ID de la obra: 949

La bruja de Blanco

Mezcla
NC-21
En progreso
2
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planificada Mini, escritos 610 páginas, 373.297 palabras, 24 capítulos
Descripción:
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Capítulo 2 La hija, La Bruja y la Princesa de Hielo

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La noche en Mercurio era un manto de sombras y silencio, roto solo por el zumbido constante de los sistemas de soporte vital y el ocasional destello de los drones de patrulla de SOVREM. Suletta yacía en la cama de Nika, con los ojos fijos en el techo agrietado, incapaz de dormir. El mensaje en su comunicador era claro: "La operación comienza a las 6:00 AM", el mensaje era una sentencia que resonaba en su mente como un tambor de guerra. A su lado, Nika dormía inquieta, su respiración era suave pero marcada por los ecos de los sollozos que horas antes había soltado. La cabeza de Nika aún descansaba sobre el pecho de Suletta, y cada movimiento de su amiga era como un ancla que la arrastraba a tierra mientras el universo la empujaba hacia el abismo. Suletta giró la cabeza, apenas distinguiendo la silueta de Nika en la oscuridad. Quiso despertarla, abrazarla, y prometerle que todo estaría bien, pero las palabras solo se atoraban en su garganta como piedras. En lugar de eso, se deslizó con cuidado fuera de la cama, moviéndose con la precisión de alguien acostumbrado a no hacer ruido en las minas. Sus botas apenas rozaron el suelo metálico del taller. Eran las 4:15 AM. El tiempo se agotaba. Se puso su overol de trabajo, gastado por años de uso, sus manos temblaban ligeramente mientras ajustaba las correas. El chip de autenticación para el Aerial que había sido entregado por Kirin yacia guardado en un compartimento oculto de su cinturón, parecía quemarle la piel. Era más que un objeto: era la llave de una prisión, el precio de un rescate, y tal vez, la chispa de una guerra. Antes de salir, Suletta se detuvo junto a la mesa, donde el comunicador seguía brillando débilmente. Rozó el borde con los dedos, como si buscara una respuesta. Miró a Nika una última vez, su corazón se apretaba pensando que sería la última vez que vería a su amiga. Tocó con suavidad el lugar donde su Nika había dormido. "Volveré", susurró. Sin embargo, no sabía si era una promesa o una mentira. Cerró la puerta del taller con un clic suave y se adentró en la colonia. La Cuenca de Caloris estaba sumida en la quietud absoluta del toque de queda. Las calles, estaban iluminadas solo por el resplandor residual de los paneles solares, los cuales parecían un cadáver aún caliente. Los domos oxidados y las torres de ventilación proyectaban sombras alargadas, como dedos mecánicos que intentaran atraparla. Suletta avanzó agachada, manteniéndose cerca de las paredes para no ser detectada por SOVREM, su PERMET se mantenía zumbando en su cabeza como si le alertase de cada cosa a su alrededor. El implante amplificaba cada sonido: el crujido del polvo metálico bajo sus botas, el zumbido lejano de un dron, el latido acelerado de su propio corazón. Podía sentir la mirada invisible de SOVREM acechando desde las alturas. El punto de encuentro con Kirin estaba en un depósito abandonado en las afueras de la colonia, donde los esqueletos de la obsoleta maquinaria minera yacían sepultados bajo capas de óxido y polvo de sulfuro. Suletta llegó con minutos de sobra, escondiéndose tras un tanque de almacenamiento roto, se mantuvo oculta, expectante a la llegada de su “aliado” hasta que vio una figura emerger de las sombras. Kirin, envuelto en su traje de sigilo recubierto de Nubilum, parecía un espectro arrancado de las leyendas de Vanadis. Junto a él había una caja metálica sellada, la superficie se encontraba marcada con arañazos y el logo desvaído de UNISOL. —Llegas a tiempo—, dijo Kirin, con su voz baja pero afilada como una cuchilla. —La Ecliptica despegara en tres horas. Están aquí para recoger materiales y técnicos de mantenimiento. Es tu oportunidad para que puedas infiltrarte. No la desperdicies. — Suletta tragó saliva asimilando la información que Kirin le había proporcionado, el miedo trepaba por su garganta como una criatura viva. —¿Y si me descubren? Los escáneres de SOVREM pueden detectar el PERMET. Si se dan cuenta de lo que soy, enviarán a Dominicus. No tendré ninguna oportunidad contra los caza brujas. — Kirin abrió la caja que había traído consigo con un movimiento rápido, revelando un uniforme de técnico de mantenimiento de UNISOL, con el logo bordado en el pecho. Junto a él había una placa de identificación con el nombre Lara Vex y un dispositivo pequeño, del tamaño de una moneda, que emitía un leve zumbido. —Esto es un inhibidor de señal—, explicó, entregándoselo. —Bloquea los escáneres de bajo nivel que buscan implantes como el tuyo. No engañará a los sistemas avanzados de Dominicus, pero te dará una ventana para moverte. Las credenciales están vinculadas a una identidad falsa que hemos insertado en la base de datos de SOVREM. Eres Lara Vex, técnica de motores. Memorízate muy bien el alias. Mantén la cabeza baja, no hagas contacto visual, no hagas preguntas. — Suletta tomó el uniforme aun con dudas, sus dedos rozaban la tela rígida la cual se sentía más pesada de lo que esperaba, como si cargara el peso de su destino. —¿Y el Mobile Suit? — preguntó, con su voz temblando ligeramente. —Dijiste que está en la nave. ¿Cómo lo