ID de la obra: 944

CAMBIO —「Last Embryo」

Het
G
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1
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planificada Mini, escritos 130 páginas, 44.722 palabras, 13 capítulos
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Capítulo 2

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Capítulo 2 Hace cinco años… —Así que Senji irá a ver al fósil. Senji y Masachika se balanceaban ligeramente en unos columpios mientras charlaban. La suave brisa de la tarde hacía que el ambiente se sintiera más relajado, aunque la conversación tomaba un tono más serio. —Me sorprende cómo hablas de tu abuelo, Masachika. —Senji inclinó su cuerpo hacia adelante, apoyando su mandíbula en su puño mientras miraba de reojo a su amigo—. ¿En serio te llevas tan mal con el Anciano Suou? —Hmph, bastante. En serio no me gustaría volver a la casa de ese fósil. —respondió Masachika con un tono que mezclaba resignación y molestia. —Me sorprende, incluso dejaste a tu hermana en esa casa. —Yuki estará bien. El fósil tiene muchas expectativas puestas en ella. Así que no me preocupo por Yuki; ha cumplido a la perfección lo que él le pide. —Si tienes tanta confianza en tu hermana, supongo que tienes razón al no preocuparte por ella. La conversación fluyó durante varios minutos más hasta que Senji notó que era hora de irse. —Ugh, yosh. —Masachika dio un gran salto, balanceándose con fuerza en el columpio y aterrizando con precisión en el suelo arenoso. Senji aplaudió la maniobra con una sonrisa irónica. —¿Huh? —Masachika miró a Senji con una ceja levantada, sorprendido por la repentina ovación. —¿Bravo? ¿Genial? Ni idea, solo quería aplaudir. —Senji se defendió con una expresión despreocupada. —Bah, no importa. Ya deberías irte y visitar la casa del fósil. —Tienes razón. —Senji se levantó del columpio y comenzó a caminar en otra dirección—. Nos vemos. Alzó la mano para despedirse de Masachika. —Nos vemos. —respondió Masachika, mientras emprendía su camino de regreso a casa, donde lo esperaba su padre. Bruuum, bruuum. Senji observaba aburrido por la ventana del coche mientras Sato conducía en dirección a la residencia de la familia Suou. —¿Se divirtió hablando con el ex heredero de los Suou? —preguntó Sato, intentando iniciar una conversación. —¿Divertido? No creo que "diversión" sea la palabra para describirlo —respondió Senji, sin mucha emoción. —¿Um? Entonces, ¿qué lo entretenía para ir con Masachika Kuze...? —Molestarlo con la niña rusa. Era divertido ver las caras graciosas que hacía y cómo balbuceaba sin poder responder —dijo Senji, con una leve sonrisa de satisfacción. —... Sádico. —murmuró Sato—. ¿Qué pasó con la niña rusa? No la he visto desde hace una semana. —Regresó a su país, creo. —¿Cree? —Sato se sorprendió por la falta de certeza en las palabras de Senji. —Bueno, no tengo idea. Pero es probable que se haya mudado a otro lugar. —¿Piensa buscarla? —No. —contestó Senji, sin dudar. —Bien... —Sato a veces no lograba entender del todo a su Joven Maestro. —Supongo que ese lugar es donde vive el Anciano Suou. —dijo Senji, mientras el coche se acercaba a la imponente residencia. —Sí. No se ponga tenso al hablar con la cabeza de los Suou. —advirtió Sato, con una mezcla de respeto y cautela en su voz. Senji no respondió, simplemente observó cómo la mansión del Anciano Suou se hacía más grande a medida que el coche se acercaba. Sabía que la reunión no sería sencilla, pero tenía claro su objetivo. —Esto será rápido, ingresar y rechazar para regresar a casa y jugar GTA V. Un sudor nervioso apareció en Sato al momento de escuchar lo que dijo Senji. El automóvil se detuvo frente a la entrada principal. Senji salió del coche, ajustando su chaqueta mientras observaba la enorme puerta de madera que conducía al interior. Al ingresar, fue recibido por uno de los sirvientes, quien lo guio a una sala de reuniones adornada con antiguos objetos de arte y retratos de generaciones pasadas de la familia Suou. En el centro de la sala, sentado en