Rompe-protocolos
10 de noviembre de 2025, 15:37
Visenya, puedo no ser tan sabia o inteligente como usted, pero si algo flota en el agua y usa velas para impulsarse, ¡entonces es un condenado barco! - proclamó Ortiga mientras observaba por el ventanal de su habitación, escrutando el horizonte. Llevaba unos días así, vigilando a su dragón cada vez que entraba en su campo de visión, preocupada de que llegara el momento en que Balerion dejara de resistirse y lo atacara.
Ortiga, lenguaje. - corrigió Visenya antes de añadir - Sigue usando palabras malsonantes y te haré hacer gárgaras con aceite de hígado de bacalao. De nuevo.
Fue divertido ver como pasó del blanco al amarillo y del amarillo al verde. Al parecer, finalmente había acertado con uno de sus castigos. Aunque no era su objetivo, la humillación social no funcionaría contra ella. La reina estaba segura de que se reiría en su cara si trataba de usar la amenaza de hacerla usar un vestido feo o harapos. Probablemente le preguntaría si con ellos podía ahorrar moneda en nueva ropa. La idea de usar infusiones de hierbas amargas quedaba igual de descartada. Para su resilente ladrona, si no era dañino, entonces era comestible. A partir de allí no le preocupaba mucho el sabor. Aplicarle el caso contrario, la retención de comida, tampoco era muy inteligente. Ortiga ya tenía demasiados problemas con la misma para darle más, aparte de que la pilla "secuestraría" alimentos de las cocinas en el momento que alguien se descuidara. No. Los castigos de Ortiga no podían relacionarse con la comida.
Como buscaba corregirla, no romperla, tuvo que ponerse imaginativa. Lavarle la boca con jabón había funcionado en ocasiones. El intercambio que tuvo durante Ortiga con Aenys y su lenguaje colorido la habían llevado a tratar nuevas opciones. El aceite de bacalao resultó ser una opción ideal. Lograba escarmentarla sin lastimarla, para lograr pulir sus bordes más afilados. Esta era su elección para castigos cortos, inmediatos y brutales, un recordatorio físico muy desagradable que no la lastimaría. La mueca de asco que empezó a hacer Ortiga frente a ella le dio ganas de reír. Pensar en lo otro que consideraba castigo le pareció aún más divertido. ¿Había algo más apropiado que bordar para una princesa? Pues su pilla lo odiaba con toda su alma. Ella era la encarnación de la acción y el movimiento, sentarse a realizar una tarea minuciosa y repetitiva con las agujas era para ella pura tortura. Y Visenya tenía un arma única para esgrimir. Un día de bordado para una ofensa leve, varios para una grave y así.
Como sea. - Ortiga agitó su cabeza, quizás tratando de olvidarse del desagradable sabor de la última vez que fue disciplinada. Tenía que aprender a decirle las cosas a la gente sin vulgaridades. Si se ofendían ya era el problema de los demás - Te digo yo que si anda en cuatro patas y ladra, es un perro. Si el dragón de Aegon persigue a mi dragón, - y lo había visto volando tras él al menos una vez - es que Aegon me odia lo suficiente para que su dragón me odie.
Fue Visenya quien negó esta vez - No digo que los dragones no obtengan un poco el odio y los amores de sus jinetes a través de su vínculo, pero, esto es muy importante: no lo retienen con tanta fuerza cuando el jinete no está. Mira mi caso, - Ortiga dirigió su atención a ella - cuando Aegon y yo estamos encima de nuestros dragones, hay siseos y amenazas. Entonces, cuando Balerion vuela solo, no tiene ningún problema con Vaghar.
A ver, corrígeme si me equivoco, pero - su pupila abrió sus brazos con su habitual expresividad, una de sus cejas alzadas - ¿Balerion y Vaghar no se conocían mucho antes de que ustedes dos fueran sus jinetes?
Visenya asintió.
¡¡¡Entonces no es lo mismo!!! - replicó Ortiga agitada - Ya se conocían. Sabrán los dioses si eran amiguitos. - no le parecía que se estuviera burlando, hablaba muy seria - Con mi dragón, la primera vez que lo vio, debió sentir que no le gustaba a tu esposo, y de ahí en adelante debió empeorar. Ahora, lo odia abiertamente.
Nunca pensé que diría esto, pero... - Visenya suspiró - estas un poco paranoica. Deberías relajarte. - los ojos de Ortiga se abrieron con horror - Si Balerion quisiera hacerle daño, ya se lo habría hecho. Los dragones son mucho menos violentos de lo que Poniente cree.
Sí, pero no con el mío. - mano en el pecho, se volvió a agitar - Mira, quien sabe. Quizás le cae mal porque sí. No soy tan tonta como para creer que no tienen sus propios sentimientos. Después de todo, mi precioso Ladrón de Ovejas...
Nyxia. - la corrigió. No permitiría que eso fuera más que un título.
Mi precioso Nyxia no soporta mucho a Maegor. - ambas se miraron y se rieron. Si un dragón podía despreciar a una persona, lo habían encontrado - Al final no importa. Ya sea que Aegon tenga algo en contra de mi dragón o sea Balerion. Que luchen por territorio o hembras o lo que sea, mi dragón está en peligro potencial. ¿No me puedo ir un rato a otro lado? Y ya sabes, - aclaró - llevármelo hasta que tu esposo y su Corte se larguen.
