Capítulo 6 El Precio de un Secreto
14 de septiembre de 2025, 2:09
En una sala de reuniones de la base de Grassley en Titán, una pantalla holográfica proyectaba un noticiero que abarcaba todo el sistema solar, SolarNet News. El presentador, un hombre de mediana edad con cabello perfectamente peinado y un traje gris, hablaba con un tono grave mientras miraba a la cámara. «Buenas noches, soy Arlen Kastor, y les traemos las últimas noticias sobre el devastador ataque a Asticassia. Hace unas semanas, la prestigiosa academia fue escenario de un atentado sin precedentes perpetrado por el grupo terrorista conocido como Ochs, el conteo de muertos es, espeluznante. Lo que están a punto de ver contiene imágenes sensibles que pueden herir la susceptibilidad del público, por lo que recomendamos discreción».
La pantalla cambió a grabaciones caóticas del ataque. Mobile Suits pintados con el emblema de Ochs, el cual consistía en un círculo roto, descendían sobre Asticassia, sus cañones de plasma disparaban ráfagas de energía que perforaban el casco de la estación. Los rayos rojos cortaban el aire, y gritos de pánico resonaban mientras estudiantes y ejecutivos corrían por sus vidas, algunos cayendo bajo el fuego indiscriminado. Las imágenes mostraban escombros flotando en el espacio, cuerpos sin vida y naves de evacuación destrozadas, un testimonio brutal del caos que había consumido la academia.
Arlen Kastor reapareció en pantalla, con una expresión sombría. «Las autoridades de SOVREM, con el respaldo de las cabezas de UNISOL, han iniciado una operación masiva para buscar y apresar a los culpables. Se han desplegado fuerzas en todo el sistema solar, y se espera que los responsables sean llevados ante la justicia pronto. Seguiremos informando a medida que se desarrollen los acontecimientos».
Miorine la cual estaba sentada frente a la mesa de vidrio pulido de la sala, apagó la pantalla con un gesto brusco, su rostro estaba pálido y sus labios apretados en una línea de frustración. «Esto es un desastre», murmuró, con su voz cargada de una mezcla de furia y cansancio mientras se pasaba una mano por su cabello plateado.
Shaddiq, quien permanecía de pie frente a ella, cruzó los brazos con su mirada fija en Miorine. «No han hecho ninguna mención de ti», dijo, con un tono calmado, pero con un dejo de preocupación. «Oficialmente, estás desaparecida».
Miorine lo miró y sus ojos grises se entrecerraron mientras procesaba sus palabras. «Es posible que mi padre no quiera causar más alarmas ni darle pistas a Ochs», respondió, con su voz más firme ahora, aunque la tensión en su postura era evidente. «Si anuncia que estoy viva, podría darles una ventaja».
Shaddiq suspiro y luego asintió lentamente, su expresión paso de relaja a endurecerse en segundos. «Probablemente. Pero eso no cambia lo que está pasando ahí fuera». Se inclinó ligeramente hacia adelante, apoyando las manos en la mesa. «El ataque dejó 342 muertos confirmados, entre ellos Vim Jeturk. Jeturk Heavy Machinery está en crisis ahora con el CEO muerto, esto es un golpe directo a la élite del Grupo Benerit».
Miorine alzó una ceja, y su expresión se endurecio al escuchar el nombre del padre de Guel. «¿Vim Jeturk está muerto?» preguntó, con un tono seco, aunque no podía ocultar un dejo de sorpresa.
Shaddiq asintió, con su mirada aun fija en ella. «Sí. Y no es lo peor. Guel, fue encontrado escondido en uno de los hangares, temblando como un niño. Ahora es el CEO de la compañía de su padre, pero nadie cree que esté listo para manejar ese peso». Hizo una pausa, esperando una reacción de Miorine.
Ella suspiro y cruzó los brazos para luego responder con su voz cargada de desdén. «Guel nunca estuvo listo para nada. No me sorprende que se escondiera». Dijo con un tono el cual era cortante, pero no añadió más, esperando que Shaddiq continuara.
Shaddiq negó con la cabeza para luego pasarse una mano por el cabello antes de seguir. «Eso no es todo. Dominicus ha lanzado operativos masivos en todo el sistema solar para encontrar ‘brujas’ y a Ochs. Están peinando cada colonia, cada estación. No van a descansar hasta que encuentren a los responsables». Hizo una pausa, para luego mirarla con intensidad. «Y luego está Mercurio. Han suspendido todas las operaciones. Todo el planeta está bajo arresto. Están interrogando a todos, buscando cualquier conexión con las brujas o con Ochs».
Miorine frunció el ceño, pero su reacción fue más de curiosidad que de empatía. «¿Mercurio? ¿Todo el planeta?» preguntó, con su tono más frío que preocupado. Miorine no tenía a nadie en Mercurio, lo único que la relacionaba con el planeta era Suletta y la mercuriana está aquí en Titan, junto con ella, así que la noticia no la golpeó con fuerza, aunque sí le hizo pensar en lo que Suletta podría estar sintiendo.
«Sí», confirmó Shaddiq, con su voz más baja ahora. «Es un caos, Miorine. Y ahora que sé lo que está pasando, necesito que me cuentes tu versión. ¿Qué pasó exactamente en Asticassia? ¿Y quién es esta Mercuriana que tanto idolatras?»
Miorine suspiró, y su mirada se suavizo mientras su mente viajaba de vuelta a esos días. «Todo comenzó en el invernadero de Asticassia», dijo, su voz cargada de una ternura que no podía ocultar mientras jugaba con sus dedos, un brillo enamorado iluminaba sus ojos grises. «Estaba allí, cuidando mis plantas, cuando Guel intentó… imponerse, como siempre. Sin embargo, de un momento a otro ella apareció, Suletta. No sé cómo explicarlo, Shaddiq, pero fue como si el universo la hubiera enviado a salvarme. Se interpuso entre nosotros, y cuando Guel intentó atacarla, lo detuvo con una determinación que nunca había visto. Me defendió sin dudarlo, sin siquiera conocerme. Fue tan valiente, tan… genuina». Su voz se quebró ligeramente, y una sonrisa suave aparecio curvando sus labios mientras recordaba. «Desde ese momento, supe que era diferente. Luego vino la Cumbre del Grupo Benerit. Suletta actuó como mi guardaespaldas para mantenerme a salvo. Todo estaba llendo de maravilla, luego mi padre, me confrontó sobre quién era ella, pero antes de que pudiera explicarle, todo estalló. Las alarmas sonaron, y Dominicus irrumpió diciendo que había una bruja. Una explosión sacudió la estación. Un rayo de plasma perforó el casco de Asticassia, destruyendo todo a su paso. Mobile Suits de Ochs atacaron, matando a cualquiera que estuviera en su camino. Fue un caos absoluto».
Hizo una pausa, mientras su expresión se oscurecía al revivir el terror. «Suletta me sacó de allí. Me llevó al Aerial, su Gundam, y escapamos. Pero Ochs nos persiguió. Nos llevaron a una estación cerca de Urano, donde conocimos a otra bruja, la Bruja de Urano… Ella fue quien ataco Asticassia. Todo fue un plan para atraerme, para usarme como rehén contra mi padre. Suletta se enfrentó a Orch para protegerme, pero el Aerial quedó gravemente dañado. Si no fuera por ella, yo no estaría aquí».
Shaddiq escuchó con atención toda la historia, su expresión se endurecia con cada detalle. Cuando Miorine terminó, se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en la mesa. «No importa el mando que tome la mercuriana, Miorine para Dominicus…», dijo, en un tono grave y cargado de advertencia. «… es y será siempre una bruja, Dominicus la eliminará no importa el motivo. Y peor aún, si descubren que no es una bruja normal y de lo que es capaz de hacer, la capturarán y experimentarán con ella. Ellos no se detendrán hasta descifrar cómo es capaz de sobrevivir al PERMET a niveles que matarían a cualquier otro piloto».
Miorine suspiró, su mirada cayo a sus manos por un momento antes de volver a Shaddiq con determinación. «No voy a permitir que eso suceda», dijo, su voz firme, casi desafiante. «No dejaré que Dominicus la toque».
Shaddiq frunció el ceño, sus cejas se empezaban a juntarse mientras la estudiaba. «Te preocupas mucho por una chica que recién conoces», dijo, en un tono cargado de incredulidad el cual también dejo un rastro de frustración que Miorine pudo percibir.
Miorine lo miró directamente, y sus ojos grises brillaron con intensidad. «¿Cuál es tu punto?» preguntó, con una voz cortante, desafiándolo a que dijera lo que realmente pensaba.
Shaddiq se mordió el labio, y una chispa de frustración cruzo su rostro. «No quiero que salgas lastimada», admitió, con su voz más baja ahora, cargada de una preocupación genuina. «Esta chica… apenas la conoces, Miorine. ¿Y si es un peligro? ¿Y si te arrastra a algo de lo que no puedes salir?»
Miorine suavizó su expresión, pero su respuesta fue firme. «No debes preocuparte por eso, Shaddiq. Tú no conoces a Suletta».
Shaddiq la miró fijamente, y su frustración creció. «¿Y tú sí?» contraatacó, con su tono más afilado ahora, como si buscara una grieta en su determinación. «¿Cuánto tiempo llevas con ella? ¿Unas semanas? ¿Y ya estás dispuesta a arriesgarlo todo por ella?»
Miorine lo enfrentó con una mirada seria, sus labios estaban apretados en una línea de resolución. «¿Por qué estás tan metido en lo que Suletta y yo hagamos?» preguntó, con una voz baja pero cargada de desafío. «¿Por qué te molesta tanto que la defienda? ¿Qué te pasa, Shaddiq?»
Shaddiq suspiró, pasándose una mano por el cabello mientras intentaba controlar sus emociones. «No sé nada de esa chica, Miorine», dijo, en un tono más calmado pero lleno de tensión. «Llega de la nada, hace que tu vida corra peligro, y ahora estás aquí, defendiéndola a capa y espada. ¿Tanto te gusta? ¿En serio estás dispuesta a tirar todo por alguien que podría ser un arma viviente? ¿Que podría ponerte en el radar de Dominicus o de Ochs? ¿Qué estás haciendo, Miorine? ¿Por qué estás tan ciega con ella?»
