ID de la obra: 941

Sangre y fuego y otras magias extrañas

Het
NC-17
Finalizada
1
Tamaño:
579 páginas, 308.987 palabras, 45 capítulos
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Como se mueven las piezas del tablero

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Astutos, astutos Tyrell. Visenya tenía que admitir que no había previsto este movimiento, y que una parte de ella estaba celosa por no habérsele ocurrido primero. Cuando su hermano le otorgó Alto Jardín a sus administradores, solamente por entregarle el castillo, le pareció una jugada tonta. Lo de los Tully lo entendía. Después de todo era al inicio de la Conquista, y en una tierra sin líderes históricos claros. Había que recompensar la lealtad y demostrar que ponerse del lado Targaryen del conflicto podría traer inmensos beneficios. Aún así, los Tully eran una familia antigua. Cierto, eran los dragones quienes les habían otorgado el poder, pero tenían su propia historia de la que enorgullecerse y aferrarse. En comparación, los Tyrell parecían unos trepadores venidos de la nada. Astutos, astutos trepadores venidos de la nada. Tenía que darle la razón a su hermano. Su elección fue lo más sensato que se le podía haber ocurrido jamás. Unos señores que necesitaban de ellos para mantenerse en el poder, harían lo necesario para apoyar su reinado. Si los Targaryen caían, lo más seguro era que alguien más reclamara el hogar ancestral de los Gardener. Otras Casas estarían de su lado o en su contra, en dependencia de su conveniencia. Los Tyrell se veían obligados a ser sus leales vasallos. Aún así, no espero este nivel de astucia. La Casa de la rosa dorada había decidido que necesitaba tener un pie en cada facción del bando que los respaldaba. ¡Y que manera de lograrlo! Tuvo que leer la carta en sus manos de nuevo, repasando sus palabras: "es por ello que nuestra familia, como nuestra de su eterna lealtad, desea ofrecerle... ¡Que divertido! ...después de todo, los Tyrell no olvidamos que el dragón tuvo dos hijos". Halagos floridos y lenguaje zalamero no ocultaban la verdad. Los nuevos Señores del Dominio no querían, ¿cómo era la frase campechana esa? ¿Poner todos sus huevos en la misma canasta? Dependientes del trono de hierro para legitimar su gobierno, eran la Casa que más perdería si la monarquía se debilitaba. Tampoco les convenía estar del lado equivocado de las corrientes de poder internas, ¿pero esto? Los mayordomos ascendidos habían ideado una solución francamente brillante para hacerlo. Sin antagonizar directamente con nadie, sin fortalecer posiciones inconvenientes, invirtiendo en las fuerzas emergentes y haciéndolo a través de una lectura de necesidades fabulosa. Ingeniosos y sofisticados. Tenía que aceptar esta oferta. Serviría de apertura para que el resto de Poniente interiorizara como tratar con los Targaryen y como rompían el esquema de sus moldes. ¿Por qué luces tan complacida, madre? - frente a ella, tanto Maegor como Ortiga la miraban expectantes. Su hijo esperaba con tranquilidad que le comunicara lo que transmitían las letras. La esposa de este contenía sus manos para no alcanzar el papel. Lo extendió hacia ella, que la tomó con una celeridad impactante. Un ojo menos entrenado no notaría siquiera la acción mientras sucedía. La chiquilla debió de ser una ladrona muy buena con tal habilidad. Ortiga no dudó en leer el mensaje, aunque no hablaba, sus labios imitaban en un silencio mudo las palabras. De forma lenta, sílaba por sílaba, dio lectura al contenido. Sus ojos la miraron en shock. - ¿Los Tyrell nos están ofreciendo a uno de los suyos de escudero? ¿Un escudero? - Maegor buscó en ella confirmación, sus cejas fruncidas en un gesto entre duda y lo que su muy rígida mente consideraba un flagrante error - No puedo tenerlo aún. Quizás un paje o un asistente, pero no puedo tener un escudero hasta que no sea caballero. No importa que me vuelva un Señor, no es correcto. No según los códigos de caballería. Hablaba con demasiada firmeza, seguro de lo que decía. Por eso, cuando Ortiga lo agarró del brazo para detenerlo estuvo tan confundido. No están ofreciendo un escudero para ti. - su niño inclinó la cabeza de un lado a otro, perdido - Me lo ofrecen a mí. ¿Qué? - Maegor parpadeó y volvió a parpadear, desconfiado - ¿Estás segura de que es para ti? - Ortiga asintió - ¿Y dice escudero y no paje? ¿Estas segura? Todavía no lees muy bien. Dame eso. - extendió su mano, reclamando la misiva. Cuando la tomó, no notó las mejillas enrojecidas de Ortiga, camufladas por su piel más oscura. Mientras releía la hoja, vio luchar en