ID de la obra: 949

La bruja de Blanco

Mezcla
NC-21
En progreso
2
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planificada Mini, escritos 610 páginas, 373.297 palabras, 24 capítulos
Descripción:
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Capítulo 7 Yo fui la Primera

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Ajena a la feroz batalla que se libraba en Deimos, Suletta Mercury se encontraba en la habitación que le habían asignado en la base de Grassley. La habitación era pequeña pero funcional, con paredes metálicas de un gris apagado, con una cama sencilla de sábanas blancas y una mesa con una lámpara que emitía una luz tenue. Suletta estaba echada boca arriba sobre la cama, con las manos detrás de la cabeza, mirando fijamente el techo mientras su mente giraba en un torbellino de pensamientos. Se encontraba procesando todo lo que había ocurrido durante la reunión con Shaddiq la revelación de que Eri, había tenido un cuerpo físico en el pasado, y que Belmeria Winston, la científica que ahora el Escuadrón Delta estaba rescatando, probablemente era la responsable de haberla transferido al Aerial. El motivo seguía siendo un misterio, pero si la misión tenía éxito, pronto tendrían respuestas. Sin embargo, había otro enigma que ocupaba la mente de Suletta, uno que la hacía sentir una mezcla de confusión y ternura. ¿Por qué Eri la llamaba “mamá”? Sí, era cierto, Suletta había desarrollado un profundo cariño maternal hacia Eri, un amor que había crecido de forma natural desde que se conectó con el Aerial por primera vez. Pero no entendía por qué Eri estaba tan convencida de que ella era su madre. ¿Era algo que le habían dicho? ¿Una programación diseñada para hacerla sentir esa conexión? Y si era así, ¿por qué ella? ¿Qué la hacía tan especial? La mente de Suletta estaba perdida en un limbo de preguntas sin respuesta, sus ojos fijos en una grieta diminuta del techo mientras su respiración se volvía más lenta, atrapada en sus pensamientos. Suleta se encontraba tan metida en sus pensamientos que no sintió cuando la puerta de su habitación se abrió y Miorine entro en ella con pasos suaves, hasta que esta se sentó a su costado en la cama con una sonrisa, el colchón se hundio ligeramente bajo su peso mientras Miorine dirigía su mirada a Suletta, su cabello plateado estaba suelto cayendo en suaves líneas sobre sus hombros y con un sencillo vestido gris que resaltaba su figura elegante, acarició amorosamente la pierna de Suletta con una mano de manera delicada. «¿Qué sucede…?» le preguntó en un tono suave, su voz era cálida mientras sus ojos grises la observaban con preocupación. Suletta salió inmediatamente de su trance al notar la reciente compañía, giro su cabeza para mirar a Miorine y sintió que el mundo se detenía. No importaba cuántas veces la hubiera visto, Miorine siempre le parecía hermosa: su rostro delicado, sus ojos que parecían ver directamente a través de ella, y esa aura de fuerza y ternura que la envolvía. Suletta suspiró, intentando restarle importancia a sus pensamientos y dijo en un murmullo «No es nada importante», su voz era baja intento esbozar una sonrisa tranquilizadora mientras seguía mirando a Miorine. Miorine no se dejó engañar. Con un movimiento suave, inclinó su cuerpo hacia Suletta, terminando acurrucada a su costado. Apoyó su cabeza en el pecho de Suletta, escuchando sus latidos constantes de su corazón mientras sus brazos se deslizaban alrededor de su cuello en un abrazo íntimo. «Dime…», susurró, escondiendo su rostro en el cuello de Suletta, haciendo que su aliento cálido rozara la piel de la mercuriana. Suletta se sonrojó inmediatamente, el calor subió a sus mejillas ante la cercanía de Miorine. El aroma de su cabello era embriagante, una mezcla de flores y un toque dulce que siempre parecía acompañarla llenó inmediatamente sus sentidos. «Estaba… pensando en la misión», dijo finalmente, con su voz temblorosa mientras intentaba mantener la compostura. «Espero que todo salga bien». Miorine suspiró, inhalando la esencia de Suletta mientras sus dedos trazaban círculos suaves en su nuca. Se inclinó ligeramente y depositó un beso suave en el cuello de Suletta, un gesto que hizo que la mercuriana se sonrojara aún más. «No tienes que preocuparte», murmuró Miorine contra su piel, su voz estaba cargada de confianza. «Las chicas son profesionales. Saben lo que hacen». Suletta, todavía ruborizada por el beso, asintió lentamente. «Aun así… Dominicus es peligroso», dijo, en un tono cargado de preocupación mientras sus manos descansaban torpemente a los lados. Miorine se acomodó más, subiendo con un movimiento fluido hasta quedar encima del cuerpo de Suletta sentada en su pelvis, sus piernas estaban a ambos lados de las caderas de la mercuriana. El peso de Miorine era ligero, pero su cercanía hizo que el corazón de Suletta latiera más rápido, y el rubor en sus mejillas se intensifico haciendo muy notorio. Miorine se inclinó y coloco ambos brazos al costado del cuello de Suletta, mirándola con una mezcla de ternura y determinación. «Abrázame también», pidió, su voz suave pero con un toque juguetón mientras sus ojos brillaban con afecto. Suletta, con las mejillas ardiendo, obedeció, rodeando la cadera de Miorine con sus brazos y la atrajo hacia ella en un abrazo tímido pero cálido. Por unos segundos, se quedaron en silencio, envueltas en un momento íntimo que parecía aislarlas del resto del universo. El sonido de sus respiraciones se mezclaba, y el calor de sus cuerpos creaba una sensación de seguridad que ambas necesitaban. Miorine rompió el silencio, con una voz baja y cargada de curiosidad pregunto. «Por favor… cuéntame qué estás pensando de verdad», dijo, alzando la mirada para encontrarse con los ojos de Suletta. Suletta abrió los ojos rápidamente, sorprendida por la petición. Suspiró, su expresión se volvió más seria mientras ordenaba sus pensamientos. «Con Belmeria aquí… podremos saber más cosas sobre Eri», comenzó, con una voz suave pero cargada de incertidumbre. «El porqué terminó en el Aerial… y también, el porqué ella me llama…». Se quedó en silencio, incapaz de terminar la frase, su mirada se perdió en un punto lejano. Miorine la miró con ternura, terminando la frase por ella. «Mamá», dijo, con su voz apenas en un susurro mientras sus ojos se fijaban en los de Suletta. Ambas se quedaron mirándose, el peso de la palabra resonando entre ellas. Suletta tragó saliva, y con su voz temblando ligeramente continuo. «¿Y si todo es un error? ¿O una mala interpretación de Eri? ¿Y si realmente no es nada mío…?» dijo, sus ojos brillando con una mezcla de miedo y vulnerabilidad. Miorine la observó por un momento, su expresión se suavizo aún más. Se inclinó hacia adelante, hasta que sus labios se encontraron los de Suletta en un beso suave y calmado, un gesto lleno de amor que hizo que el mundo a su alrededor desapareciera por un instante. Cuando Miorine se separó, apoyó su frente contra la de Suletta, mirándola directamente a los ojos. «No importa si Eri no termina siendo tu hija o si no hay algo que las relacione genéticamente», dijo, con su voz firme pero cargada de calidez. «Eri es y siempre será tu hija, tengan o no tengan relación genética. Lo que importa es lo que sienten la una por la otra». Suletta la miró con los ojos abiertos, una mezcla de sorpresa y emoción cruzando su rostro. Una sonrisa suave se formó en sus labios, y sus ojos se llenaron de un brillo agradecido. «Gracias», susurró, su voz cargada de sinceridad mientras sus manos apretaban suavemente la cintura de Miorine. Miorine sonrió, con su mirada llena de amor mientras se inclinaba de nuevo para besarla. Sus labios se encontraron en un beso más profundo, pero igual de tierno, un momento de intimidad que las envolvió en la seguridad de la habitación. Mientras se besaban, el caos de la guerra, las preguntas sobre Eri y los peligros que enfrentaban se desvanecieron, dejando solo el amor que compartían. La Pucelle viajaba a velocidad sublumínica a través del sistema solar, sus propulsores zumbaban con un ritmo constante mientras se dirigía de vuelta a la base de Grassley en Titán. A bordo, el ambiente en la sala de mando era tenso. El Escuadrón Delta —Sabina Fardin, Henao Jazz, Renee Costa, Ireesha Plano y Maisie May— estaba reunido, todas de pie con los brazos cruzados o las manos cerca de sus armas, con sus miradas fijas y cargadas de desconfianza hacia la doctora Belmeria Winston. La científica, quien ahora estaba liberada de las esposas pero claramente bajo vigilancia, caminaba de un lado a otro en la sala, con pasos lentos y deliberados. Observaba los paneles de control, las pantallas tácticas y los detalles del interior de la nave con una curiosidad clínica, como si estuviera catalogando mentalmente cada elemento. Finalmente, se detuvo y se sentó en una silla metálica al fondo de la sala, cruzando las piernas y devolviéndole la mirada al escuadrón con una expresión que mezclaba aburrimiento y desafío. «Son de Grassley, ¿cierto?» preguntó Belmeria, con su voz monótona mientras ajustaba sus gafas de montura fina, con sus ojos grises escudriñando a cada una de las pilotos. El escuadrón permaneció en silencio, sus expresiones se mantenían impasibles mientras la observaban. Ninguna respondió, manteniendo una fachada de profesionalismo absoluto. Belmeria alzó una ceja, inclinando la cabeza ligeramente antes de continuar. «¿Están contratadas por Peil? ¿Acaso Peil sabe a dónde me llevan?» dijo, con un tono cargado de una curiosidad que rayaba en la provocación. No era un secreto que Belmeria trabajaba para Peil Technologies; la información era pública, y su nombre estaba vinculado a varios proyectos de alto perfil de la compañía. Sin embargo, las pilotos no reaccionaron, sus rostros estaban fijos como máscaras de piedra. Belmeria suspiró, apoyando un codo en la mesa a su lado mientras descansaba la barbilla en su mano. «Ya veo», murmuró, más para sí misma que para las demás. «Entonces Sarius está haciendo su jugada de manera adelantada». Dijo en un tono que era frío, analítico, como si estuviera desentrañando un rompecabezas en su mente. El escuadrón no respondió, manteniendo aun su silencio mientras La Pucelle continuaba su trayecto hacia Titán. Sabina, de pie al frente del grupo, observaba a Belmeria con una intensidad gélida, su mente trabajaba a mil por hora para anticipar cualquier movimiento de la científica. Las demás, aunque igual de alerta, no podían evitar que sus pensamientos se desviaran hacia lo que les esperaba en Titán: las respuestas que Belmeria podría ofrecer sobre Eri y el Aerial, y cómo eso podría cambiar el rumbo de la guerra que se gestaba en el sistema solar. Mientras tanto, en la base de Grassley en Titán, la noche había pasado según los relojes internos de la instalación. En la habitación asignada a Suletta, un nuevo día comenzaba, sin embargo, no importa el tiempo que pasara en Titán no había un cielo falso para simular el ciclo diurno por lo tanto siempre tendrían el mismo cielo. El espacio infinito y las luces de las estrellas eran lo único visible a través de las ventanas, y la base dependía de relojes que marcaban las horas en términos terrestres para mantener un ritmo de vida. Suletta despertó lentamente, sintiendo un peso cálido y agradable sobre su pecho respirando con tranquilidad. Al abrir los ojos por completo, se encontró con Miorine acurrucada a su costado, su cabeza estaba apoyada sobre su pecho y un brazo descansaba posesivamente sobre su torso. En algún momento de la “noche”, ambas se habían quedado dormidas, envueltas en el abrazo íntimo que habían compartido mientras hablaban de Eri y sus preocupaciones. Suletta nunca había dormido de manera tan cómoda. La calidez de Miorine, su respiración suave y el ritmo constante de su corazón contra el suyo la hacían sentir una paz que raramente había experimentado. Sin embargo, al intentar moverse ligeramente, el abrazo de Miorine se volvió más posesivo, sus brazos se apretaron inmediatamente alrededor de ella como si no quisiera dejarla ir. Suletta sintió un sonrojo subir a sus mejillas, su corazón se acelero mientras observaba el rostro tranquilo de Miorine, sus largas pestañas descansando sobre sus mejillas y su cabello plateado desparramado sobre la ella. Miorine soltó un gemido suave mientras despertaba, un sonido que hizo que el rubor de Suletta se intensificara aún más. Lentamente, abrió los ojos, y sus pupilas grises se encontraron con las de Suletta mientras una sonrisa adormilada se formaba en sus labios. «Buenos días…», murmuró, con una voz ronca por el sueño pero cargada de ternura mientras alzaba una mano para acariciar la mejilla de Suletta. Suletta, todavía nerviosa, respondió con un balbuceo tímido. «B-Buenos días», dijo, su voz temblorosa mientras intentaba controlar el rubor que cubría sus mejillas. Miorine rió suavemente, el sonido cálido y melódico de su risa lleno la habitación. «¿Dormiste bien?» preguntó, inclinándose ligeramente para mirarla más de cerca, sus ojos brillaban con curiosidad y afecto. Suletta asintió rápidamente, moviendo la cabeza de manera casi frenética mientras intentaba encontrar las palabras. «¡S-Sí! Muy bien», respondió, con un nerviosismo evidente mientras sus manos se aferraban a las sábanas. Miorine volvió a reír, apoyando la barbilla en el pecho de Suletta mientras la miraba con una sonrisa juguetona. «Yo también dormí muy bien», dijo, en un tono suave pero cargado de calidez. «Y no pasé frío en absoluto». Su mirada se suavizó mientras se acomodaba más cerca, claramente disfrutando de la reacción de Suletta. Con un movimiento lento, Miorine se sentó en la cama, estirando los brazos mientras miraba el reloj en la pared. Habían pasado un ciclo rotatorio completo, lo que equivalía a un día en términos terrestres. «Es hora del desayuno», anunció, poniéndose de pie con gracia y saliendo de la cama. Fue entonces cuando Suletta lo vio, se dio cuenta de que Miorine estaba vestida solo con un camisón ligero semitransparente y solo una ropa interior color blanca, la tela del camisón apenas cubría sus muslos y Suletta podía ver los pezones de Miorine tras la ropa. El rubor de Suletta se intensificó de golpe, sus ojos se abrieron de par en par mientras su mente intentaba procesar la escena. ¿En qué momento se había cambiado Miorine? ¿Lo había planeado? La mercuriana sintió su corazón latir con fuerza, incapaz de apartar la mirada. Miorine, ajena al torbellino de emociones de Suletta, abrió un armario cercano y sacó una toalla, la colgo sobre su hombro mientras se giraba hacia ella y le dijo. «Voy a ir a tomar un baño…», su tono era casual pero con un toque de diversión mientras observaba el rostro enrojecido de Suletta. «Espero no tardar mucho, así podemos buscar el desayuno juntas». Hizo una pausa, y luego, con una sonrisa traviesa, añadió: «Si quieres, puedes bañarte conmigo». Suletta se puso roja como un tomate de golpe, su corazón latia tan rápido que pensó que se le saldría del pecho. Sus manos se alzaron torpemente, agitando el aire mientras balbuceaba una respuesta incoherente. «¡Y-Yo…! ¡E-Eso…!» tartamudeó, incapaz de formar una frase completa mientras su rostro ardía. Miorine rió de nuevo, claramente disfrutando de la reacción de Suletta, y se dirigió al baño de la habitación con pasos ligeros. «Tú decides», dijo con un tono juguetón antes de cerrar la puerta lentamente, dejando a Suletta sola con sus pensamientos acelerados. Suletta se llevó las manos al rostro, intentando calmar el rubor que no parecía desvanecerse. Su corazón latía a mil por hora, y su mente estaba llena de nuevas experiencias que la hacían sentir una mezcla de nerviosismo y emoción. La intimidad que compartía con Miorine, la calidez de su relación, era algo que nunca había experimentado antes, y aunque la ponía nerviosa, también la hacía inmensamente feliz. Mientras escuchaba el sonido del agua correr en el baño, Suletta respiró hondo, sabiendo que, sin importar los misterios que rodearan a Eri o los peligros que enfrentaran, tenía a Miorine a su lado, y eso era más que suficiente. Suletta y Miorine caminaban juntas por los pasillos metálicos de la base de Grassley, dirigiéndose al comedor donde se servía el desayuno. Los corredores, iluminados por luces blancas incrustadas en las paredes, estaban llenos del eco de pasos y el murmullo de otros miembros de la base que se movían hacia sus tareas matutinas. Miorine, con