ID de la obra: 949

La bruja de Blanco

Mezcla
NC-21
En progreso
2
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planificada Mini, escritos 610 páginas, 373.297 palabras, 24 capítulos
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Capítulo 4 Cuando el Cielo se Rompió

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Suletta avanzaba por los corredores de Asticassia con la cabeza gacha para no ser descubierta, su uniforme de técnico de UNISOL le daba una apariencia de rutina en un entorno donde cada movimiento estaba vigilado por soldados, drones y controles de seguridad. El PAD en su mano proyectaba el mapa que el mecánico del hangar le había transferido, el cual mostraba un laberinto de corredores, hangares, aulas y áreas restringidas que componía la estación orbital. Su mente trabajaba a toda velocidad, buscando puntos clave para localizar a Miorine Rembran, pero sin un plan claro todo estaba mezclado y difícil de ubicar, se sentía como si estuviera navegando a ciegas. Los dormitorios parecían un lugar lógico para empezar; si Miorine estaba en la academia, tarde o temprano tendría que pasar por allí, con un suspiro guardo el PAD en uno de sus bolsillos y se dirigió al lugar marcado como dormitorios. Mientras Suletta evitaba ser descubierta en su cabeza, la voz de Eri irrumpió, curiosa y ligeramente impaciente. —Mami, ¿por qué no preguntas a los demás por la persona que buscas? ¡Sería más fácil! — Suletta frunció el ceño y luego soltó una risa suave para luego responder mentalmente mientras ajustaba su paso para no chocar con un grupo de estudiantes. —Eso se vería raro, Eri. Soy una técnica de mantenimiento a vista de todos, no una estudiante. Si empiezo a preguntar por Miorine Rembran, la hija de Delling, alguien va a sospechar. Necesito ser discreta. — Eri soltó un pequeño «Ohhh» en su mente, como si apenas entendiera la lógica, pero aceptara la explicación. —¡Entonces busquemos pistas, mami! ¡Como un juego! — Suletta no pudo evitar sonreír ligeramente. La presencia de Eri, aunque desconcertante, era un ancla en medio del caos, un recordatorio de que no estaba completamente sola. Luego de esquivar una patrulla de drones Suletta llegó a una intersección concurrida, donde los corredores se abrían a una plaza interior con paneles que simulaban un cielo azul. Estudiantes con uniformes de la academia pasaban en grupos, sus voces llenaban el aire con charlas triviales sobre clases, rumores y la Cumbre del Grupo Benerit que tendría lugar en el auditorio central esa misma tarde. Suletta necesitaba una cobertura, entonces localizó un motor de purificación de aire montado en la pared, un dispositivo común en las colonias para mantener el oxígeno limpio. Se arrodilló frente a él, sacando una herramienta de su cinturón y fingiendo realizar un mantenimiento rutinario. Era la cobertura perfecta: nadie prestaba atención a un técnico trabajando, y desde esa posición podía escuchar las conversaciones sin levantar sospechas. Mantuvo el PERMET en un nivel bajo, apenas suficiente para agudizar su audición sin activar los sensores de seguridad de Asticassia. Los estudiantes pasaban a su alrededor, algunos riendo, otros discutiendo sobre exámenes o estrategias de negociación. Sin embargo, su atención se centró en dos chicos, ambos con insignias de Grassley Defense Systems en sus chaquetas, que caminaban lentamente mientras charlaban. —Espero que la Cumbre sea un éxito—, dijo uno, un joven de cabello corto y gafas. —Mi familia necesita un contrato con Jeturk para subir en la bolsa. Si no, mi padre me va a matar— El otro, más alto y con una sonrisa confiada, se encogió de hombros. —Relájate. La Cumbre es puro teatro. Todo está decidido de antemano. Lo único que importa es quién se ve mejor frente a Delling Rembran—. Hizo una pausa, riendo. —Hablando de eso, ¿crees que Miorine siquiera se presente? Esa chica actúa como si la Cumbre fuera una molestia—. El primer chico soltó una carcajada. —¿Miorine? ¿La Princesa de Hielo? Apuesto a que estará encerrada en su invernadero, jugando a ser granjera con sus tomates. Es ridículo. Todos aquí nos matamos por ser los mejores, por escalar en el Grupo Benerit, y ella, que lo tiene todo, solo quiere plantar vegetales—. —Tomates orgánicos—, corrigió el otro, imitando un tono burlón. —Como si eso fuera a cambiar el sistema solar. No sé cómo Delling la soporta—. Los dos se rieron, alejándose mientras continuaban su conversación. Suletta, todavía arrodillada frente al motor, sintió una chispa de emoción. —Bingo—, susurró, con una sonrisa curvando sus labios. Miorine estaba en un invernadero. No sabía dónde, pero era una pista sólida, mucho mejor que vagar por los dormitorios sin dirección. Abrió su PAD, desplazándose por el mapa hasta encontrar una sección marcada como Áreas Agrícolas Experimentales. Había varios invernaderos en Asticassia, usados para investigación y entrenamiento en ingeniería agrícola, sin embargo un grupo estaba destacado como Invernadero de Proyectos Privados, ubicado en un nivel inferior, cerca de los laboratorios. Era un lugar lógico para que Miorine, con su reputación de reservada, pasara su tiempo. Suletta memorizó la ruta, asegurándose de evitar las zonas con alta presencia de seguridad. Tenia que ser cuidadosa ya que los guardias de SOVREM, con sus uniformes negros y rifles de plasma, comenzaban a llegar en mayor número, probablemente en preparación para la Cumbre. Además, Dominicus también estaría vigilando, y si detectaban el menor rastro de su PERMET, todo habría sido en vano. —Vamos, Eri—, dijo mentalmente, cerrando el panel del motor y levantándose. —Hora de encontrar a Miorine—. —¡Sí, mami! ¡A buscar los tomates! — respondió Eri, una voz llena de entusiasmo infantil. Suletta sacudió la cabeza, reprimiendo una risa. Con el PAD en la mano, se movió por los corredores, esquivando patrullas y mezclándose con el flujo de técnicos y estudiantes. Cada paso la acercaba más al invernadero, a Miorine, y al corazón de su misión. Pero también la acercaba al peligro. Los guardias de SOVREM patrullaban con mayor frecuencia, y los drones de vigilancia zumbaban en los techos no le iban a dar tregua con sus sensores barriendo el área. Suletta mantuvo el PERMET bajo control manteniendo su respiración constante a pesar del nudo en su estómago. En su mente, Eri tarareaba una melodía suave, ajena a la tensión. La Bruja de Mercurio estaba a punto de dar el siguiente paso, y el destino de Miorine Rembran y del sistema solar pendía de un hilo. Suletta se movía por los corredores de Asticassia como una sombra, su uniforme falso de técnico de UNISOL y el PAD con el mapa eran sus únicas herramientas para navegar en el laberinto de la estación orbital. Había esquivado patrullas de guardias de SOVREM, drones de vigilancia y cámaras con una precisión que debía en parte al PERMET y en parte a la pura desesperación. Cada paso era un riesgo, pero también una necesidad; encontrar a Miorine Rembran era su única pista para avanzar en la misión de Ochs y salvar a su madre. Los invernaderos, ubicados en los niveles inferiores, eran su destino, y llegar allí sin ser detectada requirió mil maniobras: esconderse en alcobas, fingir reparaciones en paneles, y esperar a que los guardias cambiaran de turno. Los primeros invernaderos que revisó eran espacios amplios, llenos de cultivos hidropónicos y estudiantes trabajando en proyectos de ingeniería agrícola. Suletta se movía discretamente, simulando inspeccionar sistemas de riego o paneles de control, sin embargo, Miorine no estaba en ninguno de ellos. Los invernaderos de investigación general estaban llenos de actividad, con estudiantes y profesores discutiendo datos y ajustando sensores, pero no había rastro de la Princesa de Hielo. Frustrada, Suletta consultó el mapa en su PAD y se dirigió a los Invernaderos de Proyectos Privados, un área más restringida donde, según los rumores que había escuchado, Miorine pasaba la mayor parte de su tiempo. La entrada a los invernaderos privados estaba vigilada por dos guardias de la academia, sus uniformes eran de color morado y llevaban rifles aturdidores listos para actuar en caso alguien quisiera pasarse de listo. Suletta se escondió tras un panel de mantenimiento, evaluando sus opciones. Un enfrentamiento directo estaba fuera de