Lo que forjamos con nuestras manos
4 de noviembre de 2025, 4:38
Otra puta mañana desperdiciada. Ya ni siquiera esperaba que su pupilo apareciera. No después de que su padre dejara de presionarlo con fuerza para que retomara su entrenamiento marcial. El príncipe Aenys, una vez que el monarca aflojó su vigilancia con el tema, había relajado su esfuerzo hasta casi desaparecer. Había comenzado poco a poco: pedía descansos más largos, prácticas mas suaves... ¿y ahora? Ahora él tenía suerte si el heredero de la corona del Conquistador se aparecía para una sesión.
Sus excusas además sonaban patéticas, se dijo con frustración: que estaba cansado de una fiesta la noche anterior, que tenía una reunión social pronto y tenía que prepararse, que hacía demasiada calor o demasiado frío para el esfuerzo. ¿En serio? ¿Qué clase de justificación era esa? Lo más triste es que no podía ni siquiera podía tacharlo como la actitud de una princesa, porque la única princesa Targaryen que había conocido había pasado todas su mañanas dándolo todo en el patio de entrenamiento. Tuvo que sacudir la cabeza. Siempre se había dicho que Visenya Targaryen era una excepción. Las mujeres no habían nacido para el combate y para sangrar con una espada en la mano, sino para usar vestidos bonitos y cuidar de los niños. La reina de Aegon era diferente porque era una leyenda, una Conquistadora por derecho propio.
Ver a la extraña princesa morena asumir sin quejas todo lo que le indicara el maestro de armas de Rocadragón lo había obligado a replantearse algunas cosas. Luego se dio cuenta: no era que Visenya fuera la única excepción, sino que todas las mujeres de su linaje. ¿No había sido la reina Rhaenys, a la que nunca conoció, descrita como más delicada y femenina? Aún así, la más suave de las dos hermanas había carbonizado a miles de personas.
Todavía recordaba el miedo que sintió cuando llegaron hasta Maizal las historias sobre el Campo de Fuego. El ejército más grande de Poniente había caído ante los dragones, y él y su madre habían tenido por su futuro. Apenas era un niño y su madre la querida del Señor. Con su padre marchando bajo el estandarte de los Lannister, había tenido que su esposa legítima los echara a ambos si su señor moría. Por fortuna, su Señor padre había regresado, y a Addison se le permitió ser educado en su castillo, lo que le dio la oportunidad convertirse en caballero. Pero nunca olvidó la sensación de terror. Y no habían sido solo Visenya y Aegon; Rhaenys también era parte de ese poder primigenio. Él lo había ignorado, descartándolo por los cuentos sobre su gentileza. Ahora, viendo a la princesa Orthyras practicando cada día con determinación, había llegado a una conclusión: las damas Targaryen eran ten feroces y peligrosas como los hombres, por lo que el entrenamiento de la princesa no tenía nada de raro.
La reina Visenya era una guerrera nata. Su papel en la creación de la Guardia Real era incuestionable. Había formado parte de su preparación, y el propio Lord Comandante, un hombre al que todos respetaban, le tenía un temor reverencial. Ella y su hermana habían sido tan parte de la Conquista como el mismo Aegon. Que la princesa Orthyras se ejercitara en las artes marciales no cuestionaba su visión del mundo, solo requería un pequeño reajuste: las mujeres con sangre de dragón eran la excepción a dichas reglas.
Y el príncipe al que le habían encomendado enderezar no acudía a sus prácticas. ¿Dónde estaba el fuego de su familia? ¿Acaso no corría por sus venas? Aenys tenía acceso al poder que lo había aterrorizado de niño, y pensándolo bien, lo aterrorizaría enfrentarse a él de adulto. Pero prefería gastar su tiempo entre bailes y poemas que prestarle un poco de atención a sus deberes en el patio. ¿Dónde lo dejaba eso?
Atrapado. He ahí donde estaba. Se suponía que esto se convertiría en su mayor orgullo. Encargarse de entrenar al próximo rey de Poniente no era una poca cosa. Si, era cierto que en su anterior educación había fallado. Aenys no tenía ni la destreza ni el talante de un gran guerrero. Pero ya tenía diez y nueve años. ¡Por el maldito Guerrero! Ya era un hombre adulto, con una hija. Debería entender la importancia que tenía para su futuro, de contar al menos, con una preparación mínima para el campo de batalla. Pero no. Seguía igual de inconsciente o peor. Lo sabía, pero prefería fingir lo contrario. La tarea que pensó que le daría gloria se había vuelto una cosa ingrata.
El rey, eventualmente, le preguntaría cómo iba todo, y ¿qué respondería él? ¿Una mentira? "Su hijo, Majestad, avanza a paso lento y satisfactorio." Eso seria suicida. Si el rey decidía comprobarlo y Aenys demostraba su innata falta de talento, estaría jodido. La verdad podía ser igual de peligrosa. A ningún hombre, y menos a alguien tan grande como Aegon, le gustaría escuchar que su hijo era tan falto de responsabilidad como de carácter. Ya comenzaban a circular rumores en Desembarco sobre cómo los pagos del príncipe se retrasaban a comerciantes y artesanos. Los mercaderes empezaban a ser reacios a darle crédito, y se enteró de un sastre que se negó a trabajar sin un pago por adelantado. Pensar que había creído que la educación del heredero le traería honor. ¡Que se le había otorgado semejante prestigio en concesión a sus habilidades! Que estupidez, se dijo con desdén. ¿Cómo ganas honor con alguien que ni siquiera lo intenta?
Mientras tanto, Darklyn estaba puliendo un diamante en bruto. Todos sabían de las habilidades de Maegor, ¿cómo no? Mientras Aenys era criado en la exuberante Corte, entre caballeros, bardos y damas refinadas, su hermano pequeño se hallaba, para muchos, "desterrado en Rocadragón". Uno era el centro de atención de cada fiesta; el otro sangraba en el patio de entrenamiento para dominar la espada. Y ahí estaban los resultados: un niño-adulto mimado con habilidades de salón, y un adulto-niño destinado a triunfar en cualquier batalla. Darklyn lo sabía. Sabía que estaba perfeccionando a un caballero sin igual, y maldito sea si no estaba disfrutando de aquello. Había practicado con el mocoso, le había enseñado sus movimientos, y el niño lo aprendía a una velocidad que era un placer. Los días en que Aenys no aparecía, compartía con Darklyn la instrucción del menor de los príncipes, y la diferencia era abismal. Centrado, eficiente, de disciplina férrea. El chico entrenaba ya sea bajo sol, lluvia o sereno. De hecho, miró al cielo gris y nublado y apostó su capa blanca a que estaría entrenando en la habitación adyacente a la armería.
