ID de la obra: 949

La bruja de Blanco

Mezcla
NC-21
En progreso
2
Tamaño:
planificada Mini, escritos 610 páginas, 373.297 palabras, 24 capítulos
Descripción:
Publicando en otros sitios web:
Consultar con el autor / traductor
Compartir:
2 Me gusta 1 Comentarios 1 Para la colección Descargar

Capítulo 5 En el Corazón del Caos

Ajustes de texto
El Aerial cortaba el espacio como una lanza hecha de Gundarium, sus propulsores de Ionex dejaban un rastro azul efímero en la oscuridad del vacío. Dentro de la cabina, Suletta mantenía las manos firmes en los controles, el zumbido del PERMET seguía resonando en su mente como un latido constante. A su lado, Miorine, presionaba con sus manos el asiento del copiloto, observaba las pantallas tácticas con una mezcla de confusión y cautela. Asticassia, ahora un punto distante rodeado de escombros y restos de Mobile Suits, se desvanecía en el horizonte. El ataque de Ochs había dejado la estación en ruinas, y la guerra que habían desatado era un eco que resonaba en la mente de ambas. Mientras ambas se alejaban una alerta se mostrará en el visor del Aerial, su luz roja parpadeante cortara la penumbra de la cabina. Suletta al ver el mensaje frunció el ceño, el significado era claro y conciso: Dirígete al Vector 9-Rho / Sector KX-42 / Subnivel 7-C. Miorine quien aun permanecia detrás de Suletta se inclinó hacia adelante para ver la pantalla y también lo notó. «¿Dónde es eso?» preguntó, con una voz cargada de sospecha. Suletta marcó las coordenadas en el sistema de navegación, no tenía idea de donde era, sus dedos se movieron con rapidez sobre los controles buscando el lugar de destino. La pantalla proyectó un mapa estelar, y un punto brilló cerca de la órbita de Urano. «Es… cerca de Urano», dijo, con un tono vacilante, como si ella misma estuviera procesando la información. Miorine giró hacia ella con sus ojos grises entrecerrados. «¿Urano? ¿Por qué vamos a un lugar tan lejano? Esto no tiene sentido, Suletta. Deberíamos buscar a las patrullas de SOVREM. Esa gente, los de Ochs, van a volver. No estamos seguras aquí solas». Suletta no respondió, sus manos presionaron los controles con más fuerza. Su silencio era ensordecedor, y Miorine lo notó. La miró fijamente, esperando una explicación, pero la falta de respuesta solo avivó su inquietud. Los segundos pasaron, y la expresión de Miorine cambió, sus ojos se abrieron con una mezcla de realización y desconfianza. «Estás con ellos, ¿verdad?» dijo, con una voz baja pero afilada como una cuchilla. Suletta sacudió la cabeza, aun manteniendo su mirada fija en las pantallas. «No», dijo, pero su voz tembló, traicionándola. Hizo una pausa, respirando hondo, antes de añadir: «Pero no tengo opción». Miorine la miró, incrédula, su cuerpo se tensó en el asiento. «¿Qué quieres decir con que no tienes opción? Si te han amenazado o algo, tenemos que ir con SOVREM. Ellos pueden protegernos. Pueden…». Siguió hablando, subiendo de tono, llena de urgencia y frustración, pero Suletta la escuchaba sintiendo que cada palabra de Miorine la heria más, sin más en un momento del reclamo de Miorine, la cortó con un grito que resonó en la cabina. «¡SOY UNA BRUJA!» El silencio que siguió fue absoluto, roto solo por el zumbido de los sistemas del Aerial. Miorine se quedó helada, sus ojos abiertos de par en par, mirando a Suletta como si la viera por primera vez. Suletta, con el rostro bañado en lágrimas, repitió, más bajo, con su voz quebrándose: «Soy una bruja». Las lágrimas caían por sus mejillas, gotas que brillaban bajo la luz de las pantallas. «Soy una bruja…», susurró una vez más, entre sollozos, con su cuerpo temblando mientras se hundía en el asiento. Miorine no dijo nada, su mente aún estaba procesando la confesión. Todo encajaba ahora: la forma en que el Aerial había aparecido en el momento exacto del incidente, la conexión extraña que parecía tener con la máquina. Suletta era una usuaria del PERMET, una bruja, una de las figuras más temidas y odiadas en el sistema solar. Si iba con SOVREM o Dominicus, no habría juicio, no habría piedad. La torturarían, la interrogarían, y finalmente la ejecutarían, quemada por radiación amplificada en una cámara solar, como habían hecho con todas las brujas durante la Gran Cacería. Sin embargo, si no estaba con Ochs, como había dicho, entonces… ¿estaba sola? ¿Una bruja enfrentando al mundo entero? El silencio se prolongó, pesado, hasta que Miorine extendió una mano y la posó suavemente en el hombro de Suletta. Su toque era cálido, reconfortante, un ancla en medio del caos. «Cuéntame», dijo, con su voz suave pero firme, una invitación a compartir el peso que Suletta llevaba. Suletta respiró hondo, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano. Sus ojos, aún húmedos, se encontraron con los de Miorine, y por un momento, sintió que podía confiar en ella. «Todo comenzó», dijo, aun con su voz temblorosa pero decidida, «cuando estaba minando Vulkarita en Mercurio…» Suletta conto como era su vida en Mercurio, había sido dura, definida por el calor abrasador del sol y el polvo que cubría todo. Como minera, pasaba sus días extrayendo Vulkarita, un mineral esencial para los Mobile Suits y los generadores de energía, bajo condiciones que habrían quebrado a cualquiera. Y si el trabajo minero no lograba tumbarte el aire artificial lo haría, este quemaba los pulmones, y el agua era tan escasa que un baño era un lujo reservado para una vez al mes. Suletta también comento a Miorine que de niña vivía con su madre, Elnora, y que esta desapareció cuando ella llego a la edad de 12, hablo también de Nika su amiga, ambas personas eran las únicas luces en un mundo de arena naranja y domos oxidados. Confeso también que uno de sus sueños era escapar de Mercurio, y construir una vida mejor, lejos de las minas. Suletta relató cómo había conocido a Kirin y como ella por órdenes de Orch había robado el Aerial, enfrentado a Dominicus en Mercurio, y escapado hacia Asticassia, perseguida por las naves Imperator. Suletta también le conto sobre Eri, la niña misteriosa que la llamaba mamá y que parecía ser más que una inteligencia artificial viviendo en el interior del Aerial. «No sé quién es Eri, ni por qué el Aerial es diferente», admitió, su voz quebrándose. «No sé si soy una herramienta de Ochs o si puedo cambiar esto. Pero sé que no puedo ir con SOVREM o Dominicus. Me matarían. Y si no sigo estas coordenadas, mi madre…». No pudo terminar, las lágrimas volviendo a caer. Miorine escuchó en silencio, manteniendo su mano aún en el hombro de Suletta. Cuando terminó, se inclinó hacia ella, su mirada firme pero cargada de empatía. «Has pasado por mucho, pero no estás sola», dijo, su voz clara. «No sé qué está pasando, ni quiénes son esos de Ochs, pero sé que arriesgaste todo por mí en Asticassia. Y ahora estoy aquí viva, gracias a ti. Si tenemos que ir a Urano, vamos a Urano, y encontraremos a tu madre. Descubramos qué quieren esos bastardos». Suletta la miró, sorprendida por la determinación en sus ojos. «¿Por qué harías eso?» preguntó, apenas en un susurro. «Soy una bruja. Todo el sistema solar me odia». Miorine esbozó una sonrisa pequeña, casi desafiante. «Porque odio a UNISOL y a todo lo que representa. Porque quiero ser libre, como tú. Y porque… creo en ti». Eri, en la mente de Suletta, soltó un «Hmph» de protesta, pero no dijo nada más. Suletta respiró hondo, limpiándose las lágrimas una vez más. «Gracias, señorita Miorine», dijo, con una voz más firme ahora. Ajustó los controles, marcando el rumbo hacia Vector 9-Rho. Y el Aerial aceleró, sus propulsores rugieron mientras se dirigían hacia Urano, hacia lo desconocido. El Aerial surcaba el vacío infinito hacia Urano, sus propulsores dejaban un rastro azul que se desvanecía en la oscuridad del espacio mientras lo surcaba. El camino hacia el Vector 9-Rho, en el Sector KX-42, Subnivel 7-C, era largo, un trayecto que a velocidad estándar habría tomado meses, incluso años, para un Mobile Suit convencional. Pero el Aerial no era uno ordinario. Estaba equipado con un pequeño motor de curvatura de tamaño compacto, una maravilla tecnológica que doblaba el espacio-tiempo para acortar distancias, podía cubrir la distancia que normalmente le tomaría meses en un día y medio. Sin embargo, incluso a esta velocidad vertiginosa no el agotamiento consumía a Suletta. Suletta había fijado el curso en automático, los sistemas de navegación del Aerial trazaban una ruta precisa a través del sistema solar. Las defensas estaban al máximo, con sensores activos para detectar cualquier nave de Dominicus o amenaza de Ochs. Sin embargo, el cuerpo de Suletta, empujado al límite por días sin dormir, no daba más. La infiltración en Asticassia, el enfrentamiento con Guel, el ataque devastador de Ochs, y la confesión a Miorine habían drenado toda su energía. Sus párpados se habían cerrado solos después de fijar el curso, y su respiración se volvió lenta y profunda. Estaba