Capítulo 7
14 de septiembre de 2025, 1:41
Capítulo 7
Las luces de la ciudad brillaban sobre las calles empedradas mientras Senji y Leticia caminaban con tranquilidad. Italia tenía un encanto único, pero lo que realmente destacaba en esa noche era la extraña sensación de paz que flotaba entre ellos.
Leticia, con una ligera sonrisa, rompió el silencio.
"Sabes… a veces pienso en lo irónico que fue todo."
Senji giró la cabeza, sin entender a qué se refería. "¿A qué te refieres?"
"Que la única razón por la que tuvimos a Alicia fue porque Jesús logró hacerte cambiar por un tiempo."
Senji se detuvo un momento, con una expresión tensa. "…Tsk. No es como si lo hubiera planeado."
Leticia soltó una leve risa, disfrutando de su reacción. "Pero lo hiciste. Cambiaste. Pasaste cien años sin cometer una masacre, sin buscar peleas, sin llevar destrucción por donde pasabas."
Senji resopló. "No lo hice por él. Lo hice porque en ese momento… simplemente quería intentarlo."
Leticia lo miró de reojo con cierta dulzura en su expresión. "Sí, lo intentaste… y en ese intento, terminamos con una hija."
Senji guardó silencio.
Leticia continuó, con un tono más suave. "Jesús me dijo hace unos años que estaba triste porque habías vuelto a ser 'rebelde'. Dijo que eras como un niño que no podía quedarse quieto, que siempre tenía que desafiar algo o a alguien."
El ceño de Senji se frunció, y una de sus cejas tembló visiblemente. "¿Dijo eso de mí?"
"Sí," respondió Leticia, reprimiendo una sonrisa. "Aunque lo dijo con cariño. Después de todo, él fue quien te ayudó a dar ese primer paso."
Senji suspiró, cruzándose de brazos. "No entiendo por qué sigue creyendo en mí. Hasta yo sé que no valgo la pena."
Leticia se acercó un poco más a él y, con un tono sereno pero firme, le respondió:
"Porque, aunque tú no lo creas, hiciste algo valioso en ese tiempo. Y no hablo solo de no matar… hablo de lo que creaste."
Senji desvió la mirada, sabiendo exactamente a qué se refería.
"Si Jesús no te hubiera ayudado a cambiar, nunca habrías abierto tu corazón lo suficiente para que Alicia naciera." Leticia sonrió con calidez. "Puede que hayas vuelto a ser un Señor Demonio, pero ese tiempo que pasaste con nosotros fue real, Senji. No importa cuánto intentes negarlo."
Senji exhaló lentamente, bajando la mirada hacia el suelo empedrado.
"…Hmph. No lo estoy negando."
Leticia se detuvo frente a él, inclinando la cabeza con una expresión burlona. "¿Oh? Entonces, ¿qué fue esa reacción de antes? Parecía que alguien no quería admitir que Jesús tuvo razón."
"¡Tsk! No exageres," gruñó Senji, desviando la vista. "Solo digo que… fue un momento extraño en mi vida."
Leticia sonrió. "Un momento extraño, pero uno que nos dio algo maravilloso."
Senji no respondió de inmediato. En su mente, la imagen de Alicia pasó fugazmente, su sonrisa radiante y su forma de hablar tan despreocupada, tan parecida a su madre.
Finalmente, suspiró y siguió caminando.
"Sigues encontrando formas de molestarme, ¿eh?"
"Siempre," respondió Leticia con una sonrisa victoriosa mientras lo seguía, disfrutando de cada instante de aquella caminata por Italia.
La brisa nocturna envolvía las calles de Roma cuando Senji y Leticia finalmente se encaminaron hacia su destino real. La caminata por la ciudad había sido un respiro, un momento de calma antes de sumergirse en los asuntos más serios.
Ahora, sus pasos resonaban en los antiguos adoquines mientras se acercaban al Vaticano, el corazón de la fe católica en el mundo exterior. Sin embargo, lo que buscaban allí no tenía que ver con la religión… sino con un secreto que muy pocos conocían.
Al llegar a la imponente Plaza de San Pedro, Senji cruzó los brazos, observando con indiferencia las enormes columnas que rodeaban el lugar.
“Hm… Es curioso. Pese a todo lo que ha pasado, este sitio sigue igual.”
Leticia sonrió ligeramente. “Algunas cosas en el mundo exterior cambian constantemente, pero otras permanecen inalterables, sin importar el tiempo. Como este lugar… y como tú.”
Senji la miró de reojo. “¿Eso es otra indirecta para hacerme enojar?”
“Para nada,” dijo ella con una expresión inocente. “Pero si lo tomaste así, quizás en el fondo sabes que tengo razón.”
Él chasqueó la lengua, eligiendo no responder.
La entrada principal a la Basílica de San Pedro estaba cerrada a esas horas, pero ellos no se dirigieron allí. En cambio, caminaron con paso firme hacia un pasaje menos transitado, donde una figura con túnica oscura los esperaba en silencio.