A él no le importaban las comparaciones que hicieran otros. El desprecio hacia el príncipe segundón por su falta de cordialidad en comparación al heredero... ¿Qué le importaba a un hombre de armas como él cuán diestro era su estudiante en usar su lengua para encandilar a una audiencia? Solo sabía que Maegor tenía un talento excepcional, mientras su alumno era, en el mejor de los casos, un remolón. Era incorrecto pensar así de su príncipe y futuro rey, pero no podía evitarlo. Se sentía menos como un instructor y más como un reparador de desastres. Le tocaba intentar sacar provecho de un alumno reacio e indispuesto.
Cansado de esperar por un aprendiz que probablemente no llegaría, decidió no seguir desperdiciando su tiempo. Era hora de concentrarse en algo que valiera la pena, y se imaginaba exactamente donde podría encontrar aquello que buscaba. Unas escasas gotas empezaron a caer de las nubes, y pronto se convirtieron en una llovizna persistente. Al menos podía decir que el clima combinaba con su humor. Avanzó a través de pasillos laterales, no dispuesto a mojarse si podía evitarlo para alcanzar su objetivo. Justo como pensaba, en una de las salas de armas de la armería, la de ventanas altas y piso de madera, estaban Darklyn y Maegor entrenando. También tenían compañía.
La princesa Orthyras ya se encontraba sudando, manchas oscuras se destacaban en su gambezon y algunos de sus mechones rebeldes se pegaban húmedos a su rostro. Se hallaba practicando los movimientos que le enseñaba su maestro contra un saco de paja colgado del techo. Las vigas robustas soportaban el peso y los embates sin apenas crujir. Ser Gawen Corbray lucía satisfecho, pero ¿por qué no lo estaría? Ya era conocido como el caballero más letal de la historia, primer maestro de armas de Maegor Targaryen y ahora el encargado de entrenar a la próxima Visenya. Su legado estaba asegurado. Y él estaba aquí, relegado a una posición insostenible: maestro de un alumno que rechazaba su enseñanza e incapaz de abandonar ese lugar. Jodido de cualquier manera.
¡Colina! - lo llamó Darklyn, sin el desprecio que muchas veces veía asociado a su apellido bastardo. Ambos eran miembros de la Guardia Real y habían renunciado a cualquier pretensión de su linaje, no es que Addison tuviera alguna para comenzar - Llegas tarde y te perdiste la diversión. - una pequeña risita salió de él - El príncipe Maegor decidió "comprobar" el avance de su esposa.
Dilo como es. - desde su posición distante, la princesa comentó - Limpiaron el piso conmigo.
Para nada enfadada con ello, continuó sus ataques contra su objetivo relleno, mientras su maestro de armas estaba a su lado corrigiendo sus posturas y asaltos. No era el genio del combate que era su esposo, pero si no se equivocaba, apenas llevaba medio año desde que comenzó su entrenamiento formal. Al menos era aplicada, a diferencia de algunos...
Maegor, increíblemente para su carácter, compartió una pequeña risa maliciosa. Era claro que estaba más relajado en este lugar.
Todavía no podrías vencerme ni aunque pusieras todo tu esfuerzo. Pero es mi creencia que ya caes en la categoría de enemigo molesto, al menos para el caballero promedio. - dijo el príncipe mientras ejecutaba una serie intrincada de pasos en el aire - Te mueves mucho y dificultas que te peguen. Aún no puedes derrotarme, pero no serás una presa fácil para otros.
¿Quién dice que quería derrotarte? - bufó la princesa mientras Corbray la hacía alzar su espada un poco más alto - Me conformaré si algún día logro darte un golpe. - resopló antes de mascullar - Vencerte... Como si pudiera lograr eso sin hacer trampa. Necesitaría entrenar toda la vida y primero me moriría de vieja.
Eso solo enorgulleció al príncipe que la escuchaba, que pareció hinchar su pecho.
Lo harás. - dijo con esa confianza con la que siempre hablaba pero sobre si mismo, para luego dirigirse a él - Ser Addison, cuando terminé aquí, ¿puedo practicar con usted?
Mitigaba un poco a su orgullo herido ver a Maegor tan emocionado por aprender de él. No sería sólo Darklyn el único que lo convertiría en el caballero perfecto; él también aportaría su parte para lograrlo. Después de todo, no tenía otra cosa que hacer. Ah, que bien se sentía, aunque fuera por un momento, tener un estudiante verdaderamente aplicado.
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Aenys se había levantado un poco tarde, o quizás un poco temprano, dependiendo de quien preguntaras. Después de todo, apenas pasaba de media mañana cuando terminó de vestirse. A través de sus ventanas observó que del oscuro celaje caían gotas sin parar. No era una lluvia torrencial, pero de seguro nadie se atrevería a practicar con este clima, se dijo con satisfacción. Luego pensó en que Rocadragón era lo suficientemente grande para tener estancias techadas para que los guardias practicaran, de seguro tendrían un lugar también con el mismo propósito para personas más nobles. Luego bufó, ¿por qué lo habría? Las fuerzas del castillo debían entrenar porque era su trabajo estar listos, no pasaba lo mismo con los nobles de alcurnia. Sus deberes eran otros. No, hoy nadie de buen linaje malgastaría su tiempo practicando. Su maestro de armas no lo miraría con malos ojos si se ausentaba, y Aenys no tendría que inventarse una excusa que ni él mismo creía. Esta vez, si tenía una verdadera justificación para faltar y podría dedicarse a rondar por la Corte y disfrutar de la misma.
Este era el mundo de Aenys, de la belleza y la música. Donde los intercambios se realizaban a través de palabras corteses y poesías, no de golpes y empujones. Arrugó la nariz. Detestaba el patio de entrenamiento. No le gustaba estar cubierto de sudor y el lodo del suelo. Por lo general terminaba con moretones y para empeorarlo todo: agotado, por lo que no podía dedicar toda su energía a divertirse. No entendía porque su padre lo obligaba a volver a dichas prácticas. Él las había abandonado después de casarse, pues sabía muy bien que no había nacido para ello, y se había dedicado a algo en lo que realmente brillaba. Las artes y la diplomacia eran cosas en las que casi nadie podía superarlo y él lo disfrutaba. Aenys había nacido siendo amado y podía decir sin dudas que también había nacido para ser amado... como su madre.
Nadie que conociera era capaz de odiar a su madre. Todas y cada una de las personas a su alrededor la adoraban, incluyendo a su propio padre. Incluso aquellos que deberían ser considerados sus enemigos, la llevaban cerca del corazón. Una vez le había preguntado a Maegor por ello, y por lo que creía su tía sobre ella, pues muchos la señalaban como la mujer que perdió cada batalla por el amor de su marido contra su madre. Maegor le había dicho que su madre la amaba, y como Maegor era incapaz de mentir, a Aenys no le quedaba rastro de duda de que no existía nadie sobre la tierra que no hubiera conocido a su madre y no la hubiera amado. A eso aspiraba él, que todos los que lo conocieran lo amarán.
