Un ritual tejido en las sombras
8 de noviembre de 2025, 11:27
Lo peor de nacer dama no era tener que usar vestidos incómodos, o los rituales que tenías que seguir para hacer destacar tu belleza. Esas eran nimiedades. Lo peor era tener que mantener todo el tiempo la imagen de perfección, incluso cuando solo querías maldecir a todos los que te rodeaban, pensó Alyssa mientras contenía las lágrimas.
Desde el momento en que llegó a esta condenada isla debió imaginar que las cosas le saldrían mal. Esta no era la verde y exuberante Marcaderiva, donde la vida y el comercio prosperaban, sino la gris y ominosa Rocadragón. ¿Cómo podían dos cuerpos insulares tan cercanos ser tan diferentes? Dura, agresiva, de acantilados escarpados y rocas negras, el paisaje del Feudo Targaryen contrastaba en demasía con su cercano hogar paterno. Sus vientos cortantes le debieron servir de mal agüero para Alyssa. Ser recibida por Visenya Targaryen fue la primera advertencia, y que esta no se marchara inmediatamente fue la segunda. Antes, por lo general, no había tenido que lidiar con la vieja bruja. Aegon había sabido mantenerla en su lugar, distante y aislada. Hasta este maldito año.
Antes de todo este desastre, Alyssa tenía un esposo que la mimaba y una madre distanciada, era imposible ser más feliz. Bueno, tal vez lo sería si ya tuviera un heredero varón en brazos en vez de una hija. El sexo de su bebé significó una serie de problemas tras de otros, que culminó con la esposa menos favorecida de Aegon encontrando a un espinoso dragón con una erizada dama encima. Si es que se le podía llamar dama en algún momento. Las cosas se torcieron al punto que la moza ahora tenía el rango de princesa, y era Alyssa quien tenía que inclinarse ante ella. Al menos hasta que su esposo heredara el trono.
Desde el día en que la morena bastarda, y Alyssa seguía creyendo que era poco más que eso, recibió su título, solo había recibido humillaciones. La primera fue en la boda de su hermano político. Solo de llamarlo así le daba revoltura en el estómago, pensó mientras respiraba profundo. Regañada por tratar de superar en vestimenta a la novia. Bueno, a una de las novias. Le siguió una serie de tropiezos que la habían arrinconado y llevado hasta aquí. Teniendo que aceptar los consejos de su madre, que se sentían más como menosprecios velados que otra cosa.
Con el traslado de la Corte en Rocadragón todos prepararon sus mejores galas. Nadie podía criticarla por intentar destacar. Ni siquiera su madre. Había estado equivocada, en tantos sentidos. Intentar era la palabra clave. El vestido de Alyssa, cubierto de uno de los materiales más delicados y etéreos que se podían encontrar en Poniente, había sido ignorado a favor de una maldita armadura de piedras semipreciosas y terciopelo. Se suponía que sería su momento triunfo, y una condenada vieja de más de medio siglo se había llevado toda la admiración. Las conversaciones, los murmullos, los chismes, todos corrían sobre la reina Visenya y su vestido de guerra. Las críticas de su madre tampoco se quedaron atrás.
Alarra Massey nunca perdía la oportunidad de restregarle en la cara cuando fallaba, y recordarle en cada ocasión cuán inferior era. Siempre tenía que competir con el fantasma de una hermana fallecida, que a estas alturas se sentía más como deidad que como ser humano. La frase favorita de su madre siempre era: No debiste hacer eso, mi Ethelyna...
Sí, el precio de su vestido había sido alto, y si, sus finanzas en los últimos tiempos no habían sido estables. Su madre había estado en contra de desperdiciar tanta moneda en una prenda. Alyssa la había ignorado. La gloria de los hombres era el campo de batalla, y la de las mujeres los salones de baile. Allí era donde ella debía brillar, pero no lo hizo. En cambio fue opacada. Moneda gastada en nada cuando, según su madre, le convenía ser frugal. ¡Frugal! ¡¿Cómo se atrevía a decirle tal palabra?! ¡¡¡Ella era la siguiente reina!!! Ser frugal estaba destinado a damas de Casas más pobres. No era su culpa que alguien se hubiera equivocado con el presupuesto de su esposo. Tampoco era que, pese a que el error fue corregido, no le hubieran devuelto a su marido el oro faltante. Que Aenys no se hubiera plantado firme a exigir la moneda que le correspondía también la irritaba. De haberlo hecho, no tendría una pequeña deuda y uno que otro pagos atrasados. Cosas que empezaban a afectarla. Comerciantes antes felices de venderle, ahora dudaban. Artesanos que le lanzaban miradas de reojo. La contabilidad de su marido para mantener su Casa se tambaleaba un poco.
La brillante solución de su madre era reducir gastos, a lo que Alyssa se resistía con uñas y con dientes. Ella y su marido tenían una imagen que mantener. Disminuir su nivel sería algo que el maltratado orgullo de Alyssa no soportaría. Le habían quitado su derecho a ser el centro de atención de la Corte, robado ante sus narices una y otra vez, y ¿ahora quería que ahorrara? Para empeorar la situación había siete nuevas y bastante costosas, tenía que decirlo, damas de compañía. Damas de Grandes Casas, o lo más semejante, que esperaban ser tratadas de acuerdo a su nivel, servidas y entretenidas.
Las observó mientras cumplían sus funciones, o fingían hacerlo. Compartían ideas y planes para hacer ameno el próximo festejo que Alyssa tenía que organizar. Algunas activas, algunas indolentes. La gorda y provinciana lady Tully recostada en un diván, mirando a todos mientras se zampaba una fuente de pescado de mar bañado en mantequilla. No contenta con ello, se quejaba de la diferencia de sabor con respecto a las truchas. El marcado olor le dio ganas de vomitar. Un sudor frío se deslizó por su piel mientras más tiempo estaba expuesta al desagradable plato. Cecilia Tully parecía tener tan mal gusto para la comida como con la ropa, se dijo mirando su vestido de un rosa chillón. El color siendo una abominación acrecentada por su cabellera rojiza. El resto de las damas estaba más o menos bien. Orgullosas algunas, modestas otras, ninguna traspasaba su lugar en la jerarquía.