encuentro? ¿Cómo sé que no es una trampa? — Kirin sacó una tableta de su cinturón y activó un holograma. El esquema de la Ecliptica apareció, era una nave colosal con corredores laberínticos y hangares reforzados era muy fácil perderse en ella sin algún mapa para poder ubicarse. Kirin señaló una sección marcada en rojo. —Hangar secundario, nivel 3. Busca una cápsula sellada con la designación 'Prototipo G-7'. Es un Mobile Suit experimental, fabricado con Gundarium Beta y reforzado con Nocturnium. No lo confundirás. Usa el chip de autenticación para abrir las cerraduras de seguridad. Una vez que estés dentro, activa su sistema operativo y sal de la nave. Nosotros te cubriremos con una distracción desde el exterior. — Suletta estudió el holograma, memorizando cada detalle. El hangar estaba lejos de las zonas de mantenimiento, lo que significaba atravesar áreas restringidas. —¿Y si hay guardias? ¿O si el Mobile Suit no funciona? Esto suena como si me estuvieran enviando a morir. — Kirin la miró con ojos fríos escuchando el comentario. —Si dudas ahora, tu madre pagará el precio. ¿Es eso lo que quieres? — Sacó un comunicador cifrado y se lo entregó. —Si algo sale mal, úsalo para contactarnos. Pero no esperes un rescate. Si te atrapan, eres un cabo suelto y estarás sola, Ochs no deja cabos sueltos. — El PERMET emitió un pulsó en la cabeza de Suletta, amplificando su rabia. Suletta apretó los puños, resistiendo el impulso de gritarle. —¿Cuándo liberarán a mi madre? — exigió, con su voz a punto de quebrándose. —Dijiste que cuando tuvieran a Miorine, pero ¿cómo sé que no me están mintiendo? — —Cuando Miorine Rembran esté en nuestras manos—, respondió Kirin, sin inmutarse. —Y no antes. Muévete, niña. El transbordador al muelle de la Ecliptica sale en una hora. No llegues tarde. — Suletta no respondió. Tomó el uniforme, el inhibidor y el comunicador, guardándolos en su mochila. En un rincón del depósito, se cambió en silencio. Cada hebilla que cerraba era como un clavo más en su propio ataúd. Ajustó las correas, verificó la placa de Lara Vex y ocultó su trenza roja bajo la capucha. El logo de UNISOL en su pecho parecía burlarse de ella, como si supiera que ya no había marcha atrás. Kirin la observó en silencio, luego asintió. —Buena suerte, Bruja. No nos decepciones—. Sin otra palabra, se desvaneció en las sombras con su traje fundiéndose en la penumbra. Suletta respiró hondo, el aire seco de Mercurio le raspaba la garganta. Se dirigió al muelle de embarque, era una plataforma improvisada al borde de la colonia donde un transbordador de UNISOL esperaba. Decenas de trabajadores, técnicos y mineros, se agolpaban en filas, sus rostros estaban pálidos y grises bajo la luz artificial. Nadie la miró dos veces. Su placa fue escaneada por un dron automatizado. El inhibidor que llevaba consigo vibró levemente en su bolsillo al ser escaneada, sin ninguna novedad, Suletta pudo pasar el primer filtro de seguridad. El transbordador despegó con un rugido sordo, elevándose hacia la órbita baja. En la distancia, la Ecliptica apareció como una silueta gigantesca entre las estrellas: era una fortaleza de acero y Titanio, con torres extendidas como lanzas y un brillo oscuro en sus escudos térmicos. Suletta cerró los ojos. Visualizó a su madre. A Nika. A todo lo que le importaba y que dejaba atrás. El PERMET cantaba en su sangre, una canción peligrosa y poderosa. La Bruja de Mercurio alzaba vuelo. Y el sistema solar, en silencio, contenía la respiración. La Ecliptica era un leviatán, una fortaleza flotante que surcaba la órbita baja de Mercurio como un depredador silencioso. Sus corredores resonaban con el zumbido grave de los motores de plasma, el eco metálico de las botas de los técnicos y el murmullo constante de los sistemas automatizados. Suletta, bajo el alias de Lara Vex, se movía entre los trabajadores, su uniforme de técnico de mantenimiento era el correcto, todo parecía estar en orden, sin embargo, su corazón se encontraba latiendo con la fuerza de un martillo gravitacional. El inhibidor de señales en su bolsillo zumbaba débilmente, ocultando su PERMET de los escáneres de detección, pero cada mirada de un guardia o cada pitido de un dron la ponían al borde del colapso. Había pasado los controles iniciales con éxito, asignada a un equipo de mantenimiento en el nivel inferior, cerca de los motores. Sin embargo, su verdadero objetivo, era el Mobile Suit Prototipo G-7, que aguardaba en el hangar secundario, a varios niveles de distancia, protegido por capas de seguridad y la amenaza constante de Dominicus. Suletta mientras fingía revisar un panel de diagnóstico en una sala de motores, pudo divisar a un grupo de científicos cerca a su posición, gracias al PERMET sus oídos captaron la conversación en una sala donde el grupo de científicos debatían, la sala estaba separada por una mampara de vidrio reforzado. El grupo estaba conformado por mecánicos y científicos, con insignias de Peil Technologies, los cuales discutían en tonos tensos, sus voces estaban cargadas de frustración y miedo. Suletta mantuvo la cabeza baja, ajustando un relé con movimientos mecánicos, pero su PERMET amplificaba cada palabra, llevándola directamente a su mente como si estuviera en la sala con ellos. —El Aerial es una maldita pesadilla—, gruñó el mecánico, un hombre robusto con cicatrices de quemaduras en los brazos. Este se limpió el sudor de la frente con un trapo manchado de grasa, sus