Miorine se quedó mirándolo, con sus ojos entrecerrándose mientras procesaba sus palabras. Luego, con una honestidad que no intentó ocultar, respondió: «Sí, me gusta». Hizo una pausa, dejando que esas palabras calaran antes de continuar. «En el poco tiempo que la conozco, me ha hecho sentir viva, protegida y querida, más que cualquier pretendiente que me busca solo por mi apellido. Ella no me ve como una Rembran, Shaddiq. Me ve como Miorine. ¿Puedes entender eso? ¿Puedes entender lo que significa para mí sentirme… humana, por primera vez en mi vida?»
Shaddiq se quedó callado, sus labios se apretaban en una línea mientras sus ojos se oscurecían con una mezcla de emociones que no podía expresar. La intensidad de las palabras de Miorine lo golpeó como un puñetazo, y por un momento, no supo cómo responder. Finalmente, se apoyó con todo su peso en el mueble detrás de él, suspirando profundamente. «Espero que no te rompa el corazón», dijo, con su voz baja, casi resignada, mientras su mirada se perdía en un punto lejano.
Miorine lo observó por un momento, y su expresión se suavizo ligeramente ante la evidente preocupación de Shaddiq. Sin embargo, no había duda en su corazón. Suletta era más que una bruja, más que un arma o un peligro para Dominicus. Para Miorine, era alguien que valía la pena proteger, alguien que había cambiado su vida en formas que Shaddiq nunca entendería. Pero Miorine sabía una cosa con certeza: no dejaría que nadie tocara a Suletta.
Suletta Mercury estaba de pie en la sala de mantenimiento de Mobile Suits de la base de Grassley en Titán, frente al Aerial. El Gundam, se mantenía destrozado tras el enfrentamiento con Uranielle, y era un espectáculo visual desolador. Parte de su cabeza estaba destruida, dejando cables expuestos y placas de Gundarium retorcidas. Las piernas habían sido completamente arrancadas, la mano derecha era un amasijo de metal calcinado, y profundas grietas y cortes marcaban su blindaje, todas evidencias brutales de la batalla que había librado. Suletta observaba en silencio al Aerial, perdida en sus pensamientos. Había tenido suerte, lo sabía, pero aún no comprendía del todo cómo había sobrevivido. Todo había estado en su contra: el daño, la persecución de Uranielle, la furia descontrolada de su PERMET. Sin embargo, un sentimiento de gratitud la envolvía al pensar que, a pesar de todo, había logrado salvar a Miorine.
Mientras estaba sumida en sus reflexiones, Renee Costa, una piloto del escuadrón Delta de Grassley, se acercó a su costado, con los brazos detrás de la cabeza y una expresión relajada. Miró al Aerial y soltó un comentario casual. «Está golpeado como la mierda… Pobre», dijo, en un tono cargado de un sarcasmo que no intentó ocultar.
Suletta giró la cabeza para verla, y sus ojos se encontraron con los de la rubia de cabello corto y actitud desenfadada. Renee, al notar la mirada de Suletta, le dedicó una sonrisa ladeada y se presentó. «Renee Costa, escuadrón Delta, piloto de vanguardia. Un gusto», dijo, extendiendo una mano con un aire confiado.
Suletta se puso nerviosa de inmediato, sus manos se movieron torpemente mientras intentaba corresponder el gesto. «S-Suletta Mercury», balbuceó, estrechando la mano de Renee con timidez. «Soy… minera en Mercurio», añadió, con su voz insegura mientras intentaba encontrar una manera de presentarse sin caer en la ridiculez.
Renee se quedó mirándola con una expresión que mezclaba incredulidad y diversión, hasta que finalmente soltó un «Pff» y estalló en carcajadas, inclinándose hacia adelante mientras se reía. «¿Minera? ¿No me jodas, es en serio? ¿Con qué mierda minan en Mercurio, con Mobile Suits?» dijo, en un tono burlón mientras se llevaba una mano al estómago, todavía riendo.
Suletta parpadeó, confundida, y comenzó a explicar con seriedad. «No, usamos martillos gravitacionales, y hay algunas personas que usan maquinaria pesada, como perforadoras de plasma o…», intentó aclarar, pero Renee la cortó con un gesto de la mano, todavía riendo.
«Era sarcasmo… ¿Entiendes qué es el sarcasmo, no?» dijo Renee, alzando una ceja mientras intentaba contener la risa.
Suletta parpadeó de nuevo, su expresión era de desconcierto haciendo que Renee suspirara y sacudiera la cabeza. «Olvídalo», murmuró, resignada, antes de girarse para mirar al Aerial de nuevo.
Ambas se quedaron en silencio por un momento, observando el Gundam destrozado. Renee rompió el silencio con un tono más serio. «Los mecánicos no pueden repararlo», dijo, cruzando los brazos. «No tienen los diseños, así que lo único que han hecho es resguardar el núcleo. No pueden acceder al sistema, está completamente bloqueado».
Suletta miró al Aerial, suspirando mientras procesaba las palabras de Renee. Luego, sin decir nada, comenzó a caminar hacia el Aerial con una expresión determinada. Renee frunció el ceño y dio un paso hacia ella. «Oye, espera», dijo, intentando detenerla, pero Suletta ya estaba subiendo por la escalera de mantenimiento hacia la cabina.
Con un movimiento hábil, Suletta abrió la compuerta de la cabina, revelando el interior. Una luz roja parpadeaba en el panel de control, indicando la energía crítica del sistema. Suletta se sentó en el asiento del piloto, con sus manos temblando ligeramente mientras miraba los controles. Renee, que había subido tras ella, se apoyó en la entrada de la cabina, observándola con curiosidad. «Te dije que está destrozado… No se pu—», comenzó a decir, pero su frase se cortó abruptamente.
Suletta tomó los controles, y de repente, el panel de control cobró vida con un zumbido. Las luces parpadeantes se estabilizaron, y las pantallas comenzaron a encenderse, mostrando datos y diagnósticos del sistema. Suletta, aún con miedo de activar su PERMET después de tanto tiempo, suspiró profundamente. Había evitado usar su conexión desde el enfrentamiento con Uranielle, temiendo las consecuencias de lo que había desatado. Pero ahora, frente al Aerial, sintió que era el momento. Cerró los ojos, respiró hondo y líneas azules comenzaban a formarse desde su cuello hasta su rostro mientras activaba su PERMET.
La cabina tomó vida por completo, los sistemas zumbaron mientras se sincronizaban con su mente. Los mecánicos en la sala de mantenimiento se detuvieron, estupefactos mirando al mobile suit destrozado encenderse y el reactor nuclear girar con vida, sus herramientas cayeron al suelo mientras intentaban procesar porque el reactor se había encendido. Renee, desde la entrada de la cabina, abrió los ojos de par en par con una expresión de incredulidad total. Suletta, con el PERMET estable por primera vez en semanas, escuchó una voz familiar en su cabeza, infantil y llena de alivio. «Llegas tarde, mami. Pensé que me habías olvidado», dijo Eri, en un tono cargado de una mezcla de reproche y felicidad.
Suletta sonrió, y una lágrima de alivio se deslizo por su mejilla mientras respondía en voz baja. «Nunca abandonaría a mi hija».
Renee alzó una ceja, con una expresión de confusión evidente. «¿Hija?» preguntó, con una voz cargada de curiosidad, pero no obtuvo respuesta. Suletta estaba concentrada en los controles, sus manos moviéndose con cuidado mientras verificaba los sistemas del Aerial. El PERMET se mantenía estable y sin signos de descontrol, lo que le permitió conectarse con Eri de nuevo. No la había perdido. Gracias al cielo, Eri seguía allí, y el Aerial, aunque destrozado, aún tenía vida.
Suletta cerró los ojos por un momento, agradecida de que, a pesar de todo, seguía teniendo a su “hija” y a Miorine, sabiendo que no estaba sola.
El hangar de mantenimiento estaba sumido en un caos controlado. Los mecánicos trabajaban en varios Mobile Suits, el sonido de herramientas y el zumbido de maquinaria llenaban el aire con los trabajos rutinarios. Sin embargo el ambiente cambió abruptamente cuando Sabina Fardin llegó corriendo, con su expresión seria y sus pasos rápidos resonando en el suelo metálico. Una alerta de encendido de Mobile Suit la había puesto en movimiento, y al entrar al área de mantenimiento, sus ojos se abrieron con estupefacción al ver el Aerial. El Gundam, destrozado como estaba, estaba encendido. Su núcleo expuesto, y su reactor nuclear activo el cual giraba lentamente, y emitía un brillo azul tenue mientras generaba energía, recargando al Mobile Suit a pesar de su estado.
Sabina giró hacia el jefe de mantenimiento, un hombre de mediana edad con un overol manchado de grasa, el cual estaba con su rostro pálido mientras observaba la escena. «¿No habían sellado y contenido el núcleo?» preguntó Sabina, con su voz fría y cortante, cargada de una autoridad que no admitía excusas.
El jefe de mantenimiento tragó saliva, claramente nervioso bajo la mirada de Sabina. «Sí, lo sellamos», respondió, con su voz temblando ligeramente. «Técnicamente, no era posible encender el Mobile Suit. No… no entendemos cómo está funcionando».
Sabina entrecerró los ojos, y su expresión se endurecio. «Les recuerdo que esa cosa es nuclear», dijo, en un tono bajo pero cargado de advertencia. «¿Quién está en la cabina?»
Los mecánicos, que se habían detenido para observar la escena, se miraron entre sí, murmurando. Uno de ellos finalmente habló. «No lo sabemos, estábamos concentrados en otro tema», admitió, con una voz insegura mientras evitaba la mirada de Sabina.
Sabina se giró hacia el jefe de mantenimiento, con su paciencia agotándose. «Es tu responsabilidad esta área», dijo, con una voz afilada como un cuchillo. «Si se pierde algo, si se infiltran, tú debes saber quién está aquí. Para eso ‘supervisas’ a tu personal, ¿no?»