Creía que incluso su tía y su hermano lo hacían de cierta manera. Su tosca manera. Aunque una parte de él sentía que no era su culpa sus formas ásperas, pues habían sido apartados todo el tiempo de la vibrante sociedad y limitados al fondo del gobierno del reino. Su medio hermano había sido separado toda su vida de los placeres de la Corte, y él se avergonzaba un poco de nunca haberse preguntado el porqué. Simplemente asumió que así estaba bien y lo sacó de su mente. Cuando su padre lo trajo de regreso, se alegró. Tenía el hermano que le faltaba, y a diferencia de lo que muchos esperaban, Maegor no tenía nada contra él.
Todo iba bien en el mundo hasta el banquete de inauguración por el traslado de la Corte. Se retorció un poco mientras avanzaba por los pasillos en dirección al Salón Principal. Su tía había acudido con el vestido más impresionante que había visto jamás, y eso que había visto cosas muy impresionantes y caras. Era elegante en su sencillez y transmitía un aura de no se qué que lo fascinó. Inigualable. Su tía se había robado la noche, y su padre, su educado y cordial padre, la había atacado con palabras por ello. No sabía porque. Incluso Aenys, que no conocía a su madre y sabía del amor de su padre por ella, le habían parecido horribles las comparaciones de su papá. Su tía solo hacía lo que hacían todas las damas, lucir el vestido más bello que pudiera adquirir. Y las palabras de su padre le habían robado la sonrisa sincera del rostro a la reina Visenya.
¿Por qué? Su padre era un hombre inteligente y político, ni siquiera trataba así a los que consideraba oponentes. ¿Por qué motivo trataría de esa manera a su propia familia? ¿A su hermana y esposa, la madre de su otro hijo? Una piedra se había asentado en el estómago de Aenys esa noche, aunque trató de fingir que no había ocurrido. Al otro día su hermano se negaba a mirar a los ojos a su padre, y este actuaba como si no se diera cuenta, lo que solo hizo que la piedra en su barriga se hiciera más grande. Con el transcurrir de los días el problema no se fue. La tensión silenciosa flotaba en el aire y su piedra se hacía más pesada. No se iba. Nadie más parecía querer arreglarlo, hacer cualquier cosa, por lo que este "problema" contaminaba lo que debería ser un ambiente agradable. Oscureciendo su felicidad. Alguien tenía que reparar lo que sea que estuviera roto, pero nadie parecía ceder. Entonces se le ocurrió una solución: haría algo bonito para su tía, así ella se olvidaría de esto y todo estaría bien.
El Gran Salón estaba tan repleto que su padre no notó su llegada, enfrascado como estaba en asuntos de gobierno. Lo aconsejaban su suegro, el Señor de las Mareas y a su vez Maestro de Naves del rey, y el Consejero de la Moneda. Este último y el de Edictos se rotarían entre Desembarco del Rey y Rocadragón. Mientras uno estaba en la isla, el otro estaría en la ciudad. El resto del Consejo, excepto el Lord Comandante, permaneció atrás. Su Mano, Lord Strong, se había quedado en Desembarco, dirigiendo la mayoría de las decisiones del reino que no eran lo suficiente importantes para necesitar llegar al rey. El Gran Maestre Gawen permanecía allá igual, enfrascado en la construcción de las murallas de la capital. Un dúo bastante hábil que debería poder trabajar bien, pero siempre había un pero. Después de la partida de su tía del Consejo, las primeras veces que asistió a las reuniones de dicho Consejo Privado, ambos hombres habían lucido menos combativos. Lo que fue una mejoría. Aunque no tardaron en aparecer entre ellos roces sin motivos. Gawen y Strong habían pasado de ser amigos cercanos, a estallar en desacuerdos últimamente. ¿Por qué la gente no podía simplemente quedarse en paz? ¿Por qué siempre buscaban enfrentarse? Aenys desistió del tema. La filosofía no era lo suyo y le parecía que era demasiado compleja cuando la vida podía ser tan simple.
Como esto. Solo necesito atravesar la garganta del dragón, ¡que entrada más divertida de hacer se les ocurrió a los constructores! para ser rodeado por cortesanos ansiosos de su atención. Felicitándolo por esto y por aquello. Uno incluso dijo un comentario tan ingenioso como elogioso, que puso una sonrisa permanente en su cara. Sí, así es como debía ser la vida. Personas alegres y disfrutando de la paz, no siempre preparándose para un inminente combate. Cuando el fuera rey, se encargaría de que esta fuera la norma para todo su reino. No creía poder ser el gobernante temido que era su padre, pero si el adorado. ¿No lo demostraba esto? Siguió hacia el centro de la acción. Aunque nadie interrumpía su paso, lo cierto es que un grupo se formaba en un círculo en su camino, dejando tras de sí una estela de personas que deseaban charlar con él. Todo este movimiento debió alertar a su padre, que incluso desde su trono temporal en el otro lado del salón, ya había puesto sus ojos en su heredero.
Su mirada no era la de bienvenida absoluta, pero eso estaba bien para él. Padre a veces tenía días malos y no podía estar feliz todo el tiempo. No estaba en su carácter. No como Aenys.
Buenos días, padre. - saludo con una alegre reverencia mientras se encaminada a su lado - Espero que no estés teniendo un día muy duro.
- ¿No deberías estar entrenando?
La pregunta no era ni agresiva ni castigadora, aún así logró congelarlo en el lugar. Alzó su vista hacia donde estaba su padre. Su ceño semi fruncido. ¿Papá no se daba cuenta del estado del día?
Padre, está lloviendo. - afirmó con claridad. El entrecejo del rey se apretó aún más, lo que le decía que no comprendía. Las palmas de Aenys empezaron a sudar y por ello le dió su razonable explicación - Nadie entrenaría con este clima.
Aegon el Dragón apretó su boca, antes de inclinarse y preguntar a uno de los Capas Blancas - ¿Dónde está el príncipe Maegor?
El hombre tragó en seco antes de acercarse al monarca y decir - Entrenando con Ser Darklyn y Ser Addison, en la habitación adyacente a la armería. - Aenys empezó a sentirse mal. ¡Pero es que eso no era su culpa! ¡Su hermano estaba obsesionado con entrenar! ¡Nadie más que él haría eso! - Creo que la princesa Orthyras también está entrenando ahí.
Aenys se quedó boquiabierto. No sabía por cuál de las dos cosas. Si por el hecho de saber de las actividades poco femeniles de la ya extravagante princesa, sabía que las hacía por los rumores pero pensó que se detendría con la llegada de la Corte, o porque el guardia de atrevió a decírselo al rey. Miró a su padre. Su rostro era una máscara fría.
Príncipe Aenys, - se sintió temblar, pocas veces el rey lo había llamado así y esta no parecía ser de las buenas - te pedí personalmente que entrenaras. ¿Por qué te ausentas de esta forma a una actividad que yo te encomende? ¿Te das cuenta que me decepcionas? - oh, no. Él no quería eso. Negó con la cabeza - ¿Qué tu actuar no solo es imprudente, sino que se burla de la dedicación de tu maestro?
