ID de la obra: 941

Sangre y fuego y otras magias extrañas

Het
NC-17
Finalizada
1
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579 páginas, 308.987 palabras, 45 capítulos
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Reina, guerrera y jinete de dragón

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La noche era cálida. Una rareza en esta isla donde los vientos siempre soplaban de forma tal que le enfriaban los huesos. Los Siete la bendecían porque de no ser así, con las vestimentas que llevaba, la hubiera agarrado un mal del pulmón. En esas circunstancias, Ceryse se dirigía del brazo de su esposo hacia la Sala Principal del castillo, la cual parecía un dragón acostado sobre su vientre. Su entrada, a través de la boca de la bestia, siempre le había dado una tétrica sensación. Quienes fueran los que construyeron esta fortaleza, no podía decirse que poseían un muy buen gusto. Demasiados dragones y otras criaturas del mal adornaban cada rincón del castillo. Se había sorprendido un poco de ver aparecer al príncipe, especialmente para acompañarla. No solo porque dudará de que su joven marido entendiera la etiqueta de acompañar a su dama al festín, sino que si la conocía, no le importaba ni un ápice. Aún así, verlo presentarse en su puerta para escoltarla había sido un shock. Casi había pensado que venía a compartir su simiente como hacía cada noche, solo que más temprano, pero no. Estaba ahí por ella y para llevarla personalmente a la mesa del festín. Un evento tan absurdo y a la vez conveniente no se dejaba pasar, aún así Ceryse tuvo que preguntar: - ¿Por qué viniste por mí? Ortiga me dijo que lo hiciera. - le respondió parpadeando como si la que careciera de cerebro por no saber esa respuesta fuera ella. Por supuesto que fue la princesa Orthyras. Solo había dos personas, bueno tres, a las que el príncipe hubiera escuchado en ese sentido. A el rey no se le habría ocurrido la sugerencia, no sin que Ceryse se lo llegará a mencionar. Con respecto a su suegra, preferiría arder en un horno que hacer algo que la beneficiará a ella. Quedaba la princesa, ahora llamada de cariño Ortiga por él y por su madre, por lo que sabía. ¿Quién sería tan horrible para ponerle ese mote, aunque fuera de cariño, a una mujer? La respuesta fue obvia: solo su esposo. No es que pudiera quejarse. Luego de su leve chocar de cabezas, lo llamaba así para no decir que fue arrinconada como un ratón por la princesa, no había habido más problemas entre ambas. Siempre que Ceryse no cruzara cierta línea imaginaria, lo cierto era que a la jinete no le molestaba en nada como actuara ella. Entonces, si por alguna razón había enviado al esposo de ambas a escoltarla, no se iba a quejar. Entrar a su lado era un pequeño gran paso a su favor en la guerra interna que ella llevaba. También le traía como ventaja el no tener que ser acompañada por otras damas que se habían apegado bastante a Ceryse. La mayoría era pasable, algunas incluso serían compañías gratas, pero había una que la hacía querer colgarse del más alto de los capiteles. No le extrañaba que su esposo, por piadoso que también fuera, la evitara por completo. Sabía que las infidelidades iban contra la Fé, aunque muchas veces eran admisibles y hasta condonables en hombres. En el caso de Lord Sunglass, estaba segura de que los Siete lo perdonarían si las cometía, después de todo estar casado con ella era suficiente castigo. Así, atravesando las fauces de un dragón de piedra del brazo del príncipe Maegor, fue como lady Ceryse Hightower entró al jolgorio. El lugar vibraba con el ruido de cien conversaciones y estaba inundado de damas y caballeros con sus mejores galas. Pero lo que la desestabilizó fue el calor, nunca antes lo había sentido así, como si alguien hubiera colocado una pira gigante en medio del salón. No era la única, si el constante abanicar de hombres y mujeres no la engañaba, todos sentían algo parecido. Una vez más, los Siete la favorecían. Su elección escotada habría representado una velada de sufrimiento disimulado, pero gracias a esta extraña ola de calor, se sentiría más fresca que la mayoría. Su llegada no pasó desapercibida y Ceryse había hecho una elección consciente de su vestuario. En la cena inaugural del traslado a Rocadragon, cada noble en esta sala lucía sus mejores prendas tratado de impresionar. Ceryse se había asegurado de destacar, pero no de forma chillona. Los suyo solo podría ser una demostración de buen gusto y poder y de ello se había asegurado. La tela de su vestido era de un profundo granate, uno que solo podía ser comparado con los más finos vinos Dornienses. Su silueta claramente marcada, desde su escote bajo y cuadrado, que señalaba su estatus de mujer casada, hasta el ensanchamiento que iniciaba en su falda luego de escapar de su muy apretada cintura. Cada detalle planeado para destacar y a la vez encajar con elegante sobriedad. Por ejemplo desde el borde inferior de su falda, de amplitud no tan extravagante como las modas de las Tierras del Oeste, subían estilizados damascos que imitaban llamas dorados prendidas en la tela. Un tributo tanto para la antorcha que ardía allá en el faro, como para la mitad del lema de su nueva familia política. Su cabello dorado más claro que la miel había sido atrapado en una crespina. La redecilla simulaba una telaraña de oro, con pequeñas perlas para imitar el rocío. Además de sus pendientes y anillos, llevaba un cinturón enjoyada y un collar que descansaba en el valle de sus pechos. Se escote no era tan bajo como para generar un escándalo, pero su generoso busto definitivamente ayudaba a darle una exuberante imagen. Las dos joyas de su corona, nunca mejor descritas, era dos finos diamantes negros tallados en cabujón, incrustados uno en su collar y otro en su cinturón. Quizás los había ordenado así para