profundamente dormida, su cabeza se mantenía ligeramente inclinada hacia un lado, y su cabello rojo caía en mechones sueltos sobre su rostro. Miorine se encontraba sentada en las piernas de Suletta, el único espacio disponible en la cabina diseñada para un solo piloto. Sus ojos observaban a la chica mercuriana con una mezcla de fascinación y ternura. El sonrojo inicial por la cercanía había dado paso a una calma extraña, casi reconfortante. La respiración de Suletta era tranquila, a un ritmo constante que contrastaba con el caos que habían dejado atrás. Miorine se acercó, apoyando con cuidado su cabeza en el pecho de Suletta. Sus latidos de su corazón eran claros, un sonido fuerte y vivo que resonaba contra su mejilla. Suletta era cálida, su cuerpo irradiaba un calor que parecía inherente a su naturaleza forjada en las minas ardientes de Mercurio. Para Miorine, cuya piel siempre estaba fría, como si el hielo de su apodo hubiera permeado su ser, era reconfortante, ese calor era un refugio. Se acomodó más, cerrando los ojos, dejando que la calidez de Suletta la envolviera. No podía creerlo. En menos de 24 horas, esta chica mercuriana, torpe pero valiente, había irrumpido en su vida, desafiando todo lo que conocía. Había enfrentado a Guel, la había protegido durante el ataque a Asticassia, y ahora, en la cabina del Aerial, compartían un momento de intimidad que Miorine nunca habría imaginado. ¿Era el destino? No lo sabía, pero algo en Suletta la hacía sentir viva, como si, por primera vez, tuviera una razón para luchar contra el peso de su apellido. Si el universo había puesto a Suletta en su camino, Miorine estaba dispuesta a aceptarlo. Estaba a punto de dormirse, arrullada por el latido de Suletta y el zumbido suave de los sistemas del Aerial, cuando una voz clara y molesta resonó en su mente. «No me quites a mi mami». Miorine abrió los ojos de golpe, y su cuerpo se tensó inmediatamente. Miró a su alrededor, pero la cabina estaba vacía, salvo por ella y Suletta. Su corazón le dio un vuelco. «¿Eri…?» pronunció, con su voz temblando de incertidumbre. Hubo un silencio, seguido por la misma voz infantil, cargada de rabia. «No me gustas…» Miorine parpadeó, intentando procesar lo que estaba pasando. La voz sonaba como la de una niña pequeña, molesta, casi haciendo un puchero. «¿Te hice algo?» preguntó con cuidado, su tono era suave para no provocar más hostilidad. «¡Me quieres quitar a mi mami!» respondió Eri, resonando con una rabieta que, a pesar de lo extraño de la situación, era inconfundiblemente infantil. Miorine se quedó sin palabras, y su mente estaba luchando por entender lo que estaba ocurriendo. «Perdona… No voy a quitarte a Suletta, Eri», dijo, manteniendo la calma. «Ella es… importante para ti, ¿verdad? Suletta siempre seguirá siendo tu mami…» Otro silencio, más largo esta vez. Luego, Eri habló, en un tono un poco menos hostil pero aún desconfiado. «Eso es lo que todas las gatas rompehogares dicen». Miorine parpadeo al escuchar a Eri y sintió que su mandíbula caía de pura incredulidad mezclándose con una confusión que no entendia. «¿Disculpa? ¿Dónde has aprendido eso?» preguntó, incapaz de ocultar su sorpresa. «En las novelas que veía con Bel», respondió Eri, como si fuera lo más obvio del mundo. Miorine se llevó una mano al rostro, suspirando con frustración. No sabía quién era esa tal Bel, pero claramente había estado exponiendo a Eri a un contenido que no era adecuado para una niña, o lo que fuera que Eri fuese. «Eri, las niñas buenas no deberían ver cosas de adultos», dijo, adoptando un tono maternal que le salió con naturalidad. «Esas historias pueden hacer que entiendas las cosas mal, y no es bueno para tu mente». Eri hizo un sonido que parecía un resoplido. «Pero Bel siempre veía novelas conmigo. Yo me sentía menos sola…» Esas palabras golpearon a Miorine como un rayo. Soledad. Era un sentimiento que conocía demasiado bien, una herida que había cargado desde la muerte de su madre, Notrette. La idea de que Eri, esta entidad misteriosa que vivía en el Aerial, también hubiera experimentado esa soledad, despertó algo en Miorine. Extendió la mano hacia el aire, como si pudiera acariciar el rostro de la niña invisible. «Cuando esto se normalice», dijo, con una voz suave pero firme, «¿te parece si vemos algún dibujito para entretenernos? Algo que sea divertido para ti». Hubo un silencio, como si Eri estuviera evaluando la oferta. Luego, su voz volvió, más tímida pero esperanzada. «¿Lo prometes?» Miorine sonrió, una calidez genuina en su expresión. «Lo prometo». El Aerial continuó su trayecto hacia Urano, los sistemas automáticos mantenian el rumbo mientras las estrellas pasaban como destellos en las pantallas. Miorine volvió a apoyarse en el pecho de Suletta, el latido de su corazón la arrullaba de nuevo. Eri, en su mente, parecía más tranquila, como si la promesa de Miorine hubiera calmado su desconfianza. Miorine cerró los ojos, reflexionando sobre la extraña situación. Eri era una niña, o algo que se comportaba como tal, atrapada en la soledad de una máquina. Necesitaba a Suletta, su mamá, pero también, quizás, a alguien más. ¿Una familia? Miorine no lo sabía, pero por primera vez en mucho tiempo, sintió que tenía un propósito más allá de su odio hacia su padre y el Grupo Benerit. Suletta despertó tras horas de sueño profundo, su cuerpo aún se sentía pesado por el agotamiento de los últimos días. Lo primero que sintió fue un peso cálido contra su pecho, una presión suave que la anclaba al asiento del piloto. Parpadeó, confundida, y bajó la mirada. Miorine estaba allí, durmiendo plácidamente, su cuerpo se mantenía echado sobre el de Suletta en una posición tranquila. Los brazos de Miorine rodeaban su cuello, y su rostro estaba escondido en el hueco de su clavícula, su respiración era lenta y rozaba la piel de Suletta como una caricia. El sonrojo subió al rostro de Suletta como una oleada, sus mejillas ardieron bajo el tono anaranjado de su piel. Intentó moverse, buscando una forma de salir sin despertar a Miorine, pero al menor de sus movimientos, Miorine gruñia suavemente, en un sonido casi infantil, sin mucha escapatoria se apegó más a ella, apretando su abrazo. Suletta se quedó inmóvil, y su corazón comenzó a acelerarse. No sabía qué hacer. Con cuidado, pasó sus brazos por la cintura de Miorine, abrazándola contra sí en un gesto instintivo. Cerró los ojos, esperando algún reclamo, alguna señal de incomodidad, pero no hubo nada. Por el contrario, Miorine se acurrucó más, su cuerpo estaba relajado completamente, como si el abrazo de Suletta fuera el lugar más seguro del universo. Suletta, aún nerviosa, acercó su nariz al cabello plateado de Miorine, aspirando su aroma. Olía a algo limpio, floral, un contraste con los olores metálicos y sulfurosos de Mercurio que Suletta conocía tan bien. Era embriagador, y por un momento, se permitió perderse en la sensación. Sin embargo, un leve susurro la sacó de su trance. Miorine rió suavemente, su voz era somnolienta pero teñida de diversión. «Me haces cosquillas», murmuró, sin abrir los ojos. Suletta se puso rígida, el pánico empezaba a apoderarse de ella. «¡L-lo siento! ¡No quería…! ¡Yo solo…!» balbuceó, sus manos agitándose como si intentara deshacer el momento. Miorine abrió los ojos, con su risa más clara ahora, su risa era un sonido cristalino que llenaba la cabina. «Está bien, Suletta», dijo, apoyando una mano en el pecho de Suletta para calmarla. «Está bien». Sus ojos grises brillaban con una mezcla de ternura y picardía, y por un instante, ambas se quedaron mirándose, atrapadas en un silencio que decía más que las palabras. Miorine rompió el contacto visual, con su sonrisa suavizándose. «Eres muy cálida», dijo, su voz baja, íntima, como si compartieran un secreto. Sus dedos trazaron círculos perezosos en la clavícula de Suletta, en un gesto que era tanto juguetón como provocador. Suletta sintió que su rostro ardía, el sonrojo disimulado solo parcialmente por su piel anaranjada. «E-es…que… Todos los mercurianos tenemos sangre caliente», respondió, con su voz temblando mientras intentaba mantener la compostura. Miorine rió de nuevo, inclinándose más cerca. «¿Sangre caliente, eh?» Sus ojos se entrecerraron, y su sonrisa se volvió más traviesa. «A mí me dicen mucho que soy fría. ¿Tú qué piensas?» Suletta miró a todos lados, como si las paredes de la cabina pudieran ofrecerle una salida. Su mente era un torbellino, y las palabras salieron sin filtro, impulsadas por su sinceridad desmedida. «No lo eres», dijo, con su voz más suave ahora. «Eres… suave. Muy suave». Miorine alzó una ceja, claramente divertida por la elección de palabras. Se acercó aún más, su boca rozando el oído de Suletta mientras susurraba, con un tono que era casi un desafío: «¿Qué tan suave?» Suletta contuvo la respiración, su cuerpo entero estaba congelado por la cercanía. El calor de la voz de Miorine en su oído era