La miró muy esperanzada. Visenya preferiría mantenerla aquí, aunque tal vez una pequeña vuelta calmaría el temperamento entre las dos bestias. Una breve separación podría ser beneficiosa. ¿Pero a donde enviarla? Mientras pensaba esto, Ortiga masculló:
- También te digo, hay algo diferente en Balerion, más que el color terrorífico que tiene.
De un negro absoluto que se tragaba la luz, nadie podía negar su afirmación. Ya fuera más grande o más pequeño, la sola presencia de Balerion era aterradora. Un recordatorio constante de la oscuridad del mundo. Aún así:
Repíteme, ¿qué sientes diferente? - preguntó con genuino interés. A parte de inusual coloración, no había para ella nada que distinguiera a Balerion de otros dragones.
- ¿No sientes su calor? ¡¡¡Es un maldito horno!!!
- ¡Lenguaje!
Bien, bien. - se detuvo, respiró hondo y continuó - Yo se que los dragones son cálidos, lo sé. Monto arriba de uno. Pero ese, - señaló al mar abierto en su ventana - ese tiene algo mal. Te quema solo por acercarte. No entiendo porque nadie más se da cuenta. - se pasó la mano por el pelo, frustrada.
La reina no supo que decir ante esto, era algo que nadie había sugerido antes. Jamás. ¿Qué era y por qué su ladrona lo notaba? Los misterios se empezaban a apilar uno arriba del otro y a ella no le gustaba. Le gustaban las cosas despejadas y en orden. Lo desconocido era demasiado peligroso para su gusto. No sabías de donde saldría el problema, sus debilidades o como solucionarlo. Eso era algo que tendría que corregir.
Eres la única que nota eso muchacha. - tuvo que confiarle.
Supongo que sí. - dijo con una mueca - Maegor dijo que no siente nada y ya que tu tampoco, ¿no será algo que los Targaryen de sangre pura no sienten?
Ella lo desestimó - Balerion ha estado cerca de muchas personas, que tampoco han notado nada raro. Aunque por otro lado, la mayoría hacía poco más que temblar y tratar de no ensuciarse en los pantalones.
Ortiga bufó - Oye, ahí también entró yo, aunque sigo diciendo que ese dragón arde. Mmm... ¿Qué pasa con las Semillas del dragón? Quizás la gente normal y los Targaryen no lo sientan, pero si los que están a la mitad.
Ella negó. Orys nunca había dicho nada y él se había mantenido bastante cerca de Balerion - El único que conozco jamás ha notado nada tampoco.- si su padre tuvo otros, jamás lo supo.
Ahí va otra cosa que me sorprende. De donde yo vengo, se pensaba que todas las personas que tuvieran rasgos, ya sabes - señaló su cara carente de dichos rasgos - valyrios, eran Semillas del dragón o hijos de sus descendientes. - aquí la mitad de la servidumbre los tenía, y nadie proclamaba herencia Targaryen - A menos que fueran bastardos de Celtigar o Velaryon.
Esto la dejó boquiabierta - ¿Qué? ¿Por qué pensarías eso? - Ortiga solo se encogió de hombros - Hay una moderada población en la isla - el número de habitantes de origen ándalo aumentó tras la Conquista, como feudo que pertenecía al rey de Poniente, y algunos habitantes de linajes humildes pero valyrios se trasladaron a Desembarco - que tiene sus raíces en el imperio. Eso no los hace sangre del dragón.
Bueno, que se yo. Yo solo te digo lo que yo sabía y tenía entendido. - se rascó la cabeza - Todos con una línea de pelo plateado u ojos morados de donde yo vengo, se creían bastardos de ustedes, y es por ello que probaron suerte en la Cosecha Roja.
Ese era el brutal evento donde todos aquellos que clamaban ser descendientes de los Targaryen trataron de domar a los dragones libres que habían en la Isla. Un evento sangriento por lo que le había contado su pupila.
Ahora me pongo a pensar, ¿cuántas personas habrán tratado de vincularse sin tener, ya sabes, la sangre? - preguntó consternada.
Sentimiento que compartió. Los Targaryen se cruzaban dentro de su propio linaje por varios motivos, mantener la capacidad de dominar a los dragones era uno de ellos. Que alguien con un ancestro Targaryen y ya tratara, era un juego de azar, pero ¿personas que no estuvieran relacionados con ellos?
- ¿Cuántos trataron y murieron?
El rostro asustado y rígido de su ladrona le dijo todo. Demasiados. En su tiempo, la gente había olvidado que de Valyria no habían llegado solo ellos. Su cultura e historias diluidas con la gente de Poniente. Ella, que era la acérrima defensora del orgullo valyrio, no podía hacer más que estar horrorizada y en pena. ¿Cuántas muertes había provocado la perdida de su identidad? Solo podía sospechar porque se perdió para empezar.
No pienses más en ello, mi niña. - trato de peinar con sus dedos su erizado cabello. La diadema que ella le había regalado, pensó con algo de orgullo, le ayudaba un poco a contener la salvaje cabellera - Es algo que ya pasó y no puedes arreglar, aunque puede que tus acciones lo hagan por ti. Ahora, con respecto a los dragones, déjame investigar y ver si encuentro respuestas, y una solución a tu percance. - esto puso un deje de alivio en su cara, sus rasgos más relajados.
Bueno, ¿cómo van los preparativos para el día del nombre de Maegor? - ese era un buen cambio de tema - ¿Me dijo que es el primero que pasara en la isla?