competir con el rubí de la princesa, pero ahora la idea le pareció infantil. Pesé a su diadema, Ortiga no podría superarla, y menos cuando está noche ambas vestirían los colores Targaryen. No creía que la princesa participara activamente en esta competencia con ella, pero se sentía bien por lo menos ganarle en algo. Que su esposo vistiera de rojo con detalles negro era el punto culminante de todo, ya que aunque no fuera intencional, vestían los mismos colores en orden de dominancia. Entrar y ser presentados los convirtió en el centro de la atención. La mitad de los cortesanos abanicándose en el Gran Salón pusieron sus ojos en ellos. Si no se equivocaba, solo el rey y su hijo los superaban en estatus en la sala y como ya estaban rodeados de aduladores, los dejaba a ellos como la segunda mejor opción a la que pegarse. Ceryse aspiraba a más en la vida, pero para empezar no estaba mal. Ojeadas disimuladas a su semi expuesto busto le dijeron que su vestuario era lo suficiente atractivo para capturar miradas masculinas. Al menos para la mayoría. Maegor la había visto, había hechado una ojeada a la abertura en su pecho, había mirado hacia el frente y como que se había olvidado. Ya estaba a punto de cumplir diez y cuatro años y todavía no parecían despertar en él las lujuriosas necesidades masculinas de las que tanto le habían advertido sobre los hombres. Así que seguiría un tiempo sin ser tan fácil de manejar. Que fastidio. Solo quedaba recorrer la sala acompañada de su pareja, por fastidiado que luciera. Saludo, sonrisa, charla vana. Su esposo cada vez más hastiado y de seguro esperando a que comenzara el banquete. Cuando anunciaron a la reina Visenya y a la princesa Orthyras, esperaba que estas recibieran un poco de reconocimiento y ya. Ambas eran la esposa despreciada en la mentalidad ponienti y eso las hacía caer en la escala de importancia. No esperaba que la mayoría de los nobles se quedaran mirando, contagiando a los que no lo hicieron en primer lugar. El silencio fue extendiéndose en oleadas a través del inmenso salón. Tuvo que levantar la cara para ver y ahí quedó. Tras unos instantes, los susurros estallaron con renovada fuerza. La otra consorte de su cónyuge, al contrario de lo que hubiera esperado, no vestía en sintonía con los colores de Maegor. Era el negro quien dominada toda su ropa, con discretos patrones en rojos. Su diadema de oro rojo con un único rubí destacaba como una gota de sangre fresca manchando su frente. La reina se había asegurado de que entendieran que su pupila era poder y peligro, y en cierta manera, que no era una extensión de su hijo. Un poder por cuenta propia, un tanto contradictorio visualmente, considerando que no era precisamente alta incluso entre las mujeres y parecía más pequeña que casi todos. Pero la fuerza en los Targaryen no se medía por su capacidad con la espada, eso era una fantasía, sino por el aterrador fuego en sus dragones. Pero no era Orthyras quien destacaba, sino que se alzaba ella como una sombra contra la verdadera estrella de la noche. ¿Cómo se le había ocurrido a la reina ese traje? ¿Cómo? El cuerpo del vestido o mejor dicho, la parte superior, sería modesta y poco llamativa en el mejor de los casos. La reina usaba su corona y trenza de siempre, pero hasta allí llegó lo común. Guantes de cabritilla negros y altos alcanzaban casi el terciopelo que cubría su pecho. En vez de un collar, un accesorio de oro labrado que imitaba a una gorgera cubriendo su cuello. Sobre su busto, al menos cubriendo el pecho y la espalda, brillaba un peto escamado que parecía reflejar la luz de las antorchas con un brillo vítreo. Maegor la arrastró hacia ella, y al acercarse, pudo contemplar más la pieza. Cientos, quizás miles, de escamas de obsidiana talladas y ensambladas imitaban la piel de un dragón, sostenidas todas en una especie de corsé de cuero negro. Su falda era de terciopelo oscuro bastante pegada a su cuerpo y aunque sus movimientos lo disimulaba, parecía tener aberturas laterales para mayor movilidad. De cerca, pudo observar mejor los patrones bordados en ella. No era el dragón tricéfalo de los Targaryen, sino dos bestias distintas que volaban a través de la tela como criaturas divirtiéndose en la noche. Un dragón de electrum, el oro unido a la plata imitaba de forma inesperada los reflejos verdosos de la bronceada Vaghar. El animal de hilo de oro rojo no sería confundido con otro que no fuera la espinosa montura de la princesa. Juntos, retozaban en intrincados patrones a través de la falda. Ninguno exactamente igual que el anterior. Había hecho de la falta de patrones un patrón. Un vestido y a la vez una armadura. Gloria y guerra. Poder y prestigio. Algo sacado de la más loca imaginación. Ya podía ver las miradas de envidia, escuchar los murmullos. No faltarían las críticas, cierto, pero de una pieza así se hablaría por temporadas. Y si la sonrisa de satisfacción en el rostro de la reina no mentía, Visenya lo sabía. De alguna forma, también se las había arreglado para ocultar o disimular muchas de sus arrugas. ¡Por los Siete! ¡¿Cómo lo hizo?! Maegor se encaminó hacia donde estaba su madre, con Ceryse casi a rastras. Cruzó la estancia como una flecha atravesando una manzana, sin prestarle atención ninguna a cualquiera que intentara charlar con él. La reina y su pupila estaban rodeados de lo que llamaría un buen número de cortesanos admiradores. Sus detractores ya se reunían en las esquinas, criticando quizás el mensaje que enviaba, pero veía claramente en los ojos de muchas mujeres la envidia creciendo. Sus corazones alejándose de la benevolencia de la madre no por querer algo suntuoso, sino por un vestido que ni con todas las riquezas del mundo podrían usar. ¡Madre, es tan único! ¡Y se ve tan suave! - probablemente el mejor elogio que sacaría nadie jamás de su