Padre, - decidió sincerarse, en especial ahora que los cortesanos comenzaban a darle una distancia prudente, alejándose del choque como le gustaría hacer a él. Era un movimiento que funcionaba en la mayoría de los conflictos educados y que al príncipe le gustaba usar. Si una situación era incómoda, simplementete alejabas de ella y muchas veces se resolvía sola - se que desea que mejore mis habilidades con las armas, pero míreme. - extendió sus brazos. Su padre necesitaba entender su punto de vista. Le daría el más claro y visual de los motivos - Mire mi cuerpo. - era alto pero delgado, y le costaba demasiado obtener un poco de músculo - No tengo la complexión para ser un buen guerrero.
Lo sé, hijo mío. - el rostro de su padre se suavizó, sus ojos ardieron con el amor que tanto conocía - Se que no te gusta y te es difícil, pero lo hago por tu bien.
¿Por qué? Luchar es innecesario. No lo necesito aprender eso. - esto paralizó a su padre, que esperaba que terminara de hablar - Para ello están los soldados y hombres de armas. Dichas actividades son demasiado vulgares para un príncipe.
Parece que olvidas de donde salimos Aenys. - tronó su padre, que apretaba con su mano su mandíbula cuadrada. Cualquier derretimiento que hubiera albergado por la situación de Aenys desapareció por sus palabras. Había dicho las incorrectas, se dio cuenta. Estaba pensando tanto en la elegancia de su futura Corte que se olvidó de que todavía estaba en la de su padre - Irás ahora mismo y continuarás los deberes que te encomendé. Más tarde le preguntaré a Ser Addison Colina por tu progreso. Parece que debo volver a presionarte.
Si, padre. - asintió con premura pero con insatisfacción. Cuando el rey se ponía así todos corrían a complacerle, aunque nunca antes le había tocado ese deber. Ahora tendría que volver a esas estupidas prácticas, respopló con desdén mientras se marchaba, luego de dedicar otra reverencia. Al menos lo haría hasta que su padre volviera aflojar sus exigencias otra vez. Ya había pasado antes y volvería a pasar. Eventualmente se cansaría, y Aenys podría escapar de este molesto y sin sentido deber.
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Cuando llegaron a la entrada de la sala descrita no había ningún guardia protegiendo la puerta. No es que tuviera sentido tampoco. Ahí dentro estaban tres de los protectores más eficientes del reino, dos guardias reales y un hombre conocido por su letalidad. Un guardia en la puerta sería una redundancia y casi un insulto. Esa habitación era una zona segura que probablemente sólo sería superada por aquella donde estaba el rey. El capa blanca asignado hoy a hacerle de protector asintió con su cabeza y se colocó en una posición firme al lado de la entrada, permitiendo que Aenys tuviera un espectador menos que contemplara su tediosa sesión.
Empujó la pesada pieza de madera, el crujido de la misma detuvo las aclamaciones y abucheos, y al parecer también un combate. Austero y carente de belleza era el lugar. En la bastante vacía habitación, de iluminación limitada y escasa ornamentación, si se podía llamar así al armamento en las paredes, los dos miembros más jóvenes del grupo habían estado enfrascados en un duelo. Los mayores eran espectadores y a la vez críticos. Todo se detuvo con su entrada. Cinco cabezas se giraron hacia él en una coreografía desde distintos puntos.
Y así como todo se quedó quieto, se reinició el movimiento. La princesa Orthyras aprovechó la distracción para alzar su brazo e intentar darle una estocada a su hermano con todas las fuerzas que le brindó su impulso. Lamentablemente para ella, Maegor no creía en las distracciones absolutas en el campo de batalla. No solo detuvo su movimiento, sino que lo contrarrestó con un golpe que se veía bastante doloroso desde donde él estaba. A su favor la princesa no soltó el arma. Se limitó a un simple - Ay - y un - Por poco te atrapó -, mientras se alejaba para sacudir su mano a una distancia segura buscando alivio.
Maegor solo se rió, con esa sonrisa que muchos veían maliciosa pese a no serlo y que con el tiempo Aenys había aprendido que era de las pocas que tenía. Carente de toda maldad, pareciera ser que su hermano encontrara esto como si fuera algo gracioso, y no que ella le hubiera atacado por la espalda.
¿Por qué estás tan divertido? - preguntó boquiabierto a su medio hermano, atrayendo de regresó la atención de todos - Ella, - señaló a la desaliñada princesa, que trataba recuperando el aire de su última sesión de sparring - intentó hacerte trampa.
Maegor inclinó la cabeza con duda, su mirada violeta confundida, y frunció sus cejas - Estabamos en un combate. Que se intente aprovechar de mis debilidades me parece justo. E inteligente.
Además, - la princesa se secó la frente con una ausencia total de refinamiento, solo para responder con descaro - en todo caso la trampa la haría él. - señaló con su espada de madera a su Señor esposo - Con el nivel que tiene y peleando contra mí, no se que es lo que esperan todos. Además de que limpie el piso con mi trasero, por supuesto.
Vulgar, vulgar, vulgar. ¿Cómo podía hablar así una princesa? Ese lenguaje era más propio de una moza de taberna. A ellas se le podía perdonar por su carencia de educación, pero ¿a una jinete de dragón? Si hubiera tenido menos modales, Aenys habría arrugado su nariz del disgusto y la hubiera levantado por encima de ella. Sabía que no era una princesa de nacimiento, pero ¿no conocía la decencia básica? ¿Acaso su padre la había criado como una salvaje?
Y aquí me ves, - la princesa se tocó el pecho protegido por su gambezon sucio y sudado - sin quejarme.
- ¡Maldita mocosa! ¡Llevas todo el rato quejándote!
Darklyn estalló en una carcajada ruidosa ante la burla de ser Corbray. Ser Addison permanecía callado y tenía una mirada agriada, no divertido con el chiste, aunque no parecía dirigirla a la princesa.
Quizás te enfrentan a Maegor para que entiendas el mensaje. - dijo sin contenerse, y eso silenció a todos. La falta de ruido se sentía extraña y premonitoria en la escasamente amueblada habitación.
¿Qué mensaje? - preguntaron a la vez dos voces diferentes.
Maegor genuinamente no entendía. Aenys sabía que su hermanito a veces se perdía los dobles sentidos. O casi siempre. Mantenerse alejado de la Corte, y de muchos niños de su edad para jugar durante la infancia, le había dejado eso como deficiencia. Estaba seguro que aquello era la causa. La princesa Orthyras por otro lado, parecía saber con exactitud lo que Aenys había querido decir. Solo que quería forzarlo a escupir las palabras en voz alta.
- Que este no es tu lugar.