ojos brillaban con una mezcla de ira y cansancio. —Cinco pilotos en las últimas pruebas, y todos terminaron igual: cerebros fritos, convulsiones, sangre por los ojos. Uno de ellos ni siquiera duró diez segundos en la cabina. ¿Qué demonios están construyendo en Peil? — Un científico intervino, un hombre delgado con gafas de aumento y una tableta en la mano, frunció el ceño, revisando los datos en su pantalla. —No es solo el diseño. El sistema de control es… inestable. El Aerial no responde como un Mobile Suit estándar. Es como si estuviera luchando contra los pilotos, no con ellos. — —¿Luchando? — intervino otro científico, una mujer de cabello corto y expresión severa. —Eso es un eufemismo. Los registros muestran picos de actividad neural imposibles. El sistema de interfaz está sobrecargando el cerebro de los pilotos. Nadie puede manejar ese nivel de retroalimentación. — En un rincón de la sala, una figura permanecía en silencio, observando la discusión con una calma inquietante. La doctora Belmeria Winston, una científica senior de Peil Technologies, estaba de pie junto a una consola, sus brazos permanecían cruzados y su rostro estaba parcialmente oculto por la sombra de su capucha técnica. Había participado en el desarrollo del Aerial, y su reputación como una de las mentes más brillantes de Peil la precedía. Sin embargo, su silencio era más elocuente que cualquier palabra. Solo cuando el mecánico mencionó las muertes, Belmeria alzó la cabeza, su voz corto la conversación como un láser. —Es el PERMET—, dijo, en un tono frío pero preciso. —El Aerial no es un Mobile Suit ordinario. Su sistema eleva el PERMET a niveles que ningún usuario puede soportar, sin importar su entrenamiento. Es como si la máquina tuviera una vida propia, una conciencia que rechaza a cualquiera que intente controlarla. — El silencio cayó sobre la sala, pesado como el blindaje de un Mobile Suit. Los científicos intercambiaron miradas, sus rostros palidecieron en un instante. El mecánico fue el primero en hablar, su voz tembló de incredulidad. —¿Estás diciendo que esto es un Gundam? ¿Un maldito Gundam? ¡Esas máquinas eran las que las brujas y brujos de Vanadis piloteaban! Si Dominicus se entera de que estamos transportando uno, nos cazarán como perros. — La científica de cabello corto dio un paso atrás, como si la sola mención del nombre Gundam fuera una maldición. —No tiene sentido. La Federación destruyó todo lo relacionado con Vanadis. Los Gundams fueron prohibidos, desmantelados. ¿Por qué UNISOL y SOVREM permitirían que algo así exista? ¡Es un riesgo para todos nosotros! — Belmeria no se inmutó. Sus ojos, de un gris acerado, se fijaron en un punto invisible, como si estuviera viendo algo más allá de la sala. —El Aerial es especial—, dijo lentamente. —Es un trofeo de guerra, un proyecto que Peil recuperó y completó tras la destrucción de Vanadis. No es solo una máquina; es un símbolo. Una prueba de que podemos dominar incluso lo que las brujas dejaron atrás. — El científico con gafas dio un puñetazo en la consola rompiendo la pantalla en el acto, su voz subió de tono rapidamente. —¿Un trofeo? ¡Peor aún! Si este Gundam es un vástago de Vanadis, es una abominación. ¿Cómo es posible que Delling Rembran permita esto? ¿Acaso sabe que estamos transportando un arma que podría desatar otra rebelión? — Belmeria alzó los hombros en un gesto que era tanto despreocupado como evasivo. —Delling sabe lo que necesita saber—, dijo, con una voz desprovista de emoción. Giró la cabeza, su mirada se mantuvo fija en una pantalla que mostraba una imagen granulada del Aerial: una máquina elegante que brillaba como el hielo bajo la luz artificial. —El Aerial no es solo un arma. Es el futuro. — Los otros científicos no respondieron. La tensión en la sala era palpable, una mezcla de miedo, ira y desconfianza. El mecánico arrojó su trapo al suelo y salió furioso, seguido por la científica de cabello corto. El hombre de las gafas fue el último en irse, murmurando algo sobre informar a sus superiores. Belmeria se quedó sola, su silueta recortaba la pantalla del Aerial. Por un momento, sus dedos rozaron la consola, como si pudiera sentir a la máquina a través de los datos. Luego, sin decir nada, apagó la pantalla y salió. Suletta, todavía fingiendo trabajar en el panel de diagnóstico, sintió que el PERMET vibraba con una intensidad que no había experimentado antes. Las palabras de los científicos resonaban en su cabeza: GundamAerialVanadis. No sabía qué jugaba todo eso en esa máquina, pero una cosa estaba clara: el Prototipo G-7 no era un Mobile Suit cualquiera. Era una máquina maldita, una reliquia de la rebelión que había destruido a su madre y al Instituto Vanadis. Y ella estaba a punto de intentar robarla. Se obligó a moverse, terminando su tarea en el panel y uniéndose a un grupo de técnicos que se dirigían a otra sección de la nave. Cada paso la acercaba más al hangar secundario, pero también al peligro. El Aerial la esperaba, y con él, los secretos de Vanadis y la sombra de Dominicus. El PERMET susurraba en su mente, no con miedo, sino con algo más profundo, algo que se sentía como un llamado. Suletta avanzaba por los corredores de la Ecliptica con el corazón en la garganta, su uniforme de técnico de mantenimiento fingia ser una armadura frágil contra la vigilancia omnipresente de SOVREM. El inhibidor de señales en su bolsillo zumbaba, pero cada pitido de un escáner o cada mirada