El jefe de mantenimiento bajó la mirada, sus hombros encogiéndose mientras miraba al piso, incapaz de responder. Sabina no esperó más. Se acercó al Aerial con pasos decididos, su mirada subio hacia la cabina abierta del Gundam. Allí, apoyada en la entrada, estaba Renee Costa. «¡Renee!» llamó Sabina desde abajo, con su voz firme. «¿Quién está en el Gundam?»
Renee asomó la cabeza por la compuerta, mirando hacia abajo con una expresión relajada. Al ver a Sabina, sonrió ligeramente. «La mercuriana», respondió, con su tono casual mientras señalaba con el pulgar hacia el interior de la cabina.
Sabina alzó una ceja, con su curiosidad mezclándose con su seriedad habitual. Subió rápidamente por la escalera de mantenimiento hasta la cabina, donde encontró a Suletta sentada en el asiento del piloto, con las manos en los controles. Líneas azules brillantes, como venas pulsantes, marcaban su piel desde el cuello hasta la mejilla, un signo claro de su conexión activa con el PERMET. Suletta parecía estar hablando, con una voz baja y sus ojos fijos en un punto invisible frente a ella.
Renee, apoyada en la entrada, le susurró a Sabina con un tono intrigado. «Al parecer está hablando sola… o con alguien».
Sabina frunció el ceño, girándose hacia Renee. «¿Con alguien? ¿Qué dicen las comunicaciones? ¿Tenemos transmisiones salientes?» preguntó, con su voz cargada de urgencia.
Renee negó con la cabeza, encogiéndose de hombros. «No tenemos nada», respondió, en un tono despreocupado contrastando con la seriedad de Sabina.
Sabina entrecerró los ojos, volviendo su atención a Suletta. «¿Me estás diciendo que está hablando con el Gundam?» dijo, en un tono seco, aunque una chispa de incredulidad se coló en su voz.
Renee alzó los hombros de nuevo, una sonrisa ladeada en su rostro. «Eso parece».
Sabina suspiró, con su paciencia al límite, y se dirigió a Suletta con autoridad. «Suletta Mercury», la llamó, con una voz firme y clara.
Suletta salió de su trance, parpadeando mientras giraba la cabeza para mirar a las dos mujeres que la observaban. Sus ojos, aún brillando con un leve resplandor púrpura del PERMET, reflejaban una mezcla de sorpresa y nerviosismo. Sabina continuó, con su tono serio pero controlado. «Necesito que apagues esta cosa. El reactor es nuclear y está sin protección. Si se rompe, o morimos irradiados, o explotamos toda la base».
Suletta parpadeó, procesando las palabras de Sabina. Luego, con un susurro, se dirigió a Eri, con una voz suave pero audible. «Eri, ¿puedes hacer lo mismo que en la academia?»
Sabina alzó una ceja, y su expresión fue de confusión evidente. «¿Lo mismo que en la academia?» preguntó, con un tono cargado de sospecha mientras miraba a Suletta.
Sin embargo, antes de que pudiera obtener una respuesta, Suletta cerró los ojos, su rostro se contrajo como si estuviera conteniendo un dolor en su cabeza. Alrededor de ellas, el aire se volvió pesado, una sensación extraña y opresiva que hizo que Renee y Sabina se tensaran instintivamente. Era como si una presión invisible las envolviera, un eco del poder del PERMET de Suletta. Y luego, tan rápido como había llegado, la sensación se desvaneció, dejando una paz inquietante. Suletta parpadeó, su expresión se relajó, y el Aerial comenzó a apagarse lentamente. El núcleo dejó de girar, las luces de la cabina se atenuaron, y el Gundam volvió a un estado de bajo consumo de energía, el zumbido de sus sistemas comenzaron a reducirse a solo un murmullo.
Suletta retiró las manos de los controles, con su respiración estabilizándose mientras el resplandor de las líneas azules en su piel comenzaba a desvanecerse. Antes de que pudiera levantarse, Sabina dio un paso adelante, con su mirada fija en ella. «Suletta Mercury, tenemos que hablar», dijo, en un tono firme y sin espacio para objeciones.
Suletta la miró, con un nudo formándose en su estómago mientras asentía lentamente. Sabía que no podía evitar las preguntas por más tiempo. El Aerial, Eri, y su propia naturaleza como bruja estaban atrayendo demasiada atención, y en un lugar como Titán, bajo la vigilancia de Grassley, eso podía ser tanto una oportunidad como un peligro. Mientras seguía a Sabina fuera de la cabina, su mente se llenó de incertidumbre, pero también de determinación. Protegería a Miorine y a Eri, sin importar lo que viniera.
Suletta estaba sentada en una sala de interrogatorios de la base, con sus manos entrelazadas sobre la mesa de metal. Frente a ella estaban tres personas: Renee Costa, Sabina Fardin y Shaddiq Zenelli. Los tres acababan de escuchar la historia de Suletta sobre su escape de Asticassia, su enfrentamiento con Ochs y su conexión con el Aerial. Pero el detalle que los había dejado completamente atónitos era la mención de Eri, la entidad que habitaba el Gundam.
Sabina, con su tableta en la mano y una expresión de incredulidad, fue la primera en hablar. «Entonces, esta… Eri… ¿es una inteligencia artificial con conciencia y vive en el Aerial?» preguntó, con un tono cargado de escepticismo mientras ajustaba sus gafas.
Shaddiq, cruzado de brazos y con una expresión que mezclaba incredulidad y frustración, añadió: «Es imposible. Nuestra tecnología no ha alcanzado el punto de crear inteligencias conscientes. ¿Y tú me estás diciendo que esa cosa tiene sentimientos?» Su voz era cortante, y sus ojos verdes fijos en Suletta, exigiendo una explicación lógica.
Suletta, sin embargo, parecía estar en otro mundo. Alzó la mirada hacia el techo, como si conversara con alguien invisible. «¿Ajá, estás segura?» dijo en voz baja, con un tono suave y maternal. Luego bajó la mirada hacia los tres y respondió con calma. «Eri dice que no es una inteligencia artificial».
Shaddiq, al borde de que su paciencia se rompiera, soltó un bufido. «Mentira. Esto no tiene sentido. Los de CESO ya habrían aplicado y publicado algo así si fuera posible. Dinos la verdad», exigió, en un tono cargado de exasperación mientras golpeaba ligeramente la mesa con el puño.
Suletta volvió a mirar hacia arriba, claramente en una conversación silenciosa con Eri. «¿Estás segura? Ajá… ¿Ok, pero no es peligroso?» dijo, con una voz llena de preocupación. Los tres se alertaron de inmediato, intercambiando miradas tensas. «Ok, ok, vamos a hacerlo entonces», añadió Suletta, antes de regresar su mirada hacia ellos. «Eri va a hablar con ustedes».
Todos la miraron estupefactos, sin saber qué esperar. De repente, las líneas azules del PERMET comenzaron a aparecer en la piel de Suletta, extendiéndose desde su cuello hasta su mejilla, brillando con un resplandor tenue. Expandió el radio de su PERMET, y un zumbido extraño llenó la sala. La tableta de Sabina comenzó a parpadear antes de apagarse por completo. Los monitores en las paredes mostraron líneas de interferencia, y luego, los tres escucharon una voz en sus cabezas: una voz infantil, caprichosa, claramente la de una niña. «¿Ahora me creen?» dijo, su tono lleno de una mezcla de desafío y diversión.
Los tres se congelaron, con sus expresiones de asombro absoluto. Shaddiq fue el primero en hablar, con su voz temblando ligeramente. «…¿Cómo?» murmuró, con sus ojos abiertos de par en par mientras miraba a Suletta.
Sabina, intentando mantener su compostura profesional, habló en voz alta. «¿Quién o qué eres…?» preguntó, con su tono firme pero cargado de curiosidad.
La voz infantil volvió a resonar en sus cabezas, esta vez con una risa suave. «Soy Eri, y soy la hija de Suletta Mercury», respondió, con un tono lleno de orgullo.
La declaración dejó a todos aún más confundidos que antes. Shaddiq, recuperándose del shock inicial, frunció el ceño. «¿Eres una IA?» preguntó, con su voz cargada de incredulidad.
Eri, con un tono de genuina confusión, respondió: «¿Qué es una IA?»
Shaddiq dio un palmazo en la mesa, con su paciencia agotándose. «¡Inteligencia artificial! No te hagas la tonta», exclamó, en un tono afilado mientras se inclinaba hacia adelante.
Eri, ahora con un tono más molesto, replicó: «No sé qué es eso…». Su voz infantil sonaba frustrada, como si realmente no entendiera de qué estaban hablando.
Shaddiq, perdiendo la paciencia por completo, alzó la voz. «¡Entonces cómo explicas tu existencia! ¿Cómo dices ser hija de la mercuriana y no tener cuerpo?» gritó, en una frustración evidente.
Hubo un silencio pesado, y luego, con un tono más suave y triste, Eri respondió: «Yo tenía un cuerpo… hasta que Bel me metió en el juguete».
El silencio que siguió fue ensordecedor. Todos, incluida Suletta, se quedaron procesando lo que Eri acababa de decir. ¿Tenía un cuerpo? ¿Y la metieron dónde? Suletta, tan sorprendida como los demás, miró hacia arriba, su expresión llena de preguntas no dichas.
Sabina, intentando mantener el control de la situación, fue la primera en hablar. «¿Qué es el juguete?» preguntó, con su voz baja pero firme mientras tomaba notas mentales.
Eri respondió con un tono más calmado, aunque aún con un dejo de tristeza. «El juguete es esa cosa rota que tienen en la otra sala».
Sabina parpadeó, con su incredulidad creciendo. «¿El Gundam…?» murmuró, con su voz apenas audible mientras procesaba la información.
Antes de que pudieran seguir interrogándola, la puerta de la sala se abrió de golpe, y Miorine entró, alzando una ceja al ver a todos reunidos. «¿Qué hacen todos aquí?, los estaba buscando…» preguntó, su tono cargado de curiosidad mientras su mirada recorría la escena.
De repente, la voz de Eri resonó en la mente de todos, esta vez mucho más animada. «¡Mami dos! ¡Viniste!» exclamó, con su tono lleno de alegría.