su pilluela el orgullo y la vergüenza. Sí, ella había leído bien sus palabras, y si, todavía tenía problemas con la lectura compleja. Apenas iba comenzando con el Alto Valyrio y no había dominado por completo el idioma común. Aún así, había hecho un buen trabajo. Los números se doblegaban bajo ella, y aunque aún luchaba con la caligrafía, había avanzado bastante con la lectura del idioma oficial de Poniente en medio año. No dejaría que su, en estos momentos algo impertinente retoño, socavara toda la confianza que había puesto en su erudición. Un tortazo en su grueso cráneo atrajo su atención. Las cejas de Maegor casi le llegaban al nacimiento del pelo. - ¿Qué? Hizo una seña en dirección a Ortiga que su hijo no entendió, miró de ella a Visenya y se encogió de hombros. Se ganó el segundo sopapo a pulso. No esta bien burlarte o desestimar las habilidades de tu esposa con las letras, y mucho menos hacerla sentir insuficiente. - ella se cruzó de brazos. Maegor observó a Ortiga horrorizado, ella simplemente actuó como si no tuviera importancia. Él se volvió hacia ella preocupado - Tu esposa puede ser considerada poco educada, pero ha cumplido mis expectativas en un plazo razonable, por lo que no permitiré ninguna mofa hacia su trabajo. No lo hice. - le dijo a ella, para luego dirigirse a Ortiga - Es que no tiene sentido para mí. Un paje es enviado a aprender de la cultura cortesana, y puede servir tanto a un lord como a una lady. El escudero es para asistir caballeros, no tiene sentido darte uno. - ¡Pues ya viste que eso dice la carta! Maegor talló sus ojos - Quizás ambos leímos o interpretamos mal. Puede que haya algo que transmitan de forma oculta. - le echó otro vistazo al breve comunicado en sus manos, antes de suspirar y hundir sus hombros - O quieren darte un escudero. Los ojos asustados de su príncipe la miraron, preguntando si era cierto. Respondió con una asentimiento positivo. - Los Tyrell quieren entregar un escudero para la nueva princesa guerrera. Reconocen su rol como comandante por derecho propio o como fuerza disuasoria. O al menos son lo suficiente prácticos para saber que Ortiga participará de forma activa en cualquier evento militar al que se vea sometido nuestra Casa. Y es un escudero y no un paje lo que necesita tu esposa. También son bastante rápidos para que se les haya ocurrido el pensamiento antes que a otra Casa en este continente. Nunca se había hecho, una dama con semejante acompañante, pero encajaba tan bien con las dinámicas que la reina buscaba que le pesaba no haber sido ella quien saliera con la idea. Ortiga no podía tener damas de compañía, al menos no por ahora. Demasiado áspera y poco dada a los rituales cortesanos, sería una anatema para cualquier lady que ocupara dicha posición. Las conexiones y alianzas buscadas con el acuerdo no se consolidarían. Mientras tanto, un escudero... Un niño lo suficientemente joven para ser moldeado en lo que se requería y un precedente valioso, le diría al mundo que las mujeres con la sangre del dragón podían entrar a la carrera bélica en sus propias condiciones y manteniendo la legitimidad de su tan preciada caballería. Tan perfecto era el plan, que le pareció descabellado que nadie más hubiera llegado con ese ofrecimiento antes. Tendría que felicitar al Lord Tyrell o puede que a su hija, la más que probable mente pensante a la que se le ocurrió dicha estrategia. ¡Qué astucia! Lord Theo tenía que conseguirle un marido digno. Un simple lord, aunque fuera el líder de una Casa importante, sería poco para ella. Sería un desperdicio, y Visenya despreciaba esas cosas. El talento debería ser nutrido y esa niña era un activo que no debería ser ignorado. Pero, ¿por qué intentarían esto con nosotros? - su pobre niño lucía tan perdido con la nueva variante que no comprendía bien - ¿Qué no habían enviado a su hija con Alyssa? Los Tyrell quieren estar en ambos lados del conflicto sucesorio. - la boca de Maegor se apretó. Sabía como funcionaba su cabecita. Aenys era el heredero por lo tanto no había ninguna lucha según sus creencias. Lamentablemente para él, el mundo no funcionaba así - Entregaron una dama a Alyssa porque fue eso lo que solicitó, y nos ofrecen un escudero a nosotros por ser la facción más marcial. Pero, - el cuello de su hijo parecía a punto de partirse, girando de un lado a otro buscando respuestas - ¿por qué entregárselo a Ortiga? Hay muchos motivos válidos. - Visenya enumeró - En esencia, tu esposa es el poderío en bruto de la siguiente generación. - Azogue no competía contra Nyxia. Un enfrentamiento entre la dócil bestia blanca