abrumador, y por un instante, olvidó dónde estaba, quién era, y el peligro que las rodeaba. Sin embargo, antes de que pudiera responder, una alerta roja parpadeó en la pantalla del Aerial, acompañada de un pitido estridente. DETECCIÓN DE ACTIVIDAD PERMET. CONTACTO INMINENTE. El coqueteo se desvaneció como si nunca hubiera existido. Suletta recobró la cordura, y sus manos viajaron a los controles mientras el PERMET rugía en su mente. Miorine, con los ojos abiertos por la alarma se aferró a Suletta, y los volvió a cerrar con fuerza mientras la cabina vibraba. «¡Qué está pasando!» exclamó, su voz tensa. Suletta no respondió de inmediato, sus ojos se mantenian fijos en la pantalla táctica. Frente al Aerial, emergiendo del vacío como un espectro, apareció el Mobile Suit azul que había atacado Asticassia. Su diseño era aerodinámico, pintado en un azul profundo que parecía absorber la luz, era inconfundible. En su frente, un receptor óptico aumentado brillaba como una mira de francotirador, y su rifle de plasma estaba desactivado y separado en dos partes, colgando a su lado. El piloto, reguardado tras el blindaje, levantó una mano del mobile suit y señaló un punto en el espacio, en un gesto claro: sígueme. Suletta consultó el mapa en la pantalla. Las coordenadas coincidían con su destino: Vector 9-Rho, Sector KX-42, Subnivel 7-C. Habían llegado. «Es aquí», murmuró, con su voz cargada y llena de cautela. Miró a Miorine, quien aún se aferraba a ella, y añadió: «Es Ochs. Nos están esperando». Miorine abrió los ojos, y su expresión era una mezcla de miedo y determinación. «¿Qué quieren de nosotras?» preguntó, su voz más firme ahora. «No lo sé», admitió Suletta. «Pero mi madre… esta cautiva aún. Tengo que seguir adelante». Sus manos apretaron los controles, y el Aerial comenzó a moverse, siguiendo al Mobile Suit azul con cuidado. Las pantallas mostraban una estructura en la distancia, una estación flotante oculta en la órbita de Urano, camuflada entre los anillos de polvo y hielo. Era un lugar perfecto para un encuentro clandestino, lejos de los ojos de Dominicus y SOVREM. En la mente de Suletta, Eri permaneció en silencio. Miorine, ahora sentada más erguida pero aún cerca de Suletta, la miró con una intensidad que hizo que su corazón latiera más rápido. «Sea lo que sea que Ochs quiera», dijo Miorine, su voz baja pero decidida, «por favor no te arriesges…». Suletta asintió, con una chispa de coraje encendida por las palabras de Miorine. El Aerial se acercó a la estación, siguiendo al Mobile Suit azul hacia un hangar abierto. Las luces de la estructura parpadeaban, y las sombras de otras naves y Mobile Suits se vislumbraban en el interior. Ochs aguardaba, y con ellos, las respuestas que Suletta había arriesgado todo por encontrar. El Aerial descendió con un zumbido grave en el hangar de la estación flotante, siguiendo al Mobile Suit azul que los había guiado desde orbita. El Aerial se posó con precisión al lado de la máquina enemiga, una bestia mecánica con alas estabilizadoras masivas que se alzaban como las de un depredador. Estaba marcado con una "V" roja en el pecho, y el rifle de plasma, ahora desactivado, colgaba a su lado, un recordatorio del caos que había desatado en Asticassia. El hangar era un espacio cavernoso, iluminado por luces frías que proyectaban sombras afiladas sobre el suelo de acero. Personal de Ochs, vestido con uniformes grises y amarillos, se movía con eficiencia militar, algunos manipulando maquinaria pesada, otros revisando tabletas de datos. En la distancia, naves de transporte y Mobile Suits más pequeños aguardaban, sus siluetas marcadas con el logo de Ochs, un círculo roto que simbolizaba su rebelión contra el Grupo Benerit. La cabina del Mobile Suit azul se abrió con un siseo hidráulico, y su piloto descendió con una gracia casi felina. Era una mujer con una larga cabellera rubia cayendo en ondas por su espalda, brillando como oro bajo las luces del hangar. Su rostro estaba oculto tras una máscara oscura de alta tecnología, una visera angulada con detalles en negro mate y luces amarillas que cubría completamente sus ojos, dándole un aire enigmático y casi inhumano. Vestía un uniforme de operaciones funcional en tonos negro y amarillo, con paneles tecnológicos integrados en las mangas y guantes tácticos que parecían diseñados para manejar sistemas avanzados. Cada movimiento suyo exudaba confianza, una arrogancia que ponía a Suletta en guardia. Desde la cabina del Aerial, Suletta observó a la mujer con una mezcla de curiosidad y desconfianza. Instintivamente, tomó la mano de Miorine, que seguía sentada en su regazo, y le habló en un tono bajo pero firme. «Quédate aquí. Si algo pasa, escapa con Eri. Ella te ayudará a pilotear el Aerial». Miorine giró hacia ella, con una expresión incrédula. Levantó la vista y sus ojos grises brillaron con una mezcla de preocupación y desafío. «¿Estás loca?» dijo, en un tono mas alto de lo que pretendía. «No pienso dejarte ir sola». Suletta la miró, su corazón se aceleraba ante la determinación en la voz de Miorine. «Por favor», insistió, en un tono el cual iba suavizándose, casi suplicante. «No podré hacerlo bien si estás en peligro. Por favor, Miorine». Miorine la observó por un momento, con sus labios apretados en una línea de frustración. Luego, con un suspiro, posó una mano en la mejilla de Suletta, en un toque cálido y gentil. «Cuídate», dijo, con una voz baja pero cargada de emoción. Suletta sintió que su rostro ardía, el sonrojo subia desde su cuello hasta sus mejillas. «Ya vengo», respondió, su voz temblando ligeramente. La cabina del Aerial se abrió con un zumbido, y Suletta descendió al suelo del hangar, sus botas resonaron contra el acero tan pronto como tocó tierra. La compuerta del Aerial se cerró cuando la cuerda de descenso regreso a la cabina, dejando a Miorine dentro, protegida por el Aerial y por Eri. Suletta se giró hacia la piloto del Mobile Suit azul, quien ya estaba frente a ella, a pocos metros de distancia. La mujer rubia inclinó la cabeza, una sonrisa curvando sus labios, aunque la máscara ocultaba sus ojos, haciendo imposible leer su expresión completa. «¿Terminaste de hablar con tu novia?» dijo la mujer, con una voz suave pero con un dejo burlón. Suletta se tensó, su cuerpo entero estaba rígido. Nadie debía saber que Miorine estaba en la cabina del Aerial. La sola idea de que esta mujer lo supiera la llenó de una mezcla de miedo y furia. «¿Quién eres?» exigió, su voz cortante, ignorando la provocación. La mujer rió, en una risa baja y melódica que resonó en el hangar. «Oh, tranquila», dijo, levantando una mano enguantada en un gesto de calma. «No le va a pasar nada a tu noviecita... Espero». Su sonrisa se amplió, y aunque la máscara ocultaba sus ojos, Suletta sintió el peso de una mirada afilada, como si la estuviera evaluando. Suletta apretó los puños, con su paciencia al límite. «¿Quién eres?» volvió a repetir, en un tono más duro ahora, con cada palabra cargada de desafío. La mujer dio un paso adelante, extendiendo una mano con una elegancia casi teatral. «Uranielle Uranus», dijo, con su voz resonando con orgullo. «Pero me llaman la Bruja de Urano. Bienvenida a Ochs, Bruja de Mercurio». Suletta se quedó helada, su mente aun procesaba las palabras. Otra bruja. Una bruja de Ochs, la misma organización que había orquestado todo este caos. La presencia de Uranielle era escalofriante, y su Mobile Suit, ahora inmóvil a su lado, era un recordatorio de la destrucción que había causado en Asticassia. Suletta no tomó la mano que le ofrecía, sus ojos se mantuvieron fijos en la máscara de Uranielle, buscando alguna pista sobre sus intenciones. «¿Qué quieres de mí?» preguntó, su voz baja pero firme. «¿Dónde está mi madre?» Uranielle inclinó la cabeza, con su sonrisa desvaneciéndose ligeramente. «Tu madre está aquí, en la estación», respondió, con un tono ahora más serio. «Ochs tiene planes para ti, Suletta. Eres una pieza clave en esta guerra, y el Aerial… bueno, digamos que es más importante de lo que crees». Suletta frunció el ceño, su desconfianza crecía cada vez mas y mas. «¿Qué planes? No soy una herramienta para que ustedes me usen. Llévame con mi madre ahora, o…» Uranielle la interrumpió con una risa fría. «¿O qué? ¿Vas a pelear conmigo?» Hizo una pausa, con su tono volviéndose más oscuro, casi cruel. «Tal vez debería llevarme a tu querida Miorine Rembran como garantía. Una chica tan bonita… sería una lástima que sus ojos terminaran en un jarrón. ¿Sabes que los ojos conservados en formol aun mantienen su color original? Sería una espléndida colección viniendo de una chica tan bonita». Esas palabras fueron como un detonante. La furia estalló en Suletta como un incendio, su visión se teñia de rojo. Sin pensarlo, sacó la pistola de plasma de su cinturón y apuntó directamente a Uranielle, su mano temblaba de rabia. «¡No te atrevas a tocarla!» gritó, su voz resonando en el