Miorine parpadeó, y su expresión se suavizo al reconocer la voz. «¿Eri…? Oh, Dios mío, ¿estás bien?» dijo, con un alivio evidente en su voz mientras daba un paso adelante.
La risa infantil de Eri resonó de nuevo. «¡Síp!» respondió, con su entusiasmo infantil llenando la sala.
Todos los presentes, aún confundidos, intentaban procesar lo que acababan de escuchar. Eri, un ser que afirmaba haber tenido un cuerpo, había terminado dentro de un Gundam. Las palabras de Eri sobre Bel y su “juguete” abrían más preguntas que respuestas, y la conexión de Suletta con esta entidad misteriosa dejaba a Shaddiq, Sabina y Renee en un estado de asombro y desconfianza. Mientras Miorine se acercaba a Suletta, tomándola del brazo con un gesto protector, los demás sabían que lo que acababan de descubrir cambiaría todo lo que creían saber sobre las brujas, el PERMET y la guerra que se avecinaba.
La sala de reuniones estaba cargada de un silencio tenso. Suletta, Miorine, Shaddiq, Sabina y Renee seguían reunidos, procesando lo que acababan de experimentar con Eri. La entidad infantil que habitaba el Aerial se había quedado dormida, según Suletta, y los sistemas de la sala habían vuelto a funcionar con normalidad tras la desactivación del PERMET. La tableta de Sabina se había encendido de nuevo, y los monitores ya no mostraban interferencias. Sin embargo, las expresiones de duda y asombro en los rostros de todos reflejaban que aún no podían asimilar lo que habían presenciado.
Sabina fue la primera en romper el silencio, con su tono profesional cortando la tensión. «Lo primero que tenemos que saber es quién es esta tal Bel», dijo, ajustando sus gafas mientras miraba a Suletta. «¿Puedes preguntarle a Eri cómo se llama? Me refiero al nombre completo de esa tal Bel».
Suletta negó con la cabeza, con su expresión suave pero firme. «Está dormida. Se molesta si la despierto», respondió, con su voz cargada de un cariño maternal que contrastaba con la situación.
Shaddiq, con una mirada incrédula, no pudo contener su escepticismo. «¿Está dormida? ¿Esa cosa duerme?» dijo, con su tono cargado de incredulidad mientras cruzaba los brazos.
Suletta frunció el ceño, con un destello de molestia cruzando su rostro. «Por favor, no te refieras a Eri como una cosa», replicó, con su voz más firme ahora, cargada de una protectividad evidente.
Shaddiq abrió la boca para responder, pero Miorine lo interrumpió, con un tono calmado pero con un filo de advertencia. «Te lo pido yo también, Shaddiq. Eri es una niña. Los niños se cansan y luego se duermen. Por favor, no la trates como una cosa».
Shaddiq presionó los labios en una línea apretada, claramente frustrado, pero no dijo más, se inclinó hacia atrás de su silla con un suspiro contenido. Sabina, retomando el control de la conversación, continuó. «Necesitamos alguna pista. Dijiste que encontraste al Aerial en la Eclíptica, ¿cierto?» preguntó, mirando a Suletta mientras tomaba notas en su tableta.
Suletta asintió, con su expresión volviéndose más seria. «El plan de Kirin era que me infiltrara y robara el Aerial para Ochs», explicó, con su voz tranquila pero cargada de recuerdos dolorosos.
Hubo un silencio pesado mientras todos procesaban la información. Shaddiq fue el siguiente en hablar, con su tono más analítico ahora. «Entonces, ¿el objetivo de Ochs era el Aerial? ¿O Eri?» preguntó, alzando una ceja mientras miraba a Suletta.
Otra pausa. Suletta bajó la mirada por un momento antes de responder. «No lo sé», admitió. «Pero mamá ya sabía de Eri. Incluso le dijo que abriera la cabina para su ‘abuela’ y que así pudiera alcanzar a Miorine, que estaba en el Aerial en ese momento.».
El silencio que siguió fue aún más denso, combinado con miradas de incredulidad entre los presentes. Shaddiq se inclinó hacia adelante, con su expresión endureciéndose. «¿Tu madre está en Ochs?» preguntó, con su voz cargada de sorpresa y sospecha.
Suletta asintió con naturalidad, como si fuera algo obvio. «Sí, es alguien de mando, al parecer», respondió, en un tono tranquilo pero con un dejo de tristeza.
Shaddiq dio una palmada en la mesa, con su frustración estallando. «¡Es el colmo! ¡Tenemos a la hija de alguna general terrorista aquí!» exclamó, con sus ojos verdes brillando con una mezcla de incredulidad y enojo.
Miorine lo fulminó con la mirada, con su voz cortante. «Cuidado con lo que dices», advirtió, en un tono protector mientras tomaba la mano de Suletta con un gesto instintivo.
Shaddiq giró hacia Miorine, con su expresión tensa. «¿Me puedes culpar?» replicó, con una voz cargada de desafío mientras señalaba a Suletta. «Su madre está con Ochs, Miorine. ¡Ochs! Los mismos que atacaron Asticassia y mataron a cientos».
Antes de que Miorine pudiera responder, Suletta habló, en voz baja y cargada de tristeza. «Mi madre nos mandó a matar… Mandó a otra bruja a cazarnos. ¿Qué clase de madre hace eso con sus hijos…?» dijo, con sus ojos brillando con lágrimas contenidas mientras miraba al suelo.
Un silencio incómodo llenó la sala. Renee, que había estado observando en silencio, finalmente habló, en un tono más relajado pero con un dejo de empatía. «Tiene un punto muy válido…», murmuró, cruzando los brazos mientras miraba a Shaddiq.
Sabina, ignorando la tensión emocional, continuó con su análisis, haciendo movimientos rápidos en su tableta. «Según el informe, la Eclíptica transportaba minerales y personal a una base de Peil Technologies. Todo el personal era de la misma compañía», explicó, en un tono profesional mientras sus ojos recorrían los datos. «Y según los registros, los científicos han sido retenidos en una nave de Dominicus».
Shaddiq alzó una ceja, con su interés despertando. «Busca a alguien llamado Bel», dijo, en un tono más calmado ahora mientras se inclinaba hacia Sabina para ver la pantalla.
Sabina se adelantó, con su expresión concentrada. «Ya lo hice. No hay nadie llamado simplemente ‘Bel’. Sin embargo, hay una científica de Peil con un nombre similar. Es la supervisora de un proyecto de Peil que estaba llevando, sin embargo, no hay información, esta editado», dijo, girando la tableta para mostrar un documento. En la pantalla, un archivo con grandes letras rojas atravesándolo decía REDACTED. «La doctora tiene de nombre Belmeria Winston».
Todos se miraron, la coincidencia demasiado obvia para ignorarla. Esa era su Bel. Shaddiq se inclinó hacia adelante, con su expresión endureciéndose con determinación. «Si queremos información, ella nos la puede dar. ¿Dónde está?» preguntó, su tono firme.
Sabina revisó rápidamente los datos antes de responder. «En una nave de Dominicus, la NSS Vindicator Rex», dijo, con su voz cargada de cautela mientras miraba a Shaddiq.
Shaddiq suspiró, pasándose una mano por el cabello mientras procesaba la información. «Reúne al equipo, Sabina», ordenó finalmente, su tono decidido. «Necesitamos a esa tal Bel».
Suletta y Miorine intercambiaron una mirada, ambas conscientes de lo que esto significaba. Belmeria Winston podría tener las respuestas sobre Eri, sobre cómo terminó dentro del Aerial, y tal vez incluso sobre los planes de Ochs. Pero obtener esa información significaba enfrentarse a Dominicus, un riesgo que podía cambiarlo todo. Mientras Shaddiq y Sabina comenzaban a planificar, Suletta apretó la mano de Miorine, un gesto silencioso de apoyo. La verdad sobre Eri estaba más cerca, pero el camino para alcanzarla estaría lleno de peligros.
La sala de conferencias de alta seguridad de Peil Technologies estaba sumida en un caos controlado. Las cuatro CEOs de la compañía —Nugen, Kal, Nevola y Golneri— estaban de pie alrededor de una mesa ovalada de vidrio negro, sus voces resonaban contra las paredes insonorizadas mientras gritaban frente a una pantalla holográfica. La sala, estaba diseñada con líneas minimalistas y luces blancas que proyectaban un brillo frío, que parecía incapaz de contener la furia que las cuatro mujeres desataban. Los hologramas de datos y gráficos financieros flotaban a su alrededor, ignorados, mientras sus rostros, normalmente fríos y calculadores, estaban desencajados por una mezcla de miedo, frustración y rabia. Habían construido su imperio con precisión quirúrgica, pero ahora, todo por lo que habían trabajado parecía desmoronarse.
Nugen, la más alta de las cuatro, con su cabello grisáceo recogido en un moño apretado y un traje negro, fue la primera en estallar. «¡El plan se ha ido al demonio!» gritó, golpeando la mesa con el puño, haciendo que los vasos de agua y las tabletas sobre la superficie temblaran. Su voz, normalmente grave y autoritaria, estaba cargada de una furia que hacía que sus ojos verdes brillaran con intensidad. «¡El Aerial está en manos de otras personas, y ahora el Grupo Benerit nos está investigando por traición! ¡Esto es un desastre absoluto, Elnora! ¿Cómo llegamos a este punto?»
En la pantalla holográfica, desde una sala oscura en la base de Ochs, Elnora las observaba con una calma inquietante. Vestía su característico uniforme negro y amarillo, con el logo de Ochs bordado en el pecho, y su rostro estaba oculto tras una máscara blanca de diseño minimalista, con ranuras anguladas que brillaban con un tenue resplandor rojo donde deberían estar sus ojos. La figura de Elnora, alta y esguía, proyectaba una presencia imponente, incluso a través de la pantalla. Detrás de ella, la sala de mando de Ochs estaba llena de monitores que mostraban mapas estelares, trayectorias de naves y datos en tiempo real, mientras técnicos trabajaban en silencio, ignorando la conversación que tenía lugar. La voz de Elnora, modulada por un filtro que le daba un tono metálico y deshumanizado, respondió con una calma que contrastaba brutalmente con el caos de las CEOs. «Fueron ustedes las que pusieron demasiada seguridad en su nave», dijo, en un tono frío y desprovisto de empatía. «Eso atrajo la atención y llevó a las consecuencias que enfrentamos ahora. Si hubieran sido más discretas, no estaríamos teniendo esta conversación».
