interés de desperdiciar el esfuerzo - Veo que acude solo, ¿su familia más cercana vendrá más tarde? Oh, no, lady Ceryse. - amable y educado, y con los ojos de un depredador - solo acudí a presentar mis respetos como Señor en funciones de Marcaderiva. - que fuera el último en acudir antes de la llegada del rey, pese a la cercanía entre las islas, fue ignorado con tesón - Me marcharé cuando lleguen mis padres. Un tiempo demasiado breve para atreverme a mover a mi esposa y a mi hija. Un viaje en el mar es algo no muy seguro para los bebés, por si no lo sabe bien. Lo entiendo muy bien, Señor mío. - la dama del Dominio inclinó la cabeza en deferencia, aceptando su escusa en un baile de falsas consideraciones. Ella tenía demasiado que organizar todavía, para gastar su valioso tiempo entretenimiento a un probable enemigo. Pronto llegaría el rey y no podía permitirse que nada estuviera por debajo de la perfección. Ceryse brillaría como la mejor administradora que había tenido jamás Aegon, pero no podía hacerlo si se distraía en personas que no le fueran beneficiosas. Después de todo, competía contra Visenya, la Conquistadora, y superar su labor no era algo fácil. ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ El incesante toc - toc en la puerta la despertó. Visenya se preguntó quién se atrevía a tal cosa. De haber sido de algo de mayor urgencia, quien sea que estuviera en la entrada ya habría al menos susurrado lo que pasaba. Se vistió con un brial de interior, una ropa más holgada para andar en sus cámaras sin tener que vestirse con formalidad y preguntó por la identidad de quien la llamaba. Sus guardias no dejarían pasar a ninguna amenaza pero prefería averiguar era. Pronto contestaron y estaba segura de que el reconocimiento le hubiera llegado, incluso si hubiera cambiado de voz. Solo existía una persona que se atrevía a darle una contestación tan falta de protocolo. Soy yo. ¿Quién más se iba a atrever a esto? - respondió Ortiga a través de la madera. Tuvo que resoplar y dirigirse a permitirle el paso. Fresca y despierta estaba su pupila, lo que fue una extrañeza. A la niña realmente no le gustaba levantarse temprano y aunque desde su ventanal no podía apreciar la posición del sol, era demasiado pronto para que ella estuviera de pie. - ¿Puede saberse por qué estas despierta tan pronto, niña? Pues tu hijo estaba demasiado emocionado, por lo que me levantó temprano para que estuviera lista. - su explicación tenía un leve tinte a acusación - Tu lo criaste, así que te culpo a ti de que sea así. Por ende, asumiras tu responsabilidad y también te levantarás temprano para estar lista. O lo que sea. Visenya tuvo que reírse mientras Ortiga se dirigía a agitar las llamas moribundas de sus tres chimeneas hasta reanimarlas. No se atrevía a dejar abierta la puerta para que un sirviente alimentará el fuego, las viejas costumbres tardan en morir, por lo que el calor iba mermando a lo largo de la noche. La calidez en aumento la hizo mirar con anhelo su primorosa cama. Las sábanas la llamaban a continuar el sueño, cosa que hace apenas un año creería imposible, pero no. Hoy llegaba Aegon y Ortiga tenía razón, debía estar preparada. El fuego está listo. La habitación está caliente. Tú estas despierta y vivaz. - Ortiga se puso sus manos a la cintura y la miró - ¿Qué tenemos que hacer contigo y cómo ayudo? Primero tú. Déjame arreglarte bien ese cabello rebelde. Tu peinado está bien para un día cualquiera, pero hoy no. - lo que decía era mentira, pero era ella quien quería hacerle algo más de su estilo. Ortiga era de Visenya y no cualquier dama de Poniente. Una princesa Targaryen se merecía una trenza Targaryen. ¿En serio? Yo creía que estaba bien. - Ortiga tomó uno de sus erizados mechones que escaparon del patrón intrincado que tenía. Esta bien, pero no para recibir a todos. - Visenya se excusó - Úsalo en otra ocasión. Ah, bueno. - siempre pragmática, su pupila solo se encogió de hombros y se sentó feliz donde Visenya le indicó. Ahora, ¿qué estilo seguía para su inquieta ladrona? ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ Quiero este desastre arreglado y lo quiero ahora. - Ceryse azotó la ligera vara que portaba contra la palma de su otra mano. El rey de todo Poniente llegaba hoy y no podía permitirse el más mínimo error. La servidumbre apresuró su tarea, asegurándose de no cometer ninguna equivocación. La dama Hightower estaba inquieta. Se había levantado con el alba justo como hacía su Señor esposo, solo que en vez de seguir su estoica rutina, lucía más alterada que un soldado a punto de ir a la guerra. Quien cometiera un desliz sentiría en su carne el golpe de su fusta. Eso no lo dudaban. Con suerte, con la Corte aquí, la dama se relajaría, o simplemente se calmaría un poco. Con el rey presente dejaría de obsesionarse tanto por los pequeños detalles y dedicaría su atención a algo más. Ya fueran sus amigas en la Corte, ya fuera volver a perseguir a su esposo como hacía últimamente o ya fuera prestarle atención a su suegro. Sea lo que sea, que cambie pronto y hallé la tranquilidad. ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ Primero una vela apareció en el horizonte, luego otra, y pronto el mar estuvo cubierto de navíos que arribaban a Rocadragon. Una flota de galeras de guerra y grandes caracas de madera oscura y líneas rojas rodeaban al barco insignia. Las velas negras de este portaban con orgullo el rojo dragón tricéfalo que representaba a su Casa. El mascarón de su proa era una esculpida imitación de Balerion escupiendo fuego. Pálida resultó ser la copia, cuando el propio Terror Negro sobrevoló el ejército de barcos. Su sombra pareció oscurecer todo a su paso, anunciando mejor que cualquier cosa la llegada del Conquistador. Solo cuando estuvo más cerca fue que se pudo apreciar a la grácil Azogue, una pequeña mancha blanca en comparación con su padre, dando piruetas a su alrededor. Un bramido colosal escapó de la negra bestia. Muchos lo habrían confundido con un grito de guerra, Visenya lo sabía mejor. A su llamado, Vaghar descendió desde un punto ciego para ella, y comenzó a volar en un círculo tranquilo con su negro hermano. Aegon viene en barco. - anunció a aquellos que la rodeaban. Ortiga y Ceryse la miraron perplejas. Maegor se limitó a aceptar lo que decía con una sacudida de comprensión, aunque quizás no plena, de lo que decía. Observó el cielo, donde bronce y negro giraban en perezosos círculos. Si no llevaba a su hermano en su lomo, Balerion toleraba mucho mejor la presencia de Vaghar. Azogue continuaba sus graciosos giros entre ambas bestias que fácilmente podrían aplastarla. Que ironía más amarga era que todos vieran monstruos causantes de devastación, cuando ella conocía otra verdad. ¿Qué diría la gente si ella les contara que los dragones no eran tan agresivos como todos suponían? La agresión entre ellos era más bien un evento excepcional, más allá de alaridos de amenaza sin conflicto directo. Después de todo compartían el territorio de la isla, que debería ser pequeño para sus estándares, sin convertirlo en un campo empapado de sangre. Otro ejemplo era el dragón de Ortiga, que varias veces había pillado jugando entre las nubes con su dragona en sus vuelos. Se sentía lo suficientemente cómodo para importunar a su montura sin temer un ataque en respuesta. Si los dioses eran buenos, pronto Vaghar pondría aunque fuera una nidada del espinoso animal. Estaba segura de que se hubiera unido a la persecución que ocurría sobre sus cabezas, solo que Balerion y Azogue le resultaban desconocidos y no tenía con ellos la suficiente confianza. Luego de esto, los dos titanes ancianos continuaron su vuelo hacia el otro lado de la montaña. Quizás a cazar, quizas a dormitar, lo que quisieran. Fue la veloz lanza blanca la que se dirigió al patio de la Fortaleza. Para cuando la comitiva de Visenya alcanzó el patio, ya Aenys había desmontado y acariciaba las pálidas