Reunirlas fue un movimiento político astuto, tenía que admitirlo. Ladys de siete reinos para hacerle compañía a la futura reina de todos ellos. Contaba además con el beneficio de ver a mujeres que en muchos casos estaban destinadas a ser princesas, postradas ante ella. La sensación de superioridad que le daban aliviaba en algo su resentimiento. Pero todo lo que tenía que gastar en su mantenimiento la molestaba. Moneda que hubiera preferido destinar a ella misma. Alyssa tembló en su posición, tratando que dichas damas no lo notaran. Por suerte, estaban demasiado ocupadas con los preparativos para notarla. ¡Maldita sea! Sabía que estaban haciendo algo para ella, y sabía que le convenía que nadie supiera de su guerra interna, pero ¡eran sus damas de compañía! ¡Se suponía que debían prestarle toda su atención a Alyssa! Para eso estaban aquí, para servirle, no para distraerse con otras cosas. Alyssa debería ser, ante todo, su prioridad principal.
Mantuvo su sonrisa inocente, su mejor rasgo según su madre, y su postura serena, mientras seguía repartiendo órdenes a los sirvientes. Al menos había atrapado un jugoso rumor.
Supuestamente, había un número importante de siervos en Rocadragón que no estaban muy contentos con Ceryse. Por un lado, era abiertamente crítica con como se organizaban los aposentos del rey. La comodidad del monarca en su hogar ancestral era un mérito que estas personas se adjudicaba y Ceryse lo había destrozado con correcciones en vez de sugerencias. El personal ahora tenía razones para odiar a una de sus enemigas, y para adorar a la otra. El disgusto volvió.
La princesa Orthyras se las había arreglado para oponerse a Ceryse, mientras ganaba la lealtad de los linajes antiguos de sirvientes. La Hightower y su pugna religiosa habían alienado a todos aquellos que tenían un vestigio de respeto por las viejas religiones. Tonta. Esto no era Antigua. Incluso en Marcaderiva quedaban algunos de ellos. Su misma madre fue advertida en contra de perseguirlos por cuando se casó con los Velaryon. No es que lo hiciera. La lealtad guardada por generaciones era algo con lo que no se jugaba. Pero bueno, si lady Hightower quería hundirse aferrada a sus creencias, mejor. Si los siervos de su propio Feudo la resentían, sería un apoyo menos que tendría y le facilitaría a Alyssa la labor de desbancarla de su muy elevado pedestal.
Alyssa tomó aire profundamente mientras contemplaba los resultados de sus esfuerzos. La habitación estaba casi preparada y pronto tendría que pensar en la comida que serviría y darle las indicaciones a los cocineros. Con suerte, no le clavarían un cuchillo en la espalda como lo había hecho su marido.
Nunca esperó que la traición definitiva viniera de su lado. Su hermoso y gentil esposo, en vez de consolarla a ella por la humillación que todavía ardía en su pecho tras el festín, vivía preocupado por las palabras que le dirigió su padre a su tía. ¿Qué tenían de malo? Visenya le había arruinado la noche a Alyssa, era justo que Aegon le arruinara la noche a Visenya. Pero no. Su querido Aenys se sentía mal por las palabras que le dedicó el Conquistador a su tía. El dolor de Alyssa invisible para él.
Unos días atrás Aenys había aparecido alterado y enojado, un estado tan inusual en su marido que la preocupó. No sabía que lo había motivado, pero su marido quería abandonar por completo sus entrenamientos, a pesar de que ese mismo día el soberano de los siete reinos lo había presionado para continuarlos. Aenys había caminado en el lugar, buscando una excusa tras otra para oponerse a los designios de su padre. Lo que era malo, pensó Alyssa mientras se sacudía el polvo de su vestido que sabía que no estaba ahí. Muy malo. Incluso para su hijo favorito. Nadie en su sano juicio le llevaba la contraria a Aegon el Dragón sin un motivo de verdadero peso.
Ella, como su mejor consejera, le había dado una solución. Su tío Corlys era el Comandante de la Guardia Real, mejor instructor que cualquier otro que le asignaran y nunca dañaría a su esposo o a su posición como heredero. Que se convirtiera en maestro de armas sería una doble ganancia. El príncipe Maegor Targaryen podía tener a un Guardia Real como maestro, el príncipe heredero tenía al mismísimo Lord Comandante. A su vez, era otra posición en la que la Casa Velaryon podía atrincherarse, más influencia con el futuro rey. Era un plan impecable. Aenys, emocionado, la había alzado en brazos y besado ¿Y qué había hecho Aenys para pagarle?
Le había encargado a Alyssa organizar una reunión para agasajar a la reina, una que ocurriera antes de la próxima gran celebración, completamente dedicada a ella. Para mostrarle el aprecio de su familia y para que Alyssa aprendiera de su tía como ser una adecuada soberana. La bilis le subió a la garganta solo de pensar en imitar a Visenya. Esa mujer era un vejestorio, un recuerdo de un pasado necesario pero violento. La perfecta representación de un matrimonio fallido. ¿Por qué, en nombre de los Siete, Alyssa quería ser como ella? En todo caso intentaría ser lo contrario. La idea de imitarla encendía una rabia sin nombre en su pecho. ¿En qué estaba pensando Aenys? Ella luchaba por ambos, por recaudar poder e influencia, para que nadie osara intentar usurpar su derecho al trono, y ¿qué hacía él? Distraerse por como se sentían sus enemigos.
De un momento a otro, mientras trataba de calmarse, el dolor tras sus costillas regresó. Ella era para su pareja una confidente y un refugio seguro, y él priorizaba la "armonía familiar" sobre su felicidad. Obligaría a Alyssa a rendirle tributo a esa despreciable mujer, aunque, si lo pensaba bien, dudaba que asistiera. La hermana mayor del rey se libraría de acudir con cualquier excusa barata y ella lo aceptaría con una sonrisa en la boca. Mientras más cabeza le metía a la situación, mejor le parecía. Visenya no vendría, pero le daría el motivo perfecto para realizar una fiesta y a su vez tender una trampa. Después de todo, su esposo le había aconsejado invitar a una sola de las esposas de su queridísimo cuñado, pensó con placer. No sabía que le había hecho, pero Aenys prefería que excluyera a la princesa Orthyras, a quien llamó una mala influencia para su hermano. Se refirió a ella como una tosca traicionera, para ser más exactos. Alyssa se burló, esos dos estaban hechos el uno para el otro, pero a su esposo se le había metido en la cabecita que la remilgada Ceryse Hightower era la pareja ideal de su hermano. Que tendría que guiarlo, como si hermano mayor, hacia la mujer que más le convenía. Alyssa quiso poner los ojos en blanco, pero decidió seguir su cometido. Excluiría a la princesa, de la forma más diplomáticamente posible por supuesto.