un sillón de cuero oscuro, se encontraba el Anciano Suou, su postura rígida y su expresión severa dejaban claro que no se trataba de un hombre fácil de complacer. —Senji Muramasa, gracias por aceptar mi invitación. —dijo el Anciano Suou con voz grave, sus ojos penetrantes fijos en el joven frente a él. —Es un placer, Anciano Suou. —respondió Senji, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto mientras tomaba asiento frente a él. El Anciano Suou no perdió tiempo y fue directo al grano. —He oído que has estado muy ocupado, Senji. Pero me gustaría ofrecerte un trabajo que creo será de tu interés. Quiero que te conviertas en el guardaespaldas de mi nieta, Yuki Suou. Senji no se sorprendió por la propuesta, pero mantuvo su expresión neutra. El Anciano Suou continuó: —Yuki es una joven con un gran futuro, y quiero asegurarme de que esté bien protegida. No confío en nadie más para esta tarea. Estás más que capacitado, y estoy dispuesto a pagarte generosamente por tus servicios. Senji asintió, como si estuviera considerando la oferta. —¿Cuánto estamos hablando? —preguntó con calma, aunque sus ojos no mostraban verdadero interés. El Anciano Suou mencionó una cifra considerable, lo suficiente como para tentar a cualquier persona. Pero Senji simplemente sonrió levemente. —Es una oferta generosa, Anciano Suou. Pero debo rechazarla. —respondió sin vacilar. El Anciano Suou levantó una ceja, sorprendido por la respuesta. —¿Puedo saber por qué? —preguntó, manteniendo su tono firme. —Ya tengo mis propios asuntos que manejar, y francamente, prefiero evitar responsabilidades adicionales. —dijo Senji, su tono tranquilo pero seguro. El Anciano Suou lo miró en silencio durante unos momentos, evaluando su respuesta. Finalmente, asintió lentamente. —Veo que eres un hombre de convicciones, Senji. Aunque lamento tu decisión, respeto tu honestidad. Espero que reconsideres en el futuro si las circunstancias cambian. Senji se puso de pie y se inclinó nuevamente en señal de respeto. —Lo tendré en cuenta, Anciano Suou. Gracias por la oferta. Con eso, Senji se dio la vuelta y salió de la sala, dejando al Anciano Suou reflexionando sobre su decisión. Mientras salía de la mansión, Senji miro de reojo a dos niñas de su misma edad de cabello negro y largo caminando con sirvientes mayores siguiéndolas en el jardín. —Supongo que una de ellas es Yuki Suou. —murmuró mientras la puerta se cerraba tras él. —¿Todo salió como lo esperaba, Joven Maestro? —preguntó Sato, esperándolo en el coche. —Más o menos. —Senji respondió con indiferencia, subiendo al coche. Mientras Sato comenzaba a conducir, la atmósfera tranquila se rompió abruptamente cuando el teléfono de Sato comenzó a sonar. Al ver el número en la pantalla, Sato frunció el ceño antes de contestar. —¿Qué sucede? —preguntó, su tono más tenso de lo habitual. Al otro lado de la línea, la voz hablaba rápido y con urgencia, detallando la situación. El semblante de Sato se endureció, y Senji lo notó de inmediato. —¿Qué pasa, Sato? —Senji preguntó, su voz fría. —Joven Maestro... el Clan Muramasa está siendo atacado por cuatro familias Yakuza. Están intentando desmantelarnos. Los ojos de Senji se entrecerraron, y un aire de peligro comenzó a rodearlo. Sin decir una palabra más, Senji hizo un gesto a Sato para que diera la vuelta. —Vamos a casa. —dijo, su voz gélida—. Es hora de recordarles a esas familias por qué el Clan Muramasa es el más temido de Japón. Mientras el coche giraba para dirigirse de vuelta, Senji se preparó mentalmente para lo que vendría. Sabía que esto no era solo un ataque, sino una declaración de guerra. Y estaba más que listo para responder. En otro lugar… La noche estaba cayendo, y la luna llena ascendía lentamente en el cielo, su luz pálida apenas lograba penetrar la densa oscuridad que envolvía la mansión del Clan Muramasa. El aire estaba cargado de tensión, el tipo de silencio que precede a la tormenta. De repente, el estallido de una explosión rompió la quietud de la noche, haciendo que las paredes de la