hangar, atrayendo las miradas de los técnicos de Ochs que trabajaban a su alrededor. Uranielle no se inmutó. En un movimiento rápido, casi inhumano, avanzó hacia Suletta, desarmándola con un giro preciso de su muñeca. La pistola cayó al suelo con un ruido metálico, y antes de que Suletta pudiera reaccionar, Uranielle la golpeó con un puñetazo directo al estómago. Suletta se dobló, el aire escapo de sus pulmones, pero Uranielle no se detuvo. La agarró por el brazo, torciéndolo detrás de su espalda, y la empujó contra el suelo con una fuerza brutal. «Eres débil», siseó Uranielle, con una voz cargada de desprecio. «Demasiado emocional. No durarás un día en esta guerra». Suletta jadeó, el dolor estaba atravesándola, pero la furia seguía creciendo. Cada golpe, cada palabra de Uranielle sobre Miorine, alimentaba una rabia que no podía controlar. El PERMET comenzó a rugir en su mente, su conexión con el Aerial se amplifico permitiéndole a Miorine escuchar más a detalle lo que ocurría ahí abajo. La furia descontrolada de Suletta desató un conflicto en el sistema del PERMET, un eco mental que reverberó hacia Uranielle, quien también estaba conectada al PERMET. Suletta se puso de pie con dificultad, sus ojos brillaban con un destello púrpura y su rostro se marcaba con líneas rojas que parecían estar vivas mientras el PERMET subía de nivel. «No… te… atrevas… a hablar de ella», gruñó, con su voz temblando de ira. La conexión mental entre ambas brujas, fue amplificada por el PERMET, comenzó a entrar en conflicto, las ondas de energía mental chocaban como tormentas. Suletta, en su estado de furia, perdió el control, y su PERMET alcanzó niveles críticos, sobrepasando el de Uranielle. Una presión invisible emanó de Suletta, un pulso mental que hizo temblar el hangar. Los técnicos de Ochs retrocedieron, algunos cayendo de rodillas mientras se llevaban las manos a la cabeza, incapaces de soportar la intensidad. Uranielle, conectada al mismo sistema de PERMET, sintió el impacto como un martillo golpeando su mente. La presión aplastó su conciencia, un dolor insoportable que hizo que un hilo de sangre comenzara a deslizarse por su nariz, manchando su barbilla. Detrás de su máscara, un gemido ahogado escapó de sus labios, y más sangre brotó desde los bordes de la visera, en un rojo brillante que indicaba que sus ojos estaban sangrando bajo la presión. Uranielle cayó de rodillas, sus manos temblando mientras intentaba resistir, pero el poder mental descontrolado de Suletta era abrumador. Suletta avanzó hacia ella, su furia estaba cegándola, el PERMET resonando como un grito en su mente. Estaba a punto de desatar toda su ira cuando una voz fría y autoritaria la detuvo en seco. «Suletta. Para». Suletta levantó la vista, y su respiración se detuvo. Allí, en la entrada del hangar, estaba su madre, Elnora. Vestía un uniforme de Ochs, negro y amarillo, con el logo de la organización bordado en el pecho y una insignia de comandante en el hombro. Su rostro, estaba cubierto una máscara blanca el cual tapaba sus ojos, sin embargo, Suletta sentía que su madre la estaba evaluando con una distancia que dolió más que cualquier golpe. «Controla tu PERMET», ordenó Elnora, con su voz cortante, desprovista de calidez. «No eres una niña teniendo un berrinche. Actúa como una bruja». Suletta se congeló, el brillo púrpura en sus ojos empezaba a desvanecerse lentamente. El PERMET retrocedió, y la presión mental se disipó, dejando a Uranielle jadeando en el suelo, la sangre goteaba de su rostro. Suletta miró a su madre, y las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, pero no había consuelo en la mirada de Elnora. «¿Mamá?» susurró, su voz quebrándose. Elnora dio un paso adelante, con una postura rígida, militar. «Todo fue un plan, Suletta», dijo, en un tono helado. «Nunca fui capturada. Ochs necesitaba que vinieras aquí, que trajeras el Aerial y a Miorine Rembran. Y lo hiciste». Hizo una pausa, y su mirada se endurecio aún más. «Ahora, compórtate. Tenemos trabajo que hacer». Suletta sintió que su mundo se derrumbaba. Las lágrimas caían libremente mientras el hangar se llenaba de un silencio opresivo. Uranielle, aún en el suelo, se llevó una mano a la máscara, limpiando la sangre con un gesto tembloroso. El hangar de la estación flotante estaba sumido en un silencio tenso tras el enfrentamiento entre Suletta y Uranielle. Los técnicos de Ochs, que habían retrocedido durante el conflicto mental del PERMET, comenzaron a moverse de nuevo, sus murmullos llenaron el espacio mientras reanudaban sus tareas. Uranielle estaba limpiándose la sangre que goteaba de su nariz con el dorso de su guante táctico. La máscara oscura que cubría sus ojos ocultaba cualquier emoción, pero su sonrisa, teñida de un dejo de diversión retorcida, era inconfundible. «Eso fue… divertido», dijo, con una voz suave pero cargada de un tono burlón. Se sacudió el polvo del uniforme negro y amarillo, ajustándose los paneles tecnológicos de sus mangas, y caminó hacia Elnora Samaya con un aire de confianza renovada. Elnora, comandante de Ochs, observaba a su hija con una frialdad que cortaba como el hielo de los anillos de Urano. Su uniforme, negro y amarillo. Su rostro, endurecido por la máscara, no mostraba ni un ápice de calidez maternal. «Levántate», ordenó a Suletta, con una voz seca y autoritaria, como si estuviera hablando con un subordinado y no con su propia hija. «¿Dónde está Miorine Rembran?» Suletta, aún en el suelo tras el enfrentamiento, se puso de pie lentamente, el dolor físico eclipsado por la tormenta de emociones rugía dentro de ella. La revelación de que su madre la había engañado, de que todo, el supuesto secuestro, su misión, su sufrimiento, había sido un plan de Ochs, la llenaba de desconfianza. Miró a su madre con ojos entrecerrados y aun con lágrimas, con su voz temblando de sospecha pregunto. «¿Para qué quieres a Miorine?» Elnora la miró fijamente tras la máscara, su expresión impasible. «Ella es la clave para negociar con Delling, con UNISOL», respondió, en un tono cortante y sin espacio para discusión. «Es nuestra ventaja». Suletta alzó una ceja, su incredulidad mezclándose con una furia creciente. «¿La quieres como rehén?» dijo, con su voz subiendo de tono, cargada de indignación. Elnora se quitó la máscara blanca que llevaba, revelando un rostro que Suletta apenas reconocía. Las líneas marcadas por el estrés y la rebelión se reflejaban en ella, sus ojos eran fríos, tan frios que parecían perforar el alma, no eran los de la madre que había recordaba en Mercurio. «¿Para qué crees que la queríamos, Suletta?» dijo Elnora, de manera fría como el vacío del espacio. «Vivimos oprimidos por años bajo UNISOL. ¿Crees que esto es en vano? UNISOL nos cazó a todos, a todas las brujas, a Vanadis. Ellos mataron a tu abuela. ¿No lo ves? Mataron nuestro origen, y esa niña es fruto de la persona que nos cazó». Suletta escuchaba incrédula, su mente luchando por procesar las palabras de su madre. No recordaba nada sobre Vanadis, nunca había conocido a la doctora Cardo, su abuela. No tenía un motivo personal para odiar a Miorine, quien había sido su salvadora, su apoyo, su… amiga, o algo más que aún no podía definir. Mantuvo la mirada con Elnora, con su voz firme a pesar de la tormenta interna dijo. «Ella es inocente. No tiene nada que ver con esto». Elnora no se inmutó, sus ojos se mantenian fijos en su hija. «¿Dices que no? ¿Pero sabes que su familia ha esclavizado a Mercurio?» Hizo una pausa, dejando que las palabras calaran hondo. «¿Cómo crees que está tu amiga Nika?» Suletta abrió los ojos de par en par, el nombre de Nika la golpeo como un puñetazo. Nika, su mejor amiga, seguía en Mercurio, atrapada en las minas bajo el yugo de UNISOL. La mención de su nombre avivó un dolor que había intentado ignorar. Pero antes de que pudiera responder, Elnora continuó, con un tono más duro ahora. «Está ahí, ¿verdad? En el Aerial». Giró la cabeza hacia el Gundam, y con su voz elevándose con autoridad grito. «¡Eri! Niña, abre la compuerta para tu abuela». Suletta entró en pánico, el miedo se apodero de ella. Se levantó de un salto, gritando con desesperación. «¡No lo hagas, Eri!» Elnora dio un paso hacia adelante, con su intención clara: tomar a Miorine a la fuerza. Pero el Aerial reaccionó antes de que pudiera acercarse mas. Con un zumbido grave, el Gundam se arrodilló, y su escudo se desplegó en fragmentos, formando un campo de fuerza entre Suletta y su madre, protegiendo a su piloto con una barrera impenetrable. La cabina del Aerial se abrió con un siseo, y Suletta corrió hacia ella, subiendo por la cuerda con una agilidad nacida del puro instinto. Entró en la cabina, donde Miorine la esperaba, con sus ojos grises llenos de miedo pero también de confianza. El Aerial despegó con un rugido, sus propulsores rugieron mientras salía disparado del hangar, atravesando las puertas abiertas hacia el espacio helado de Urano. Miorine se