ID de la obra: 941

Sangre y fuego y otras magias extrañas

Het
NC-17
Finalizada
1
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579 páginas, 308.987 palabras, 45 capítulos
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Las piezas que nos faltaban

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El sol apenas había cruzado el horizonte cuando Alynx fue a cumplir con sus deberes. La princesa odiaba levantarse temprano, y nunca, bajo ningún concepto, lo haría por sus propios medios. Por lo que recaía en sus doncellas brindarle el servicio de despertarla. En cualquier otra ocasión se habría horrorizado. Estar sometida a la tarea de hacer algo que molestara a su ama sería el miedo de cada siervo, pero ¿con la princesa Orthyras? Habría refunfuños y quejas, y Su Alteza se aferraría a sus almohadas como un náufrago a un tablón de madera. Pero nunca habría consecuencias nefastas por cumplir su cometido. De hecho, desde que fue ascendida a este puesto, su vida había cambiado de forma tan épica que todavía no se lo creía. Paso de ser una sirvienta común a servir de forma directa a una de los Señores de la isla. Todavía no se lo creía del todo. Pasar de temer ser despedida a escalar a la cima. No más labores pesadas para ella, no más miedos a castigo o despido, no si su Señora no quiere y la princesa no era de esos señores, y sobre todo la comida. Sentía sus mejillas llenas y una energía como nunca antes. Su puesto le permitía muchas veces comer de las sobras de la mesa de quien servían, un beneficio envidiable por la calidad de la comida. Alynx y su compañera estaban un paso por delante de eso. Cada noche a la esposa del futuro señor de la isla se le servía una mesa cargada de comida, para que la princesa pudiera conciliar el sueño con calma. Solo podía imaginarse el sufrimiento que su dama debió vivir para necesitar la presencia de alimento para conciliar su descanso. Las señoritas nobles no habían sido criadas para pasar hambre. Y aunque el personal de servicio no tenía porque juzgar las rarezas de la nobleza, en Rocadragón, aunque no se permitían mucho los rumores, todos sabían que la jinete de Nyxia había sobrevivido a una guerra que le costó a toda su familia. ¿Quién sabe cuántas cicatrices, además de las externas, cargaba la princesa? Los hombres que regresaban del combate algunas veces arrastraban problemas. ¿Por qué no podría hacerlo una mujer? Considerando todo lo que debió sufrir, una mesa llena de comida para descansar era una extravagancia inocua. Más todavía si sus sirvientes se beneficiaban de ello. Y Alynx y su compañera definitivamente lo hacían. Justo antes de entrar al cuarto de la princesa, miró su mesa desbordante. La mesa que cada mañana era entregada por completo a ellas, para que hicieran como gustasen con la misma. Los estómagos llenos de toda su familia lo agradecían. Entró confiada a la habitación en penumbras. Desde la cama de la princesa solo se apreciaba el montículo de coberturas en las que se envolvía la dama. A las personas de la sangre del dragón realmente no les agradaba para nada el frío. Buenos días, princesa. Es hora de salir de la cama para prepararse. No quiere llegar tarde al entrenamiento de Ser Corbray o este la maldecirá. - expresó mientras dejaba entrar la luz por las ventanas. Todo el aire salió de sus pulmones cuando de entre las sábanas se levantó disparada una melena demasiado clara para ser de su dama. ¡Príncipe Maegor! - el pecho le empezó a palpitar con dolorosa velocidad - ¡No sabía que usted durmió aquí, Alteza! No era mi intención molestarle. El susto no le impidió notar que el hijo menor del rey tenía el pecho desnudo. ¿Finalmente había buscado un bebé con su Señora? A Alynx le encantaría. Por un lado, no sería bueno para los fieles de los dioses valyrios si Lady Ceryse se convertía en la madre de su heredero. La dama del Dominio era demasiado adepta a los dioses ándalos y le enseñaría lo mismo a su hijo. Por otro, había escuchado que ciertos nobles señalaban que su Señor no tenía preñadas a ninguna de sus dos esposas, en comparación con el príncipe Aenys con su lady Alyssa. Pero el príncipe de Rocadragón sólo buscaba plantar su semilla con una de sus mujeres, y medio año no era tan largo. Estaba segura de que la princesa si lo lograría cuando lo intentara, pero mientras tanto era mejor callar y tener esperanza. ¿Despiertas así siempre a mi esposa? - no parecía enfadado. Su ceño fruncido no estaba presente mientras se estiraba sobre el colchón. Mmm... Hagan silencio y déjenme dormir un poquito más. - a su lado, su señora se acurrucó más contra él. No has respondido. - le espetó Maegor, al verla en silencio. Esta vez sus cejas sí volvieron a su gesto habitual. Sí, mi príncipe. - asintió algo asustada, luchando por no retorcer sus dedos frente a la figura posiblemente desnuda del próximo lord del Feudo - Pero juro por las Catorce Llamas que a mi dama no le importa. No le gusta salir de la cama y esta es una manera de conseguir que lo haga. El príncipe asintió, luego parpadeó confundido - ¿Catorce Llamas? ¿El hijo de la reina no sabía de las Catorce Llamas? Eso no tenía sentido - Sí, mi Señor. La cadena de volcanes donde surgió el imperio valyrio. ¡Se sobre ellas! - le espetó molesto, quizás porque creía que se burlaba de él por no conocer de ello, y Alynx empezó a temblar en su lugar. Por suerte para ella, el estallido provocó a su ama, que alzó su cabeza. ¡No le hables así a mi doncella! - le dijo a su noble esposo antes de darle un sonoro bofetón en su costado - Háblale con decencia y con un maldito volumen bajo, malditos hijos de puta que no ven que la gente intenta dormir. - terminó diciendo antes de acomodarse aún más y colocar una almohada sobre su cabeza. Su esposo cambió la atención de su consorte a ella, exigiendo en tono moderado - No has visto nada de esto. Por supuesto que no he visto nada. - negó con fuerza, sacudiendo su cofia - Es más, juro por las Catorce Llamas que nada pasó. De nuevo, ¿por qué juras por las Catorce Llamas? - aunque ceñudo, Su Alteza lucía más confundido que otra cosa - Eran volcanes, no dioses de Valyria. Oh. Era eso. Alynx trató de sonreír calmada - Aunque no eran dioses en sí, las catorce montañas de fuego eran respetadas y veneradas. Después de todo, de ahí surgieron los dragones y fue el hogar del imperio más grande del mundo. - una tragedia que la Perdición destruyera todo, pensó mientras cruzaba sus manos. Ya veo. - corto y escueto, el príncipe dejó