A su respuesta, vio cómo caía la mandíbula de Ser Darklyn y como el maestro de armas de Rocadragón le fruncía el ceño. Addison lanzó en su dirección una mirada de molestia. Aenys miró a ver si había alguien detrás de él, pero no. ¿Acaso... ? ¿Acaso Addison estaba enfadado con lo que estaba diciendo? ¿Por qué? Estaba contando la verdad que vivían. No decía nada extraño. Aún así, la desaprobación en Ser Addison continuaba presente. Se retorció un poco en el lugar, pero no se detuvo.
Una dama no se entrena para la lucha. ¿Sabes por qué te enfrentan contra Maegor? - el otro hijo de su padre negaba repetidamente con su cabeza, el cabello de oro y plata de su familia resaltando bajo la escasa iluminación - Para que entiendas las diferencias que hay entre ambos y renuncies, sin que ellos tengan que despedirte. No pueden hacerlo porque eres una princesa y no pueden ir contra tu voluntad.
Estaba siendo demasiado directo, pero también estaba frustrado. Su padre lo obligaba a estar aquí y ella, que podía evitarlo, elegía este lugar conscientemente.
Príncipe Aenys, - Ser Gawen Corbray parecía despectivo - Me parece que se está excediendo con sus palabras. Especialmente cuando interrumpes una sesión que avanzaba bien mientras Su Alteza no estaba presente.
Le pareció oír mascullar un - Como debería haber estado - a Addison Colina, pero no podía estar seguro de que un caballero se atreviera a dirigirle esa falta de respeto. La irritación solo cobró más fuerza en su pecho. Él estaba tratando de quitarles una molestia de encima. Una que no le correspondía estar en este entre estas paredes, pero que se forzaba a estar aquí. Interrumpiendo. En vez de estar en otro lugar, como podría estar. Le daban lo que a Aenys le negaban y aún así, la chica hacía esta incomprensible elección.
Pues a mí parece inapropiado que la princesa - afirmó con con convicción - en vez de dedicarse a las tareas que le corresponden, estés aquí interrumpiendo a los instructores con su ineptitud. Me parece...
Pues a mi me parece que tu eres necio presuntuoso al que le falta mollera. - lo interrumpió Orthyras, de forma dura con su mal sonante lenguaje.
Aenys quedó atónito ante lo que dijo. Perplejo de que nadie, y menos lo que debería ser una dama educada, se dirigiera a él de ese modo. Jamás se le habían encarado de esa forma. Se quedó sin saber que decir, hasta que el insulto se le empezó a subir a la cabeza. ¿Cómo se atrevía a hablarle así? - ¡¿Cómo te atreves a hablarme de esa forma?! ¡¿Es que acaso no sabes quién soy?!
Un príncipe y por lo visto, también un idiota. - de alguna forma parecía que la princesa se sentía insultada cuando era él el agredido. Se señaló a si misma, embutida en la armadura acolchada - Crees que si estalla un enfrentamiento, ¿van a decirme que es inapropiado que una mujer luche? - resopló con sorna - No, no lo harán.
Maegor asintió ante esto como lo hizo Ser Corbray. Los dos Guardias Reales tardaron más, al parecer analizando lo dicho, solo para terminar dándole la razón. Sus asentimientos no tan enérgicos como los de su hermano, pero ahí estaban.
En caso de problemas, no importará que sea hombre o mujer. Me tratarán igual que te trataran a ti. - sujetó su espada falsa con aún más fuerza - Me dirán: ponte tu armadura, súbete a tu bestia y quema a esa gente. Y lo haré, porque en medio de una guerra nadie me dirá que soy solo una mujer. Soy una jinete de dragones y los jinetes de dragones luchan. - esta vez, los dos guardias asintieron junto a su hermano y el maestro de armas. No había duda de que pensaban que tenía razón.
Orthyras lo miró de arriba a abajo, escudriñándolo con evidente desdén - Y prefiero saber defenderme. Incluso si nunca tengo que usar una espada en mi puta vida, es mejor eso a no tener ni puta idea de que hacer si me atacan.
En caso de que te lleven a pelear, que lo dudo mucho, - continuó discutiendo. La sensación de no poder parar apoderándose de él - será encima de tu dragón. Por lo que solo tienes que aprender a volar bien para ello. La espada en ese caso será un desperdicio. Así que no veo la razón para aprenderla.
Orthyras lanzó una risa que por alguna razón inflamó su humillación. Tan fuerte se rió la dama, que tuvo que secarse las lágrimas con el dorso de la mano.
Por lo más sagrado, ¿cómo puedes ser tan ingenuo? - lo miró divertida - ¿Crees que pasarías una guerra entera encima de tu dragón? ¿Sin tocar nunca el piso? - la princesa volvió a reírse, para comentar - Cada vez que abres la boca suenas más estúpido e ingenuo. Así que hazme un favor y coge tus estúpidas ideas y regresalas al estúpido lugar de donde salieron.
Princesa Orthyras, ¡basta ya! - la orden de su maestro de armas la hizo retroceder, aunque lo hizo de forma lenta y metódica, sin nunca dejar de mirarlo de una forma que le dio escalofríos - Sepa bien que la reina se enterara de esto. - en esta ocasión, Aenys si la vio encogerse.
Bien, - bufó - al menos mi tía se dará cuenta de lo absurdo de esto y te prohibirá acudir más al patio.
La reina la castigara por su carencia de modales, príncipe Aenys. - lo corrigió Gawen de forma cortante - No por lo que quiso transmitir con sus palabras. No solo está en la mentalidad correcta, sino que la reina misma aprueba que este aquí.
¡Imposible! - enunció Aenys. Su tía practicaba con armas sí, pero ella era diferente. Sus años habían sido los de la Conquista y la necesidad la había llevado a aquello. ¿Por qué haría que una de sus nueras aprendiera sobre las mismas? Y rechazaba cualquier idea de un plan nefasto contra él. Su tía amaba a la familia sobre todas las cosas y Aenys sabía muy bien que lo veía como familia. El mismo Maegor se lo había dicho, y el pobre niño no podía decir una mentira ni para salvar su vida.
¿Imposible por qué? - preguntó el Bastardo de Maizal - La princesa tiene razón, - la miró con algo parecido a aceptación - las jinetes de dragón cumplen la misma función que los jinetes. No importa su sexo sino el dragón. - Maegor lo miró como si Addison estuviera compartiendo una sabiduría ancestral - Al final, ya sean hombres o mujeres, quemarán a sus enemigos igual.
Además, - Ser Corbray miró con demasiada firmeza al hijo mayor de Aegon - agradecería que Su Alteza dejara de intentar decirle que hacer a mi estudiante. Usted puede ser el príncipe heredero, pero en el patio de armas y bajo el techo de las salas de entrenamiento mandó yo. Y si no quisiera que ella no estuviera aquí, puede estar seguro que ella no estaría. - al menos no estaría en el tiempo que le tomaba a Visenya deshacerse de él. No era tan tonto para decirlo en voz alta, así como no era tan tonto para contrariar a la reina. Además, la mocosa impertinente le agradaba y no era la peor estudiante que le había tocado. Y eso que no contaba al joven mimado que tenía delante. Miró a Addison con lástima. Pobre bastardo. Le habían dado una tarea imposible.