cuestión, y su disfraz no resistiría un escrutinio cercano en un área restringida. Escaneó el entorno y notó una rejilla de ventilación en la pared, lo suficientemente grande para que pudiera pasar. Con el corazón latiendo con fuerza, usó una herramienta para desatornillar la rejilla y se deslizó por la tubería de aire, el espacio era estrecho amplificando el sonido de su respiración. El PERMET zumbaba en su cabeza, manteniéndola alerta mientras avanzaba, el pasillo parecía eterno y suletta temía que con cada paso alguien la descubierta, estaba pensando en volver hasta que a lo lejos vio una rejilla, llego hasta ella y salió por una cámara de acceso que conectaba con los invernaderos privados. Los primeros tres invernaderos privados estaban vacíos, llenos de cultivos experimentales pero sin señales de Miorine. Suletta comenzaba a dudar, el cansancio y la ansiedad carcomían su determinación, cuando por fin llegó al Invernadero 4 vio una silueta dentro, la única del lugar, con cuidado abrió la puerta evitando hacer algún ruido, y entonces la vio. Miorine Rembran estaba allí, inclinada sobre una fila de plantas de tomate, sus manos delicadas ajustaban un sistema de riego ajena a la presencia de la presencia que la miraba. Suletta se quedó helada, el mundo a su alrededor se desvanecio. Había visto a Miorine en propagandas, afiches y transmisiones del Grupo Benerit. Sabía que era bonita, pero nada la había preparado para esto. En persona, Miorine era deslumbrante, como una figura tallada en cristal. Su cabello plateado caía largo como cascadas suaves, brillando bajo la luz artificial del invernadero. Sus ojos grises, enfocados en las plantas, tenían una profundidad que parecía contener un universo de emociones. Sus facciones eran refinadas, sus pestañas curvas enmarcando una mirada que era tanto frágil como impenetrable. Suletta sintió que su corazón se aceleraba, sus mejillas comenzaron a arder. ¿Era esta chica una diosa? La palabra hermosa no le hacía justicia; Miorine era un sueño hecho carne, y Suletta, paralizada en la entrada del invernadero, la miraba como una idiota, sin cobertura, y expuesta. Su trance se rompió cuando algo chocó contra su hombro, seguido de una voz masculina. —¡Miorine! — Suletta giró la cabeza, viendo a un joven de cabello marrón con mechones rosas en el centro tenía un traje de gala que parecía carísimo, y como si Suletta no estuviera ahí el caminaba rápidamente hacia el centro del invernadero. Era Guel Jeturk, el heredero de Jeturk Heavy Machinery, y el prometido de Miorine. Suletta se apartó rápidamente, escondiéndose tras un panel de control, pero mantuvo los ojos fijos en la escena. Guel se acercó a Miorine, su expresión era una mezcla de frustración y arrogancia. —¿Se puede saber por qué sigues en uniforme? — reclamó, señalando su propia vestimenta impecable. —La Cumbre es en unas horas, y tienes que estar presentable. ¡Tenemos que ser la pareja perfecta, Miorine! ¿No entiendes lo importante que es esto? — Miorine apenas levantó la mirada, ajustando una planta con desinterés. —No me interesa, Guel—, dijo, con una voz fría como el hielo. —Tengo mejores cosas que hacer—. Guel apretó los puños la ira comenzaba a invadirlo, con su rostro enrojeciendo dijo. —¿Mejores cosas? ¡Es la Cumbre del Grupo Benerit, el evento más importante del año! Cualquier otra cosa es una estupidez comparada con esto—. Miorine se enderezó, y lo miro con desprecio. —La Cumbre es una estupidez, Guel. Una pantomima para que los ricos se sientan importantes. Estos tomates—, señaló las plantas, —valen más que todas tus ambiciones—. La furia de Guel estalló. Sin el autocontrol que lo caracterizaba frente a otros, comenzó a destrozar el invernadero, arrancando plantas y pisoteando los tomates con rabia. —¡Esto es lo que piensas que importa? ¿Unas malditas plantas? — gritó, con su voz resonando en el espacio cerrado. Miorine dio un paso adelante, intentando detenerlo. —¡Para, idiota! ¿¡No sabes lo importante que son estos tomates!?» intento tomarlo del brazo para detenerlo, sin embargo, antes de que pudiera alcanzarlo, Guel la abofeteó con fuerza, enviándola al suelo con un golpe seco. Miorine se llevó una mano a la mejilla, sus ojos brillaban con una mezcla de dolor e intentaba evitar derramar una lagrima, nadie la había golpeado, ni siquiera su padre y ahora, el heredero de los Jetuk la había golpeado. Guel alzó la mano de nuevo, dispuesto a golpearla otra vez. —¡Eres una tonta ingrata! — rugió. Miorine cerró los ojos, esperando el golpe, pero este nunca llegó a caer. Suletta, desde su escondite, había observado la escena con una calma tensa, intentando mantenerse al margen. Pero cuando vio a Guel golpear a Miorine, algo dentro de ella se rompió. La ira la invadió, una furia ardiente que quemaba cualquier rastro de autocontrol. Sin pensarlo, salió de su escondite y corrió hacia ellos, tomando el brazo alzado de Guel con una fuerza que lo hizo retroceder. Sus dedos se clavaron en su muñeca, inmovilizándolo. —¡Suéltame, plebeya! — escupió Guel, con su rostro contorsionado por la sorpresa y la rabia. —Lo que haces está mal—, dijo Suletta, con una voz baja pero cargada de autoridad. —Pídele disculpas—. Guel intentó liberarse, pero el agarre de Suletta era como acero. Suletta fue criada en las minas de Mercurio, donde extraer Vulkarita a mano requería músculos forjados por años de trabajo duro, su fuerza era incomparable. Para ella, el brazo de Guel, entrenado en simuladores y duelos de academia, era frágil, casi patético. Incredulo, Guel lanzó un puñetazo al estómago de Suletta, esperando derribarla, sin embargo, el golpe apenas la hizo parpadear. Sus abdominales, endurecidos por el trabajo en la mina, absorbieron el impacto sin esfuerzo. —¿Eso es todo? — dijo Suletta, con una voz cargada de desprecio. Antes de que Guel pudiera reaccionar, ella lanzó un puñetazo directo a su rostro. El impacto fue devastador, enviándolo al suelo con un gemido. Su traje de gala, impecable hasta ese momento, se manchó de tierra y jugo de tomate aplastado. Suletta sin perder el tiempo se acercó a el, su figura era temeraria, como la de un titan mirando a un humano normal. —Pídele disculpas—, repitió, en un tono inflexible. Guel, con el rostro hinchado y la nariz sangrando, se levantó con dificultad, tambaleándose. La humillación era más dolorosa que el golpe. Sin decir una palabra, salió corriendo del invernadero, dejando tras de sí un rastro de tierra y orgullo destrozado. Suletta respiró hondo, la ira empezaba a disiparse lentamente. —Imbécil—, murmuró, limpiándose la sangre de la mano con la que lo había golpeado. Entonces, una risa suave, cristalina, llenó el aire. Era la risa más hermosa que Suletta había escuchado en su vida. Giró la cabeza y vio a Miorine, aún en el suelo, riendo con una mezcla de diversión y fragilidad. Sus ojos grises brillaban, su cabello plateado desordenado cayendo sobre su rostro y su mejilla estaba enrojecida por el golpe que había recibido de Guel. Era hermosa, vulnerable, y en ese momento, Suletta sintió que el mundo se detenía de nuevo. Miorine no era solo la Princesa de Hielo; era una diosa, y Suletta, por un instante, olvidó la misión, el peligro, todo. La Bruja de Mercurio había encontrado a su objetivo, pero lo que no sabía era que este encuentro marcaría el comienzo de algo mucho más grande. Miorine Rembran terminó de reír, su risa suave empezó a desvanecerse como un eco en el invernadero destrozado. Levantó la mirada y observó a la chica que la había salvado, estudiándola con una mezcla de curiosidad y diversión. Su cabello era rojo, brillante como el fuego bajo la luz artificial, el cual contrastaba con su piel ligeramente anaranjada, un tono que gritaba Mercurio o Venus, planetas donde el sol abrasador dejaba su marca en quienes nacían allí. Sus ojos, de un azul hielo eran casi sobrenatural, los cuales eran raros para alguien de esos mundos, pero eran hermosos, profundos, como lagos congelados en un desierto. Y su expresión… Miorine no pudo evitar sonreír. Suletta la miraba con un rostro que solo podía describirse como el de un cachorro enamorado, o quizás un mapache sorprendido. Era adorablemente obvio que estaba deslumbrada, y Miorine, acostumbrada a las miradas de admiración o envidia, encontró esta sinceridad refrescante. Se puso