fortaleza temblaran como si estuvieran vivas. Los hombres de los cuatro clanes enemigos —Saito, Kurogane, Aoyama y Takeda— emergieron de las sombras como depredadores hambrientos, avanzando con una precisión letal. Las balas comenzaron a volar, atravesando ventanas y puertas, cortando el aire con un silbido mortal. Los primeros en caer fueron los guardias exteriores, sus cuerpos destrozados por los disparos antes de que pudieran siquiera desenvainar sus katanas. Dentro de la mansión, el caos se desató. Los hombres del Clan Muramasa, tomados por sorpresa, corrieron a defender su hogar, pero se encontraron con una tormenta de muerte y destrucción. Los pasillos resonaban con el eco de explosiones, el sonido metálico de las espadas chocando y los gritos desgarradores de los heridos. La sangre manchaba las paredes y el suelo, formando ríos escarlatas que se extendían por toda la mansión. El líder del Clan Muramasa, un hombre endurecido por años de batallas, se abrió paso entre los invasores con su espada, cortando con precisión letal. A su lado, su esposa luchaba con igual ferocidad, su rostro una máscara de fría determinación mientras se enfrentaba a oleadas de enemigos. Pero el número de atacantes era abrumador, y poco a poco, la resistencia de los Muramasa comenzó a desmoronarse. El líder del Clan Muramasa, endurecido por innumerables batallas, cortaba a sus enemigos con una frialdad implacable. Cada movimiento de su espada era un arco perfecto, una danza mortal que dejaba cuerpos a su paso. Mientras avanzaba entre los invasores, su esposa mantenía la retaguardia, su destreza en combate igualaba su determinación. Protegía cualquier flanco, derribando a los enemigos que intentaban acercarse por sorpresa. A pesar de su valiente resistencia, los números estaban en su contra. Los atacantes se movían como una marea imparable, y la mansión, que alguna vez fue un bastión de seguridad, comenzaba a ceder ante el asalto implacable. Las paredes, ahora salpicadas de sangre, vibraban con cada impacto, mientras el suelo se volvía resbaladizo bajo el peso de los caídos. Lejos de ceder a la desesperación, el líder del Clan Muramasa estaba consumido por una furia implacable. Sus ojos, encendidos con la ira de la traición, se fijaban en cada enemigo que caía bajo su espada. El sonido del acero desgarrando carne y el crujido de los huesos resonaban en la mansión, una sinfonía macabra que alimentaba su enojo. La sangre de los intrusos manchaba su rostro y sus ropas, pero eso solo lo impulsaba a luchar con más ferocidad. A su lado, su esposa seguía protegiendo la retaguardia, derribando a cualquiera que intentara atacarlos por sorpresa. Sus movimientos eran rápidos y precisos, cada golpe de su espada un recordatorio de su habilidad letal. Aunque estaban rodeados, ninguno de los dos mostró un atisbo de miedo; solo la furia y la determinación de defender su hogar hasta el último aliento. Las paredes de la mansión, ahora teñidas de rojo, vibraban con la intensidad de la batalla. El suelo, cubierto de cuerpos y sangre, se volvía un campo de muerte donde cada paso que daban era una afirmación de su resistencia. Pero la marea de enemigos no se detenía, y el líder del Clan Muramasa sabía que la batalla estaba llegando a su fin. Sin embargo, en su mente, solo había espacio para una cosa: llevarse consigo a tantos enemigos como pudiera antes de caer. A medida que la batalla se intensificaba, la furia del líder del clan solo crecía. Arremetía contra los enemigos con una precisión mortal, cada corte y estocada encontraba su objetivo, derribando a los atacantes que intentaban avanzar. La esposa del líder, a pesar de la sangre que manchaba su rostro y sus ropas, continuaba defendiendo su posición con una eficiencia letal. Sus movimientos eran calculados y certeros, cada enemigo que se acercaba era derribado antes de que pudiera hacer daño. Pero la cantidad de atacantes seguía creciendo, y aunque ninguno de ellos mostraba debilidad, la realidad de la situación se hacía evidente: estaban