Sí. - eso era cierto. Por primera vez, desde que su hermano empezó su "baile de castillos", su hijo celebraría en día de su nacimiento en su hogar, y con la Corte presente para añadir más peso. Siempre, en estas fechas, estaban atrapados en el mayormente vacío Desembarco del Rey. Todas las personas importantes que no estaban implicadas en el gobierno directo se habrían trasladado a la isla - Planeo hacer de esto una celebración importante. Como todo lo que involucra al monarca tiene que en ser una escala acorde, - la sonrisa cómplice de Ortiga le dijo que entendía su proceder - me encargaré de que sea un evento por todo lo alto. Después de todo, Rocadragón estará celebrando el día del nombre de su señor.
Ortiga aplaudió emocionada, como si hubiera presenciado la proclamación de un plan brillante y no una simple declaración. Aún así, Visenya se encargaría de hacerlo grandioso. El primer gran evento para su hijo en un Feudo que pronto le pertenecería y era algo que planeaba recordarle a todos. Pero antes...
Ortiga, querida, - dijo en un tono meloso que afiló los ojos de la muchacha - primero tengo para ti una misión.
Siempre lista, su feroz estudiante se acercó para saber más acerca de sus muy malvadas intenciones.
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Su esposa lo había arrastrado hasta aquí con una felicidad que pocas veces había visto en ella, y eso que ella era alegre por naturaleza.
Ven, muévete. - le dijo mientras lo jalaba hacia su cuarto en lo alto de la torre. No se perdió la mirada asombrada de algunas personas cuando vieron al severo príncipe de Rocadragon ser conducido por su saltarina esposa - Dioses, eres fuerte. ¿Por qué no puedes subir más rápido las escaleras?
¿Es urgente? ¿Se arruinará si nos demoramos? - preguntó Maegor, pero viendo su cara lo dudaba. Él se perdía cosas, pero había estudiado muchos sus gestos para errar con este.
No. - fue su respuesta risueña.
- Entonces, no hay razón para tanta prisa.
Es que estoy emocionada. - explicó mientras trataba de apresurarlo - Se suponía que debía guardarlo para el Día de tu Nombre, pero no aguanto.
El último tramo de las escaleras lo subió sola, saltando los escalones de dos en dos. Todavía lo asombraba ese nivel de energía. Había estado presente para verla bajar y subir la torre de un solo viaje y con celeridad porque se le había olvidado algo, y lo hacía ella en lugar de enviar a un sirviente. Por lo que sabía, repetía la operación varias veces al día. Llegó a la conclusión de que su esposa tenía energía infinita. No había otra explicación lógica.
Resopló - ¿Se puede saber que no aguantas?
¡La sorpresa! - exclamó impaciente - Llegó hace poco y se suponía que debería guardarlo, pero no puedo. Tu madre me preparó el regalo que se supone que debo darte, pero me dijo algo que no me gustó y decidí comprarte otro regalo. Uno que creo que sí te gustará. Y se que no es tu día, pero quiero dártelo.
Más suave. Más suave. - avanzaba por el pasillo cuando la interrogó - A ver, ¿qué preparó madre que no te gustó?
Ortiga se detuvo y se giró, una mano silenciando sus propios labios - No puedo decírtelo. Ese sí es para el Día de tu nombre.
No me gustan las sorpresas. - ella miró su rostro serio - Y me gustaría prepararme para no ser decepcionado.
Ella parpadeó ante lo que dijo, luchando por contenerse. Otra mirada a su cara y no pudo - ¡Es una túnica! ¡Una túnica nueva y cara! Pero tú madre me dijo que hay veces que no te gusta como se siente la ropa y no te la pones.
Él cabeceó en afirmación - Hay ocasiones en las que la ropa me es incómoda, más como soga áspera contra tu piel. - arrugó toda la cara con desagrado. Más bien como una sensación de alarma que no desaparecía - Muchas veces me dicen que es un regalo fino de alguien y que me la ponga, pero si la ropa no se siente bien, ¿por qué debería ponermela?
Si hubiera una persona que parecía estar de acuerdo en el mundo con él, era ella - Si no te gusta como se siente, por supuesto. Se lo dije a tu madre. - alzó el dedo para explicar - No gastes moneda en algo que no sabes si usará. Pero ya la había mandado a hacer cuando se hizo "el vestido". - todos sabían de que vestido hablaba. Ortiga parloteaba sobre el al menos una vez por día - Así que decidí escoger otro regalo para ti, en mis vueltas por ya sabes donde. - en sus viajes encubiertos a Desembarco, que no habían podido ocurrir más porque todos esperaban ver diariamente a la princesa rondando, incluso si no interactuaba con ellos.
¿Y que escogiste? - ya estaban en sus aposentos, pero ella parecía que no llegaría hasta su cuarto para decirlo.
Su esposa infló las mejillas, pareciéndose al hinchado esposo de la jefa de las cocinas, cuando soltó el aire y expulsó a toda prisa - ¡¡¡Son pigmentos!!! ¡Pigmentos caros y finos! ¡Los mejores que encontré! - se agitó mientras cerraba la puerta del cuarto. Él conocía este ritual, solo hacía eso si iba a por su armario secreto. Efectivamente, ya estaba activando el mecanismo de apertura - No creas que compré cualquiera. Pregunte a escribas y artistas, e incluso a un erudito. No fui solo a una de esas tiendas lujosas. - desestimó la idea con desdén - Si no que conseguí los mejores materiales por separado.
¿Materiales para qué? - preguntó bastante confundido, sus cejas unidas en lo que analizaba lo que decía.