su cabello plateado semi húmedo el cual brillaba bajo la luz y un vestido gris sencillo, iba abrazada del brazo de Suletta, con una expresión traviesa mientras bromeaba con ella. «Te estuve esperando en el baño, ¿sabes?» dijo, con una voz cargada de diversión mientras le lanzaba una mirada de reojo. «Pensé que te animarías a entrar». Suletta, con un conjunto básico —una polera negra de manga cortas y pantalones ajustados— se sonrojó de inmediato, sus mejillas se tornaron de un rojo brillante mientras intentaba responder. «¡Y-Yo…! ¡N-No es que…! ¡E-Es que…!» balbuceó, sus palabras se convertían en un galimatías incoherente mientras agitaba las manos frente a ella, claramente abrumada por el comentario de Miorine. Miorine rió suavemente, su risa cálida resono en el pasillo mientras apretaba el brazo de Suletta con cariño. «Eres adorable cuando te pones así», dijo, en un tono juguetón pero lleno de afecto mientras guiaba a Suletta hacia las puertas dobles del comedor. El comedor de la base era un espacio amplio con mesas metálicas dispuestas en filas ordenadas, y un largo mostrador al fondo donde se servían los alimentos. El aroma a pan sintético recién horneado, proteína reconstituida y café artificial llenaba el aire, mezclado con el murmullo de las conversaciones de los soldados y técnicos que desayunaban. Suletta y Miorine se dirigieron al mostrador, cada una tomando una bandeja. Miorine eligió una porción de pan con una pasta de proteína y una bebida caliente, mientras Suletta, todavía nerviosa por los comentarios de Miorine, tomó una ración de avena sintética y un jugo. Con sus bandejas en mano, se sentaron en una mesa apartada cerca de una ventana que ofrecía una vista del espacio infinito y las luces distantes de Saturno. Apenas se sentaron, Miorine retomó su juego. Tomó una cucharada de su pasta de proteína y, con una sonrisa traviesa, la acercó a la boca de Suletta. «di ahhhh~», dijo, su tono juguetón mientras sus ojos brillaban con diversión. Suletta se sonrojó aún más, sus ojos se abrieron de par en par mientras intentaba protestar. «¡S-Señorita M-Miorine! ¡P-Puedo comer sola!» exclamó, con su voz temblorosa mientras sus manos se alzaban torpemente para detenerla. Sin embargo, Miorine no cedió, inclinándose más cerca con una sonrisa que era tanto tierna como provocadora. «Vamos, solo un bocado», insistió, y antes de que Suletta pudiera seguir protestando, le dio de comer la cucharada, riendo suavemente al ver cómo el rubor de la mercuriana se intensificaba. En ese momento, Shaddiq llegó a la mesa, vestia ya su uniforme de Grassley el cual resaltaba su figura alta y elegante. Llevaba una bandeja con un desayuno sencillo: un panecillo y una bebida caliente. Al ver la escena, alzó una ceja y sonrió con un toque de sarcasmo. «Vaya, parece que se divierten mucho en su burbujita de amor», dijo, en un tono sarcastico mientras colocaba su bandeja sobre la mesa y se sentaba frente a ellas. Miorine suspiró, dejando la cuchara en su bandeja mientras dirigía su mirada y enfrentaba a Shaddiq entrecerró los ojos y le dijo. «Buenos días para ti también Shaddiq ¿Qué te trae a nuestra mesa?» preguntó, su voz cargada de impaciencia mientras cruzaba los brazos, claramente molesta por la interrupción. Shaddiq alzó las manos en un gesto de rendición, con su sonrisa aun en sus labios. «Tranquila, solo vine a desayunar y hacerles compañía», dijo, en un tono ligero mientras tomaba un sorbo de su bebida. «No es mi culpa que estén tan… metidas en su mundo y no noten a los que están a su alrededor». Miorine lo miró de reojo, con su expresión aun cargada de desconfianza mientras tomaba un bocado de su pan. «Estás a la defensiva, Miorine», comentó Shaddiq, en un tono jugueton mientras la observaba con atención. Miorine respondió con un toque de sarcasmo, sin apartar la mirada de él. «¿Por qué será?» dijo, con su voz afilada mientras alzaba una ceja, recordándole silenciosamente las tensiones previas entre ellos. Shaddiq y Miorine se miraron fijamente por un momento, en un duelo silencioso. Suletta, sentada entre ellos, bajó la mirada a su avena, sintiendo la tensión en el aire pero sin saber el poque ellos estaban así y también sin saber cómo intervenir. El silencio se prolongó hasta que un pitido agudo resonó desde el comunicador de muñeca de Shaddiq, rompiendo la atmósfera. Shaddiq respondió de inmediato, presionando un botón en su dispositivo mientras escuchaba el mensaje. Su expresión cambió de inmediato, volviéndose seria mientras asentía. «Entendido», dijo al comunicador antes de apagarlo y mirar a Miorine y Suletta. «El Escuadrón Delta acaba de arribar a la base con Belmeria», anunció, su voz cargada de urgencia. Miorine y Suletta abrieron los ojos como platos, la sorpresa fue evidente en sus rostros inmediatamente dejaron sus cubiertos sobre la mesa con un tintineo. La noticia las golpeó como un rayo: las respuestas que tanto habían estado esperando sobre Eri y el Aerial estaban ahora al alcance de la mano. Sin decir una palabra, los tres se levantaron de la mesa al unísono, abandonando sus desayunos a medio terminar. Shaddiq lideró el camino, con Miorine y Suletta siguiéndolo de cerca, sus pasos rápidos resonaban en el pasillo mientras se dirigían al hangar donde el Escuadrón Delta había llegado. El corazón de Suletta latía con fuerza, con una mezcla de nerviosismo y esperanza mientras se acercaban al lugar donde finalmente podrían descubrir la verdad sobre Eri. Miorine, a su lado, le tomó la mano con un gesto silencioso de apoyo, sus dedos se entrelazaron mientras compartían una mirada que decía todo: sin importar lo que descubrieran, lo enfrentarían juntas. El grupo llegó a la bahía de aterrizaje número 3 de la base de Grassley en Titán. La bahía era un espacio amplio y funcional, con un techo alto y paredes reforzadas que resonaban con el eco de maquinaria y pasos. La nave La Pucellehabía aterrizado en el centro, su casco gris oscuro todavía se mantenía caliente tras el viaje a través del sistema solar. El personal de seguridad, vestido con uniformes negros y armados con rifles de plasma, estaba alineado y en posición de espera por si algo no hubiese salido bien, sus rostros estaban serios mientras observaban cómo la compuerta principal de la nave se abría con un siseo hidráulico. Una rampa descendió lentamente, y los primeros en salir fueron los operarios de la nave y el personal menor, quienes comenzaron a descargar equipo y realizar chequeos rutinarios. Segundos después, el Escuadrón Delta emergió, todas aún vestidas con sus trajes de combate ajustados. Sabina Fardin lideraba al grupo, con Henao Jazz, Renee Costa, Ireesha Plano y Maisie May flanqueándola. En el centro, escoltada de cerca, estaba Belmeria Winston. Sabina se dirigió directamente hacia Shaddiq, con su expresión profesional mientras le hacía un saludo militar breve. «Misión cumplida con éxito», informó, de manera clara y firme. «Salvo por un inconveniente que no habíamos previsto: Ochs atacó la Vindicator Rex mientras escapábamos». Shaddiq alzo una ceja ante el breve informe de Sabina, suspiro y dijo «¿Orch estaba en el mismo lugar que ustedes? Eso no es coincidencia» Belmeria, en medio del grupo, caminaba con una postura relajada, sus manos estaban cruzadas frente a ella y aun mostraba una expresión de aburrimiento evidente en su rostro. Sus gafas de montura fina reflejaban las luces de la bahía mientras observaba su entorno con una curiosidad distante. De repente, se detuvo y alzó la voz, en un tono monótono rompiendo el silencio. «¿Dónde está Sarius? ¿Dónde estamos?» preguntó, con su mirada paseándose por los presentes como si esperara una respuesta inmediata. Shaddiq no le contestó, ignorando sus preguntas con una expresión fría la miro sin decir ni una sola palabra. En cambio, se giró hacia los guardias de seguridad y dio una orden. «Llévenla a la sala de interrogatorios 1», dijo, en un tono seco y autoritario. Dos guardias se acercaron de inmediato, tomando a Belmeria por los brazos con firmeza para guiarla fuera de la bahía. Mientras los guardias la escoltaban, Belmeria pasó por el grupo, sus ojos azules escudriñaban a cada uno de los presentes hasta que la vio, su mirada se detuvo abruptamente al ver a Suletta, y una chispa de reconocimiento cruzó su rostro. «La Bruja de Mercurio…», murmuró, con una voz cargada de una curiosidad que contrastaba con su actitud aburrida. Suletta se quedó paralizada mirándola, sus ojos se abrieron ligeramente mientras procesaba las palabras, pero no dijo nada, su expresión era una mezcla de sorpresa y cautela. Belmeria inclinó la cabeza ligeramente, ajustando sus gafas con un movimiento lento. «Está aquí, ¿verdad? El Aerial está aquí», añadió, en un tono ahora más intrigado mientras sus ojos se clavaban en Suletta, como si intentara leer sus pensamientos. Antes de que Suletta pudiera responder, uno de los guardias empujó a Belmeria con firmeza, obligándola a avanzar. «Muévase», gruñó el guardia, y Belmeria, sin inmutarse, reanudó su marcha, aunque lanzó una última mirada hacia Suletta antes de desaparecer por un pasillo. Suletta se quedó mirando cómo se la llevaban, con su mente llena de preguntas y una creciente sensación de inquietud. Shaddiq avanzó hacia el grupo, con su expresión seria mientras se dirigía a Miorine y Suletta. «Sabina y yo la interrogaremos», dijo, con una voz baja pero firme. «Evitemos que la mercuriana interactúe demasiado con Belmeria. Parece de su interés, y no sabemos qué intenciones tiene». Suletta abrió la boca para protestar, un destello de preocupación cruzo su rostro. «Pero…», comenzó, su voz temblorosa mientras intentaba encontrar las palabras. Shaddiq la miró directamente, con una mirada fría y autoritaria. «Por favor Haz caso, Mercury», interrumpió, con un tono que había dejado claro que no aceptaría discusión. Miorine, a su lado, acarició el brazo de Suletta con un gesto suave y tranquilizador. «Shaddiq tiene razón», dijo, con una voz calmada pero firme mientras miraba a Suletta con ojos llenos de apoyo. «No podemos confiar en esa mujer, y no sabemos qué planea. Es mejor mantener la distancia por ahora». Suletta bajó la mirada, asintiendo lentamente aunque la preocupación no desapareció de su rostro. Shaddiq, satisfecho con su reacción, se giró hacia Sabina, que esperaba órdenes con una postura profesional. «Sabina, cámbiate y te espero en diez minutos en la sala de interrogatorios», dijo, en un tono directo mientras ajustaba su comunicador de muñeca. Sabina asintió con un movimiento firme de cabeza. «Entendido», respondió, antes de girarse hacia el resto del Escuadrón Delta. «Vamos», ordenó a su equipo, y las cinco mujeres se dirigieron hacia los cuartos de cambio, sus pasos resonaron en la bahía mientras se alejaban. Miorine apretó el brazo de Suletta con suavidad, inclinándose hacia ella para susurrarle al oído. «Todo estará bien», en un tono cargado de seguridad mientras le dedicaba una pequeña sonrisa. Suletta asintió de nuevo, aunque su mirada seguía fija en el pasillo por donde Belmeria había desaparecido. La presencia de la científica en la base significaba que las respuestas sobre Eri estaban más cerca que nunca, pero también traía consigo una nueva ola de incertidumbre. Mientras Shaddiq y Sabina se preparaban para el interrogatorio, Suletta no podía evitar preguntarse qué secretos revelaría Belmeria… y qué significarían para ella y para Eri. Belmeria Winston estaba siendo escoltada por un pasillo estrecho hacia la sala de interrogatorios 1 de la base. Sus pasos resonaban contra el suelo metálico, y los dos soldados que la flanqueaban la mantenían un agarre firme pero profesional en sus brazos. Al llegar a la sala, un espacio austero con paredes grises, una mesa de acero y una silla atornillada al suelo, los soldados le colocaron esposas en las muñecas con un chasquido metálico. La sentaron en la silla, asegurando las esposas a un anillo en la mesa para evitar cualquier movimiento. Para Belmeria, el procedimiento parecía rutinario; no mostró ni un ápice de nerviosismo, manteniendo su expresión de aburrimiento mientras se acomodaba en el asiento, sus gafas de montura fina resbalando ligeramente por su nariz. Ajustó su postura con calma, esperando a que su interrogador llegara. Levantó la vista hacia uno de los soldados, un hombre joven con el uniforme negro de Grassley y un rifle de plasma colgado al hombro. «Esto no es la base principal de Grassley en Ganímedes, ¿verdad?» preguntó, con un tono monótono pero con un dejo de curiosidad mientras lo observaba con ojos analíticos. El guardia la miró por un momento, su rostro impasible, antes de responder con un seco «No». Belmeria inclinó la cabeza ligeramente, ajustando sus gafas con un movimiento lento. «Entonces, ¿dónde estamos?» insistió, con su voz desprovista de emoción pero cargada de interés. El guardia ajustó el rifle en su hombro, claramente incómodo bajo la mirada de Belmeria, pero respondió de todos modos. «Estamos en Titán», dijo, en un tono breve mientras evitaba el contacto visual. El otro guardia, un hombre más veterano con una cicatriz cruzándole la mejilla, le lanzó una mirada de advertencia. «No hables con el prisionero», gruñó, con una voz baja pero firme. El soldado mas joven solo suspiro y le dijo en voz baja «No hay nada de qué preocuparse, además, ella no va a salir de aquí…». Belmeria, sin inmutarse, miró al frente, sus labios curvándose en una leve sonrisa que no llegó a sus ojos. «Así que Titán…», murmuró para sí misma, su mente trabajaba a toda velocidad mientras procesaba la información. Sus ojos se entrecerraron ligeramente, como si estuviera armando un rompecabezas invisible, antes de volver a adoptar su expresión de aburrimiento. Mientras tanto, en una de las salas de cambio asignadas al Escuadrón Delta, Sabina Fardin se preparaba para el interrogatorio. La sala era un espacio funcional con casilleros metálicos alineados contra las paredes, bancos en el centro y un área de duchas al fondo, separada por mamparas de vidrio esmerilado. El aire estaba cargado del olor a desinfectante y el vapor de las duchas, donde algunas de las pilotos se refrescaban tras la misión. Sabina, con movimientos rápidos y precisos, se quitaba su traje de piloto ajustado, dejando que la tela negra con detalles verdes cayera al suelo con un suave sonido. Abrió su casillero y tomó su cambio de ropa: un uniforme estándar de Grassley, compuesto por una chaqueta negra con el emblema de la compañía en el pecho y pantalones a juego. Se vistió con eficiencia militar, ajustando las correas de su cinturón mientras su mente ya estaba enfocada en el interrogatorio que le esperaba. A su lado, Renee Costa también se desvestía, quitándose su traje de piloto con movimientos más relajados, cerca de ella se encontraba Ireesha, quien también se encontraba cambiandose. Mientras se desabrochaba el cinturón, soltó un comentario subido de tono, su voz cargada de picardía. «Ireesha, ¿segura que no quieres que te ayude a quitarte ese traje y te dé un buen restregón hasta que te corras de gusto?» dijo, guiñándole un ojo mientras se quitaba la camiseta interior, dejando al descubierto un sostén deportivo negro. Ireesha Plano, que ya estaba en ropa interior y sosteniendo su traje de piloto con una mano, se sonrojó de inmediato, sus mejillas tornándose de un rojo brillante. «¡R-Renee! ¡Para de decir esas cosas!» exclamó, con su voz temblorosa mientras se giraba para evitar la mirada de Renee. Olió su traje por un momento, frunciendo el ceño ante el olor a sudor y metal, y suspiró. «Mejor me doy una ducha», murmuró, dirigiéndose hacia una de las cabinas de ducha con pasos rápidos.   