de un guardia la hacía temer que su PERMET fuera detectado. Su destino era el hangar secundario, nivel 3, donde el Prototipo G-7 —el Aerial— aguardaba. Cada paso la acercaba más a la máquina maldita que había oído mencionar a los científicos, pero también a la posibilidad de salvar a su madre. El acceso al hangar estaba protegido por un puesto de guardia, una barrera que no había anticipado. Dos soldados de SOVREM, armados con rifles de plasma y visores tácticos, revisaban las credenciales de cada técnico que intentaba entrar. Suletta sintió que el aire se le escapaba. El inhibidor podía engañar a los escáneres, pero si los guardias sospechaban de su alias, Lara Vex, todo terminaría antes de empezar. Se unió a la fila, manteniendo la cabeza baja y las manos en los bolsillos para ocultar su temblor. Cuando llegó su turno, uno de los guardias, un hombre de rostro curtido escaneó su placa de identificación. El dispositivo emitió un pitido afirmativo, pero el guardia frunció el ceño. —¿Lara Vex? No te he visto antes por aqui. ¿Nueva en la Ecliptica? — Suletta tragó saliva intentando tranquilizarse, forzó una voz calmada mientras decía —Transferida desde Caloris, señor. Mantenimiento de motores. — Su PERMET zumbó, amplificando su percepción, y notó el leve movimiento del segundo guardia, cuya mano descansaba en el gatillo de su rifle. El primer guardia entrecerró los ojos, pero antes de que pudiera hacer más preguntas, una alarma menor sonó en el corredor: un fallo en un conducto de ventilación, probablemente un desperfecto rutinario. El segundo guardia gruñó. —Ocúpate de eso después, Kael. Déjala pasar. Tenemos suficiente con los sistemas colapsando. — El guardia llamado Kael le devolvió la placa con un gesto de fastidio. —Muévete, Vex. Y no causes problemas—. Suletta asintió, conteniendo el aliento mientras cruzaba el puesto de guardia, su corazón estaba latiendo tan fuerte que temía que lo oyeran. Una vez dentro del corredor que llevaba al hangar, se permitió exhalar, pero el alivio duró poco. El verdadero desafío estaba por delante. El hangar secundario era una caverna de acero, iluminada por luces frías que proyectaban sombras alargadas. En el centro, encerrado en una cápsula de seguridad reforzada, estaba el Aerial. Su blindaje de Gundarium Beta brillaba con un resplandor plateado, y las articulaciones reforzadas con Nocturnium le daban un aire casi vivo. Suletta se acercó, pero apenas dio un paso, su PERMET se volvió loco. Un torrente de pulsos eléctricos recorrió su mente, como si la máquina la estuviera llamando. El hangar se iluminó de repente con destellos azules y verdes que emanaban del Aerial, bañando las paredes en un resplandor sobrenatural. Suletta se congeló, su respiración se entrecorto. Esto no era normal. Nada en esta máquina lo era. Con precaución, se acercó a la cápsula, sus manos temblaban mientras buscaba el panel de acceso. Insertó el chip de autenticación en una ranura, y las cerraduras de seguridad se desactivaron con un siseo. La puerta de la cabina del piloto se abrió lentamente, revelando un asiento ergonómico rodeado de pantallas y controles que parecían más orgánicos que mecánicos. Suletta dudó, el PERMET rugía en su cabeza, pero no había tiempo para retroceder. Subió a la cabina y se sentó, el asiento ajustándose a su cuerpo como si la hubiera estado esperando. La pantalla de comando cobró vida con un resplandor azul, y una voz suave, sutil, como la de una niña, resonó en la cabeza de Suletta. —Por fin llegaste…— Suletta se quedó helada, su piel se erizo. —¿Quién… quién eres? — balbuceó, mirando a su alrededor, pero la cabina estaba vacía. La voz parecía venir de todas partes y de ninguna. Tomó aire, intentando calmarse, y sacó las credenciales falsas que Kirin le había dado. Las insertó en un puerto de la consola, y la pantalla parpadeó antes de mostrar un mensaje: Preparando para registro biométrico. Sin previo aviso, una fuerza invisible tiró de ella, obligándola a sentarse recta en la silla. Una luz brillante escaneó sus ojos, cegándola momentáneamente, y la pantalla emitió un nuevo mensaje: Coloque las yemas de los dedos en la superficie. Suletta, con el corazón desbocado, obedeció, presionando sus dedos contra el panel táctil. El Aerial vibró, como si estuviera procesando su esencia misma, y un nuevo mensaje apareció en su cabeza, uno que la dejó sin aliento: —¿Cómo te llamas? — Suletta tragó saliva, y con una voz entrecortada respondió. —Suletta… Suletta Mercury. — En el instante en que pronunció su nombre, el PERMET explotó en su mente. Un dolor agudo, como si su cerebro estuviera siendo perforado, la hizo gritar. Risas infantiles, etéreas y perturbadoras, resonaron en su cabeza, y sintió que sus recuerdos eran invadidos: imágenes de su infancia en Mercurio, de su madre trabajando en el taller, de Nika riendo bajo el cielo anaranjado. Todo se mezclaba en un torbellino caótico. Suletta apretó los dientes, luchando por mantener el control, hasta que la voz de la niña volvió a sonar en su cabeza, clara y cálida. —Mucho gusto, mamá. — El Aerial cobró vida. Los sistemas se encendieron con un rugido, las pantallas empezaron a proyectar datos a una velocidad vertiginosa. Luces rojas parpadearon en el exterior del Mobile Suit, indicando que el PERMET estaba activo. Las alarmas del hangar comenzaron a sonar, un lamento estridente que resonó en toda la Ecliptica. Las puertas del hangar se abrieron, y un pelotón