Capítulo 5
                                                    14 de septiembre de 2025, 1:41
                                            
                Capítulo 5
El rugido del Humvee se imponía sobre todo lo demás.
Era un sonido grave, metálico, que no solo anunciaba su paso, sino que parecía llamar a las criaturas que infestaban las calles. Cada vibración del motor resonaba como un tambor de guerra en medio del silencio roto de la ciudad muerta.
Marikawa, con ambas manos firmes en el volante, mantenía los ojos fijos al frente mientras el vehículo arremetía contra los zombis que se interponían. Las ruedas reventaban cráneos y trituraban huesos, dejando un rastro viscoso sobre el asfalto. El parabrisas recibía de vez en cuando salpicaduras oscuras, pero ella no parpadeaba; solo giraba, aceleraba y volvía a enderezar.
Cada calle tomada parecía peor que la anterior. Entre giros bruscos y cambios de ruta, las hordas aumentaban, apareciendo desde callejones y puertas abiertas como si algo invisible las empujara hacia ellos.
“¿Qué está pasando?” exclamó Rei desde el techo, la voz cargada de sorpresa y miedo. “¡Mientras más nos acercamos a la colina de Higashi, más nos encontramos con ellos!”
“¡Debe haber… alguna razón!” respondió Komuro desde su posición, intentando sonar firme, pero la tensión en su voz delataba que él tampoco lo entendía.
El Humvee embistió otra fila de cuerpos. El sonido de huesos partiéndose y vísceras desparramándose en la calle era tan crudo que hizo estremecerse a la pequeña Alice Maresato, encogida en su asiento trasero.
Su padre, Akio Maresato, notó el temblor en sus hombros. Sin decir nada, la abrazó con un brazo protector, cubriéndola de la vista exterior como si así pudiera alejarla del horror. Sentía el latido acelerado de su hija contra el pecho y apretó la mandíbula. Él también estaba asustado, pero no podía permitirse mostrarlo.
Afuera, el mundo no ofrecía promesas de seguridad. Adentro, cada segundo que pasaba, el Humvee derribando a los zombis eran lo único que mantenía a raya el fin.
El rugido del motor continuaba sin descanso, devorando la distancia hacia la colina de Higashi, pero no así a los muertos que se multiplicaban con cada calle recorrida.
Saeko, desde la ventanilla lateral, escudriñaba el camino con la precisión fría de quien sabe que un segundo de distracción puede costar vidas. Entonces, sus ojos se clavaron en algo que cruzaba la calzada.
“¡Cuidado!” gritó con voz firme. “¡Hay cables tendidos más adelante!”
Marikawa giró el volante con brusquedad, y el Humvee respondió con un derrape controlado. El giro evitó que la trampa de cables de púas les rebanara los neumáticos, pero no por completo: al pasar, el parachoques atrapó varios cuerpos destrozados y restos enredados en el metal. El arrastre de carne y vísceras quedó adherido a la parte baja del vehículo como una plaga.
En cuestión de metros, el problema se hizo evidente.
Las ruedas comenzaron a patinar sobre una mezcla repugnante de sangre y tejido, como si el asfalto se hubiera convertido en manteca podrida. El Humvee vibraba y se sacudía, incapaz de avanzar con normalidad.
“¡Estamos patinando mucho!” advirtió Takagi.
“¡Detente! ¿Por qué no se detiene?” preguntó Marikawa, intentando frenar el vehículo.
“¡¡Es por toda la sangre y tripas, nos están haciendo patinar!!” explicó Takagi, mirando hacia las ruedas.
“¡Sensei! ¡Se atascaron las llantas!” alertó Hirano desde el asiento del copiloto. “¡Deje de frenar y pise un poco el acelerador!”
“¿Qué? ¡Bueno!”
Marikawa soltó el freno y presionó el acelerador. El motor rugió y el Humvee volvió a ganar tracción, avanzando con un tirón brusco.
“¡Sensei! ¡Adelante! ¡Mira al frente!” gritó Komuro, mientras sostenía a Rei en sus brazos para que no perdiera el equilibrio.
“¡No se supone que yo sea este tipo de personaje!” exclamó Marikawa con el rostro encendido de vergüenza y tensión.
El vehículo logró escapar de los cables extendidos, pero el movimiento violento provocó un fuerte desequilibrio. En el techo, una figura perdió el apoyo.
“¿Eh?”
Komuro estiró el brazo derecho, intentando atrapar el de Rei antes de que cayera… pero falló.