Renee, con una sonrisa pícara, dejó caer el resto de su ropa al suelo y la siguió, con sus pasos ligeros mientras se acercaba a la mampara donde Ireesha había entrado. Sin dudarlo, abrió la puerta de la cabina y entró, el vapor cálido la empezó a envolver mientras el agua corría por el suelo. «No me digas que no, Ireesha», dijo, con una voz cargada de diversión mientras se acercaba, el agua salpicando su piel desnuda. «Sabes que puedo hacer que esta ducha sea mucho más divertida». Ireesha, ya bajo el chorro de agua, soltó un gritito de vergüenza, sus manos intentando cubrirse mientras el rubor en sus mejillas se intensificaba. «¡Renee, sal de aquí!» exclamó, con su voz resonando en la cabina mientras el sonido del agua ahogaba parcialmente sus palabras. «¡Esto no es gracioso! ¡Alguien podría vernos!» Renee rió suavemente, acercándose más mientras el agua comenzaba a empapar su cabello. «¿Y qué si nos ven?» dijo, en un tono provocador mientras apoyaba una mano en la pared de la ducha, inclinándose hacia Ireesha. «Relájate un poco, cariño. Después de una misión como esa, nos merecemos un poco de diversión, ¿no crees?» Ireesha, todavía sonrojada y claramente abrumada, giró la cabeza para evitar la mirada de Renee, pero no hizo ningún movimiento para alejarla. «Eres imposible», murmuró, con una voz temblorosa mientras el vapor seguía llenando la cabina, envolviéndolas en un velo de calor y tensión. Sabina, ya completamente cambiada, ajustó el cuello de su chaqueta y lanzó una mirada seria hacia Henao Jazz, que estaba terminando de ponerse sus botas al otro lado de la sala. «Henao, quedas a cargo», dijo, en un tono firme mientras recogía su tableta de un banco cercano. «Asegúrate de que el equipo descanse y esté listo para cualquier eventualidad». Henao se puso de pie, haciendo un saludo militar rápido y preciso. «Entendido, capitana», respondió, cargada de profesionalismo mientras observaba a Sabina dirigirse hacia la salida. Sabina salió de la sala de cambio sin mirar atrás, sus pasos resonando en el pasillo mientras se dirigía a la sala de interrogatorios 1. Sabía que el interrogatorio con Belmeria sería crucial, y aunque la científica parecía desinteresada, Sabina no subestimaba su inteligencia ni su capacidad para ocultar información. Mientras caminaba, su mente repasaba cada detalle de la misión y las preguntas que necesitaba hacerle a Belmeria. Las respuestas que obtuvieran podrían cambiarlo todo, y Sabina estaba decidida a descubrir la verdad, sin importar lo que costara. Shaddiq Zenelli entró en la sala de interrogatorios 1 con Sabina Fardin a su lado con sus pasos resonando en el suelo metálico de la habitación austera. La sala, iluminada por una luz blanca y fría, tenía un aire opresivo, con paredes grises desnudas y una mesa de acero atornillada al suelo. Belmeria Winston, esposada a la silla, alzó la mirada para ver a sus interrogadores. Al reconocer a Shaddiq, sus ojos azules se entrecerraron ligeramente detrás de sus gafas de montura fina, pero su expresión de aburrimiento no cambió. Esperó a que ambos se acercaran antes de hablar, su voz monótona pero cargada de un toque de curiosidad. «Estaba esperando a Sarius», dijo, inclinando la cabeza ligeramente. «¿Dónde está tu padre, Shaddiq?» Shaddiq la miró fijamente, su rostro impasible mientras tomaba asiento frente a ella, la mesa de acero creando una barrera física entre ambos. Sabina permaneció de pie a su lado, con una tableta en la mano, su expresión tan fría como siempre. «No estamos aquí para hablar de mí, Belmeria», respondió firme y directo. «Estamos aquí para hablar de ti». Belmeria lo observó en silencio, sus labios apretados en una línea fina mientras procesaba sus palabras. No dijo nada más, su mirada fija en Shaddiq como si intentara descifrar sus intenciones. Shaddiq hizo un gesto con la cabeza hacia los dos guardias que estaban en la sala, y estos salieron de inmediato, dejando a Shaddiq, Sabina y Belmeria solos. La puerta se cerró con un sonido metálico, y el silencio que siguió fue pesado, cargado de tensión. Shaddiq se inclinó ligeramente hacia adelante, apoyando los codos en la mesa mientras entrelazaba las manos. «¿Por qué Dominicus te tenía capturada, Belmeria?» comenzó, con su voz calmada pero con un filo de autoridad. «¿Qué hiciste que los enfadó tanto?» Belmeria permaneció callada por un momento, su mirada fija en Shaddiq antes de responder. «¿Por qué estamos en Titán y no en Ganímedes?» preguntó, ignorando por completo la pregunta de Shaddiq. «¿Sarius sabe de esto?» Hizo una pausa, observándolo con atención, y luego una leve sonrisa se formó en sus labios. «Ya veo… Esto es obra tuya. Sarius no sabe nada». Por primera vez, una risa salió de Belmeria, un sonido seco y carente de humor que resonó en la sala. «Estaba esperando que las demás casas hicieran algún movimiento», continuó, con su tono ahora cargado de un sarcasmo sutil. «Me llevé una sorpresa enorme al ver naves de Grassley en Deimos, pero resulta que esto no era obra de las cabezas, sino del capricho de un niño de papá». Volvió a reír, inclinando la cabeza hacia un lado mientras sus ojos brillaban con una mezcla de diversión y desafío. «Dime, niño, ¿quién te empujó a hacer esto? ¿La princesa Rembran? ¿Acaso sabe que su padre está en coma después del ataque a Asticassia?» Shaddiq escuchó todo en silencio, su expresión imperturbable mientras Belmeria hablaba. No mostró reacción alguna ante sus provocaciones, sus ojos grises fijos en ella como si estuviera analizando cada palabra. Cuando Belmeria terminó, él se recostó en su silla, cruzando los brazos. «¿Terminaste?» preguntó, con su voz fría y desprovista de emoción. «Porque si no, estas sesiones serán mucho más largas de lo que esperas». Belmeria lo miró de nuevo, ajustando sus gafas con un movimiento lento. «Tengo todo el tiempo del mundo… niño», respondió, su tono cargado de una condescendencia que hizo que los músculos de la mandíbula de Shaddiq se tensaran ligeramente. El primer día de interrogatorios había terminado sin éxito. Shaddiq salió de la sala con una mirada seria, sus pasos pesados mientras caminaba por el pasillo. Sabina lo seguía de cerca, sus dedos moviéndose rápidamente sobre su tableta mientras apuntaba las notas de la sesión. El pasillo, iluminado por luces blancas incrustadas en las paredes, estaba desierto, y el silencio entre ellos era tan opresivo como lo había sido en la sala de interrogatorios. «Belmeria no ha dicho nada relevante», dijo Sabina, de manera profesional mientras revisaba sus notas. «Está haciéndonos perder el tiempo, desviando las preguntas y tratando de provocarte». Shaddiq chasqueó la lengua, su frustración evidente mientras se detenía en medio del pasillo. «¿Cómo sabía que estábamos en Titán?» preguntó, girándose hacia Sabina con una mirada inquisitiva que destilaba irritación. «No se lo dijimos durante la extracción. Esto no debería haber pasado». Sabina bajó la tableta por un momento, su expresión seria mientras consideraba la pregunta. «Es muy probable que la información se haya filtrado de los guardias de seguridad», respondió, con su voz calmada, pero con un toque de preocupación. «Uno de ellos pudo haber hablado de más mientras la escoltaban. No sería la primera vez que algo así pasa». Shaddiq pasó una mano por su cabello en un gesto de pura frustración, su rostro se tensó mientras procesaba las palabras de Sabina. Su mirada se endureció, y su voz adquirió un tono frío y autoritario. «Esto es inaceptable», dijo, cortante mientras miraba a Sabina con intensidad. «No toleraré fallos de seguridad de este nivel. Si los guardias están filtrando información, ya sea por descuido o por traición, pondrán en riesgo toda la operación. Sabina, quiero que identifiques a los responsables de inmediato. Investiga quién escoltó a Belmeria y quién habló con ella. Los responsables serán sancionados con la máxima severidad: suspensión sin paga, reasignación a puestos de baja categoría, y si hay indicios de traición, serán sometidos a un juicio interno. No podemos permitir que esto vuelva a ocurrir». Sabina asintió, su expresión volviéndose aún más seria mientras tomaba nota mental de las órdenes de Shaddiq. «Entendido», respondió, firme mientras ajustaba su tableta bajo el brazo. «Me encargaré de iniciar una investigación interna de inmediato. Revisaré los registros de seguridad y entrevistaré a los guardias involucrados. Si hay responsables, los encontraré». Shaddiq asintió, aunque la tensión en su rostro no disminuyó. «Hazlo rápido», dijo más bajo ahora, pero cargado de una advertencia implícita. «No podemos permitirnos más errores. Si Belmeria tiene información que no debería, eso significa que hay una brecha en nuestra seguridad, y cada brecha es un riesgo que no podemos tomar». Sabina inclinó la cabeza ligeramente en señal de asentimiento, su mente ya trabajando en los pasos que tomaría para cumplir con las órdenes de Shaddiq. «Lo manejaré», dijo, de manera profesional mientras retomaba su camino junto a él. Pero en su interior, sabía que esta filtración podía tener consecuencias más graves de lo que Shaddiq imaginaba. Si Belmeria había obtenido información tan fácilmente, ¿qué más podría saber? Y peor aún, ¿a quién más podría habérselo dicho? Shaddiq, todavía frustrado, murmuró para sí mismo mientras reanudaba su marcha por el pasillo. «No estamos llegando a nada», dijo, su voz cargada de irritación mientras miraba al suelo. «Esto está siendo una pérdida de tiempo». Sabina lo observó por un momento, su mirada evaluándolo con cuidado. «Es mejor que descanses, Shaddiq», sugirió, más suave ahora, aunque seguía siendo profesional. «Mañana podemos intentar otros métodos. Tal vez un enfoque más directo o un cambio de táctica la haga hablar». Shaddiq suspiró, sus hombros encorvándose ligeramente mientras miraba al suelo, todavía perdido en sus pensamientos. Seguía cuestionándose si todo esto había sido una buena idea, si el riesgo de infiltrarse en Dominicus y traer a Belmeria a Titán valdría la pena. Sin decir nada más, asintió brevemente hacia Sabina y comenzó a caminar solo por el pasillo, sus pasos resonando mientras se alejaba. Sabina se quedó quieta en su lugar, observándolo mientras se iba. Su expresión era seria, pero había un destello de preocupación en sus ojos. Sabía que Shaddiq estaba bajo mucha presión, y que la falta de avances con Belmeria solo aumentaba su frustración. Ajustó su tableta bajo el brazo y respiró hondo, decidida a encontrar una manera de hacer que la científica hablara. Mientras tanto, Shaddiq continuaba su camino en soledad, su mente llena de dudas y la creciente sensación de que las respuestas que buscaban podrían ser más complicadas de obtener de lo que había anticipado. Al día siguiente, la sala de interrogatorios 1 permanecía tan fría e inhóspita como el día anterior. Las paredes grises, la iluminación blanca y dura, y el aire cargado de tensión creaban un ambiente que parecía diseñado para desgastar a cualquiera que estuviera dentro. Sin embargo, Belmeria Winston, quien estaba sentada en la silla de acero con las manos esposadas a la mesa, no mostraba signos de incomodidad. Su expresión seguía siendo una mezcla de aburrimiento y desafío, sus gafas de montura fina reflejando las luces mientras esperaba con una calma casi irritante. Había pasado la noche en una celda de detención, pero no había signos de fatiga en su rostro; sus ojos grises estaban tan afilados como siempre, observando cada detalle de la sala con una precisión clínica.   Shaddiq y Sabina entraron juntos. Shaddiq, vestido con su uniforme negro de Grassley, llevaba una expresión seria, aunque había un dejo de frustración en su postura que no había estado allí el día anterior. Sabina, a su lado, sostenía su tableta con una mano, su rostro tan impasible como siempre mientras revisaba las notas de la sesión anterior. Los guardias d la sala salieron tras un gesto de Shaddiq, dejando a los tres solos una vez más. La puerta se cerró con un sonido metálico, y el silencio que siguió fue pesado, roto solo por el leve zumbido del sistema de ventilación. Shaddiq tomó asiento frente a Belmeria, colocando un pequeño dispositivo de grabación sobre la mesa mientras entrelazaba las manos. Sabina permaneció de pie a su derecha, sus ojos fijos en la científica mientras ajustaba su tableta para tomar notas. «Empecemos de nuevo, Belmeria», dijo Shaddiq, su voz calmada pero con un filo de determinación. «Ayer no llegamos a nada. Hoy espero que seas más cooperativa. ¿Por qué Dominicus te tenía capturada? ¿Qué hiciste para que te consideraran una amenaza?» Belmeria alzó la mirada lentamente, sus ojos encontrándose con los de Shaddiq. Ajustó sus gafas con un movimiento deliberado, un gesto que parecía diseñado para ganar tiempo. «¿Sabes, niño?» comenzó, su tono monótono pero con un toque de sarcasmo. «Me parece curioso que Grassley esté tan interesado en mí. No recuerdo que tu padre tuviera tratos directos con Peil Technologies en los últimos años. ¿O es que Sarius ha decidido cambiar de estrategia sin que yo me entere?» Shaddiq frunció el ceño, su paciencia ya puesta a prueba apenas comenzaba la sesión. «No estoy aquí para hablar de mi padre o de Grassley», replicó, su voz más dura ahora. «Responde la pregunta, Belmeria. ¿Qué hiciste para que Dominicus te detuviera? No eres una criminal, y ellos no pierden el tiempo con arrestos triviales». Belmeria inclinó la cabeza ligeramente, su mirada fija en Shaddiq mientras una leve sonrisa se formaba en sus labios. «¿Dominicus?» dijo, en un tono cargado de una falsa inocencia. «Oh, ellos… Bueno, supongo que no les gustó mucho que Peil Technologies estuviera trabajando en ciertos proyectos que no encajaban con su visión de… ¿cómo lo llaman ellos? ¿‘Orden y estabilidad’? Pero, dime, niño, ¿cómo supiste que estaba en la Vindicator Rex? Esa información no debería haber llegado a tus manos tan fácilmente. ¿Tienes espías dentro de Dominicus? ¿O fue un golpe de suerte?» Sabina, que había estado tomando notas en su tableta, alzó la mirada por un momento, sus ojos entrecerrándose mientras observaba a Belmeria. Shaddiq, sin embargo, no se dejó distraer por el cambio de tema. «No estoy aquí para responder tus preguntas», dijo, cortante mientras se inclinaba hacia adelante. «Sabes muy bien por qué te trajimos. Hablemos del Aerial. ¿Qué papel jugaste en su creación? ¿Y qué es Eri, exactamente?» Belmeria dejó escapar un suspiro teatral, recostándose en su silla lo mejor que podía con las esposas restringiendo sus movimientos. «El Aerial…», murmuró, en un tono fingido interés. «Un proyecto fascinante, sin duda. Pero me temo que no tengo idea de qué estás hablando con eso de ‘Eri’. ¿Es algún tipo de componente? ¿Un sistema de navegación, quizás? Tendrías que ser más específico, Shaddiq. Mi trabajo en Peil abarca muchos proyectos, y mi memoria no es tan precisa como antes». Shaddiq apretó los dientes, su frustración creciendo con cada palabra evasiva de Belmeria. «No juegues conmigo», gruñó, con su voz baja pero cargada de advertencia. «Sabemos que Eri es una entidad dentro del Aerial. Una conciencia, según lo que hemos descubierto. Y tú eres la responsable de que esté ahí. ¿Cómo lo hiciste? ¿Por qué lo hiciste?» Belmeria alzó una ceja, su expresión de aburrimiento regresando mientras ajustaba sus gafas de nuevo. «¿Una conciencia? Qué idea tan… poética», dijo, en un tono cargado de sarcasmo. «Me halaga que pienses que soy capaz de algo tan avanzado, pero me temo que estás sobreestimando mis habilidades. Soy una científica, no una maga. Si hay algo dentro del Aerial, tal vez deberías preguntarle a los ingenieros que lo construyeron. Yo solo supervisé ciertos aspectos del proyecto… aspectos que, por cierto, están protegidos por acuerdos de confidencialidad con Peil Technologies. No estoy segura de querer violar esos acuerdos por un… ¿cómo lo dije ayer? A si… Un ‘niño de papá’» Sabina intervino por primera vez, su voz fría y precisa mientras miraba a Belmeria. «Esos acuerdos no tienen validez aquí», dijo, en un tono desprovisto de emoción. «Estás bajo custodia de Grassley, y si no cooperas, podemos hacer que tu situación sea mucho menos cómoda. Te sugiero que empieces a hablar». Belmeria giró la cabeza lentamente para mirar a Sabina, sus ojos evaluándola con una mezcla de curiosidad y desdén. «¿Y tú eres…?» preguntó, su tono cargado de un desafío sutil. «No recuerdo haberte visto antes. ¿La guardaespaldas de Shaddiq? ¿O eres su amante? Es difícil distinguir con esa actitud tan… rígida». Sabina no se inmutó, su expresión permaneciendo imperturbable mientras continuaba escribiendo en su tableta. Shaddiq, sin embargo, golpeó la mesa con la palma de la mano, el sonido resonando en la sala y haciendo que Belmeria lo mirara de nuevo. «Basta de evasivas», dijo, con una furia contenida. «Sabemos que estás involucrada con el Aerial y con Eri. Sabemos que Ochs también tiene interés en ti, y que probablemente vinieron a Deimos por la misma razón que nosotros. Si no empiezas a hablar, puedo hacer que estas sesiones sean mucho más… incómodas». Belmeria lo observó en silencio por un momento, su sonrisa desvaneciéndose lentamente. «¿Incómodas?» repitió, cargado