Kal, con el cabello corto y negro como el carbón y un vestido rojo que resaltaba su figura delgada, se inclinó hacia adelante, golpeando la mesa con ambas manos. El impacto resonó en la sala, y su rostro, normalmente pálido, estaba enrojecido por la ira. «¿Y qué querías que hiciéramos, Elnora?» exclamó, con su voz aguda cortando el aire como un látigo. «Si no poníamos la seguridad normal, los de SOVREM habrían investigado de inmediato. ¡Teníamos que ser transparentes para evitar sospechas! No podíamos arriesgarnos a que descubrieran lo que transportábamos en la Eclíptica. ¿O querías que nos expusiéramos directamente a CESO y a Dominicus?»
Elnora inclinó la cabeza ligeramente, la luz de la sala de Ochs se reflejaba en su máscara blanca y proyectando un brillo siniestro. Dejó escapar una risa baja, un sonido seco y burlón que resonó a través de la conexión holográfica, haciendo que las CEOs se tensaran. «¿Transparentes?» repitió, con su tono cargado de sarcasmo. «Por favor. Ustedes han estado llamando la atención de SOVREM desde hace mucho tiempo. Sus movimientos han sido descuidados, sus proyectos demasiado ambiciosos. No me culpen a mí por los errores que Peil Technologies ha cometido durante años».
Nevola, la más joven de las cuatro, con cabello castaño que caía en ondas sobre sus hombros y un traje gris que parecía fuera de lugar, alzó la voz, con su tono temblando de indignación. Sus manos se apretaron en puños mientras miraba fijamente la pantalla. «¡Hemos sido cuidadosas, Elnora!» exclamó, con su voz cargada de frustración mientras sus ojos brillaban. «Hemos hecho todo lo posible para mantener nuestras operaciones en secreto, para no levantar sospechas. Pero ahora todo está fuera de control, especialmente después del ataque que ustedes hicieron a Asticassia. ¿Por qué lo hicieron? ¿En qué estabas pensando? ¡Ese ataque ha destruido cualquier posibilidad de mantener las cosas bajo control!»
Elnora enderezó su postura, con su máscara blanca fija en la pantalla mientras respondía con una calma que rayaba en lo inquietante. «Era el momento justo», dijo, con su voz modulada resonando con una seguridad absoluta. «Todas las cabezas importantes del Grupo Benerit estaban allí: Delling Rembran, Vim Jeturk, los principales ejecutivos de las corporaciones. Era una oportunidad de oro que no podíamos dejar pasar. Golpear Asticassia envió un mensaje claro al sistema solar: Ochs no se doblegará ante el Grupo Benerit».
Golneri, con el cabello corto y platinado y un vestido azul oscuro que resaltaba su figura robusta, alzó la voz con una mezcla de desesperación y furia. Sus manos temblaban mientras señalaba la pantalla, con su rostro enrojecido por la intensidad de sus emociones. «¡Por culpa de eso, Delling está en coma y Vim Jeturk está muerto!» gritó, con su voz resonando en la sala como un eco. «¿Con quién vamos a negociar ahora? CESO y SOVREM están a punto de tomar control militar de todo el sistema solar. ¡Esto es un desastre!» Hizo una pausa, con su respiración agitada mientras miraba a Elnora con los ojos encendidos. «Y Dominicus… Dominicus ahora estará suelto, sin barreras para cazar a cualquiera. ¿Quién va a detener a los inquisidores? ¿Quién va a evitar que vengan por nosotras?»
Elnora respondió con una calma que helaba la sangre, su voz desprovista de cualquier atisbo de preocupación. «Deja de preocuparte», dijo, en un tono firme mientras cruzaba los brazos bajo su capa. «Si Dominicus aparece, los aplastaremos. Ochs tiene los medios para enfrentarlos».
Nugen, que había estado escuchando en silencio, finalmente alzó la voz, en un tono cargado de incredulidad y furia contenida. «¿Con quién?» exclamó, y sus ojos verdes brillaron con una mezcla de rabia y desesperación. «El Viper está destrozado. Uranielle está muerta. ¿Qué rayos pasó? ¿Cómo pudiste permitir que una de tus brujas cayera?»
Elnora guardó silencio por un momento, la tensión crecia a través de la pantalla. Finalmente, respondió con un tono frío, casi indiferente. «Fue un imprevisto menor», dijo, con su voz modulada resonando con una calma que irritó aún más a las CEOs.
«¿Menor?» exclamó Nugen, con su voz subiendo de tono mientras se inclinaba hacia la pantalla, con sus manos apoyadas en la mesa. «¡Una de tus brujas está muerta, Elnora! Eso no es menor. Es una menos en tu arsenal ofensivo. ¿Cómo puedes estar tan tranquila? ¡Esto nos afecta a todas!»
Elnora inclinó la cabeza ligeramente, su máscara blanca ocultaba cualquier expresión que pudiera haber tenido. «Es nada de lo que no podamos ocuparnos», respondió, su tono firme y desprovisto de emoción, como si la muerte de Uranielle fuera un inconveniente menor en sus planes.
La tensión entre las CEOs era palpable. Sus miradas se cruzaron, cargadas de frustración y desconfianza hacia Elnora. Finalmente, Kal habló, con su voz más controlada pero cargada de urgencia. «Necesitamos rescatar a Belmeria», dijo, en un tono firme mientras se enderezaba, intentando recuperar algo de compostura. «Es clave en el proyecto Ericht y no puede estar en manos de Dominicus o SOVREM. Si ellos descubren lo que sabemos, lo que hemos hecho… estamos acabadas».
Elnora, por primera vez, mostró un leve interés, su cabeza se inclinó ligeramente mientras su máscara reflejaba las luces de la sala de Ochs. «¿Dónde se encuentra?» preguntó, su voz modulada resonando con un toque de curiosidad que hizo que las CEOs intercambiaran miradas rápidas.
Nevola respondió sin dudar, con su tono firme y directo. «La tiene Dominicus», dijo, cruzando los brazos mientras miraba a Elnora. «Rescátala, Elnora. Si lo haces, Peil Technologies oficialmente se unirá a Ochs. Tendrás nuestro apoyo, nuestras tecnologías, todo lo que necesites. Pero Belmeria no puede caer en manos equivocadas».
Elnora dejó que el silencio se extendiera por un momento, una sonrisa se formó, aunque nadie pudo verla. «Está hecho», respondió finalmente, con su tono cargado de una confianza que hizo que las CEOs se tensaran, preguntándose si habían hecho lo correcto al confiar en ella.
La videoconferencia terminó con un parpadeo de la pantalla holográfica, y la sala de Ochs quedó en un silencio opresivo. Elnora se puso de pie, moviéndose con una gracia calculada mientras su capa ondeaba ligeramente tras ella. Elnora se dirigió a Godoy Haimano, su mano derecha, quien esperaba cerca de la puerta con una tableta en la mano. Godoy, un hombre de complexión robusta de piel morena con el cabello negro y una calvicie en la parte superior de su cabeza, vestía el mismo uniforme negro y amarillo de Ochs, con una insignia de oficial en el hombro que indicaba su rango. Su rostro, curtido por años de servicio, mostraba una expresión seria mientras miraba a Elnora.
«¿Tienes noticias de la Bruja de Neptuno?» preguntó Elnora, con su voz ahora sin el filtro, pero igual de fría y autoritaria, mientras se detenía frente a él.
Godoy negó con la cabeza, su mirada fija en su tableta mientras revisaba los datos. «No ha vuelto a contactar», respondió, su tono profesional y desprovisto de emoción. «Y su rastreador está desconectado. No hemos tenido señales de ella desde hace días».
Elnora se quedó inmóvil por un momento, con su máscara blanca inclinándose ligeramente hacia un lado mientras procesaba la información. «Encuéntrala», ordenó finalmente, su voz baja pero cargada de una autoridad que no admitía discusión. «Yo me encargaré de Belmeria».
Godoy asintió con un movimiento firme de cabeza, sus ojos siguieron a Elnora mientras ella salía de la sala con pasos decididos. Su capa ondeó tras ella, y la puerta se cerró con un siseo hidráulico, dejando a Godoy solo con sus pensamientos.
El Escuadrón Delta, un grupo élite de pilotos seleccionados personalmente por Shaddiq Zenelli, era conocido por su destreza en combate y su lealtad inquebrantable. Sin embargo, el hecho de que todas sus integrantes fueran mujeres había levantado más de una ceja entre los círculos militares de Grassley Defense Systems, alimentando rumores de que Shaddiq simplemente buscaba formar un harem para su propio entretenimiento. Nada podía estar más lejos de la verdad: cada miembro del escuadrón había sido elegida por su habilidad, no por su género, y juntas formaban una unidad letal capaz de enfrentarse a las misiones más peligrosas. El equipo estaba compuesto por Sabina Fardin, la líder de carácter frío y profesional; Henao Jazz, la subcapitana de temperamento firme y estratégico; Renee Costa, la vanguardia conocida por su actitud sarcástica y su audacia; Ireesha Plano, la defensora del equipo, tímida pero confiable; y Maisie May, la exploradora, una joven alegre y diminuta que compensaba su tamaño con una astucia sin igual.
Las cinco mujeres estaban reunidas en una sala de preparación dentro de la base de Grassley en Titán, un espacio funcional con paredes metálicas y luces blancas que proyectaban un brillo frío sobre los casilleros y las estaciones de equipo. El aire estaba lleno del sonido de cierres ajustándose, botas golpeando el suelo y el zumbido de los dispositivos tecnológicos mientras las pilotos se cambiaban, colocándose sus trajes ajustados de combate. Los trajes, de un negro brillante con detalles en verde neón que indicaban su afiliación a Grassley, se adherían a sus cuerpos como una segunda piel, diseñados para maximizar la movilidad y la conexión con los sistemas de sus Mobile Suits. Cada una calibraba sus comunicaciones y sensores a través de un control integrado en sus muñequeras, un dispositivo que emitía pequeños pitidos mientras se sincronizaba con los sistemas de la base.