escamas de la criatura que lo había conducido hasta allí. - ¡Tía! ¡Maegor! ¿Qué les pareció el espectáculo? ¿Fue lo suficientemente impresionante? Aenys parecía estar más confiado con ella de lo que nunca había sido, moviendo sus cejas de forma sugerente. La diminuta risita ladina de Maegor le dijo que la confianza iba en ambas direcciones. Sus hombros se desplomaron de alivio al no tener que cargar con otra preocupación, al menos los hermanos no parecían llevarse mal después de convivir. Bienvenido a la isla, sobrino. - acarició su rizado cabello, el color tan parecido a Rhaenys, pero desconocía de donde hubieran salido los rizos - Espero que tengas una magnífica estancia. Oh, los Siete te escuchen, tía. - puso esa encantadora sonrisa que hacía sentirse a gusto con él a tanta gente. Visenya no se tranquilizó por ella. Le preocupaba la adhesión de su sobrino a una Fé que se oponía en principios, y probablemente en armas, a las mismas tradiciones a las que se encontraban atados los Targaryen. Ignorante de sus pensamientos, la mirada de su sobrino recorrió el paisaje volcánico y en lugar de mostrar desdén, algo de alivio se asentó sobre él. Cosa que la extrañó. Aenys disfrutaba mucho de su movida vida social en la Capital - Esta isla es un poco desolada, lo que es algo bueno. En Desembarco siempre hay tantas lugares donde ir y cosas que comprar, y yo soy tan débil. - lanzó una sonrisita ante su admisión - No, la ciudad es una pesadilla para las finanzas de cualquiera, y yo tengo que decir que me cuesta resistirme a las cosas brillantes. - asintió mirando la piedra negra, que era la única cosa que proliferaba en este lugar - Aquí no hay verdaderas tentaciones. Me permitirá ahorra moneda para reponer los pequeños desfalcos con mi presupuesto. Pero bueno, - aplaudió - déjame saludar a las damas de Maegor. En seguida se dirigió detrás de ella, ya que ambas esposas le habían dado un espacio a la familia de sangre para saludarse. Lady Ceryse, mi hermana política, estas tan hermosa como la ultima vez que te vi. - enfundada en un elegante vestido verde oscuro de cintura apretada y de falda amplia, Visenya sabía que se vería bien y sufriría igual cuando tuviera que cabalgar hasta el muelle vestida así - Luces como una esmeralda atrapada en la piedra. Su alteza es siempre tan educado. - Ceryse hizo el ademán de peinar un mechón de su pelo, pero este permanecía firmemente atrapado en su tocado - Es tan amable que una nunca puede estar segura de cuando habla en serio. Contigo siempre lo hago. - dijo después de besar su mano, entonces puso sus ojos en la otra esposa de su hermano - Princesa Orthyras, luce bastante original, aunque algo apagada. - no se le pasó por alto la ausencia de más salameria. En contraste con el hermoso traje de Ceryse, Ortiga lucía un jubon de terciopelo negro y forro de lujosa seda del mismo color con bordados rojos, al igual que su marido. Las diferencias estaban en los detalles. En el borde del cuello alto de la túnica de Ortiga, bajando por los laterales y serpenteando en el dobladillo, se encontraba una cenefa de huellas escarlatas. No era simétrico, sino el rastro vivo de una bestia caminando, cosa que Visenya adoró cuando fue confeccionado décadas antes. Puede que por ello su coloración no tuviera exactamente el mismo tinte como cuando se creó, pero era una pieza magnífica que merecía tener su momento de brillo. Ortiga parpadeó ante lo dicho - Pues, gracias. - trazo el irregular patrón - Era de Visenya y ella me lo dio. - dijo sin vergüenza ninguna por tener algo destinado a otra persona. ¿Tía? - preguntó Aenys y podía escuchar un poco el escándalo en su voz. Nunca lo he usado. - aclaró ella. No se atrevía a decirle que su ladrona era muy tacaña consigo misma, y consideraba práctico y nada vergonzoso reutilizar ropa en buen estado. Algo inimaginable para él, que prefería la ropa confeccionada únicamente para su uso, siendo siempre la más elaborada y fina a la que