de prestarle atención mientras bosteza. De repente se detuvo - Catorce es el doble que siete. - la miró con sus ojos abiertos, el negro de sus pupilas consumiendo el violeta de sus iris - Alguien que adora a los Siete y también a los dioses valyrios, pensaría que dos veces siete es catorce. ¡Los dos veces bendecidos son las Catorce Llamas! - gritó mientras se revolvía y caía de la cama. Maegor. - su Señora se despertó al sentir el impacto. Su Alteza. - exclamó ella con conmoción al mismo tiempo. Ambas miraron hacia el lado que se encontraba en el suelo. Al parecer aún llevaba su ropa interior. Una lástima. A Alynx le gustaría que se pusiera a hacer un niño con su Señora. El príncipe no tardó en elevarse del frío piso y sacudir a su mujer. Ortiga. Ortiga. - agarrada de los hombros y zarandeada, su consorte era meneada en el colchón sin poder oponer resistencia. Aún así no decía nada más. Ni explicación, ni orden, aparte de reclamar la atención que ya tenía de su mujer - ¡Ortiga! ¡Que me sueltes! ¡Coño! - exigió la princesa, al parecer cansada. No se despertaba de buen humor por las mañanas y el tratamiento que le daban no ayudaba. Cuando su agitado marido se detuvo, ella preguntó con calma - A ver, ¿qué me querías decir? - ¿Le llegaste a preguntar aquello al maestro calero? - Sí. ¿Y que dijo? - preguntó su Señor cada instante más agitado. Ah, sí. - la última incorporación de la Casa Targaryen bostezó antes de saciar la curiosidad de su exaltada pareja - Dice que lo que sea que trabajara el escritor del diario, no era cal. ¡¿Por qué?! - dijo acercándose a ella. La princesa, nada dispuesta a que la batieran en el lugar de nuevo, alzó sus manos y su esposo se alejó. Dice que la piedra caliza primero pasa por hornos para convertirse en cal. Eso de darle sol no tiene sentido. - agitó su cabeza, sus cabellos aún más erizados de lo normal debido a que aún no habían recibido por primera vez al peine en el día - Sus palabras exactas fueron: ¿sol, moler y tamizar? Esa mierda no es cal. Pero... pero el libro hablaba de cal. Pero también hablaba de ceniza. No me di cuenta hasta ahora. - el príncipe caminaba en el lugar. Alynx estaba segura de que hablaba más para él mismo que para los demás - Todo el rato, la ceniza de volcán era una palabra diferente a la ceniza normal. No dejaba de compararla con el de los dos veces benditos. ¡Dos veces benditos es catorce! ¡¿Cómo no me di cuenta?! - se colocó las manos en la cabeza restregándose su pelo - La ceniza volcánica no era ceniza. Alynx estaba un poco aterrada por el comportamiento poco cuerdo que presenciaba. Su señora, por otro lado tenía una mirada vacía. La vio tambalearse y estuvo segura de que todavía estaba medio dormida. Sí, lo que sea. - la princesa suspiró antes de volver a acostarse y cubrirse con las telas de su cama. ¡Mujer! ¿¡Mujer, no lo entiendes!? - Maegor fue hacia ella, y aunque fue a alcanzarla, se retractó antes de tocarla - Creo que la ceniza es un material. ¡Un material valorado por los valyrios! ¿Comprendes lo que significa? Desde su capullo escuchó suspirar a su joven dama - ¿Qué no me vas a dejar dormir? Ambos príncipes siguieron ignorando su presencia, cosa que Alynx agradeció. No quería llamar la atención de ningún miembro masculino de la nobleza. Su príncipe no parecía ser así, pero Alynx prefería mantenerse fuera de cualquier interés, a diferencia de otras doncellas que conocía. Tontas. Intentar seducir al esposo de una jinete de dragón era buscar la muerte con los brazos abiertos. Tenemos que ir a buscarlo. Al maestro calero. ¡Ahora mismo! - Maegor parecía a punto de salir disparado por la puerta - ¡Tengo que hablar con él! ¡¡¡Vamos Ortiga!!! Su dama se quitó de encima sus coberturas, al parecer había aceptado que no la dejarían dormir un poco más, y suspiró descontenta. No tardo en preguntar - ¿Eso significa que hoy no entrenamos? El príncipe se detuvo de inmediato. - No. Primero entrenamos y luego esto. Sí. Eso pensaba. - y justo como hacía cada día, la princesa Orthyras de la Casa Targaryen se levantó como si le costara abandonar su colchón de plumas. Su esposo, contrario a su comportamiento usual, volvió a agitarse en sus lugar, abriendo y cerrando sus dedos en movimientos descoordinados - Ahora que si estás despierta mujer, te lo explicaré mejor. Escucha bien lo que te voy a decir. Los... ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ Hijos míos, - llamó el septón Garen a su congregación. Un grupo que carecía de años y poder, aún así, tenían algo más importante. Mentes limpias y puras, y sobre todas las cosas: moldeables. No alzó sus brazos. No. No quería dar una imagen de grandeza. En vez de eso los extendió hacia abajo, como un padre a punto de recibir a sus hijos. Eso nunca pasó con él, pero estaba bien. Un bastardo no puede tener los mismos derechos que un hijo nacido dentro del sagrado vínculo del matrimonio. Solo le permitían dar sus sermones temprano en la mañana, lo que le convenía. A esta hora acudían los jóvenes y piadosos, cabezas no contaminadas por las creencias de la falsa superioridad de los engendros del dragón - Miren con orgullo nuestro reino. Construido por manos fuertes y bendecido con una paz dada por esas mismas poderosas manos. - las palabras le sabían a bilis. Sentía que se envenenaba al decirlas, pero era necesario. Aegon el Dragón había gobernado por veintiséis exitosos años y nadie podría negarlo. Incluso convencer a estos jóvenes de su inmoralidad sería una tarea ingrata y cuesta arriba. Mientras tanto, su semilla... - No es solo la ausencia de guerra lo que enaltece este reinado, es la fortaleza de espíritu de nuestros líderes para mantenerla. Fuimos bendecidos con un rey con la fuerza del Guerrero, y la sabiduría del Padre para templarla. - semejantes mentiras no se salvarían solo con pedir perdón. Es por ello, que por haberse atrevido a emitir tal blasfemia usando el nombre de los Siete que son Uno, Garen se azotaría a él mismo esta noche hasta sangrar. Que su sangre impura corrigiera el pecado de su falsedad. Aún así, muchos hermanos lanzaron alabanzas al techo abovedado. Creyendo sinceramente que ese retorcido valyrio, bígamo e incestuoso, contaba con el respaldo divino. El septon Garen tuvo que apretar los dientes hasta escucharlos crujir, para no despotricar contra ellos por creer semejante sarta de idioteces. Es el precio a pagar si quieres comenzar a socavar a sus hijos, se repitió Garen. Aquellos que lo vigilaban no podían conocer la