“¡GAH!”
El golpe seco resonó cuando Rei cayó de espaldas contra el asfalto.
“Ugh… Agh…” se quejó, sintiendo de inmediato un dolor recorriéndole la columna.
Komuro no dudó ni un segundo. Saltó del techo, aterrizando junto a ella. Un zombi ya se abalanzaba, la mandíbula abierta y la lengua colgando como una cuerda podrida. Komuro levantó el arma y disparó directo a la cabeza… o al menos lo intentó. El retroceso le movió el cañón, desviando el tiro. La bala reventó un pedazo de la cabeza del zombi que cayó al piso.
“Uh…” Komuro estaba conmocionado. “Wow, wow… ¿Qué carajo? Si le apunté a la cabeza. Pero con ese tiro apenas le di a algo.”
“¡Hey! ¡¡No eres bueno en esto!! ¡El retroceso del arma hará que el punto de la mira suba un poco! ¡Ponedle atención al retroceso y apunta hacia el pecho!
Komuro siguiendo el consejo de Hirano, preparo el arma y mirando en la mira del arma.
“Poner atención al retroceso…” Se dijo así mismo Komuro. “Apuntar hacia el pecho… ¡Y disparar!”
La bala fue disparado y golpeando a una pareja de zombi que se encontraba cerca de él.
“Perfecto… pero… son demasiados…”
Komuro observaba con alerta de cómo más zombis llegaban.
“¡¡Por cada disparo, tienes que cargar el arma y apretar el gatillo!! ¡Trata de no mover el arma al cargarla!” Gritó Hirano mientras disparaba a los zombis a larga distancia.
Komuro obedeció las palabras de Hirano y apuntando a dos zombis que llegaba y volándole los sesos.
“¡Wow! ¡Esto es increíble!” Komuro intentó recargar el arma. “¡Sin balas!”
Municiones del arma que cargaba Komuro cayeron al piso. “¡Oh! ¡Mierda!”
“¡Komuro-kun! ¡Voy a ayudarte, protege a Miyamoto-kun!”
Saeko hizo presencia mientras salía del Humvee.
“¡No! ¡Hay demasiados de ‘ellos’ para que vos pelees con tu Bakutou!”
Komuro gritaba con tensión mientras un zombi se acercaba a la espalda de Saeko.
“¡Eso ya lo sé!” Con el rostro tenso, Saeko desenfundó su espada e hizo un corte limpio al zombi que se encontraba cerca de ella. Más zombis llegaban por ella, Saeko comenzó a cortar con su espada. Komuro solo podría observarla con el rostro tenso.
“¡Carajo!”
Komuro viendo la cantidad de zombis llegando por él se excusó con Rei.
“Al menos… vamos a morir juntos…”
“¡Takashi…!” Con el rostro lloroso, Rei miraba tristemente a Komuro. Para luego ser abrazada con fuerza y zombis acercándosele. En eso Komuro sintió el arma que cargaba Rei, era el rifle que podría serle de ayuda en este momento.
“¡Pero claro! ¡¡Perdóname por esto!!”
“¿Eh?”
Lanzando su otra arma lejos. Rei se encontraba confundida para luego sentirse avergonzada por la siguiente acción de Komuro. Sus grandes pechos se balancearon al momento de que Komuro uso su cuerpo de apoyo para el rifle. Sintiendo el rifle presionando sus grandes pechos.
“¡Hirano!” gritó Komuro. “¡Dime cómo usarla!”
“¡Empuja la palanca enfrente del seguro del arma! ¡Después quítale el seguro! ¡Luego, jala la vara de operaciones de la derecha! ¡Y dispara!”
Komuro siguió las instrucciones, el primer tiro fue certero, pero luego los nervios y la adrenalina lo hicieron fallar los siguientes.
“¡No puedo darle a nada!” bufó, frustrado.
Entonces, algo cambió.
Los zombis… se detuvieron.
Nadie entendía por qué. Durante unos segundos, la calle quedó en un silencio extraño, como si alguien hubiera bajado el volumen del mundo. Entre la confusión sobre si seguir peleando o huir, todos llegaron a la misma conclusión: aprovechar la oportunidad.
Komuro cargó a Rei y la llevó de vuelta al Humvee.
“¡Qué…!” exclamó Takagi, mirando hacia el cielo. “¡¿Por qué hay un tronco volando?!”
Todos levantaron la vista.
Un tronco enorme descendía en picada hacia ellos.
“¡Acelere, sensei!” gritó Hirano.