de Aenys y el Ladrón de Ovejas sería una masacre más que un combate - Solo puedo suponer que los Tyrell preferirían contar con su apoyo, incluso si no ocurren fricciones entre los herederos de Aegon. Marido y mujer asintieron en complicidad. Eso era fácil de entender. - Por otro lado, como Ortiga no tiene conexiones con otras Casas, no hay lealtades que intervengan ni favor que deba. Siendo la primera Casa que le da apoyo, tienen la primicia en cuanto a cualquier debacle ocurra y esperan reciprocidad. Si son sus primeros aliados, esperan que luche por ellos si alguien más los ataca. - Maegor enunció como si estuviera citando una ley escrita - Como no le debe nada aparte de a los Targaryen, siempre que no se nos opongan, esperan que ella se encuentre entre sus filas en cualquier acto bélico serio. Correcto. - peinó su corto cabello como una forma táctil de premiarlo. No era muy buena con estos contactos todavía, pero ver a los ojos de su hijo brillar merecía el esfuerzo consciente - Y por último y no menos importante, ofrecértelo a ti no es viable. Maegor abrió la boca para discutir esto y luego la cerró para fruncir el entrecejo, sin entender lo último muy bien. - No entiendo esa lógica. Ella suspiró - Darte un escudero a ti directamente significaría ofrecer apoyo de forma indirecta a Ceryse. Y no lo harán porque Ceryse es una Hightower y según ella, los Hightower tienen un reclamo sobre Alto Jardín. - Visenya asintió y permaneció en silencio mientras Ortiga analizaba esto - Al entregarme al miembro de su familia no solo me ganan a mí y por ende a Maegor, sino que también pretenden reducir la influencia de Ceryse fortaleciendo a la esposa contraria. Chica lista. - uso el mismo método que con su retoño. El cabello de ella más rebelde que la suave y lacia melena corta de su hijo. Su ladrona hinchó el pecho y alzó el mentón, consciente de haber interiorizado algo de la política en la que Visenya intentaba instruirla. Ahora le correspondía a Visenya responder la carta, pero ¿cómo premiaría de forma correcta semejante iniciativa? ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ Encantadora. Justo así era como quería verse. Alyssa giró una vez más frente a su espejo, el que había traído desde Desembarco porque las cosas que Visenya mantenía aquí para la familia real no podían ser llamadas así. Las superficies metálicas de acero con un amplio contenido de plata, pulidos hasta brillar, eran aceptables para la alta nobleza, pero los Targaryen eran reyes y Visenya no entendía la mentalidad. Estaba atrapada todavía en la guerra o cuando era apenas una Señora en Rocadragón, demasiada rígida en sus costumbres para aceptar que ahora estaba en un escalón más alto y debía actuar, y vivir como tal. Alyssa había aprendido bien la lección. Observó de nuevo su reflejo en lo que llamaba su "muro de oro". No era oro puro, eso sería un derroche estúpido en vez de opulencia. En realidad era una aleación de oro de ley con una alta proporción de bronce pulido y creía que estaño. Seguía siendo lo suficiente ostentoso para que la futura reina y madre de los próximos reyes lo mereciera. La plancha de casi la altura de una persona que estaba encuadrada en un marco de ébano macizo tallado con gaviotas, caracoles y caballitos de mar. Un tema personalizado, para que no olvidará la lealtad a su Casa paterna. La imagen devuelta era de un tono dorado y meloso que la favorecía. El nuevo vestido también. Paso sus manos por la delicada prenda. De talle alto, que abrazaba sus pechos, una cinta azul marino se ajustaba por debajo de su busto. A partir de ahí, la tela de seda plateada pálida, casi blanca, caía suavemente hasta casi el suelo. Un escote cerrado que enmarcaba su rostro, lo que le permitiría a Alyssa hacer destacar su tocado. Bordado con hilo de plata, habían brotes de flores naciendo en cada dobladillos, diseñadas para combinar con las joyas que había encargado para su cabello. Mientras la costurera ultimaba los últimos detalles, apareció su esposo. ¡Oh, Alyssa! ¡Que bella luce mi esposa con ese vestido! - Aenys la hizo girar entre sus brazos antes de darle un ligero beso de pico. Luego frunció sus cejas notando que no estaba perfectamente ajustado a ella - ¿Es un vestido nuevo? Alyssa... Tuvo que morderse la lengua para no replicar. No era su culpa que alguien había fallado con la asignación de Aenys, y como resultado de que este no recibiera lo que correspondía, tuviera una deuda. Durante un par de lunas su presupuesto había sido disminuido, y luego, cuando el error fue encontrado, no le devolvieron la moneda