Ireesha Plano, con su cabello largo y marron recogido en una trenza apretada, ajustaba tímidamente las correas de su traje, sus manos temblando ligeramente mientras miraba al suelo. Con su voz, suave y cargada de nerviosismo, rompió el silencio. «Esto… esto es una mala idea», murmuró, con sus ojos violetas llenos de preocupación mientras alzaba la mirada hacia sus compañeras. «Infiltrarse en Dominicus… ¿Y si nos descubren? No creo que podamos salir vivas de esto».
Renee Costa, que estaba a su lado ajustando su propia muñequera, soltó una risa burlona mientras terminaba de ponerse sus guantes. Su cabello rubio corto estaba despeinado, y su sonrisa sarcástica iluminaba su rostro mientras miraba a Ireesha de reojo. «Oh, vamos, Ireesha, no seas tan dramática», dijo, en un tono cargado de diversión. Sin previo aviso, le dio una nalgada a Ireesha en el trasero, haciendo que la tímida piloto soltara un gritito de sorpresa y diera un salto hacia adelante, con sus mejillas enrojeciendo al instante. Renee rió con más fuerza, apoyándose en un casillero mientras señalaba a Ireesha con un dedo. «No tienes por qué temerle a Dominicus. Son un grupo mezclado de abuelos y novatos que nunca han peleado en su vida. ¿De verdad crees que nos van a dar problemas?»
Ireesha, todavía ruborizada, se giró hacia Renee, sobándose el lugar donde la habían nalgueado mientras la miraba con una mezcla de vergüenza y reproche. «¡Eso no es gracioso, Renee!» exclamó, con su voz temblorosa pero cargada de indignación. «Y no estoy siendo dramática. ¡Es Dominicus! Si nos atrapan…»
Henao Jazz, la subcapitana, terminó de ajustar la muñequera de su traje y se giró hacia ellas, con su expresión seria mientras se cruzaba de brazos. Su cabello azul, cortado en un bob asimétrico, enmarcaba un rostro de facciones duras, y sus ojos verdes brillaban con una determinación que contrastaba con la actitud despreocupada de Renee. «Sean abuelos o no, un fallo y pueden matarnos», dijo, con su voz firme mientras miraba a Renee con un dejo de advertencia. «No debemos confiarnos, Renee. Dominicus puede no tener experiencia en combate directo, pero tienen recursos, números y tecnología. Un error y estamos muertas. Así que deja de jugar y concéntrate».
Renee puso los ojos en blanco, pero no respondió, limitándose a ajustarse el cinturón de su traje con un movimiento exagerado mientras murmuraba algo inaudible para sí misma. Sabina Fardin, que ya había terminado de ponerse su traje y sostenía su casco bajo el brazo, se giró hacia el equipo con una expresión de autoridad absoluta. Su cabello largo y morado estaba recogido en una coleta alta, y sus ojos amarillos, fríos, recorrieron a cada una de las pilotos con una intensidad que hizo que incluso Renee se enderezara. «La misión es simple», dijo Sabina, su voz clara y desprovista de emoción mientras daba un paso adelante. «Entramos, extraemos al objetivo y desaparecemos. Sin complicaciones, sin errores. Maisie, ¿contra qué nos enfrentamos?»
Maisie May, la exploradora del equipo, estaba sentada sobre una banca, balanceando sus piernas en el aire con una alegría infantil que contrastaba con la seriedad del momento. Era la más pequeña del equipo, con una estatura que apenas superaba el metro y medio, y su cabello verde claro, recogido en dos coletas bajas, le daba un aire juvenil. A pesar de su apariencia, sus ojos brillaban con una astucia que la hacía indispensable para el escuadrón. Sonriendo como una niña, respondió con un tono ligero y cantarín. «La NSS Vindicator Rex es una nave enorme», dijo, moviendo las manos para enfatizar sus palabras. «Enfrentarla con cinco Mobile Suits es suicidio. Tiene espacio para abarcar 270 Mobile Suits, 30 Mobile Armors clase Dreadnought, 3200 tripulantes, 40 cazas de intercepción rápida… y eso no es todo. La nave en sí está equipada con cuatro cañones MK-IXJ. Esas cosas, con un simple disparo, nos evaporarían como si nunca hubiéramos existido».
El equipo se quedó en silencio, procesando la información. Sabina, sin inmutarse, la miró fijamente, su expresión tan seria como siempre. «¿Se puede infiltrar?» preguntó, su tono directo mientras ajustaba su casco bajo el brazo.
Maisie sonrió aún más, sus ojos brillando con entusiasmo mientras asentía vigorosamente. «¡Es pan comido!» exclamó, su voz llena de confianza mientras saltaba de la banca, aterrizando con un pequeño brinco que hizo que sus coletas se balancearan.
Sabina afirmó con un movimiento firme de cabeza, satisfecha con la respuesta. Se giró hacia el resto del equipo, su voz resonando con autoridad. «Todas, súbanse a los Beguir-Pente y prepárense para salir», ordenó, colocando el casco sobre su cabeza con un movimiento preciso. El visor de su casco se iluminó con un brillo verde neón, y su voz, ahora modulada a través del comunicador, añadió: «No hay margen de error. Nos movemos ahora».
Las pilotos asintieron, cada una terminando de ajustar sus trajes y equipos antes de dirigirse hacia el hangar donde los Beguir-Pente, Mobile Suits de diseño aerodinámico y pintados en negro con detalles verdes, las esperaban. El Escuadrón Delta estaba listo para enfrentarse a una de las misiones más peligrosas de sus carreras: infiltrarse en la NSS Vindicator Rex, una fortaleza flotante de Dominicus, y extraer a Belmeria Winston. Mientras caminaban hacia sus Mobile Suits, la tensión era palpable, pero también la determinación. Sabina lideraba el camino, su mente enfocada en el objetivo, mientras las demás seguían sus pasos, cada una lidiando con sus propios pensamientos sobre lo que les esperaba en el corazón del territorio enemigo.
El Escuadrón Delta ya estaba listo, cada una de las pilotos montada en su respectivo Beguir-Pente dentro del hangar de la nave clase fragata La pucelle. La nave, una estructura elegante de diseño angular con un casco gris oscuro y detalles en verde neón que indicaban su afiliación a Grassley, estaba estacionada en la base de Titán, lista para partir. El hangar era un espacio amplio, iluminado por luces blancas que proyectaban sombras nítidas sobre los Mobile Suits alineados. Los Beguir-Pente, con sus diseños aerodinámicos, blindaje negro mate y detalles verdes, estaban asegurados con clamps magnéticos al suelo, mientras los técnicos terminaban los últimos chequeos de rutina. El aire estaba lleno del zumbido de los sistemas de energía y el sonido metálico de las herramientas, un recordatorio constante de la misión que estaba a punto de comenzar.
Con un estruendo grave, los propulsores principales de La pucelle se encendieron, y la nave comenzó a moverse, saliendo lentamente de la base de Titán. Las compuertas exteriores del hangar se abrieron con un siseo hidráulico, revelando la superficie anaranjada y helada de la luna de Saturno, con el gigante gaseoso y sus anillos brillando en el fondo. La pucelleaceleró a velocidad sublumínica, alejándose de las instalaciones de Grassley mientras su casco se desvanecía en la oscuridad del espacio, rumbo a su destino: la luna de Deimos, donde la NSS Vindicator Rex orbitaba, una fortaleza flotante de Dominicus.
En la sala de mando de la base de Titán, Shaddiq Zenelli observaba la partida de La pucelle a través de una pantalla holográfica que proyectaba la trayectoria de la nave en tiempo real. La sala, llena de monitores y oficiales trabajando en sus estaciones, estaba iluminada por un brillo azul tenue. Shaddiq, de pie con los brazos cruzados, miraba la pantalla con una expresión tensa, sus ojos grises siguiendo el punto verde que representaba a La pucelle. En su mente, suspiró profundamente, un nudo formándose en su estómago mientras un pensamiento lo atormentaba: Espero que todo salga bien… No quiero haber mandado a esas chicas a una muerte inmediata. La misión era arriesgada, y aunque confiaba en las habilidades del Escuadrón Delta, sabía que enfrentarse a Dominicus en su propio terreno era un juego peligroso.
Dentro del hangar de La pucelle, Sabina Fardin, en su Beguir-Pente personalizado con detalles en azul que indicaban su rango de líder, revisaba el plan en la pantalla de su cabina. Las luces del cockpit proyectaban un brillo verde sobre su rostro, resaltando su expresión seria mientras analizaba cada detalle. Su voz, modulada a través del comunicador, resonó en los canales del equipo. «Escuchen con atención», dijo, en un tono firme y profesional. «El plan es el siguiente: Henao y yo modificaremos los transponders de nuestros Mobile Suits para emitir señales de identificación falsas, imitando Mobile Suits usados por CESO o fuerzas auxiliares. Esto nos permitirá acercarnos sin levantar sospechas inmediatas».
Henao Jazz, desde su propio Beguir-Pente, asintió mientras sus manos trabajaban en los controles de su cabina, ajustando el transponder. «Entendido», respondió, su voz calmada pero cargada de concentración. «Los códigos de CESO ya están cargados. Podemos activarlos en cuanto lleguemos al perímetro de la Vindicator Rex».
Sabina continuó, su mirada fija en la pantalla táctica. «Maisie, tú te encargarás de hackear la red de comunicaciones exteriores de Dominicus. Inyecta una orden falsa: hazles creer que están esperando refuerzos de ingeniería para reparar un fallo técnico en los sistemas de energía secundarios de la nave. Es una excusa creíble, dado que Dominicus está sobrecargado por sus operaciones recientes».
Maisie May, en su Beguir-Pente, sonrió con entusiasmo mientras sus dedos volaban sobre el panel de control de su Mobile Suit. «¡Eso es pan comido!» exclamó, su voz infantil resonando a través del comunicador. «Voy a hacer que parezca que CESO envió un equipo de reparación urgente. Dominicus no sospechará nada».