Marikawa no lo dudó. Pisó a fondo el acelerador y el Humvee respondió con un rugido grave, lanzándose hacia adelante. El impulso sacudió a todos en el interior, pero lo importante era ganar distancia.
Apenas habían recorrido unos segundos cuando, detrás de ellos, el mundo pareció quebrarse.
El tronco —no, una masa de madera del tamaño de un edificio de tres pisos— cayó desde el cielo con una fuerza brutal.
El impacto fue como un trueno partido en dos. La carretera se partió y el suelo tembló como si hubiera recibido un bombardeo. Los zombis que habían quedado atrás fueron pulverizados en el acto, reducidos a una mezcla de polvo, hueso y carne triturada bajo el peso inconcebible del inmenso tronco.
Si Marikawa no hubiera reaccionado de inmediato, el Humvee habría quedado atrapado justo debajo… y ellos habrían terminado junto con la horda, aplastados sin remedio.
En el interior del vehículo, nadie habló. La única compañía era el rugido del motor y el retumbar lejano de la madera todavía asentándose sobre el pavimento destruido.
Con el corazón en la garganta, dejaron de mirar atrás para concentrarse únicamente en el frente.Y entonces, como si Dios les tendiera una mano, divisaron a un grupo de personas bloqueando la calle. Vestían uniformes de bomberos y, al ver acercarse el Humvee, hicieron señales.
Komuro soltó un suspiro largo, como si estuviera expulsando todo el terror acumulado en los últimos minutos.
Habían escapado no solo de la oscuridad y del rugido de la horda, sino también del colosal tronco que había pulverizado a los zombis detrás de ellos.
Marikawa condujo el Humvee hasta los cables de púas tendidas a lo ancho de la calle. El sistema estaba construido para que ningún zombi pudiera atravesar hacia el interior de esta zona segura.
El Humvee se detuvo. Y comenzaron a bajar del vehículo uno por uno. Hasta que una persona vestida de bombero se acercaba.
“Es un alivio verte sana y salva.” La voz femenina resonaba como nostalgia para alguien. “Me hubiera gustado en ayudarlos. Especialmente porque son amigos de mi hija.”
Quitándose el casco, dejando ver a una hermosa mujer de rasgo maduro.
“¡Mamá!”
Fue el grito de Takagi al ver devuelta a su madre.
Los demás sonrieron el ver el abrazo de madre e hija. Llenando de felicidad y eliminando la tensión y miedo que sintieron minutos atrás.
Takagi lloraba contra el hombro de su madre, aferrándose con fuerza.
Pero el momento fue interrumpido.
Un sonido seco, como algo pesado cayendo al suelo, resonó muy cerca de ellas.
Takagi reaccionó de inmediato, separándose del abrazo.
Sus ojos se abrieron al reconocer a la figura que yacía en el suelo: una niña de apenas diez años, con leves heridas en el cuerpo y la ropa con lágrimas.
“Es… Alicia,” murmuró Takagi, acercándose rápidamente a ella.
Alicia, débil y con la respiración entrecortada, abrió lentamente los ojos al escuchar la voz que había pronunciado su nombre.
“Vaya… parece que se encuentran bien…” murmuró, esbozando una leve sonrisa que no alcanzó a borrar el cansancio en su mirada.
Takagi se inclinó de inmediato para revisarla, tomando su muñeca y sintiendo el pulso.
Su piel estaba fría, y en su cuerpo había pequeños cortes y rasguños, como si hubiese sido atacada o hubiera atravesado algún lugar peligroso. La forma en que habló, justo antes de desplomarse nuevamente, dejaba claro que había huido de algo… o de alguien.
Por lo menos, estaba viva. Eso ya era un alivio. Pero la pregunta ardía en la mente de todos: ¿de qué había escapado exactamente?
Y más importante aún… ¿dónde estaba su padre?
Senji Muramasa había sido un hombre que se concentraba en proteger a su hija. Si Alicia había llegado sola, herida y al borde del colapso… entonces la única conclusión posible era que Senji se encontraba en peligro.
…
En lo profundo del bosque, lejos de cualquier rastro de civilización.
Los árboles se alzaban imponentes, pero uno de ellos faltaba… arrancado de raíz con una fuerza inhumana.
De pronto, un estruendo retumbó en la distancia. El sonido, grave y prolongado, provocó una onda que agitó las ramas de los árboles, meciéndolas como si fueran hierba bajo un viento salvaje.
                
                
                    