siendo superados por la marea incesante de enemigos. Los pasillos de la mansión se convirtieron en corredores de muerte, donde la sangre fluía libremente y los cuerpos se acumulaban sin piedad. Los gritos de los heridos y los moribundos se mezclaban con el sonido de las espadas chocando y las explosiones que seguían sacudiendo la estructura. Pero ni el líder del Clan Muramasa ni su esposa mostraban signos de rendirse. Cada enemigo que caía ante ellos era un paso más hacia una muerte que sabían inevitable, pero que enfrentarían con la misma furia con la que habían vivido. Finalmente, cuando la fuerza de los invasores comenzó a superar la resistencia del clan, el líder del Clan Muramasa sintió una ráfaga de balas atravesar su pecho. No se dejó llevar por el dolor ni por la muerte inminente; en sus últimos momentos, se lanzó con una última carga brutal, llevándose consigo a tantos enemigos como pudo. La mansión, una vez un símbolo de poder y respeto, se convirtió en un campo de batalla marcado por la sangre y la destrucción, un testimonio silencioso de la masacre que se había desatado. La esposa del líder, agotada, pero sin ceder, continuó luchando hasta que la emboscada alcanzó su punto culminante. Rodeada por los cuerpos de sus enemigos, finalmente cayó, su espada todavía en la mano, sus ojos abiertos con la misma determinación que había mostrado desde el principio. Cuando la batalla terminó, los hombres de los cuatro clanes se movieron entre los cuerpos, asegurándose de que ninguno de los Muramasa quedara con vida. Pero lo que no sabían era que su brutalidad había encendido una llama que no podría apagarse fácilmente. Senji llegó a su hogar. Al llegar, el panorama era desolador. La mansión en ruinas y los cuerpos dispersos contaban la historia de una masacre brutal. Senji, su rostro impasible, observó el caos. La ira ardía en su interior al ver la devastación y el sufrimiento que había caído sobre su gente y sus padres. —Sato, quédate aquí. Me encargare de esto con mis propias manos. Sato asintió, observando cómo su Joven Maestro ingresaba a lo que quedaba de la residencia Muramasa, ahora reducida a escombros. “Cinco, diez, veinte… cincuenta siguen vivos. Viendo cómo quedó este lugar... un total de 400 muertos, incluidos mis padres.” Los ojos de Senji se oscurecieron, liberando una energía peligrosa que se reflejaba en su mirada. —¡Es el heredero de los Muramasa! ¡Tenemos que acabar con él! Los gritos resonaron cuando los hombres lo vieron acercarse. Cada uno de ellos alzó sus armas, disparando a quemarropa. Una densa nube de polvo se levantó en el aire, cubriendo a Senji, mientras sus enemigos aguardaban, expectantes, para ver si su objetivo había caído. ¡Crack! El sonido de un hueso roto atravesó el silencio, helando la sangre de los 50 hombres restantes. —Quedan 49. —¿Quién dijo eso? —¡El líder está muerto! ¡Vigilen los alrededores, Senji Muramasa sigue vivo! —Demasiado tarde para ustedes. —¡Qué...! ¡Crack! ¡Crack! Senji se movía con una rapidez y letalidad abrumadoras, rompiendo cuellos con facilidad y dejando los cuerpos en posiciones grotescas. Los enemigos, incapaces de localizarlo, temblaban en la oscuridad. Disparar se volvió una tarea peligrosa, pues podían matarse entre ellos en su desesperación. —¡Ugh! Un hombre cayó al recibir una patada brutal que le rompió el cuello, torciendo su cabeza en una dirección antinatural. —¡Mierda! ¡Crack! Cada segundo que pasaba, dos hombres caían. Si estaban juntos, todos perecían al instante, víctimas de la furia implacable de Senji. Los golpes que recibían en el cráneo eran devastadores, rompiéndolo al instante y girando sus cabezas en direcciones imposibles. —Quedan 10. —¡AAAAAHHHH! Uno de ellos, presa del pánico, comenzó a disparar al azar, sin considerar que sus compañeros se interponían en la línea de fuego. Los que no fueron abatidos por Senji cayeron bajo las balas de su propio aliado. —Entonces quedas tú. El último hombre miró hacia atrás, siguiendo la voz de Senji. Apenas lo hizo, Senji le