de pie, sacudiéndose la tierra del uniforme escolar, y soltó una risita baja. —Muchas gracias por salvarme—, dijo, con una voz suave pero firme. —Pero no debiste hacer eso. Ese chico que golpeaste, por si no lo sabes, es Guel Jeturk, heredero directo de Jeturk Heavy Machinery. No es alguien a quien quieras como enemigo—. Suletta parpadeó, y la realidad cayó sobre ella como un balde de agua fría. Lo he arruinado, pensó, su corazón comenzó a acelerarse del pánico. Había golpeado a un heredero del Grupo Benerit, uno de los magnates más poderosos del sistema solar, y lo había hecho frente a testigos. La atención que quería evitar ahora estaba garantizada. Intentó responder, pero el nerviosismo la traicionó. —Yo… eh… no… quiero decir…— balbuceó, sus palabras tropezaban unas con otras mientras su rostro se ponía rojo como la Vulkarita. Miorine rió de nuevo, y su voz sonó como un sonido cristalino que hizo que el corazón de Suletta diera un vuelco. Sin embargo, antes de que pudiera decir algo más, el sonido de pasos rápidos resonó desde el corredor exterior alertando a Suletta. Miorine ladeó la cabeza, y su expresión se volvio seria. —Guardias—, dijo, con una voz baja. —Guel debe haberlos llamado. Idiota vengativo—. Suletta entró en pánico, y su mente corrio en busca de una salida. Si los guardias la atrapaban, su disfraz de técnica no resistiría un interrogatorio, y el Aerial sería descubierto. Pero antes de que pudiera moverse, Miorine actuó. Tomó su brazo y la jaló hacia la salida trasera del invernadero. —¡Vamos! — le dijo, con un tono urgente pero decidido. Suletta, aturdida, se dejó llevar, sus piernas se movieron por instinto mientras seguía a Miorine a través de un pasillo secundario. El calor del contacto de Miorine en su brazo la desconcertaba, haciéndola sentir aún más torpe. Corrieron por un laberinto de corredores, esquivando estudiantes y técnicos, hasta que llegaron a una puerta marcada como Despacho del Director. Miorine la abrió con un pase magnético y empujó a Suletta dentro, cerrando la puerta tras ellas. Minutos después, Guel Jeturk irrumpió en el invernadero con dos guardias de la academia a su lado, su rostro todavía estaba hinchado por el puñetazo de Suletta. La tierra y el jugo de tomate manchaban su traje de gala, una humillación que ardía más que el dolor físico. —¡Encuéntrenla! — rugió, señalando el desastre de plantas rotas. —¡Esa técnica de UNISOL! ¡No puede estar lejos! — Los guardias, con expresiones profesionales pero tensas, inspeccionaron el invernadero. —No hay nadie aquí, señor Jeturk—, dijo uno, revisando los sensores de su terminal. —¿Está seguro de que era una técnica de UNISOL? — —¡Por supuesto que estoy seguro! — escupió Guel, con su voz temblando de rabia. —Búsquenla. Revisen los hangares, los corredores, ¡todo! ¡No voy a dejar que una plebeya me humille así! — Los guardias asintieron, activando sus comunicadores para alertar a las patrullas. Guel se quedó solo, apretando los puños, con su orgullo destrozado. No descansaría hasta encontrar a esa chica. En el despacho del director, que Miorine había convertido en su habitación personal, Suletta estaba de pie, todavía procesando lo que acababa de pasar. El espacio era austero pero funcional: una mesa de acero, estanterías con tabletas de datos, y un ventanal con vistas a la Tierra. Una canasta de tomates descansaba en la mesa, un recordatorio del invernadero y de la conexión de Miorine con su madre. Suletta no entendía por qué Miorine la había traído aquí, pero la presencia de la chica, tan cerca, la volvía estúpida. Cada vez que Miorine hablaba o la miraba, su mente se nublaba, como si estuviera bajo un hechizo. Miorine, apoyada contra la mesa, cruzó los brazos y la miró con una mezcla de diversión y curiosidad. —Necesitas cambiarte—, dijo, señalando el uniforme de UNISOL. —Si sales con ese traje, los guardias te encontrarán en minutos. Guel estará buscándote, y no es de los que perdonan una ofensa—. Suletta parpadeó, y con su voz en apenas un susurro. —Entiendo…— Ambas quedaron en silencio, mirándose la una a la otra como si estuvieran atrapadas en un hechizo. Miorine ladeó la cabeza, rompiendo el hechizo. —Miorine Rembran—, dijo, extendiendo la mano con una sonrisa leve. —Un placer—. Suletta sintió que su rostro ardía. —Lo sé, señorita Rembran—, respondió, con su voz temblando ligeramente. Miorine hizo una mueca, y su expresión se endureció por un instante. —Miorine. Solo Miorine. No pronuncies ese apellido—. Suletta, un poco desconcertada, asintió. —Suletta Mercury. Solo Suletta. Un gusto, señorita… Miorine—. Extendió la mano, y tomó la mano de Miorine en un apretón suave, Miorine sintió un cosquilleo recorrer su brazo. —Mercurio, entonces—, dijo Miorine, soltando su mano. —Lo supuse. Era eso o Venus, por el tono de tu piel— Suletta frunció el ceño, confundida. —¿El tono de mi piel? — Miorine rió, en un sonido ligero que hizo que Suletta se sonrojara aún más. —El sol en esos planetas deja una marca. Anaranjada, como la tuya. Es bonito, en realidad—. Hizo una pausa, y su tono se volvio práctico. —Pero en serio, necesitas cambiarte. Guel no va a parar hasta encontrarte, y ese uniforme es una bandera roja—. Miorine se dirigió a un armario en la esquina de la habitación, rebuscando entre las prendas. Sacó un traje oscuro, diseñado para la seguridad privada de los alumnos de Asticassia: pantalones negros, chaqueta ajustada, y una camisa con insignias discretas. Lo sostuvo frente a Suletta, midiéndolo con la mirada. —Esto es perfecto—, dijo, sonriendo. —Parece que te queda. Úsalo—. Suletta tomó el traje, asintiendo. Sin pensarlo demasiado, dejó el traje a un lado y comenzó a quitarse el uniforme de UNISOL, desabrochando las correas con movimientos rápidos. Miorine, que estaba revisando algo en su PAD, levantó la vista y se quedó helada, sus mejillas se tiñeron de un rojo tan intenso como sus tomates. —¡¿Qué haces?! — exclamó, dando un paso atrás. Suletta parpadeó, confundida, con el uniforme a medio quitar. —¿Eh? Me voy a cambiar…— Miorine se llevó una mano a la frente, claramente avergonzada. —¡No aquí! ¡En el baño! Y… y báñate primero, por favor. Lo necesitas—. Suletta, aún sin entender del todo, olió su brazo discretamente. —Oh… En Mercurio el agua es escasa. Nos bañamos una vez al mes, el agua es un lujo—. Dijo en un tono que era tan honesto que Miorine alzó una ceja, entre divertida y horrorizada. —Bueno, aquí el agua no es un problema—, dijo Miorine, señalando una puerta en la esquina de la habitación. —Báñate. Y usa el traje. No tenemos mucho tiempo—. Suletta asintió, tomando el traje y dirigiéndose al baño. Mientras cerraba la puerta tras ella, Miorine suspiró, apoyándose contra la mesa. No sabía por qué había traído a esta chica aquí, pero algo en el gesto de Suletta enfrentando a Guel, arriesgarlo todo por defenderla la había conmovido. Era como un caballero en armadura, torpe pero valiente, y Miorine, por primera vez en mucho tiempo, sintió que no estaba completamente sola. La puerta del baño se cerró, y Miorine miró la canasta de tomates, su sonrisa desvaneciéndose. La Cumbre del Grupo Benerit estaba a horas de comenzar, y con ella, el destino de ambas chicas comenzaría a entrelazarse de formas que ninguna podía imaginar. Suletta entró al baño del despacho de Miorine, cerrando la puerta tras ella con un clic suave. Dejó el traje oscuro de seguridad privada sobre un lavabo de mármol sintético, sus ojos recorrieron el espacio con una mezcla de asombro y desconcierto. Para cualquier habitante de Asticassia, este baño era estándar: paredes de cerámica blanca, un espejo amplio, una ducha con mampara de vidrio y una regadera de acero. Pero para Suletta, criada en las colonias mineras de Mercurio, era un lujo inimaginable. En su planeta, los baños eran silos estrechos, con paredes oxidadas y sin regaderas. Las duchas se tomaban con cubetas, vertiendo agua racionada con cuidado para no desperdiciar ni una gota. Aquí, el agua parecía fluir sin restricciones, un derroche que Suletta apenas podía comprender. Se acercó a la regadera, pasando los dedos por el vidrio frío de la mampara. Todo estaba impecable, limpio, como si el baño hubiera sido diseñado para alguien de la realeza. Comparado con los silos polvorientos de Mercurio, esto era un palacio. Suletta se