aferró al cuello de Suletta con fuerza, escondiendo su rostro en el hueco de su clavícula mientras susurraba, con su voz suave pero cargada de gratitud. «Gracias…» Suletta, con las manos temblando en los controles, no respondió de inmediato, su mente aún estaba procesando la traición de su madre. El Aerial aceleró, alejándose de la estación flotante a máxima velocidad, con sus sistemas de navegación buscando alguna una ruta de escape. En el hangar, Elnora observó cómo el Aerial desaparecía en el horizonte, con su expresión fría e imperturbable, se giró hacia Uranielle, quien había estado observando la escena con una mezcla de curiosidad y diversión. «Persíguela», ordenó Elnora. «Trae a Miorine Rembran». Uranielle sonrió, una chispa de entusiasmo brillando en su tono mientras se ajustaba la máscara. «De acuerdo», dijo, con su voz cargada de una anticipación casi predatoria. Corrió hacia el Viper, su Mobile Suit, subiendo a la cabina con agilidad. Las alas estabilizadoras de la máquina se desplegaron con un zumbido, y el Viper despegó del hangar, persiguiendo al Aerial con una velocidad que prometía un enfrentamiento inevitable. Dentro de la cabina del Aerial, Suletta ajustó los controles, su respiración aún estaba entrecortada mientras intentaba poner distancia entre ellas y la estación de Ochs. Miorine, aún abrazándola, levantó la cabeza ligeramente, sus labios cerca del oído de Suletta. «¿Qué pasó?» preguntó, con su voz temblando pero firme. Suletta tragó saliva, las lágrimas amenazaban con caer de nuevo. «Mi madre… ella… ella nunca fue capturada», dijo, quebrándose. «Todo fue un plan de Ochs. Quieren usarte como rehén contra tu padre». Miorine apretó su abrazo, su cuerpo temblando ligeramente. «…lo sabia», susurró, su tono triste. «Saldremos juntas en esto, Suletta». Suletta asintió, una chispa de coraje encendiéndose en su pecho. Sin embargo, en las pantallas del Aerial, una alerta parpadeó: el Mobile Suit azul de Uranielle las perseguía, acercándose rápidamente. El Aerial rugió a máxima potencia, mientras Suletta lo impulsaba hacia adelante, tratando de poner la mayor distancia posible entre ellas y la guarida de Ochs en el Vector 9-Rho, Sector KX-42, Subnivel 7-C. La estación flotante se empequeñecía en las pantallas tácticas, pero Suletta sabía que no podían bajar la guardia. Miorine se aferraba a ella desde el regazo, sus brazos rodeando su cuello con fuerza, el rostro escondido en el hueco de su clavícula. La tensión en la cabina era palpable, el zumbido de los sistemas del Gundam el único sonido que rompía el silencio. Pero la huida no sería tan fácil. En las pantallas del Aerial, una alerta parpadeó: un Mobile Suit enemigo se aproximaba a una velocidad alarmante. Era el Viper azul de Uranielle, las persiguia a una distancia razonable pero peligrosa. Suletta vio cómo el Viper armaba su rifle de plasma con una rapidez quirúrgica, el cañón emitia una luz roja incandescente mientras se cargaba. Una nueva alerta apareció en la pantalla del Aerial: ATAQUE INMINENTE. Suletta reaccionó por instinto, girando los controles con un movimiento brusco. El Aerial ejecutó una maniobra evasiva, esquivando el potente rayo de plasma que cortó el espacio donde habían estado hace un instante. Miorine se aferró aún más a Suletta, sus dedos clavándose en sus hombros mientras el Gundam se estabilizaba. Pero Uranielle no se detuvo. Los rayos de plasma comenzaron a llegar con más frecuencia, uno tras otro, iluminando el vacío con destellos rojos. Desde el comunicador, la risa maníaca de Uranielle resonó, un sonido que helaba la sangre. «¡Danza, danza!» exclamó, con su voz cargada de una alegría sádica mientras disparaba sin cesar. Suletta apretó los dientes, su mente trabajaba a mil por hora. Sabía que un enfrentamiento a distancia era inútil; el rifle de plasma de Uranielle tenía un alcance y una potencia que el Aerial no podía igualar. Además, con Miorine en la cabina, no podía arriesgarse a hacer algo demasiado temerario. Sin embargo sus opciones se redujeron aún más cuando del hombro del Viper un rail de largo alcance se desplegó, apuntando directamente al Aerial. Ráfagas eléctricas estallaron hacia ellas, rayos azulados que chispearon contra los escudos del Gundam, haciendo que los sistemas parpadearan con advertencias. Miorine, con lágrimas rodando por sus mejillas, cerró los ojos con fuerza, mientras su cuerpo temblaba contra el de Suletta. «No hay tiempo», susurró Suletta para sí misma, el pánico crecia. Impulsó al Aerial hacia adelante, activando los escudos al máximo, y comenzó a disparar con su propio rifle de plasma, intentando al menos ganar algo de espacio. Los rayos del Aerial cortaron el espacio, pero Uranielle los esquivó con una precisión aterradora, su risa resonaba de nuevo. «¡Bailemos, bruja!» gritó, mientras su Viper se acercaba, entrando en rango de combate cuerpo a cuerpo. De los codos del Viper surgieron dagas láser, armas letales que brillaban con un rojo intenso. Uranielle atacó con una ferocidad brutal, y la diferencia de experiencia se hizo evidente de inmediato. Cada encuentro a corta distancia dejaba al Aerial con un nuevo daño: cortes profundos en la superficie de su blindaje, marcas abrasadoras en las articulaciones, y chispas que saltaban de los sistemas expuestos. Uranielle seguía riendo, disfrutando cada golpe. «¡Eres débil, bruja!» exclamó, con su voz cargada de desprecio. «¡Vas a morir aquí, y voy a clavar tu cráneo en una de mis armas como trofeo!» El Viper se acercó a rango crítico, golpeando duramente la cabina del Aerial con un puñetazo que hizo temblar toda la estructura. Suletta y Miorine sintieron el impacto, sus cuerpos fueron sacudidos por la fuerza del golpe. El Aerial perdió el equilibrio, chocando contra un asteroide cercano con un estruendo brutal. La colisión dejó al Gundam atascado contra la roca, sus sistemas emitian alertas de daño crítico. «¡Las quiero vivas, Uranielle!» exclamó Elnora a través del comunicador, su voz fría y autoritaria desde la base de Ochs. Uranielle soltó una risa cruel. «¡Una persona sin piernas sigue estando viva!» respondió, mientras apuntaba su rifle de plasma directamente al Aerial. Disparó sin dudar, y el rayo impactó de lleno en la pierna izquierda del Gundam, desintegrándola en una explosión de metal fundido y chispas. Parte de la mano derecha del Aerial quedó calcinada, el blindaje derretido goteando como cera. Los sistemas comenzaron a fallar, luces rojas parpadeando en la cabina mientras el Gundam se tambaleaba, al borde del colapso. En la mente de Suletta, Eri gritó de dolor el cual resonó como si el daño al Aerial lo estuviera sintiendo ella misma. «¡Mami, duele!» lloró, con su voz infantil llena de angustia. Miorine, inconsciente por el impacto, tenía un hilo de sangre corriendo desde su frente, su cuerpo estaba inerte contra Suletta. La desesperación la consumió, sus manos temblaban mientras intentaba estabilizar el Aerial. «No, no, no, no, no», repetía, mientras las lágrimas caian por su rostro mientras veía el cañón del Viper les apuntaba de nuevo. Desde el comunicador central, la voz de Uranielle resonó, cargada de un placer sádico. «Adiós, bruja» Dijo en un susurro y luego, disparo. Sin embargo, sus dedos no se movieron. Intentó disparar nuevamente, pero su cuerpo estaba inmóvil, como congelado. «¿Qué mierda… maldita bruja, que has hecho?» gruñó, mientras las lecturas del PERMET en el Viper se disparaban a niveles críticos. Pantallas de alerta roja llenaron su cabina, los sistemas empezaron a colapsar uno tras otro. Algunas pantallas explotaban por la sobrecarga, enviando fragmentos de vidrio y chispas a su alrededor. La sangre comenzó a brotar de la nariz de Uranielle, en un flujo constante que goteaba por su barbilla. El PERMET de Suletta se había descontrolado, entrando en conflicto con el de Uranielle a un nivel devastador. La conexión mental entre ambas brujas, amplificada por sus Gundams, se había convertido en un arma letal. Suletta, en un trance de pura furia y desesperación, dejó que su PERMET se desatara por completo. El Aerial, con su única mano libre, tomó el cuello Viper con una fuerza monstruosa, como un depredador vengativo. La presión mental del PERMET de Suletta aplastó la mente de Uranielle, haciéndola gritar mientras la sangre brotaba no solo de su nariz, sino también de sus oídos y su boca, manchando su máscara y su uniforme. «¡Suletta, NO!» gritó Elnora por el comunicador, con su voz resonando con una mezcla de furia y alarma. Pero la interferencia del PERMET descontrolado cortó la comunicación con la base de Ochs, dejando solo estática. Suletta, atrapada en su trance, no escuchaba nada. El Aerial arrinconó al Viper contra el mismo asteroide donde había chocado, aplastándolo con una fuerza implacable. Partes del Viper comenzaron a explotar, sus circuitos estaban quemándose y fragmentos de metal se desprendian en el vacío. Con un estruendo final, los