esposo, que no había esperado a que la reina se girara en su dirección para estirar su mano y... Sin tocar, mi príncipe. - la mirada de la reina se posó sobre él de refilón, sin perder el ritmo de la Corte que se desarrollaba ante sí - Podrás hacerlo después. Lo vio suspirar como si le hubieran ofrecido un premio. Una parte de ella también quería saber, ¿cómo se sentían las delicadas escamas talladas? ¿Cuánto trabajo habían supuesto? ¿Cuánto tiempo había tomado su confección? El valor de la pieza no estaba en su material, sino en su artesanía, un Targaryen usando vidriagon. Escamas negras que podían ser tanto una armadura entre sedas como un guiño a su sangre. ¡Maldita Visenya! En una guerra de aceros, su familia había traído dragones. Ahora, en una guerra de opulencia, había traído un simbolismo que notaría hasta el más lento. Podía hervir de furia, pero si la dirigía contra su madre política, la tacharían de celosa o ingrata. No importa cuántos enemigos tuviera la reina, la Corte siempre iría tras el miembro más débil. Si no podían despedazarla a ella, lo harían con la siguiente. Después de todo, olían sangre pero no tenían una presa. En esta calma falsa se encontraba la reina del Conquistador, encendiendo la codicia de muchos, a solo un movimiento de comenzar una disputa pero sin nadie que se atreviera. O casi nadie. Reina Visenya, permítame felicitarle directamente por esta presentación magistral. - ante ella se presentó lady Alarra Massey, consorte del Señor de las Mareas, el cual también había sido empujado hasta allí. Gracias, querida. - Visenya no cambió el semblante, pero sus felinos ojos se agudizaron. La madre de su esposo era demasiado inteligente para no sospechar de ella. Inclinó su rostro en un falso agradecimiento por sus palabras y recorrió con sus manos su peto simulado - Debo admitir que ha sido una de mis mejores ideas. Ver reflejado en un vestido mi verdadera naturaleza. Ya veo. - respondió la dama agitando su cabeza, sin que un solo mechón escapará de su intrincada prisión. El oscuro cabello negro de Alarra estaba atrapado en un estilizado peinado alto. Su crespina era de hilos de plata, quizás en un intento de disimular sus nacientes canas - Una creación tan audaz, pero ¿no temes que critiquen tu decoro? - se colocó con suavidad la punta de sus dedos en su boca, como si lamentará haber hablado de más. ¿Cómo podrían criticar mi decoro, querida Alarra? - miró hacia abajo, a su preciosa confección - Ni siquiera tengo escote y no hay nada escandaloso en mi ropa. ¿O es que acaso tú ves algo? - sentenció alzando una ceja. ¿Yo? No me atrevería a opinar algo así. - aún así, los castaños orbes de la Massey siguieron su figura y sus labios de apretaron - Quizás es que creo que no es un modelo adecuado para tu edad, deberías vestir algo más sutil. - señaló sus propias prendas. Un traje azul marino con delicado encaje de Myr en cada dobladillo, y sin que se apegara demasiado a las curvas de su cuerpo. Sencillo y elegante. Eso sí, las joyas no faltaban. Era todo lo que Poniente esperaba de una rica matriarca, lujoso pero no llamativo - ¿No lo crees? Uno debe tener consciencia de sus años a la hora de vestir. - dijo, tentándola a responder. La valyria asintió - Consciente de su edad y de su cuerpo, pero - la sonrisa de Visenya era una que no había usado en años. No solo orgullo y superioridad, sino seguridad. Esta era el hogar de Visenya y maldita sea que fuera de otra forma - como puedes ver, esta ropa encaja a la perfección conmigo. - colocó una mano en su cintura e impulsó su trenzado cabello hacia atrás, molestando a la Massey. El oro y la plata de su cabellera no mostraba las canas que plagaban a Alarra y que tanto está intentaba ocultar. Una década más joven y ya los años la marcaban, los años y la amargura, y no soportaba que Visenya escapará de algo a lo que se veía sometida ella que valoraba tanto su belleza. La guerrera valyria había detectado una debilidad, por pequeña que fuera, y se disponía a explotarla. Hay personas que piensan que son la excepción de las reglas, - la hija de Ballaroca se abanicó con sus manos, víctima de la calor de la sala que parecía no afectar a los Targaryen - cuando lo que están haciendo es el ridículo. Su suegra se encogió de hombros con una gracilidad que le dio un aire etéreo. No importaba que esta mujer fuera una combatiente consumada y ya contará con más de medio siglo, tenía una belleza mágica que parecía inmune al tiempo. Te doy toda la razón. Sabes lo que dicen: hay a quien la seda lo hace ver elegante y hay a quien lo hace parecer un bufón. - varios cortesanos que bordeaban a la reina lanzaron una poco disimuladas carcajadas. Visenya levantó un poco la longitud de su falda, los dragones bordados parecieron moverse por cuenta propia - Digamos que el que pude lucirse, lo hace. El que no, sufre por no poder hacerlo. Por un instante, Ceryse pensó que la dama Massey se rendiría, pero al parecer estaba decidida a desbancar a la jinete de Vaghar. ¿Por qué tanto hincapié en ello? Solo estaba dando un consejo, mi reina. - una inclinación del mentón de Alarra señaló a su esposo - Como miembros de tu familia, nos preocupamos por usted y por supuesto, por su imagen. ¿No es cierto, mi señor esposo? De entre los nobles alrededor de ambas, Aethan fingía estar distraído, pero nadie que lo conociera lo creería. Su actuación no complació a su esposa, a juzgar por su ceño fruncido cuando respondió: - ¿Me hablabas, querida? Estaba diciendo - Alarra mantuvo una perfecta presentación de inocencia y preocupación cuando habló. Ojos abiertos con parpadeos rápidos, mirada dudosa y las comisuras de sus labios hacia abajo. Un buen espectáculo para una mujer que era incapaz de sentir empatía por alguien fuera de su círculo íntimo - que mis consejos hacía nuestra reina vienen desde un lugar