Todos ustedes están locos. - la frase soltada por Aenys sorprendió a todos, incluido a quien la expresó, pero no lo detuvo - ¿Creen que servirá de algo enseñarle a usar armas a ella? Mi tía al menos luce más alta e impotente. - su presencia inspiraba respeto - Ella luce más bien como una enana flacucha. Nunca podría vencer a nadie.
La morena princesa apretó los labios y se disponía a lanzar su propia réplica cuando alguien más se le adelantó.
Con permiso. - Ser Gawen se interpuso entre Aenys y la princesa, aunque su postura era firme, había algo en sus ojos que hacía que Aenys sintiera la necesidad de desviar los suyos - Príncipe Aenys, cuestiona usted la presencia de la princesa, al mismo tiempo que comete la falta de estar ausente cuando es requerido.
Aenys de repente se sintió incómodo, muy incómodo, e incluso su hermano ante él actuaba como un reflejo de dicha incomodidad. Fue a justificarse pero fue detenido.
No me de otra escusa falsa. Eso es peor que simplemente decir que no quiere asistir. - su tono fue educado en todo momento, aún así, le recordó a Aenys el sonido de la fusta cuando sus profesores la descargaban sobre su compañero de castigo.
Nunca la había sentido en la carne, pero estaba seguro de que eran muy dolorosas las pocas veces que las vio aplicadas. La primera vez que fue consciente de ella fue en una de las raras ocasiones en las que se había portado mal de niño. Enseguida se arrepintió. Ver las rojas y feas marcas en su acompañante tras el castigo fue impactante. Incluso había llorado. Lo que había provocado que el mayor de su grupo, Jonos Arryn, se riera de él. Con el doble de su edad y ya un escudero, su sonrisa condescendiente se le había quedado grabada cuando le dijo que su maestro de letras no le pegaría, pero que no tendría tanta suerte con el maestro de armas. Aenys había temido la llamada a entrenar desde ese día. Al final, ningún maestro de armas le pegó jamás aparte de las prácticas, pero los golpes y empujones le provocaron aversión desde el primer momento. La misma aversión que le provocaban las palabras de Colina, que lo motivaban a querer irse.
Ser Addison se mantuvo estoico - Usted, Alteza, es partidario de creer que un jinete de dragón solo necesita volar, y critica por ello a alguien de estatus semejante y que comparte su estado de jinete de dragón. - señaló a la desarreglada princesa. Su pelo salvaje y erizado era una reminiscencia de su dragón lleno de espinas, Nixia, tendría que aprenderse su nombre - Mientras que la princesa posee una actitud más precavida y entrena con diligencia para su propia protección.
Corta la charla innecesaria, Colina. - dijo Gawen mientras se hurgaba el oído con fastidio - Esto es una sala de entrenamiento. No uno de esos salones fastuosos de modales corteses. Di lo que quieras decir y así continuamos donde lo dejamos.
Ser Addison suspiró profundo y se dirigió a Aenys - Usted dice que la princesa desperdicia el tiempo de su maestro. A su vez, Su Alteza falta de forma repetida e innecesaria a los suyos, y cree que entrenar con la espada es innecesario. - el desagrado no pudi ser ocultado en sus últimas palabras. Addison señaló el espacio mayormente vacío en la habitación, apenas el saco de prácticas colgando del techo y unas cuantas armas dispersas en las paredes - No sugeriré que se enfrente al príncipe Maegor. Su hermano tiene un talento que solo puede ser combatido con suficiente experiencia y habilidad, pero... ¿puede demostrarnos que puede superar a la princesa Orthyras? Ella sería un enemigo promedio, alguien sin verdadera instrucción. Demuestreme que puede vencerla.
Varios jadeos se escucharon de las diferentes personas en la habitación, incluido el mismo - No me atrevería jamás a alzar mi mano y golpear a una mujer. - dijo azorado. Él no podría ser el más fuerte de los hombres, observó sus brazos poco desarrollados en comparación con sus compañeros masculinos, pero podía superar a cualquier mujer. Y más a una pequeña y delgada.
Esta vez, Colina si pareció divertido - Oh, Alteza, créame. Eso le será bastante difícil. La princesa aquí es bastante escurridiza. - la morena muchacha se enderezó con una sonrisa.
Gracias. - Orthyras actuó como si fuera un halago. ¿Cómo podía ser una halago decir que te la pasabas huyendo? Eso era cobardía, ¿no? La esposa de su hermano no parecía creerlo así. Se encogió de hombros y dijo - Hagámoslo.
Maegor intervino. Aenys pensó que serviría como la voz de la razón. Estaba equivocado. No era que se opusiera a ver pelear a su esposa, sino que desestimaba las habilidades de su hermano. Su preocupación era que la torpeza de Aenys lastimara de alguna forma a su mujer. Sin reciprocidad hacia él. ¿Acaso su hermano pensaba tan mal de Aenys y tan bien de su Orthyras? La muchacha llevaba cuando mucho entrenando medio año y Aenys, aunque recién retomaba sus prácticas, había sido descrito como "decente" por sus maestros originales. No nació para ser un guerrero, pero todos sabían que no avergonzaría a su padre. Se estaba enfadando ligeramente.
Entonces, ¿qué dice, Su Alteza? - pregunto Addison mientras Darklyn negaba repetidamente con su cabeza, al menos alguien estaba claro de la mala idea que era esto - Estamos acá solos, - miró a su alrededor - así que si pierde nadie más lo sabrá. - ¿por qué su maestro asumía que iba a perder? Eso le picó en el orgullo. Aenys no era un prodigio pero podía ganarle a una niña flaca. Decir lo contrario era insultante.
Bien, - resopló antes de peinar sus rizos para atrás. Apenas habló, su hermano fue a buscar un gambezon apestoso para ponérselo. Hubiera dicho que no, pero quien sabe si la chica era capaz de conectar un golpe. Aenys prefería evitarse el dolor y además, su hermano mismo le estaba colocando la pieza, así que no quería ofenderlo. Le acarició el cabello y Maegor miró hacia él. Que hermano más servicial. ¿Cómo podía alguien llamarlo una amenaza para su trono?
Cuida tus piernas, Aenys. - aconsejó su hermanito - Y no bajes la guardia. Los ataques de mi mujer no son los mejores, pero lo seguirá intentando.
¡Oye! - del lado contrario del área imaginaria designada para la pelea, Orthyras se enojó - Se supone que yo soy tu esposa y la novata aquí. - se pegó dos veces en el pecho - Dame consejos.
Maegor se encaminó alegre hacia ella y Aenys negó con la cabeza. No sabía porque su hermano actuaba tan casual con ella, más tranquilo. De sus dos parejas, esta era la salvaje en sus maneras y no se veía muy confiable. Tenia una cara de meterse en problemas. Lo mejor para Maegor sería seguir manteniendo su respetable matrimonio con Ceryse. Pero bueno, había terminada casado con dos mujeres, por contrario que fuera esto a la Fé, y aunque actuaba más familiar con esta consorte, todos sabían cual era la favorita de sus dos cónyuges.