agarró la cabeza y, con una crueldad fría, la giró hasta que la mandíbula del hombre apuntaba hacia el cielo oscuro. Al terminar, Senji se dirigió a Sato, quien observaba desde una distancia prudente. —Te encargo de manejar esto. Será un problema si esto se difunde a todo Japón. Trabaja como te plazca para lograrlo. Sato asintió con determinación. —Entendido, Joven Maestro. Me encargaré de que todo se mantenga bajo control y que la información no se filtre. Con una última mirada hacia la mansión del Clan Muramasa, Senji se giró y se dirigió al vehículo que lo llevaría a su próximo destino. La furia aún ardía en su interior, una llama que no se apagaría hasta que se hubiera hecho justicia. El primer destino de Senji fue la residencia del Clan Saito. El elegante complejo, antes símbolo de riqueza y poder, estaba ahora en el punto de mira de la furia de Senji. Sin piedad, Senji irrumpió en el lugar. Los guardias, sorprendidos por la repentina invasión, intentaron reaccionar, pero fueron rápidamente sometidos por la fuerza imparable de Senji. En cuestión de minutos, el Clan Saito quedó devastado, sus líderes y sus hombres eliminados sin dejar rastro de su existencia. Senji no perdió tiempo. Se dirigió a la residencia del Clan Kurogane. Al llegar, el ataque fue aún más violento. Los hombres del Clan Kurogane, al igual que sus rivales, se encontraron con una fuerza desatada que no daba lugar a la resistencia. Cada habitación fue arrasada, cada enemigo encontrado fue eliminado con una precisión mortal. La sede del Clan Kurogane quedó reducida a escombros, su influencia y poder extinguida por completo. Sin detenerse, Senji se movió hacia la residencia del Clan Aoyama. La llegada de Senji fue como un huracán de destrucción. Los hombres del Clan Aoyama intentaron organizar una defensa, pero la fuerza de Senji era imparable. Las estrategias y las tácticas no tuvieron importancia ante la brutalidad de su ataque. En menos de lo que tardaron en darse cuenta, el Clan Aoyama se había convertido en otra víctima de la implacable venganza de Senji. Finalmente, Senji se dirigió a la residencia del Clan Takeda. El último bastión de los clanes enemigos. El ataque fue metódico y devastador. Senji avanzó por los corredores con una determinación fría, eliminando a cada miembro del Clan Takeda que se cruzaba en su camino. La resistencia fue en vano, y en poco tiempo, el Clan Takeda fue completamente aniquilado. En solo una hora, Senji había erradicado a los cuatro clanes que se habían aliado para atacar al Clan Muramasa. Con la última de las mansiones enemigas reducidas a escombros, Senji permaneció en el centro del caos que había creado, su mirada sombría reflejando el desolador trabajo de su venganza. —Al final, la felicidad no siempre brilla para todos. Tiempo actual… Cementerio de Tokio Senji junto a Julie avanzaban en silencio por el cementerio, sus pasos resonando suavemente en el suelo. Las lápidas que los rodeaban eran un sombrío recordatorio de la devastación que había ocurrido años atrás. Las tumbas de los hombres que murieron defendiendo al Clan Muramasa se alineaban a ambos lados del camino, cada una marcada con nombres que aún resonaban en su memoria. Al llegar a las tumbas de sus padres, Senji se detuvo, su mirada endureciéndose mientras Julie se colocaba a su lado, en señal de respeto. Los hombres del clan que los acompañaban se dispersaron, inclinando sus cabezas ante las tumbas de aquellos que dieron su vida por proteger lo que una vez fue un poderoso legado. Senji se acercó a las tumbas de sus padres con una solemnidad que sólo aquellos que han perdido lo más preciado pueden comprender. Se arrodilló frente a las lápidas, depositando cuidadosamente flores blancas sobre ellas. Con movimientos precisos, vertió agua sobre las piedras, limpiando cualquier rastro de polvo, un gesto de respeto que había aprendido desde pequeño. Julie, observando con atención, replicó cada uno de sus movimientos, en silencio, mostrando su respeto hacia los caídos del Clan Muramasa. Después