perdida. Su esposo tenía un faltante que arrastraba desde ese día y aspiraba a ahorrar aquí, en esta maldita isla semi desierta, lo suficiente para cubrirlo. Que él tuviera una deuda no significaba que Alyssa la tuviera. Al parecer no creía lo mismo, y aspiraba que su esposa reduciera sus gastos al no confeccionar nuevas prendas. Alyssa puso su sonrisa más complaciente antes de hablar. No se preocupe, mi Señor esposo. - tomó la tela que caía a la altura de sus caderas y la alzó en una reverencia formal - Como puede ver, este vestido es bastante modesto. Aenys le echó un vistazo más profundo y asintió satisfecho. En verdad, era bastante modesto para sus estándares. Además, - continuó Alyssa alisando la seda, ninguna arruga era aceptable en la próxima pieza de su momento triunfal - es el Día del nombre de tu hermano. - o lo sería hasta que ella se presentara - Quiero lucir adecuada en la primera vez que asistimos a esa celebración para él. Bueno, - Aenys suspiró con aceptación, absorbiendo la silueta que se marcaba en si figura - supongo que es lo suficiente sencillo. - besó su frente y se dispuso a marcharse, mientras decía - No será tan caro para que nos afecte. Pues si, pensó Alyssa mientras su marido se marchaba. El vestido era algo barato para lo que acostumbraban. Lo que era verdaderamente costoso eran las joyas que destacarían en su peinado. Pero, considerando lo que sucedería pronto, ella se merecía semejante gasto. ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ Finalmente estaba seguro en las habitaciones de Ortiga. Su puerta atrancada como hacía cada vez que revisaba en su rincón secreto. Le daba la sensación de que ellos dos estaban aquí en la última línea de defensa, una fortaleza contra el mundo hostil de allá afuera. Y desde luego que era hostil. Las preparaciones de su madre para el día de su nombre se estaban agudizando. Cada detalle siendo pulido. Cada rincón del castillo invadido. Los sirvientes corrían de un lado al otro, con un revuelo casi igual a cuando llegó el rey. La reina planeaba hacer de este, la primera celebración de este tipo para él en su hogar, un evento magnífico. También sería la primera vez que su padre y su hermano estarían presentes en su fiesta, aunque no sabía muy bien que pensar del primero. Por un lado, había vuelto a ignorarlo. Aunque Maegor lo excusaba diciendo que recién se había movido hacia acá y sin su madre, el peso del gobierno era mayor. Una parte de él, la oscura, le susurraba que eran palabras vacías y que Aegon se había aburrido de lo que sea que le llevó a prestarle atención. La otra... había visto con sus propios ojos y escuchado con sus oídos como el rey se dirigía a su madre, como la comparaba con su tía fallecida, la que todos llamaban su favorita. La mujer estaba muerta, y aunque él no la odiara, detestaba el hecho de que alguien encontrara a su madre falta en comparación con ella. ¿Cómo podría alguien sugerir que Visenya Targaryen estaba por debajo de la perfección? Incluso si tuviera algún pequeño defecto, dudaba que Rhaenys Targaryen la superará. Su padre parecía diferir. Resopló y se dispuso a ignorar el tema. No le gustaba saber que su madre era tratada como menos de lo que se merecía. No cuando había llevado las riendas del reino durante más de dos décadas para su padre, y ahora llevaba las de su feudo para él. Y como la tirana que era, tenía a todos en movimiento y concentrados en los preparativos. Entre la inusual actividad y Cerse tratando de ganar su atención, sí, lo había notado y no le interesaba, el resto del castillo se sentía invadido y poco seguro. Aquí era mejor. El lugar de Ortiga no solo estaba lejos de la mayoría del ajetreo, sino que era un santuario incluso de su otra esposa, que no se atrevía a penetrar aquí. Ortiga, - se dirigió hacia su mujer, que ya estaba husmeando entre sus tesoros - ¿averiguaste aquello que te pregunté? No he podido. - le dijo mientras alcanzaba algo de allí. Debió ser el peine, el del mango de marfil, porque enseguida comenzó a desenredar su cabello - Mañana intentaré escapar temprano. - la miró acusador - Acompañada de mi guardia. - eso estaba mejor - Es solo que todos están concentrados en tu fiesta con tanta fuerza que no he tenido la oportunidad de salir al pueblo. Incluso ellos habían sido cargados con tareas, para despejar el día de la celebración. Aunque Maegor había conseguido que le dejaran seguir entrenando, su esposa había conseguido la mañana libre. ¿Tienes el papel que te di? - se acercó al armario, para ver los tesoros de su amiga, aunque dudaba que estos hubieran variado. Tengo