¡Para tus dibujos! Los de los edificios. - ¿para los bocetos y los planos? Mmm... quizás diferentes colores podían ser útiles. Podría servir para sus bosquejos, para separar muros de torres, sótanos de cimientos. ¡Oh! Se dio cuenta. Su boca se abrió. Podría hacer planos para diferentes estructuras en el mismo pergamino, así sabrían como encajarían mejor. Sintió como se le estiraban los músculos del rostro con una sonrisa nacida de él. Esperaba no verse tan aterrador como su esposa decía, pues estaba sinceramente feliz. Mientra su compañera abría su armario secreto, el emocionado era él.
El lapislázuli me salió carísimo, pero lo conseguí de un boticario. - su consorte no se detenía de hablar, las palabras salían en ráfagas - La malaquita la conseguí de un joyero que se la vendía a un pintor que me la recomendó. Como los verdes de sus cuadros eran tan bonitos fui con el tipo.
Maegor aprovechó para echarle un vistazo a las cosas que ella guardaba aquí. En el piso del armario estaban unas botas de gamuza desgastada y su cofre de monedas. Las que consiguió vendiendo los regalos de matrimonio que no le gustaron. Se había sorprendido que Ortiga, con su amor por el oro, no tuviera sus ahorros en un lugar más alto. Pronto descubrió que su mujer amaba las monedas por lo que podían comprar, pero según ella no amaba las monedas por ser monedas, sino por como le servían. Más arriba era donde estaban sus verdaderos tesoros. Un cepillo con un mango de marfil y un pequeño espejo de plata, había también una capa de terciopelo marrón y él siempre se sentía henchido cuando veía su capa de bodas junto a esta. Algo suyo era tan valioso para su novia para ocultarlo aquí, significaba que amaba ese objeto ¿verdad?
El rojo fue el que más me costó decidir. - ella seguía y seguía - Le pregunté a varios comerciantes de tela y terminé con un tintorero amargado que casi me tira un cubo de orine a la cabeza. Pero el hombre sabe lo que hace. Mi guardia tuvo que comprarlo él y organizar el envío porque el cabrón parece tener un problema con las mujeres. - olfateó ofendida, y entonces lo miró mientras sacaba una caja de madera - Déjame darte un consejo Maegor, si tienes dudas de algo, pregúntale a un experto. No a quien creas que sabe del tema, sino a alguien que lo vive. Estoy segura de que si le preguntas a un Septon lo que hace una puta y viceversa, te dirán respuestas totalmente equivocadas a lo que te dirían que hacen ellos mismos.
Preguntar a los expertos, sí. Por supuesto. Por esas cosas su padre había formado su Consejo Privado, experto en cosas que él sabía, pero no era tan experto en cada una de ellas. Maegor asintió y recibió la caja. Vaya, era más pesada de lo esperado. Ortiga la destapó y allí dentro había muchos frascos con polvos de variados colores. Su esposa esperaba una respuesta. Llegó el momento más difícil: dar un cumplido.
Gracias, mujer. Al menos pensaste un regalo útil. - resopló enojado con el mismo. No. Eso no sonaba bien - Se ve que te esforzaste mucho y pensaste en algo que me gustaría y me sirviera. Estoy complacido.
Con un simple gracias bastaba, tonto. - ella le dirigió una sonrisa - Es solo un regalo, no hay que ser tan formal.
¿No? Prácticamente lo había arrastrado aquí para mostrárselo, y había sacado cada componente de un lugar diferente, luego de investigar cual era el mejor. ¿Por qué decía que no era especial?
- Mujer, la modestia no va con los Targaryen. Acepta mis cumplidos.
Eso solo provocó una carcajada de ella. No le veía lo divertido a eso. ¿Debería haber alabado mejor su capacidad para encontrar los especialistas de cada color? Hablando de personas que sabían del tema...
Esposa, necesito un favor. - ella lo observó con sus ojos oscuros y parpadeantes, bonitos como las almendras que había probado unas cuantas lunas atrás - Mi libro, el que encontramos en la pared. - se rascó la barbilla, ¿cómo decirlo? - Hay algo que no encaja y necesito que averigües que es. Si te doy un papel con información, cuando puedas ir de nuevo a Desembarco del Rey, - a escondidas, eso no lo dijo - ¿podrías encontrar a alguien que trabaje la piedra caliza para que te aclare algo?
¿Piedra caliza? ¿Un maestro calero? Haré algo mejor. - un ojo fue guiñando en su dirección - Conozco a uno en Rocadragon que me ayudara. - ¿que hacía uno de esos trabajadores en la isla? Aquí no tenían caliza - Consideralo otro regalo de cumpleaños.
- Mujer, si me sigues dando regalos útiles me complicarás encontrar un regalo que valga la pena para el Día de tu nombre.
Sí, sobre eso, - habló con una sonrisa que no desaparecía, sus dientes algo torcidos en ella pero muy blancos - yo no tengo un Día de mi nombre.
Se quedó congelado en el lugar, sin poder moverse o replicar. ¿Cómo que no? ¿Cómo que no? Todas las personas nacieron, por lo tanto, todos tenían un día de su nombre, ¿no?
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El espectáculo estaba a punto de comenzar y estaba segura de que habría muchas plumas agitadas. Una doncella personal de la reina había venido a avisarle que era el momento, y era por ello que Ortiga había avanzado por los pasillos hasta llegar a esta puerta.
Solo se tu misma. - le dijo la reina, por lo que le pareció obvio que ella quería ver arder esa celebración y el intento de insulto de Alyssa.