Así como así, el sabor amargo de su garganta desapareció y la sonrisa en su boca se transformó en genuina. Lady Alice, que en esos momentos se dirigía a ella, se sonrojó creyéndose la receptora de dicho gesto. Lo que solo la hizo sentirse mejor. Hasta una dama de tan alta alcurnia como una Arryn se quedaba prendada de su belleza. Sí. El día de Alyssa mejoraba considerablemente mientras tejía su plan.
La esposa de menor estatus de Maegor, aquella que se había atrevido a robarle su posición como la gobernante de Fuerte Aegon, se encontraba a la defensiva. Presionada para ser la líder que mantuviera la comodidad del rey en un lugar en el que empezaba a ser despreciada. Arrinconarla en la fiesta privada que organizaba para dentro de unos días sería bastante fácil. Rodeada de las damas de Alyssa y sin apoyo real, le recordaría su lugar. Ella era apenas una de las esposas de un príncipe segundario. Nada más y nada menos, y no importa lo que hiciera, eso no cambiaría. En la fiesta también podría evaluar como se portaban sus acompañantes. Comprobar hasta donde estaban dispuestas a llegar por complacerla.
Después de todo, si le convenía organizar este convite, sabiendo que la invitada central y aparecería y Alyssa tendría rienda suelta para actuar. Con su ánimo levantado, decidió organizar con verdadero ahínco la reunión donde Ceryse Hightower tendría un puesto muy especial. Ya se lo había dicho su madre, no eran los grandes gestos, eran los pequeños desaires...
Así, entre órdenes y mandatos que le dedicaba a los sirvientes a su disposición, Alyssa tarareaba una de sus melodías favoritas.
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Tras unos días oscuros, el sol al fin se alzaba sobre cielos despejados. La tarde era cálida y pacífica, y realizar un vuelo sería un verdadero placer. En fin, las condiciones ideales para escapar del abarrotado castillo. Después de estar atrapado allí entre tantos nobles, podría finalmente escapar de la opresión de la Corte, con un motivo más que válido. La reina Visenya y la princesa Orthyras querían visitar a sus bestias, y Maegor, por supuesto, las acompañaría.
Podía no tener un dragón, pero Maegor los amaba, los admiraba y genuinamente los adoraba. Escapar de un millar de ojos escrutadores para pasar un momento satisfactorio con su familia, y los animales que eran el mayor orgullo de su linaje, le parecía una solución llena de beneficios.
Es por ello que estaban aquí en los establos, a punto de partir. Todos con sus monturas listas y preparadas. Sus fajas con sujeciones bien ceñidas sobre su ropa de montar. La yegua oscura de su madre siendo tan temperamental como siempre, en comparación con su tranquilo castrado bayo. Ortiga intentando mimar a los animales con unas golosinas que "tomó prestadas" de las cocinas especialmente para ellos. Excepto su esposa, todos estaban sobre los lomos de sus caballos cuando de la nada se presentó Aenys.
- Oh, Maegor, tía. ¡Que bueno encontrarlos aquí!
¿Vas a pasear en tu dragón, sobrino? - preguntó su madre con genuino deleite. Que su hermano mantuviera una conexión cercana con su dragona era algo que aprobaba con fuerza.
Ante sus palabras, Maegor no se perdió que Aenys no tenía solo puesta su ropa para cabalgar, sino que tenía un grueso cinto con anillos metálicos para las agarraderas. Por una vez, se dio cuenta, estaba usando los colores Targaryen. Al menos en su mayor parte. Una túnica roja con detalles en dorado, calzas negras y su cinturón de color violeta oscuro - ¿Quieres unírtenos? - preguntó. Los Targaryen debían mantenerse cerca, y Aenys era su sangre. Volar con él sería divertido.
De hecho, sí. - asintió con su cabeza - Lady Ceryse me comentó que sueles salir a pasear a esta hora con buen tiempo.
La mención de su otra esposa hizo que la sonrisa de bienvenida de su madre se volviera más dura, pero no desapareció. Ignorante de todo esto, su hermano mayor continuó:
Lady Ceryse está muy atenta a tus necesidades y a aquello que pareces disfrutar, como son los paseos entre las nubes. - se escuchó como le ponía énfasis a la preocupación de su esposa sobre él - Y por ello, pensé en pasar unos momentos con ustedes.
¿Así que su aparición no había sido casualidad? Que él estuviera por aquí no era extraño, después de todo, era conocida la afición del príncipe heredero por la equitación. Pero al parecer, su hermano mayor había buscado el encuentro. Bueno, a él no le importaba. Su hermano podía ser muy suave, pero no era mala persona.
Por supuesto que puedes hacerlo, Aenys. - su madre no dudó en responder - Siempre hay lugar entre nosotros para un miembro de la familia.
Gracias tía, y no se preocupe. - Aenys señaló más adentro de las caballerizas - Mande a preparar mi caballo de antemano. - se rascó con algo de vergüenza la parte posterior - Espero que no piensen que me estaba imponiendo. O que hice suposiciones.
Mientras su hermano hablaba, Ortiga subió a su montura tras él con una agilidad envidiable. Su castrado, perfectamente entrenado y en extremo fuerte, ni siquiera se sacudió.
¿La princesa monta de nuevo detrás de ti en la silla? - la pregunta fue dirigida a Maegor. La sonrisa de Aenys mientras inquiría sobre la situación era la amable de siempre, pero había algo en sus ojos que no le gustó cuando miró a su esposa en su espalda - Eso es bastante... extravagante.
Mi esposa no tiene su propio caballo. - eso era una verdad indiscutible, como lo que diría a continuación - Y para ella no bastaría cualquier equino. Necesita uno de los criados de Rocadragon, amaestrados y condicionados para no temer a los dragones. Mientras tanto, monta conmigo.