quitó el uniforme de técnico de UNISOL, dejándolo en el suelo. Olió su brazo discretamente, frunciendo el ceño. Para ella, el olor a azufre, Vulkarita y sudor era normal, un aroma que definía su vida en las minas. Su cabello rojo, estaba seco y áspero por la falta de humedad, colgaba en mechones desordenados, algo típico en un lugar donde el agua era más valiosa que el metal. Dudó un momento antes de entrar en la ducha, buscando instintivamente una cubeta para recoger el agua. Luego, con un suspiro, recordó las palabras de Miorine: aquí el agua no era un problema. Giró la llave de la regadera, adivinando cómo funcionaba, y un chorro de agua tibia cayó sobre ella. Suletta dio un respingo, sorprendida por la sensación, y luego, por primera vez en días, relajó los músculos. Cerró los ojos, dejando que el agua corriera por su piel, lavando el polvo, el sudor y la tensión que llevaba acumulada. Era una sensación extraña, casi mágica, como si el agua estuviera limpiando no solo su cuerpo, sino también una parte de su alma. Mientras el vapor llenaba el baño, Suletta se comunicó mentalmente con Eri, su voz cálida y suave. —¿Eri? ¿Nena, estás ahí? — Un —¡Jum! — de queja resonó en su mente, seguido por el tono caprichoso de la niña. Suletta rió suavemente, sorprendida por lo natural que le resultaba hablar con Eri. —¿Qué pasa, cariño? — preguntó, alcanzando una botella que parecía ser shampoo. Lo había visto en comerciales terrestres que se transmitían en Mercurio, pero nunca lo había usado. Siguiendo lo que recordaba, vertió un poco en su mano y lo aplicó en su cabello, masajeándolo con curiosidad. La espuma comenzó a formarse, tal como en los anuncios, y Suletta no pudo evitar sonreír. —No me gusta esa mujer—, dijo Eri, su voz cargada de un puchero infantil. Suletta parpadeó, sorprendida. —¿Por qué? — preguntó, mientras la espuma se deslizaba por su cabello. La respuesta de Eri fue inmediata, llena de indignación. —¡Porque hace que toda tu atención se vaya hacia ella! ¡Me siento de lado! — Suletta soltó una risa baja, enjuagándose el cabello bajo el chorro de agua. Su melena roja, ahora limpia, cayó sedosa sobre sus hombros, una suavidad que nunca había sentido antes. —Parece una buena chica, Eri—, dijo, en una voz teñida de una timidez que no podía ocultar. —Es… bonita—. Eri estalló, su voz resonando como la de una niña haciendo un berrinche. —¡Por eso! ¡Quiere llevarse toda la atención de mami! — Suletta tomó un jabón del estante, frotándolo contra su piel con movimientos cuidadosos. La espuma olía a algo floral, un aroma que le parecía exótico comparado con los olores metálicos de Mercurio. —Además—, continuó Eri, más seria ahora, —¿no era ella a quien buscabas, mami? Ya la tenemos. ¡Llevémosla al juguete y listo! — El recordatorio de la misión hizo que Suletta suspirara, el peso de su propósito cayo sobre ella de nuevo. —Lo sé, cariño—, dijo, enjuagándose el jabón. —Pero no es tan simple. Tenemos que ser más listas, salir de aquí sin que nos capturen—. Hizo una pausa, mirando el agua correr por sus manos. —Además, no tienes que preocuparte. Tú siempre serás mi niña—. Las palabras salieron con una naturalidad que sorprendió a Suletta. No entendía del todo qué era Eri, una inteligencia artificial, un eco de Vanadis, o algo más, pero el cariño que sentía por ella era real, como si la niña fuera una parte de su corazón que siempre había estado allí. Eri rió, un sonido alegre que llenó la mente de Suletta, y comenzó a tararear una melodía suave, claramente de mejor humor. Suletta terminó de bañarse, apagando la regadera con una mezcla de gratitud y asombro. Se secó con una toalla que parecía más suave que cualquier tela que hubiera tocado en Mercurio, y se miró en el espejo. Su cabello rojo brillaba, su piel estaba limpia, y por primera vez en mucho tiempo, se sintió… renovada. Pero no había tiempo para disfrutar del momento. La Cumbre del Grupo Benerit estaba cerca, y los guardias de Guel probablemente ya estaban buscándola. Tomó el traje de seguridad privada que Miorine le había dado y lo examinó. Era oscuro, funcional, con insignias que la harían pasar por un miembro del personal de seguridad. Era un disfraz perfecto, pero también un recordatorio de lo precaria que era su situación. Se vistió rápidamente, ajustando las correas y asegurándose de que la pistola de plasma estuviera oculta en su cinturón. Antes de salir, respiró hondo, mirando su reflejo una última vez. —Vamos, Eri—, dijo mentalmente. —Hora de seguir jugando—. —¡Sí, mami! — respondió Eri, con su voz llena de entusiasmo. —¡Pero no dejes que esa chica te robe toda la atención! — Suletta rió, sacudiendo la cabeza. Abrió la puerta del baño y salió, lista para enfrentarse a lo que viniera, con Miorine, Eri y el destino de la Bruja de Mercurio aguardando en el horizonte. Miorine Rembran estaba frente a un espejo de cuerpo entero en su improvisada habitación, el antiguo despacho del director de Asticassia. Su cabello plateado, sedoso y perfectamente peinado, caía como cascadas suaves sobre los hombros de un vestido formal azul oscuro, elegante pero sobrio, diseñado para la Cumbre del Grupo Benerit. Quisiera o no, tenía que asistir; Delling Rembran, su padre, no toleraría su ausencia, y desobedecerlo solo le traería más problemas. Pero la idea de interactuar con los accionistas y socios de su padre la llenaba de hastío. Las conversaciones en la Cumbre eran siempre iguales: propuestas de negocios con UNISOL, maniobras para romper su compromiso con los Jeturk ofreciendo otros candidatos, o alabanzas vacías que buscaban ganarse el favor de Delling. Miorine lo detestaba todo, desde las sonrisas falsas hasta el peso de su apellido. Sin embargo, su mente no estaba del todo en la Cumbre. Pensaba en la chica de Mercurio que, sin querer, había irrumpido en su vida. Suletta Mercury era un contraste fascinante: descuidada, con un olor a azufre y sudor que delataba su origen en mercurio, pero con un corazón tan grande que había enfrentado a Guel Jeturk sin dudarlo. Lo que más la había cautivado eran sus ojos, un azul hielo que parecía imposible en alguien de un planeta abrasado como Mercurio. Eran ojos sinceros, profundos, que contrastaban con su piel anaranjada, como si el fuego y el hielo convivieran en ella. Miorine negó con la cabeza, intentando apartar esos pensamientos, y siguió peinándose frente al espejo. No es momento para distracciones, se reprendió. La puerta del baño se abrió, y Suletta salió, transformada. El traje oscuro de seguridad privada le sentaba como si hubiera sido hecho a medida, dándole un aire elegante, casi varonil, que resaltaba su figura atlética. Su cabello rojo, aún húmedo tras la ducha, brillaba bajo la luz, y algunos mechones sueltos caían a los lados de su rostro, suavizando su expresión. Miorine sintió un calor subirle al rostro y apartó la mirada, avergonzada por su propia reacción. —Te ves… mucho mejor—, dijo, con una voz baja pero audible, un murmullo que intentó sonar casual. Suletta sonrió, una sonrisa tímida que iluminó su rostro. —Muchas gracias, señorita Miorine—, respondió, de manera cálida y genuina. Tomó una liga negra de su bolsillo, recogiendo su cabello en una coleta alta con movimientos rápidos. Un par de mechones rojos escaparon, enmarcando su rostro, y Miorine, observándola a través del espejo, se encontró embobada. Limpia y con el traje, Suletta tenía una presencia galante, como un caballero de las viejas historias, y Miorine no podía apartar los ojos. Suletta, ajena a la intensidad de su mirada, se sonrojó ligeramente. —Usted se ve muy bien, señorita Miorine…—, dijo, con una voz suave pero cargada de admiración. Miorine alzó una ceja, restándole importancia con un gesto. —Es un vestido normal—, replicó, encogiéndose de hombros. —Nada exuberante—. Suletta, sin medir sus palabras, respondió con una sinceridad que cortó el aire. —Pues, no importa lo que se ponga, usted siempre será la mujer más bonita de todas—. El silencio que siguió fue ensordecedor. Miorine sintió que su rostro ardía, el rojo subiendo desde su cuello hasta sus mejillas, evidente contra su piel pálida. Suletta, dándose cuenta de lo que había dicho, se sonrojó también, aunque su tono anaranjado disimulaba mejor el rubor. Ambas se miraron, atrapadas en un momento de vulnerabilidad, hasta que Miorine se aclaró la garganta, rompiendo la tensión. —Ayúdame con esto—, dijo, girándose hacia una caja de madera sobre la mesa. La abrió, revelando un collar de plata con una gema roja en el centro, un rubí que parecía capturar la luz como un pequeño sol. Se lo tendió a Suletta, quien lo tomó con cuidado, como si fuera a explotar en sus manos. Miorine apartó su largo cabello plateado, dejando al descubierto su cuello blanco y delicado, una visión que hizo que Suletta tragara saliva. La necesidad de acercarse, de rozar esa piel, de besarla, cruzó su mente como un relámpago, y su corazón se aceleró. —Mami, puedo escuchar lo que piensas—, dijo la voz de Eri en su cabeza, clara y ligeramente indignada. Suletta se congeló, y el collar comenzó a temblar en sus manos. ¿Eri podía escuchar sus pensamientos? Entonces, en la ducha, cuando había imaginado a Miorine… desnuda… —¿Mami, en serio puedo ver y escuchar lo que piensas? —repitió Eri, en un tono que ahora iba entre divertido y acusador. —¿Suletta?