profundidad de su odio remanente por el Conquistador, o si no, dificultarían su objetivo de destruir a la naciente dinastía Targaryen. Después de semejante campeón, me preocupo por nuestro futuro. Pues la perfidia ronda entre los hombres. Oculta entre las sombras de los grandes. - por mucho que lo deseara, no podía ganarle a un hombre que era más leyenda que humano. Sus hijos no contaban con los mismos beneficios - Temo por la debilidad de la carne. Temo por la lujuria y la vanidad. - evitó mencionarlo porque lo encontraba repugnante. Su sobrina encarcelada en un enlace corrupto con dos sangres del imperio maldito, motivada por la codicia imbuida en su sangre Hightower, impulsándola a aceptar dichas condiciones a cambio de una miserable posición. Su pobre y ciega sobrina. Él evitaría que su linaje, la noble estirpe Gardener, se mezclara con aquellos responsables de su exterminio. Mientras tanto, los chismes de su cuñado llegaban hasta aquí, impulsados por aquellos lo suficiente inteligentes para querer vigilar el futuro del reino. Eran desalentadores. ¡Los Siete son grandes y nos llenan de bendiciones! Además de su audiencia embelesada, solo una tos en la parte trasera de la gran habitación interrumpió la adoración. - Roguemos hermanos. Roguemos porque la fortaleza crezca en el corazón de nuestros líderes. Que encuentre dentro de sí la fuerza para mantener la paz que tanto nos costó. Para evitar que se pudra por dentro con debilidad. Mattheus, su sobrino bastardo, el otro niño que acogió su santa hermana, pensaba que deberían explotar el odio visceral que sentían algunos por Maegor. Después de todo, había cometido un crimen y había humillado a los fieles de Antigua al hacer partícipe de su hija en su pecaminosa relación. Y lo haría, pero otro día. Hoy era para el príncipe débil. El que prefería la lira a la espada. El futuro del reino en manos de un inútil. Los dioses tenían que favorecerlo por esto. Después de todo, - su voz tembló con una escenificación de falso miedo - la debilidad invita al caos, y el caos al pecado. Reflexionemos hijos míos, sobre cómo un gobernante justo nos puede cubrir de gracia, y como un líder que sea incapaz de lo mismo nos puede llevar al fondo del abismo Lo vio brillar en los jóvenes. Preocupación, miedo, y la creencia de que todo estaría bien. Niños tontos. Eran esclavos, títeres de un hombre tan egoísta que rompió las retorcidas reglas a las que se debía adherir para reclamar a su otra hermana. Quizás por ello el fruto de esa unión nació tan defectuoso en comparación. La endogamia Targaryen era por sí sola bastante mala. Que su esposa del deber no atrajera al monarca tenía sentido. Creyéndose una igual ante los hombres y altanera como pocas, la reina Visenya tenía sus propio pecados. Pero el deber era el deber. Cuando Aegon torció las propias leyes de su familia, usando un viejo precedente, demostró que ni siquiera creía en la justicia de los suyos. ¿Qué se podía de esperar Poniente del fruto de esa unión? Más pronto que tarde, lo sabrían. Y Garen estaría allí, esperando el momento justo, la debilidad necesaria para contraatacar. ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ ¡Todavía no entiendo cómo estás tan tranquilo! ¡¡¡Mira lo que te hizo ese cabrón!!! - Ser Richard Roote permanecía a una distancia prudente y lanzaba una mirada algo preocupada no a Maegor, sino a la princesa. Bueno, pensó el príncipe, finalmente hay alguien con sentido común en la Guardia. La mayoría de ellos descartaba a Ortiga, con sus todavía básicas habilidades de espada, como una simple chica flaca y poco amenazante. A la mayoría se les olvidaba el dragón. ¿Cómo se les iba a olvidar el dragón? - ¡Mira lo que le hizo a tu preciosa cara! Maegor no se atrevía a decirle que esto estaba bien para él. Que hoy era un día ideal para sus estándares. Había descubierto una pieza clave del diario oculto que tanto lo emocionaba, para no decir que era probable que hubiera descubierto el secreto en sí. Valyria se construyó alrededor de volcanes, y pocos para no decir nadie, habían podido replicar su grandiosidad. Puede que no lograra lo mismo, pero gracias a ello esperaba estar un paso más cerca. Estaba entrenando cada día con uno o dos capas blancas diferentes. Este lo había logrado atrapar desprevenido con un combo que lo neutralizó. Una ejecución magnífica. Que terminara con un golpe en la cara poco tenía que ver. En el combate real, no en los torneos, no había algo así como un movimiento sucio. Y por último, tenía a su esposa revoloteando a su alrededor y alabándolo sin que lo supiera. ¿Cómo no podría estar bien? ¡Puñetero cabrón! - escupió su mujer con saña. Por suerte para Ser Roote, Nyxia no estaba cerca, o podría terminar calcinado. Mujer, - la llamó sonriendo pese al dolor en su mejilla. Ya podía sentir la hinchazón que se le avecinaba pero que importaba. Se rascó el borde de la mandíbula - ¿piensas que mi cara es bonita? Por supuesto que sí. - exclamó ella como si fuera algo obvio. Entonces lo miró con sus ojos estrechados, como si estuviera loco - Deberíamos llevarte al maestre. Estas diciendo boberías si piensas que no tienes una cara de ensueño. ¡Eres un maldito Targaryen! ¿Qué esperabas? ¿Tan bonito como mi hermano? - no iba a olvidar pronto lo que le dijo una vez. ¿Cuando mierda he dicho yo que tu hermano es bonito? - su respingada nariz estaba arrugada, haciendo que su cicatriz se viera más blanca - Supongo que ese cara de niña es atractivo para algunos, ¡pero no para mí! - sacudió su cabeza antes de lanzar un - Ugh - de asco. Estaba encantado con la idea, después de todo, sabía que muchas damas preferían la compañía de su hermano. Pero aún le quedó una duda - ¿No habías dicho que preferirías casarte con alguien como él? ¡¿Quién?! ¡¿Yo?! - dijo Ortiga horrorizada - Ahora si se que te pegaron demasiado fuerte. - lo agarró del brazo e intentó moverlo - Vamos con el maestre Morel. Ya te he dicho que estoy bien, mujer. Hazme caso. - ella parpadeó antes de elevar una ceja - Tu me dijiste, el día después de nuestra boda, que alguien suave como mi hermano era tu pareja ideal. Pues sí, - se encogió de hombros - pero una cosa no tiene que ver con la otra. Esta vez, fue él el confundido - ¿Cómo no va a ser lo mismo? Sencillo. - Ortiga le explicó, olvidando por un momento el moretón en su mejilla - Hay una diferencia entre ser atractivo para mí y lo que yo escogería. Mi pareja ideal es alguien suave no porque me guste, sino porque me conviene. - Maegor