Eso suena como un problema que debería ser solucionado. - Aenys lucía pensativo mientras decía esto.
Y lo será. - afirmó su madre sin atisbo de duda, solo que no dijo cuando sería solucionado.
En lo que conversaban, la montura elegida de Aenys fue sacada fuera de su recinto por un mozo de cuadras. Ortiga dejó escapar un grito de admiración cuando vio al animal. Su pelaje era una mezcla salpicada de rojizo y blanco, dándole un color rosado diluido por el humo, aunque sus crines eran de un castaño oscuro más parejo. Montado sobre él, no se podía negar que dueño y bestia combinaban, ya que ambos tenían un aire sofisticado y grácil.
¿Es este el rosillo que te regaló tu padre? - preguntó Visenya. Ante el asentimiento de su hermano, solo dijo - Es hermoso. Veamos que tan bien reacciona a un dragones más grande que tú Azogue.
Olvida mi tía, - el brillo en sus ojos fue pícaro - que el mayor dragón del mundo es el de mi padre, y yo siempre estoy cerca de él.
Su madre se rió derrotada, aunque en el pecho de Maegor, detrás de su esternón, algo dolió. Incluso con el nuevo acercamiento que había tenido con su padre, este nunca lo había llevado con Balerion. Y viendo cómo actuaba con ellos en los últimos tiempos, estaba seguro de que volvería a ser ignorado y dejado de lado. Él en ocasiones no captaba las cosas, pero no era estúpido. Aunque el rey trataba de mantener a Maegor más cerca que antes, su heredero tenía prioridad en las grandes cosas. Y preferencia absoluta en las pequeñas, donde él no parecía contar. A veces temía ser codicioso pero, aparte de las cosas relacionadas con la corona que descansaría sobre la cabeza de Aenys, no entendía porque siempre era su hermano el que recibía todo el amor sin exigencias de su padre.
No. Era normal, pensó. Aenys había sido no solo el siguiente en la línea de sucesión, sino que creció a su lado. Había un vínculo más fuerte, y por lo tanto, un lazo más grande. No quieras lo que le pertenece a Aenys. No sueñes con apropiarse con algo que no es tuyo. Él se había propuesto no convertirse en el otro Maegor, y desear lo que no le correspondía podía llevarlo allí. Tendría que conformarse con su madre y su esposa, que al final, eran premios. Quizás Balerion fuera el más grande, pero un día sería suyo. Mientras tanto en su lado de la familia, en la siguiente generación, estaba la bestia de Ortiga: Nixia. Quizás no era la criatura más bella, pero superaba por mucho en potencia a la gentil Azogue. La dragona blanca de su hermano no podía competir en fuerza con la montura, y con dicha comparación se podía conformar.
Entonces no demoremos más y partamos. - ordenó su madre, encabezando el grupo.
La comitiva era ahora de un número mayor al esperado, siendo agregado a esta Aenys y el Capa Blanca que lo acompañaba. Aún con los nuevos integrantes, no preveía problemas, siempre que el Guardia Real se mantuviera lejos de los dragones. Las monturas de los protectores de la familia real eran caballos de buena alzada, elegidos por su temperamento calmado y valiente, pero nunca podrían compararse con la línea criada únicamente con el fin de cubrir las necesidades Targaryen. Caballos no solo finos, o que aceptaran tranquilos la presencia de los gigantescos depredadores de su Casa, sino animales entrenados para una cercanía mayor y total indiferencia. Estaba metido en estos pensamientos cuando la vio aparecer, justo antes de que abandonaran las murallas del castillo.
Se puso rígido en el momento. Cosa que Ortiga, detrás de él, notó de inmediato. Se inclinó hacia un lado para ver, pues en las últimas seis lunas Maegor había pegado un estirón que le impedía mirar por encima de su hombro - Oh, Ceryse. Buenos días. - el tono de su amiga fue amable mientras preguntaba - ¿Estas dando tu propio paseo?
La imagen era una repetición de la vez anterior, cuando su esposa Hightower trató de insertarse en su escapada. Las diferencias mínimas. El palafrén de Ceryse era el mismo, el magnífico caballo gris moteado. Maegor tenía que admitirse que el tordillo era imponente. Solo que esta vez, el traje de montar de Ceryse era un poco revelador. Lo que era una pésima idea. Un trote medianamente fuerte y sus tetas saltarían fuera del vestido. La mala elección de vestuario estaba complementada por un diminuto sombrero, el cual le parecía ridículo. ¿Para qué se lo pondría alguien para cabalgar? No cubriría para nada el sol.
Su dama de compañía fue más lista. Su traje estaba bien recortado. Nadie le daría una segunda mirada e incluso si explotaba todo el potencial de su corcel de arena, no quedaría expuesta. Aunque no sabía si la dama Peake se atrevería a correr una carrera con su alazán. Dos guardias Hightower las seguían.
Pensaba hacerlo. - se encogió de hombros de una forma casi felina, sus pechos temblando en su escote.
Oh, no podemos permitir que haga eso sola. - el tono de Aenys fue un tilín dramático - Como esposa de mi hermano debería acompañarnos en este breve paseo familiar. Su compañía será apreciada.
Eso sería encantador, príncipe Aenys. - esto... esto parecía casi ensayado.
Maegor miraba de uno a otro, ya que su hermano y su esposa parecían dos actores de una obra. Un vistazo a su madre la mostró sombría, nada complacida con esta nueva variante. Ceryse también debió notarlo, porque pronto se escuso, pero no para retirarse.
Espero no ser una imposición para vuestro disfrute. - un gesto apenado se posó en su cara.
¿Cómo podría serlo una dama tan encantadora? - intervino Aenys, agitando sus manos en un desdén elegante - He sido yo quien la invitó a compartir con nosotros, así que no habrá problemas.
Entonces será un placer cabalgar a vuestro lado. - la sonrisa que Ceryse colocó en su boca mientras lo miraba no le pareció bonita, sino una burla.
Maegor ya estaba erizado, preparado para decirles que no. Que se largaran. El ligero pellizco en su barriga por parte de Ortiga lo detuvo de hablar. Se fijó en su madre que miraba a su compañera de forma aguda y luego observaba a todos los demás de forma calculadora. ¿Qué veía?