El hombre, que llevaba un rosario en el cuello, inclinó la cabeza en un leve saludo.
“Los esperábamos.”
Senji no mostró ninguna reacción. Leticia, en cambio, sonrió con cortesía. “Es un placer volver a verte, Cardenal Mateo.”
El anciano cardenal levantó una ceja. “No sé si el placer es mío, pero entiendo que esta visita no es casualidad. Vengan.”
Les hizo una seña para que lo siguieran.
Los tres atravesaron un estrecho corredor que parecía perderse en la oscuridad. Las luces eran escasas, apenas unas antorchas colocadas en los muros de piedra.
“No ha cambiado nada desde la última vez,” murmuró Leticia.
Senji la observó de reojo. “¿Cuántas veces has venido aquí?”
“Más de las que imaginas.”
El pasillo descendía en una pendiente suave, llevándolos bajo la Basílica. No era la primera vez que Senji recorría lugares ocultos, pero incluso él reconocía la importancia de lo que había bajo el Vaticano.
Los muros de piedra se ensancharon hasta convertirse en una sala circular con inscripciones antiguas en latín y griego. En el centro, una gran puerta metálica con símbolos dorados descansaba imponente, irradiando una ligera vibración.
La Puerta Astral.
Era un portal que conectaba directamente con Little Garden, pero no era algo que cualquiera pudiera usar. Solo aquellos con la aprobación del Vaticano podían cruzarlo.
El Cardenal Mateo se acercó a la puerta, sacando un pequeño relicario dorado. Lo abrió con cuidado, revelando en su interior una llave de cristal azul, que brilló tenuemente al entrar en contacto con la puerta.
“El Papa ha autorizado su entrada,” dijo el cardenal con voz solemne. “Pero no debemos olvidar que alguien participará en la guerra en su nombre.”
Senji apoyó una mano en la estructura de la puerta, sintiendo su energía pulsar bajo su piel.
“¿Y quién será?”
El cardenal guardó silencio por un instante antes de responder.
“Unos jóvenes de habilidades increíbles, han sido elegido para representar a la Santa Sede en la Guerra de las Autoridades Solares.”
Leticia ladeó la cabeza fingiendo interés, ya que conocía esta información. “Hoh… ¿El Vaticano quiere reclamar una autoridad solar? Eso es raro.”
“El mundo ha cambiado mucho, Lady Leticia,” respondió Mateo. “El Papa ha decidido que no podemos quedarnos al margen.”
Senji suspiró. “Hagan lo que quieran. No es mi problema.”
Sin esperar más, presionó su mano contra la Puerta Astral, y esta comenzó a abrirse, dejando escapar una luz dorada intensa.
El aire a su alrededor vibró con un poder abrumador. No importaba cuántas veces Senji usara ese portal, la sensación siempre era la misma: el peso de un mundo completamente distinto al otro lado.
Leticia sonrió suavemente.
“Es hora de volver a casa.”
Con un último paso, ambos cruzaron la luz dorada, dejando atrás el Vaticano… y regresando a Little Garden.
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Academia Privada Seiren - Japón
En el aula de 1-D, las miradas de los alumnos se posaban en Kurumi Tokisaki y Kurome Tokisaki, las dos recién llegadas que ya habían causado revuelo con su sola presencia.
Kurumi se veía completamente cómoda, apoyando la mejilla en su mano mientras sonreía con un aire enigmático.
“Fufu~, qué lindo es ver tantas caras curiosas.”
A su lado, Kurome masticaba perezosamente un taiyaki, sin prestarle atención a las miradas.
Una de las chicas en el aula se inclinó hacia otra, susurrando: “¿No crees que Kurumi-san es increíblemente hermosa?”
“¡Lo es! Parece una noble europea.”
Los murmullos continuaban, pero Kurumi los ignoraba con elegancia. En cambio, giró su atención hacia Kurome, quien seguía comiendo como si nada.
“Ara~, deberías moderarte un poco, Imouto. Si comes tanto en clase, el profesor podría molestarse.”
Kurome suspiró, tragando el último bocado. “No me han dicho nada todavía.”
Kurumi dejó escapar una risa ligera. “Qué niña tan malcriada.”
Justo en ese momento, la puerta del aula se abrió, y el profesor ingresó con una mirada severa.
“Bien, suficiente charla. Es hora de comenzar la clase.”
Los estudiantes regresaron a sus asientos, aunque más de uno seguía lanzando miradas furtivas a las recién llegadas.
En otra parte de la academia, en el aula 1-C, las otras dos nuevas estudiantes Akame Tokisaki y Sawa Yamauchi se encontraban en una situación similar.
Akame, con su expresión neutra y postura relajada, se sentó en la última fila sin decir mucho. No parecía demasiado interesada en socializar.
Sawa, en cambio, se mostraba más abierta. Se giró hacia uno de los estudiantes y sonrió con confianza. “Bueno, no sé ustedes, pero espero que esta escuela sea interesante.”