Un ligero toque en la entrada, y la sierva que abrió la barrera de madera negra se quedó estática. Habrían problemas, la pobre mujer lo sabía, los veía en sus ojos, pero también veía que no se podía hacer nada. No fue el rostro de Ortiga, uno bastante común y descuidado si le preguntaban, quien robó toda su atención, si no su diadema. La corona obraba casi como por arte de magia. La gente que antes la desestimaba, de pronto temblaba ante su muy poco impresionante presencia. Sabían que era una princesa, pero esa maldita tiara, mentira, amaba la tiara, lo hacía real para ellos. Era una princesa aquí y ahora, y el número de gente que se atrevía a oponerse a ella era muy reducido. En ese reducido grupo no se encontraba la criada, que apenas escuchó su - Con permiso - le cedió el paso con una reverencia y sin emitir sonido. ¡Maldita sea! ¡Que bien se sentía el respeto!
Una rápida ojeada a la habitación le mostró a Alyssa a la cabeza de la mesa, rodeada de sus nuevas damas, como toda una pandilla. En el otro lado, casi abandonada, estaba una muy tiesa Ceryse. Uy, parecía que la esposa de Aenys estaba jugando a dejar de lado a la esposa de Maegor, en la fiesta dedicada a Visenya a la que Ortiga no fue invitada.
Buenos días. Un placer verlas, muchachas. - llegó ruidosa y saludando. Todas las risas e intercambios murieron en ese momento. Todos los ojos puestos en ella con silencioso horror, por aparecer de la nada y romper su preciosa etiqueta.
Silvó de forma corta, para llamar la atención de un sirviente masculino - Ey, tú. Traerme una silla.
El hombre alzó la vista, vio la corona y se dispuso a obedecer. Poco importaba que fuera un servidor de Alyssa, la pieza de oro rojo que adornaba su frente tejía su hechizo de obediencia sobre él. Enseguida y no sabía de dónde, acercó una silla. El siervo se paralizó sin saber donde colocarla, muy atrás sería un insulto para la princesa y más adelante lo sería para su señora. Estaba jodido, pero Ortiga se lo facilitaría para que no pagase las consecuencias
Dame acá. - exigió tomando el mueble, aunque no reaccionó muy fuerte, el alivio era claro en su tez - Por cierto, muchas gracias por su ayuda. - y arrastró el asiento hasta una posición cercana a Ceryse - Buenas, mi querida hermana-esposa. He venido a hacerte compañía.
Aunque tenía ese aspecto regio e imperturbable, por debajo de la mesa tenía sus puños apretados. Ceryse no dijo nada. La observó con esos ojos evaluadores, recorriendo por completo su no muy esplendoroso jubón. El no tener uno de mejor calidad, o en mejores condiciones, fue una sugerencia de Visenya.
Dame un momento. - le dijo con una sonrisa y se dirigió a la dama más cercana, una señorita rubia y de ojos azules. Pese a los bonitos rasgos, tenía un aspecto bastante soso. Su vestido blanco y azul no la hacía destacar. No como la pelirroja que la precedía. Su traje rosado parecía un grito de atención, y eso que ella no se fijaba en esas cosas, que combinado con su pelo la hacían parecer una criatura rubicunda. Como si se estuviera ahogando o muriendo de la vergüenza, o ambas a la vez - Buenas, ¿tu eres? - preguntó a la chica sosa.
Casi sin aliento le dijo - Lady Alice Arryn.
Bueno, lady Alice Arryn, ¿te vas a comer eso? - señaló el atractivo refrigerio que la rubia había dejado de lado. Cabeceó para decir que no, y cuando Ortiga le preguntó - ¿Puedo tomarlo? - asintió con aún más velocidad.
Gracias, con permiso. - todas las damas parecían una manada de perros aturdidos por ver a un hueso salir caminando, con sus bocas abiertas. Lo único que faltaba era que sacaran sus lenguas hacia afuera mientras jadeaban en shock. Tenía su total atención cuando regresó a su asiento y comenzó a comer el dulce.
Princesa Orthyras, - finalmente, la líder de la jauría salía. Alyssa se levantó de su asiento, el asiento principal que supuestamente estaba destinado a Visenya, más rígida de lo que había estado Ceryse cuando ella llegó - no se si lo sabe, pero esto es una fiesta privada.
En honor a mi suegra, lo sé. - afirmó mientra probaba el postre. ¡Maldición! ¡Estaba rico! Aunque no tanto como los pasteles de limón - Por cierto, la reina envía saludos. - dio un bocado y tragó, sin olvidar sus modales - Dice que lamenta no haber podido venir, esta muy ocupada con... dirigiendo el Feudo. Pero que le agradece a Aenys - hizo una pausa dramática - y a ti, por la fiesta en su honor.
Dicho eso, continuó zampándose el aperitivo. Alyssa tenía las manos engurruñadas, aunque mantenía esa sonrisa beatífica suya. Las damas de compañía no se atrevían a parpadear y menos a moverse desde donde estaban. Ceryse se mantenía erguida, como si nada raro estuviera ocurriendo.
A lo que me refería, es que esta fiesta es solo para las damas más importantes de cada reino. - con un gesto suave, Alyssa señaló a todo el grupo que la rodeaba. Algunas se alzaron orgullosas. Otras prefirieron mantener un perfil bajo, muy bajo - Ladies de las Grandes Casas o sus parientes cercanos están aquí, pero nadie más puede entrar.
Aja, ¿y? - preguntó ella, haciéndose la desentendida.