el papel, tonto. - si, eran los mismos de siempre. Maegor podría comprarle cosas más caras a ella y de mejor calidad, cosas que le hubiera dado él y nadie más. Aún así, dudaba que amara esos objetos como estos que tenía aquí, sus bienes celosamente protegidos - Mañana temprano, acompañare encubierta a Alynx a ver a su familia y revisar cómo su hermano... La voz de Ortiga se detuvo, y un aire raro se respiró en el silencio del cuarto. Abrumadora. La falta de sonido se sintió así. Observó a su esposa, dudoso de lo que había pasado y la vio paralizada, en un gesto de peinarse la erizada cabellera oscura. Bajó el brazo que sostenía su peine, y luego lo levantó para llevarlo bien cerca de su cara. Le echó un vistazo. Oh, se le partió un diente. - suponía que el útil perdió la batalla contra el pelo de ella. Ortiga sostuvo el objeto entre sus manos, que temblaron con suavidad, antes de apretar la peineta contra su pecho. Sí. - croó las palabras como si fuera una rana, asustándolo a él que estaba cerca de ella - Supongo que se rompió. Ortiga. - la vio sacudirse ligeramente en su lugar, lo que solo hizo sonar las alarmas en su cabeza. ¿Qué tenía a su valiente mujer temblando? Se mojó los labios con su lengua - Ortiga, ¿estás bien? Sí. - de nuevo ese tono ronco, casi ahogado. Oh, no le gustaba esto. No le gustaba para nada - ¿Por qué no estaría bien? Algo estaba mal. Algo estaba muy muy mal y no sabía porque - ¿Es por el peine? - preguntó preocupado - Te conseguiré uno nuevo y más caro. - ella dirigió sus ojos hacia él y las alarmas en su cabeza se convirtieron en alaridos de un dragón - No. Te compraré diez mejores. - las lágrimas empezaron a nacer de sus ojos, de esos orbes oscuros que solían burlarse hasta de ella misma - ¿No quieres eso, no? Te conseguiré un peine igual. Su copia exacta. Ninguno de los dos se había movido un paso desde que empezó lo que fuera que era esto, pero su esposa azotó su cabeza en negación, apretando el desdentado objeto con más fuerza contra su esternón - No importa que se vea igual. No va a ser lo mismo. ¡No va a ser lo mismo! No llores. - fue lo equivocado de decir, pues como un hechizo, las escasas gotas de agua salada se transformaron en un río. Y eso no fue lo peor. Es una estupidez. Dame un instante y me recuperaré. - se sacudió de tal forma que la agarró de los brazos, no fuera a ser que se cayera - En un momento nos estaremos riendo de como soy una lloriqueante tonta por llorar por un peine. - decía esto mientras ponía una sonrisa en su cara, pero las lágrimas no se detenían y ella sorbía intentando contenerlas. No tienes que reír si no quieres, mujer. Es más, no lo hagas. Te lo ordeno como tu esposo. - eso sacó una risa de ella, aunque no le vio ninguna gracia a lo que dijo, solo para que lo que le pareció un río se convirtiera en una inundación. ¡Esta roto! ¡¡¡El peine que me dio mi papá está roto!!! - eso fue más un aullido que otra cosa, para que luego su feroz mujer se convirtiera en un desastre balbuceante. Ni siquiera hacía aspavientos como había visto hacer a algunas damas, solo se sostenía ahí de pie, a la distancia de sus brazos, mientras los sollozos que no lograba contener la sacudían con demasiada intensidad. Una sonrisa rota se intentaba mantener, esculpida en un rostro surcado de lágrimas. A él no le gustaba esto. No había nacido para sostener a delicadas doncellas con sus frágiles sentimientos lastimados, pero esta era su amiga. Debería hacer algo. En contra de todo lo que él era, y su cerebro que no sabía bien como reaccionar, la abrazó contra él como había visto hacer a algunas personas. Quizás apretó muy fuerte, porque cualquier intento de contención desapareció. ¡Debí haber muerto con él! - gritó ella, ahogada contra su pecho, y fue él quien negó aterrorizado. De haber muerto, Maegor no tendría una amiga a su lado. Solo a Ceryse. El solo pensamiento lo dejaba vacío. - No digas eso, esposa. ¡Pues debí quedarme junto a él! ¡Debí luchar a su lado! ¡Él me lo prometió! ¡Cuando acabáramos la guerra íbamos a ser una familia! ¡¡¡Yo tendría una familia!!! - perdió el sostén de sus piernas, y si Maegor no la estuviera sujetando habría caído al suelo. Incluso con la cara aplastada contra su cofre, los quejidos que emitía entre cada frase eran audibles - Pero le hice caso. Y ahora no tengo padre. Solo un peine roto. Lo último pareció destruir cualquier pensamiento coherente en su cabeza, porque a partir de ahí sólo hubo gritos y más sollozos. Su jubón estaba húmedo de una forma que Maegor detestaba, pero no se atrevía a separarla de él. Después de todo, sus