de una falsa inocencia. «Qué amenaza tan interesante. Dime, niño, ¿has considerado las consecuencias de lo que estás haciendo? Grassley no es una potencia independiente. Depende de las alianzas con el Grupo Benerit, y si Sarius no está al tanto de tus movimientos, podrías estar poniendo en peligro mucho más de lo que crees. ¿Qué dirán las otras casas cuando se enteren de que Grassley está actuando por su cuenta? ¿O cuando descubran que tienes a la Bruja de Mercurio y al Aerial aquí, en Titán?» Shaddiq se quedó inmóvil, con sus ojos entrecerrándose mientras procesaba las palabras de Belmeria. La científica había tocado un nervio, y lo sabía. Sin embargo, él no le dio la satisfacción de una reacción visible. «Eso no es de tu incumbencia», dijo, con su voz baja y controlada. «Lo que me interesa es lo que sabes sobre el Aerial y Eri. ¿Cómo terminaste involucrada con Ochs? ¿Qué querían de ti?» Belmeria suspiró de nuevo, esta vez con un aire de exagerada resignación. «¿Ochs? Oh, ellos… Bueno, digamos que tienen un interés particular en la tecnología Gundam», dijo, evasivo mientras miraba al techo como si estuviera recordando algo trivial. «Pero no estoy segura de querer compartir eso contigo. Después de todo, no tengo ninguna garantía de que Grassley sea un aliado confiable. ¿Y si decides entregarme a Dominicus de nuevo? O peor, ¿a CESO? No, creo que prefiero esperar a ver cómo se desarrollan las cosas. Tal vez Sarius tenga algo más interesante que ofrecerme». Shaddiq apretó los puños bajo la mesa, su frustración alcanzando un nuevo pico. Sabina, notando el cambio en su lenguaje corporal, alzó la mirada de su tableta y le lanzó una mirada de advertencia, un recordatorio silencioso de mantener la calma. Shaddiq respiró hondo, intentando controlar su temperamento. «Si no hablas, Belmeria, podemos hacer que tu estadía aquí sea mucho más prolongada», dijo, con su voz ahora más tranquila pero cargada de una amenaza implícita. «Podemos mantenerte aquí indefinidamente, y créeme, no será agradable». Belmeria lo miró de nuevo, sus ojos brillando con un desafío silencioso. «Como dije ayer, tengo todo el tiempo del mundo», respondió, su tono cargado de una condescendencia que hizo que Shaddiq apretara la mandíbula. «Pero tú… tú pareces estar bajo mucha presión, niño. ¿Estás seguro de que estás listo para jugar en el terreno de los adultos? Porque yo he estado en este negocio mucho más tiempo que tú». El interrogatorio continuó durante horas, con Shaddiq y Sabina intentando diferentes enfoques: preguntas directas, referencias a datos específicos sobre Peil Technologies, incluso menciones a la Bruja de Mercurio y al ataque de Ochs en Deimos. Pero Belmeria se mantuvo imperturbable, desviando cada pregunta con comentarios evasivos, preguntas retóricas o provocaciones diseñadas para irritar a Shaddiq. Habló de proyectos irrelevantes de Peil, de la política interna del Grupo Benerit, e incluso de rumores sobre otras casas, pero nunca dio una respuesta concreta sobre el Aerial, Eri, o su relación con Ochs. Era como intentar atrapar agua con las manos: cada vez que Shaddiq sentía que estaba cerca de una respuesta, Belmeria encontraba una manera de escabullirse. Finalmente, después de varias horas sin progreso, Shaddiq puso fin a la sesión. Se puso de pie con un movimiento brusco, su expresión cargada de frustración mientras apagaba el dispositivo de grabación. «Esto es todo por hoy», dijo, mientras miraba a Belmeria con ojos entrecerrados. «Pero no creas que esto ha terminado». Belmeria le dedicó una sonrisa fría, ajustando sus gafas una vez más. «Espero con ansias nuestra próxima conversación… niño», dijo, su tono cargado de burla mientras los guardias entraban para escoltarla de vuelta a su celda. Shaddiq y Sabina salieron de la sala, caminando por el pasillo en silencio. Sabina revisaba sus notas en la tableta, su rostro impasible mientras anotaba los detalles de la sesión. «No dijo nada relevante, otra vez», comentó, con un toque de frustración. «Está jugando con nosotros. Solo nos hace perder el tiempo». Shaddiq chasqueó la lengua, pasándose una mano por el cabello en un gesto de pura exasperación. «Esto es ridículo», murmuró, cargado de irritación. «No estamos llegando a ningún lado. Y sigue sabiendo más de lo que debería. ¿Cómo está tan tranquila? ¿Y por qué sigue mencionando a Miorine y el ataque a Asticassia?» Sabina bajó la tableta por un momento, su mirada evaluándolo con cuidado. «Está tratando de desestabilizarte», dijo, de manera calmada pero firme. «Sabe cómo presionarte, y lo está usando a su favor. En cuanto a cómo sabe tanto, probablemente está deduciendo cosas basándose en lo que ha observado y en lo que los guardias pudieron haber dejado escapar. Es una científica, Shaddiq. Es metódica y analítica. No subestimes su capacidad para leer entre líneas». Shaddiq suspiró, deteniéndose en medio del pasillo mientras miraba al suelo. «No estamos llegando a nada», repitió, con su voz más baja ahora, cargada de una mezcla de frustración y duda. «Tal vez esto fue un error». Sabina lo observó por un momento antes de responder. «Todavía podemos intentarlo de nuevo mañana», dijo, más suave ahora, aunque seguía siendo profesional. «Podemos probar otros métodos, tal vez un enfoque más psicológico. Pero necesitas descansar, Shaddiq. Estás demasiado tenso, y ella lo está aprovechando». Shaddiq asintió lentamente, aunque la duda no desapareció de su rostro. Pasó una mano por su cabello de nuevo, su mente todavía atrapada en las palabras de Belmeria y en las preguntas que seguían sin respuesta. Sin decir nada más, reanudó su camino por el pasillo, sus pasos resonando mientras se alejaba solo. Sabina se quedó atrás, observándolo con una mezcla de preocupación y determinación. Sabía que Belmeria era un hueso duro de roer, pero también sabía que no podían rendirse. Las respuestas que buscaban eran demasiado importantes, y estaba decidida a encontrar una manera de hacer que la científica hablara, sin importar cuánto tiempo tomara. La sala de interrogatorios 1 no había cambiado desde los días anteriores: las paredes grises, la luz blanca y dura, y el aire cargado de tensión seguían creando un ambiente opresivo. Belmeria, sentada en la silla de acero con las manos esposadas a la mesa, mantenía su postura relajada, su expresión de aburrimiento inalterable. Había pasado otra noche en la celda de detención, pero su apariencia no mostraba signos de desgaste: su cabello gris estaba perfectamente peinado, sus gafas de montura fina descansaban en su nariz, y sus ojos grises observaban la sala con una calma que rayaba en lo irritante. Parecía casi cómoda, como si estuviera esperando una reunión de negocios en lugar de un interrogatorio. Shaddiq y Sabina entraron juntos, sus pasos resonando en el suelo metálico. Shaddiq, vestido con su uniforme negro de Grassley, llevaba una expresión más controlada que los días anteriores, aunque la frustración aún era evidente en la tensión de sus hombros. Había pasado la noche reflexionando sobre un nuevo enfoque, decidido a obtener algo de Belmeria después de dos días de evasivas. Sabina, a su lado, sostenía su tableta como siempre, su rostro impasible mientras revisaba las notas de las sesiones previas. Los guardias salieron tras un gesto de Shaddiq, dejando a los tres solos una vez más. La puerta se cerró con un sonido metálico, y el silencio que siguió fue pesado, roto solo por el zumbido del sistema de ventilación. Shaddiq tomó asiento frente a Belmeria, colocando el dispositivo de grabación sobre la mesa mientras respiraba hondo para mantener la calma. Sabina permaneció de pie a su derecha, su mirada fija en la científica mientras ajustaba su tableta. «Hoy vamos a intentar algo diferente, Belmeria», comenzó Shaddiq, con su voz más calmada de lo habitual, con un tono que buscaba transmitir razonamiento en lugar de confrontación. «Sé que no confías en mí ni en Grassley, y entiendo por qué. Pero también sé que no quieres pasar el resto de tu vida encerrada aquí, o peor, ser entregada a Dominicus o CESO. Podemos garantizar tu seguridad si cooperas. Dinos lo que sabes sobre el Aerial y Eri, y me encargaré de que estés protegida». Belmeria alzó la mirada lentamente, sus ojos encontrándose con los de Shaddiq. Ajustó sus gafas con un movimiento deliberado, su expresión de aburrimiento transformándose en una leve sonrisa que no llegó a sus ojos. «¿Garantizar mi seguridad?» repitió, cargado de un sarcasmo sutil mientras inclinaba la cabeza. «Eso es muy generoso de tu parte, niño, pero me temo que tú, como tal, no tienes el poder para hacer eso». Shaddiq frunció el ceño, su intento de mantener la calma puesto a prueba de inmediato. «Soy un representante de Grassley», dijo, firme mientras se inclinaba ligeramente hacia adelante. «Tengo la autoridad para negociar tu protección si decides cooperar». Belmeria dejó escapar un suspiro teatral, recostándose en su silla lo mejor que podía con las esposas restringiendo sus movimientos. «No lo dudo», dijo, su tono cargado de condescendencia. «Pero Grassley no es una entidad independiente, niño. Depende de las alianzas dentro del Grupo Benerit, y tú no eres la cabeza de Grassley. Tu padre, Sarius, lo es. Y por lo que he deducido, él no está al tanto de tus… actividades aquí en Titán, ¿verdad? Eso significa que cualquier ‘garantía’ que me ofrezcas no tiene peso real. Podrías prometer el sistema solar entero, pero no tienes el poder para cumplirlo». Shaddiq apretó los labios, su frustración creciendo mientras Belmeria continuaba desmantelando su oferta con una precisión quirúrgica. Sabina, que tomaba notas en su tableta, alzó la mirada por un momento, observando la interacción con una expresión analítica. Shaddiq respiró hondo, intentando mantener el control. «Si no confías en Grassley, puedo encontrar una manera de involucrar a otras partes», dijo, más tenso ahora. «Pero para eso, necesito que hagas tu parte. Habla, Belmeria. Dinos lo que sabes». Belmeria lo miró en silencio por un momento, sus ojos grises brillando con un desafío silencioso. Luego, su sonrisa se amplió ligeramente, y su voz adquirió un tono más calculador. «Hay una persona que sí tiene el poder para garantizar mi seguridad», dijo, ahora más seria mientras se inclinaba hacia adelante, lo que las esposas le permitían. «Delling Rembran, el líder del Grupo Benerit y de UNISOL. Él podría ofrecerme la protección que necesito. Pero, según tengo entendido, sigue en coma después del ataque a Asticassia. Lo que significa que, en su ausencia, la única persona heredera que podría garantizar mi seguridad es su hija… Miorine Rembran». Shaddiq se quedó inmóvil, sus ojos entrecerrándose mientras procesaba las palabras de Belmeria. Sabina, por primera vez, mostró una reacción visible, su mirada endureciéndose mientras bajaba la tableta ligeramente. Belmeria, notando el cambio en la dinámica, continuó con un tono que mezclaba desafío y negociación. «Tráeme a Miorine Rembran», dijo, firme mientras miraba directamente a Shaddiq. «Quiero hablar con ella. Si ella está dispuesta a garantizar mi seguridad, entonces… lo consideraré. Hasta entonces, me temo que no tengo nada más que decir». Shaddiq apretó los puños bajo la mesa, su frustración alcanzando un nuevo pico. Había intentado un enfoque diferente, ofreciendo protección a cambio de información, pero Belmeria había girado la situación a su favor una vez más, imponiendo sus propios términos. «Miorine no tiene por qué involucrarse en esto», dijo, con su voz baja pero cargada de advertencia. «Esto es entre tú y Grassley». Belmeria alzó una ceja, ajustando sus gafas con un movimiento lento. «Entre tú y yo, quieres decir» corrigió, cargado de sarcasmo. «Porque, como ya establecimos, Grassley no está realmente aquí. Esto es tu operación, niño. Y si quieres mi cooperación, tendrás que darme algo más que promesas vacías. Tráeme a Miorine, o podemos seguir perdiendo el tiempo. La elección es tuya». El silencio que siguió fue pesado, cargado de una tensión que parecía apretar el aire de la sala. Shaddiq miró a Belmeria fijamente, sus ojos grises brillando con una mezcla de frustración y cálculo. Sabina, a su lado, tomó notas rápidas en su tableta, su expresión imperturbable pero sus pensamientos claramente trabajando a toda velocidad. Shaddiq sabía que involucrar a Miorine era un riesgo: no solo porque pondría a la heredera de Delling Rembran en una posición vulnerable, sino también porque podría complicar aún más las tensiones entre Grassley y las otras casas del Grupo Benerit. Pero también sabía que Belmeria no cedería sin algo a cambio, y hasta ahora, todos sus intentos de hacerla hablar habían fracasado. Después de un largo momento, Shaddiq se puso de pie, apagando el dispositivo de grabación con un movimiento brusco. «Esto no ha terminado», dijo, mientras miraba a Belmeria con ojos entrecerrados. «Pero por ahora, hemos acabado esta sesión». Belmeria le dedicó una sonrisa fría, ajustando sus gafas una vez más. «Espero con ansias nuestra próxima conversación», dijo, con su tono cargado de una condescendencia que hizo que Shaddiq apretara la mandíbula. «Y espero que traigas a Miorine contigo». Shaddiq y Sabina salieron de la sala, caminando por el pasillo en silencio. Sabina revisaba sus notas en la tableta, su rostro impasible mientras anotaba los detalles de la sesión. «No cedió», dijo finalmente, profesional pero con un toque de frustración. «Y ahora está tratando de dictar términos. Involucrar a Miorine podría ser un error». Shaddiq chasqueó la lengua, pasándose una mano por el cabello en un gesto de pura exasperación. «Lo sé», murmuró, su tono cargado de irritación. «Pero no tenemos nada. Tres días, y no hemos sacado nada útil. Si no encontramos una manera de hacerla hablar, todo esto habrá sido para nada». Sabina bajó la tableta por un momento, su mirada evaluándolo con cuidado. «Podemos intentar otros métodos», sugirió, más suave ahora, aunque seguía siendo profesional. «Pero involucrar a Miorine… es un riesgo que no deberíamos tomar a la ligera. Belmeria sabe más de lo que dice, y está jugando con nosotros. Necesitamos encontrar una manera de presionarla sin ceder a sus demandas». Shaddiq asintió lentamente, aunque la duda no desapareció de su rostro. «Lo pensaré», dijo, con su voz más baja ahora, cargada de una mezcla de frustración y determinación. «Pero necesitamos resultados, Sabina. No podemos seguir así». Sabina no respondió, limitándose a observarlo mientras Shaddiq se alejaba por el pasillo, sus pasos resonando mientras se perdía en sus pensamientos. La científica había planteado un desafío que Shaddiq no estaba seguro de cómo enfrentar, y la idea de involucrar a Miorine lo ponía en una posición incómoda. Mientras tanto, Belmeria, de vuelta en su celda, sonreía para sí misma, sabiendo que había ganado otra ronda en este juego de poder. Pero también sabía que el tiempo estaba corriendo, y que eventualmente, alguien cedería… y ella estaría lista para aprovecharlo. Shaddiq y Sabina caminaban juntos por los pasillos de la base mientras se dirigían hacia la habitación asignada a Miorine. El ambiente en la base era tenso, con soldados y técnicos moviéndose con prisa mientras las noticias del ataque de Ochs en Deimos seguían generando murmullos entre el personal. Shaddiq, con su uniforme negro, llevaba una expresión seria, sus pensamientos todavía atrapados en las palabras de Belmeria. Sabina, a su lado, sostenía su tableta con una mano, su rostro tan impasible como siempre, aunque sus ojos reflejaban una mezcla de determinación y cautela. Llegaron a la puerta de la habitación y Shaddiq tocó el panel de acceso, haciendo que el mecanismo emitiera un pitido antes de que la puerta se deslizara hacia un lado con un siseo hidráulico. Dentro, Miorine y Suletta estaban sentadas en la cama, conversando en voz baja. Miorine, con su cabello suelto plateado cayendo en suaves ondas sobre sus hombros y un vestido gris que resaltaba su figura elegante, alzó la mirada al escuchar la puerta. Suletta, sentada a su lado con su vestimenta básica, se tensó ligeramente al ver a Shaddiq y Sabina, sus manos se apretaron sobre su regazo. «¿Qué pasa?» preguntó Miorine de inmediato, con su voz cargada de una mezcla de curiosidad y cautela mientras se ponía de pie. Suletta se levantó también, quedándose cerca de Miorine con una expresión de preocupación. Shaddiq respiró