de preocupación, como su familia. ¿No es cierto, querido esposo? Cierto, - Aethan asintió. Pero cuando miró a Visenta, sus ojos perdieron parte de ese brillo calculador, intercambio con algo que solo podía ser llamado admiración - aunque debo admitir que luces magnífica con ese traje, mi reina. Incluso pudiera afirmar que luces mucho más joven, ahora que te miro bien. - y besó con caballerosidad su mano. Alarra Massey apretó sus labios antes de volver a colocar una sonrisa beatífica y educada en su boca - No niego que se vea espectacular. Yo misma estoy complacida de que finalmente actúes más como te corresponde. - si lady Masey se dio cuenta de lo que dijo, no lo sabría, ya que en todo caso fue muy buena para seguir interpretando su papel bajo el ceño fruncido de dos príncipes y una reina - Es solo que parece menos un vestido y más un alarde de poder. Oh, mi inteligente prima política. - solo un estupido confundiría el gesto de enseñar los dientes de Visenya, por elegante que luciera, con algo menos que un gesto de amenaza - ¿quién dice que no puede ser ambas? Eso la silenció, aunque no a su esposo. Francamente, Visenya - Aethan suspiró con pesar. Ceryse desde su posición al lado de Maegor, casi podía creerlo sincero. Él la miró de arriba a abajo - Es solo que es demasiado poderoso, no dice: Soy una reina consorte. Visenya aceptó el cumplido con gracia - ¿Desde cuándo he sido solo yo eso? Eh forjado este reino con tanto fuego y acero como mi hermano. No importa cuánto intenten cambiar la historia, no fue solo Aegon quien conquistó este continente. - dio una mirada evaluadora a todos - Fueron también Rhaenys y Visenya, y eso es algo que al parecer han tendido a ignorar con el tiempo. Soy una reina y soy una guerrera, y he ayudado a darle forma al reino. Basta de esconderlo para no herir el ego de ciertas personas. Pretendo que nadie lo vuelva a olvidar. Entonces, se anunció la entrada de Alyssa, precedida por un grupo de nuevas damas de compañía. Desde donde estaba, Ceryse vio aparecer encabezando la procesión a Lylian Darklyn, de cabellos tan negros como sus ojos y en un vestido de rombos negros sobre una tela dorada. Los Darklyn de Valle Oscuro eran lo suficientemente ricos para permitirse vestir así en honor a su heráldica familiar. No le extraño esta nueva alianza, pues en las últimas lunas ella y Alyssa parecían haber hecho buenas migas. Así como su segunda acompañante lady Melessa, segunda hija de los Caron y repuesto de su hermana. Así como la línea Baratheon que había sustituido a los Durrandon parecía dar solo hijos, lord Caron había tenido una hija tras otra. Lord Caron era sobrino de lady Argella y el siguiente en la línea de Bastion de Tormentas antes de la Conquista, si no se equivocaba. Por eso muchos vieron cómo inteligente cuando Davos Baratheon y su padre se acercaron a ellos para un compromiso. Grande fue la sorpresa, y el escándalo, cuando en vez de elegir a una hija se llevaron a la hermana solterona. La hermana menor favorita de lord Caron, pero mucho más fea si los rumores eran ciertos. Cambiar a esta delicada criatura de claros ojos azules y cabellos como las plumas de un cuervo, por una dama que pocos de su nivel se atrevían a aceptar por su aspecto a pesar de su dote, parecía un mal negocio. Pero Lord Orys ya tenía cuatro nietos varones de ella y esperaba un quinto bebé pronto. Todos parecían felices. Los Baratheon obtuvieron herederos con un derecho aún más consolidado y el Señor de Nocturnia se deshacía del lastre diplomático que era su hermana. Las próximas damas pusieron en alerta a Ceryse, que no pudo evitar apretar el brazo de Maegor. Este la miró y luego puso sus ojos donde estaban los de ella, sin comprender. Las primeras damas las entendía. Una compañera de la Tierra de la Corona parecía la respuesta obvia para alguien que vivía en Desembarco del Rey, y lady Caron había heredado una voz dulce de sus ancestros, tan famosos por sus guerreros como por sus cantores. Era lógico que alguien tan apegada a los bardos como Alyssa la quisiera como compañía. El resto de las damas... ¡Ese había sido el maldito plan de Alyssa y su madre todo el tiempo! ¡Una dama de cada reino conquistado para la futura reina de todos ellos! La dama rubia de ojos esmeraldas, con su suntuoso vestido de seda roja y brocados en hilo de oro solo podía ser una Lannister. La muchacha rellenita de cabellos rojos debería ser una Tully, aunque no vestía los colores de su Casa. ¿Es que nadie la había aconsejado sobre la moda? ¿No tenía ninguna hermana o prima, o cualquier mujer en el castillo que le impidiera cometer este crimen contra el buen gusto? ¿Está tratando de crear una tendencia? La misma Ceryse apretó la cara de disgusto. El azul o el rojo de su emblema hubieran sido ideales para ella. Uno habría sido un maravilloso contraste. El otro transmitiría un aura cálida, ¿pero rosado? Entre su cabello y su tez rubicunda, la hacía lucir como si estuviera en un estado sofocado permanente, pensó con desdén. Le seguía una dama con la modesta moda del Valle, a saber quién era considerando que Ronnel Arryn ni su hermano tenían hijas o hermanas. Quizás una prima. Aunque temía que el manipulable Guardián de Oriente fuera tan falto de carácter que enviará a un familiar de su amante. No sería su primer escándalo y el trono de Hierro ya había hecho la vista gorda ante estos. Aún así, dudaba que la astuta Lady Massey permitiera que algo por debajo de lo intachable se acercara a su hija. Más cuando estaban recaudando poder. Ceryse apretó los dientes. Mientras ella se esforzaba para tener todo listo para la llegada del rey y se ganaba a las nobles que llegaban, Alyssa ampliaba su influencia aún más lejos. Otra dama impecable siguió con un discreto pero elegante vestido verde, adornos de plata y perlas blancas encajaban a la