de soldados de SOVREM irrumpió, sus rifles de plasma listos. Suletta, movida por puro instinto, tomó los controles. El Aerial respondió al instante, como si sus pensamientos y los de la máquina fueran uno solo. Levantó una mano, y el brazo del Gundam imitó el movimiento, destrozando las barreras de seguridad que lo contenían. La información inundaba su cerebro: telemetría, escáneres, sistemas de armas, todo en tiempo real. Era abrumador, pero también exhilarante. El Aerial no solo obedecía; anticipaba sus deseos. Los soldados abrieron fuego inmediatamente, pero los disparos rebotaron en el blindaje de Gundarium. Suletta suspiró, la realidad la golpeo como una losa. No había marcha atrás. Con una convicción que no sabía que poseía, pronunció las palabras que sellarían su destino: —PERMET Score 4. — El Aerial respondió con un estallido de energía que dejo ciegos a los soldados. Sus luces se tornaron de un rojo intenso, y una onda de choque recorrió el hangar lanzando a volar a los soldados y desactivando los drones cercanos. Suletta empujó los controles hacia adelante, y el Gundam se lanzó contra la pared del hangar, destrozándola en una explosión de acero y fuego. La Ecliptica tembló, y el Aerial salió disparado al vacío del espacio, dejando tras de sí un rastro de escombros y caos. Suletta, con el PERMET rugiendo en su mente y la voz de la niña aún resonando en su cabeza, miró las estrellas a través de la pantalla del Aerial. La Bruja de Mercurio había despertado, y el sistema solar nunca sería el mismo. En la órbita alta de Mercurio, la nave clase fragata Opherius se mantenía estable, servía como cuartel móvil del ala ejecutora de Dominicus, Opherius se mantenía estatica como un depredador acechante. Sus hangares, reforzados con un blindaje de FerroSil-X, albergaban una flota de Mobile Suits diseñados específicamente para neutralizar amenazas de PERMET: máquinas equipadas con tecnología anti-PERMET de Peil Technologies, capaces de desactivar implantes neurales y reducir a los usuarios a cenizas. Dominicus, el terror de las brujas y brujos durante la rebelión de Vanadis, había sido relegado en los últimos años a operaciones de investigación y contención esporádica. Pero hoy, el silencio de su rutina se rompió con un mensaje urgente desde la Ecliptica. El capitán Kenanji Avery, un veterano de la Gran Cacería de Brujas, estaba en el puente de mando, su rostro curtido se mantenía iluminado por la luz azulada de las pantallas tácticas. Su rostro llevaba cicatrices que cruzaban su mejilla izquierda y una mirada que podía congelar el acero, Kenanji era una leyenda entre los pilotos de Dominicus. Había derribado a decenas de brujas en los días oscuros de la rebelión, y su nombre era sinónimo de implacabilidad. Sin embargo, el mensaje que releía en su tableta lo dejó incrédulo: Incidente en la Ecliptica. Bruja desconocida ha robado el Prototipo G-7 (Aerial). Daños estructurales confirmados. Objetivo fuera de radar. Kenanji frunció el ceño, pasando una mano por su cabello marron. — Una bruja? ¿Hoy? — murmuró, casi para sí mismo. Era el 19º aniversario de la Gran Cacería, el día en que SOVREM y Dominicus habían aplastado al Instituto Vanadis, erradicando a las brujas y sus Gundams. La ironía era insoportable. Apretó el comunicador en su consola y ladró una orden que resonó en toda la nave: —¡Alerta máxima! Incidente tipo uno. Todos a sus puestos. ¡Ahora! — En los hangares, el caos controlado se desató. Los pilotos de Dominicus, eran una mezcla de veteranos endurecidos y reclutas ansiosos, los cuales corrieron hacia sus Mobile Suits al escuchar la orden del capitán por los altavoces, sus uniformes negros estaban marcados con el emblema de una garra plateada. Mientras se abrochaban los arneses y activaban los sistemas, el canal de comunicación crepitaba con conversaciones apresuradas. —¿Amenaza tipo uno? ¿En serio? ¿Una bruja? — exclamó un piloto joven, apenas en sus veinte, mientras subía a su Mobile Suit, un modelo Harrower equipado con disruptores de PERMET. Su voz estaba cargada de emoción y nerviosismo. —¡Es mi primera cacería desde que entré en Dominicus! — Un piloto mayor, una mujer de rostro severo llamada Vira, lo interrumpió con un gruñido a través del canal. —Cállate, novato. Las brujas no son un juego. Si esa cosa es realmente un Gundam, no estás cazando a un humano; estás cazando a un demonio. Mantén la cabeza fría o terminarás como los de la Ecliptica — Otro piloto, un hombre corpulento apodado Torren, rió secamente mientras ajustaba los controles de su Harrower. —¿Un Gundam en 19 años? Esto es una maldita broma. Pensé que los habíamos destruido todos. — —Cierra la boca y concéntrate—, replicó Vira. —Si esa maldita cosa está activa, significa que alguien lo pilotea. Y si es una bruja, no será fácil de derribar. — Kenanji, escuchando la charla desde el puente, intervino con una voz que cortó el ruido como un cuchillo. —Basta de charlas. Somos Dominicus. Nuestra misión es simple: encontrar a la bruja, neutralizar el Gundam, y traerla viva si es posible. Muerta si no. Formación Delta, lanzamiento en 30 segundos. ¡Muévanse! — Los cinco Mobile Suits, liderados por el Harrower personalizado de Kenanji, rugieron al encenderse. Sus disruptores de PERMET brillaban con un resplandor púrpura, y los escudos de Nocturnium reforzaban sus armazones. Las compuertas del hangar de la Opherius se abrieron, y los Harrowers salieron disparados al