hondo, sabiendo que lo que estaba a punto de decir no sería bien recibido. «Necesitamos hablar», dijo, serio mientras entraba a la habitación, seguido por Sabina. «Es sobre Belmeria». Sabina cerró la puerta tras ellos, asegurándose de que la conversación permaneciera privada. Miorine alzó una ceja, con su mirada fija en Shaddiq. «¿Qué ha pasado con el interrogatorio?» preguntó, con su tono lleno de curiosidad. «¿ha pasado algo malo?». Shaddiq intercambió una mirada rápida con Sabina antes de responder. «Llevamos tres días intentando hacerla hablar, y no hemos conseguido nada», admitió, con su voz cargada de frustración mientras se cruzaba de brazos. «Belmeria evade todas las preguntas, nos hace perder el tiempo y se niega a cooperar a menos que cumplamos con una condición». Miorine frunció el ceño, con su expresión volviéndose más seria. «¿Qué condición?» preguntó, aunque su tono sugería que ya tenía una idea de lo que vendría. Sabina dio un paso adelante, con su voz calmada pero directa mientras explicaba. «Quiere hablar con usted, Señorita Miorine», dijo, sus ojos amarillos fijos en la heredera de Delling Rembran. «Dice que solo cooperará si puede negociar directamente con usted. Según ella, es la única persona que puede garantizarle seguridad, ya que su padre no se encuentra en estas instalaciones y tú eres su heredera». Miorine se quedó en silencio por un momento, procesando la información. Suletta, a su lado, se tensó aún más, sus ojos abriéndose con una mezcla de sorpresa y preocupación. «¡No!» exclamó Suletta, con su voz temblorosa mientras daba un paso adelante con un claro nerviosismo, colocando una mano protectora en el brazo de Miorine. «Por favor no quiero que participes, Señorita Miorine. Esa mujer parece peligrosa. Si es verdad lo que Eri dijo, que ella la metió en el Aerial… no sabemos cuánta maldad puede tener. Si te acercas a ella, puede ser peligroso» Miorine giró la cabeza para mirar a Suletta, su expresión se suavizo por un momento mientras colocaba una mano sobre la de Suletta, dándole un apretón suave. «Suletta…», murmuró, cargada de ternura mientras intentaba calmarla. Regreso su mirada hacia Shaddiq y Sabina. «¿Creen que es buena idea que me involucre?» preguntó, con curiosidad. Shaddiq suspiró, pasándose una mano por el cabello en un gesto de frustración. «No tenemos otra opción, Miorine», dijo, con su voz más baja ahora, cargada de una mezcla de resignación y urgencia. «Belmeria no va a hablar con nosotros. Sabe que no tengo la autoridad para garantizarle la protección que quiere, y está usando eso en nuestra contra. Si queremos respuestas sobre el Aerial y Eri, necesitamos que hagas esto». Sabina asintió, en un tono profesional mientras añadía más contexto. «Belmeria es una científica de Peil Technologies, y claramente tiene información valiosa», dijo, ajustando su tableta bajo el brazo. «Pero también es calculadora. Sabe que estás aquí, y sabe quién eres. Está usando tu posición como heredera de Delling Rembran para presionarnos. Si no cedemos a su demanda, seguiremos estancados». Miorine cruzó los brazos, con su mirada fija en Shaddiq mientras procesaba la situación. «¿Estamos seguros de que ella no está planeando una trampa?» preguntó, con su tono cargado de curiosidad. «Esta mujer podría estar trabajando con Ochs, o peor, podría intentar manipularme para obtener algo más. ¿Han considerado eso?» Shaddiq asintió, su expresión seria mientras respondía. «Lo hemos considerado», dijo. «Sabina y yo estaremos presentes en todo momento. No te dejaremos sola con ella, y estaremos preparados para cualquier eventualidad. Pero necesitamos esas respuestas, Miorine. Si Belmeria sabe algo sobre Eri y el Aerial, podría ser clave para entender lo que Ochs está planeando… y cómo poder contratacar». Suletta, que había estado escuchando en silencio, apretó el brazo de Miorine suavemente, con su voz temblorosa intervino de nuevo. «No me gusta esto» exclamó, con sus ojos brillando con una mezcla de miedo y frustración. «Señorita Miorine, por favor… No sabemos qué tan peligrosa es Belmeria. ¿Y si intenta hacerte daño? ¿Y si todo esto es una trampa para llegar a ti?, no quiero, si ella te hace algo, yo… Yo... no dudare en usar el PERMET como lo hice en Urano» Miorine giró hacia Suletta, colocando ambas manos sobre sus hombros mientras la miraba directamente a los ojos. «Suletta, te prometo que estaré bien», dijo, firme pero cargada de calidez. «No voy a dejar que esa mujer me manipule, y confío en que Shaddiq y Sabina me protegerán si algo sale mal. Pero si hay una posibilidad de que podamos obtener respuestas sobre Eri, tenemos que intentarlo». Suletta bajó la mirada, sus manos temblando mientras apretaba los puños. «Aun así… no estoy segura», murmuró, con su voz apenas audible mientras sus ojos se llenaban de preocupación. «No quiero perderte…» Shaddiq dio un paso adelante, con un tono más suave ahora hablo mientras intentaba mediar. «Entiendo tus preocupaciones, Mercury…», dijo, con su voz cargada de empatía. «Pero Miorine tiene razón. Esta podría ser nuestra única oportunidad de hacer que Belmeria hable. Si no lo hacemos, podríamos perder información crucial que podría salvar vidas… incluidas las nuestras». Sabina asintió, con su tono profesional mientras añadía su perspectiva. «Podemos minimizar los riesgos», dijo, su mirada fija en Suletta. «Belmeria estará esposada y bajo vigilancia constante. No tendrá oportunidad de hacer nada contra Miorine. Pero necesitamos avanzar, y esta es la mejor opción que tenemos ahora». Miorine respiró hondo, mirando a Suletta con una mezcla de determinación y ternura. «Suletta, confía en mí», dijo, su voz suave mientras alzaba una mano para acariciar la mejilla de la mercuriana. «Sé que estás preocupada, pero puedo manejar esto. Necesitamos saber la verdad sobre Eri, y si hablar con Belmeria es la manera de conseguirlo, entonces tengo que hacerlo». Suletta la miró por un momento, sus ojos brillando con emociones encontradas. Finalmente, asintió lentamente, aunque la preocupación no desapareció de su rostro. «Está bien…», murmuró, con su voz temblorosa mientras bajaba la mirada. «Pero no me gusta…» Miorine sonrió ligeramente, inclinándose para besar la frente de Suletta con un gesto lleno de cariño. «Todo estará bien», susurró, antes de girarse hacia Shaddiq y Sabina. «Lo haré», dijo, ahora firme mientras cruzaba los brazos. «Hablaré con Belmeria. Pero espero que estén preparados para cualquier cosa que pueda intentar». Shaddiq asintió, un destello de alivio cruzando su rostro. «Lo estaremos», dijo, con su voz cargada de determinación. «Sabina y yo nos encargaremos de que todo esté bajo control. Gracias, Miorine». Sabina ajustó su tableta bajo el brazo, su expresión imperturbable mientras miraba a Miorine. «Prepararemos la sala de interrogatorios y nos aseguraremos de que Belmeria no tenga ninguna oportunidad de actuar», dijo «Podemos hacerlo esta tarde, si estás lista». Miorine asintió, su mirada endureciéndose mientras se preparaba mentalmente para lo que vendría. «Estoy lista», dijo, con su voz firme. Suletta, a su lado, apretó su mano con fuerza, su corazón latiendo con una mezcla de miedo y esperanza. Aunque no estaba convencida de la decisión, sabía que Miorine estaba decidida, y confiaba en ella más que en nadie. Mientras Shaddiq y Sabina salían de la habitación para hacer los preparativos, Suletta y Miorine se quedaron solas, compartiendo un momento de silencio que hablaba más que cualquier palabra. El encuentro con Belmeria sería un punto de inflexión, y todos lo sabían. Por la tarde del tercer día, la sala de interrogatorios 1 estaba lista para una nueva sesión que prometía ser decisiva. La sala, con sus paredes grises, su luz blanca y fría, y su aire opresivo, parecía aún más intimidante bajo la tenue luz que se filtraba desde las lámparas empotradas, proyectando sombras alargadas en el suelo metálico. Belmeria, esposada a la silla de acero, alzó la mirada cuando la puerta se abrió con un siseo hidráulico. Shaddiq entró primero, su uniforme negro de Grassley, pero con un cansancio evidente en su postura tras días de interrogatorios infructuosos. Detrás de él, Miorine, con su cabello plateado brillando bajo la luz y un vestido gris, proyectaba una mezcla de determinación y cautela. Sabina cerró la marcha, su tableta en mano, su rostro tan impasible como siempre. Los guardias salieron tras un gesto de Shaddiq, dejando a los tres solos con Belmeria. La puerta se cerró con un sonido metálico, y el silencio que siguió fue pesado, roto solo por el zumbido del sistema de ventilación. Fuera de la sala, Suletta había decidido tomar cartas en el asunto. Desde que se tomó la desicion de que Miorine participaría en el interrogatorio, un nudo de ansiedad se había instalado en su pecho. No podía soportar la idea de quedarse al margen mientras se discutía algo tan crucial sobre Eri y su propio pasado. Con el corazón latiendo con fuerza, decidió seguir al grupo a escondidas. Se mantuvo a una distancia prudente, ocultándose detrás de las esquinas de los pasillos metálicos de la base mientras Shaddiq, Miorine y Sabina se dirigían hacia la sala de interrogatorios. Su uniforme básico de la base, gris y ajustado, le permitía pasar desapercibida entre los soldados y técnicos que recorrían los corredores. Mientras avanzaba, Suletta susurró a Eri, su voz temblorosa pero llena de determinación. «Eri, ¿puedes ayudarme a escuchar lo que dicen?» preguntó, su tono bajo mientras se escondía detrás de una columna, observando cómo el grupo entraba a la sala. La voz infantil de Eri resonó en su mente a través del PERMET, llena de entusiasmo. «¡Claro, mami!» respondió, su tono cálido pero concentrado. «Puedo conectarme a los sistemas de audio de la sala. Hay una habitación contigua con un vidrio unidireccional… Podemos escuchar desde allí. ¡Sígueme!» Suletta asintió, su respiración agitada mientras seguía las instrucciones de Eri. La entidad la guio a través de un pasillo lateral hasta una puerta marcada como "Observación 1-A". Suletta empujó la puerta con cuidado, entrando en una pequeña habitación oscura con un vidrio unidireccional que ofrecía una vista directa de la sala de interrogatorios. Se sentó en una silla frente al vidrio, su corazón latiendo con fuerza mientras Eri se conectaba al sistema de audio, permitiéndole escuchar cada palabra que se decía al otro lado. Dentro de la sala de interrogatorios, Belmeria inclinó la cabeza ligeramente, ajustando sus gafas de montura fina mientras observaba a Miorine con un brillo de diversión en sus ojos grises. «Vaya, vaya», dijo, cargada de un sarcasmo que no intentó ocultar. «En verdad están desesperados, ¿no es así? Traer a la heredera de Delling Rembran en persona… No pensé que llegarían tan lejos». Miorine cruzó los brazos, su expresión fría mientras tomaba asiento frente a Belmeria, con Shaddiq a su lado. Sabina permaneció de pie, lista para tomar notas. «No estoy aquí para jugar tus juegos, Belmeria», dijo Miorine, firme y autoritaria. «Quieres hablar conmigo, aquí estoy. Pero primero, dejemos una cosa clara: si voy a escuchar lo que tienes que decir, necesito saber que estás dispuesta a hablar de verdad». Belmeria dejó escapar un suspiro teatral, recostándose en su silla lo mejor que podía con las esposas. «Oh, hablaré», dijo, en un tono cargado de una falsa inocencia. «Pero primero, quiero garantías, princesa Rembran. Quiero tu palabra de que mi seguridad estará asegurada. No confío en Grassley, y mucho menos en este… niño que tienes a tu lado». Miró a Shaddiq con un dejo de desdén antes de volver su atención a Miorine. «Tú eres la heredera de Delling Rembran. Si alguien puede garantizar mi seguridad, eres tú. Así que, ¿qué dices? ¿Me das tu palabra de que no seré entregada a Dominicus, CESO, o peor, a Ochs?» Miorine entrecerró los ojos, evaluando a Belmeria con una mezcla de cautela y determinación. Sabía que la científica estaba jugando con ellos, pero también sabía que no tenían otra opción si querían obtener respuestas. Respiró hondo, manteniendo su tono firme. «Te garantizo tu seguridad», dijo, clara y cargada de autoridad. «Mientras estés bajo nuestra custodia, no serás entregada a nadie. Tienes mi palabra». Belmeria alzó una ceja, su sonrisa volviéndose más afilada mientras inclinaba la cabeza. «¿Tu palabra?» repitió, su tono cargado de un desafío sutil. «Eso es muy bonito, pero me temo que no es suficiente. Quiero que lo jures, Miorine. Júralo por lo que más amas y que hagas un acuerdo por escrito de que estaré a salvo». Miorine frunció el ceño, su expresión endureciéndose por un momento mientras procesaba la demanda. Shaddiq, a su lado, le lanzó una mirada de advertencia, claramente incómodo con la dirección que estaba tomando la conversación. Pero Miorine levantó una mano para silenciarlo, su mirada fija en Belmeria. Suspiró, su tono cargado de resignación, pero sin perder su firmeza. «Lo juro», dijo finalmente clara. «Por lo que más amo… te garantizo tu seguridad, Belmeria, firmare el acuerdo al terminar esta reunión. Ahora, habla». Belmeria observó a Miorine por un momento, su sonrisa desvaneciéndose mientras adoptaba una expresión más seria. «Muy bien», dijo, ahora más baja, cargada de una resignación calculada. «Supongo que eso será suficiente… por ahora». Shaddiq se inclinó hacia adelante, su mirada fija en Belmeria. «Empieza a hablar», dijo, con su tono más duro que el de Miorine. «Hemos perdido tres días contigo. Queremos respuestas sobre el Aerial y Eri. ¿Qué son? ¿Cómo están conectados con Ochs? ¿Y qué tienes que ver tú con todo esto?» Belmeria ajustó sus gafas con un movimiento lento, su expresión volviéndose evasiva una vez más. «¿El Aerial y Eri?» repitió, cargado de una falsa inocencia. «Esos son nombres interesantes, pero me temo que no tengo idea de qué estás hablando. Mis proyectos en Peil Technologies eran… variados, digamos. Quizás estés confundiendo mis responsabilidades». Miorine apretó los puños, su paciencia agotándose rápidamente. «No juegues conmigo», dijo, cortante mientras se inclinaba hacia adelante. «Sabemos que estás involucrada con el Aerial. Sabemos que Eri es una entidad dentro de él. Y sabemos que Ochs tiene interés en ti. Deja de evadir y empieza a hablar, o puedo hacer que tu estadía aquí sea mucho menos cómoda». Belmeria alzó una ceja, su sonrisa regresando mientras miraba a Miorine con un brillo de desafío en los ojos. «¿Amenazas, princesa Rembran?» dijo, cargada de sarcasmo. «No pensé que tendrías el estómago para eso. Pero está bien, te daré un pequeño dato para mantenerte interesada: el Aerial es un Gundam, sí, pero no es un Gundam común. ¿Eso es suficiente para ti?» Shaddiq golpeó la mesa con la palma de la mano, el sonido resonando en la sala. «¡Basta de juegos!» exclamó, su voz cargada de frustración. «Sabemos que el Aerial es más que un Gundam. Sabemos que Eri es una conciencia dentro de él. ¿Qué hiciste, Belmeria? ¿Cómo está involucrado Ochs? ¡Habla de una vez!» Belmeria lo miró en silencio por un momento, su sonrisa desvaneciéndose mientras adoptaba una expresión más seria. «¿Quieres saber sobre el Aerial y Eri?» dijo finalmente, con su voz más baja ahora, cargada de una resignación que parecía genuina. «Muy bien… pero no esperen que les dé todo de una vez. Esto es… complicado». Miorine cruzó los brazos, su mirada fija en Belmeria. «Entonces empieza por el principio», dijo, firme pero controlada. «¿Qué es el Aerial? ¿Qué es Eri? Y no intentes desviarte otra vez». Belmeria respiró hondo, ajustando sus gafas antes de hablar. «El Aerial… no es un Gundam común», comenzó, con un tono ahora más clínico, como si estuviera dando una conferencia. «Fue un proyecto iniciado por el Instituto Vanadis, no por Peil Technologies. Vanadis lo archivó bajo el nombre de Proyecto Ericht, mucho antes de que Peil lo retomara. El objetivo del proyecto era revolucionario: traspasar el alma de un ser vivo a un objeto inanimado mediante el uso del PERMET. Una transferencia de conciencia, si quieren llamarlo así». Shaddiq frunció el ceño, intercambiando una mirada rápida con Miorine. «¿Traspasar el alma?» repitió, con su tono cargado de incredulidad. «Eso suena más a ciencia ficción que a tecnología real». Belmeria alzó una ceja, su expresión se volvió más seria. «No subestimes a Vanadis», dijo, su voz ahora más afilada. «Ellos estaban años luz por delante de cualquier otra organización en términos