ID de la obra: 945

Sobreviviendo un Apocalipsis Zombi

Het
G
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1
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planificada Mini, escritos 82 páginas, 24.335 palabras, 8 capítulos
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Capítulo 4

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Capítulo 4 El cuerpo sin vida de la mujer —asesinada por las manos de Alicia— yacía oculto entre los arbustos, cubierto por la sombra de la vegetación y el silencio de la noche. En teoría, nadie debería haber encontrado aquel cadáver, destinado al olvido. Pero un zombi se arrastraba por el lugar, guiado únicamente por el instinto voraz que lo impulsaba a devorar todo lo que aún oliera a carne. Sin comprensión ni propósito, se lanzó sobre el cuerpo de la mujer y comenzó a desgarrarlo, masticando carne y hueso con lentitud enfermiza. No sabía lo que hacía. Solo comía. Tampoco podía entender que ese cuerpo... no era como los demás. La mujer asesinada había estado marcada por la energía espiritual del Little Garden, esa misma fuerza que Alicia había percibido antes de matarla. Un residuo invisible para cualquier humano ordinario, pero letalmente inestable para una criatura no viva. Mientras devoraba los restos, el zombi tembló. Al principio fue un simple espasmo. Luego, su piel empezó a agrietarse, su carne burbujeó como si algo se agitara dentro de su cuerpo podrido. El ojo derecho estalló, y del hueco surgió un brillo rojizo intenso, como una chispa de furia naciente. Un rugido gutural, más profundo y agresivo que cualquier otro zombi hasta ese momento, retumbó en la oscuridad. Sin saberlo, acababa de comenzar algo nuevo. Un cambio. Una mutación. 【•••】 La noche había caído como un manto pesado sobre las ruinas de la ciudad. Solo quedaban escombros, sangre seca en las calles y el silencio cargado de muerte. En una tienda de conveniencia a las afueras, tres sobrevivientes descansaban entre estantes saqueados y bolsas vacías. Dos hombres y una mujer, todos jóvenes, sucios y con ojeras profundas por la falta de sueño. Aquel refugio improvisado se había vuelto su única esperanza desde que se separaron del grupo con el que viajaban. “Voy a buscar agua,” dijo Kazuki, el mayor del grupo, mientras tomaba una linterna maltratada. “No tardes,” le respondió la chica sin levantar la mirada. Su voz sonaba muerta, pero no por resignación, sino por agotamiento. Kazuki salió por la puerta trasera. El callejón lo recibió con la misma oscuridad que todos los rincones de este nuevo mundo. A unos pasos, entre un par de autos abandonados, divisó una botella de plástico medio aplastada. Se agachó. No escuchó nada. No vio nada. Pero sintió… algo. Un segundo después, una sombra cayó en silencio desde el techo. Ni un gruñido. Ni un gemido. Solo el crujido de su garganta al ser desgarrada. La linterna cayó al suelo, iluminando brevemente unas garras negras deformadas… y una mandíbula llena de carne fresca. El zombi mutado retrocedió con su presa entre los dientes. No devoró el cuerpo ahí mismo. No hizo ruido. Se escondió. Observó. Esperó. El resto del grupo, preocupados por su ausencia, salieron minutos después. “Kazuki…” susurró la chica, su voz quebrada. Encontraron el cuerpo. O al menos una parte de él. Torso abierto. Órganos arrancados con precisión. El rostro irreconocible. Pero lo que más les heló la sangre fue el entorno. No había otros zombis. No había huellas arrastradas. El lugar estaba limpio. Demasiado limpio. “¿Qué mierda es esto…?” murmuró uno de los chicos. La chica, temblando, dio un paso atrás… hasta que algo en la pared llamó su atención. Una escritura torpe, de trazos gruesos y erráticos, manchaba los azulejos rotos: “Comer.” Sangre. Pintado con dedos. De izquierda a derecha. “… ¿Eso lo hizo un zombi?” preguntó ella, en voz apenas audible. Pero nadie respondió. Mientras tanto, lejos de esa escena, el viento comenzaba a soplar con fuerza entre los edificios destruidos. El día siguiente traería consigo algo nuevo. Un enemigo diferente. Uno que no solo caminaba. Uno que aprendía. 