sistemas del Viper se apagaron por completo, y su estructura colapso en un amasijo de metal destrozado. Suletta quedó inconsciente, con su cuerpo desplomándose sobre los controles. Sangre goteaba de su nariz y sus ojos, y marcas rojas brillantes en su rostro, como venas pulsantes, comenzaron a desvanecerse lentamente. El esfuerzo mental había sido demasiado. Eri, tomando el control del Aerial con lo poco que quedaba de sus sistemas funcionales, impulsó el Gundam hacia adelante, sacándolo del rango de Ochs con una maniobra desesperada. El Aerial, gravemente dañado, se alejó flotando entre los escombros, con su pierna izquierda destruida y su mano derecha calcinada, pero aún operativo gracias a la intervención de Eri. La onda expansiva del PERMET descontrolado de Suletta había dejado los sistemas de la base de Ochs fuera de combate. Las comunicaciones, los sensores y los sistemas de energía colapsaron temporalmente, sumiendo la estación en el caos. Cuando finalmente se restablecieron, horas después, Mobile Suits de reconocimiento fueron enviados al lugar donde se había librado la batalla. Entre los restos del asteroide, encontraron el Viper de Uranielle, irreconocible, con todos sus circuitos quemados y su estructura colapsada como una cáscara vacía. Al abrir la cabina del piloto, los soldados de Ochs retrocedieron, horrorizados. El cuerpo de Uranielle Uranus estaba allí, pero su cabeza era un desastre irreconocible: su cráneo había reventado bajo la presión del PERMET, y su cerebro, reducido a un puré sanguinolento, el cual se mezclaba con fragmentos de hueso y sangre coagulada. La Bruja de Urano había encontrado su fin a manos de la Bruja de Mercurio, un final brutal que resonaría como una advertencia para Ochs. Dentro del Aerial, Suletta permanecía inconsciente, con su respiración débil. Miorine, aún inconsciente, descansaba contra ella, la sangre seca en su frente era un recordatorio de lo cerca que habían estado de la muerte. Eri, con su voz infantil temblando de cansancio, mantuvo el control del Gundam, alejándolas lo más posible del alcance de Ochs. El Aerial flotaba a la deriva cerca de los anillos de Saturno, como un gigante de metal herido que había agotado toda su energía tras la batalla con Uranielle. Sus propulsores estaban apagados, y su blindaje, cubierto de cortes profundos y quemaduras, reflejaba la luz tenue del planeta como un espejo roto. Solo el soporte vital seguía activo, un zumbido débil que mantenía el aire respirable dentro de la cabina, pero el Gundam era poco más que un pedazo de metal sin vida, perdido en el vasto silencio del espacio. Miorine despertó con un sobresalto, su cuerpo estaba dolorido y su mente nublada por el impacto contra el asteroide. El silencio opresivo de la cabina la golpeó de inmediato, y cuando sus ojos se ajustaron a la penumbra, el horror la invadió. Suletta estaba desplomada sobre los controles, con su cuerpo inmóvil. Rastros de sangre seca manchaban su rostro, goteando desde su nariz y sus ojos, y su piel anaranjada estaba pálida, casi sin vida. «No, no, no, por favor», susurró Miorine, temblando mientras se arrastraba hacia ella, el pánico estaba apoderándose de su pecho. Con manos temblorosas, tomó a Suletta y la acomodó con cuidado en la silla del piloto, apartándola de los controles. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos mientras abría la camisa de Suletta, desgarrando la tela con dedos torpes para tomarle el pulso. Era débil, apenas un susurro de vida bajo su piel. «No puedes morir aquí, Suletta», dijo Miorine, quebrándose mientras comenzaba a aplicarle RCP, presionando el pecho de Suletta con movimientos desesperados. «No después de todo esto, por favor». Entre compresiones, se inclinó y le dio respiración boca a boca, con sus lágrimas cayendo sobre el rostro de Suletta. «Por favor, no te atrevas a dejarme sola», suplicaba, en un grito ahogado mientras seguía con el RCP, negándose a rendirse. Tras varios intentos, Suletta tosió débilmente, un sonido ronco que rompió el silencio. Su pulso se volvió un poco más fuerte, pero seguía inconsciente, y su estado crítico. Miorine dejó escapar un sollozo de alivio mezclado de miedo, su cuerpo aun temblaba mientras la miraba. «Eri… Eri… ¿estás ahí? Por favor», llamó, llena de temor mientras buscaba alguna señal de la niña que habitaba el Gundam. Pero no hubo respuesta, solo el zumbido del soporte vital y el silencio del espacio. Con el corazón en un puño, Miorine se apoyó sobre el pecho de Suletta, abrazándola con fuerza mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. Estaba perdida, llena de dudas y sin opciones claras. El Aerial estaba a la deriva, Suletta al borde de la muerte, y Eri no respondía. No sabía cuánto tiempo podrían sobrevivir así. Sin embargo no podía rendirse. Con un movimiento tembloroso, metió la mano en uno de sus bolsillos y sacó un pequeño localizador, un dispositivo que había guardado como último recurso. Lo presionó con dedos temblorosos, y una luz roja comenzó a parpadear, emitiendo una señal de emergencia. Segundos después, una voz masculina resonó desde los pequeños parlantes del dispositivo, cortando el silencio. «¿Miorine?» Miorine, con las lágrimas aún corriendo por su rostro, respondió, quebrándose de desesperación. «Shaddiq, necesito tu ayuda». Shaddiq Zenelli, era el heredero de Grassley Defense Systems, un joven atrapado por las expectativas de su apellido, al igual que Miorine Rembran. Sin embargo, a diferencia de ella, Shaddiq había perfeccionado el arte de las apariencias. Frente a todos, incluido su padre Sarius Zenelli, proyectaba una imagen de fanfarronería y galantería, un mujeriego carismático que conquistaba a las damas con su sonrisa y su encanto. Era millonario, guapo y astuto, un combo irresistible que le permitía tener varias citas al mismo tiempo sin que las chicas se quejaran demasiado. Pero había una persona que había visto más allá de su fachada: Miorine. Ella, franca y directa, nunca ocultaba sus sentimientos, dejando claro lo que quería, lo que le gustaba y lo que no. Shaddiq, por otro lado, escondía un secreto: había desarrollado sentimientos profundos por Miorine desde que eran niños, sentimientos que guardaba muy dentro de sí, sabiendo que su naturaleza de mujeriego y su incapacidad para sentar cabeza lo hacían incompatible con alguien como ella. A pesar de eso, su amistad había florecido, un vínculo forjado por el entendimiento mutuo de lo que significaba estar atrapados por sus apellidos. Cuando recibió el llamado de rescate de Miorine, Shaddiq no dudó. Desde su base en una de las colonias orbitales de Grassley, dio órdenes inmediatas a Sabina Fardin, su lugarteniente más confiable, para que la encontrara y la trajera de vuelta como prioridad absoluta. Sabina, una mujer seria y profesional, partió de inmediato en la nave clase corbeta La Lucerne, acompañada por Renee Costa, una piloto más relajada y sarcástica que formaba parte del equipo de Grassley. En la cabina de mando de la Lucerne, Sabina y Renee viajaban en un silencio tenso mientras la nave se dirigía a Saturno, siguiendo las coordenadas del SOS de Miorine. Renee, reclinada en su asiento con una pierna sobre el reposabrazos, rompió el silencio con un tono burlón. «Shaddiq siempre pierde la cabeza cuando se trata de la princesa Rembran», dijo, jugueteando con un mechón de su cabello mientras miraba a Sabina de reojo. Sabina, con las manos firmes en los controles y la mirada fija en las pantallas de navegación, respondió con frialdad. «No es de nuestra incumbencia lo que haga o piense Shaddiq». Su tono era profesional, desprovisto de cualquier emoción, como siempre lo era cuando se trataba de cumplir órdenes. Renee hizo sonar su lengua, un gesto de fastidio. «Aburrida», murmuró, cruzando los brazos mientras miraba por la ventana hacia el espacio infinito. El silencio volvió a instalarse entre ellas, pesado y cargado de sus diferencias. Sabina, siempre enfocada, rompió la quietud con un comentario más serio. «La guerra pronto estallará», dijo, su voz baja pero firme. «Después del atentado contra Asticassia, ni UNISOL ni SOVREM se van a quedar quietos». Renee soltó un «pff» de burla, encogiéndose de hombros. «UNISOL lo va a categorizar como un ataque terrorista y lo usará para cazar rebeldes y a la oposición, como siempre», dijo, cargado de cinismo. «Nada nuevo». Sabina giró la cabeza ligeramente, su mirada endurecida. «Posiblemente sea algo más grande», replicó, con su voz teñida de una cautela que Renee no compartía. No dijo más, y el silencio volvió a reinar mientras la Lucerne llegaba a Saturno, sus sensores captando un objeto a la deriva: un Mobile Suit destrozado, flotando entre los anillos del planeta como un cadáver metálico. Renee se inclinó hacia la pantalla, sus ojos abriéndose con sorpresa. «Mierda…», murmuró, mientras el Gundam se hacía visible. Era el Aerial, gravemente dañado, con una pierna