de tecnología Gundam. El Proyecto Ericht no era ciencia ficción; era un experimento real, y yo fui una de las científicas que Peil trajo para supervisarlo cuando lo desarchivaron». Miorine se inclinó hacia adelante, su mirada fija en Belmeria. «¿Y qué tiene que ver Eri con esto?» preguntó, con su tono cargado de urgencia. «¿Qué es ella?» Belmeria hizo una pausa, sus ojos brillaron con una frialdad calculadora mientras observaba las reacciones de sus interrogadores. Cuando finalmente habló, su voz era gélida, desprovista de cualquier empatía, como si estuviera describiendo un experimento rutinario. «Eri es un clon», dijo, seco y cortante, como si las palabras no tuvieran peso alguno. «Una copia genética de Suletta Mercury, creada en un laboratorio como parte de un lote de 10,000 unidades idénticas. Eran herramientas, nada más. Sujetos de prueba desechables para explorar los límites del PERMET. La mayoría no sobrevivió; sus cuerpos se desintegraron bajo la presión, sus mentes se fracturaron en pedazos, dejando solo cascarones vacíos que tuvimos que incinerar. Eri fue la número 7,800, la única que soportó el proceso lo suficiente como para que su conciencia fuera arrancada de su cuerpo y transferida al Aerial. Las demás… simplemente no sirvieron. Las que quedaron vivas están en estasis, esperando ser eliminadas cuando ya no sean útiles». La habitación se llenó de un silencio sepulcral, el peso de las palabras de Belmeria cayendo como una losa sobre los presentes. Miorine sintió un nudo en el estómago, su rostro palideciendo mientras procesaba la crudeza de la revelación. «¿10,000 clones?» murmuró, con su voz temblorosa mientras sus manos se dirigían a su boca. «¿Y los trataste como… herramientas? ¿Cómo puedes hablar de eso tan fríamente? ¡Eran personas!» Shaddiq, a su lado, se quedó inmóvil, su expresión endureciéndose mientras un destello de horror cruzaba sus ojos. «Esto es… monstruoso», dijo, con su voz baja pero cargada de repulsión. «¿Cómo pudieron hacer algo así? ¿Cómo pudieron tratar vidas humanas como si fueran… experimentos desechables?» Sabina, que había estado tomando notas en su tableta, detuvo su mano por completo, su rostro normalmente impasible mostrando una grieta de conmoción. Sus ojos se entrecerraron mientras miraba a Belmeria, su voz fría pero llena de incredulidad. «¿Incineraron los cuerpos?» repitió, cargada de asco. «¿Y las que siguen vivas… están esperando ser eliminadas? ¿Eso es lo que estás diciendo?» Belmeria se encogió de hombros, su expresión imperturbable mientras ajustaba sus gafas con un movimiento lento. «Era necesario», dijo, su voz desprovista de cualquier emoción. «El progreso requiere sacrificios. Si queríamos avanzar en la tecnología Gundam, necesitábamos datos. Y los clones eran la forma más eficiente de obtenerlos. No veo cuál es el problema». En la habitación contigua, Suletta escuchaba cada palabra con una mezcla de shock y horror, sus manos temblando mientras se aferraba a los brazos de la silla. Eri, un clon… Su clon. Una de 10,000 copias creadas a partir de su propio código genético, tratadas como objetos, sacrificadas sin piedad. Las palabras de Belmeria resonaban en su mente, cada una más cruel que la anterior. «10,000…», murmuró, con su voz apenas audible mientras las lágrimas comenzaban a formarse en sus ojos. «Todas esas niñas… todas eran yo… y murieron…». Su respiración se volvió errática, su mente incapaz de procesar la magnitud de lo que acababa de escuchar. «Eri», susurró, su voz quebrándose mientras se conectaba con la entidad. «¿Tú… sabías esto?» La voz de Eri, normalmente alegre, sonó apagada, llena de tristeza. «No, mami…», respondió, su tono infantil cargado de confusión. «Yo… no recuerdo mucho… Solo sé que estoy aquí contigo.» Suletta no pudo hablar, su garganta estaba cerrada por el peso de las emociones. La idea de que Eri, su dulce y leal Eri, había sido creada en un experimento tan cruel, y que miles de otras como ella habían sufrido y muerto, era demasiado para soportar. Sus manos se apretaron en puños, las uñas clavándose en sus palmas mientras intentaba contener el torrente de emociones que amenazaba con desbordarla. Shaddiq se recostó en su silla, su expresión tensa mientras procesaba la información. «¿Por qué Mercury?» preguntó, con su voz baja pero cargada de urgencia. «¿Por qué su código genético en particular? ¿Qué la hace tan especial?» Belmeria se encogió de hombros, con su tono volviéndose más evasivo. «Eso… ni siquiera Peil lo sabe», admitió, ajustando sus gafas con un movimiento lento. «No estaba en los registros de Vanadis. Todo lo que sabemos es que el código genético de Suletta era el más compatible con el PERMET para este tipo de experimento. Pero el ‘porqué’ sigue siendo un misterio». Miorine apretó los puños, su mente estaba llena de preguntas mientras intentaba mantener la calma. «¿Y qué pasó después?» preguntó, temblando ligeramente. «¿Por qué el proyecto se congeló? ¿Qué tiene que ver Ochs con todo esto?» Belmeria suspiró, recostándose en su silla mientras continuaba. «El proyecto no avanzó más por el desespero de Ochs», explicó, ahora más clínico. «Ellos querían usar el Aerial como arma, pero había un problema: el Gundam era incompatible con los pilotos de prueba. Cada piloto que se subía al Aerial sufría muerte cerebral… o peor, su cerebro simplemente explotaba como un globo por la presión del PERMET. Ochs llegó a la conclusión de que necesitaban a la madre, la sujeto original —Suletta Mercury— para probar la teoría de que el Aerial solo podía ser pilotado por alguien con el código genético original». Shaddiq frunció el ceño, su mente trabajando a toda velocidad. «Entonces Ochs estaba buscando a Mercury para incrementar su ejército», dijo, con su voz cargada de una mezcla de realización y preocupación. «Por eso atacaron Asticassia… porque no obtuvieron lo que querían, y por eso estaban en Deimos, porque te querían a ti…». Belmeria asintió, con su expresión volviéndose más sombría. «Exacto», dijo. «Pero los eventos se salieron de control. Ahora Dominicus está enterado de todo. Saben que la piloto original es de Mercurio, y han condenado al planeta. Están arrestando y ejecutando a sus ciudadanos. Total… mineros pueden ser traídos de otros planetas para seguir explotando los recursos de Mercurio. Para Dominicus, es un pequeño precio a pagar para asegurarse de que el Aerial y su piloto no caigan en manos de Ochs». Suletta, en la habitación contigua, sintió que el mundo se derrumbaba a su alrededor. «Mercurio…», murmuró, su voz temblorosa mientras las palabras de Belmeria resonaban en su mente. Y entonces, el rostro de Nika apareció en su memoria: su amiga de la infancia, su hermana en todo menos en sangre, la chica que había jurado protegerla y que había dejado atrás cuando escapó de Mercurio para ir a Asticassia. «Nika…», susurró, su voz quebrándose mientras las lágrimas finalmente caían por sus mejillas. «La dejé a su suerte… La abandoné… Y ahora… ¿están matándola por mi culpa?» El pánico se apoderó de ella, su respiración volviéndose errática mientras se ponía de pie de un salto. «¡No! ¡No puedo dejar que Nika muera! ¡No a Nika!» Sin pensarlo, salió corriendo de la habitación, su mente nublada por el terror y la culpa mientras se dirigía al hangar. Eri, todavía conectada a ella, intentó calmarla. «Mami, espera… ¿A dónde vamos?» preguntó, en un tono cargado de preocupación. «¡Al hangar!» respondió Suletta, llena de determinación mientras corría por los pasillos de la base, esquivando a soldados y técnicos que la miraban con sorpresa. «¡Necesitamos detener a Dominicus! ¡No puedo dejar que le hagan daño a Nika!» Al llegar al hangar, Suletta se detuvo por un momento, su mirada recorriendo el espacio lleno de Mobile Suits y naves. «Eri, ¿dónde está el Aerial?» preguntó, con su voz temblorosa mientras buscaba frenéticamente. Eri respondió rápidamente, su tono infantil. «El juguete está aquí, mami… pero está muy roto», dijo, refiriéndose al Aerial, que seguía en reparación tras su última batalla. «Es difícil pilotarlo en este estado… Pero hay otro juguete que parece fuerte». Suletta frunció el ceño, su corazón latiendo con fuerza mientras seguía las instrucciones de Eri. «¿Otro juguete?» preguntó, con su voz cargada de confusión mientras corría hacia donde Eri la guiaba. Eri la dirigió a través del hangar hasta llegar a un Mobile Suit: el Michaelis, el Mobile Suit personal de Shaddiq Zenelli. El Michaelis tenía un diseño con un esquema de color predominantemente blanco que contrastaba con detalles en gris oscuro y púrpura brillante. Su estructura era aerodinámica, con placas de blindaje anguladas que le daban un aspecto tanto intimidante como estilizado. La cabeza del Mobile Suit tenía un visor púrpura en forma de diamante, flanqueado por dos antenas blancas que se alzaban como cuernos, dándole una apariencia casi divina. Sus hombros estaban equipados con grandes placas de blindaje que se extendían hacia afuera, mientras que sus brazos y piernas tenían articulaciones reforzadas con detalles púrpura que brillaban con energía. Una espada larga y afilada colgaba de su cintura, y un escudo de energía integrado en su brazo izquierdo completaba su arsenal, haciendo del Michaelis un Mobile Suit diseñado tanto para el combate cuerpo a cuerpo como para la defensa estratégica. Suletta se detuvo frente a él, su respiración agitada mientras lo miraba con una mezcla de asombro y nerviosismo. «¿Este?» preguntó, con su voz temblorosa. «¿Podemos pilotearlo, Eri?» Eri respondió con entusiasmo, su voz resonando en la mente de Suletta. «¡Sí, mami! Puedo controlarlo», dijo, su tono lleno de confianza. «Sube, yo me encargo». Suletta asintió, su determinación superando su miedo. Rápidamente, encontró un uniforme de piloto colgado en una estación cercana, probablemente usado por uno de los pilotos de la base. Se lo puso con manos temblorosas, ajustando las correas y el casco mientras subía a la cabina del Michaelis. La compuerta se cerró con un siseo, y Suletta se acomodó en el asiento del piloto, sus manos temblando mientras tomaba los controles. Eri tomó el control del Michaelis a través del PERMET, sus sistemas cobraron vida con un zumbido grave. Las luces del cockpit se encendieron con un brillo púrpura, y los motores del Mobile Suit rugieron mientras se alzaba, los clamps magnéticos se liberaron con un sonido metálico. «¡Lo tengo, mami!» exclamó Eri, su voz llena de emoción mientras el Michaelis se movía con una precisión sorprendente, sus propulsores brillando con un resplandor púrpura mientras se preparaba para despegar. Suletta respiró hondo, su mente todavía llena de pánico por lo que estaba ocurriendo en Mercurio. «Tenemos que detenerlos, Eri», dijo, su voz temblorosa pero cargada de determinación. «No voy a dejar que le hagan daño a Nika… No voy a dejar que muera por mi culpa». Mientras el Michaelis se dirigía hacia la salida del hangar, su figura imponente proyectaba una sombra sobre el suelo metálico, Suletta sabía que estaba a punto de enfrentarse a algo mucho más grande de lo que podía imaginar. Pero estaba dispuesta a arriesgarlo todo para proteger a Nika. El ambiente en la sala de interrogaciones cambió abruptamente cuando un pitido agudo resonó desde la tableta de Sabina. Ella bajó la mirada de inmediato, frunciendo el ceño mientras revisaba la alerta que acababa de aparecer en la pantalla. Shaddiq, notando el cambio en la expresión de Sabina, giró hacia ella con un tono cargado de urgencia. «¿Ahora qué está pasando?» preguntó, mientras sus ojos se entrecerraban. Sabina alzó la mirada, su expresión seria mientras respondía. «El Michaelis está activo», dijo, con su tono profesional pero con un dejo de incredulidad. «Acaba de encenderse en el hangar». Shaddiq se quedó inmóvil, con su rostro reflejando una mezcla de confusión y escepticismo. «Eso es imposible», dijo, con su voz cargada de incredulidad. «El Michaelis tiene control biométrico. Solo yo puedo activarlo. ¿Quién demonios lo está piloteando?» Sabina no respondió de inmediato, sus dedos se movieron rápidamente sobre la tableta mientras accedía a las imágenes en tiempo real del hangar. Con un toque, proyectó la transmisión en un pequeño holograma que flotó sobre la mesa, mostrando al Michaelis en movimiento. El Mobile Suit, se movía con precisión hacia la salida del hangar, sus propulsores brillaban con un resplandor púrpura mientras los clamps magnéticos se liberaban. La escena era inconfundible: el Michaelis estaba completamente operativo, y alguien lo estaba controlando. Shaddiq se puso de pie de un salto, con su expresión endureciéndose mientras miraba el holograma. «Conecta con la cabina», ordenó, cortante mientras señalaba la tableta. «Quiero saber quién está piloteando mi Mobile Suit». Sabina asintió, sus dedos volando sobre la pantalla mientras establecía una conexión con la cabina del Michaelis. La imagen del holograma cambió, mostrando el interior del cockpit. Allí, sentada en el asiento del piloto, estaba Suletta, con su rostro iluminado por las luces púrpura del sistema de control. El PERMET estaba activo, su brillo característico destellaba en los paneles mientras Suletta, con un uniforme de piloto que claramente no le pertenecía, sostenía los controles con manos temblorosas pero decididas. Miorine abrió los ojos de par en par, su respiración se detuvo por un momento mientras se ponía de pie. «¡Suletta!» exclamó, su voz cargada de una mezcla de incredulidad y preocupación. «¿Qué estás haciendo?» Suletta giró la cabeza hacia la cámara del cockpit, con su expresión llena de determinación, pero también de culpa mientras miraba a Miorine a través de la conexión. «Lo siento, señorita Miorine», dijo, con su voz temblorosa pero firme. «Tengo que ir a Mercurio. No puedo dejar que Nika muera… Lo siento mucho». Miorine negó con la cabeza no entendiendo bien lo que pasaba, con su voz quebrándose mientras respondía. «¡Suletta, detente!» exclamó, con su tono cargado de desesperación. «¡Esto es demasiado peligroso! ¡No puedes ir sola!» Suletta esbozó una pequeña sonrisa, sus ojos brillaron con una mezcla de tristeza y resolución. «Perdóname, señorita Miorine», dijo, más suave ahora. «Pero volveré pronto. Lo prometo». Antes de que Miorine pudiera decir algo más, la conexión se cortó, dejando solo la imagen del Michaelis preparándose para despegar. Miorine volvió a gritar su nombre, su voz resonando en la sala. «¡Suletta!» exclamó, sus manos apretándose en puños mientras miraba la pantalla ahora vacía. Shaddiq, con el rostro endurecido por la frustración, se giró hacia Sabina. «Apaga el Michaelis de manera remota», ordenó, su tono cortante mientras señalaba la tableta. «¡Ahora!» Sabina quien ya estaba trabajando en ello, con sus dedos moviéndose rápidamente sobre la pantalla intentaba acceder a los controles del Mobile Suit. Pero después de varios intentos, alzó la mirada hacia Shaddiq, con su expresión tensa. «No es posible», dijo, con su voz cargada de frustración. «Ya lo intenté tres veces, pero los controles no responden. Algo… o alguien está bloqueando el sistema». Por primera vez, Belmeria mostró una reacción genuina. Sus ojos se abrieron como platos, su expresión de aburrimiento fue reemplazada por una mezcla de asombro y fascinación. «La sacó del Aerial…», murmuró, con su voz apenas audible mientras miraba al espacio, como si estuviera procesando algo imposible. De repente, una risa maniaca escapó de sus labios, un sonido agudo y descontrolado que llenó la sala e hizo que Miorine y Shaddiq se giraran hacia ella. «¡La Sacó del Aerial! ¡saco su alma del Aerial y ahora la pasó a este Mobile Suit!» exclamó, con su risa volviéndose más frenética mientras golpeaba la mesa con las manos esposadas. «¡Esto es increíble! ¡imposible! ¡No te atrevas a morir ahora, Suletta Mercury!» gritó, con su voz resonando con una mezcla de euforia y locura. Shaddiq, ignorando el estallido de Belmeria, se giró hacia Sabina con una expresión de urgencia. «Síguela», ordenó, con su tono autoritario mientras señalaba la puerta. «No podemos dejar que se vaya sola. ¡Ve, ahora!» Sabina asintió, guardando su tableta bajo el brazo mientras sacaba su comunicador de muñeca. «Renee, Maisie, alístense para despegar de inmediato», dijo a través del canal de comunicación, con su voz firme mientras corría hacia los cuartos de cambio. «El Michaelis acaba de salir con Suletta Mercury a bordo. Prepárense