lágrimas también eran suyas. No le importó el tiempo que pasó, él era lo suficientemente fuerte como para cargar con ambos. Intentó peinar con sus dedos su erizada melena, considerando que el peine no había cumplido su función. No supo cuanto tiempo pasó, pero eventualmente los gritos se convirtieron en sollozos callados y luego en gemidos. Cuando se detuvo por completo, la liberó con miedo. Su mujer se tambaleaba frágil como una hoja ante la brisa. Sus ojos rojos y su nariz aún más roja e hinchada. La cicatriz que le atravesaba el rostro se había vuelto una extraña línea blanca. Un recordatorio físico de una vida posiblemente asediada de peligros. Escasa de la seguridad con la que él siempre contó. No creo que pueda bajar esta noche al Gran Comedor. - no había voluntad en sus palabras, su eterna energía drenada - Podrías anunciar que me siento mal. Asintió sin ninguna duda. No sería una mentira. Ella se veía a punto de colapsar. La vio encaminarse a la cama y comenzar a quitarse se ropa. Él selló su rincón oculto, destrabó la puerta y ordenó a las dos siervas que esperaban nerviosa - La princesa no se siente bien. Informa a mi madre que no asistiremos a la cena y que ambos tomaremos la comida aquí. La luna alcanzó su cenit en este ambiente tenso, donde su incansable Ortiga parecía un monigote desprovisto de vida. Ni siquiera pareció disfrutar su comida, lo que solo provocó que se preocupara más. Cuando llegó la hora de irse, ella le suplicó: - Quédate. No quiero estar sola. Me toca dormir con Ceryse. - no es que lo disfrutara, pero debía hacerse. Que Ortiga le hubiera dicho de su posible infertilidad se volvía cada día menos como algo sin importancia, a un peso que lo empezaba a arrastrar. No me importa. - finalmente algo de firmeza salió de ella - Solo por hoy. Rompe esa rutina solo por hoy. Diez noches para Ceryse y una para Ortiga. La miró en la cama, solo braies y su banda en los pechos, sin ropa de dormir porque no tenía el interés para ponérsela. Una noche no estaría mal, aunque Ceryse con su extraño apego podría quejarse. Mmm, ¿y si intercambiaba las noches? Era justo, y conveniente, la que le correspondía cambiaría con la que le tocaba a Ortiga. Así se cumplía con lo que era correcto y acompañaba a su derribada amiga. Sí. Ceryse debería aceptarlo. No. Ceryse lo aceptaría. Zanjado el asunto, se quitó su propia ropa. Si ella estaba en braies él también. Ortiga, - preguntó cuando estaba cubierto por las coberturas que compartían - ¿tu padre fue el que murió combatiendo contra Vaghar? - no sabía si era correcto preguntar, pero si le dolió, no tenía la energía para demostrarlo. Sí, contra el dragón más grande del mundo. - se quedó en blanco, como si intentara recordar algo - No me dejó luchar con él. Ya había perdido muchos niños en la guerra y temía que muriera. Pero Aemond tenía que caer. Era una amenaza para la reina, su esposa, y para todos los que la apoyaron, incluidos sus niños. Creo, - tragó saliva - creo que si los hubiera abandonado lo habría respetado un poco menos, pero era lo que yo hubiera preferido que hiciera. Que me eligiera a mi y se fuera conmigo. Pero tenía que pensar en su hijo. Y en sus otras hijas. En todos los demás. No se si era un buen hombre, se han dicho cosas atroces de él, pero... No dijo nada más, y Maegor buscó como llenar el silencio. Lo que antes no le molestaba, ahora se le antojaba terrible. Al menos murió como un héroe. - dijo. Yo no quería un héroe. - una única y solitaria lágrima se deslizó de un ojo de su esposa, siguiendo la línea que le cruzaba la nariz. Una marca terrenal de su dolor - Yo solo quería un padre. ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ Estaba asustada. La noche anterior, gritos y llantos se habían escapado del cuarto de la princesa. Alynx había estado tan desesperada por salvar a su Señora que había intentado entrar al cuarto. Tonta. ¿Qué se creía que iba a hacer? En todo caso, empeoraría las cosas si estaba sucediendo algo malo. Para su suerte, la puerta estaba cerrada con pestillo, por lo que no podría entrometerse. La muchacha no lo creyó así. Demasiado fiel a quien consideraba su salvadora, esta dispuesta a interponerse entre ella y lo que sea que sucediera. Para acrecentar su temor, el príncipe Maegor estaba allí dentro. No era un amo cruel, ni nunca había hecho nada malo contra la princesa y su otra esposa, pero ¿quién sabía en lo que se convertiría un hombre dentro de las paredes que debían ser su dominio? Cuando el llanto se calmó y el silencio se apoderó del aposento, el príncipe salió y anunció que ni él ni