desintegrada, la mano derecha calcinada y cortes profundos marcando su blindaje. Sabina endureció la mirada, su profesionalismo tomando el control. Activó los altavoces de la nave y comandó con voz firme: «Inicien la labor de rescate. Drones de maniobras, preparen las grúas y traigan el Mobile Suit al hangar. Equipo médico y guardias, estén listos». Drones de maniobras salieron del hangar de la Lucerne, sus brazos mecánicos extendiéndose para enganchar al Aerial con cables de acero reforzado. Las grúas lo arrastraron lentamente hacia la nave, el Gundam entrando en el hangar con un ruido metálico que resonó en el espacio. Sabina, Renee, un equipo médico y varios guardias se acercaron mientras la cabina del Aerial se abría con un siseo hidráulico, revelando una escena desgarradora. Miorine Rembran estaba dentro, abrazando a Suletta Mercury con desesperación. Suletta estaba inconsciente, su cuerpo desplomado en la silla del piloto, con rastros de sangre seca en su nariz y ojos, y su piel anaranjada pálida como nunca. Miorine, con lágrimas en los ojos y un hilo de sangre seca en su frente, levantó la vista hacia el equipo de rescate, su expresión una mezcla de alivio y terror. Renee dejó escapar un silbido largo, sus ojos abriéndose con incredulidad. «Oh, mierda… Esto no le va a gustar al jefe», murmuró, en un tono cargado de preocupación mientras observaba la escena. Miorine Rembran despertó en una enfermería, la luz blanca y estéril del lugar cegándola momentáneamente. Una vía estaba conectada a su brazo, un líquido claro goteando lentamente mientras rehidrataba su cuerpo. Su mente, aún nublada por los eventos recientes, se aclaró de golpe al recordar lo sucedido. «¡Suletta!» exclamó, con su voz ronca mientras se incorporaba con dificultad, buscando a su amiga con la mirada. Pero Suletta no estaba allí. Giró la cabeza y se encontró con Shaddiq Zenelli sentado a su lado, su mirada fija en ella. Sus ojos, normalmente llenos de un encanto despreocupado, ahora mostraban una expresión conflictiva, una mezcla de alivio y algo más que Miorine no pudo descifrar. «Shaddiq…», dijo, su tono cargado de gratitud al verlo. Shaddiq la miró en silencio por un momento, su rostro tenso. Miorine, con el pánico creciendo en su pecho, no esperó a que hablara. «Shaddiq, ¿dónde está Suletta?» preguntó, su voz temblando. Al no recibir una respuesta inmediata, su desesperación se intensificó. «¡Shaddiq, por favor! ¿Dónde está? ¿Dónde está Suletta?» Shaddiq entrecerró los ojos, sus cejas se juntaban mientras cerraba los párpados por un instante, como si intentara calmarse. Cuando los abrió, su voz era lenta, marcando cada palabra con precisión. «Suletta», dijo, como si probara el nombre. «Se encuentra en la habitación de al lado». Miorine no dudó. Con un movimiento rápido, se desconectó la vía de su brazo, ignorando el pinchazo de dolor. Shaddiq se puso de pie de inmediato, extendiendo una mano hacia ella. «¡Espera! Aún estás débil», exclamó, pero Miorine no lo escuchó. Se levantó, y un mareo la golpeó de inmediato, haciendo que el mundo girara a su alrededor. No le importó. Apoyándose en la pared, se dirigió hacia la salida, tambaleándose, pero decidida, mientras Shaddiq la seguía de cerca, su expresión una mezcla de preocupación y resignación. Entró a la habitación contigua, y su corazón se detuvo al ver a Suletta. Estaba en una cama médica, con una vía en el brazo y una máscara de oxígeno cubriendo su rostro. Sensores pegados a su pecho monitoreaban su actividad cardíaca, y un beep constante llenaba la sala con cada latido débil pero estable. «Oh, Dios…», susurró Miorine, acercándose rápidamente a la cama. Tomó la mano de Suletta, sintiendo su piel fría pero viva bajo sus dedos. Con ternura, acarició el cabello rojo de Suletta, despejando algunos mechones de su frente mientras las lágrimas amenazaban con caer de nuevo. Shaddiq, de pie detrás de ella, observaba la escena en silencio, manteniendo su compostura. Suspiró, cruzando los brazos antes de hablar. «Los doctores dicen que ha sufrido daños en su entropía», explicó, su voz calmada pero cargada de un tono analítico. «Sin embargo, están fascinados. Ella es una usuaria del PERMET, una bruja, ¿cierto?» Miorine se quedó inmóvil, su mano aún sosteniendo la de Suletta. Giró lentamente para enfrentar a Shaddiq, sus ojos grises brillando con una mezcla de cautela y desafío. Shaddiq continuó, su mirada fija en ella. «Miorine, el PERMET a nivel 5 sobrecarga el sistema nervioso central del piloto. El cerebro acelera su consumo de energía, lo que lleva a un deterioro celular acelerado. Este deterioro se representa como un aumento de la entropía interna del cuerpo humano, un colapso biológico a nivel molecular. Las células pierden cohesión, envejecen prematuramente o incluso se desintegran». Hizo una pausa, dejando que las palabras calaran. «Cualquier usuario del PERMET ya estaría muerto». Miorine lo escuchaba, su respiración entrecortada mientras procesaba la información. «Pero ella…», dijo Shaddiq, señalando a Suletta con un gesto de la mano, «no lo está. Sí, su entropía está dañada, pero no ha muerto. Y lo más sorprendente: su entropía se está reparando por sí sola». Miorine lo miró con incredulidad, un atisbo de esperanza iluminando su rostro. «¿Quieres decir… que se va a curar?» preguntó, su voz temblando con una mezcla de miedo y anhelo. Shaddiq suspiró, tomándose unos segundos antes de responder. «Sí», dijo finalmente, su tono más suave ahora. Las lágrimas que Miorine había estado conteniendo finalmente se derramaron, y sin pensarlo, se lanzó hacia Shaddiq, envolviéndolo en un abrazo de pura gratitud. «Gracias…», susurró, su voz quebrándose mientras las lágrimas mojaban la camisa de Shaddiq. Él devolvió el abrazo con cuidado, acariciando su cabeza con una ternura que contrastaba con su habitual fachada de galán despreocupado. «Siempre…», respondió en un murmullo, su voz cargada de una emoción que rara vez mostraba. Miorine se separó, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano mientras suspiraba, intentando recomponerse. Miró a Shaddiq, su mente despejándose lo suficiente para formular una nueva pregunta. «¿Dónde estamos?» Shaddiq sonrió de lado, una chispa de su carisma habitual regresando a su expresión. «En la luna de Titán», dijo, su tono más ligero ahora, como si quisiera aliviar la tensión del momento. Suletta despertó abriendo los ojos de golpe, con su respiración entrecortada mientras la desorientación la envolvía. No sabía dónde estaba. Lo último que recordaba era el cañón del rifle de plasma de Uranielle apuntándole, la risa maníaca de la Bruja de Urano resonando en sus oídos, y luego… todo se había nublado. Su mirada viajó frenéticamente por la habitación: paredes blancas, equipo médico, un beep constante que marcaba un ritmo cardiaco. Intentó incorporarse, pero sintió un peso cálido sobre su estómago que la detuvo. A su lado, sentada en una silla con la cabeza apoyada sobre su abdomen, estaba Miorine, profundamente dormida. La visión de Miorine, viva y a salvo, hizo que las lágrimas brotaran de los ojos de Suletta, cayendo silenciosamente por sus mejillas. De algún modo, contra todo pronóstico, habían sobrevivido. Miorine estaba viva. El alivio la inundó, pero los sollozos suaves que escaparon de su garganta despertaron a Miorine. Miorine levantó la cabeza, sus ojos grises encontrándose con los de Suletta. Por un instante, el mundo pareció detenerse, y luego, con una ternura que contrastaba con su habitual franqueza, Miorine acarició la cabeza de Suletta, sus dedos deslizándose suavemente por su cabello rojo. Se inclinó hacia ella, depositando besos suaves en su frente mientras susurraba: «Shhh, aquí estoy. Todo está bien». Los sollozos de Suletta, que temblaban con una mezcla de alivio y trauma, comenzaron a disminuir bajo el consuelo de Miorine. «Aquí estoy… aquí estoy…», repetía Miorine, acurrucando la cabeza de Suletta contra su pecho, abrazándola con una calidez que Suletta no sabía que necesitaba tanto. Fuera de la habitación, Shaddiq Zenelli observaba la escena a través de la ventana de vidrio, su semblante serio y los brazos cruzados. A su lado, Sabina Fardin había llegado, sosteniendo una hoja que parecía un informe breve. Shaddiq no apartó la mirada de Miorine y Suletta mientras hablaba. «¿Qué te han dicho?» preguntó, su tono seco, sin mirarla. Sabina respondió con su habitual profesionalismo, su voz firme y precisa. «El Mobile Suit está construido de Gundarium. Ningún fabricante conocido ha firmado su construcción. El firmware está encriptado, no podemos acceder a él, y no sabemos quién lo diseñó. Tiene un patrón biométrico, lo que significa que otros pilotos no pueden operarlo. Su reactor es nuclear y cuenta con un ciclo de energía renovable que, en teoría, permite que el Mobile Suit no necesite recargarse. Sin embargo, el módulo fue dañado en batalla. Es una suerte que el reactor no haya