Empieza a calentar, niño. - ladró Ser Corbray a su lado. Aenys tardó un momento en darse cuenta que era con él - Tienes los músculos fríos y no quiero escusas como que te dio un calambre durante la pelea. - apenas pudo farfullar algo sin sentido cuando Gawen siguió - Tenga en cuenta, Alteza, que yo entrenó guerreros primero y príncipes después. Y mi estudiante no solo comparte un estatus semejante, sino que a diferencia de lo que está acostumbrado, no dudará en partirle la espada en el lomo si le da la oportunidad.
Y diciendo eso se marcho, dejándolo estupefacto. ¿Le estaban advirtiendo que una mujer, y principiante además, le iba a dar una paliza? Tuvo que sacudirse. Sabía que no era el mejor peleador, ni siquiera uno bueno, pero esta absoluta confianza de los maestros en que perdería era denigrante.
Por su lado, Orthyras saltaba en el lugar mientras escuchaba atenta lo que le decía su esposo. Bueno, al menos eso hacía bien como mujer. Aunque no entendía los saltos. Quizas era parte de su naturaleza defectuosa. Demasiada energía tenía la chica para saber mantener un porte regio. Bueno, mejor no alargar esto. Puede que si ganara lo dejarán tomarse un tiempo fuera de los entrenamientos por herir los sentimientos de la princesa. Aunque no le gustaba la idea de lastimar a una chica, sería bueno no estar obligado a acudir a las prácticas por un rato.
Vamos, vamos. - dijo con mejor humor y estableció su postura de guardia. Las piernas firmes y el cuerpo ladeado. Vio a su hermano asentir por su pose y supo que lo había hecho bien - Lamentó lo que está a punto de pasar princesa, pero es inevitable.
Oh, - ella sonrió como una salvaje - estoy muy segura de que lo vas a lamentar.
Pese a su confianza, sus movimientos fueron nerviosos. Su guardia no era completa y sus ojos eran incapaces de detenerse sobre él por entero. ¿Qué le pasaba? ¿Tenía miedo? Aenys no la conocía pero no lo creía. Aún así, no se movió, pensando que era justo darle la ventaja del primer ataque. La chica fue a hacer su movimiento inicial, una estocada muy básica a un lado, solo para de pronto lanzar una finta del otro. De no ser porque Aenys había aprendido bien sus posturas, lo habría atravesado. Y así como avanzo hacia adelante, retrocedió. ¿Qué fue eso? La novia de su hermano bailaba sobre sus pies, sin poder quedarse quieta.
Deja de jugar y pelea. - exigió.
Ella solo respondió con un - ¡Eso hago! - y lo intentó de nuevo. Esta vez intercambiaron tres golpes. Sus ataques y defensas eran atroces, pero cuando Aenys pensaba que la tenía, se escabulló. Un saltó hacia un lado y luego dos hacia atrás, manteniéndose fuera de su alcance.
- ¡Deja de moverte! ¡¿No ves que no puedo darte?!
¡Sí! - le hizo una mueca - ¡Ese es el punto de esquivar!
- ¡Así no se pelean los duelos! ¡Lucha de verdad!
Lamento informarte, principito, - el apodo le irritó en demasía - pero estamos luchando de verdad. Lo demás es cuento.
¡No es cuento! - la muchacha fingió otro ataque e intentó deslizarse en dirección contraria. Si no fuera por sus malas estocadas Aenys lo estaría pasando peor - ¡Hay una forma educada de pelear!
Pfff, tonterías. - afirmó ella moviéndose a su alrededor y obligándolo a seguirla o sino, caería ante un ataque a traición - Educado y pelea no van en la misma oración. ¡Jamás!
Aenys trató de usar su emoción para ejecutar su ataque. Un golpe lateral con bastante impulso. Su contrincante no solo no lo paró, sino que lo esquivó con un salto, la madera silbando mientras cortaba el aire del espacio antes ocupado. Ella seguía girando a su alrededor, como una molesta criatura buscando una debilidad y forzándolo a girar sobre sus talones y perseguirla.
¡¿No puedes quedarte quieta?! - tuvo que preguntar después de que la chica tratara otro de sus veloces, pero demasiado sencillos, ataques. Se estaba cansando de esto, el problema era que no conseguía pegarle - ¡Por los Siete! ¡Así no es como se supone que es un duelo! - Era exasperante, y molesto, lo estaba cansando tanto movimiento. Ella lo rodeaba y se lanzaba, y repetía. Aenys hacía un rato que ya no salía a buscarla, y aún así, el agotado parecía ser él. La respiración de ella era calmada tras todo el esfuerzo mientras la suya comenzaba a ser audible.
¡¡¡Basta ya de jugar, malditos mocosos!!! - el grito que atravesó el cuarto casi hace que Aenys soltara el arma de madera del susto. Para su suerte, la princesa no aprovechó esto, sino que igual de sorprendida que Aenys, reaccionó al regaño de Ser Corbray. Solo que en lugar de asustarse, retrocedió con celeridad, poniendo a Aenys y al emisor del grito en su campo de visión e inclinándose para recibir una carga - ¡Empiecen a pelear de verdad!
Aenys, - Ser Addison sonó castigador - sujeta bien esa arma. Soltar tu espada en medio del combate es más que un error, es una vergüenza digna de un novato. Espero algo mejor. - Aenys se estremeció mientras Ser Darklyn felicitaba a Orthyras por su reacción. Al parecer, aunque sus ataques no estaban pulidos, ni eran decentes pensó, su instinto de mantener a Aenys y lo que consideró una nueva amenaza a raya mientras se distanciaba de ambos era algo muy útil en el campo de batalla.
Si solo no fueras manca, mocosa. - le discutió Ser Gawen, negando con fuerza - Cuando termines aquí te haré repetir hasta que caigas de cansancio los juegos de la espada
Aenys se carcajeó ante la mirada desolada de la princesa, que parecía muy segura de que dicho castigo sería cumplido.
No entiendo de que se ríe, príncipe Aenys. - mencionó Gawen. Su mirada escrutándolo como si hubiera visto un fallo garrafal en él antes de volver su atención a su alumna - La princesa lleva solo seis lunas practicando. Y si ella parece manca, usted luce como un cojo. Estático y enraizado. ¿Cuál es su escusa?
No supo que decir, y en ese momento Maegor clamó - ¡Dale con todo, mujer!