inclinó su cabeza, la duda acrecentándose - Mira, la primera vez que vi a tu hermano, pensé que era ideal porque si él se emborrachaba y se ponía agresivo aún podría vencerlo. - él estaba seguro de que su boca estaba abierta en un gesto tonto - Ahora, luego de conocerlo, estoy segura de que podría ganar una pelea contra él estando yo borracha. Su esposa puso sus manos en la cadera y asintió con orgullo, como si su mentalidad fuera lo más inteligente del mundo. Esperen. Si la gente como Aenys no le gustaba, ¿cómo era alguien que se veía atractivo para ella? Ortiga, - el tic en su labio se disparó antes de que hiciera la pregunta. Miró a su alrededor para asegurarse que no hubiera nadie y con un tono bajo para que nadie lo escuchara incluso si lo intentaban - ¿cómo lucía el príncipe Jacaerys? ¿Jace? - ¿tenía un apodo para él? Maegor mantuvo su rostro neutral, o lo intentó, pero sus puños se apretaron con fuerza - Jace era guapísimo. - dijo de esa forma soñadora que tenían algunas mujeres. Nunca creyó que Ortiga fuera de ese tipo, pero el suspiro que emitió lo tenía rechinando los dientes - Tenía este pelo negro ensortijado y de ojos tan marrones y confiables. Bueno, estaba jodido por los dos lados. No tenía ese color de cabello y las únicas personas en su familia con rizos parecían ser Aenys y quizás Rhaena. Qué manera de agriarse un día tan bueno. ¡Maldito Jacaerys! Era un joven tan fornido para su edad. - continuó Ortiga y sus oídos se agudizaron. ¿Dijo fuerte? ¿Le gustaban así? ¡Él podía ser eso! - Si hubiera vivido más se habría convertido en un gran hombre, y uno tan amable. Si iba a decir algo más, él la interrumpió - Entonces, aunque prefieras suave para ganarle en un enfrentamiento, ¿te gustan los hombres fuertes y grandes? Ortiga se rascó la cicatriz de su cara antes de hablar, juraría que sus mejillas se oscurecían un poco - Pues... sí. Así, con un suave clic, se corrigió su día. Jacaerys estaba muerto, y a más de cien años de distancia. Y si en algo estaban de acuerdo todos es en que él se convertiría en un hombre fornido. ¿Sabes quién es muy guapo y no me había dado cuenta de ello al principio? - se sintió como caerse de un caballo. Las alarmas comenzaron a sonar en su cabeza. Todo dentro de él gritaba por una sola cosa. ¿Quién? - No lo había notado por esa horrible barba tupida que usa. - ¿Quién tiene barba que conociera? ¿Quién? - Pero cuando te fijas bien, lord Orys tiene una bonita sonrisa. ¡¿Orys Baratheon?! - preguntó escandalizado - ¡Pero si es un viejo! - y por si acaso a su mujer no le molestaba su edad - ¡Y le falta una mano! Ortiga sonrió - Oye, dije que era guapo. No significa que me acostaría con él. - resopló con diversión. Su brillante sonrisa blanca y torcida se extendió en su cara risueña - ¿Y la mano que le falta? ¿Qué importa? Si te gusta una persona te gusta entera, o tan entero como esté. Yo estaría con alguien que ame aunque le falte un brazo. No digas eso. - las comisuras de sus labios bajaron con asco ante la idea - Un guerrero sin un brazo es inútil. Ortiga no perdió la sonrisa, pero sus ojos perdieron su luz. No entendía esta emoción en su cara - Maegor, si amara a alguien no me importaría si perdiera un brazo o una pierna. Amaría al hombre, no al guerrero. ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ Entonces, dímelo de nuevo. - tras su espalda, Ortiga emitió una risita entrecortada. ¿Sabes que estamos siendo malos, verdad? - Maegor miró hacia sus acompañantes. Alynx montaba tras Jonas, su protector personal asignado por la reina para sus escapadas, como hacía Ortiga con su falso esposo. Ambos a una distancia prudente para no escuchar sus palabras. Una sonrisa malvada se posó en su boca, un arco cruel en la misma. Pobre esposo, incluso relajado tenía cara de malo. Aún así se veía bien, y el brillo divertido en sus ojos violetas solo lo hizo mejor - No me importa. - risita - Seamos un poco malos. Dímelo. - exigió. Aenys tiene cara de niña. - dijo en un ladrido bajito - Si no fuera por su barba, esperaría verlo envuelto en un vestido. Las carcajadas de los dos no se hicieron esperar, solo que Maegor lo hacía en estos pequeños resoplidos ladinos que le daban un aspecto malintencionado. Quizás lo fueran. Solo un poquito. Tu eres mucho mejor. Tienes una nariz fuerte y bonita que va bien con tus cejas. - el resoplido de Maegor se escuchó bien alto, aún así lo vio alzar la barbilla sin perder la sonrisa - El color de tus ojos también destaca más. Su pobre esposo estaba pescando cumplidos. Lo había descubierto más temprano cuando ese cabrón de Roote le pegó en la cara. Al final Morel le dijo que no tenía el pómulo roto y solo tendría que lidiar con la hinchazón. Ella tenía derecho a estar preocupada. Ese había sido un golpe duro y juraría por todos los dioses que una parte de ella había querido comenzar a pegarle al Guardia Real y no dejar de hacerlo en largo rato. Hasta que fuera una pulpa en el suelo. Dijera lo que dijera el abuelo Morel. Fue entonces cuando escuchó a Maegor pedirle al maestre que la tranquilizará sobre que no tendría daños permanentes en su cara, debido a que ella gustaba mucho de su rostro. Lo dijo con un nivel de orgullo, como si nadie lo hubiera hecho antes, que le dolió un tilín en el pecho. Probablemente todos se la pasaban alabando a Aenys, el favorito de la Corte, y Maegor era ignorado con respecto a eso. Incluso las personas de su lado no les importaría mucho como se veía, o como se sentía sobre ello. Ella era culpable de eso. Lo admitía. Al final, suponía que todos tenían sus dudas sobre su aspecto, y pasar toda tu vida siendo comparado con su hermano "más hermoso" no debía haber sido fácil. Ella estaba dispuesta a corregir eso. No es que fuera difícil, tenía mucho con lo que trabajar. Y tus pestañas. ¡Malditas pestañas! ¡Qué envidia me dan! - Maegor intentó mirarla rápido a los ojos y desvió su vista hacia el frente, aún así podía notar su atención - Es injusto que un chico tenga esas pestañas. Conozco a mujeres muy bellas que matarían por ellas. Otro resoplido fue la respuesta de Maegor, con un ligero tic en su labio desatándose. ¿Había dicho algo malo? - No exageres, Ortiga. Aenys es el de las pestañas bonitas. Mentira. - afirmó ella con toda seguridad - Sus pestañas no son la mitad de tupidas que las tuyas y sus ojos son lilas. Los tuyos son violetas y se ven mucho mejor. Al menos a mi me gustan más. - aclaró para él. Lo sintió hinchar el pecho, su escasa sonrisa tornándose