la princesa acudirían al festín. Calmó la preocupación de la aterrada Alynx. Si un hombre le pegaba a su esposa, no se quedaba con ella a consolarla. Pareció tranquilizar a la niña, y ella misma se dijo que estaba mal tener malas ideas de lo que había hecho su Señor. El agujero en su estómago no se iba. Solo habría que ver el estado de la princesa para saber sin incertidumbre que sucedió, se dijo. Temprano como siempre hacía, la puerta se abrió con el príncipe buscando romper el ayuno. Ella y la otra doncella permanecieron en las sombras, atentas por si eran llamadas, pero fuera de la vista como deberían hacer los buenos criados. Detrás de él y luciendo despierta, estaba la princesa. Esta era una nueva variante. Siendo la doncella que le fue asignada por la reina desde el comienzo, sabía que a la chica no le gustaba madrugar y podía decir que la conocía bien. Alynx suspiró al verla actuar energética y alegre, como era común en la vivaracha dama. Aún así, se sentía como falso. Un esfuerzo forzado para ocultar algo que la puso inquieta. ¿Qué escondía su Señora? No tienes que levantarte temprano. - el príncipe Maegor se escuchó serio como siempre, aunque las órdenes que siempre iban implícitas en sus palabras no se encontraban presentes. Tengo que averiguar lo del papel, ¿recuerdas? - artificial, la alegría de la princesa se escuchaba artificial. El Señor de Rocadragón frunció su ceño, solo que no lucía aterrador como siempre. Se inclinó de un lado a otro sobre sus pies - No tienes que hacerlo si no quieres. - se rascó su pelo, su incomodidad llegaba hasta aquí - ¿Quieres que me quede contigo esta mañana? ¿Para qué no estés sola? Puedo entrenar más tarde No. - esta vez, la voz de la princesa sonó algo acuosa - Necesito salir y no quedarme atrapada. Él asintió y pareció dudar, su rostro mirando de un lado a otro, evitando a su esposa. Entonces el príncipe se inclinó y besó lo que debía ser su cicatriz. Estaba segura de ello aunque desde aquí no se veía bien - Haz lo que quieras. La princesa Orthyras sollozó una vez antes de abalanzarse contra su pecho. Su príncipe pareció abrazarla torpemente. Sus grandes manos palmeando con golpecitos la espalda. Oh, esto era consuelo. Una mujer que teme a su marido no se derrumba contra él, buscando protección. Tampoco es que nunca hubiera imaginado al hijo de la reina Visenya actuando como refugio para una de sus esposas. Dudaba que con la Hightower pudiera ser así de cercano, no cuando hacía de todo para evitarla. Llamaban a la dama del Dominio la favorita, porque compartía con ella la mayoría de sus noches. Pero ¿después de esto? ¿Podía compararse lo que acababa de ver con simplemente compartir la cama de otra con mayor frecuencia? No entendía porque lo hacía. Lo que si sabía era que los Señores nobles actuaban muchas veces de forma que ella, una simple sirvienta, no comprendería jamás. Aún así, ya no había espacio para dudas en su cabecita: no era a Ceryse Hightower a quien su príncipe llevaba cerca de su corazón. ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ Este festín era posiblemente la celebración más grande que había visto Rocadragón, y eso que la bienvenida del rey había sido fastuosa. Gritos y risas por doquier, la sala estaba llena a reventar. Visenya se había encargado de todo con obsesiva planificación. Esto no era solo el día del nombre de su hijo, era su entrada triunfal, su reconocimiento velado de su señorío sobre el Feudo. Todavía no era oficial, y la fiesta no reclamaba ser sobre ello, aún así ese era el ambiente que se respiraba. Por su cuenta, ella no trataba de analizar cómo se sentía. El quiebre del día anterior la había dejado vacía. Vacía y ligera, como si hubiera soltado un peso. No sabía de dónde había salido esa ruptura, ni que la había provocado, pero la vergüenza también era algo profunda. Se pasó la mano por la cara. ¿Cómo se le ocurría llorar por el diente de un peine frente a Maegor? A su lado, su esposo la miró preocupado. Hoy era su día, ella no debía hacerlo sobre como se sentía, sino sobre él. Cosa que Maegor no pareció aceptar, para nada. Observó el jubón que traía y tuvo que reírse un poco. Esa tarde, cuando se supone que debía prepararse, su falso esposo había aparecido con la ropa que llevaría él a la fiesta. ¿Su objetivo? Escoger la ropa de Ortiga para que combinara con la suya, porque según su lógica, ambos eran un equipo y deberían vestirse igual. Tratar de disuadirlo fue por gusto. Intentarlo solo le llevó a decir que este era su día y él era su esposo, que lo complaciera a él y le dejará escoger. Jamás imaginó