pudiera acceder. Ortiga era demasiado ahorrativa, y él demasiado propenso a los lujos. La idea de Aegon de que lo correcto hubiera sido casar a estos dos, le pareció un chiste de mal gusto. Uno se hubiera muerto de un dolor en el pecho, de disgusto por las acciones del otro. Dicho choque de personalidades fue obvio incluso cuando marcharon a recibir a Aegon, donde Aenys se ofreció a acompañarlos, en contra de lo que esperaría de su talante. Parecía encontrar aceptable el castrado bayo de su hijo, aunque frunció su ceño de una forma suave que encajaba con su carácter, cuando vio a Ortiga montar con Maegor. Un evento al que la gente de aquí ya sea había adaptado, pero él no. ¿Qué? - le preguntó su retoño cuando vio a su medio hermano mirarlo a él y a su esposa con mucha intensidad. Ortiga susurró algo a su oído y él volvió a mirar bastante rápido a su hermano - ¿Ves raro que ella monte conmigo? No me importa, al final, en su dragon ella es la que me lleva. Solo pudo oírlo murmurar que no era lo mismo. El palafren de Ceryse le pareció explendido. Encontró poético su pelaje manchado de gris, que combinaba con los colores de la famosa torre de los Hightower. Su decepción fue más clara cuando vio su montura. La yegua de Visenya era más funcional que bonita, una zaina marrón tan oscura que parecía casi negra, y con un mal carácter que solamente ella podía dominar. Ya se imaginaba que su opción tampoco le agradaría mucho. El palafren que se le dio, ya que todas sus monturas estaban en la capital o en un barco de camino aquí, era solo un poco más claro que la bestia en la que estaba montada. Podía escucharlo quejarse antes de que abriera la boca: Sobrino, este caballo es un potro de mi yegua. Espero que no te importe montarlo. - su boca se cerró con rapidez, pero mejor atajar cualquier disidencia - Solo lo montaras para recibir a tu padre y luego, ya lidiaras con las monturas que hayas traído. Inclinó su cabeza de un lado a otro, pensando, y sus rizos de oro y plata se agitaron - Tienes razón tía. Será sólo un corto viaje, y podré mostrarte el rosillo que me regaló padre. Habló del nuevo palafren, otro más para su colección, como el último regalo que le había hecho su progenitor. Siguió una charla sobre los animales de su establo, seguido de un comentario dudoso sobre cómo Maegor compartía montura con una de sus novias. No sabía si le molestaba que lo hiciera con una o que no lo hiciera con las dos, pues creía que lo veía como señal de favoritismo incorrecto. En eso se convirtió en el descenso hasta los muelles. Visenya a la cabeza de la comitiva y Aenys siguiéndole como el heredero que era, y charlando sin parar. Después iba su hijo y tras de sí iba su esposa, y tras ellos toda la demás parafernalia. La flota detuvo su avance a una distancia prudente, izando sus velas o cualquier cosa necesaria para ello. Visenya podía ser hija de una Velaryon y respetar el mar, pero realmente no le interesaba mucho el funcionamiento de los barcos. De poder elegir, ella habría hecho el viaje en Vaghar y no esta demostración de fuerza de Aegon. Podría estar enfadada con su hermano, pero no al punto de que necesitara recurrir a veladas amenazas de violencia. Al menos todavía no. La nave insignia se adelantó, navegando para ser el primero y único por el momento, en atracar en los muelles. Las amarras fueron lanzadas y una rampa echada y allí, confiado en la protección de los guardias de la reina, caminó del suelo de la proa hacia los tablones del muelle el rey de todo Poniente. Era cierto que también era flanqueado por dos hombres: Ser Corlys Velaryon, comandante de la Guardia Real y Ser Addison Colina, quien era a los ojos de Visenya el posible sucesor del caballito de mar. Ambos guardaron cierta distancia de quien debían proteger, como mismo hizo su gente e incluso su hijo y sobrino. Ambos soberanos necesitaban intercambiar palabras y todos parecían comprenderlo. La dama valyria ejecutó su reverencia, lo