explotado». Shaddiq giró hacia ella de golpe, sus ojos entrecerrados con una mezcla de incredulidad y alarma. «¿Estás diciendo que tenemos una bomba nuclear en estas instalaciones?» dijo, mirándola directamente a los ojos. Sabina no se inmutó. «Sí y no», respondió con calma. «El reactor es nuclear, y si explotara, podría igualar la potencia de una bomba atómica. Sin embargo, está apagado y sellado. Los técnicos lo han reparado para evitar incidentes, y las piezas faltantes pueden ser reemplazadas. Tenemos Gundarium aquí en Titán, del mismo tipo que usa este… Mobile Suit tan especial». Shaddiq se tomó el puente de la nariz, suspirando profundamente mientras procesaba la información. «¿Esta bruja es la que participó en la masacre de Asticassia?» preguntó, su voz cargada de cautela mientras volvía a mirar hacia la habitación. Sabina bajó el informe, su expresión imperturbable. «No tenemos información suficiente. Lo que sabemos es que el grupo terrorista llamado Ochs atacó Asticassia con seis naves fragatas y una bruja. Si esta es esa bruja, ¿por qué Ochs no está con ella? ¿Por qué estaba en ese estado? Y lo más importante, ¿por qué la señorita Rembran está tan preocupada por ella?» dijo, terminando de leer el informe con un tono analítico. Shaddiq suspiró, sus hombros tensándose. No tenía las respuestas, y eso lo frustraba. «Podríamos reportar a esta bruja con Dominicus», dijo, su mirada volviendo a Miorine y Suletta, la idea cruzando su mente como una posibilidad práctica. Sabina respondió sin dudar, su tono directo. «Puede hacerlo, sí. Sin embargo, si lo hace, no creo que la señorita Rembran lo perdone. ¿Está dispuesto a correr ese riesgo?» Shaddiq apretó los puños, la verdad de las palabras de Sabina golpeándolo con fuerza. Sabina tenía razón. Perder a Miorine, incluso su amistad, era un costo que no estaba dispuesto a pagar, no después de todo lo que había hecho para mantenerla cerca. Suspiró de nuevo, esta vez con resignación. «Tienes razón…», admitió, antes de dar media vuelta y alejarse del lugar, sus pasos resonando en el pasillo. Sabina se quedó un momento más, observando a Miorine y Suletta a través del vidrio. La escena entre ambas era íntima, cargada de una conexión que incluso ella, con su naturaleza profesional y distante, podía percibir. Giró sobre sus talones y se dirigió al hangar mecánico, donde el Aerial estaba estacionado, un enigma de metal y tecnología que prometía más preguntas que respuestas. En el hangar, el Aerial descansaba bajo luces brillantes, su blindaje dañado expuesto mientras los técnicos trabajaban a su alrededor. Sabina se detuvo frente al Gundam, su mirada evaluando cada detalle. El Mobile Suit era una obra maestra, pero también una amenaza. Mientras Ochs, Dominicus y UNISOL se preparaban para una guerra que parecía inevitable, el Aerial y su piloto, la Bruja de Mercurio, podrían ser la clave para cambiar el rumbo del conflicto… o para destruirlo todo. Los días en la base de Grassley Defense Systems en Titán transcurrían con una calma que parecía casi irreal tras el caos que Suletta y Miorine habían enfrentado. Suletta mejoraba excepcionalmente con cada día que pasaba. El color anaranjado de su piel había regresado, sus movimientos eran cada vez más fluidos, y las articulaciones que habían estado rígidas tras su colapso volvían a la normalidad. Los doctores estaban asombrados, pero para Miorine, que no se despegaba de su lado, cada pequeño avance era motivo de celebración. Miorine se había vuelto más cariñosa y amorosa, mostrando un afecto que no intentaba ocultar. Le daba de comer a Suletta con una ternura que rayaba en lo exagerado, sosteniendo la cuchara con cuidado mientras le ofrecía sopa o trozos de comida sintética. Sus manos acariciaban el brazo de Suletta, su cabeza, sus cabellos, como si necesitara asegurarse constantemente de que estaba allí, viva y a salvo. Suletta, aunque agradecida, no podía evitar reírse. «Señorita Miorine, ya puedo comer sola», decía, su tono entre divertido y avergonzado mientras intentaba tomar la cuchara. Miorine, sin embargo, no cedía, una sonrisa suave curvando sus labios. «Aún estás débil», respondía, su voz cargada de cariño mientras le llevaba otro bocado a la boca. No había discusión posible, y Suletta, aunque fingía protestar, se dejaba cuidar, sintiendo una calidez que no había experimentado antes. Con el tiempo, Suletta ya podía ponerse de pie sin ayuda. Las muletas que había usado al principio ya no eran necesarias, y caminaba con paso firme por los pasillos de la base. Miorine, siempre a su lado, se aferraba a su brazo mientras paseaban, sus dedos entrelazados con los de Suletta como si temiera que desapareciera. Suletta sentía el cuidado de Miorine en cada gesto, en cada mirada, y aunque no entendía completamente por qué Miorine era tan protectora, le gustaba. Por su parte, Miorine no tenía miedo de mostrar su afecto; para ella, era más que obvio lo que sentía, y no veía razón para ocultarlo. Semanas después, Suletta estaba completamente recuperada. Podía caminar sin problemas, mover sus articulaciones con libertad, y su cuerpo estaba tan fuerte como antes. Sin embargo, había algo que no había hecho desde que despertó: usar el PERMET. Desde su colapso, no lo había activado; estaba como dormido, una parte de ella que aún no se atrevía a despertar, temiendo las consecuencias de lo que había pasado con Uranielle. Una tarde, Suletta se dirigió a uno de los balcones de la base, un mirador que ofrecía una vista espectacular del horizonte de Titán. Frente a ella, la superficie helada y anaranjada de la luna se extendía hasta donde alcanzaba la vista, y en el fondo, Saturno se alzaba majestuoso, sus anillos brillando bajo la luz del sol distante. Suletta apoyó las manos en la barandilla, perdiéndose en la inmensidad del paisaje, su mente llena de pensamientos sobre todo lo que había vivido. Miorine llegó a su lado, acariciando su brazo con suavidad antes de detenerse junto a ella. Observó a Suletta mirar el horizonte, y sin pedir permiso, se colocó delante de ella, dándole la espalda. Suletta se sorprendió, parpadeando con confusión mientras Miorine la miraba el horizonte con una sonrisa tierna. «Abrázame…», dijo Miorine, con una voz suave pero directa. Suletta, un poco sonrojada, obedeció, rodeándola con sus brazos desde atrás. Miorine se acurrucó contra ella, su cuerpo encajando perfectamente en el abrazo de Suletta mientras ambas miraban el horizonte. El calor de Suletta, tan característico de los mercurianos, envolvió a Miorine, y por un momento, el frío de Titán pareció desvanecerse. «Es hermosa…», murmuró Suletta, su voz llena de asombro mientras contemplaba el paisaje. Miorine, inclinando la cabeza hacia atrás y apoyando su nuca en el hombro de Suletta en un gesto íntimo, sonrió con picardía. «¿Quién? ¿La luna? ¿O yo?» preguntó, en un tono juguetón mientras sus ojos grises brillaban con diversión. Suletta se sonrojó intensamente, tartamudeando mientras intentaba encontrar las palabras. «N-ningún planeta… se puede comparar con tu belleza», dijo finalmente, su voz baja y tímida, las mejillas ardiendo bajo su piel anaranjada. Miorine se sonrojó también, pero su risa fue suave, cálida, un sonido que llenó el silencio del balcón. «Siempre dices las cosas correctas en el mejor momento», respondió, con su voz cargada de afecto. Se giró lentamente, quedando frente a frente con Suletta. Sus miradas se encontraron, y el aire entre ellas se cargó de una electricidad silenciosa. Miorine pasó los brazos por el cuello de Suletta, mientras esta la abrazaba por la cintura, sus manos descansando con naturalidad en sus caderas. Hubo un silencio entre ellas, una atracción palpable que no necesitaba palabras. Sus rostros se acercaron lentamente, sin planearlo, sin forzarlo, como si el universo mismo las hubiera guiado a ese momento. Sus labios se encontraron en un beso cálido, suave, lleno de amor. Miorine abrazó a Suletta con más fuerza, y Suletta respondió de la misma manera, sus corazones latiendo al unísono mientras se sumían en un beso tierno, cargado de sentimientos que habían crecido en medio del caos. Cuando se separaron, sus frentes se apoyaron una contra la otra, y ambas se miraron con una mezcla de emoción y felicidad. Miorine, con los ojos brillosos y una sonrisa radiante, dejó escapar una risa suave. Suletta, con un sonrojo que no podía ocultar, rió también, su timidez contrastando con la seguridad de Miorine. Sin decir nada más, se inclinaron de nuevo y volvieron a besarse, el horizonte de Titán a sus espaldas, Saturno y sus anillos como testigos silenciosos de un amor que había florecido contra todo pronóstico. En ese momento, en la calma de Titán, Suletta y Miorine encontraron un refugio en los brazos de la otra, un instante de paz antes de que la guerra, que se gestaba en las sombras, las alcanzara de nuevo.
2 Me gusta 1 Comentarios 1 Para la colección Descargar
Comentarios (0)