Sabina asintió, satisfecha con la respuesta, y continuó. «Renee y Ireesha, ustedes se quedarán en los Mobile Suits para mantener la vía de escape asegurada. Renee, patrullarás disfrazada como parte del ‘equipo de refuerzo’. Mantén un perfil bajo y asegúrate de que nadie se acerque a La pucelle. Ireesha, tú protegerás la nave para una retirada rápida. Si algo sale mal, necesitamos salir de ahí inmediatamente».
Renee Costa, dentro de su Beguir-Pente, revisaba el plan en su pantalla con una expresión de aburrimiento evidente. Suspiró dramáticamente, apoyando la barbilla en su mano mientras murmuraba: «¿Enserio?… que aburrido, No tengo mucha interacción, ¿verdad? Solo patrullar y esperar… Qué perdida de tiempo».
Ireesha Plano, desde su propia cabina, respondió con un tono tímido pero firme, sus mejillas aún ligeramente sonrojadas por las bromas previas de Renee. «Si entramos en acción, eso significa que el plan falló», dijo, su voz suave pero cargada de lógica. «Es mejor esperar que arriesgar el trasero a un ataque suicida».
Renee soltó una risa baja, girando su cabeza en la pantalla para mirar a Ireesha a través del comunicador. «Esperar es aburrido, Ireesha», replicó, su tono cargado de burla mientras le guiñaba un ojo. «Además, no permitiría que nadie apuntara a tu trasero. Ese hermoso culo es mío, y lo voy a proteger con mi vida».
Ireesha se sonrojó intensamente, sus ojos abriéndose de par en par mientras balbuceaba una respuesta. «¡R-Renee! ¡Para de decir esas cosas!» exclamó, su voz temblorosa mientras miraba a un lado, claramente avergonzada.
Sabina, que había estado escuchando todo a través del canal de comunicación, intervino con un tono cortante. «Quedan menos de dos minutos para iniciar la operación. Concéntrense», ordenó, su voz fría y autoritaria, dejando claro que no toleraría más distracciones.
Renee sonrió con picardía, inclinándose hacia adelante en su cabina mientras respondía con un tono juguetón. «Está bien, jefa», dijo, antes de girarse hacia Ireesha una última vez. «Pero, Ireesha, si sobrevivimos a esto, ahora sí vas a aceptar esa cita conmigo, ¿verdad?»
Ireesha no respondió de inmediato, su rostro enrojeciendo aún más mientras miraba a un lado, sus manos apretando los controles de su Beguir-Pente. Finalmente, murmuró un «Tonta» entre dientes, su voz apenas audible mientras intentaba ocultar su vergüenza.
Sabina ignoró el intercambio, enfocándose en los últimos preparativos. El plan era sólido, pero requería una ejecución impecable. Una vez que llegaran a la NSS Vindicator Rex, Sabina, Henao y Maisie descenderían de sus Mobile Suits y entrarían a pie en la nave enemiga, disfrazadas con trajes de mantenimiento falsos que las harían pasar por técnicos de CESO. Estarían armadas únicamente con armas de energía ligera, lo suficientemente discretas como para no levantar sospechas, pero letales en caso de emergencia. Maisie, con sus habilidades de hackeo, accedería a una terminal secundaria dentro de la nave para infiltrarse en los sistemas internos de Dominicus y obtener un mapa actualizado de la ubicación de Belmeria Winston. Una vez localizada, reducirían a los soldados que la vigilaban y la extraerían rápidamente.
El plan de escape era igual de crucial. Mientras extraían a Belmeria, Maisie lanzaría un “código rojo” interno, una alerta falsa que simularía un sabotaje en los motores principales de La pucelle Rex. Esto obligaría a las fuerzas de Dominicus a enfocarse en contener el supuesto sabotaje, descuidando momentáneamente los hangares y dándole al Escuadrón Delta una ventana para escapar. Cada paso estaba calculado, pero un solo error podía significar el fracaso total de la misión… y la muerte de todas.
La pucelle continuó su trayecto a velocidad sublumínica, acercándose cada vez más a Deimos. En la sala de mando de Titán, Shaddiq observaba en silencio, su corazón latiendo con una mezcla de esperanza y temor. Mientras tanto, dentro de sus Mobile Suits, las pilotos del Escuadrón Delta se preparaban para lo que vendría, cada una enfrentando la misión con su propia mezcla de determinación, nerviosismo y confianza. La NSS Vindicator Rex las esperaba, una fortaleza flotante que pondría a prueba sus habilidades como nunca antes.
La Pucelle , había llegado al perímetro de la luna de Deimos, un cuerpo rocoso y lleno de cráteres que orbitaba Marte. En el horizonte espacial, la NSS Vindicator Rex de Dominicus se alzaba como una fortaleza flotante, un coloso de acero grisáceo con detalles rojos y blancos que brillaban bajo la luz tenue del sol. La nave, con su diseño intimidante y su tamaño descomunal, era un testimonio del poder de Dominicus. Sin embargo, el Escuadrón Delta estaba listo para infiltrarse, siguiendo el plan al pie de la letra.
Dentro de la cabina de su Beguir-Pente, Sabina Fardin activó los transponders falsos junto a Henao Jazz. Los sistemas de los Mobile Suits emitieron un pitido mientras los códigos de identificación se modificaban, imitando las señales de Mobile Suits usados por CESO, una fuerza auxiliar aliada de Dominicus. «Transponders modificados», anunció Sabina a través del comunicador, su voz firme mientras verificaba los datos en su pantalla. «Ahora somos un equipo de ingeniería de CESO. Maisie, ¿estás lista?»
Maisie May, desde su propio Beguir-Pente, ya estaba trabajando en su consola, sus dedos moviéndose a una velocidad vertiginosa mientras hackeaba la red de comunicaciones exteriores de Dominicus. «¡Listo!» exclamó con entusiasmo, su voz infantil resonando en el canal del equipo. «He inyectado una orden falsa. Dominicus ahora cree que estamos aquí para reparar un fallo técnico en los sistemas de energía secundarios. Nos han autorizado a acercarnos al Hangar 7-B».
Henao asintió, ajustando los controles de su Mobile Suit. «Buen trabajo, Maisie», dijo, con su tono calmado pero cargado de concentración. «Sabina, nos estamos acercando al punto de entrada. Preparémonos para descender».
Mientras los Beguir-Pente del equipo se aproximaban a la Vindicator Rex, Renee Costa e Ireesha Plano se quedaron atrás, asegurando la vía de escape. Renee, disfrazada como parte del supuesto equipo de refuerzo de CESO, patrullaba en su Mobile Suit alrededor de La Pucelle, manteniendo un perfil bajo. «Esto sigue siendo aburrido», murmuró a través del comunicador, su tono cargado de impaciencia mientras observaba las lecturas de su pantalla táctica.
Ireesha, desde su Beguir-Pente estacionado cerca de La Pucelle, respondió con un susurro tímido. «Es mejor que todo salga bien… No quiero que entremos en acción», dijo, sus manos temblando ligeramente mientras ajustaba los controles de defensa de su Mobile Suit.
Sabina, Henao y Maisie descendieron de sus Mobile Suits una vez que aterrizaron en el Hangar 7-B de la Vindicator Rex. Habían cambiado sus trajes de piloto por uniformes falsos de mantenimiento de CESO: monos grises con detalles en naranja, completados con herramientas falsas colgadas de sus cinturones para mantener la fachada. Estaban armadas con pistolas de energía ligera, discretas pero letales, escondidas bajo sus chaquetas. Las tres se movieron con rapidez, mezclándose entre los técnicos de Dominicus que trabajaban en el hangar, mientras se dirigían a una terminal secundaria ubicada en una sala de mantenimiento cercana.
Maisie se conectó a la terminal con un dispositivo portátil, sus dedos volando sobre el teclado mientras hackeaba los sistemas internos de la nave. «Estoy dentro», susurró, sus ojos brillando con entusiasmo mientras las pantallas de la terminal mostraban datos y mapas. «Buscando la ubicación de Belmeria Winston… Aquí está. Nivel 14, Bloque de Detención C-3. Está bajo vigilancia, pero solo hay dos guardias en su celda».
Sabina asintió, ajustando su comunicador de muñeca. «Vamos», ordenó, liderando el camino mientras Henao y Maisie la seguían. Las tres se movieron por los pasillos de la Vindicator Rex con precisión, manteniendo la cabeza baja y actuando como técnicos ocupados. Los soldados y oficiales de Dominicus que pasaban a su lado apenas les prestaban atención, ocupados con sus propias tareas.
Llegaron al Bloque de Detención C-3 sin incidentes, encontrando la celda de Belmeria vigilada por dos soldados de Dominicus, ambos armados con rifles de plasma. Sabina hizo una señal con la mano, y Henao actuó con rapidez: desenfundó su pistola de energía ligera y disparó dos rayos precisos, neutralizando a los guardias antes de que pudieran reaccionar. Los soldados cayeron al suelo, inconscientes, mientras Maisie se apresuraba a hackear la cerradura de la celda.
La puerta se abrió con un siseo, revelando a Belmeria Winston, una mujer de mediana edad con cabello largo y marron, y gafas de montura fina que le daban un aire académico. Estaba sentada en un banco dentro de la celda, con las manos esposadas y una expresión de cansancio en su rostro. Al ver a las tres mujeres, sus ojos ni se inmutaron. «¿Quiénes son ustedes?» preguntó, con su voz mezclada de aburrimiento.
«No hay tiempo para explicaciones», dijo Sabina, su tono firme mientras Henao se acercaba para liberar a Belmeria de sus esposas con una herramienta de corte láser. «Venimos a sacarte de aquí. Muévete».
Belmeria asintió, levantándose con dificultad mientras Henao la ayudaba a caminar. Maisie, mientras tanto, se conectó de nuevo a su dispositivo portátil, siguiendo el plan al pie de la letra. «Lanzando el código rojo ahora», anunció, sus dedos moviéndose rápidamente. En cuestión de segundos, las alarmas internas de la Vindicator Rex comenzaron a sonar, y una voz automatizada resonó por los altavoces: «Alerta: sabotaje detectado en los motores principales. Todo el personal, diríjase al sector de ingeniería inmediatamente».