suficiente aceptable y deferente para su hermano, pero si quería sumisión en su saludo, quedaría muy decepcionado. Visenya, - su hermano - esposo la escrutó, hallando en ella algo que le hizo prestar su atención - luces... vivaz. - ¿qué demonios significaba eso? - Supongo que después de administrar un reino, si administras un pequeño Feudo te sobra energía. Ella apretó los labios. ¿Se había el atrevido a insultar de alguna forma a su hogar ancestral? ¿El de ambos? Podría decirte lo mismo sobre gobernar pero de forma opuesta. Luces cansado, mi querido hermano. - conocía sus gestos de insatisfacción y tedio, y no solo era eso lo que mostraba. Aegon tenía la capacidad de dirigir, pero no gustaba de ella. Es por ello que delegaba en aquellos en quien confiaba. El problema es, que al igual que Visenya aunque menos mencionado, su hermano confiaba en muy pocos. El peso de gobernar varios reinos fracturados y unidos por la fuerza comenzaba a asentarse sobre él, y estaba segura de que estaba agotado por ello - Incluso te diría que pareces tener arrugas nuevas. Visenya había tocado una cuerda importante en su ego, porque Aegon aplanó su rostro - No creas semejantes insolencia hermana. Reinar no es tan difícil como lo pintas. Por ejemplo, - alzó el mentón con orgullo - la construcción de las murallas de Desembarco avanza más rápido desde que no estás a cargo de ellas. Por supuesto que lo hacen, - mencionó con diversión - a diferencia de mí, no tienes que enfrentarte contra Gawen en cada decisión. Supongo que tampoco la Mano se dedica a poner piedras en tu camino. - lo miró de arriba a abajo antes de afirmar - Pero desaparecida yo, que soy la enemiga en común de ambos, solo puedo imaginar que ahora se dedican a pelear el uno con el otro por tu atención. ¿No? La irritación y el hastío no pudieron ser contenidos en su cara, por lo que ella se rió como una niña pequeña ante la cosa más divertida sobre la tierra. Basta de intercambios mordaces. - concluyó Aegon - ¿Me vas a invitar de una buena vez? Ay, hermano, hieres mis sentimientos. - posó dramática una mano sobre su pecho, antes de ponerse seria - No importa lo que me hayas hecho, o más bien lo que le has intentado hacer a mi hijo, no haría nada para hacerte daño Aegon. - un movimiento de dedos y enseguida acudió un sirviente con una bandeja - Bienvenido a casa, hermanito. Bebió y comió sin dudar, mirándola a ella a los ojos - Si no tienes nada contra mí, ¿por qué abandonaste tus deberes? ¿Todavía preguntaba? - Después de todo lo que hemos pasado, Aegon, querías segur tomando de mí sin dar nada a cambio. Solo te devuelvo lo que corresponde. - ¿Esa es tu venganza? Venganza no. - alzó los ojos para ver a la bestia de Ortiga sobrevolando el cielo. Con Balerion llegando al otro lado de la isla, suponía que se había trasladado hacia acá Justicia. Aegon resopló y se dirigió al resto de la familia real, saludando primero a Aenys a pesar de que se habían separado hace poco. Luego, recibió un saludo formal de Maegor como hijo y futuro Señor vasallo suyo. Continuó elogiando a Ceryse por lucir tan sofisticada, incluso fuera de las murallas de la ciudadela. Por último se dirigió a Ortiga, deteniéndose antes de decir nada. La observó una, dos veces, y no era su corona quien robó su atención, antes de que el político consumado que residía en él despertara y procediera a realizar los intercambios corteses. Un movimiento de su mano, y aquellos que aún esperaban en la cubierta procedieron a descender. Alyssa encabezó el camino, seguida de su cohorte de servidoras con una princesa Rhaena a cuestas. La inclinación de la Velaryon pasó desapercibida para la reina, que enseguida se dirigió hacia la bebé en brazos de una nodriza, tomándola de ella con cuidado. La asustada mujer trató de mantenerla, pero Visenya terminó imponiéndose con una mirada dura. Pobrecita princesa, el viaje no te asentó muy bien, ¿eh pequeña? - arrulló antes de sacar de entre su ropa una pequeña