para seguirla, ¡rápido!» Miorine, con el corazón latiendo a mil por hora, se giró hacia la pantalla vacía, su voz temblorosa mientras susurraba. «Suletta… no mueras», dijo, con sus ojos brillando con lágrimas contenidas. «No podré soportarlo…». En el hangar, el Michaelis ya estaba en la salida, con sus propulsores brillando intensamente mientras se preparaba para despegar. Suletta, dentro del cockpit, respiró hondo, con su mente llena de imágenes de Miorine y el peligro que corría en Mercurio. «No puedo morir… porque tú tienes mi corazón», murmuró para sí misma, sus palabras eran un mantra para darse ánimos mientras se preparaba para enfrentarse a las fuerzas de Dominicus que sabía estaban ocupando Mercurio. El Michaelis despegó del hangar, con sus propulsores púrpura dejando un rastro brillante mientras salía al espacio, rumbo a Mercurio. Sabina llegó a los cuartos de cambio del Escuadrón Delta, encontrando a Renee y Maisie casi listas. Ambas estaban terminando de ponerse sus trajes de piloto, habiendo recibido la alerta de Sabina por radio. Renee ajustaba las correas de su casco con una sonrisa pícara, mientras Maisie, con su cabello recogido en coletas bajas, revisaba rápidamente los controles de su equipo. «¡Prepárense para despegar!» ordenó Sabina, su voz autoritaria resonando en la sala mientras se ponía su propio casco. «El Michaelis acaba de salir con Suletta Mercury a bordo. ¡Tenemos que seguirla, ahora!» Renee, que estaba ajustándose las botas, alzó la mirada con entusiasmo. «¡Esto se pone interesante!» exclamó, terminando de ponerse su traje con movimientos rápidos. Maisie asintió con entusiasmo, ajustando su casco mientras corría hacia su Beguir-Pente. Justo cuando Renee estaba a punto de salir hacia el hangar, Ireesha la detuvo, su voz temblorosa pero cargada de preocupación. «Renee… ten cuidado», dijo, sus mejillas sonrojadas mientras sus manos se aferraban al brazo de Renee. Renee se giró hacia ella, con su sonrisa suavizándose mientras la miraba con afecto. Sin dudarlo, la agarró de la cintura, atrayéndola hacia sí, y la besó en los labios con una intensidad que hizo que Ireesha se sonrojara aún más. «Ya vuelvo», le dijo Renee, en un tono lleno de confianza mientras se separaba con un guiño. «No te preocupes por mí». Ireesha, todavía aturdida por el beso, asintió tímidamente mientras Renee corría hacia su Beguir-Pente. Sabina, ya completamente cambiada y con su casco puesto, encendió su propio Mobile Suit, un Beguir-Pente personalizado con detalles azules que indicaban su rango. Renee y Maisie, en sus respectivos Mobile Suits, se alinearon a su lado, y los tres despegaron del hangar con un rugido de propulsores, dejando un rastro de luz verde mientras perseguían al Michaelis. En el espacio, el Michaelis avanzaba a máxima velocidad, su diseño blanco y púrpura brillando bajo la luz de las estrellas mientras se dirigía hacia Mercurio. Detrás, los tres Beguir-Pente del Escuadrón Delta lo seguían de cerca, decididos a alcanzar a Suletta antes de que se enfrentara sola a los peligros que la esperaban. Mientras tanto, en la sala de interrogatorios, Belmeria seguía riendo, su voz resonando con una mezcla de asombro y locura, mientras Miorine y Shaddiq intercambiaban una mirada de preocupación. El Michaelis, surcaba el espacio a máxima velocidad mientras se dirigía hacia Mercurio. Suletta, dentro del cockpit, mantenía su mirada fija en el horizonte estelar, con su mente llena de imágenes de Nika y el peligro que corría a manos de Dominicus. Sabía que el tiempo era crucial, y cada segundo que pasaba aumentaba el riesgo de que su amiga no sobreviviera. El Michaelis llegó a una estación de hiperpropulsión, un anillo circular masivo flotando en el vacío del espacio, equipado con propulsores de curvatura que permitían a los Mobile Suits acoplarse y viajar a velocidades astronómicas. Estas estaciones eran ideales para misiones de espionaje o viajes urgentes, y Suletta sabía que era su mejor opción para llegar a Mercurio lo más rápido posible.   El Michaelis se acercó al anillo, sus sistemas de acoplamiento activándose automáticamente mientras se alineaba con uno de los puntos de conexión. Los propulsores del anillo comenzaron a brillar con un resplandor azul intenso, preparándose para el salto hiperespacial. Pero antes de que el proceso pudiera completarse, tres Mobile Suits emergieron del espacio a su alrededor: los Beguir-Pente del Escuadrón Delta, liderados por Sabina, con Renee y Maisie a su lado. Sus propulsores verdes dejaban un rastro brillante mientras se posicionaban frente al Michaelis, bloqueando su acceso al anillo. Sabina activó el canal de comunicación, con su voz firme resonando en el cockpit de Suletta. «Suletta Mercury, detente ahora», ordenó, su tono autoritario mientras su Beguir-Pente, con detalles azules que indicaban su rango, se mantenía firme frente al Michaelis. «No puedes ir a Mercurio sola. Es un suicidio». Suletta apretó los controles, su expresión llena de determinación mientras respondía. «No puedo detenerme ahora», dijo, con su voz temblorosa pero decidida. «Nika puede morir a manos de Dominicus. Tengo que salvarla. ¡Por favor, déjame pasar!» Sabina frunció el ceño dentro de su cockpit, su mente trabajaba a toda velocidad mientras evaluaba la situación. Sabía que Suletta estaba actuando por impulso, pero también entendía su desesperación. Sin embargo, no podía permitir que se enfrentara sola a una fuerza tan abrumadora como Dominicus. «No te lo pediré de nuevo», dijo, en un tono más duro ahora. «Si no te detienes, nos veremos obligadas a detenerte por la fuerza». Suletta dudó por un momento, sus manos temblaban sobre los controles mientras miraba los Mobile Suits que la rodeaban. Pero finalmente, negó con la cabeza. «Lo siento», murmuró, más para sí misma que para Sabina. Con un movimiento rápido, el Michaelis intentó maniobrar para acoplarse al anillo, pero Sabina fue más rápida. Su Beguir-Pente se interpuso, bloqueando el acceso mientras Renee y Maisie flanqueaban al Michaelis, asegurándose de que no tuviera espacio para escapar. Sabina suspiró, su tono suavizándose ligeramente mientras intentaba razonar con Suletta. «Entiendo que quieras salvar a tu amiga», dijo, más calmada ahora. «Pero no puedes hacerlo sola. Si quieres tener alguna posibilidad, necesitas nuestro apoyo. Acóplate al anillo y déjanos seguirte. Vamos a Mercurio juntas». Suletta respiró hondo, su determinación vacilando mientras procesaba las palabras de Sabina. Finalmente, asintió lentamente, más baja ahora. «Está bien», dijo, su tono cargado de resignación. «Pero tenemos que darnos prisa». Sabina dio la orden, y los cuatro Mobile Suits —el Michaelis y los tres Beguir-Pente— se acoplaron al anillo de hiperpropulsión. Los propulsores del anillo brillaron con más intensidad, y con un destello cegador, los Mobile Suits fueron propulsados a través del espacio a velocidades astronómicas, cruzando la mitad del sistema solar en cuestión de minutos. Cuando salieron del salto hiperespacial, se encontraron en una zona fuera del rango inmediato de Dominicus, a las afueras de la órbita de Mercurio. El planeta, con su superficie grisácea y llena de cráteres, era visible en la distancia, pero también lo eran las naves de Dominicus: una flota imponente que patrullaba el espacio circundante, con cruceros de combate y Mobile Suits desplegados en formaciones defensivas. Suletta, impulsada por su desesperación, intentó maniobrar el Michaelis para entrar por la fuerza, sus propulsores brillando mientras se dirigía hacia el planeta. Pero antes de que pudiera avanzar más, el Beguir-Pente de Sabina se interpuso en su camino, bloqueándola con una precisión quirúrgica. «Para», dijo Sabina a través del canal de comunicación, su tono firme pero cargado de urgencia. «¿Es tu deseo morir ahora, o intentar salvar a tu amiga?» Suletta se quedó callada, sus manos temblaban sobre los controles mientras miraba el Mobile Suit de Sabina frente a ella. La pregunta de Sabina la golpeó con fuerza, haciéndola dudar por primera vez desde que había tomado la decisión de ir a Mercurio. Sabina aprovechó el silencio para continuar, su voz más calmada ahora. «Si quieres salvar a Nika, primero necesitas saber a qué nos enfrentamos», dijo, en un tono práctico mientras intentaba razonar con ella. «No puedes entrar a ciegas. Deja que evaluemos la situación». Suletta respiró hondo, su expresión suavizándose mientras procesaba las palabras de Sabina. Finalmente, asintió lentamente, su voz más calmada ahora. «Tienes razón», dijo, cargado de resignación. «Lo siento… estoy tan desesperada por salvar a Nika que no estaba pensando con claridad». Sabina asintió dentro de su cockpit, satisfecha con la respuesta de Suletta. Se giró hacia el canal de comunicación del equipo y dio una orden. «Maisie, investiga el lugar», dijo. «Necesitamos saber a qué nos enfrentamos». Maisie, con su voz infantil y alegre resonando a través del canal, respondió con entusiasmo. «¡Inmediatamente!» exclamó, con su tono lleno de energía mientras activaba los sistemas de su Beguir-Pente. El Mobile Suit entró en modo de camuflaje, su superficie se volvio invisible mientras los sistemas de ocultación lo hacían indetectable para los sensores enemigos. Con un destello de sus propulsores, el Beguir-Pente de Maisie se propulsó hacia el enemigo, desapareciendo en la distancia mientras se acercaba a la flota de Dominicus para recopilar información. Mientras esperaban el regreso de Maisie, Sabina, Renee y Suletta mantuvieron sus Mobile Suits en posición, observando la flota de Dominicus desde una distancia segura. Los minutos pasaron lentamente, cada segundo aumentando la ansiedad de Suletta, pero finalmente, el Beguir-Pente de Maisie regresó, su camuflaje desactivándose mientras se alineaba junto a los demás. Maisie activó el canal de comunicación, su voz infantil pero precisa mientras comenzaba su informe. «¡Informe listo!» exclamó, alegre contrastando con la seriedad de la situación. «La flota de Dominicus es grande, muy grande. Tienen tres cruceros de combate clase Rex Dominator, cada uno con capacidad para 150 Mobile Suits y 20 cazas de intercepción rápida. Están desplegados en una formación triangular alrededor de Mercurio, con patrullas de Mobile Suits tipo Zowort Heavy cubriendo los flancos. También hay dos fragatas de soporte más pequeñas, probablemente para comunicaciones y logística, posicionadas en la retaguardia. En la superficie del planeta, han establecido un perímetro de seguridad alrededor de las principales minas de extracción. La población… está concentrada en celdas de alta seguridad en el sector noroeste de Mercurio, cerca de la mina principal de Caloris. Están bajo vigilancia constante: hay torretas automáticas, drones de patrulla y al menos 30 Mobile Suits tipo Dilanza sol custodiando el área. Si queremos comenzar, tiene que ser ahí. Pero… va a ser difícil entrar sin ser detectados». Sabina escuchó el informe en silencio, su expresión tensa mientras procesaba la información. Suspiró profundamente, con su voz cargada de determinación mientras se giraba hacia Suletta a través del canal de comunicación. «Escucha, Mercury», dijo, su tono firme pero calmado. «Tengo un plan, pero necesitas seguir mis órdenes al pie de la letra. ¿Entendido?» Suletta asintió dentro de su cockpit, su mirada fija en el planeta que tenía delante. «Entendido», dijo, más calmada ahora, aunque la preocupación por Nika seguía pesando en su corazón. «Haré lo que sea para salvar a Nika». Sabina dio un leve asentimiento, su mente ya trabajando en los detalles del plan. Con la flota de Dominicus controlando Mercurio y la población encerrada en celdas de alta seguridad, el Escuadrón Delta y Suletta tendrían que actuar con precisión quirúrgica si querían tener alguna esperanza de rescatar a Nika y salir con vida. Sabina había pasado las últimas horas analizando cada detalle del informe de Maisie, sus ojos amarillos recorrian los datos en su tableta mientras los Mobile Suits del Escuadrón Delta y el Michaelis de Suletta se mantenían en una órbita baja fuera del rango inmediato de Dominicus. La flota enemiga era formidable, y Sabina sabía que cualquier error podía costarles la vida a todos. El plan que había diseñado era arriesgado pero meticuloso: usarían el camuflaje de sus Mobile Suits para infiltrarse en el sector noroeste de Mercurio, donde las celdas de alta seguridad albergaban a los prisioneros. Un pulso electromagnético localizado desactivaría las torretas automáticas y los drones de patrulla, dándoles una ventana para liberar a los prisioneros, incluyendo a Nika, y escapar antes de que Dominicus pudiera reaccionar. Pero Sabina también sabía que estaban entrando en territorio hostil, y la más mínima fluctuación podía arruinarlo todo. Dentro del cockpit del Michaelis, Suletta Mercury mantenía su respiración controlada, sus manos aferradas a los controles mientras miraba el planeta grisáceo frente a ella. Mercurio, con su superficie llena de cráteres y su atmósfera tenue, parecía un lugar desolado, pero para Suletta era su hogar, el lugar donde había crecido junto a Nika y Uranielle. Sus pensamientos estaban llenos de recuerdos: las noches que pasó con Nika explorando las minas abandonadas, riendo mientras se escondían de los supervisores; las historias que Uranielle le contaba sobre las estrellas, prometiéndole que algún día las alcanzaría. Pero ahora, todo eso estaba en peligro. Nika estaba en manos de Dominicus, y Suletta no podía permitirse fallar. «Eri», murmuró, su voz temblorosa mientras se conectaba con la entidad a través del PERMET. «¿Estás lista?» La voz infantil de Eri resonó en su mente, llena de entusiasmo a pesar de la gravedad de la situación. «¡Sí, mami! Estoy lista para ayudar», respondió, con su tono cálido pero determinado. «Vamos a salvar a la tal Nika, ¿verdad?» Suletta esbozó una pequeña sonrisa, sus ojos brillando con una mezcla de determinación y miedo. «Sí», dijo, más firme ahora. «Vamos a salvarla». Sabina activó el canal de comunicación, su voz firme resonando en los cockpits de todos los Mobile Suits. «Escuchen con atención», dijo, mientras su Beguir-Pente, se posicionaba al frente de la formación. «Nos infiltraremos en el sector noroeste usando camuflaje. Una vez que estemos dentro del perímetro, activaré un pulso electromagnético para desactivar las defensas automáticas. Suletta, tú y Maisie buscarán a Nika mientras Renee y yo cubrimos el perímetro y aseguramos la ruta de escape. ¿Entendido?» «Entendido», respondió Renee, cargada de una confianza que contrastaba con la tensión del momento. Dentro de su cockpit, ajustó los controles de su Beguir-Pente, sus manos moviéndose con una precisión que delataba su experiencia como piloto. «Esto será pan comido», añadió, aunque su tono tenía un dejo de sarcasmo que no pasó desapercibido. Maisie, con su voz infantil y alegre, intervino con entusiasmo. «¡Entendido, capitana!» exclamó, su Beguir-Pente ajustándose en la formación mientras revisaba los sistemas de camuflaje. «¡Estoy lista para ayudar a Suletta a encontrar a su amiga!» Suletta tragó saliva, su corazón latiendo con fuerza mientras asentía dentro de su cockpit. «Entendido», dijo, su voz más baja pero llena de determinación. «Gracias… Gracias a todas». Sabina no respondió, pero un leve asentimiento dentro de su cockpit indicó que había escuchado las palabras de Suletta. Con un movimiento de su mano, dio la orden. «Activen el camuflaje y comiencen el descenso», dijo, firme mientras su Beguir-Pente lideraba la formación hacia la atmósfera de Mercurio. Los cuatro Mobile Suits —el Michaelis de Suletta y los tres Beguir-Pente del Escuadrón Delta— activaron sus sistemas de ocultación, volviéndose invisibles para los sensores enemigos mientras descendían hacia el sector objetivo. El descenso fue lento y cuidadoso, cada piloto consciente de la necesidad de evitar cualquier fluctuación energética que pudiera delatarlos. Suletta mantuvo su mirada fija en los sensores, su mente llena de imágenes de Nika. No podía permitirse pensar en nada más; cada segundo que pasaba aumentaba el riesgo de que su amiga no sobreviviera. Pero el plan de Sabina comenzó a desmoronarse antes de que pudieran llegar al perímetro. A bordo del crucero de combate clase Rex Dominator, el comandante Kael Draven observaba los monitores con una expresión de creciente sospecha. Sus años de experiencia le habían