espacio, sus propulsores de Ionex dejaron estelas de plasma azul al salir. La formación se desplegó en un patrón de caza, escaneando el espacio alrededor de Mercurio en busca del rastro del Aerial. En el cockpit de su Harrower, Kenanji revisaba los datos tácticos, su mente trabajaba a toda velocidad. El Aerial era un Gundam, una máquina que no debería existir. Su presencia era un insulto a todo lo que Dominicus representaba. Pero más allá de la misión, algo lo inquietaba. Una bruja, después de tantos años, había emergido justo en el aniversario de la Gran Cacería. No era una coincidencia. Era un desafío. —Escaneen todos los vectores—, ordenó Kenanji. —La bruja no puede haber ido lejos. Encuéntrenla, y que el sistema solar recuerde por qué temen a Dominicus. — Mientras tanto, en el espacio profundo, Suletta pilotaba el Aerial, su mente todavía se tambaleaba por la conexión con la máquina. El Gundam respondía a cada uno de sus pensamientos, sus movimientos eran fluidos y precisos, pero la voz de la niña seguía resonando en su cabeza, con un eco que la desconcertaba. Las luces rojas del Aerial pulsaban como un latido, y el PERMET en su Score 4 la inundaba de datos: trayectorias, escáneres, alertas de proximidad. Sabía que SOVREM no tardaría en responder, pero no esperaba que fuera tan rápido. Una alarma en la pantalla del Aerial la sacó de sus pensamientos. Cinco señales se acercaban a gran velocidad, sus firmas energéticas estaban marcadas como Mobile Suits de Dominicus. Suletta sintió un nudo en el estómago. Los caza brujas estaban aquí, y venían por ella. El PERMET rugió, amplificando su miedo, pero también su determinación. Aferró los controles, el Aerial el cual vibraba bajo su mando. —Mamá, Nika… no voy a rendirme—, murmuró en una voz baja, sus ojos brillaban con una mezcla de terror y resolución, suspiro y en una voz gruesa soltó. —Aerial, muéstrame de qué eres capaz. — El Gundam respondió con un destello de energía, sus sistemas se alinearon con la voluntad de Suletta. La Bruja de Mercurio estaba a punto de enfrentarse a los cazadores de Dominicus, y el espacio entre Mercurio y el vacío se convertiría en su campo de batalla. El espacio alrededor de Mercurio era un lienzo de estrellas y sombras, roto por el resplandor de los propulsores de la flota de Dominicus. Los cinco Harrowers, liderados por el capitán Kenanji Avery, cortaban el vacío en una formación precisa, sus sensores rastreaban la firma energética del Aerial. En el frente, Kenanji observaba las pantallas, sus ojos se entrecerraban mientras veía los datos de los escáneres. La señal del Gundam apareció en el radar, un punto rojo parpadeante moviéndose a una velocidad alarmante. —Ahí está—, gruñó Kenanji, su voz resonó en el canal de comunicación. —Formación Delta, activen los escudos anti-PERMET. No dejen que esa bruja se acerque. ¡Ciérrenle el paso! — Los Harrowers respondieron al instante, sus blindajes de Nocturnium brillaron bajo la luz reflejada de Mercurio. Los disruptores de PERMET, integrados en sus armazones, emitieron un resplandor púrpura, proyectando campos de energía diseñados para neutralizar implantes neurales. Los pilotos, con la adrenalina corriendo por sus venas, ajustaron sus trayectorias, acercándose al Aerial en un arco coordinado. Dentro de la cabina del Aerial, Suletta se aferraba los controles, su respiración estaba agitada. El Gundam respondía a cada uno de sus pensamientos, sus movimientos fluidos como si la máquina fuera una extensión de su cuerpo. Pero la voz de la niña, clara y fuerte irrumpió en su mente, deteniendo su corazón por un instante. —Mamá, los chicos malos vienen. — Suletta parpadeó, confundida. — ¿Mamá? — susurró, con su voz temblando. ¿Por qué la niña la llamaba así? No había tiempo para procesarlo. Los sensores del Aerial detectaron las señales de los Harrowers, acercándose rápidamente. Suletta apretó los dientes, activando los escudos del Gundam. Un campo de energía azul envolvió al Aerial, y su brazo derecho levantó un rifle de plasma, su cañón brillaba con un resplandor letal. —¡No me atraparán! — exclamó, tomando una postura defensiva. Disparó una ráfaga de plasma hacia los Harrowers, los rayos cortando el espacio como cuchillos de luz. Los pilotos de Dominicus, experimentados y entrenados para enfrentarse a amenazas de PERMET, esquivaron los ataques con maniobras precisas, sus Mobile Suits giraron en trayectorias impredecibles. Kenanji, desde su Harrower, ordenó una formación de defensa: tres unidades en la vanguardia, formando un muro de escudos anti-plasma, mientras dos atacantes, Vira y Torren, se posicionaban en la retaguardia para flanquear. Los disparos de Suletta chocaron contra los escudos de los Harrowers, disipándose en explosiones de chispas estos respondieron el ataque con sus rifles de plasma los cuales impactaron en el Aerial, sin embargo, estos nunca lograron impactarlo, simplemente rebotaron y se dirigieron en otra dirección. Suletta abrió los ojos de par en par, sorprendida por las capacidades defensivas del Aerial. —¿Cómo es posible que resista tanto? — murmuró, mientras los datos inundaban su pantalla: el blindaje de Gundarium Beta y los generadores de escudos trabajaban en perfecta sincronía. Pero no había tiempo para maravillarse. Los tres Harrowers de la vanguardia se acercaron a rango crítico, activando sus disruptores anti-PERMET. Un pulso invisible golpeó el Aerial, y Suletta sintió que su cerebro vibraba