Oh, estoy seguro que también será un placer para nosotros, querida Ceryse. - su hermano lucía demasiado confiado. Lo habían invitado a él a unirse, nunca le dijeron que podía convidar a alguien más a su paseo. Menos a su esposa Hightower, que parecía no querer dejarlo solo nunca en Rocadragon - ¿No te molesta que te llame por tu nombre, verdad? Después de todo somos familia.
Arrugó la cara con el meloso y exagerado diálogo. El objetivo de salir, además de revisar a sus dragones, era escapar también de estos intercambios corteses que le parecían insufribles. Huir de su otra esposa era otro de los motivos que lo impulsaba. Que ella se uniera solo arruinaría sus planes. Fue a decirlo, pero las uñas de Ortiga se clavaron en su costado como advertencia.
¡Maldita seas, mujer! ¡Deja de pellizcarme! - cuando salieran de esto, tendría grabadas en su piel algunas marcas de media luna.
Una mirada hacia ella después de su estallido la mostró con su cara arrugada y le valió un tercer pellizco.
Debo decir esposo, - Ceryse una vez más robó su atención - que me sorprende verte vestido así. A todos.
¿Eh? ¿Por qué? Maegor miró su ropa, ideal para montar a caballo y cabalgar dragones. Su madre y Ortiga compartían prendas semejantes. Perfectamente adaptadas para lo que se esperaba de ellas. Miró a Ceryse interrogante. ¿Por qué no esperaba verlos vestidos así?
La última vez que no pude ir contigo porque iban a ver a su... Ladrón de Ovejas. - la ausencia del nombre elegido le pareció deliberada - En ese entonces no tenían puesto los cinturones de montar que ahora veo en todos ustedes.
Los habían pillado, se dio cuenta. Se puso recto, sabiendo que apenas una mentira saliera de su boca todos sabrían que ocultaba algo, cuando su astuta mujer ¡Bendita sea su inteligencia! se adelantó.
En esa ocasión, Ceryse, - dijo Ortiga con más calma de la que él hubiera podido aparentar - dijimos que íbamos a ver a mi dragón. No a montarlo, querida. No es lo mismo.
Sus palabras, dichas con la misma amabilidad con la que se dirigía a todos el mismo Aenys, ni pudieron ser refutadas. Salvado una vez más por su pensamiento rápido, pensó con alivio. Su madre, por otro lado, parecía más tensa mientras más tiempo pasaba. El aleteo de su nariz le decía que estaba respirando profundo para mantener la calma.
¡Basta ya! - el tono de Visenya fue más fuerte de lo que todos esperaban. La reina tampoco muy contenta con la interrupción de sus planes - Si quieren unirse a nosotros no retrasarán más nuestra salida, y cuando nos acerquemos a los dragones se quedarán lejos.
Nadie se atrevió a discutirle a la reina, y así, lo que debía ser una salida familiar se convirtió en un desfile de personas. Con su madre a la cabeza, por supuesto. No le gustaba esto, la verdad que no. Su hermano mantenía una conversación en todo momento con Ceryse y trataba de incluirlo a él, que no estaba interesado. Pero Aenys nunca se rindió con sus respuestas monosílabas y se dedicaba a llenar el silencio. Su hermano, aún con todo su ingenio y sus modales, cometió en el trayecto otro desliz severo. Por alguna razón nunca le dirigió su palabra a su otra esposa, aunque a esta no pareció importarle, más interesada en el paisaje que en otra cosa.
Su salida estaba arruinada, pensó. La tranquilidad y la falta de expectativas aplastadas bajo la elegante presencia y aún más elegante discusión de los nuevos miembros. Ceryse tenía un aire de satisfacción que le hubiera gustado derribar. Ortiga por su parte, excluida y a la vez poco dispuesta a participar en el incesante parloteo, se apoyó contra él, acomodándose a descansar contra su espalda. De repente, se sentía su refugio contra la charla trivial de Aenys. Un protector. Si, quizás no fuera todo tan malo. Ser considerado así le gustaba más.
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Gris, feroz, austera. Esas eran las palabras que describían a su isla. Una belleza salvaje y cruel que se apreciaba durante todo el trayecto. Mientras que otros serían despectivos con su aridez, Visenya la reconocía como un elemento familiar, una prueba de que estaba en casa. Solo un Targaryen se sentía cobijado en este lugar desolado, hogar de los dragones.
Había pasado un buen rato desde que habían dejado atrás la fortaleza. El trote había tenido que ser mantenido suave en consideración a sus molestos e inesperados acompañantes, lo que retrasó el viaje. El paisaje desértico de la isla, que tuvieron que atravesar para llegar a su destino, no agradaba a aquellos que no pertenecían aquí. Incluso el recorrido a paso tranquilo no había sido fácil. Entre acantilados y colinas de rocas negras y tierra suelta, habían seguido una de las innumerables sendas que dejaba la nunca numerosa fauna local, en vez de un camino apropiado.
Las bestias que buscaban estaban cerca, o al menos Vaghar. Lo sentía en su sangre. Era un canto, una vibración, la manifestación física de un vínculo que no podía ser descrito con palabras. Cuando terminaron de subir otra empinada colina, le llegó el olor: salitre y azufre, y un toque único que sólo podía venir de un dragón. Los caballos de los Hightower comenzaron a impacientarse. Sentían a los depredadores cerca y no gustaban de saber que sus amos los encaminaban en su dirección.
Azogue no está aquí, pero se acerca. - dijo Aenys mientras escrutaba el cielo ante él, con la mirada perdida en el horizonte. Visenya asintió con orgullo. Su sobrino podía actuar contrario a muchas cosas que se esperaban de él. Se negaba a abrazar por completo su herencia valyria en favor de un intento de ser más "ponienti", aunque culpaba a Aegon por ese defecto en su crianza, pero al menos en esto no se le podía encontrar reproche. Una parte de su alma estaba conectada con su dragona de formas que muchos Targaryen nunca alcanzarían a conocer.