— La voz de Miorine la sacó de su trance, devolviéndola a la realidad. La chica la miraba con una mezcla de confusión y expectativa, aún con el cabello apartado. —Lo siento—, balbuceó Suletta, acercándose con cuidado. Colocó el collar alrededor del cuello de Miorine, sus dedos rozando accidentalmente la piel suave de su nuca. El contacto fue eléctrico, y ambas se quedaron inmóviles por un instante. Suletta aseguró el cierre, retrocediendo rápidamente para mantener la compostura. Miorine se arregló el cabello, dejando que cayera sobre sus hombros, y se miró en el espejo. Suletta estaba justo detrás de ella, su figura alta se reflejaba en el cristal. —Este collar era de mi madre—, dijo Miorine, con una voz baja, casi frágil. —Nunca lo he usado—. El silencio volvió, pero esta vez era diferente, cargado de una tristeza compartida. El atentado que mató a Notrette Rembran era una herida conocida en todo el sistema solar, una tragedia que había marcado la vida de Miorine. Suletta, sin pensarlo, posó una mano en el hombro desnudo de Miorine, un gesto instintivo de consuelo. Al darse cuenta, retiró la mano rápidamente, murmurando una disculpa. —Lo siento, no debí…— Miorine, sin embargo, actuó antes de que Suletta pudiera apartarse del todo. Colocó su mano sobre la de Suletta, manteniéndola en su hombro. El contacto era cálido, firme, y cuando levantó la mirada hacia ella, sus ojos grises brillaban con una mezcla de determinación y vulnerabilidad. —Quiero que me acompañes a la Cumbre del Grupo Benerit—, dijo, con una voz clara. —Sé mi escolta. Mi guardaespaldas—. Suletta parpadeó, su mente luchaba por procesar la solicitud. —¿Yo? ¿Como su… guardaespaldas? — Miorine asintió, soltando su mano pero manteniendo la mirada fija. —No confío en nadie aquí. Pero tú… tú arriesgaste todo por defenderme. Sé que puedes protegerme. Y además—, añadió con una pequeña sonrisa, —te ves bien con ese traje—. Suletta sintió que su rostro ardía de nuevo, pero esta vez sonrió, con una chispa de confianza encendida en su pecho. —Está bien, Miorine. La protegeré—. En su mente, Eri soltó un —¡Hmph! — de protesta, pero Suletta la ignoró, su atención completamente en la chica frente a ella. La Cumbre del Grupo Benerit estaba a punto de comenzar, y con ella, el destino de la Bruja de Mercurio y la Princesa de Hielo se entrelazaría aún más, en un juego donde el amor, el deber y el peligro serían inseparables. La Escuela de Tecnología Asticassia vibraba con actividad mientras los invitados del Grupo Benerit comenzaban a llegar para la Cumbre. Naves de transporte, escoltadas por Mobile Suits de seguridad, atracaban en los hangares principales, descargando a los líderes de los conglomerados más poderosos del sistema solar. El auditorio central, un coloso de vidrio y acero con capacidad para miles de personas, se preparaba para albergar el evento, sus pantallas holográficas proyectaban el emblema del Grupo Benerit. Guardias de SOVREM, con uniformes negros y rifles de plasma, patrullaban cada corredor, sus números fueron reforzados debido a los eventos de las últimas horas y desplegados por todo el lugar. Drones de vigilancia zumbaban en el cielo artificial, y los sistemas de seguridad de Asticassia operaban al máximo, asegurando que ningún detalle escapara al control. Entre los asistentes, las figuras más prominentes ya habían llegado. Vim Jeturk, CEO de Jeturk Heavy Machinery, un hombre robusto de cabello gris y mirada autoritaria, caminaba por un corredor privado hacia el auditorio, acompañado por Sarius Zenelli, CEO de Grassley Defense Systems. Sarius, de figura delgada y ojos calculadores, llevaba un traje impecable que reflejaba su reputación de estratega meticuloso. Los dos hombres, líderes de dos de los pilares del Grupo Benerit, conversaban en voz baja, sus pasos resonando en el suelo pulido. Vim frunció el ceño, ajustándose el cuello de su chaqueta. —Es una maldita molestia—, gruñó. —¿Qué demonios pasa con SOVREM? Nunca habían desplegado tantos operativos para una Cumbre. ¿Creen que alguien va a irrumpir con un Mobile Suit en el auditorio? Esto es ridículo—. Sarius suspiró, su expresión más contenida pero igualmente tensa. —No es solo SOVREM, Vim. Hay rumores circulando. Algo sobre una bruja suelta—. Vim se detuvo en seco, girándose hacia Sarius con una mezcla de incredulidad y burla. —¿Bruja? ¿En serio, Sarius? ¿Una bruja? — Su voz estaba cargada de sarcasmo. —¿Qué sigue, dragones y hadas? — Sarius no se inmutó, y retomo el paso con calma. —No sé mucho, solo lo que mis informantes han reportado. Al parecer, hubo un incidente en Mercurio. Una revuelta, o algo más. Dominicus ha clausurado todas las operaciones en el planeta y está interrogando a todos los que estaban allí. No es un rumor cualquiera, Vim—. Vim soltó una risa seca, sacudiendo la cabeza. —¿Una bruja, ahora? ¿Veintiún años después de que aparecieron y aplastamos a esas abominaciones? Por favor, Sarius. Esa tecnología es obsoleta. El PERMET, los Gundams, todo eso quedó en el pasado. Hemos avanzado. El Antidote ha evolucionado. Si una bruja apareciera hoy, sería aplastada antes de que pudiera encender su máquina—. Sarius se quedó callado, su mirada fija en el corredor. Tras un momento, habló, su voz más baja, casi cautelosa. —Hay algo raro, Vim. No sé por qué ahora, después de tanto tiempo, pero mis fuentes dicen que alguien ha estado experimentando con el PERMET de nuevo. Experimentos avanzados, más allá de lo que Vanadis logró—. Vim alzó una ceja, su risa se desvaneció inmediatamente. —¿Quién? — preguntó, en un tono ahora más serio, sospechando que había más en la historia. Sarius se encogió de hombros, un gesto que parecía más calculado que despreocupado. —Aún no lo sé. Pero, ¿no te parece curioso que Peil Technologies no esté aquí? — Vim frunció el ceño, mirando a su alrededor. El corredor estaba lleno de ejecutivos, guardias y asistentes, pero ningún rostro llevaba las insignias de Peil. —Tienes razón—, admitió, su voz teñida de desconfianza. —Nadie de Peil ha llegado. Pero no saquemos conclusiones apresuradas, Sarius. ¿En qué te basas para conectar eso con las brujas? — Sarius bajó la voz, asegurándose de que nadie más pudiera escuchar. —El incidente en Mercurio ocurrió en una nave de UNISOL. Una nave que, según mis informantes, solo transportaba científicos de Peil Technologies. ¿No te parece… conveniente? — Vim se quedó en silencio, procesando las palabras de Sarius. Su rostro, normalmente confiado, mostró un destello de inquietud. —Si Peil está jugando con fuego, lo pagarán caro—, dijo finalmente, con su voz dura. —Pero brujas, Sarius… eso es un cuento viejo. No me lo trago—. Sarius no respondió, su mirada fija en el auditorio al final del corredor. Los dos hombres continuaron caminando, pero la conversación dejó un eco de duda en el aire. La Cumbre del Grupo Benerit estaba a punto de comenzar, y con ella, las tensiones entre los conglomerados, los secretos de Peil, y la sombra de una bruja que, sin que ellos lo supieran, ya estaba entre ellos. Suletta Mercury y Miorine Rembran caminaban por los corredores de Asticassia hacia el auditorio central, donde la Cumbre del Grupo Benerit estaba a punto de comenzar. Suletta, vestia su traje oscuro de seguridad privada, llevaba unos lentes de sol negros que le daban un aire