El caos estalló en la nave. Soldados y técnicos corrían por los pasillos, dirigiéndose hacia los motores principales, mientras los hangares quedaban momentáneamente desatendidos. Sabina, Henao, Maisie y Belmeria aprovecharon la distracción para moverse hacia el Hangar 7-B, donde sus Mobile Suits y La Pucelle los esperaban. Todo parecía ir según lo planeado… hasta que nuevas alarmas, más agudas y urgentes, comenzaron a sonar.
«¡Alerta! ¡Ataque inminente detectado! ¡Todas las unidades, a sus puestos de combate!» anunció la voz automatizada, mientras las luces de la nave pasaban a un rojo intermitente.
Sabina, que lideraba al grupo, se detuvo en seco, mirando a través de una ventana del pasillo que ofrecía una vista del espacio exterior. En el horizonte, cerca de Deimos, varias naves de Ochs emergieron de la oscuridad, sus cascos pintados con el emblema del círculo roto brillando bajo la luz de las estrellas. Eran fragatas y cruceros de combate, acompañados por Mobile Suits que comenzaron a desplegarse rápidamente. Sin previo aviso, abrieron fuego contra la Vindicator Rex, rayos de plasma y misiles iluminando el vacío del espacio mientras impactaban contra el casco de la nave de Dominicus, haciendo que todo temblara.
«¡Maldición!» exclamó Henao, sosteniendo a Belmeria mientras el pasillo se sacudía por los impactos. «¡Ochs! ¿Qué están haciendo aquí?»
Sabina apretó los dientes, su mente trabajando a mil por hora. «No importa», dijo, su voz cargada de urgencia. «Tenemos que movernos ahora. Renee, Ireesha, ¿están listas?»
En el canal de comunicación, la voz de Renee resonó, cargada de adrenalina. «¡Listas! Pero tenemos compañía. Mobile Suits de Ochs están atacando el hangar. ¡Nos vamos a divertir después de todo!»
Ireesha, con un tono más nervioso, añadió: «¡La Pucelle está en posición! Pero necesitamos que lleguen ya. Esto se está poniendo feo».
Sabina asintió, empujando al grupo hacia adelante. «Vamos, no hay tiempo que perder», ordenó, mientras los sonidos de la batalla resonaban a su alrededor. El plan, que había sido ejecutado con precisión hasta ese momento, ahora enfrentaba un nuevo desafío: escapar de la Vindicator Rex mientras Dominicus y Ochs se enfrentaban en una batalla a gran escala. Con Belmeria en sus manos, el Escuadrón Delta tendría que luchar por su vida para salir de allí.
El espacio alrededor de la luna de Deimos se había convertido en un campo de batalla caótico. Las naves de Ochs, lideradas por la nave insignia Durandal, atacaban a la NSS Vindicator Rex desde un rango calculado con precisión, manteniéndose fuera del alcance de los devastadores cañones MK-IXJ de la nave de Dominicus. La Durandal, un crucero de combate con un diseño angular y un casco negro mate adornado con el emblema del círculo roto, desplegaba unidades móviles a un ritmo frenético. Mobile Suits de Ochs, pintados en tonos oscuros con detalles rojos, salían en enjambres desde sus hangares, disparando rayos de plasma y misiles contra la Vindicator Rex. La nave de Dominicus, en respuesta, alzó sus escudos al máximo, sus campos de energía brillando con un resplandor azul mientras absorbían los impactos. Los cañones de la Vindicator Rex disparaban a máxima potencia, pero la distancia cuidadosamente mantenida por Ochs hacía que sus ataques fueran ineficaces, los rayos de energía disipándose en el vacío antes de alcanzar su objetivo.
Dentro de la Vindicator Rex, el caos era absoluto. Los pasillos temblaban con cada impacto, las alarmas resonaban sin cesar, y los soldados de Dominicus corrían hacia sus puestos de combate, intentando responder al ataque sorpresa de Ochs. En medio de este pandemonio, Sabina Fardin, Henao Jazz y Maisie May corrían hacia el Hangar 7-B, escoltando a Belmeria Winston. Sabina lideraba el grupo, su pistola de energía ligera en mano, mientras Henao y Maisie flanqueaban a Belmeria, asegurándose de que no se quedara atrás. A pesar de la intensidad de la situación, Belmeria mantenía una expresión estoica, casi aburrida, como si el caos a su alrededor no la afectara en absoluto. Sus gafas de montura fina reflejaban las luces rojas intermitentes de los pasillos, y su rostro, marcado por el cansancio, no mostraba ni un atisbo de miedo. Caminaba con pasos medidos, sus manos cruzadas frente a ella, como si estuviera asistiendo a una reunión aburrida en lugar de estar en medio de una extracción bajo fuego.
Llegaron al Hangar 7-B, donde los Beguir-Pente del Escuadrón Delta esperaban, todavía asegurados con clamps magnéticos al suelo. El hangar estaba en un estado de desorden controlado: técnicos de Dominicus corrían hacia sus estaciones, mientras Mobile Suits y cazas de intercepción rápida se preparaban para lanzarse al combate contra Ochs. Sabina se giró hacia Belmeria, su expresión seria pero tranquila. «Subirás conmigo», dijo, señalando su Beguir-Pente personalizado. Belmeria asintió sin decir una palabra, su rostro todavía impasible mientras seguía a Sabina hacia el Mobile Suit.
Sabina abrió la compuerta de su cabina y ayudó a Belmeria a subir, asegurándola en el asiento secundario detrás del suyo. «Quédate quieta y no toques nada», ordenó, con su voz firme mientras se acomodaba en el asiento del piloto. Belmeria se limitó a ajustar sus gafas con un gesto lento, su expresión de aburrimiento inalterada mientras murmuraba un seco «Entendido».
Henao y Maisie ya estaban en sus respectivos Mobile Suits, encendiendo los sistemas con rapidez. Los clamps magnéticos se liberaron con un sonido metálico, y los Beguir-Pente se alzaron, sus propulsores brillando con un resplandor verde mientras se preparaban para despegar. «¡Vamos, ahora!» exclamó Sabina a través del comunicador, liderando al grupo hacia la salida del hangar.
Salieron al espacio justo a tiempo para presenciar el enfrentamiento entre las fuerzas de Dominicus y Ochs. En la distancia, la Vindicator Rex seguía intercambiando fuego con la Durandal y sus naves escolta, mientras Mobile Suits de ambos bandos se enfrentaban en un combate frenético, rayos de plasma y explosiones iluminando el vacío. Más cerca, Renee Costa e Ireesha Plano estaban en medio de una batalla contra un grupo de Mobile Suits de Ochs que habían detectado su presencia.
Renee estaba en su gloria, su Beguir-Pente moviéndose con una agilidad impresionante mientras esquivaba disparos y devolvía el fuego con precisión letal. «¡Vamos, bastardos! ¿Eso es todo lo que tienen?» gritó a través del comunicador, su voz cargada de adrenalina mientras su Mobile Suit giraba en el espacio, disparando una ráfaga de rayos de plasma que destruyó a uno de los Mobile Suits enemigos en una explosión brillante. Sus habilidades como piloto ACE eran evidentes: cada movimiento era calculado, cada disparo encontraba su objetivo, y su risa resonaba en el canal de comunicación mientras se enfrentaba a múltiples enemigos a la vez.
Ireesha, por otro lado, mantenía una posición más defensiva cerca de La Pucelle, su Beguir-Pente usando un escudo de energía para bloquear los disparos enemigos mientras protegía la nave. «¡Renee, ten cuidado!» exclamó, su voz temblorosa pero firme mientras disparaba ráfagas de apoyo, intentando mantener a raya a los Mobile Suits de Ochs que se acercaban.
Sabina, al ver la situación, tomó el control de inmediato. «Renee, Ireesha, es momento de retirarse», ordenó a través del comunicador, su tono autoritario mientras maniobraba su Beguir-Pente para unirse a ellas. «Tenemos a Belmeria. Nos vamos ahora».
Renee gruñó, claramente frustrada por tener que abandonar la pelea. «¡Pero si apenas estoy empezando a divertirme!» protestó, mientras su Mobile Suit esquivaba un rayo de plasma enemigo y respondía con un disparo que destruyó otro Mobile Suit de Ochs. Sin embargo, ante la mirada severa que imaginó de Sabina, suspiró y cedió. «Está bien, jefa. Nos retiramos», dijo, su tono cargado de resignación mientras maniobraba su Beguir-Pente para seguir a Sabina.
Ireesha dejó escapar un suspiro de alivio, siguiendo a Renee mientras el grupo se reunía alrededor de La Pucelle. La nave clase fragata, que había estado esperando en una posición segura, encendió sus propulsores al máximo, acelerando para alejarse del campo de batalla. Mientras La Pucelle se alejaba, la Vindicator Rex y las naves de Ochs continuaban su enfrentamiento, rayos de plasma y explosiones iluminando el espacio a su alrededor. Los Mobile Suits de Dominicus y Ochs seguían peleando, atrapados en un duelo que parecía no tener fin, mientras La Pucelle se desvanecía en la distancia, llevando al Escuadrón Delta y a Belmeria Winston lejos del caos.
Dentro de la cabina de Sabina, Belmeria permanecía en silencio, su expresión estoica e imperturbable incluso mientras el combate rugía a su alrededor. Sabina, concentrada en los controles, lanzó una mirada rápida hacia ella. «¿Estás bien?» preguntó, su tono más práctico que preocupado.
Belmeria ajustó sus gafas con un movimiento lento, su voz monótona mientras respondía: «Perfectamente». Su actitud aburrida contrastaba con la intensidad de la situación, pero Sabina no tuvo tiempo de pensar en ello. Su prioridad era llevar a su equipo y a Belmeria a un lugar seguro. Mientras La Pucelle se alejaba a máxima velocidad, el Escuadrón Delta sabía que, aunque habían cumplido su misión, el conflicto entre Dominicus y Ochs estaba lejos de terminar, y Belmeria Winston podría ser la clave para entender los secretos que habían desatado esta guerra.