como si lo estuvieran aplastando. El PERMET en su Score 4 se volvió caótico, enviando oleadas de dolor a través de su cuerpo. Sudor frío corría por su frente, y sus manos temblaban en los controles. —No… no puedo…—, jadeó, luchando por mantener el control. El Aerial comenzó a responder con lentitud, sus movimientos eran erráticos, como si la máquina misma estuviera resistiendo el ataque. Kenanji, observando desde su cockpit, sonrió con frialdad. —La tenemos—, dijo por el comunicador. —Aprieten la formación. Neutralicen su PERMET y captúrenla. ¡Ahora! — Los Harrowers se cerraron como una garra, sus disruptores intensificaron el campo anti-PERMET mientras se acercaban más a el Aerial. Suletta sentía que su mente se desgarraba, imágenes fragmentadas de su madre y Nika comenzaron a mezclarse con el dolor. Suletta sentia que era su fin, hasta aquí iba a llegar, pero entonces, la voz de la niña volvió, esta vez cargada de una furia infantil pero aterradora. — ¡No molesten a mamá! — El Aerial tembló, y sus luces rojas cambiaron a un azul brillante, luego a un púrpura profundo, un color que parecía absorber la luz del espacio. El PERMET en la mente de Suletta se disparó más allá del Score 4, alcanzando niveles que ningún piloto había soportado. Los escudos del Aerial se dispersaron, fragmentándose en partículas de energía que se movieron a velocidades imposibles, demasiado rápidas para que el ojo humano las registrara. Un chillido agudo, casi inhumano, resonó a través del espacio, seguido de una risa infantil que heló la sangre de los pilotos de Dominicus. De repente fragmentos del Aerial se desprendieron y comenzaron a viajar alrededor de los pilotos de Dominicus y sin que ellos lo hubiesen calculado láseres de antimateria surgieron de los fragmentos del Aerial, rayos de energía pura que cortaron el vacío como guadañas. Dos Harrowers en la vanguardia no tuvieron oportunidad. Los rayos atravesaron sus escudos y blindajes, desintegrando las máquinas en fragmentos de metal y plasma. Los pilotos dentro, atrapados en sus cabinas, fueron incinerados en un instante, sus gritos se ahogaron en un instante cuando fueron cortados por la explosión. Un piloto en la retaguardia sufrió el mismo destino que sus compañeros. El espacio se llenó de escombros, y las pantallas de los sobrevivientes parpadearon con alertas de fallo crítico. Kenanji, y Vira, los más experimentados, reaccionaron justo a tiempo, maniobrando sus Harrowers fuera del rango de los láseres. Sus propulsores rugieron con agonía mientras se alejaban a una distancia segura, ninguno salió ileso. Los sistemas de sus Mobile Suits colapsaron bajo la onda de choque energética, dejando sus unidades inutilizables, flotando como restos en el vacío. Kenanji, con el rostro pálido, miraba la pantalla de su cockpit, donde el Aerial brillaba como un dios vengativo, sus luces púrpuras pulsaban con una intensidad sobrenatural. — ¿Qué carajos fue eso? — exclamó, con su voz quebrándose por primera vez en años. Nunca había visto nada así, ni siquiera en los días más oscuros de la rebelión. El Aerial no era solo un Gundam; era algo más, algo vivo. Las armas del Aerial, tras su devastador ataque, regresaron a su armazón, reintegrándose con un movimiento fluido. El Gundam, sin detenerse, continuó su trayectoria, alejándose de los restos de la flota de Dominicus. Suletta, dentro de la cabina, respiraba con dificultad, su cuerpo temblaba por el esfuerzo de mantener el control. La voz de la niña no volvió, pero su presencia seguía allí, un eco en su mente que la llenaba de preguntas y temor. Kenanji, flotando en su Harrower dañado, activó el comunicador de emergencia. —Opherius, aquí Avery. La bruja… escapó. Perdimos tres unidades. El Aerial es más peligroso de lo que pensábamos. Solicito refuerzos y un rastreo inmediato. — En el espacio, el Aerial se perdía en la oscuridad, rumbo a la Escuela de Tecnología Asticassia, donde Miorine Rembran aguardaba, inconsciente del torbellino que se acercaba. Suletta, con el PERMET todavía rugiendo en su sangre, apretó los controles. La Bruja de Mercurio había sobrevivido a su primera cacería, pero sabía que Dominicus no se rendiría. Y la voz de la niña, llamándola mamá, era un misterio que amenazaba con consumirla. La Escuela de Tecnología Asticassia, una estación orbital que flotaba en la órbita de la Tierra, era un microcosmos de poder y ambición. Sus corredores de acero pulido y ventanales que daban al vacío estaban llenos de los herederos de las élites del Grupo Benerit, jóvenes destinados a heredar el control del sistema solar. Entre ellos, Miorine Rembran destacaba como una figura tanto admirada como temida. Era conocida como la Princesa de Hielo, su cabello era plateado y sus ojos grises como el acero los cuales proyectaban una frialdad que mantenía a todos a distancia. Para muchos, su actitud era arrogancia; para otros, un escudo. Pero nadie conocía la verdad: Miorine odiaba todo lo que representaba su apellido. Miorine culpaba a su padre, Delling Rembran, por la muerte de su madre, Notrette. Cuando tenía apenas cuatro años, un atentado rebelde contra UNISOL se llevó a Notrette en una explosión que marcó el fin de la infancia de Miorine. Desde entonces, cada decisión de Delling, cada expansión del Grupo Benerit, cada maniobra de la Federación, le parecía una traición a la memoria de su madre. Miorine soñaba con escapar, con dejar atrás el imperio que su padre había