Mientras se encaminaban a bajar y subir otra de las frecuentes elevaciones, ella lo detalló más profundamente. De semblante frágil, Aenys nunca había superado del todo la constitución débil con la que nació. Aquellos días fueron una nebulosa de dolor y tensión para toda su familia. Aegon y Rhaenys finalmente tenían el bebé por el que tanto habían luchado por tener, pero su salud era quebradiza. Solo su hermana lo había podido alimentar, y recordaba bien el terror mudo en los ojos de Rhaenys cada vez que sostenía su pequeño cuerpecito. Tan débil y a la vez tan amado. Su padre, lejos de las miradas indiscretas, temblaba por temor a que desapareciera. Los inútiles de los maestres lo daban por perdido y Visenya enloquecía entre libros antiguos buscando la forma de mantenerlo con vida.
Sus remedios lo habían mantenido respirando, pero cada día era una lucha. El miedo de que no pasara la siguiente noche solo desaparecía en ocasiones. La pérdida de Rhaenys lo hizo más devastador. Dorne había ardido bajo su furia, en pago por aquello que les habían robado. Casi dos años de fuego incandescente sobre las arenas no pudieron mermar el rencor de Visenya. Pero eso no traería de regreso a su hermana, ni salvaría su legado.
El último fragmento de ella, sin importar lo que le hubiera hecho, se debatía en una cuna. Un bebé inocente, de su familia, de su linaje. Sangre de su sangre. Era su deber, y su necesidad, protegerle. Una parte de Visenya había odiado a Rhaenys, y una igual de grande la había amado. Su hijo era puro ante ella, libre de cualquier pecado o sentimiento negativo le achacara a su madre, pero el depositario de todo aquello que consideraba bueno. Y lo estaban perdiendo. Solo de recordar aquella sensación, el miedo arrollador que corrió una vez por sus venas, la asustó.
Pese a que no compartía con su yegua el mismo vínculo que con Vaghar, aún así esta era un animal inteligente. Su montura sintió que algo andaba mal, y redujo su paso. Debido a esto, Aenys se adelantó un poco con su rocillo, buscando cortar distancias con su dragona. Luego de superar a Visenya y liderando la comitiva, Aenys inspiró el aroma salado, y al parecer el aire cargado de azufre le irritó los pulmones. Terminó tosiendo con fuerza. Recordándole a Visenya otros tiempos, cuando pensaba con desesperación que no lo lograría.
En aquel entonces se había volcado con más fuerza a releer tanto libros como papiros, o lo que sea encontrara en su rincón oculto. Ya fueran tomos sobre medicina o hechicería. No tenía mucha esperanza con la última, no sin magia entre sus dedos, pero la desesperación le hacía eso a las personas. Pensando que quizás hubiera un ritual, una pócima, un sacrificio... Incluso había pensado en compartir este lugar con Aegon, una de las pocas cosas que eran suyas y solo suyas, para ayudar a ese diminuto niño que merecía la oportunidad de crecer. Con su propio vientre hinchado se había revolcando en el polvo de piezas tan viejas que se deshacían entre sus dedos, a veces enojada, a veces melancólica. Traduciendo textos cuya lenguaje era complicado hasta para ella. Hasta que encontró lo que buscaba en el lugar más insospechado. Los cuentos siempre ocultan verdades y lecciones, y nunca se le hubiera ocurrido que esa desgastada colección de hojas unidas tendría una respuesta. Con apenas algo de fé, y una olvidada historia infantil, le había contado a su cada vez más exhausto hermano su loca idea. ¿Qué habría que perder? Las crías nacían y las crías se desvanecían, y aunque vincular a un niño destinado a perecer a una de ellas no tenía sentido, Visenya apostó por su sangre de dragón. Los dioses dan y los dioses quitan, y los Targaryen estaban más cerca del cielo que de la tierra.
Era una apuesta tonta, pero Aegon había estado acorralado. Buscaron a la cría más fuerte de las dragoneras y la colocaron en una cuna cargada de esperanza y angustia. Entonces, el milagro ocurrió. Antes de que cambiara la luna no había más llanto quejumbroso, o aquella tos que les hacía contener el aliento, sino un pedido de alimento. El color había regresado a las mejillas de un infante siempre pálido, las enfermedades ya no lo azotaron con igual intensidad, y aunque no creció para tener la poderosa constitución que tenían sus familiares, estaba vivo. Lamentablemente para ella, no la dejaron sostener más a ese bebé. Era el heredero de Aegon, el hijo de su amor, y Visenya no era su madre. Era madre del sano Maegor, la amenaza a su reclamo, y una mujer como ella no estaba hecha para hacerse cargo del niño que estaba destinado a heredar todo.
El dolor y el miedo habían hecho nido en el corazón de Aegon, y todo ese amor se convirtió en paranoia. No importaba que ella se hubiera cortado su propia mano por protegerlo, a los ojos de todos, ella no era segura. Sabía que no era la más suave, ni la más maternal. Sus fallos con Maegor lo demostraban. Pero ella jamás habría dañado a su sobrino. Viéndolo ahora, tan ingenuo y sobreprotegido por su padre, se preguntó ¿cuán diferente sería si ella lo hubiera criado?
Aenys era alto para los estándares, se dio cuenta al mirarlo bien. Lamentablemente para él, su delgadez lo hacía parecer menos imponente. Al observarlo con demasiada fijación, su sobrino le devolvió la mirada. Tenía los ojos lilas de su madre, pero era más calmado, en contraste con la temperamental naturaleza de Rhaenys. Una mata de rizos que no pertenecía a su hermana le caía hasta los hombros. Su aspecto era el de alguien amable y confiable, el tipo de persona que jamás intentaría hacerte daño, y Visenya entendió que no importaba que tan fuerte tratara Aegon, Aenys nunca sería un luchador o un guerrero. Si alguna vez pudo serlo ya era muy tarde. Era mejor cortar sus pérdidas y dedicar el esfuerzo a pulir las habilidades que ya tenía. Aenys había nacido para encantar y tenía el talante para soportar el tedio de los intercambios más empalagosos. Podría ser esculpido en un político astuto si se pulieran y explotaran sus puntos fuertes.