perfección con ella. Sin embargo, la pieza de piel le pareció algo exagerada, más con el calor que rondaba en el ambiente. Suponía que quería dejar en claro su origen y detrás de ella, el golpe. Pequeña y todavía joven, la Hightower conocía ese rostro infantil. Jeyne Tyrell, segunda hija de la Casa. Era extraño que no hubieran enviado a su hermana mayor Aleria, una verdadera beldad. Todos aquellos interesados en aliarse a los antiguos mayordomos ansiaban su mano, e incluso aquellos que los despreciaban pasarían por alto las discrepancias en su linaje con tal de meter a la belleza en sus camas. ¿Por qué no enviar a la hija capaz de encandilar a todos a la Corte? Los mejores partidos habrían peleado por ganarse su favor. Sin embargo, y pensándolo mejor, Aleria no era la más inteligente de las muchachas. Sabía sonreír y lucir como la mejor, pero no era precisamente astuta. Mientras tanto y sí no se equivocaba, su hermanita enorgullecía a su padre por su talante pícaro y su habilidad para crear problemas y salir de ellos. Una mente brillante oculta por un rostro inocente. Era una combinación fatal, ya que muchos no sospecharían e ignorarían las capacidades de una niña en contra de la superioridad de sus mayores. Mejor enviar a una jugadora que a un peón, suponía. Los Tyrell habían recibido de Aegon la sede de la Casa gobernante, mientras habían reclamos mucho más fuertes en el Dominio que el suyo. Incluido el de su propia familia. Eran unos recién ascendidos que habían obtenido algo fuera de lugar, arrugó su nariz antes de elevarla con orgullo, y eso explicaba porque se aferrarían a la línea de Aenys. Mejor sostenerse de aquellos que le garantizarían la continuación de Alto Jardín como su propiedad. Ceryse y Jeyne podían compartir un origen, pero eran contrincantes en escencia. ¿Cómo no serlo? Su matrimonio con un príncipe Targaryen había sido una jugada de Aegon para limar asperezas con la Fé dominante del continente. Por su lado, los Hightower ponían un pie dentro de la familia real y si se movían bien, obtenían un oído atento en el monarca. La clase de movimientos que preocuparía a la Casa de la rosa. Podrían sospechar que su familia buscaban recuperar su herencia. Por ello estaban dispuestos a apoyar el lado que más les convenía, el príncipe heredero Aenys, él cual realmente no le debía nada a Ceryse ni a los que estaban tras ella. Ambas Casas habían llegado demasiado lejos para retroceder de su posición. Cerrando la marcha, entraba Alyssa. No le extrañaría que hubiera esperado a que todos llegaran para ser "la última de mayor peso" en llegar. Lamentablemente para ella, hiciera lo que hiciera, su entrada triunfal quedaría opacada. Un vestido verde claro, delicado y sencillo era lo que llevaba. Por encima de él, ya sea a lo largo de su falda o en sus amplias mangas, estaba cubierta de sendal azul claro. Una extravagancia considerando su precio y que el material se rascaba con solo mirarlo feo. La gasa de seda era de los lujos más caros que una persona podía permitirse. Aunque el efecto era magnífico. Algo tan ligero que flotaba al más mínimo movimiento y le daba un aire etéreo al vestido. Simulaba con facilidad pasmosa las olas de mar moviéndose a través de su ropa. En un concurso de opulencia, ella habría ganado. Combinado esto con su belleza, sospechaba que Alyssa esperaba robarse todas las miradas. Mala suerte para ella. La gente en la sala le dio una mirada de consideración y volvió a murmurar sobre la prenda de Visenya. Ya fueran críticas o admiración, un miembro de la familia real se había llevado el triunfo de la noche. Y por la sonrisa desvaneciéndose en la cara de la caballito de mar, la esposa de Aenys sabía que no era ella. Ceryse se hubiera divertido más sino hubiera estado tan preocupada por las ramificaciones políticas del nuevo círculo de su contraparte. Bueno Alarra, esa entrada no salió como esperabas. - el comentario de Visenya atrajo la atención de todos, incluida la suya, ya que casi se estira un músculo de lo rápido que giró su cuello en su dirección - Aún así, debo felicitarte por la estrategia de las nuevas damas de compañía. Desde que me enteré de ella, imaginé que debía ser un plan tuyo y no de tu hija. Sí. Debo admitirlo. - lady Massey observó un momento más como la madre de su nieta se juntaba con la multitud para disolverse - Aunque por otro lado, todo este teatro fue más bien idea de Alyssa. - se encogió de hombros, como si esto fuera solo un pequeño tropiezo social - Puede estar casada y con una bebé, pero nuestra descendiente esta demasiado interesada en destacar ante todos. Siempre ha sido así, desde pequeña. - afirmó lord Velaryon antes de sorber de su copa - Trataba de competir contra su fallecida hermana y hacía un berrinche cuando se quedaba atrás. Lady Massey confirmó esto asintiendo sin discrepar. Lord Aethan y su esposa actuaban de repente como si no hubieran luchado momentos antes por rebajar la presencia de Visenya. Serpientes astutas. No desperdician fuerzas en una batalla que ya sabían perdida, aunque incluyera rebajar a su demandante retoño. Bueno, Ceryse tampoco lo haría. Si un hijo fallaba, a menos que fuera el heredero, no podía uno desgastar en él. Siempre que no avergonzara a la Casa, no tenía sentido gastar esfuerzo en una causa perdida. Solo quedaba sobreponerse y seguir adelante. Aunque dudaba que su muy mimada hija aceptara con gratitud dicha evaluación. ¿Desde cuándo sabías sobre las damas de cada reino? - Ceryse señaló al grupo mencionado con un gesto discreto, necesitando preguntar. Los ojos de todos en el círculo se dirigieron a ella. Visenya sonrió, siempre sagaz, antes de responder - Desde el principio, querida. ¿Es eso cierto? O solo estás siendo deliberadamente sugerente, al abjudicarte conocimiento de algo que nadie puede rebatir. - Maegor reaccionó