bolsita de tela para colocarla bajo su nariz. Una suave sacudida del bebé en brazos y una leve mejoría rubicunda en sus mejillas fue todo lo que consiguió, pero al menos era algo. ¡¿Qué crees que haces?! - el gritó alarmado de Alyssa asustó a la pequeña, que comenzó a lloriquear. Visenya la meció para calmarla, aún si quería poner a Alyssa en su lugar, el sollozante bebé era la prioridad. Inesperadamente, fue su esposo quien salió en su defensa. Cuidar a tu hija y preocuparse por ella. - la voz de Aegon resonó como un látigo. Bueno, al menos estaba consciente de que nunca dañaría a un pequeño de la familia. Cuando Alyssa fue a decir que tenían su propio sanador fue desestimada, solo unos cuantos la superaban en ese aspecto y lo más probable es que ninguno estuviera a su servicio. La nena no se encuentra del todo bien, así que salúdense y hagan todas las inclinaciones los unos a los otros que quieran, - empezó a organizar todo - pero esta bebé debe estar descansando en el castillo. Mientras más pronto mejor, así que me voy con ella. Quien quiera detenerse se queda aquí. - un palanquín se acercó con celeridad para tomar la preciada carga. Yo voy con mi hija. - demandó Alyssa, que tomó a la princesa de sus brazos y se subió al transporte con ella. Visenya bufó - Como quieras. - e hizo un gesto para que trajeran su caballo. Cuando Aegon montó, detuvo a su hijo mayor de hacer lo mismo - Quédate a saludar a los lores, Aenys. Pero padre, - el príncipe heredero habló casi en un gimoteo - la fortaleza es de Maegor y él y sus esposas son quienes deben recibir a sus invitados. Ya acudí a darte la bienvenida, - Visenya estrechó sus ojos ante ello, ¿esto había sido idea de Aegon? - estoy cansado. ¿Por qué no puede mi hermano quedarse aquí como corresponde y yo descansar? Que salude a los lord él, yo estoy agotado. Harás lo que diga. - Aegon fue tan firme que Aenys retrocedió. Luego murmuró algo en su oído que no alcanzó a escuchar. Ella solo pudo rumiar lo que esto significaba. Ya fueran sus guardianes o los portadores de estandartes, todos le dieron un amplio espacio a los dos reyes en la cabalgata. Preocupada por la princesa en pañales, Visenya aceleró el regreso. Descargar el resto de las pertenencias del barco y su traslado hacia el castillo, sería posterior a su partida. ¿Así que quieres que todos vean a Aenys recibiéndolos en su llegada, superando a Maegor por su estatus incluso como futuro señor de la Isla? - su boca se frunció ante el comportamiento del hombre junto a ella. Sin desviar la mirada del camino, Aegon afirmó - Maegor pronto tendrá un Feudo a su nombre, en comparación con su hermano que aunque siendo el heredero, es todavía solo un príncipe. Es bueno recordarle a todos quien está por encima de quien. Más que nunca, la decisión que Visenya habia tomado hace muchos años, le había parecido correcta - Al final, parece que tu creciente interés en mi hijo no es más que un intento de explotar algo de él. No hay espacio en tu corazón para algo mío, incluso si es la sangre de tu sangre. Aegon frunció el ceño - Es necesario. Aenys será el rey y todos deben ver quién es el superior. Fortalecer su posición es lo más importante. Lo que significa que para ti, el mundo gira alrededor de él, incluso cuando algo no es sobre él. - la resignación era clara en su voz - Y no creas que no se me pasó por alto que no negaste lo que dije. Aegon permaneció en silencio tras esto, par luego desviar el tema - La ropa de la princesa Orthyras me resulta conocida. Se parece mucho al ajuar de novia que cierta mujer se negó a usar. - hace muchos años, una tonta Visenya se había preparado con felicidad para su boda tras la muerte de su padre. Ella no era la dama ideal, y las vestimentas que había ordenado confeccionar lo denotaba, pero creía que un mañana mejor sin la sombra de Aerion. Cuanto se había equivocado - ¿Intentando recrear las cosas que te gustaron una vez? No. - afirmó inequívoca - No intento recrearlas. Son las mismas. Puedo ser dura, pero las mandé a hacer creyendo en un sueño. Merecen ser usadas por alguien que lo cumplirá. ¿Por eso te negaste a usarlas? - Aegon se burló - Ella esta en un matrimonio doble como tú, sois exactamente iguales. No, - ella miró hacia atrás, donde sus dos niños eran dos diminutas figuras, solo que muy pegadas - a diferencia de mí, ella será feliz. ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ Hermano, - Maegor aprovechó el tiempo relativamente libre de interrupciones para llamar la atención de Aenys. Ceryse se había retirado un momento a descansar bajo un toldo y Ortiga había aprovechado para colarse allí a refrescarse también, en lo que desembarcaba una nueva nave. Así que Aenys y él estaban tranquilos en el muelle, sus guardias a su lado con un par de Capas Blancas recién incorporados - ¿sigues teniendo problemas con tu presupuesto? ¿No se había corregido la situación? Maegor sabía que durante un tiempo Aenys había tenido un faltante en su asignación, y en contra de sus recomendaciones, había seguido gastando igual que si lo recibiera. Su lógica era que cuando se descubriera que funcionaba mal, le devolverían la moneda que no le había sido entregada. Con ello pagaría sus deudas acumuladas. Padre encontró de donde salía todo el oro que me faltaba, - replicó Aenys distraídamente mientras oteaba la llegada de más goletas - y me lo asignó de regreso. Pero no me devolvió lo que no me fue entregado. ¿No crees que es incorrecto? - le pregunto esta vez de forma directa. Pues sí. Si era su moneda, se le debía devolver lo que le faltó, pero si no se hizo... - Entonces, ¿no te dieron suficiente para pagar lo que debías de tu bolsa? Su medio hermano negó con tristeza - No lo hicieron. Padre dijo que era mi responsabilidad arreglarlo, por lo que ahora tengo un faltante bastante grande. Pero bueno, estando aquí y sin nada que comprar, espero poder ahorrar moneda. A menos que aparezca algo bonito. - se rió con algo de malicia. Maegor frunció el ceño ante esto que dijo. ¿Comprar cosas con una deuda acumulada por seis lunas? - Eso quiere decir ¿qué no estabas ahorrando antes? ¿No reduciste tus gastos para pagar lo que debías? Espera, - algo más se le vino a la cabeza - no tenías nada guardado en cofres desde antes? ¿Guardado? ¿Reducir mis gastos? - el mayor de los príncipes dejó salir una carcajada un tanto insultante - Ay, Maegor, que ideas más mercantiles tienes en ocasiones. - dijo mientras le revolvía el pelo. ¿Eso por qué era malo? Si gastas más de lo que ganas, tienes que reducir lo que gastas. En especial si ya debes plata. - asintió con toda la seguridad del mundo, la otra respuesta era ganar más, ¿pero cómo? - Y siempre es bueno tener un cofre lleno para emergencias. ¿Emergencias? Maegor, si necesito algo de verdad, padre lo pagará para mi. - suponía que era cierto, pero entonces Aenys dependería de alguien más. A Maegor no le gustaba estar en esa posición - Y no olvides que un día seré rey. No necesito guardar nada porque las arcas del reino serán mías. ¿Por qué necesitaría preocuparme por un futuro que ya está resuelto? Intentó explicar. Decirle que el futuro no estaba resuelto como él decía, muchas cosas podían pasar en el camino. Pero su hermano no lo dejó abrir la boca. Un día seré monarca, Maegor. Todo lo que ves, todo el reino, - abarcó con un gesto de su brazo hasta donde alcanzaba la vista - en esencia será mío. Actuar como un mísero mercader no tiene sentido. Seré rey y debo asegurarme de lucir como uno. Con mi monedero es muy difícil lograrlo, así que no puedo tener una reserva. ¿Cómo iba a ser difícil? Tenía el presupuesto más grande después del rey. - muy tarde se dio cuenta de que había dicho eso en voz alta y asustado cubrió su propia boca. Deberías ver la cara que acabas de poner. - en lugar de ofenderse, Aenys se rió al punto de que tuvo que secarse la lágrimas - Abriste los ojos así de grandes. - e hizo una imitación que lo dejó