【•••】 Me había despertado antes que el sol. El mundo aún dormía. O lo que quedaba de él. El silencio no era consuelo, solo me recordaba que algo estaba mal. Lo sentí desde que abrí los ojos. Como una presencia que se escondía en los bordes de mi conciencia. Como el frío que precede a una tormenta. Volteé la mirada. Alicia estaba despierta. Sentada en el borde del sofá, con las piernas cruzadas y su cabello aún revuelto por el sueño, sostenía un paquete abierto de dorayakis entre las manos. Me observaba. “¿No comerás…?” preguntó con suavidad, alzándome uno de los dulces. Vacilé unos segundos antes de aceptar. “Bien…” murmuré, tomando uno. No tenía hambre. Mi mente seguía atrapada en la noche anterior. El recuerdo seguía fresco, como una espina bajo la piel. La encontré tirada en ese bosque, inconsciente. Como si el mundo se hubiese detenido por un instante. Alicia nunca había perdido el conocimiento. Jamás. Ni en la desesperación de haber sido afectada por el poder que le permitió cambiar el destino de que su mamá no muriera. Ni cuando fue herida en las guerras contra los Señores Demonios del Este. Nunca. Y, sin embargo, ahí estaba. Frágil. Dormida sin despertar. Fue como ver una pintura antigua, agrietada y abandonada, cuando sabes que antes fue gloriosa. No había sangre. No había heridas. Pero sí energía espiritual… y la sensación amarga de que algo había entrado a este tablero de juego. Algo que no debería haber estado allí. Ella seguía comiendo, como si nada hubiese pasado. Como si todo siguiera bien. Pero yo la conocía. “Dormiste mucho,” le dije con neutralidad, observando cada gesto de su rostro. “Soñé algo raro,” dijo Alicia, bajando un poco la voz. “Todo… todo el lugar era rojo.” “¿Rojo?” “Sí. Como si el cielo, el suelo, y el aire estuvieran cubiertos de una neblina carmesí. No había sonidos. Solo un silencio espeso… como si el mundo se hubiera quedado sin aliento.” Sus ojos no me miraban mientras hablaba. Parecía recordar más con el cuerpo que con la mente. “En medio de ese lugar… apareció una silueta negra. Oscura, borrosa… como una sombra que no podía decidir su forma. Se movía raro, como si no supiera quién era. Caminaba, tropezaba… y de pronto, empezó a cambiar.” “¿A cambiar?” “Sí… poco a poco tomó la forma de una mujer. Primero el contorno del cuerpo… luego el cabello largo… y al final, el rostro.” La pausa que hizo fue extraña. Como si dudara en continuar. “¿Y luego?” pregunté, manteniendo la voz serena. “Ella levantó las manos y… comenzó a estrangularse a sí misma. Con fuerza. Gritando. Y llorando. Solo… lo hacía. Como si supiera que tenía que hacerlo. Como si fuera parte del sueño. La vi retorcerse. Escuché el crujido de su cuello. Y entonces cayó. Y el rojo desapareció.” Silencio. Ella bajó la mirada al dorayaki que tenía en la mano, como si no supiera por qué lo seguía sosteniendo. “No entiendo por qué soñé eso,” dijo al fin. “Pero… fue tan real.” Luego de escuchar lo que dijo, mi mente volvió, inevitablemente, a lo que ocurrió anoche. Ese rastro de energía espiritual en el aire... ahora tenía sentido. Ya no era solo una sospecha. El supuesto "sueño" de Alicia encajaba perfectamente con lo que realmente sucedió. Alguien de Little Garden había logrado ingresar al Gift Game. Y Alicia, al percibir esa intrusión, liberó el sello que se impuso a sí misma. Solo por eso fue capaz de actuar con la brutal precisión que la