a sus palabras soltando su brazo como si lo repeliera. Cuestionar a su madre de forma pública parecía ser el límite para él. Estaba segura de que no se trataba preocupación sobre la percepción, ni de cómo se interpretaría so él apoyaba a una o la otra. Or contra su madre era cruzar su lealtad establecida, y aunque lo beneficiara, se negaba a formar parte de ello. Antagonizar de forma tan abierta a su suegra no era lo más inteligente, pero ella estaba molesta. Ceryse había tratado por diferentes medios averiguar que planeaban Alyssa y su madre, solo para fallar una y otra vez. ¿Y Visenya decía que lo supo casi instantáneamente? De alguna manera se sentía insultada y quería desmentirla. O querida, si solo supieras. - Visenya saboreó el momento antes de continuar - Imagínate que ya sabía hasta que damas serían enviadas antes de que sus Casas respondieran. Tanto Ceryse como Alarra la miraron con intensidad. Aethan parecía no preocuparse por esto. Después de todo, su prima parecía arreglárselas para tener un espía en cada rincón. No le extrañaría que tuviera un informante en el centro de Antigua, por no decir en un lugar más lejano. Era posible que su manía la llevara a tener hasta agentes en Braavos. ¿No me creen? - Visenya decidió pavonearse un poco - Por ejemplo, habían algunas cuyas respuestas serían obvias. Eso era cierto, tanto en los Lannister como en los Tully, y también los Darklyn. La familia gobernante en las Tierras de las Tormentas había tenido que enviar a su familiar femenino más cercano, aunque portará otro apellido. Lord Caron como cualquier señor, se negaba a desprenderse de su heredera y por ello enviaba a su segunda hija Por ejemplo, la Arryn - Ceryse vio a Alarra contraerse, aunque pasó desapercibido por la mayoría - no iba a ser enviada al principio. La amante de lord Arryn quería enviar a su hermana. Por fortuna, fue debidamente disuadida. Alarra resopló en el gesto más poco femenino que había visto en ella y bebió de la copa de su esposo - La hermana de una calienta camas no pertenece a la familia gobernante del Valle, por mucho poder que tenga dicha dama allí. - demasiado elegante para farfullar, la Massey dijo esto con un tono bajo - Fue aconsejada de enviar a un miembro legítimo - hizo hincapié en la palabra - y es por ello que lady Alice Arryn acudió. Es la hermana de lord Hubert, el tercero en la línea de sucesión. Es más apropiado. - expresó reacomodándose en el lugar. Visenya asintió - El Norte por supuesto se negó a enviar una Stark, ya demasiado ha sufrido su antigua princesa para arriesgar a una nieta. Las demás Casas comparten sus creencias. - lady Massey se erizó, como una gallina con las plumas engrifadas, como si la reina hubiera cuestionado sus capacidades - Un agravio para los Stark es un agravio para todo el Norte, e incluso sus opositores - Ceryse no estaba muy versada en la jerarquías norteñas, demasiados aliados y distantes que eran, pero apostaría a que se refería a los Bolton - sienten que lo que sufren los anteriores reyes del invierno es una ofensa colectiva. Lo que significa que no confían en las Cortes del Sur. Temen que sus hijas sean maltratadas sin repercusión. - dedujo Ceryse. No era un secreto que el trono de Hierro ignoraba la situación de la Stark como una simple disputa doméstica. El rey priorizaba la unificación en detrimento de dicha dama. Distraída por algo en la distancia, Visenya asintió - Mi hermano lo toma como un simple drama conyugal e ignora cuanto aliena al Norte. El reino de los primeros hombres envía sus impuestos sin falta pero, digamos que hay una ausencia muy clara de su representación entre nosotros. Mucho para un hombre que dice quererlos a todos unidos. - volvió para dirigirse al círculo, como si estuviera impartiendo una lección - Dice mucho sobre lo que piensan de nosotros los norteños, cuando ni los enemigos acérrimos de la Casa Stark nos ven como una buena opción para superarlos. Son sólo salvajes de una tierra yerma. - trató de intervenir Alarra, pero su esposo la detuvo. No. Son bastante inteligentes. Incluso para los depuestos reyes rojos, el riesgo no vale la pena la oportunidad. Si su hija es maltratada, se humillarían sin ganar nada. - Aethan le hizo un gesto a un sirviente para que rellenará su vino - De tener éxito, podrían ganarse el odio del Norte por romper la solidaridad. Y sabemos cómo allá les gusta mantenerse unidos. - y guardar rencor por largo rato, fue lo que no se dijo - Así que enviar una hija es jugada demasiado arriesgada para cualquiera de ellos. Si no son los Bolton, ¿qué Casa envió a su hija? - Ceryse echó un vistazo a la norteña, tratando de averiguar quién la habia enviado. Entre sus adornos de plata, un tridente le dio una pista. El Norte llegó a la conclusión colectiva de enviar a una corte sureña a la dama más sureña que tienen con la esperanza de que prospere. Lady Rowena Manderly ¿No? - preguntó Visenya. La sonrisa de Alarra fue tensa, pero asintió - El Norte envió una dama que encajaría más entre nosotros. De una Casa poderosa, rica y connmodales lo suficiente civilizados para no destacar de forma no favorable. - parecía que la mujer nacida en Ballaroca seguía empecinada en ignorar cortésmente el mensaje de: no confiamos en vosotros. Por último, la Tyrell. - aquí Ceryse se puso rígida. Que la reina supiera algo del Dominio que ella no, era como escupir encima de un insulto - Los Fossoway estaban negociando su matrimonio con su heredero, pero al parecer su padre decidió fortalecer su poder interno con su hija más bella y enviar la otra aquí. Puedo asegurarte que los Fossoway estaban muy complacidos. - aclaró. Los cortesanos alrededor de la reina emitieron unas carcajadas bajas, semejantes a aullidos. Muy parecidos a los sonidos que hacían aquellos extraños perros manchados, los del circo itinerante de