más abierta y tuvo que recostar su cara contra su espalda, algo avergonzada por todo. No dejo de notar tampoco que en medio año, su marido de mentira ya se alzaba sobre ella. Un día se convertiría en un verdadero gigante. Todavía está creciendo, todavía es un niño, le susurró una voz dentro de lo profundo de su cabecita. Tenía razón pero una parte de ella estaba confundida. Muy confundida. Eso le pasaba por dormir contra su pecho desnudo. Lo que antes no la molestó, ahora se sentía diferente. Anoche Maegor se había presentado fuera de turno a su cuarto. Una vez más la sangre de mujer de Ceryse había llegado. No había bebé y no lo intentarían hasta que el sangrado se detuviera. No Ceryse significaba descansar con ella. Esa era otra razón más para mantener la distancia. Cualquier mujer que lo quisiera tendría que compartirlo, y ella no era muy buena en eso. Pero es solo dormir en la misma cama, más nada, había pensado. Maegor se había ofrecido a dormir con poca ropa para combinar más el calor de los dos, lo que ella aceptó encantada. Los vientos soplaban fuertes y un frío húmedo se colaba por las paredes en la cima de la torre. Fue un error. Piel contra piel, puede que el príncipe no notara nada, pero ella se sentía incómoda. Aunque puede que esa no fuera la palabra correcta. Demasiado sensible quizás. Cada roce, cada acurrucamiento, sentía erizarse cada pelo de su cuerpo. El corazón latiendo tanto que hasta él lo notó. Que bueno que al contrario que Maegor, ella fuera buena inventando excusas. No sabría cómo expresar la realidad. Eso había terminado con ella conciliando el sueño mucho después de él. Lo que llevó al abrupto despertar de esta mañana. Una cosa llevó a la otra, y por ello estaba ahora aquí. De nuevo, - dijo más seria - ¿para qué necesitas lidiar con el experto en cal? ¿No encontraste la respuesta? Maegor suspiró, antes de inhalar para responder - Creo haber encontrado una respuesta: la ceniza es un material de construcción. O eso parece. - ajustó las riendas de su bayo. Su caballo destacaría demasiado en el centro del pueblo, pero como la casa del maestro calero estaba apartada, sería más fácil esconderlo. Esperaba - En el diario hablaban muchas veces de cal, así que tiene sentido que los que lo leyeran se confundieran. Creo que la cal se mezcla con la ceniza para hacer algo más. - mencionó oteando el horizonte. Eso lo entiendo. - le pegó con suavidad en su costado - Tengo problemas con mis letras pero no soy tonta. Te pregunto ¿para qué necesitas al hombre? - El punto es que no sabemos en qué medida hay que mezclar la cal y la ceniza. O que tan útil es. O en que se utiliza. Un maestro calero sabe de materiales y si se dedica a ello podría averiguarlo. Lo que podría tardar tiempo. - Ortiga continuó - Es por ello que necesitas que se dedique a... ¿inventar? - La palabra es experimentar. Experimentar hasta que llegue a la mezcla adecuada. ¿No? - cuando cabeceó de forma afirmativa ella continuó - ¿Y hacemos esto en silencio porque no quieres que nadie más sepa? - Correcto. ¿Te das cuenta de que mi guardián es un hombre de armas de Visenya? ¿Y qué le dirá todo? - ambos miraron al soldado. No era un caballero, porque se suponía que debía protegerla a ella en sus excursiones encubiertas y un caballero destacaría demasiado. Ortiga había obtenido de la reina un hombretón imponente y con un oculto carácter gentil. Por lo que sabía, era su esposa quien mandaba en su casa. Maegor hizo un gesto de disgusto con la boca y continuó - Madre puede saberlo. Incluso si no quisiéramos, ella lo averiguaría. - arrugó la nariz - Los demás son los que me preocupan. No quiero que se enteren en caso de que sean tonterías mías, - se rascó la cabeza antes de que el tic de su mejilla escapara en un loco ritmo - o peor: que falle. No fallarás. - dijo con ferocidad - Y de hacerlo, te levantarás y lo intentarás de nuevo. Hasta que lo logres. Como en el patio de entrenamiento. Ahí es diferente. - le mencionó su marido sin mirarla - Tengo talento en el patio. Incluso si pierdo, puedo aprender de ello y hacerlo rápido. Si me equivoco aquí, con esto, todos podrían señalarme. Por eso prefiero hacerlo en silencio. Pues en silencio se hará. - se apoyó por completo contra él - Yo te ayudaré. No te preocupes. Lo lograremos. Oh, oh. - su guardián los interrumpió. Llamándolos. Maegor detuvo su caballo y ambos lo vieron acercarse. Ancho y calvo, y con algunas cicatrices, tenía un aire de matón de puerto más que de soldado. Lo que convenía mucho. Nadie en su sano juicio se metería con él y con su acompañante, y mucho menos lo creería el protector de una noble - Es momento de cubrirse. La casa que buscan está a la vuelta de la esquina por este camino. Maegor no tardó en ocultar su rostro y su pelo con una capucha. Ella le había pedido a Alynx que consiguiera ropa sencilla para que pudiera pasar desapercibido. Había usado una vaina más sencilla para Hermana Oscura y cubierto su empuñadura con cuero vasto. Aún así e hiciera lo que hiciera, cualquiera que lo mirara de cerca se daría cuenta de quien era y por ello tendría que mantenerse alejado de la vista. Se había mantenido obstinado con que él tenía que venir a discutir con el calero. Con Alynx y Jonas sería más fácil de disimular que eran un grupo de sirvientes de Rocadragón haciendo un encargo en el pueblo. Esperaba... No tardaron en doblar y sintió que Maegor frenaba su montura - ¿Esa es la casa? Parece una choza. Pues que te esperabas. - bufó ella - El pueblo llano vive en lugares como este. No en lujosas cabañas bien cuidadas. Maegor restableció el paso luego de que su guardia y su sirvienta se adelantaran para cabalgar a su lado. No lo vio, pero podía jurar por lo más sagrado que lo sintió estrechando sus ojos - ¿Y por qué vive tan lejos del pueblo? Ortiga tenía que admitir que la ubicación era algo sospechosa. Apenas y se divisaba algún que otro techo del pueblo pesquero de Rocadragón. Bueno, la gente era así. Tenias un pequeño defecto y te desechaban. Y luego te evitaban como si fueras contagioso. Conoció a muchos mendigos que fueron personas normales hasta que alguna calamidad los azotó y desde ese momento su propia familia les daba la espalda. Lo entendía. Donde escaseaba la comida no era bueno tener una boca más que alimentar que no produjera. Pero con muchas personas no tenía sentido. ¿Qué importaba si una costurera se quemaba la cara? Eso no afectaba sus habilidades para coser, y aún así conoció a una obligada a mendigar