al solemne Maegor revolviendo sus prendas, buscando elegir la que le quedaba mejor y que se asemejara más a la de él. Por ello estaban aquí, en el festín en su honor, vistiendo jubones que parecían haber sido confeccionados a juego. Negro absoluto con algún que otro detalle en rojo. Entrando a la sala ella en sus brazos. Esperaba que los dioses fueran misericordiosos y su color de piel le evitara el sonrojo. Ceryse no se perdió su entrada, ni el rey, ni siquiera Visenya que ya estaba allí. Sus ojos siguiéndonos a lo largo de la inmensa habitación. No creía que el ruido estridente le gustara mucho a su esposo, pero este estaba lo suficiente satisfecho con como se desenvolvía todo como para aceptarlo con calma. El agradable calor del primer festín no se repitió, por lo que varias chimeneas estaban encendidas para calentar la sala. Aenys y su esposa entraron de últimos, según Visenya ese era un movimiento que buscaba llamar la atención, aunque la última vez le había fallado a la caballito de mar. Tenia que admitir, su vestido plateado suelto llamaba la atención por su sencillez. La tela brillante caía con delicada gracia, haciendo una sugerencia seductora de la figura de Alyssa. No se perdió tampoco el soberano orgullo con el que la dama Velaryon los saludó, ni la corona de flores perladas que adornaba su cabello. No era una diadema en sí, pero la imagen estaba clara. A través de su peinado, adornando su tocado como un anillo de joyas engarzadas, había un círculo de brotes de flores y espinas, pero sin formar una verdadera tiara. La semejanza le dijo todo. A la Velaryon no le gustaba que Ortiga pudiera llevar corona y ella no. Bueno, si esas joyas la hacían feliz... se encogió mentalmente de hombros. Contrario a lo esperado, el discurso inaugural de felicitaciones fue dado por el rey, elogiando la organización del evento y el futuro de Maegor como Señor de la isla. Todo sin condescendencia ni sarcasmo. El rey Aegon parecía haber bajado un poco la intensidad contra la rama de Visenya, eso o estaba agotado y sin fuerzas para hacerlo. Juraría que vio una arruga nueva salirle en la cara en el tiempo que llevaba aquí. Mientras transmitía sus palabras, Alyssa cuchicheaba algo al oído de su esposo. El jubón dorado de este contrastando con los colores sangre y sombra que llevaban el resto de las personas que se consideraban sangre del dragón. A Ortiga le hubiera gustado inclinarse hacia atrás, quizás averiguar qué decía, pero esto era un evento formal. Si rompía los protocolos esperados, Visenya la haría bordar todo un vestido. No se le daba mal si no usaba un patrón complicado, pero era un suplicio. Las palabras de la reina fueron ejecutadas con la perfecta mezcla de elegancia y poder. Si algún día lograba ser la mitad de imponente que ella, se conformaría. Durante ese momento, el intercambio entre Aenys y Alyssa se volvió tan intenso que Aegon tuvo que acallarlos. ¡El rey había detenido a su hijo! ¡¡¡Es un milagro!!! Bueno, suponía que un favoritismo tan obvio como el de siempre, en la fecha que celebraba el nacimiento de su otro hijo, podría verse mal incluso para él. Mejor que mejor. Maegor tendría su día sin ser la sombra del favorito de su padre. Sucedió a su madre Maegor, sus palabras escuetas y simples, pero levantó su copa con un orgullo y satisfacción inesperada en él. Por último, Aenys se encaminó a decir sus propias felicitaciones. Su voz dulce alzándose con inusitado fervor. La alegría se escapaba de su piel. Nobles de todo el reino, aliados y amigos, hoy es un día de festejo. - alzó la bebida en su mano con tal ímpetu que por poco se derrama - Celebramos a mi hermano menor, que cumple hoy diez y cuatro años y se acerca cada vez más a la edad en la que se convertirá en Señor de este ancestral Feudo. Aenys extendió sus dos brazos de forma dramática y su acto fue respondida con algarabía. El mayor de los príncipes sabía cómo animar una fiesta, tenía que admitirlo. Enseguida hizo un gesto para silenciar a su público y continuar lleno de excitación. Como es una noche cargada de tanta alegría, quiero compartir con todos vosotros un anuncio que traerá aún más goce. - Alyssa a su lado se levantó con gracia, sus labios cerrados en una sonrisa primorosa y un aire de fragilidad innata. Ya de pie, colocó con delicadeza una mano en su estómago. ¡Hija de puta! No iban a decir lo que... - Es mi placer anunciarles que mi esposa, lady Alyssa de la Casa Velaryon, esta esperando al futuro heredero de la Casa Targaryen. Un nuevo hijo para nuestra familia.
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