las Ciudades libres que se presentó una vez en Antigua. Bueno queridos, esta conversación a llegado a su fin. - señaló con su mentón hacia adelante - Es hora de que inicie este banquete. Sin mediar palabra, todos le abrieron el paso. Como cuando una roca parte la caída de una cascada, donde una fuerza superior obliga al agua a separarse. Un instinto igual de fuerte impulsando a todos a ceder ante su marcha. Así, sin ninguna escolta, Visenya se encaminó fuera del grupo. Nadie fuera tan tonto de atravesarse en su camino. Las escamas en su pecho no estaban rígidas, sino que podían desplazarse en cadena en el lugar, recordando el movimiento natural de los dragones. Un depredador se paseaba entre ellos, parecían demostrar. Entonces, cuando cruzó cerca de una antorcha, otros suspiros de impresión salieron de algunos. El material de su peto carecía de brillo propio, pero reflejaba el fuego con intensidad. Un destello anaranjado cruzó el pecho de la reina, como si las llamas danzaran en él. Nadie olvidaría la vista jamás. Visenya Targaryen. Reina, guerrera y jinete de dragones. ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ La velada avanzaba con la exaltación que siempre se respiraba en la Corte de su hermano. Visenya se había acostumbrado tanto a la discreción en este Feudo que se sentía como si no estuvieran realmente en el mismo castillo. Todo parecía diferente. Hasta las chimeneas parecían calentar aún más el lugar. Cosa que agradecería cualquiera con sangre Targaryen, amantes de la calidez. No como el resto de los cortesanos, que se abanicaban constantemente para espantar el calor. Había ignorado las miradas desaprobadoras de Aegon durante todo el tiempo. Su esposo había decidido sentar a su heredero a su derecha, y a su esposa a continuación, creando así un bando definido. La reina a su izquierda y a su izquierda Maegor, a pesar de ser el Señor no oficial. Esto mandaba un mensaje claro. Puede que el rey le prestara más atención al segundo príncipe pero, todavía era capaz de relegarlo incluso dentro de su castillo en pos de su hermano. Ella se habría enfadado por esto en otro momento, ahora lo estaba dejando pasar, lo que parecía enfurecer a Aegon. Como un mocoso que intenta actuar superior a los demás, y cuando es ignorado por ellos, se enfurruñaba porque los otros se portaban de forma incorrecta. Le seguían en orden en la mesa Ortiga y Ceryse, respectivamente. Ceryse, con todo su celo por la organización, debía estar ardiendo por dentro al ser señalada como el miembro de menos estatus de la familia real. Ortiga solo se preocupaba por su cena, no tenía interés para prestarle atención al puesto que ocupaba. Del otro lado de la mesa, la que debía estar jactándose de su lugar equivalente al de la nueva princesa, solo se distinguía una exultante irritación. Otra vez más que le era robada la atención a Alyssa y no lo estaba tolerando bien. Más cuando su propio esposo parecía fascinado con su creación. ¡Tía, es magnífico! ¡Es bello! ¡Es único! - con cada halago podía ver a la caballito de mar saltar en su lugar - ¡¿Cómo se te ocurrió esta idea?! Pareces un dragón, de la forma más elegante posible, y yo se todo sobre el buen gusto. - Aenys se colocó una mano en su clavícula para señalarse. Gracias, sobrino. - lo decía en serio - Tus palabras me calientan el corazón. ¿Quién decía que a su edad una mujer no se podía sentir todavía hermosa? De vez en cuando, que te lo dijeran los demás también hacia cosas buenas por uno. Por el rabillo del ojo vio a Maegor alzando su mano, de nuevo - Maegor, sin tocar. Solo un poquito. - acerco muy cerca sus dedos, luciendo enamorado de su peto ornamental. Esta bien. Pero primero limpia tu manos con... - no había terminado la frase y ya se pasaba las palmas por las calzas. Entonces trazó con una delicadeza que nadie creería propia de él, la punta de las cuentas talladas. Las escamas se sienten afiladas. - suspiró con satisfacción - Suave y peligroso. Como tú, mamá. Eso sonó como el mejor de los elogios viniendo de él. A su lado Ortiga cabeceó con fuerza ante lo que dijo, sin dejar de comer. Estuvo presente durante toda la elaboración del vestido y aún así, seguía tan entusiasmada como los demás. La noche no era joven y todavía la pieza que llevaba daba motivos sobre los que hablar. Había envidia y admiración, deseo y codicia a partes iguales entre los comensales que se fijaban en ella y en sus vestiduras. Pocas cosas en esta vida podían superar un símbolo bien ejecutado. ¿No te parece que eres demasiado mayor para estos juegos? - a través de su copa, Aegon murmuró su frase entrecortada. ¿Cuáles juegos, querido? - Visenya alzó una ceja y se hizo la desentendida de todo. Ella estaba disfrutando del ambiente del festín y comentario malintencionado no se lo iba a arruinar - ¿Los que juega todo el mundo? - señaló a la Corte reunida. Cada uno intentando superar en opulencia al otro, hoy todos los demás habían fallado. ¿No te preciabas de ser sobria y frugal? - el desprecio de Alyssa irradiaba desde el otro lado de la mesa - ¿Cuánta moneda gastaste para destacar más que todo el mundo? ¿Eh? ¡Alyssa! - Aenys lució impactado por el ataque tan directo lanzado por su mujer. Sus ojos abiertos y su rostro congelado. ¿Qué? - Alyssa se defendió - Es cierto lo que dije. ¿Cuánto te costó? - preguntó de nuevo, avalada quizás por la ausencia de contención que por lo general le imponía el rey. Pues lamento decirte, querida, que estas muy equivocada. - trazó suavemente el contorno de su forma, viendo como frente a ellos un noble quedaba embelesado. Un amigo tuvo que sacudirlo para que le prestara atención. Ortiga vio esto y la miró antes de sonreír de forma pícara y guiñarle un ojo. ¡Niña descarada! - Para empezar el vidriagon es una material del Feudo, y donde hay un elemento, hay artesanos que saben