Las damas que estaban al tanto de la conversación tenían diferentes grados de impacto y una de ellas con desagrado abierto, por la descarada falta de reacción de Ortiga a lo que ellas creían un intento cortés de que se retirara. Ceryse a su lado entrecerró sus delicadas y doradas pestañas, sabiendo que ella estaba muy cerca de llegar al punto que quería marcar.
Cuando parecía que Alyssa iba a estallar por contener el aliento, se puso a jugar con la diminuta cucharita de plata que venía con el plato y completó:
- Soy una princesa Targaryen, juraría que entro en esa lista.
Sus palabras tensaron la habitación. De repente veía hombros hundidos, miradas hacia abajo, una que otra dama bebía de forma apresurada de su copa. Ceryse dio un breve asentimiento y continuó con su aspecto imperturbable. Solo Alyssa se mantenía firme y de pie.
Es más, - miró con fijeza a la dama Velaryon Velaryon - juraría que en cuestión de estatus, quienes único me superan son la reina Visenya y la princesa Rhaena, ¿verdad? Debo decir que cuando lanzaste tu pequeña proclama, ya sabes, sobre que solo las damas más importantes de las Casas más importantes - se mofó sobre la afirmación de Alyssa - podían asistir, me sorprendió que no me llegara ninguna invitación. - lo cierto era que ni se había enterado. La información le había llegado a Visenya y a la reina no le gustó como se podría interpretar - Pensé que tal vez, sería sólo para nuestra reina, tú y las graciosas señoritas que te acompañan, - las señaló a todas con la minúscula cucharita - pero viendo a mi querida Ceryse aquí me preguntó: ¿Acaso mi ausencia fue intencionada? ¿Mi queridísima cuñada piensa que no ostento suficiente estatus, incluso en mi propia casa, para merecer ser invitada?
Las miradas comenzaron a ser intercambiadas a través de la mesa. Casi podía respirar el miedo. Puede que Alyssa se creyera intocable, pero el resto de sus damas de compañía no parecían muy felices con la idea de ofender a una jinete de dragón. La mitad de ellas ya debían estar imaginando a Ortiga quemando las tierras de sus padres. Ella no lo haría por eso pero bueno, las demás no lo sabían.
No me atrevería a ello, princesa Orthyras. - la caballito de mar decidió retomar la narrativa de la escena - Es solo que se que no gusta de estas cosas. El ambiente es demasiado cargado y tranquilo para usted. - ¿cómo se las arreglaba para lucir tan inocente la condenada arpía? Suponía que ese rostro suave y delicado ayudaba mucho. Que fuera tan bajita la hacía parecer incapaz de hacer daño. Ortiga sabía mejor, bajar la guardia y confiarse solo llevaba a que te clavaran un punzón en el costado - Por lo que no era mi intención ofender. - si antes había dudado, ahora estaba totalmente segura que la intención era esa - Espero que disfrute.
Las conversaciones se reanudaron con velocidad. Nadie parecía querer dejar un espacio para el silencio. Se contaban chistes las unas a las otras mientras halagaban a Alyssa. En eso tenía razón lady Velaryon, esto era horrible, pero tenía que hacerse. No dejaría que la caballito de mar diera a entender que su estatus era menor del que era. Puede que Ortiga tuviera sus dudas, pero se lo habían dado y ella mordería a cualquiera que tratara de quitárselo o sugerir que valía menos.
Un sirviente fue a traerle una copa a seña de la misma Alyssa, pero Ortiga impidió que vertiera vino en ella cubriéndola con su mano.
Agua, por favor. - demandó. El mozo inclinó la cabeza y fue a cumplir su petición.
En el rabillo vio a Ceryse mirarla con sospecha, vayan los dioses a saber que pensaba, para devolver su atención a la conversación ante ellas.
¿Puedes creer que el muchacho juró devoción ante su padre? - una mujer de cabellos de oro y ojos tan verdes como las esmeraldas comentó con una risa burlona, y a la vez tan refinada, que Ortiga nunca podría aspirar a imitar - Un simple escudero y segundo hijo de su Casa, pidiendo la mano de la primogénita de lord Broome. Lady Lucinda parece compartir su afecto y quedó desconsolada cuando su padre se negó. Tonta, solo tiene diez y tres años y es una belleza a la que su padre aspira a casar más alto. - se sacudió el polvo invisible de su hombro - Pero al parecer quedó prendada del pelirrojo. El niño hizo un juramento dramático frente a todos: si no podía casarse con lady Lucinda, se dedicaría en cuerpo y alma a la Fé.
Ceryse observó todo con interés, mientras algunas muchachas cuchicheaban y otras suspiraba por la historia de amor prohibido.
¿De qué Casa es el muchacho? - las palabras parecieron escaparseles de la boca, porque enseguida la apretó. Nadie le hizo el menor caso, aunque veía a la más joven jovencita del grupo y la más cercana a Ceryse, lanzarle uno que otro vistazo con los ojos. Vio como las ventanas de la nariz de la otra mujer de su marido se abrían y se cerraban, pero no pronunció queja o regañó.
¡Ey, rubia! - su llamado detuvo a todas. ¡Demonios! Se podía escuchar el ligero silbido del viento contra las paredes - Te hicieron una pregunta. ¿Por qué no respondes?
La dorada dama tragó en seco. No se movió ni nada y se alzó orgullosa sin temblar, aún así pudo ver como sin moverse, dirigía sus ojos en dirección a Alyssa. ¿En serio estaban jugando a fingir que la Hightower no existía? Resopló, así es como actuaban los niños con seis años, no lo esperaba de las damas. Pero para no ponerla en una posición incómoda...