No todos podían ser guerreros y una amenaza bien colocada, especialmente cuando tenías un dragón a tu espalda, te ahorraba la necesidad de recurrir a la fuerza bruta. De no quedarte otra opción, siempre podías convertir a tu enemigos en antorchas. La inteligencia de gobernar desde la manipulación no le haría mal, y ya podía verlo intentar ese camino. Una verdadera lástima era que la causa por la que luchaba estaba pérdida, se dijo mirando hacia atrás, donde su hijo y su pupila cabalgaban juntos. Toda la tarde, Aenys había tratado de conducir a un confundido, y cada vez más frustrado Maegor, a una mayor cercanía con su esposa ándala. A su sobrino, por lo que sabía, se le había metido en la cabeza que Ceryse Hightower era la que estaba destinada a ser la pareja ideal de su hijo. Tonto. No solo no notaba que su hermano menor no la soportaba, sino que fallaba en el método escogido para "guiarlo". Maegor no reaccionaba como se esperaba de los demás, y Visenya no entendía como alguien criado en el nido de serpientes que podía ser la Corte no se daba cuenta de ello. Que Aenys también se dejara influenciar por la dama del Dominio era otro fallo. Un monarca debía estar por encima de los intentos de manipulación en su contra, y estaba segura que la Hightower sólo necesitó una palabras para convencer a Aenys de esta pantomima.
Mientras analizaba en estas ideas, llegaron a la próxima cima. En la playa de arenas negras frente a ellos, reposando al sol, se hallaban Nixia y Vaghar. Uno junto al otro, Visenya realmente esperaba que su cercanía producirá huevos fértiles pronto. Las alas de los inmensos reptiles estaban retraídas contra su cuerpo. Sus cuellos extendidos y sus hocicos humeantes, constituían una visión única para aquellos que no estaban adaptados a su presencia.
Los caballos de Ceryse y lady Lorena se negaron a avanzar a partir de aquí, cosa que también sucedió con las monturas de sus guardias que venían más atrás. Dos carnívoros gigantes dominaban en la playa y ninguna orden haría que los corceles no entrenados de la gente de Antigua se acercaran a ellos.
Es por ello que Aenys bajó del último caballo que agregó a su colección, y Visenya de su yegua. El caballo del Guardia Real, aunque más calmado que los corceles del Dominio, empezaba a mostrar signos de tensión mientras el capa blanca desmontaba.
¿Por qué desmontan? - preguntó Maegor todavía en los lomos de su montura, mirando hacia ella y hacia su hermano, con Ortiga aferrada a él. No podía saber que pensaba la chica, porque la estructura ancha de su hijo la ocultaba - Ellos se pueden quedar aquí - señaló al resto del grupo - y nosotros podemos avanzar un poco más en nuestras monturas.
Maegor, - Aenys intervino - sería una falta de modales. Quizás las damas también deseen acercarse a los dragones. - una mirada le demostró que las damas mencionadas no estaban muy seguras de eso. Ceryse al menos intentaba mantener un aire de indiferencia, Lorena Peake parecía sostener a duras penas la compostura - Es nuestro deber como caballeros saciar su curiosidad.
Y porque podemos dejar a los demás a cargo de los caballos. - explicó Visenya, sabiendo que la respuesta de Aenys no complacería a su práctico hijo. Este suspiró ante lo que dijo, y antes de que terminara de hacerlo, ya Ortiga se había deslizado de la silla y caía de pie en el oscuro suelo. Maegor la siguió, desmontando con pulcritud, pero no con la misma gracia que ella.
Aenys tosió de una forma artificial, y miró de Maegor a Ceryse, que aún se encontraba sobre su palafren. Como Maegor no lo entendió a la primera, hizo una seña más obvia y continuó haciéndolo hasta que su hijo preguntó:
- ¿Qué quieres? ¿Por qué me miras así?
Aenys exhaló profundamente, frustrado de que su hermano menor no entendiera sus sofisticados y medianamente disimulados gestos - La querida Ceryse necesita ayuda para bajar de su montura.
¿Y qué? - Maegor se encogió de hombros - Que lo haga uno de sus guardias.
Un pequeño tic cruzó el labio de la dama y Aenys mantuvo una postura más firme para decir - Es el deber de un marido asistir a su esposa en estos asuntos.
Bien. - Maegor no estaba complacido, y se encaminó hacia donde estaba su remilgada esposa. Lady Hightower se inclinaba hacia adelante, preparada para sostenerse de los hombros de su hijo para bajar. Nunca espero que la agarraran de la cintura, la cargaran y la depositarán en el suelo.
Listo, mujer. Ya está. - enseguida fue con su dama de compañía repitiendo la operación. Lady Peake reaccionó con un graznido y Maegor se sacudió las manos - Ortiga tiene razón. Montar con calzas es mejor. - negó con su cabeza - Las faldas para montar son una estupidez.
Sus palabras enervaron a su esposa "más tradicional", que se paró más recta - Una dama apropiada monta así, esposo.
Bah, tonterías. - Maegor resopló antes de contraer su labio superior - Las faldas te dificultan montar con propiedad y necesitas ayuda para bajar del maldito caballo. Todo lo que veo son molestias. Has lo que hace Ortiga y usa calzas, mujer.
Maegor, no puedes criticar a ti esposa por seguir la etiqueta. - Aenys lucía más escandalizado que una matriarca de pillar a una hija en ropa interior con un mozo de cuadras - Además, ¿por qué llamas a la princesa Orthyras, Ortiga?
Visenya se divirtió bastante con el intercambio. Los juegos cortesanos no servirían con Maegor, que valoraba el pragmatismo sobre lo educado y todo lo demás por el mismo estilo. Sería el primero en saltarse una tradición si resultaba no tener sentido para él. Aunque le extrañó que Ortiga no calmara sus ánimos. La encontró mirando hacia el cielo.
Balerion se dirige hacia aquí. - sus palabras eran ciertas. Apenas una mancha en la distancia, tenía un buen tramo por recorrer todavía, si eso era lo único que se apreciaba de su envergadura.
Bueno, - ella se encogió de hombros - quizás solo vuele hacia acá y no aterrice. Vayamos a ver a los nuestros.