de cumplir con las costumbres, Senji permaneció en silencio por un momento, observando las tumbas. Luego, inclinó la cabeza y cerró los ojos, permitiendo que las palabras fluyeran con naturalidad. —Ha pasado un tiempo desde que los visito, padre, madre. —Senji hizo una pausa, mirando las tumbas frente a él—. He estado en prisión juvenil durante los últimos tres años, y recién ahora, al salir, he venido a verlos. Senji hizo una pausa, dejando que el viento frío del cementerio acariciara su rostro antes de continuar. —Quiero que conozcan a Julie Sigtuna. —Senji hizo un gesto hacia Julie, que permanecía a su lado en silencio—. Durante mi tiempo en la prisión, ella ha manejado el Clan Muramasa en mi lugar. Bajo su liderazgo, el clan ha crecido en poder e influencia, logrando cosas que no imaginábamos posibles. Julie inclinó ligeramente la cabeza en señal de respeto hacia las tumbas, sus ojos reflejando determinación y orgullo. —Solo nos queda un objetivo: el Primer Ministro. —La voz de Senji se endureció—. Esa tarea la cumpliré yo mismo. Una vez que lo logremos, Japón estará a nuestros pies, tal como lo soñabas padre. Senji guardó silencio por un momento, dejando que sus palabras resonaran en el aire antes de continuar su conversación frente a las tumbas de sus padres. —También debo mencionar que Homura quiere que asista a la Academia Privada Seiren. Tal vez acepte para tener una vida normal, algo que hubiera querido mi madre, aunque estaría fingiendo conmigo mismo tener una vida normal y corriente. Volvió su mirada hacia Julie, que permanecía a su lado, inmutable. —¿Te gustaría venir conmigo a estudiar allí? Julie, con su rostro estoico y sin mostrar emociones, simplemente asintió. —Está bien. Senji asintió, satisfecho con la respuesta, y juntos se prepararon para regresar. —Volveré a visitarlo otro día, padre, madre. Senji y Julie comenzaron a retirarse, seguidos por los miembros del Clan Muramasa. Con un último vistazo hacia las tumbas de los padres de Senji, se dirigieron hacia la salida del cementerio. La tarde se estaba desvaneciendo, el cielo comenzaba a tomar tonos cálidos y dorados mientras se acercaban al coche. Una vez dentro, Senji se dirigió a los miembros del Clan que lo acompañaban. —Necesito que se encarguen de dos cosas importantes. Primero, encarguen el papeleo necesario para que Julie y yo podamos ingresar a la Academia Privada Seiren. Asegúrense de que todo esté en orden lo más pronto posible. Segundo, quiero que asignen a alguien para investigar la ubicación del Primer Ministro. Necesito saber exactamente dónde se encuentra para planificar nuestro próximo movimiento. Los miembros del Clan asintieron y se dispersaron para cumplir con sus nuevas tareas, dejando a Senji y Julie con Sato. —Supongo que ya era hora de negociar con el Primer Ministro. —dijo Sato mientras encendía el motor del automóvil. —Si, y también me gustaría bañarme en los baños termales. —Entendido, entonces iremos al onsen de siempre. Senji y Julie miraban con tranquilidad el paisaje mientras Sato conducía guiándose por el camino para llegar el onsen que siempre visitaba Senji para relajarse mientras bebía sake con tranquilidad cuando no quería ser regañado por su madre como era en el pasado cuando estaba viva. Mientras el automóvil avanzaba, Senji se perdía en sus pensamientos, anticipando el momento en que podría disfrutar nuevamente de ese sencillo lujo. La imagen del onsen, con su ambiente sereno y acogedor, se acercaba a medida que Sato seguía el camino familiar. “Bueno, parece que el autor está agotando las ideas, así que es momento de hacer una transición. Prepárense para el lunes, cuando ingresaremos a la Academia Privada Seiren, y así, tal vez el autor pueda tener un respiro.” En ese momento, un periódico volaba en el aire, arrastrado por una brisa ligera. En su primera página se destacaba un titular inquietante: ¿Qué pasó hace cinco años donde murieron más de 600 personas? —Escrito por Ai Hoshino.
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