Me puede decir su nombre, mi lady. - ahí estaba. Ven. Ortiga también podía usar modales refinados.
- Lynelle Lannister, su alteza.
Debió sospecharlo. Se parecía demasiado a ciertos hermanos bastante altivos que conoció en su boda - Podría decirme, lady Lannister, ¿de que Casa es el muchacho?
La Lannister pareció suspirar aliviada. En esencia estaba respondiendo a la pregunta de la princesa y no de lady Ceryse, así que no rompía ninguna petición estupida que hubiera hecho Alyssa - De la Casa Dogget, Su Alteza.
Muchas gracias. - Ortiga inclinó la cabeza en agradecimiento, viendo como Alyssa contenía su frustración. Ceryse pareció absorber el conocimiento sin reacciones. Uff, casi lucía como una estatua hecha de hielo.
Todo hubiera terminado ahí, de no ser por la rellenita del pelo castaño rojizo, que se levantó más ofendida que la propia lady Lannister por la forma en que actuó Ortiga.
La princesa parece carecer de modales. - una acusación bastante fuerte. Una de sus compañeras incluso la tomó del brazo intentando detenerla. La chica no aceptó. Se había puesto más roja que el vestido de Lynelle, o quizás solo fuera un efecto de la combinación de su tez con su pelo y su vestido, pero dijo - Primero entra sin la debida formalidad, insertándose en la fiesta privada de lady Alyssa. - la mencionada puso un rictus de sufrimiento, como si estuviera siendo maltratada en su fiesta personal. Tuvo que usar toda su fuerza de voluntad para no poner sus ojos en blanco - Luego actúa como si tuviera el derecho de interrogarnos, como si esto fuera una audiencia privada y usted la gobernante. ¿Es que no tiene decencia?
En primera, soy una princesa, tengo el derecho. - la miró con fijeza - Tanto que viniera como de dirigirles la palabra, creo que muchos lo considerarían un honor. - con suavidad, se inclinó hacia atrás en su silla, colocando una bota y luego otra sobre la mesa. La dama de los pajaritos en el vestido casi se desmaya al ver eso - Por último. ¿Esto es formal? Ya sabes, ¿pompa y fanfarria? - miro a todas con una sonrisa burlesca - Extraño, no vi a nadie haciéndome reverencias cuando entré.
No había terminado de hablar cuando todas las damas se pusieron de pie y se inclinaron en temblorosas reverencias. Incluso la pelirroja fue impulsada a hacerlo, luego de ver a todas sus compañeras actuar sin dudar. Fácilmente, cualquier miembro de la realeza podría haber considerado esto un desaire y como mínimo echarlas de su castillo. Faltar a sus preciosos modales debía de ser un error imperdonable para estas mujeres que tanto clamaban por ellos. Solo podía imaginar que golpe sería para sus reputaciones si alguien lo supiera, las estupideces de la nobleza.
Tú no Ceryse, querida. - detuvo a la mujer a su lado de levantarse - Después de todo somos hermanas. - un deje de alivio se mostró en ella, pero esa fue toda su reacción. En ese momento dirigió su mirada inquisitiva hacia Alyssa, que se levantó con lentitud e hizo una formal inclinación de su plateada cabeza. La caballito de mar no poseía el control para hacer una reverencia en toda regla.
Sin volver a sentarse, Alyssa puso la expresión de alegría más forzada que había visto jamás y dijo - Mis damas, como lamentablemente la protagonista de esta fiesta parece que no podrá venir, me gustaría invitarlas a visitar a mi hija. Tristemente no la he visto el día de hoy, y tengo un dolor en el pecho por su ausencia. - se dirigió a Ortiga, o quizás a Ceryse - Lamento no poder invitarles, pero esto es algo muy personal.
Descuida querida, - lo desestimó Ortiga - saluda a nuestra futura reina por mí.
Alyssa la miró con apretada sospecha y Ortiga no se dignó a ver las reacciones de las demas que se marchaban en cierto orden tras su Señora, que ya salía por la puerta. La última en hacerlo fue la niña cercana a Ceryse, algo en su vestido le llamó la atención.
Tú no. - le exigió mirándola - Tu siéntate.
Una inclinación y la joven con pequeñas motas verdes en sus iris se volvió a sentar. Al levantarse, Ortiga había visto las rosas doradas bordadas en su vestido. Visenya le estaba enseñando las Casas con sus apellidos, sus emblemas y sus lemas. Eran demasiadas, y la mayoría se le olvidaban a menos que fueran interesantes. Pero esta la recordaba bien de su boda, era la Casa del castillo blanco más hermoso que había visto en su vida entera.
Ortiga se inclinó y atrajo hacia ella otro plato abandonado con un dulce entero. Si acaso habían tomado de él una pequeña cucharada, y comenzó a disfrutarlo.
Entonces, - dijo mirando a la muchacha - todavía tiendo a confundir las Casas de Poniente, pero ¿tú no eres del Dominio?
La niña asintió viéndose indefensa, su rostro demasiado infantil. No funcionaria con ella, podía ver la astucia en su comportamiento.
Corrígeme si me equivoco pero... - señaló entre ella y Ceryse - ustedes son del mismo lugar, ¿no deberían ser aliadas o algo por el estilo?
Fue Ceryse quien contestó - En otras circunstancias, puede. - se encogió de hombros - Pero entre nosotras se atraviesa algo más que estatus y búsqueda de influencias.
Ortiga alzó una ceja, interesada.