La mayor parte del grupo avanzó sin miedo. Los guardias se quedaron atrás, ya que cerca de los dragones no cumplían ninguna función. Ceryse trató de aparentar confianza, su dama de compañía siguiendola de cerca, mientras esperaba que Maegor le ofreciera el brazo. No iba a pasar. Él solo se encaminó hacia donde descansaban los titanes de su familia y fue Aenys quien tuvo que ofrecer su apoyo a las nobles que los acompañaron.
Vaghar y Nixia estiraron sus cuellos y se desperezaron ante su llegada. Cada bestia emitió su propio chillido de bienvenida. El de Vaghar más profundo, el de Nixia más roto pero no menos aterrador para las dos ladys que retrocedieron asustadas.
Oh, no se preocupen. - Aenys palmeó sus manos para calmarlas - No es un gruñido, es un saludo. Bastante alegre. - las mujeres miraron dudosas la sonrisa de Aenys ante el ruido que el Ladrón de Ovejas emitió hacía Maegor - Eso suena más como una queja.
Sí. - admitió Maegor con derrota, hombros caídos y su rostro severo - No le caigo bien.
¿No le caes bien a un dragón? - la curiosidad de Ceryse fue genuina, como lo fue su preocupación. Miró a la bestia antes de retroceder un par de pasos.
Maegor frunció el ceño - Dije que no le caía bien, no que me odiara. - resopló de regreso a la bestia marrón - Siempre que no intente montarlo por mí cuenta, no me hará nada.
La oscura sombra que era Balerion ya era bastante distinguible cuando Aenys señaló - Allí esta Azogue.
Una flecha blanca se dirigía directo a él. Su vuelo fue más corto y su aterrizaje no levantó tanto la arena, sin embargo todos cubrieron sus ojos como protección. Su dragona también emitió un dragonil "hola", aunque sonó como el sonido de un grillo en comparación con sus contrapartes. Un grillo de dimensiones aterradoras, pero un grillo al fin. La alegría y el placer se mezclaron en la voz de su sobrino cuando acarició su estilizada cabeza, murmurando frases de amor en alto valyrio. Su niño lo miró con una envidia palpable. Maegor deseaba por sobre todas las cosas un dragón, pero sin importar cuánto lo intentara, sus manos permanecían vacías.
Grande fue la sorpresa, cuando las colosales alas del Terror Negro también se batieron para posarse en el suelo, en vez de continuar su vuelo. Brutal y terrorífico, su oscura forma se tragaba los rayos de sol. Su envergadura casi alcanzaba a cubrir la mitad de la playa. Con la bestia negra no bastó con cubrirse la cara, el impulso de sus aleteos levantó arena y piedras. De no haber estado cubiertos por los demás dragones, alguien de su grupo habría sido empujado hasta el piso por las corrientes de aire que generaba. ¿Por qué Balerion se había acercado a ellos? Entonces, comenzó un espectáculo muy parecido al que mostró en la boda de Antigua.
Balerion se alzó en todo su tamaño, en una demostración quizás de poder, abriendo y cerrando sus crestas. Vaghar y Azogue lo ignoraron mientras emitía bramido bajos y profundos que le hacían temblar los huesos. Nixia, por su parte, si reaccionó. Su cabeza baja y su boca abierta, sin rugido de contestación o amenaza. Parecía no gustarle el espectáculo, justo como a su dueña.
¿Emmm, Visenya? - miraba una y otra vez entre los dragones y hacía ella, retrocediendo con suavidad - ¿Balerion no se va a comer a mi dragón? ¿Cierto?
No, no. - pero ella retrocedió y todos los demás la imitaron. Temía que hubiera una lucha por la dominación. Quizás Balerion sentía a Nixia como un macho rival por la atención de Vaghar, y aunque si se quisieran destrozar ya lo hubieran hecho, era mejor mantener una distancia segura.
Al parecer, cansado del acoso, el Ladrón de Ovejas respondió. Un coletazo de la bestia marrón impactó contra el negro pecho del dragón de su hermano. Esta vez todos contuvieron la respiración esperando una pelea. No ocurrió. Nixia rugió en un alarido alargado y Balerion redobló sus bramido a un punto que era ensordecedor. El espinoso dragón marrón se volvió más vocal, lanzando rugidos de advertencia que no hicieron mella en el último superviviente de la vieja Valyria. Sin querer soportar más la molesta presencia, la hirsuta bestia de Ortiga emprendió un vuelo para alejarse. Cosa que Balerion no permitiría. Con un grito de amenaza, quizás para que no huyera de la escenificada lucha, lo siguió en el aire. Aunque eso sí, sin ejecutar ningún ataque violento, pese a que todos lo esperaban. Incluso cuando estaban a punto de desaparecer de su vista, todavía podía jurar sentir la vibración que provocaban las altisonantes llamadas de Balerion.
Esta bien. Se suspende el paseo. - enunció Ortiga como si hablara con ella misma, antes de dirigirse a Visenya - Tu eres la experta en dragones. - hizo un gesto con sus brazos a donde se había desarrollado la escena - ¿Alguna idea de que acaba de pasar?
No. - lo podía afirmar con toda la seguridad del mundo. Aenys y Maegor también esperaban respuestas, mientras las dos damas del Dominio se sostenían a duras penas, como si hubieran presenciado una batalla campal - En mi vida había oído a un dragón emitir esos ruidos y menos portarse así. Pensé que lo que hizo en vuestra boda - señaló a Maegor y Ortiga con el mentón - era una rareza.
A ver. - Ortiga extendió sus brazos - Esos ruidos ya yo los había escuchado de... - alargó la palabra, ya que estuvo a punto de mencionar nombres. Lo que sería un error. Solo podía hacer eso con Maegor y ella - de cierta bestia bronceada. Puedo decirte que no son tan raros.
Todos los demás se le quedaron mirando.
El espectáculo, eso si que es raro. - tuvo que asentir con perplejidad - Así como que Balerion es más caliente que el resto de los dragones. - la escuchó mascullar.
Visenya no sabía a que se refería. Todas las bestias Targaryen eran cálidas, Balerion no era tan diferente. Aún así, mirando el horizonte por el que partió en persecución de Nixia, decidió investigar más. Visenya se consideraba la mayor sabia sobre dragones que quedaba, y aún así, esto la había cogido de sorpresa. ¿Qué podía significar? Al parecer tendría que releer sus escritos buscando algo que ya debería saber.