porque nadie le ofrecía empleo por sus quemaduras. Había sido una mujer buena hasta que murió de frío en la calle. Pero bueno, así de despiadado era el mundo. Solo podías intentar salvarte y de vez en cuando ayudar a los demás, siempre que no te arrastrarán hacia abajo. No tardaron en llegar a la choza, que estaba vacía en ese momento. De cerca se veía aún peor. Sus paredes comenzaban a inclinarse y habían huecos entre los tablones. Uy. Anoche con el frío que hizo debió ser horrible para sus habitantes. Un recuerdo de vivir en condiciones semejantes le produjo un escalofrío. El grupo entero se apeó, dejando los caballos escondidos de la vista tras la casucha. Alynx le entregó a ella una bolsa con lo que le pidió y se despidió con alegría. Aunque se había asustado al principio de los viajes de Ortiga, había llegado a aceptarlos siempre que estuviera acompañada por su guardián. Ahora, con las dos malhumorada figuras que se mantenían a su lado, la criada estaba encantada con la doble protección. ¿Estas segura de que quieres ir sola hasta el pueblo, Alynx? - fue Ortiga quien estrechó sus cejas, en una imitación del gesto de Maegor - Jonas puede acompañarte para que no te pase nada. No se olvidaba de que los que le dieron la paliza a su hermano aún se paseaban por la aldea, totalmente impunes. No se preocupe, mi Señora. - Alynx se cubrió con celeridad la boca y miró a su alrededor, asegurándose de que no hubiera nadie. Bien sabía que ella prefería que no se conociera quien era - Todos saben que ahora trabajo bajo las órdenes de la princesa. - se rió antes de golpear el saco que llevaba al hombro, la comida que necesita ver para dormir y que luego de no comerla, su sierva podía llevar a su hogar. Sintió que se le calentaban las mejillas con las rarezas que empezaba a desarrollar ahora que vivía en la riqueza - Ya no soy la doncella sin nombre de antes, que todos podían pisar como la hierba bajo sus pies. - continuó Alynx con orgullo, su cabello rubio sucio agitándose con el viento - Todos saben que tengo una buena ama que me alimenta bien, que me permite visitar mi casa cada par de días y que cuida de mi familia. Nadie me hará daño. Que te cuide no significa que nadie te hará daño. - aclaró ella - Significa que si alguien te lo hace, sufrirá. No es lo mismo. Sí lo es. - negó Alynx recargando el saco, aunque Ortiga no creía que pesara tanto - Quizás usted no lo entienda, pero he subido mucho de estatus y eso cambia todo. Los que ayer me miraban mal hoy no se atreven a hacer nada contra mí. - se rió de nuevo, sin saber que Ortiga lo sabía todo sobre el cambio de estatus - Nadie se atrevería a meterse con la protegida de una jinete de dragón, al menos no en esta isla. No se preocupe... - casi se le escapa de nuevo llamarla por su título - Siga con lo suyo. Regresaré hoy al castillo. Y aguantando para no hacer una reverencia, se marchó por el camino de lodo hacia el pueblo. Ortiga miró para atrás. Entendía que su guardia esperara órdenes, pero no esperaba que Maegor hiciera lo mismo. Bueno, se encogió de hombros, suponía que este era su elemento y él estaba un poco perdido acá. Nunca pensó que viviría para darle órdenes a un príncipe, mucho menos al posible Maegor el Cruel. Ahí vamos. ¡Ey! - los ojos de ambos se posaron en ella - Querido, - le dijo a su esposo, evitando nombres. Nunca sabías si había alguien escuchando tras una piedra - Quédate aquí adentro. - la entrada del lugar apenas se sostenía, pasar era una tarea sencilla - Jonas y yo buscaremos al hombre. No tardó en fruncirse su ceño - ¿Por qué me tengo que quedar? También puedo buscar. Porque primero, no sabemos si llegue desde otro lugar cuando lo busquemos. Segundo, no sabrías dónde buscar y tercero, - se acercó y acomodó la capucha sobre su cabeza - cualquiera que te vea, incluso si solo ven esos preciosos ojos tuyos, sabrá quién eres. - acarició su mandíbula sin perderse como se suavizó. No se atrevió a decirle que sus rasgos destacarían por sí solos como un caballo entre un grupo de burros, bonito o no. Me quedaré aquí y haré guardia. - asintió como si hubiera tomado una importante decisión. Esperaba que el hombre o sus hijos no llegaran antes que ella o se llevarían un buen susto. Acompañame Jonas. Ese debe estar pescando aquí al frente. - si protector asintió, y Maegor no preguntó porque estaría pescando un experto en trabajar la cal y menos porque haría eso en la playa. De hecho, ni siquiera se preguntó que hacía aquí viviendo un maestro calero, en un lugar donde no había piedra caliza. Ortiga avanzó hasta el lugar donde suponía que estaría y allí lo vio. El agua le llegaba por encima de la cintura, supuso que se adentró más en la costa con la esperanza de capturar otra cosa además de los escasos pecesillos y uno que otro cangrejo que habitaban cerca de la orilla. El mismo terreno y la acidez de la lluvia que hacían de la isla tan estéril, expulsaban los bancos de peces hacia el interior del mar. El hambre y la desesperación por alimentar dos niños lo impulsaban a arriesgarse. Ortiga solo podía sentir admiración por el hombre. Silvó con fuerza para que la oyera. Ortiga preferida mantenerse en la playa de arenas oscuras que adentrarse en el agua fría. Detestaba el frío con todo lo que tenía y en definitiva ella no se iba a mojar. El hombre le dirigió una mirada a ella y otra al mar, antes de rendirse. Parecía que la pesca no era muy buena hoy. Avanzó hacia ella renqueante, mientras más salía del salado líquido más le costaba moverse. Cuando salió por completo del mar, tuvo que detenerse a tomar aire por el esfuerzo. Era un hombre fuerte, o lo había sido. Podía notarlo en su estructura. Pero el hambre hacía que sus mejillas se hundieran sobre sus pómulos y solo podía sospechar como sería con el resto de la carne sobre sus huesos. ¿Vienes a pescar conmigo de nuevo? ¿O solo a molestar, muchacha? - pese al tono cortante, sus ojos morados tan oscuros que parecían negros brillaron por un segundo. La última vez que pescó con él, un día más cálido por supuesto, Ortiga no solo había tenido mucha suerte, o quizás solo era su mayor experiencia con la pesca, si no que le dio todo lo que atrapó. Una locura bienintencionada para un plebeyo. Una excentricidad para una criada bien alimentada como pensaba él que era Ortiga, y una limosna a la que ningún padre hambriento se negaría. Ortiga cabeceó de un lado al otro - No. Vamos a tu cabaña. Tenemos algo que ofrecerte. Miró de ella a Jonas, que se había quedado