intimidante pero también le ayudaban a ocultar su mirada nerviosa. Las órdenes de Miorine habían sido claras: «Que no se me acerquen. Que no me toquen». Suletta caminaba a su lado, manteniendo una postura profesional, aunque su corazón latía con fuerza bajo la presión de las miradas de los estudiantes que llenaban los pasillos. Miorine, con su vestido azul oscuro y el collar de rubí brillando en su cuello, atraía todas las atenciones, pero la presencia de una guardia femenina joven y desconocida generaba susurros y especulaciones. —¿Quién es esa? — murmuraban algunos estudiantes. —¿Una guardia? No parece mayor que nosotros—. —¿Y por qué está con la Princesa de Hielo? — Suletta, poco acostumbrada a ser el centro de atención, sentía el peso de cada mirada. Los lentes oscuros ayudaban, pero no podían ocultar del todo su incomodidad. Miorine, percibiendo su tensión, soltó una risa suave, apenas audible. —Cálmate—, susurró, tomando la palma de la mano de Suletta con un gesto inesperado. El contacto fue breve, pero cálido, y Suletta sintió un cosquilleo recorrer su brazo. El gesto no pasó desapercibido. Los murmullos se intensificaron, las voces de los estudiantes se escuchaban cargadas de incredulidad. —¿Miorine Rembran acaba de sonreír? — —¿Y dónde está Guel Jeturk? — —Esa no es una guardia cualquiera, ¿verdad? — Miorine, ignorando los rumores, apretó la mano de Suletta y aceleró el paso, jalándola hacia el auditorio. —Vamos, no tenemos tiempo para esto—, dijo, su voz firme pero con un dejo de diversión. Corrieron juntas, dejando atrás los susurros y las miradas curiosas, hasta llegar a las puertas del auditorio central, un coloso de vidrio y acero que dominaba el corazón de Asticassia. En una sala privada adyacente al auditorio, Delling Rembran, líder de UNISOL y presidente del Grupo Benerit, revisaba una tableta de datos con su característica expresión estoica. Alto, de cabello gris acero y ojos que parecían perforar el alma, Delling era un hombre sin sentido del humor, incapaz de mentir y conocido por su agilidad para resolver problemas con una precisión quirúrgica. Su vida, dedicada al poder y al control, no dejaba espacio para amistades, especialmente ahora, cuando CESO le había advertido de una amenaza que creía extinta: una bruja había reaparecido. —¿Qué medidas ha tomado Dominicus para contener esta amenaza? — preguntó Delling, con su voz fría y directa, sin levantar la vista de la tableta. Yamaoka, su asistente, un hombre delgado con gafas que siempre parecía al borde del nerviosismo, respondió rápidamente. —Dominicus ha detenido todas las operaciones en Mercurio, señor. Están interrogando a toda la población del planeta, revisando registros y antecedentes. No hay excepciones—. Delling alzó una ceja, su expresión era imperturbable. —¿Y las operaciones mineras? La Vulkarita es esencial para los Mobile Suits y los generadores de energía. ¿Quién la extraerá si Mercurio está clausurado? — Yamaoka tragó saliva, ajustándose las gafas. —No lo sé con certeza, señor. Dominicus está priorizando la seguridad, pero averiguaré los detalles—. Delling giró la tableta, su mirada fija en Yamaoka. —¿Qué sabemos de la bruja? — —Poco, señor—, admitió Yamaoka. —Solo que es una mujer de Mercurio. No hay datos sobre su identidad o motivos. Dominicus está rastreándola, pero… se mueve rápido—. Delling no respondió, su mente trabajando en silencio. Una bruja, después de veintiún años, era una anomalía que no podía ignorar. Con un gesto, despidió a Yamaoka y se dirigió al auditorio, donde la Cumbre estaba a punto de comenzar. El auditorio central era un espectáculo de poder y opulencia. Filas de asientos curvados ascendían en anfiteatro, ocupadas por ejecutivos, accionistas y herederos de los conglomerados del Grupo Benerit. Pantallas holográficas flotaban sobre el escenario, proyectando gráficos de producción, proyecciones económicas y mapas estelares del sistema solar. En el centro, una mesa circular de obsidiana pulida albergaba a los líderes principales: Vim Jeturk, Sarius Zenelli, y otros CEOs de menor rango. La ausencia de Peil Technologies era un vacío notable, sus asientos vacíos generando murmullos entre los asistentes. Cuando Delling Rembran entró, el auditorio estalló en aplausos. Caminó con paso firme hacia el centro de la mesa, su presencia silenciando la sala sin esfuerzo. Sin preámbulos, levantó una mano, y las pantallas holográficas se actualizaron, mostrando los objetivos de la Cumbre. —Bienvenidos a la Cumbre Anual del Grupo Benerit—, comenzó Delling, su voz resonando con autoridad. —Hoy, consolidaremos nuestra visión para el sistema solar. UNISOL liderará la expansión de las colonias en el cinturón de Kuiper, duplicando la producción de Nocturnium para reforzar nuestras flotas. Jeturk Heavy Machinery presentará un nuevo prototipo de Mobile Suit con blindaje de Gundarium Delta, optimizado para combate en gravedad cero. Grassley Defense Systems expondrá un sistema de defensa planetaria basado en láseres de antimateria, capaz de neutralizar amenazas en órbita—. Hizo una pausa, su mirada recorriendo la sala. —Además, discutiremos la reestructuración de los contratos mineros en Mercurio, priorizando la extracción de Vulkarita para sostener nuestras operaciones. Y, finalmente, abordaremos la integración de nuevas tecnologías de sigilo, propuestas por…—, dudó un instante, —Peil Technologies, si es que deciden honrarnos con su presencia—. Los murmullos volvieron, pero Delling los ignoró, pasando a los detalles. Las pantallas mostraron proyecciones de crecimiento económico, con énfasis en la colaboración entre Jeturk y Grassley para contrarrestar la creciente influencia de CESO. Se propusieron incentivos para las colonias que aumentaran su producción de recursos, junto con un plan para reforzar la seguridad en las rutas comerciales, amenazadas por piratas y facciones rebeldes. Cada punto era un engranaje en la maquinaria del Grupo Benerit, diseñado para mantener su dominio sobre el sistema solar. En medio de una explicación sobre los contratos mineros, las puertas del auditorio se abrieron, y Suletta y Miorine entraron. La sala, llena de cientos de ojos, se giró hacia ellas. Miorine, con su vestido elegante y el collar de Notrette brillando, caminaba con una mezcla de desafío y resignación. Suletta, a su lado, mantenía la cabeza alta, los lentes oscuros ocultando su nerviosismo. Su presencia como guardaespaldas de Miorine era inusual, y los murmullos se extendieron como un incendio. —¿Es esa Miorine Rembran? — —¿Quién es la guardia? — —¿Dónde está Guel Jeturk? — Delling, desde el centro de la mesa, fijó su mirada en su hija y en la desconocida a su lado. Sus ojos, fríos e impenetrables, evaluaron a Suletta por un instante antes de volver a la presentación. Miorine apretó la mano de Suletta discretamente, guiándola hacia un asiento reservado en la primera fila. Suletta, con el PERMET zumbando en su cabeza, sintió el peso de la sala sobre ella. Eri, en su mente, permanecía en silencio, pero Suletta sabía que la niña estaba alerta. La Cumbre continuaba, pero la llegada de Miorine y su misteriosa escolta había encendido una chispa de intriga. En las sombras, los secretos del Aerial, de Peil, y de la bruja que todos buscaban estaban a punto de colisionar. El auditorio central de la Escuela de Tecnología Asticassia era un hervidero de ambición y poder tras la conclusión de la Cumbre del Grupo Benerit. La sala, un coloso de vidrio y acero con filas de asientos curvados en anfiteatro, vibraba con el murmullo de cientos de voces: ejecutivos cerrando tratos con apretones de manos, accionistas discutiendo proyecciones económicas, y herederos compitiendo por destacar entre la élite. Pantallas holográficas flotaban sobre el escenario, aún proyectando gráficos de producción de Nocturnium y mapas estelares del cinturón de Kuiper. Camareros con uniformes impecables circulaban con bandejas de bocaditos gourmet —esferas de proteína texturizada, cubos de queso sintético, pequeños pasteles de algas— y copas de licor sintético que brillaban bajo las luces. La atmósfera era una mezcla de opulencia y tensión, cada palabra un movimiento en el tablero de ajedrez del sistema solar. Miorine Rembran, con su vestido azul oscuro y el collar de rubí de Notrette reluciendo en su cuello, avanzaba