molesto. Era indigno de un príncipe actuar así, y para empeorarlo todo, él lo había iniciado - Hablando más en serio Maegor, ¿tú logras guardar algo? Sí, mucho. Y mis esposas también. - de eso no tenía duda ninguna. ¿Incluso la princesa Orthyras? - Aenys frunció el ceño - Llegó aquí sin nada más que lo que traía sobre su dragón, así que esperaba que tuviera un gasto grande que tú ayudaras a cubrir como su marido. No. - negó repetidamente con la cabeza. Ortiga gastaba menos de lo que hacían él y su madre - Mis dos esposas son muy conscientes de su plata. - al menos podía enorgullecerse de eso con ambas, no eran un pozo sin fondos de gastos. Ay, Maegor, eso dices ahora. - se burló Aenys con esa sonrisa afable - Cuando te tomen confianza, comenzarán a gastar más y más. Pensó en Ortiga y en lo recelosa que era con el desperdicio. Incluso si empezaba a gastar en doble de lo que usaba, no sería ni la mitad de lo asignado a ella. No, él tendría suerte si convencía a su esposa de gastar un poco más. ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ Vaya, vaya. La reina de todo Poniente está lista para romper corazones y doblegar a los hombres bajo sus pies. - un silbido largo salió de Ortiga, que acababa de ingresar en su cámara. Visenya se acicaló en su espejo de plata, su reflejo suave iluminado por la chimenea - ¿Preparada para ver babear a la gente por ti? Eres incorregible. - negó con la cabeza, y aún así, no se podía mentir a sí misma. Puede que ya tuviera edad para tener nietos en el regazo, y algunos mayores, pero esta noche Visenya se sentía hermosa. Llámame como quieras. - su ladrona se encogió de hombros mientras se acercaba, para luego intentar arreglar un poco su alocada cabellera rebelde. Hiciera lo que hiciera, siempre se le escapaba un mechón - Pero lo que digo es verdad. ¿Alguien más podría verse tan bien como tú en ese vestido? Ella observó la pieza de arte que vestía, porque era eso, y no pudo desmentirla. No era sólo un vestido, sino que desde una punta a la otra, llevaba su nombre. Visenya Targaryen, reina y guerrera. Solo lamento que tú no lleves uno. - su pícara muchacha estaba enfundada en otro jubón, uno fino, pero no era lo mismo - Te lo mereces y no se porque te lo niegas. - no importa que ella se hubiera negado muchos placeres antes. Se había dado cuenta de que era un desperdicio de tiempo y una estupidez. - Porque me incomodan, porque no van conmigo y porque los vestidos así de bonitos deberían ser llevados por mujeres que puedan lucirlos. La última parte fue la que le llamó la atención a la reina - Tu puedes usar vestidos. Eso es una tontería. Visenya, si me visto de esa forma, todas y cada una de las personas de la Corte dirán que intento llamar la atención. Y que hago el ridículo de paso. - uno de sus dedos trazó la cicatriz que le cruzaba parte de su cara - Mejor deja las vestiduras bonitas para la gente bonita. No me mires así. Tú y yo sabemos cómo es el mundo. Yo se como soy y no tengo problemas con ello. Déjame luchar mis batallas con mi armadura. - pasó sus manos a través del impresionante jubon - Las sedas hermosas y las faldas exuberantes no me servirán de escudo. Solo pudo acariciar erizado pelo y besar su frente, justo por debajo de su diadema. Por mucho que no le gustara tenía razón. - Hay veces que pienso que son ciegos solo los que miran con los ojos. Ya, ya. Deja de decir esas cosas, no vaya a ser que nos pongamos sentimentales. - arrugó su nariz - Eso no va conmigo, y no voy a dejar que un par de lágrimas interrumpan tu entrada triunfal. ¿Lista para prenderle fuego a esa sala? Solo pudo sonreír y alzarse con orgullo, ella había nacido preparada. Las antorchas en su camino - atrapadas en garras de dragón - iluminaban cientos de piedras negras que reflejaban su lumbre. Los reinos del Ocaso no habían visto nunca antes algo como esto; algo que había nacido entre las rocas desoladas de Rocadragon.
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