más atrás en el camino. Sabía que en el pueblo circulaban rumores sobre ella, aunque benignos o señalándola como poco amenazante. Aún así, la confianza era un bien escaso, y era estupido entregarla a cualquiera. Jonas, más conocido, quizás inspirara más seguridad para el hombre. Jonas. - su futuro trabajador inclinó la cabeza. Dunstan. - Jonas hizo lo mismo, en ese gesto de respeto y competencia que se hacían lo hombres. Bah. Todo era competencia con ellos, incluso cuando era obvio quien caería. Demoraron un rato en llegar, el pobre hombre arrastraba tras de sí una pierna inútil que casi dejaba un surco en el suelo. Cuando atravesó su entrada se congeló, preocupado tal vez de que esto fuera una emboscada. ¿Para qué? No tenía absolutamente nada que valiera la pena robar, y lo decía alguien que había comenzado desde abajo. Maegor se alzaba en el medio de toda la miseria demasiado erguido y demasiado fuerte. Con ese porte y esa confianza no sería confundido jamás con alguien del pueblo llano. La capucha descubierta lo hizo más fácil para el artesano. Ninguna ropa de lana de baja calidad podría hacer que alguien confundiera su melena de plata y oro, o sus rasgos aristocráticos. Tuviera o no un feo moretón en el pómulo. De hecho, eso lo hacía peor. Lo hacía parecer muy cómodo o expuesto a la violencia, que para ser justos, era ambas cosas. ¡Príncipe Maegor! - gritó el hombre y se lanzó a una reverencia que casi lo hace besar el suelo. Tendría que agradecer a los reflejos de Ortiga que lo atrapó antes que cayera, pero no es sencillo cargar con un peso muerto que se contonea. ¡Ayúdame, hijo de puta! - le exigió al hombre de armas de Visenya. Este solo colocó una mano en la cadera y otra bajo su hombro, y levantó al agitado maestro de un solo movimiento - Cabrón, ¡que fuerte estas! - le dijo un poco pasmada. Maegor se quedó pasmado, sin moverse, solo para verlo arrugar la nariz y una mueca de asco reflejarse en él - Este no me sirve. - fue todo lo que dijo - ¡Es un inválido! El descolocado calero se encogió. No sabía de lo que hablaban pero sabía todo sobre el rechazo. ¿Por qué no? - ella cruzó sus brazos sobre su pecho y plantó sus piernas abiertas y separadas, como se hacía en una postura de combate para mantenerse estable - Reúne todos tus requisitos. Esta cojo. - contraatacó Maegor. Esta cojo y tiene una mano medio paralizada. - aceptó ella. Esto podía ser humillante para el hombre, lo sabía, pero era por su bien. Ortiga le estaba brindando una oportunidad - ¿Y qué? Maegor parpadeó confundido, extrañado por su feroz oposición, antes de plantar un pie en el suelo - ¡Que no sirve para lo que necesito! Pues yo te digo que si sirve y es más, - estuvo dispuesta a confrontarlo pecho contra pecho, incluso si Maegor le sacaba un buen tramo de alto para no decir de ancho - su situación es hasta conveniente para ti. ¡¿Cómo va a ser conveniente?! - lo señaló. El señor agachó la cabeza, temblando en el lugar. El miedo y la humillación debían competir dentro de él. Sostenido sobre un pie, si no fuera por el agarre de Jonas se estaría balanceando en el lugar - No puede caminar. No puede cargar peso. ¡Es un inútil! ¡¡¡No es inútil!!! - no sabía porque estaba tan enfadada pero lo estaba. Lo suficiente para que su esposo retrocedierá un poco. Respiró hondo un par de veces, porque con la cabeza caliente no diría nada que valiera la pena, y ya en control decidió hablar - Ahora me vas a escuchar. ¿Será por las buenas o por las malas? Congelado en su lugar, debido a que no esperaba esta actitud de ella, para nada, Maegor cedió - Por las buenas. Aún así la mirada sospechosa sobre ella permanecía. Puede que su falso marido estuviera pensando como sería su versión de "por las malas". Un vistazo hacia atrás mostró a su guardián fingiendo no haber visto nada y al maestro calero mirando de uno al otro sin que su mente le pudiera dar una explicación. Mira, tú buscas a alguien para que experimente. ¿No? - su esposo asintió con lentitud - Por lo que necesitas a alguien que sepa del tema. Aquí tenemos a un experto en el tema, que si no fuera por su accidente no estaría aquí, en su hogar de nacimiento, y tendrías que mandar a traer uno de las Tierras de la Tormenta. - se dirigió al desconcertado hombre - ¿Las minas de piedra caliza más cercanas están allá, no? ¿Es donde tu trabajaste? Sí. - puede que no entendiera del todo lo que pasara, pero todo el pueblo llano sabía que era mejor no negarse contra lo que pedía la nobleza. Jamás. Puede que demore más. - Maegor se removió en el lugar - Pero podríamos traer a uno sano. ¡¿He terminado yo de hablar?! - Maegor negó, algo impresionado con ella - Bien, que bueno que lo comprendes. - mencionó con sarcasmo pero su esposo asintió de nuevo, dándole la razón. Esta bien, esto fue su culpa. Él no era muy bueno con el sarcasmo. - Continua tu explicación, mujer. Ella suspiró hondo. Control. Consigue control, Ortiga - Bien. Hablas de traer a alguien sano y no te das cuenta. ¿Por qué un maestro calero sano abandonaría su puesto por un proyecto que puede o no funcionar, y que puede durar solo un par de años? - esta vez, Maegor inclinó la cabeza, analizando lo que decía - Cuando terminen los experimentos, si cualquiera viene contigo, se quedará sin trabajo dentro de un tiempo. ¿Por qué abandonaría un puesto en una mina de piedra caliza por un trabajo temporal? A menos por supuesto, que le des un incentivo. Maegor estrechó sus cejas como siempre hacía - ¿Cuál? Plata, Maegor. El mundo se mueve con plata. - explicó ella como si fuera lo más obvio, porque lo era - Si quieres que alguien arriesgue una posición permanente para experimentos, tendrías que pagarle mucho más de lo esperado. Este aceptará, - señaló a Dunstan tras de sí. Más vale que se acostumbrará al nombre - y lo hará a buen precio. Estaba muriendo de hambre, él y su pequeña camada, Ortiga lo sabía. Las condiciones que ofrecería Maegor para hacerlo partícipe de sus experimentos, sonarían como un regalo de los dioses para él. Ella no podía salvar a todo el mundo, lo entendía muy bien. Pero este hombre se merecía un chance, y tenía todas las cosas que su esposo buscaba. El precio es lo de menos, mujer. - hombre tonto, el precio era lo de más. Se contuvo para no poner en blanco sus ojos - ¿Cómo quieres que trabaje en su estado? Apenas puede estar de pie. Ella no se perdió el sonrojo en la piel blanca y curtida por el sol de la persona en cuestión. Se encogió de hombros - Su estado físico es lo