trabajarlo. Que todo se haga dentro de los límites de mis dominios lo hace mucho más accesible que para alguien de afuera. - dio un sorbo de vino, un Dorado del Rejo y arrugó la nariz. ¿Cómo es que había gustado de esto la mayor parte de su vida? - También debo recordarte la falta de etiqueta que es señalar el precio de algo querida. En ese caso, todos hablarían de tu vestido. Señalar la falta tocó un nervio en Alyssa, que debía haber gastado una fortuna en su prenda solo para no ser la estrella del banquete. Enrojeció de la cólera pero a la reina no le importó. Aenys con deudas atrasadas y ellos desperdiciando oro de esa forma. Se sentía culpable de haber solapado sus gastos desde joven. Quizás si no lo hubiera hecho, las cosas no habrían llegado aquí. Quizás habría aprendido contención. Puede que aún lo hiciera. Pero ella no creía en quizás. Creía en acciones. Y su sobrino, por mucho que se preocupaba por él, continuaba fallando. Deja de compararte con Alyssa, Visenya. A diferencia de ti, ella todavía es joven. - Aegon cortó con un cuchillo su venado asado mientras decía - De ella se puede esperar esa inmadurez, ¿pero de ti? Buscar atención nunca fue lo tuyo. - le dió una mordida a una lonja de carne - Ni siquiera lo hacias cuando eras joven. Pero claro, en aquel entonces tenías que competir con Rhaenys. En la mesa se hizo un silencio sepulcral. Todos, desde el poco apegado a las convenciones sociales Maegor, hasta el príncipe de la frivolidad Aenys, se quedaron quietos. Los sirvientes pasaban con más cuidado, los nobles más cercanos fingían distracción. Aegon, lo que yo hice antes no es intentar llamar la atención. Esto - enunció mientras se levantaba - es llamar la atatenció.- pronunció mientras alzaba una copa - Señores de Poniente, hoy es un día memorable. - su discurso abarcó todo el salón, llegando incluso a aquellos más lejanos que se habían perdido el intercambio - Finalmente, mi hija política después de mucho deliberar, ha encontrado un nombre para su dragón. Al ser una bestia salvaje antes de llegar a ella, no tenía un nombre, sino un título. Esto es motivo de gozo, porque la bestia llevará su nombre a través de los siglos, y lo portará con orgullo mucho después de que todos nosotros hayamos partido. Ahora toda la sala se escucharon exclamaciones de felicitación. No entendían la cultura valyria, no entendían el gesto que se desarrollaba. Solo sabían que se enfrentaban a un evento único en la vida de un animal que viviría más allá de todos ellos juntos. Después de mucho deliberar, hemos escogido Nixia. Quizás no el dios más poderoso, pero era una fiel acompañante de Balerion. Una ayuda necesaria para realizar su labor. - levantó todavía más alto su copa - Que Nixia sirva una vez más en las tareas que le sean encomendadas. ¡Y que traiga gloria a la Casa Targaryen! Esta vez, los aullidos de algarabía resonaron por todo el lugar. Nobles y sirvientes festejaban. Veía incluso a los miembros del personal que habían servido a su familia por generaciones asentir con la cabeza. La diosa de los castigos era una fiel compañera para el dios de la muerte. Alguien que juzgaba las acciones de aquellos que pasaban al más allá. Cuando se sentó, pudo ver a Aegon colérico mientras bebía de su vino para disimular - ¿Un dios valyrio? ¿Y ese? ¿En serio? Después de todo lo que he hecho para aplacar a la Fé. ¿Te das cuenta de que acabas de insultar a tu otra hija? ¿Por qué sería insultante? ¿Piensas que ahora deberíamos llamar a los dragones como los dioses ándalos? - ¿qué tan ridículo sonaría eso? - ¿O darles nombres al azar porque deberíamos avergonzarnos de nuestra herencia? O - lo miró con mayor intensidad - ¿solo buscas una escusa para enfrentarme? - ¿Enfrentarte por qué? ¿Será por qué le diste a un dragón el nombre de la diosa de la venganza? Y de la justicia, Aegon. No se te olvide. - Visenya aclaró - Nixia juzga a los muertos y ofrece castigos a partir de las acciones que cometieron. ¿Piensas que yo merezco castigo, Visenya? ¿Pero tú no? - la miró de arriba a abajo - Que yo recuerde, tu has derramado tanta sangre como yo. Cierto. - Visenya asintió entre bocados, la pelea siempre le abría el apetito - Solo que debes recordar algo, hermano mío. Nuestros dioses eran bastante sanguinarios y aprobaban muchas cosas contra nuestros enemigos. Contra nuestro propio linaje - inclinó la cabeza de un lado al otro - no tanto. Por ese lado tengo la consciencia tranquila. ¿Puedes tú decir lo mismo? Aegon apretó tanto los labios como el cuchillo que empuñaba. Casi podía jurar que lo escuchó crujir - ¿Todo esto por decir que Rhaenys era más hermosa que tú? No. - habló con sinceridad. Antes esas palabras le habrían dolido. Ser señalada como la otra hermana, la que valía menos. La menos deseada. Ahora, ni siquiera sentía el vacío en el estómago al que estaba acostumbrada. Simplemente no le importaba - Yo amaba a Rhaenys y nunca he dudado de que era más hermosa que yo. Pero ni siquiera ella podría haber superado a este vestido. No había mucho que discutir allí y su hermano lo sabía. Eso no lo detuvo de intentarlo - Quizás. - la miró con mal disimulado desdén - Pero ella en él habría lucido mucho mejor. La respuesta de Visenya fue una carcajada. No fría ni cínica, sino risueña. Como si el Conquistador le hubiera comentado el mejor chiste del mundo. ¿Qué tiene lo que dije de gracioso? - preguntó el con genuina confusión. Ay, hermano. ¡Que cosas tan divertidas dices! - se secó las lágrimas que se le habían escapado al reírse - Rhaenys en este traje sería como una niña vestida con la ropa de su madre. No la luciría por muy hermosa que sea la pieza. ¿Sabes por qué? - esta vez respondió con fiereza - Porque este vestido no fue hecho para ella, y mi hermana no sería capaz de llenarlo.
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