caracteriza. Mató a la mujer que invadió este mundo y, para evitar que yo me preocupara, escondió el cuerpo. Seguramente pensó que, si yo no encontraba evidencia, no haría preguntas. Una decisión lógica… pero imperfecta. Su error fue dejar que esta versión infantil de sí misma tuviera un “sueño”. Un sueño que no era otra cosa que una grieta en el muro de sus propios recuerdos manipulados. Suspiré, apenas audible. Si eso es así… entonces existe una posibilidad, por más mínima que sea, de que otros individuos de Little Garden también estén intentando ingresar. Y si lo logran… Entonces este mundo —el mundo que Alicia usó para el Gift Game— dejará de ser un tablero de juego para su diversión. A un lugar peligroso para los humanos de este mundo. “Que problemático…” Solté un suspiro resignado. Si llegaba tipo con intenciones peligrosas, debería buscarlo y matarlos. Tendré que limpiar plagas molestas. Espero que solo sea mi imaginación distorsionada. Y que ese escenario… nunca se haga realidad. Habían pasado dos horas desde que dejamos el refugio. El sol apenas atravesaba la bruma constante de este mundo moribundo, y el hedor a sangre seca ya era parte del paisaje. Y entonces… lo vimos. Una escena completamente alejada de lo que consideraríamos “común”. Ni siquiera en un mundo invadido por zombis esto tenía sentido. Cadáveres. Tanto humanos como zombis… devorados por igual. El suelo estaba manchado con fluidos negros y carmesí. Restos de cuerpos desgarrados. Mandíbulas rotas. Rostros irreconocibles. Un espectáculo caótico y desordenado. Pero lo más perturbador era la ausencia total de un patrón lógico. No era una emboscada. No era una pelea. Era cacería indiscriminada. “Papá…” la voz de Alicia sonó fría y concentrada, con una mano apoyada en el mentón y los ojos entrecerrados, observando la escena con detenimiento. “He estado pensando que los zombis están comenzando a mutar… por alguna extraña razón.” No lo dijo como una hipótesis cualquiera. Lo dijo como quien conecta piezas de un rompecabezas que nadie más puede ver. “Pienso lo mismo,” respondí, cruzando los brazos, sin apartar la vista del desastre frente a nosotros. “No creo que un humano, por desesperación, decida comerse a un zombi. Es más fácil imaginar a alguien perdiendo la cordura y cayendo en el canibalismo… que ver esto.” Ella asintió, con una expresión neutra. “Además…” añadió. “Hay señales de fuerza anormal. Las marcas de mordidas… son distintas. Más profundas. Y la forma en que los cuerpos fueron desgarrados… no es típica de los zombis normales. Esto fue hecho con brutalidad… pero también con precisión.” La miré de reojo. Tenía razón. No era un acto de hambre. Fue un acto de poder. “Uno de ellos comió algo que no debía,” dije en voz baja. “¿Quizá un humano que no era ordinario?” sugirió ella sin dudar, como si leyera mi mente. No respondí. Solo seguí observando. La mutación había comenzado. Y, con alta probabilidad, todo fue consecuencia del cuerpo que ella misma ocultó de mí. Aquel cadáver… Aquel error… Ahora era el origen de un nuevo tipo de amenaza. Un zombi que consumió un cuerpo impregnado de energía espiritual. Una criatura que jamás debió existir en este mundo. Y ahora, los humanos de esta ciudad… tendrían que enfrentar a un enemigo para el cual las armas, cuchillos, motosierra, o diferentes tipos de armas que puedan usar para matar zombis, no significarían absolutamente nada para este nuevo zombi mutante. Solté un largo suspiro, pesadamente. “Esto complica las cosas.” Ella me miró, en silencio, entendiendo sin necesidad de más palabras. Es momento de encontrar a ese zombi… Antes de que comience a cazar indiscriminadamente y extermine a los humanos que aún siguen con vida. 