entre la multitud con la agilidad de alguien que había perfeccionado el arte de esquivar atenciones no deseadas. A su lado, Suletta Mercury, disfrazada como su guardaespaldas, caminaba con una postura rígida, sus lentes de sol negros ocultando el nerviosismo que le recorría el cuerpo. El traje de seguridad privada le daba un aire autoritario, pero bajo la superficie, su corazón latía con fuerza. Las órdenes de Miorine eran claras: «Que no se me acerquen. Que no me toquen». Suletta mantenía el PERMET en un nivel bajo, apenas suficiente para agudizar su percepción, permitiéndole captar cada movimiento en la sala abarrotada. Fuera de Asticassia, las naves clase Imperator de Dominicus, el NSS Vindicator Rex y el NSS Sanctum Tyrannis, patrullaban el espacio cercano, sus sensores barriendo el área en busca de la bruja que había escapado de Mercurio. Kenanji Avery, desde el puente de mando del Vindicator Rex, monitoreaba los datos con una furia contenida. Las heridas de su encuentro con el Aerial aún dolían, pero su orgullo estaba más herido. —Mantengan los sensores al máximo—, ordenó, su voz cortante. —Esa bruja está aquí. Las lecturas del PERMET han estallado, esta aqui, lo se—. Los operarios, tensos, revisaban las lecturas, buscando cualquier rastro de actividad PERMET. Dominicus había rastreado la señal del Gundam hasta Asticassia, y Kenanji no descansaría hasta capturar a la piloto que lo había humillado. Dentro del auditorio, Miorine, consciente de la atención que atraía, se inclinó hacia Suletta, su voz un susurro sobre el bullicio. —Aquí empieza tu trabajo. Mantén a todos lejos—. Había un dejo de diversión en su tono, como si disfrutara del desafío que representaba la multitud. Suletta asintió, ajustando sus lentes. La sala estaba llena de titanes: Vim Jeturk, su risa estruendosa resonando mientras negociaba con inversores; Sarius Zenelli, observando desde un rincón con su calma calculadora; y docenas de ejecutivos cuyas insignias brillaban con los logos de Grassley, Jeturk y otras corporaciones. Los estudiantes de Asticassia, herederos de estas fortunas, se mezclaban entre ellos, algunos intentando impresionar con discursos ensayados, otros simplemente disfrutando del espectáculo. Cada paso de Miorine atraía miradas, y Suletta, poco acostumbrada a ser el centro de atención, sentía el peso de cada ojo que se posaba en ellas. Miorine se movía con agilidad, esquivando manos extendidas y saludos interesados. Un ejecutivo de Grassley, con una sonrisa demasiado amplia, dio un paso hacia ella, pero Suletta lo bloqueó con un movimiento fluido, interponiendo su cuerpo. Otro, más astuto, intentó flanquearla desde el lado opuesto, pero Suletta, gracias al PERMET, percibió su intención y extendió un brazo, deteniéndolo con una mirada firme a través de los lentes oscuros. Uno a uno, los intrusos eran repelidos, y Suletta, para su sorpresa, comenzó a encontrarle cierto placer al juego. Era como pilotar el Aerial en una batalla, anticipando movimientos y reaccionando con precisión. Miorine, al notar su eficacia, le lanzó una mirada de aprobación, una chispa de complicidad que hizo que el corazón de Suletta diera un vuelco. Llegaron a la mesa central, un altar de cristal cubierto de bocaditos exquisitos. Miorine dejó escapar un suspiro de alivio, su postura relajándose por primera vez. Se giró hacia Suletta, una sonrisa traviesa curvando sus labios. Tomó un cubo de queso y lo acercó a la boca de Suletta. —Ten, ahhh—, dijo, su voz juguetona, imitando el gesto de alimentar a un niño. Suletta se sonrojó intensamente, el calor subiendo desde su cuello hasta sus mejillas. —Yo… eh… no…—, balbuceó, sus manos agitándose torpemente mientras intentaba encontrar una excusa. Los lentes oscuros no podían ocultar su vergüenza, y Miorine rió bajito, un sonido que era tanto burlón como encantador. —Abre la boca—, insistió Miorine, acercando el queso con más determinación. Suletta, incapaz de resistirse a esa sonrisa, obedeció, y Miorine le dio el cubo, sus dedos rozando apenas sus labios. El queso era suave, con un sabor que Suletta nunca había probado en Mercurio, pero lo que realmente la dejó sin aliento fue la mirada de Miorine, brillante y cálida. Por un momento, el bullicio del auditorio se desvaneció, y solo existieron ellas dos. Pero la magia se rompió con una voz fría y profunda detrás de ella. —Ese collar era de Notrette—. Miorine giró, y su sonrisa se desvanecio al instante. Delling Rembran estaba detrás de ella, su figura proyectaba una sombra sobre la mesa. Sus ojos, grises como el acero, la observaron con su característica frialdad antes de posarse en Suletta. —¿Quién te acompaña? — preguntó, su tono cortante, cada palabra una evaluación. Miorine, exasperada, cruzó los brazos. —Mi guardaespaldas—, respondió, su voz cargada de desafío. Delling alzó una ceja, su incredulidad evidente. —¿Guardaespaldas? ¿Acaso esta chica pasó las pruebas de Cathedral para brindar servicios de seguridad? ¿Quién es? ¿Dónde entrenó? ¿Qué edad tiene? ¿De dónde viene? — Cada pregunta era un proyectil, diseñada para exponer cualquier debilidad. Miorine dudó, su mente buscaba una respuesta. No sabía casi nada de Suletta, solo lo más básico, y bajo la mirada de su padre, eso no era suficiente. —Es mercuriana—, dijo finalmente, con una inocencia que sonó fuera de lugar en la tensión del momento. Delling entrecerró los ojos y su voz adopto un tono largo y acusatorio. —Mercuriana… Nunca la hemos visto, y aparece justo hoy, en la Cumbre. ¿Por qué no la había visto antes? — —Hoy la contraté—, replicó Miorine, levantando la barbilla con desafío. —¿Por qué? — insistió Delling, su paciencia al borde. —Porque quiero—, espetó Miorine, su tono cortante. Los murmullos de los asistentes cercanos se silenciaron, la tensión entre padre e hija palpable. Delling suspiró, su mirada volviéndose más dura. —¿Dónde está Guel? Él debería protegerte, no una desconocida—. Miorine rió, con una risa amarga que resonó en el espacio. —¿Guel? No puede defender nada. Ni siquiera se defiende a si mismo de un puñetazo—. Delling la miró fijamente, su expresión endureciéndose aún más. —¿Puñetazo? ¿Cómo sabes del puñetazo? — Miorine se congeló, dándose cuenta de su error. Había hablado de más, y la mirada de Delling, ahora cargada de sospecha, se trasladó a Suletta. Antes de que pudiera responder, las puertas del auditorio se abrieron de golpe con un estruendo. Guardias armados con el emblema de Dominicus irrumpieron, sus uniformes negros brillando bajo las luces, rifles de plasma listos. La sala se llenó de gritos y movimientos frenéticos. Un sargento de alto rango, con cicatrices cruzando su rostro, se acercó a Delling, su voz cortando el caos. —Señor, debe irse ya. Hemos detectado actividad PERMET. Hay una bruja en Asticassia—. Suletta palideció bajo sus lentes, su respiración se volvio errática. ¿Había fallado en mantener el PERMET bajo? ¿Habían descubierto el Aerial en el hangar? Su mente corrió, buscando respuestas, pero no había tiempo. La alarma en la muñeca del sargento comenzó a sonar, un pitido estridente que silenció los murmullos. —¡Actividad PERMET alta! ¡Está cerca, está afuera! — gritó, consultando su dispositivo. El ataque fue brutal, un asalto que convirtió el orden de Asticassia en un infierno en segundos. Una explosión cataclísmica sacudió la estación, el suelo temblando como si un dios hubiera golpeado el casco. Un rayo de plasma de largo alcance, brillante como un sol en miniatura, perforó el blindaje exterior, atravesando los terrenos de la academia. La viga de energía, de un rojo incandescente, destrozó una torre de observación, haciendo que toneladas de acero y vidrio se desplomaran en una lluvia de escombros. Los gritos de los asistentes se mezclaron con el crujido del metal, mientras fragmentos de la estructura aplastaban a un grupo de ejecutivos desprevenidos, sus cuerpos desapareciendo bajo el peso del colapso. La sangre salpicó el césped artificial, y el olor a ozono quemado llenó el aire. Las alarmas se dispararon, un aullido ensordecedor que resonó en cada rincón de la estación. Mobile Suits de seguridad, pintados con los colores de SOVREM, salieron por la brecha, con sus propulsores rugiendo mientras intentaban repeler al atacante. Pero un segundo disparo de plasma los alcanzó, un