Lo que lady Ceryse quiere decir - expresó la joven ya de forma más seria - es que su familia clama por tener el reclamo más fuerte y directo de Alto Jardín, pese a que se nos fue otorgado por Aegon el Dragón. Ningún Hightower ayudará a un Tyrell porque sería como decir que tenemos el derecho, - se dirigió a Ceryse - así que ningún Tyrell intercederá por un Hightower, porque será como admitir su superioridad. En la Corte, por supuesto. Cualquier orden que nos sea dada por nuestro monarca, será obedecida. - terminó con otra inclinación de cabeza.
Ceryse respondió con un gesto parecido, para nada ofendida, y se dirigió a ella - Si no es mucha molestia, princesa Orthyras, me siento mal y me gustaría retirarme.
Un asentimiento de ella y la dama Hightower partió erguida y orgullosa, como si no hubiera pasado un buen rato siendo ignorada por todas las damas de una fiesta. Ortiga se dispuso a terminar su plato cuando notó que la chica Tyrell seguía allí.
¿Qué? - preguntó, aunque no vio ningún asco por verla comer la comida de otras personas.
Mi familia preferiría que los dragones se mantengan en el poder. Como puede ver, nuestra posición en Alto Jardín es tambaleante. Demasiadas Casas desean su posesión y en realidad sólo la tenemos gracias a los Targaryen. - ¿qué tenía que ver eso con ella? Aún así, se mantuvo neutral - Cuando lady Alyssa nos envió la solicitud de una dama de compañía de nuestra Casa, yo fui enviada para pertenecer a la Corte del príncipe Aenys y su esposa. Pero mi familia no olvida, para que un árbol florezca, se deben cuidar tanto de las diferentes ramas como de sus raíces.
Ortiga la analizó bien. Justo como pensaba, aunque lucía muy avispada, una zorra astuta se escondía bajo su piel. También le sería más fácil de entender si cortaba todo ese lenguaje florido.
Esta - sacó un sobre de papel doblado de una bolsa aferrada a su cinturón - es una oferta que mi familia desea transmitirle a la reina Visenya. Espero que usted pueda entregar el mensaje sin creer que yo la veo como una simple mensajera, Su Alteza.
La carta fue dejada sobre la mesa, solo siendo tomada después de que la dama se retiró. Mientras saboreaba los restos de dulce del plateado utensilio, Ortiga se preguntó: ¿qué le podrían ofrecer los Tyrell a la reina Visenya?
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Mientras avanzaba por los pasillos, la furia la consumía. Puede que fuera Velaryon, pero dentro de Alyssa también había sangre de dragón, y esta cantaba por venganza.
Lo había arruinado. Esa bastarda salvaje y maleducada había arruinado la fiesta de Alyssa. Todo iba tan bien. Ceryse estaba siendo puesta en su lugar sin que ella tuviera que mover un dedo, y de forma indirecta la princesa - se burló del título - Orthyras quedaría marcada como insuficiente. Si ella no asistía a la fiesta de las damas más importantes, los rumores se comenzarían a filtrar y todos sabrían cómo debería ser vista en la Corte. En vez de eso se había presentado, apoderándose de su evento sin que Alyssa pudiera rechistar.
Tras ella, sus acompañantes tuvieron que acelerar su paso, aunque Alyssa trataba de mantener su porte altivo como toda una dama educada. Solo que no podía estar quieta. La humillación era demasiado grande para quedarse cerca de ese maldito lugar. Humillada y derrotada de forma política frente a sus invitadas, sin que se le pudiera criticar nada a la última princesa del reino. Alyssa apretó sus dientes hasta que crujieron. Esto no se quedaría así.
Primero, tendría que silenciar cualquier rumor. Por mucho que le gustara quejarse de la actitud de Orthyras, asqueroso nombre, no le convenía que nadie supiera lo ocurrido. Por un lado no quería que nadie hablara sobre la vergüenza que había pasado. Por otro, temía las preguntas: ¿la princesa os hizo inclinarse para saludarla? ¿Por qué no lo habían hecho? ¿Por qué llegó de repente? ¿Por qué no habría de asistir a su fiesta? ¿Acaso no es una de las mujeres de más alto estatus y la nuera de la reina? ¿Cómo que no fue invitada? ¿Por qué?
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Demasiadas preguntas cuya respuesta la harían quedar como la mala. Y Alyssa no permitiría eso. Ella estaba destinada a ser una amada reina y mientras tanto sería una amada esposa de un príncipe. La protagonista de una historia. No permitiría que nadie la convirtiera en la villana. Pero esto no se podia quedar así.
¿Qué hacer? ¿Qué hacer? Mientras caminaba, vio pasar a infinidad de sirvientes. Todos atrapados en los preparativos del próximo gran festejo. El príncipe Maegor, futuro Señor de Rocadragon pronto cumpliría diez y cuatro años. La isla nunca había podido celebrar el Día del nombre de su príncipe, que muchas veces se encontraba atrapado en Desembarco por estas fechas. Por eso esta celebración era especial. El Feudo le daría la bienvenida a su gobernante. Una sonrisa maliciosa se apoderó de ella, amplia y mostrando todos sus dientes. Pronto la quitó de su cara. No iba con su imagen y para su desgracia había notado que la princesa Ortiga tenía mejores dientes. Torcidos pero blancos. ¡Maldita! Aún así, un plan se comenzó a formar en su cabeza. Habían robado de su control su pequeña fiesta, Alyssa tomaría de ellos su gran celebración.