construido sobre sangre y acero, pero sabía que era una prisionera de su linaje. Asticassia, con sus clases de estrategia y sus juegos de poder, no era más que una jaula dorada. En una de las aulas de la rama de estrategia, Miorine estaba sentada al fondo, su mirada se mantenia perdida en el ventanal que mostraba la curvatura de la Tierra. La profesora del curso, una mujer de voz autoritaria, explicaba un caso práctico sobre la gestión de crisis económicas en las colonias mineras. Los hologramas proyectaban gráficos de caída de acciones en la bolsa interplanetaria, la profesora  percatándose que Miorine no prestaba atención a su clase la señaló con un gesto seco. — Señorita Rembran, suponga que es la directora ejecutiva de Grassley Defense Systems. Las acciones caen un 12% tras un fallo en los escudos planetarios. ¿Qué decisión toma para estabilizar el mercado? — Los demás estudiantes giraron hacia Miorine, esperando un error o un desplante. Pero Miorine, aunque ausente en espíritu, no lo estaba en intelecto. Parpadeó mientras su mente se enfocaba en la pregunta como un láser. —Diversificar la producción hacia sistemas de sigilo basados en Nubilum —, respondió con voz clara y fría. —Los escudos son vulnerables a fallos públicos, pero la tecnología de camuflaje tiene demanda creciente en las flotas de SOVREM. Al mismo tiempo, lanzaría una campaña de relaciones públicas culpando a proveedores externos por el fallo, desviando la atención mientras se reestructura el capital. — La profesora alzó una ceja, impresionada pero reacia a admitirlo. —Correcto. Aunque su enfoque es… despiadado—. Los estudiantes murmuraron entre ellos, algunos con envidia, otros con desdén. Miorine no les prestó atención y regreso su mirada al ventanal. Era un genio, sí, pero su brillantez solo alimentaba la apatía que los demás sentían hacia ella, sumada a su actitud gélida. El timbre de la academia sonó, anunciando el fin de la clase y la mitad del día. Miorine recogió su tableta y su mochila, saliendo del aula sin mirar a nadie. Sus pasos resonaban en el corredor, su figura solitaria atraía miradas furtivas. Sin embargo, a pocos metros, una voz la detuvo. — ¡Miorine! — Era Guel Jeturk, heredero principal de Jeturk Heavy Machinery, un joven de cabello marrón con el centro pintado de rosa y ego inflado. Llevaba su uniforme de piloto, impecable, el cual destacaba su estatus como el mejor de la rama de combate de Asticassia. También era el prometido de Miorine, un arreglo orquestado por sus padres para consolidar la alianza entre sus empresas. Miorine lo detestaba, pero no por motivos personales; para ella, Guel era solo otro recordatorio de la vida que le habían impuesto. —¿Qué quieres, Guel? — preguntó, deteniéndose sin girarse, su voz sonaba cargada de hastío. Guel se acercó, con una sonrisa que intentaba ser encantadora, pero resultaba arrogante. —Solo confirmar si estarás en la Cumbre del Grupo Benerit. Es un evento importante, ¿sabes? Todo el sistema solar estará mirando. — Miorine suspiró, girándose lentamente para enfrentarlo. —No tengo opción, ¿verdad? Mi padre no me dejaría faltar aunque quisiera—. Su tono era hielo puro, cortante. Guel, ajeno a la hostilidad, rió. —¡Exacto! Pero oye, tienes que ir con un vestido espectacular. Quiero que nos vean como celebridades, ¿sabes? La pareja perfecta, el futuro del Grupo Benerit. — Miorine lo miró fijamente, y una risa seca escapó de sus labios. —¿Celebridad? No eres una celebridad, Guel. Eres un niño jugando a ser piloto. — La sonrisa de Guel se desvaneció en el momento que Miorine soltó aquella afirmación y fue reemplazada por un destello de ira. —¿Disculpa? Soy el mejor piloto de esta academia, Miorine. ¡Pronto estaré en Dominicus, cazando brujas como en las historias de héroes! ¿Y tú qué eres? Solo la hija de Delling, pavoneándote como si fueras intocable. — Miorine dio un paso hacia él, su mirada era tan fría que parecía perforarlo. —¿Cazar brujas? ¿Como en los cuentos que te contaba tu nana antes de dormir? Por favor, Guel. Crece—. Su voz destilaba desprecio, cada palabra era un dardo directo a su orgullo. Guel, rojo de furia, levantó la mano como si fuera a abofetearla. Los estudiantes cercanos se detuvieron, conteniendo el aliento. Pero Miorine no se inmutó. Lo miró directamente a los ojos, su expresión era un desafío silencioso. —Piénsalo dos veces, Guel. Golpearme es golpear a mi padre. ¿Crees que Jeturk Heavy Machinery sobreviviría a eso? — La mano de Guel tembló en el aire, su rostro se contorsiono por la rabia y la humillación. Finalmente, bajó el brazo, apretando los puños. —Eres solo un trofeo, Miorine—, escupió. —No te creas la gran cosa. Algún día te darás cuenta de que no eres nada sin tu apellido—. Giró sobre sus talones y se alejó, dejando un rastro de ira palpable. Miorine lo observó irse, una risa amarga curvo sus labios. —Ya lo sé—, murmuró para sí misma. Ajustó su mochila y siguió caminando, sola, por los corredores de Asticassia. Nadie la siguió, nadie se atrevió a acercarse. La Princesa de Hielo seguía siendo intocable, pero en su interior, el deseo de escapar ardía más fuerte que nunca. Sin saberlo, el destino estaba a punto de alcanzarla. En el espacio, el Aerial surcaba el vacío, pilotado por una bruja que cambiaría todo. La Cumbre del Grupo Benerit se acercaba, y con ella, el choque inevitable entre Miorine Rembran y Suletta Mercury.
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