【•••】 El Humvee descansaba sobre el cauce poco profundo de un río, inmóvil como una fortaleza temporal. El agua rodeaba sus ruedas, pero no era lo suficientemente profunda como para arrastrarlo.Esa fue la razón por la que eligieron ese lugar para pasar la noche: los zombis no cruzaban el agua. En su interior, los cuerpos dormían como podían, con mochilas improvisadas como almohadas y fusiles cerca para cualquier caso necesario de usarlo. Las respiraciones tranquilas contrastaban con el silencio abrumador del mundo exterior. Hirano estaba despierto, con el rifle entre las piernas y los ojos clavados en la maleza que bordeaba el río. A su lado, Akio Maresato, padre de Alice, mantenía una mirada alerta. No era un soldado, pero desde que Senji lo había salvado junto a su hija, comprendía que no podía bajar la guardia, y asegurar cualquier movimiento que no permita pasar un accidente trágico. “No ha habido movimiento,” susurró Hirano, sin quitar la vista del horizonte. Akio asintió. “Es un respiro... pero nada dura para siempre en este nuevo mundo.” A lo lejos, el sol comenzaba a teñir el cielo de naranja. Uno a uno, los del Humvee fueron despertando. Marikawa, que había dormido en el asiento del conductor, bostezó exageradamente y encendió el motor. El ruido sutil del vehículo vibró como un anuncio de que el día comenzaba de nuevo. “Buenos días… si es que eso todavía tiene sentido,” dijo con su tono habitual, aunque sus ojos revelaban la tensión contenida. Conduciendo el humvee a tierra. Takagi, Rei, Saeko y Alice comenzaron a bajarse del vehículo. Entre risas suaves y rostros aún somnolientos, buscaron una forma de cambiarse de ropa. Komuro, Hirano y Akio respetaron el espacio, apartándose y quedándose en el otro lado del Humvee que ocultaba a las mujeres. “Parece que sobrevivimos la primera noche,” comentó Komuro, estirándose con desgana. “Por ahora,” agregó Hirano, con una sonrisa tensa. Una vez que las chicas estuvieron listas, comenzaron a subir lentamente el Humvee de regreso a la carretera. El motor rugió con más fuerza, empujando contra el fango y las piedras hasta llegar al asfalto seco. El camino era desolado. No había zombis. No había civiles. Solo el viento moviendo restos de papel y hojas secas sobre la calzada. “Demasiado silencio,” murmuró Takagi desde la parte trasera. “Me da mala espina.” “Probablemente la policía y las fuerzas de defensa hayan evacuado a los civiles,” aventuró Hirano. “Si lo hicieron bien, puede que estén en alguna base segura.” “¿Y si no lo hicieron bien?” preguntó Rei. Nadie respondió. Komuro se giró hacia Takagi. “Tu casa está a dos cuadras de la colina Higashi, ¿cierto?” Ella asintió, con una expresión endurecida. “Sí. Es el lugar más cercano para buscar a mi familia... aunque no tengo muchas esperanzas.” Su voz vaciló. “Aún así... necesito verlo con mis propios ojos.” Komuro no dijo nada. Solo colocó una mano sobre su hombro, en silencio. El siguiente destino estaba claro. Y aunque no sabían qué encontrarían, todos sabían que la incertidumbre era mejor que quedarse esperando. Comenzó el viaje a la casa de Takagi. Komuro y Rei se encontraban arriba del Humvee. “Hey, Takashi... ¿Te diste cuenta?” preguntó Rei, con una sonrisa. “¿De qué?” respondió Komuro, ajustando el rifle que tenía colgado al hombro. “Desde anoche no nos hemos encontrado con ninguno de ‘ellos’.” Komuro abrió un poco los ojos, notando algo que hasta ahora no había procesado. Era cierto. No habían sido atacados, ni oían gruñidos, ni siquiera habían visto a uno en las cercanías. “Eso es verdad…” susurró. Pero entonces me di cuenta de algo más. El día anterior había gente volando como loca para todos lados. Pero en ese momento, no vi ni un solo helicóptero o avión.
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