rayo tan intenso que vaporizó cinco unidades en un destello cegador. Los restos de los Mobile Suits, ahora solo pedazos de metal fundido, cayeron como lluvia ardiente, incendiando los jardines simulados de la academia. Los estudiantes corrieron, algunos tropezando en el pánico, mientras los guardias de SOVREM intentaban establecer un perímetro, con sus gritos perdiéndose en el caos. La ilusión óptica del cielo artificial de Asticassia falló, los paneles comenzaron a apagarse para revelar el espacio exterior: un vacío negro salpicado de estrellas. En la distancia, seis fragatas con el logo de Ochs flotaban como buitres, con sus cañones de partículas brillando con energía y disparando a las defensas y naves de Asticassia. Detrás de ellas, un Mobile Suit azul, de diseño aerodinámico y pintado como un espectro del espacio, sostenía un rifle de plasma tres veces su tamaño, un arma tan descomunal que parecía desafiar las leyes de la física. Su cañón humeaba, cargado para el próximo disparo. —¡La bruja va a disparar! — gritó un guardia, con su voz quebrándose de terror. Un tercer rayo de plasma impactó Asticassia, atravesando un generador principal. La explosión resultante hizo colapsar una sección entera de la estación, enviando vigas de soporte al vacío y aplastando a decenas de personas atrapadas en el corredor principal. Los sistemas de oxígeno comenzaron a fallar, el aire se volvio más delgado, y los gritos de los heridos se mezclaron con el silbido de las fugas atmosféricas. La infantería de Ochs irrumpió por la brecha, con Mobile Suits convencionales pintados con los colores de la rebelión. Sus cañones automáticos escupían ráfagas de balas trazadoras, segando a estudiantes que corrían en busca de refugio, sus cuerpos caian en charcos de sangre sobre el suelo pulido. Un ejecutivo, con el traje destrozado, intentó arrastrarse bajo una mesa, pero un Mobile Suit lo aplastó con un paso descuidado, el tonelaje del Mobile Suit aplasto su carne y hueso con un crujido nauseabundo. El terror era absoluto, un caos donde la riqueza y el poder no ofrecían protección. Suletta reaccionó por instinto, tomando la mano de Miorine y tiro de ella hacia una salida lateral. —¡Vamos! — gritó, con su voz apenas audible sobre el estruendo de las explosiones. Miorine, con los ojos abiertos de terror, miró hacia atrás. —¡Papá! — exclamó, viendo a Delling ser escoltado por soldados de Dominicus hacia una salida de emergencia, su figura desapareciendo entre el humo y los escombros. No había tiempo para volver. Un Mobile Suit enemigo apareció frente a ellas, con su cañón apuntándoles desde una distancia mortal. Sus luces ópticas brillaban como ojos demoníacos, y el zumbido de su arma cargándose llenó el aire. Suletta abrazó a Miorine, cubriéndola con su cuerpo, preparándose para lo peor. Pero el disparo nunca llegó. Una sombra colosal impactó frente a ellas, haciendo temblar el suelo. Era el Aerial, su blindaje de Gundarium Beta estaba brillando bajo las luces parpadeantes. Su escudo se fragmentó, las piezas comenzaron a girar a su alrededor para formar un campo de fuerza impenetrable. Las balas del Mobile Suit enemigo rebotaron como si fueran de papel, y el atacante retrocedió, sorprendido. En la mente de Suletta, la voz de Eri resonó, alegre pero decidida: —¡Mami, he traído el juguete! — La cabina del Aerial se abrió, y una cuerda descendio como una invitación. Suletta la tomó y dio la vuelta  mirando a Miorine le extendió una mano y mirándola a los ojos le dijo —Confía en mí— con una voz firme a pesar del caos. Miorine, con el corazón desbocado y la mente llena de preguntas, no dudó. Tomó la mano de Suletta, y esta la abrazó con fuerza, Suletta la tomo de la cintura y ambas subieron juntas por la cuerda. La compuerta se cerró con un chasquido, y Suletta aferró los controles, el PERMET comenzó a rugir en su sangre como un río desbocado. Fuera de Asticassia, la batalla era un infierno de plasma y metal. Las fuerzas de Dominicus, lideradas desde el NSS Vindicator Rex, enfrentaban a la bruja de Ochs, pero el rifle de plasma del Mobile Suit azul era devastador. Cada disparo generaba un calor tan intenso que derretía el metal incluso de los Mobile Suits que esquivaban las balas, dejando cráteres humeantes en el casco de la estación. Kenanji Avery, en el puente de mando, gritaba órdenes, con su rostro contorsionado por la furia. —¡Desplieguen los Harrowers! ¡Neutralicen ese rifle ahora! — Pero los Mobile Suits de Dominicus caían uno tras otro, sus armaduras vaporizadas por el plasma. Kenanji, aún marcado por su derrota en Mercurio, sabía que esta bruja no era la misma. —No es ella—, murmuró, sus puños apretados. —No es la bruja del Aerial—. Una alarma interrumpió sus pensamientos, un pitido frenético que hizo que todos en el puente giraran hacia los monitores. —¡Nueva actividad PERMET! ¡Nivel estimado… 8! ¿Qué? — gritó un operario, sus manos temblando sobre la consola. Kenanji se volvió, incrédulo. —¿Qué dijiste? ¿Hay dos brujas? — Desde Asticassia, una luz púrpura brillante estalló, disparándose como un quasar a través del espacio. Era el Aerial, su silueta cortaba el vacío con una velocidad imposible. Kenanji la reconoció al instante, y con su voz quebrándose de furia grito a todo pulmon. «¡BRUJAAAA!» golpeando la consola. —¡Es ella! ¡La mercenaria de Mercurio! ¡Desplieguen todo! ¡No dejen que escape! — Pero antes de que pudiera coordinar un contraataque, el Gundam desapareció, moviéndose más allá del alcance de los sensores. Las fuerzas de Ochs comenzaron a retirarse. La bruja del Mobile Suit azul desactivó su rifle y se alejó, escoltada por las fragatas, que aceleraron con partículas subatómicas y se desvanecieron en un destello. Habían logrado su objetivo: humillar al Grupo Benerit, sembrar el caos y declarar una guerra que sacudiría el sistema solar. Asticassia, con su casco perforado, sus sistemas vitales al borde del colapso, y cientos de cuerpos esparcidos entre los escombros, era el primer campo de batalla. Dentro de la cabina del Aerial, Suletta y Miorine estaban apretadas en el espacio reducido, los controles y las pantallas tácticas iluminando sus rostros. Miorine, aún procesando el torbellino de eventos, miraba a Suletta con una mezcla de miedo, confusión y fascinación. El rugido de los propulsores del Aerial llenaba el silencio, y el PERMET zumbaba en la mente de Suletta, conectándola con la máquina y con Eri, quien tarareaba una melodía suave, ajena al peligro. —¿Qué… qué eres tú? — preguntó Miorine, con su voz temblando mientras se aferraba al asiento del copiloto. Sus ojos grises buscaban respuestas en el rostro de Suletta, pero también reflejaban una chispa de confianza, como si, a pesar del caos, supiera que estaba a salvo con ella. Suletta, con las manos firmes en los controles, no respondió de inmediato. Las pantallas mostraban el espacio exterior, con Asticassia empequeñeciéndose a la distancia, su estructura destrozada como un cadáver flotante. Los restos de Mobile Suits y fragmentos de la estación giraban en el vacío, un testimonio del terror que acababan de presenciar. El peso de lo que acababa de pasar, el ataque, la revelación del Aerial, la guerra que se avecinaba, amenazaba con aplastarla, pero la presencia de Miorine a su lado le daba fuerza. —Soy Suletta Mercury—, dijo finalmente, su voz firme pero cargada de emoción. —Y voy a protegerte—. Miorine la miró, y su expresión comenzo a suavizarse —¿Por qué? — susurró, casi para sí misma. Suletta giró la cabeza, encontrando con sus ojos. —Porque tú… porque eres importante—, dijo, quebrándose ligeramente. No podía explicar el vínculo que sentía, no aún, pero sabía que Miorine era más que una misión. Era una razón para seguir adelante. Eri, en la mente de Suletta, soltó un pequeño —Hmph— de protesta, pero no dijo nada más. El Aerial aceleró, alejándose de Asticassia y adentrándose en el espacio. La Bruja de Mercurio había revelado su poder, pero la guerra apenas comenzaba. Ochs había encendido la chispa, Dominicus estaba en su caza, y los secretos del Aerial, de Eri y de Vanadis amenazaban con cambiar el destino del sistema solar. Suletta apretó los controles, con Miorine a su lado, y se preparó para lo que vendría, sabiendo que no había vuelta atrás.
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