de menos. Lo que cuenta es su conocimiento. - no lo dejó hablar - Escúchame Maegor. Es un maestro calero. Sabe trabajar la cal y sabe de mezclas. Sabe leer. Lo vi cuando le enseñé el papel que me diste, así que puede llevar cuentas y anotaciones de los experimentos. De pronto, Maegor lo miró con otros ojos, más calculadores, aún así no estaba convencido. No del todo. Ella se encargaría. Y con respecto a los experimentos y su estado. No necesitas a alguien sano y entero. No es que cada experimento se lleve un saco de material ¿verdad? - esto devolvió su atención a ella - ¿No deberían empezar mezclando pequeñas cantidades? En todo caso, esas cosas las pueden hacer sus hijos. Parecen niños fuertes que podrán cargar lo que su padre necesita. - terminó ella cuando ruidos de pasos corriendo sonaron en su dirección. Dos diminutos demonios entraron por la puerta. Uno de ellos resbalando sin poder detenerse por el impulso y casi derribando a su progenitor. Los dos niños flacos y asustados retrocediendo antes los extraños en su casa. Ortiga no tardó en silbar y derramar sobre un destartalado cajón en la esquina la bolsa que le dio Alynx. Bollos, un par de panes y un pollo frito entero. Vio la codicia apoderarse de una familia completa. ¿Qué esperan? A comer. - ordenó. Aunque el hombre se contuvo, no pudo sujetar a sus dos hijos que se lanzaron al ataque, atragantándose con todo lo que podían. El hambre era grande en todos, pero él prefería dejar comer a sus niños. Admiración es poco para lo que sentía Ortiga por él - No coman demasiado rápido, mocosos. - dijo mientras revolvía el sucio pelo de uno de ellos - O si no les dolerá la barriga. Hablaba desde la experiencia. Los niños no hicieron caso. Con su piel marcándose sobre sus huesos, era claro que conocían sobre la escasez. Era probable que también temieran que le quitaran la cena de las manos. Entonces, ¿qué dices Maegor? ¿Sirve o no sirve? - se pegó contra él, que actuaba de forma ofendida. Aún así, no tardó en pasar su brazo alrededor de sus caderas. Mujer astuta. - Maegor la apretó contra él - Sabes siempre como salirte con la tuya. Oh, yo soy muy lista y pienso en todo. Por ejemplo, - miró con malicia al hombre que tembló en el lugar - si a nuestro querido compañero se le ocurre compartir algo de lo que le vamos a proponer... - la palidez se apoderó de él y los temblores se redoblaron - entonces toda la comida y las monedas que le íbamos a ofrecer por su trabajo tendríamos que dividirla con la persona a la que le cuente el secreto. Ganando él mucho menos. Dunstan boqueó en su lugar. De seguro que no esperaba esa amenaza. Muerte o tortura quizás. O puede que algo mucho más oscuro. No era necesario. El hombre estaba muriendo de hambre. No solo no se arriesgaría a la pérdida de cualquier tipo de ingresos, sino que probablemente protegería con su vida cualquier secreto que le garantizara llevar comida a su boca y a la de sus hijos. Vio la comprensión encenderse en Maegor, y luego vio cómo una sonrisa macabra se extendía a través de sus labios. ¡Uy, no! Tendría que enseñarle a no hacer ese gesto con ningún aliado. Nunca. O todos esperarían de él una puñalada por la espalda. Bien, lisiado, - parece que había aceptado trabajar con él pero no le agradaba del todo su condición. El príncipe sacó de entre sus cosas, envuelto y bien cuidado, el viejo diario - Esto está en valyrio así que no le entenderás, pero de aquí... Lo que sea que dijeran no era tan interesante para ella. Ortiga era más bien una mujer de acciones, déjale las cosas así de complicadas a su marido. Prefirió mirar como los niños envueltos en harapos se llenaban hasta saciarse. Sabía un poco sobre su historia por los chismes del pueblo. Cuando su padre quedó discapacitado, regresó al lugar de donde salió su familia. Con ver sus rasgos y sin saber lo que sabía ahora, habría confundido sus oscuros ojos morados con la sangre de alguna semilla de dragón. La madre de los niños se había ido al tiempo, abandonando no solo a su esposo considerado inútil, sino también a sus dos crías. El mundo estaba lleno de malos padres, aunque observando al señor frente a ella, tuvo que admitir que también habían buenos. Coser, tejer redes y pescar desde la orilla, eran tareas bajas para un hombre incluso para una población que no se molestaba por realizar tareas serviles. Y todo esto lo había hecho él si con ello lograba alimentar a sus retoños. No. Aún existían muchos buenos padres. En el padre vio un estado de calma, de cuando alguien siente que evito una catástrofe, brotando a través del miedo. Todavía estaba rígido y firme, escuchando con absoluta atención cada palabra de Maegor. Sin embargo, también vio como bajaban sus hombros, como se espaciaba su respiración. En un momento, el hombre se atrevió a sonreír, una sonrisa diminuta pero esperanzada. Lo vio extender su mano hacia Maegor, luego de que este terminara de hablar con él. Dunstan Carrick, prometo servirle con fidelidad en lo que quiere lograr. - su esposo miró su mano y dudó, antes de apretarla. Bueno, al menos no evitaba tocarlo a pesar de su rechazo como sabía que podían hacer algunos - Daré mi mejor esfuerzo y pondré toda mi mente en lograr sus objetivos. - Maegor cabeceó en aceptación - También prometo guardar todos sus secretos, tanto sobre su experimento como sobre su amante. Sintió a Maegor paralizarse, el cuerpo contra ella poniéndose rígido en su totalidad - ¿Mi amante? - preguntó totalmente perdido a lo que se refería. Dunstan arrugó el entrecejo, mirando a Ortiga con duda y luego a Maegor. Ella trató de poner una sonrisa falsa en su cara, como si no entendiera lo que quería sugerir. Él se aclaró la voz y la señaló con el mentón. Su esposo la apretó con aún más fuerza contra su pecho. ¡Esta es mi esposa! ¡Tu princesa! - escupió con saña. ¡¿La princesa Orthyras?! - exclamó con temor, antes de intentar una segunda reverencia. Esta vez Jonas lo atrapó antes de que fuera a caer - Lo lamento mucho, Alteza, por no haberme dado cuenta. Ortiga no se perdió como la recorrió entera y aunque reverente y respetuoso, pasó por su cara una leve desaprobación. Como muchacha plebeya estaba bien, aunque quizás debería decir más bien aceptable. Sin embargo, como princesa no encajaba en las expectativas de ni siquiera el más pobre de los hombres. ¿Qué podía esperar Ortiga, si hasta un lisiado no aceptaba del todo que alguien que lucía como ella fuera una princesa?
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