Un chico sentado cerca de ella intentó iniciar conversación. “¿Interesante en qué sentido?”
Sawa se inclinó un poco sobre el pupitre con una sonrisa. “Oh, ya sabes, que haya algo de acción.”
El chico parpadeó, sin saber si ella hablaba de deportes, peleas o algo más.
Mientras tanto, Akame observaba a la maestra sin mucha emoción. La clase comenzaba, y aunque no lo mostraba en su rostro, estaba analizando todo a su alrededor.
Su trabajo en el Clan Muramasa no se detenía solo porque estaba en la academia.
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La campana de la escuela resonó en los pasillos mientras los estudiantes salían de sus aulas. Entre ellos, Ai Hoshino caminaba con el ceño fruncido, su teléfono en la mano, revisando información con una intensidad inusual.
“¿Así que… desapareció?” murmuró, con los ojos entrecerrados.
Masachika, que iba a su lado, suspiró. “No sé qué esperabas. Es Senji. No va a dejar pistas tan fácilmente.”
Ai lo ignoró, deslizando la pantalla de su teléfono con rapidez. “Pero esto no tiene sentido. No hay registros de que haya salido de Italia en avión, ni de que esté en algún hotel.”
Julie, que los seguía de cerca, habló con un tono tranquilo. “Tal vez simplemente encontró un método más… discreto.”
Ai giró su cabeza bruscamente. “¿Más discreto? ¿Cómo qué?”
Julie la miró con una leve sonrisa. “No lo sé. Pero si piensas demasiado en ello, te volverás loca.”
Ai bufó, guardando su teléfono. “No me subestimes. Voy a descubrir qué está haciendo.”
Masachika la observó con una mezcla de diversión y cansancio. “Lo que sea. Solo no nos metas en problemas.”
...
Ai Hoshino se encontraba en su habitación, con la luz tenue de su pantalla reflejándose en sus ojos mientras sus dedos tecleaban con rapidez. El resto del mundo desaparecía cuando entraba en este estado.
“Bien… si no hay registros oficiales, entonces tendré que buscar en otra parte.”
Había aprendido hace mucho tiempo que la mejor manera de rastrear a alguien era seguir su sombra digital. Senji no usaba redes sociales, no tenía un teléfono que pudiera rastrear fácilmente y sus movimientos siempre parecían borrarse como si no existieran.
Pero todo el mundo dejaba rastros. Incluso él.
Ai redireccionó su IP con un VPN, saltando entre servidores alrededor de Italia, disfrazando su ubicación real. Luego, accedió a múltiples redes de CCTV en Roma, usando puntos vulnerables en su seguridad. No podía ingresar a todas, pero sí a las suficientes para reconstruir sus movimientos.
Uno a uno, fue revisando los puntos en los que Senji había sido detectado.
Y entonces lo encontró.
Un video captado en una calle iluminada por faroles, mostrando su figura con su usual actitud despreocupada, caminando sin prisa. Pero lo que realmente le llamó la atención fue la niña de cabello dorado y ojos rojos que iba a su lado.
Ai entrecerró los ojos.
“… ¿Quién demonios es ella?”
Rebobinó la grabación, observando cada detalle. La niña no solo caminaba junto a Senji… ¡estaba entrelazando su mano con la suya!
Un tic apareció en la frente de Ai.
¡¿Me va a ganar una niña?!
Se inclinó más cerca de la pantalla, sus ojos brillando con intensidad mientras intentaba analizar la escena. La niña tenía un aire noble, su cabello dorado reflejaba la luz con elegancia, y su expresión mostraba una tranquilidad absoluta. Como si fuera lo más natural del mundo estar con Senji.
Ai sintió una punzada en su pecho.
“Espera… ¿Desde cuándo Senji permite ese tipo de cercanía?” murmuró para sí misma.
Intentó calmarse y seguir observando, buscando más pistas sobre la identidad de la misteriosa niña.
La grabación mostró a Senji y a la niña avanzando por las calles de Roma, pasando por varias cámaras hasta que llegaron a la Plaza de San Pedro en el Vaticano.
Y entonces…
Desaparecieron.
Ai rebobinó y reprodujo la grabación varias veces. La última imagen clara que obtuvo fue la de Senji siendo guiado por una figura envuelta en sombras. La persona que los llevó más allá de la plaza nunca mostró su rostro, ocultándose en la oscuridad.
“… No puede ser.” Ai frunció el ceño. “¿Cómo diablos desapareció?”
Intentó acceder a más cámaras dentro del Vaticano, pero incluso con su habilidad, los niveles de seguridad eran demasiado altos.
No pudo ver a dónde fue Senji.
Soltó un suspiro frustrado, recostándose en su silla con los brazos cruzados.
“Tsk. Esto no ha terminado.”
Se quedó mirando la imagen congelada en su pantalla: Senji, caminando junto a la niña de cabello dorado, con sus manos entrelazadas.
“… Voy a descubrir quién eres.”
Pero lo que Ai aún no sabía era que aquella niña era mucho más que una simple acompañante de Senji.