Ortiga se inclinó aún más y Aenys se preparó para el asalto. No tardo en llegar. De nuevo, fue su experiencia la que lo salvaba. Ella golpeaba una y otra vez y él conseguía detener sus ataques, pero ya no podía contraatacar. Le faltaba tiempo, y la movilidad de la chica contrarrestaba su ventaja, una técnica aceptable en comparación con ella. Su acoso continuó. La fuerza de Aenys no le servía de nada si no podía golpearla, y pese a todo el jaleo, el agotado empezaba a ser él. Ya sentía el sudor corriendo le por la espalda mientras ella lo obligaba a retroceder. Las fintas y estocadas de la princesa seguían siendo sencillas, pero habían tomado un cariz más agresivo. En cierto punto ambos se pegaron y ella le dio un empujón. Ante las quejas de Aenys fue silenciado por los hombres en la sala. Los empujones eran parte de un combate, aunque a él le parecieran indignos de un duelo.
Ella siguió empujándole. Retrocedía con celeridad y volvía a la carga,evitando que Aenys pudiera hacer algo más que lucir como un monigote. De repente sintió algo tocando su espada, cuando giró para ver que era, el saco de entrenamiento colgado, se dio cuenta de su error. La princesa había aprovechado su distracción y cargo en un arco contra las piernas del príncipe heredero. Dicha estrategia fue tan efectiva como poco ética. Ningún caballero al usaría jamás, era algo que esperaba de personas más ruines y bajas. Quizás un soldado raso o un maleante. No había forma de detener la caída. No había terminado de golpear el suelo de madera, cuando la princesa ya tenía la punta de su arma apuntando a su cuello.
Yo gané. - dijo con esa fea sonrisa torcida. Si él fuera ella, pensó con resentimiento, no se atrevería a sonreír.
Hiciste trampa. - escupió en el silencio que le siguió - Usaste las cosas del cuarto para vencerme, como no podías hacerlo por ti misma.
Como debería hacer. - dijo su hermano acercándose e inclinándose sobre él. Aenys no fue capaz de replicar nada, pues lo agarró con sus dos manos por debajo de las axilas y lo puso en pie de un tirón. Se quedó tambaleándose y Maegor lo sujetó. Fue cuando se dio cuenta de que su hermano menor, a punto de cumplir diez y cuatro años, ya media lo mismo que él, un hombre adulto. También lo había levantado como si pesara la mismo que un juguete de paja. Era su hermano pequeño y aunque sabía que lo superaba en fuerza, no había esperado esto. ¿Cuándo lo había alcanzado en altura? Sabía que lo superaría en complexión, que se asemejaba más a la robusta de si padre, pero... Si Maegor seguía creciendo, como probablemente haría, pronto lo dejaría muy atrás. Dejándolo inferior a él en tamaño. Su medio hermano se dirigió entonces a su esposa y le puso una mano en el hombro - Buen uso de tu agilidad, mujer, estoy orgulloso.
La princesa se veía erguida, contenta, como si hubiera alcanzado algún logro.
¿Cómo puedes decir eso? - preguntó frustrado y con el ego herido - Es trampa. - volvió a señalar - Convirtió un combate en, en... que se yo, una pelea callejera. Ella actuó como poco más que un rufián. - dijo recordando como su hermano había estado tan contento de llamarla así. Lo que antes fue un elogio ahora pareció confundirlo. Maegor notaba que era una ofensa, o quizás que no era algo tan bueno como pensaba originalmente.
Príncipe Aenys, le sugiero que contenga sus palabras y no quede peor. - ¿quedar peor? Aenys abrió la boca pero no supo que decir. ¿Quedar peor? - Un caballero debe estar consciente de su campo de batalla. Nadie dirá que el enemigo le hizo trampa si usted tropieza y aprovechan para degollarlo. Un combate real no es un ritual a ser ejecutado paso por paso, como la mocosa aquí te acaba de demostrar.
Ustedes están locos. - dijo más que enfadado, deteniendo a cada persona en el cuarto - Ella actúa como una salvaje - señaló con el dedo a la no tan agotada princesa - y ustedes la animan a pensar que hizo lo correcto. Olvídense de que yo siga entrenado. Le diré a mi padre que me cambie de instructor. - miró con desprecio a Addison Colina - Uno que sea un verdadero noble. - resopló - ¿Qué se puede esperar de un bastardo?
Cuando se marchó de la habitación. Nadie intentó detenerle.
Addison... - Ser Darklyn lucía preocupado, mientras su compañero negaba con la cabeza.
Deja que se queje. ¿Qué me importa? - aunque el insulto había golpeado demasiado cerca de donde dolía. Tantos años en la Guardia Real, en una posición de orgullo, que había olvidado como lo veían muchos - Con suerte su padre, el rey, le cumplirá el capricho sin despedirme de alguna forma, y yo me desharé de ese lastre. ¡No me mires así, Darklyn! Tú y Gawen pueden estar orgullosos de sus estudiantes, después de todo están trabajando con mármol y con acero, mientras yo estoy atrapado intentando sacar algo decente del barro. - se rió sin ninguna diversión - Solo que el barro no coopera. - se cubrió con una mano los ojos - Es haragán y perezoso y quiere que todo se lo pongan en las manos. Aegon me dio una tarea imposible. Si soy afortunado, me la quitará. Pobre del siguiente que le toque.
No hubo contestación a su comentario, solo murmullos quedados dentro de la habitación, ¿y afuera?
Tras la puerta de entrada, el príncipe heredero Aenys Targaryen se había detenido a recuperar el aliento que le faltaba. Las palabras que escuchó fueron ofensivas, pero dolieron de forma profunda porque se sentían demasiado cerca de la verdad. Él no era fuerte, ni estaba destinado a ser un caballero, por lo que odiaba cada momento que tenía que desperdiciarlo en estas actividades. Eran burdas y toscas y no le gustaban para nada, pensó con dolor mientras su guardia de los Capas Blancas mantenía su distancia. Miró el manto que lo cubría y quiso burlarse. ¿Por qué alguien estaría orgulloso de entrenar a un matón? Había cientos de ese tipo y solo unos pocos en el mundo que buscaban la belleza. No. Él no era eso que Colina lo había llamado, solo tenía intereses superiores. Él no era simple barro, era de un material más fino, pero ¿qué podía saber un hombre que había crecido entre el lodo? Por ello le diría a su padre que le consiguiera otro profesor, uno más educado y refinado. No un bastardo que se creía más de lo que era y que pensaba que una princesa tenía lugar en el campo de batalla. Pensó bien lo que le diría a su padre, tejiendo sus palabras como un poema. No se podía quejar de lo que había dicho Addison, después de todo, el monarca no había estado complacido de verlo faltar a las prácticas y podría ser contraproducente. Necesitaba crear una historia más bonita, algo que convenciera a su padre y le diera más libertad a Aenys. Debía pensarlo bien, pero ya se sentía más confiado. Si en algo triunfaba, se dijo con zalamera satisfacción, fue en el mundo de los modales educados y las palabras corteses. Solo necesitaba usar bien su lengua de oro y podría volver a su cómoda vida. Festines y fiestas, donde él pudiera brillar y disfrutar de su juventud. Que la responsabilidad y las batallas se las dieran a alguien más.