enseñado a no ignorar ni el más mínimo indicio de problemas, y algo en los datos de los sensores no encajaba. Una fluctuación energética, apenas perceptible, apareció en la pantalla, y Draven frunció el ceño mientras analizaba los patrones. «Esto no es normal», murmuró, baja pero cargada de tensión. «Aumenten la sensibilidad de los sensores y busquen cualquier anomalía». Uno de los oficiales de comunicaciones, un joven con el uniforme impecable de Dominicus, respondió de inmediato. «Señor, estamos detectando una fluctuación energética mínima en el sector noroeste», dijo, mientras revisaba los datos. «Podría ser un error de calibración… o algo más». Draven se inclinó hacia adelante, con sus ojos entrecerrándose mientras procesaba la información. «¿Algo más?» repitió, su tono cargado de incredulidad. «No tomamos riesgos con ‘algo más’. Si hay alguien ahí fuera, quiero saber quién es». Hizo una pausa, mientras su mente trabajaba a toda velocidad considerando las posibilidades. «Grassley…», murmuró, su voz llena de sospecha. «¿Por qué demonios nos atacarían ahora? ¿Qué están buscando?» Sin perder tiempo, Draven dio una orden que resonó en el puente de mando. «Desactiven cualquier camuflaje enemigo con un barrido de ondas de alta frecuencia», dijo, su tono autoritario mientras se ponía de pie, ajustando su uniforme. «Preparen a los Mobile Suits para el combate. Y den la orden de ejecutar a los prisioneros de inmediato. Si Grassley está aquí, no es para negociar. No dejaremos que liberen a nadie». En la superficie de Mercurio, los soldados de Dominicus comenzaron a movilizarse con una eficiencia brutal. Los prisioneros, encadenados y con las manos atadas detrás de la espalda, fueron escoltados hacia una zona de ejecución improvisada en un claro rocoso cerca de la mina principal de Caloris. Entre ellos estaba Nika Nanaura, su rostro magullado y su uniforme de minera desgarrado por días de maltrato. Su cabello oscuro estaba despeinado, y una fina capa de polvo cubría su piel, pero sus ojos aún brillaban con una chispa de desafío. A pesar del cansancio y el hambre, Nika no había perdido su espíritu; sus manos, aunque encadenadas, se apretaban en puños mientras observaba a los soldados con rifles de plasma que la rodeaban. Sabía que su tiempo se acababa, pero se negaba a rendirse sin luchar. En órbita, el barrido de ondas de alta frecuencia de Dominicus desactivó el camuflaje de los Mobile Suits del Escuadrón Delta, exponiéndolos ante la flota enemiga. De inmediato, una escuadra de Mobile Suits tipo Zowort Heavy se lanzó hacia ellos, sus cañones de plasma disparando ráfagas de energía que iluminaron el espacio con destellos anaranjados. Sabina maldijo por lo bajo, maniobrando su Beguir-Pente para esquivar los disparos mientras analizaba la situación. «¡Nos detectaron!» exclamó a través del canal de comunicación, su voz cargada de urgencia mientras intentaba mantener la calma. «¡Rompemos formación! ¡Defiéndanse y busquen a los prisioneros! Suletta, Maisie, desciendan al sector noroeste. Renee y yo cubriremos el perímetro». Renee respondió con un gruñido mientras maniobraba su Beguir-Pente con una agilidad impresionante, esquivando un rayo de plasma que pasó a centímetros de su Mobile Suit. «¡Entendido, capitana!» exclamó, lleno de determinación mientras activaba su rifle de partículas. Con un movimiento preciso, disparó contra un Zowort Heavy, acertando un tiro directo en su torso que lo hizo explotar en una bola de fuego. «¡Uno menos!» gritó, su voz cargada de adrenalina mientras se enfrentaba a otro enemigo. Maisie, más pequeña y menos experimentada, maniobró su Beguir-Pente con velocidad, siguiendo al Michaelis de Suletta hacia la superficie. «¡Vamos, Suletta!» exclamó, su voz infantil resonando a través del canal de comunicación mientras esquivaba un disparo enemigo. «¡Tenemos que encontrar a Nika antes de que sea demasiado tarde!» Suletta asintió dentro de su cockpit, su corazón latiendo con fuerza mientras el Michaelis descendía hacia Mercurio. «Eri, ayúdame a buscarla», dijo, temblorosa pero llena de determinación mientras sus ojos recorrían los sensores en busca de cualquier señal de Nika. «¡Sí, mami!» respondió Eri, su tono infantil pero concentrado mientras se conectaba a los sistemas del Michaelis. «Estoy escaneando… ¡Allí!» exclamó, marcando un punto en el mapa holográfico del cockpit. «¡Hay un grupo de personas en esa zona! ¡ Nika debe de estar con ellos!» En órbita, el combate se intensificó rápidamente. La flota de Dominicus desplegó más Mobile Suits, y los cruceros clase Rex Dominator comenzaron a disparar andanadas de misiles que llenaron el espacio con explosiones. Renee, una piloto excepcionalmente habilidosa, luchó con todo lo que tenía, destruyendo a tres Zowort Heavy con disparos precisos mientras esquivaba los ataques enemigos. Pero la superioridad numérica comenzó a hacerse sentir. Un cuarto Zowort Heavy se acercó por su flanco izquierdo, disparando un rayo de plasma que impactó directamente en el escudo de su Beguir-Pente, haciendo que el Mobile Suit retrocediera con violencia. «¡Maldición!» exclamó Renee, su voz cargada de frustración mientras intentaba estabilizar su Mobile Suit. «¡Son demasiados!» Sabina, intentando cubrir a Renee, maniobró su Beguir-Pente para interceptar a otro enemigo, pero un Darilbalde enemigo se unió al combate, disparando un rayo de plasma que impactó el torso de su Mobile Suit. Las alarmas resonaron en su cockpit, y los sistemas de su Beguir-Pente comenzaron a fallar. «¡Sistemas al 60%!» exclamó, tensa mientras intentaba mantener el control. «¡Renee, cúbreme! ¡No podemos dejar que nos rodeen!» Maisie, que había descendido junto a Suletta, se enfrentó a dos Zowort Heavy que la persiguieron hacia la superficie. Su propulsor derecho ya estaba dañado por un disparo anterior, y su velocidad se veía comprometida. «¡No puedo maniobrar bien!» exclamó, con su voz infantil cargada de pánico mientras esquivaba un disparo por centímetros. «¡Capitana, necesito ayuda!» Sabina apretó los dientes, su mente trabajando a toda velocidad mientras intentaba mantener al equipo unido. Pero la realidad era innegable: estaban siendo superadas. Dominicus había reaccionado más rápido de lo que esperaba, y su plan de infiltración silenciosa se había convertido en una batalla a gran escala. El equipo estaba al borde del colapso, y la situación parecía desesperada. En la superficie, Suletta llegó al sector noroeste justo a tiempo para ver a los prisioneros siendo escoltados hacia el claro de ejecución. Los soldados de Dominicus, con sus uniformes negros y sus rifles de plasma, formaban un círculo alrededor de los prisioneros, preparándose para cumplir la orden de ejecución. Suletta escaneó el grupo con los sensores del Michaelis, su corazón latiendo con fuerza mientras buscaba a Nika. Y entonces la vio: una figura delgada con cabello oscuro, corriendo por un terreno rocoso mientras escapaba de un grupo de soldados que la perseguían. Nika zigzagueaba entre las rocas, sus movimientos rápidos pero desesperados mientras los rayos de plasma impactaban el suelo a su alrededor, levantando nubes de polvo. «¡Nika!» exclamó Suletta, su voz llena de alivio y urgencia mientras maniobraba el Michaelis hacia ella. El Mobile Suit se lanzó hacia adelante, sus propulsores rugiendo mientras se interponía entre Nika y los soldados. Con un movimiento rápido, Suletta levantó uno de los brazos del Michaelis y lo bajó con fuerza, aplastando a los soldados con una precisión devastadora. El impacto dejó un cráter humeante en el suelo, y los cuerpos de los soldados quedaron hechos una masa de pure roja bajo el peso del Mobile Suit. Nika se detuvo en seco, su respiración agitada mientras miraba al Michaelis frente a ella, su mente estaba luchando por procesar lo que estaba viendo. Suletta abrió la compuerta del cockpit, dejando que el aire polvoriento de Mercurio entrara mientras se quitaba el casco con manos temblorosas. Su cabello rojizo cayó sobre sus hombros, y sus ojos verdes se encontraron con los de Nika, brillando con una mezcla de alivio y emoción. «¡Nika!» exclamó de nuevo, su voz quebrándose mientras extendía una mano hacia ella. «¡Estoy aquí!» Nika abrió los ojos de par en par, con su expresión llena de incredulidad mientras miraba la figura en el cockpit. Por un momento, pensó que estaba alucinando, que el cansancio y el miedo le estaban jugando una mala pasada. «¿Suletta?» murmuró, su voz temblorosa mientras las lágrimas comenzaban a rodar por sus mejillas. Dio un paso adelante, sus piernas temblando mientras subía con dificultad hasta el cockpit, ayudada por la mano de Suletta. Cuando finalmente estuvo dentro, se lanzó a los brazos de su amiga, abrazándola con fuerza mientras sollozaba. «¡Eres una tonta!» exclamó, su voz quebrándose mientras enterraba el rostro en el hombro de Suletta. «¡Me dejaste sola! ¡Pensé que nunca te volvería a ver!» Suletta abrazó a Nika con igual intensidad, sus propios ojos llenándose de lágrimas mientras acariciaba su cabello con ternura. «Lo siento, Nika», susurró, su voz cargada de emoción mientras intentaba contener sus sollozos. «Lo siento mucho… Pero estoy aquí ahora. No voy a dejarte otra vez, lo prometo». Nika levantó la mirada, sus ojos oscuros brillando con lágrimas mientras miraba a Suletta con una mezcla de alivio y enfado. «Eres una idiota», murmuró, su voz temblorosa mientras apretaba su abrazo. «¿Por qué tardaste tanto? ¿Sabes lo que he pasado aquí?» Suletta esbozó una pequeña sonrisa, su corazón aliviado al ver que Nika seguía siendo la misma chica fuerte y testaruda que recordaba. «Lo sé», dijo, suave mientras acariciaba la mejilla de Nika, limpiando una lágrima con su pulgar. «Pero ya estoy aquí. Vamos a sacarte de este aqui». Pero el momento de reencuentro fue interrumpido por el rugido de los Mobile Suits enemigos que se acercaban desde el cielo. En órbita, Sabina, Renee y Maisie estaban al borde de la derrota. Un Dilanza sol enemigo disparó un rayo de plasma que impactó directamente el brazo derecho del Beguir-Pente de Renee, inutilizándolo y dejando su Mobile Suit vulnerable. «¡Maldición!» exclamó Renee, su voz cargada de frustración mientras intentaba maniobrar con un solo brazo funcional. «¡Capitana, mi brazo derecho está fuera de combate! ¡No puedo seguir así mucho tiempo!» Sabina, intentando proteger a Renee, recibió un impacto directo en el torso de su Beguir-Pente, haciendo que las alarmas resonaran en su cockpit. «¡Sistemas al 45%!» exclamó, tensa mientras luchaba por mantener el control. «¡Maisie, cúbreme! ¡No podemos dejar que nos rodeen!» Maisie, que había regresado a órbita para apoyar al equipo, estaba en una situación igual de precaria. Su propulsor derecho seguía dañado, y su velocidad estaba comprometida. Un Zowort Heavy la persiguió, disparando ráfagas de plasma que rozaron su Mobile Suit, dañando aún más su blindaje. «¡No puedo maniobrar bien!» exclamó, su voz infantil cargada de pánico mientras intentaba esquivar los ataques. «¡Capitana, estamos en problemas!» Sabina apretó los dientes, su mente trabajando a toda velocidad mientras intentaba encontrar una salida. Pero la realidad era innegable: estaban siendo superadas. Dominicus había desplegado más Mobile Suits de los que podían manejar, y los cruceros enemigos seguían disparando misiles que llenaban el espacio con explosiones. El equipo estaba al borde de la muerte, y Sabina sabía que no podrían resistir mucho más. En la superficie, Suletta vio la situación desesperada de sus compañeras a través de los sensores del Michaelis. Su corazón latía con fuerza, y por un momento, los recuerdos de la batalla contra Uranielle inundaron su mente: la ira, el descontrol, el deseo de poder detenerla y que parara, tenía miedo, si elevaba el PERMET ahora no sabía si lo iba a poder controlar. Pero ahora, con Nika a su lado y sus compañeras luchando por sus vidas, Suletta no tenía más opción, con una resolución en su mirada tomo los controles del Michaelis. «No voy a dejar que mueran», murmuró, su voz temblorosa pero llena de determinación. Cerró los ojos, dejando que el PERMET dentro del Michaelis se conectara completamente con ella. «Eri, ayúdame», susurró, su mente fusionándose con la entidad mientras el brillo púrpura del Mobile Suit se intensificaba. Eri respondió con entusiasmo, su voz infantil resonando en su cabeza. «¡Sí, mami! ¡Vamos a salvarlas a todas!» exclamó, su tono lleno de energía mientras se conectaba a los sistemas del Michaelis. El brillo púrpura del Michaelis se volvió casi cegador, y un aura de energía comenzó a emanar de él, expandiéndose como una onda invisible que cubrió todo el campo de batalla. Suletta elevó su conexión con el PERMET a niveles nunca antes alcanzados, su mente y su alma fusionándose completamente con el sistema del Mobile Suit. Los Mobile Suits enemigos cercanos comenzaron a fallar: sus sistemas se apagaron, sus propulsores se detuvieron, y algunos incluso se desactivaron por completo, cayendo al suelo como si una fuerza invisible los hubiera apagado. Los cruceros de Dominicus, atrapados en la onda de PERMET, sufrieron fallos masivos en sus sistemas, sus luces parpadeando mientras los oficiales a bordo luchaban por entender qué estaba ocurriendo. Sorprendentemente, los Mobile Suits del Escuadrón Delta no se vieron afectados. Sabina, Renee y Maisie sintieron una extraña calma mientras sus sistemas permanecían operativos, como si el PERMET de Suletta los reconociera como aliados. «¿Qué demonios es esto?» murmuró Renee, su voz llena de asombro mientras miraba cómo los Mobile Suits enemigos caían uno tras otro. «¿Es… Mercury?» Sabina, dentro de su cockpit, observó los sensores con incredulidad, su mente trabajando a toda velocidad para procesar lo que estaba ocurriendo. «El PERMET…», murmuró, cargada de asombro. «Está interfiriendo con los sistemas enemigos. ¡Esto es nuestra oportunidad! ¡Reagrupémonos y subamos a órbita!» El equipo se movió rápidamente, rodeando al Michaelis para protegerlo mientras ascendían a órbita. El aura de PERMET del Michaelis seguía expandiéndose, desactivando todo a su alrededor: los drones, las torretas automáticas, e incluso los sistemas de los cruceros de Dominicus comenzaron a fallar, dejando a la flota enemiga en un estado de caos total. Suletta, con Nika aún abrazándola dentro del cockpit, mantuvo su concentración, su respiración agitada mientras el Michaelis brillaba con una intensidad casi cegadora. Su mente estaba al límite, y podía sentir el peso del PERMET presionando contra ella, pero se negó a ceder. No podía fallar ahora, no cuando Nika y sus compañeras dependían de ella. El equipo llegó a los anillos de hiperpropulsión en órbita, acoplándose rápidamente mientras los propulsores del anillo comenzaban a brillar con un resplandor azul intenso. Sabina, Renee y Maisie maniobraron sus Mobile Suits con precisión, asegurándose de que el Michaelis estuviera protegido mientras el anillo se preparaba para el salto hiperespacial. «¡Aguanta!» exclamó Sabina a través del canal de comunicación, su voz cargada de urgencia mientras revisaba los sistemas. «¡Estamos casi listos para el salto!» Suletta asintió débilmente dentro de su cockpit, su visión comenzando a nublarse por el esfuerzo. «Lo… estoy intentando», murmuró, su voz apenas audible mientras apretaba la mano de Nika. Nika, todavía aferrada a ella, levantó la mirada con preocupación, con sus ojos azules brillando con lágrimas mientras veía el estado de su amiga. «Suletta, no te esfuerces demasiado», susurró, su voz temblorosa mientras acariciaba su mejilla. «Ya me salvaste… No tienes que hacer más». Pero Suletta esbozó una pequeña sonrisa, su determinación inquebrantable a pesar del agotamiento. «No puedo parar ahora», dijo, su voz suave pero firme. «Tengo que sacarlas a todas de aquí… Tengo que protegerlas». Con un destello cegador, los anillos de hiperpropulsión se activaron, y los cuatro Mobile Suits fueron propulsados a través del espacio, dejando atrás a la flota de Dominicus, que aún luchaba por reactivar sus sistemas. Dentro del cockpit del Michaelis, Nika se aferraba a Suletta, con sus lágrimas mezclándose con una sonrisa de alivio mientras miraba a su amiga. Suletta, exhausta pero victoriosa, cerró los ojos por un momento, permitiéndose un instante de paz mientras el anillo las llevaba lejos de Mercurio. Había salvado a Nika, y había protegido a sus compañeras. Pero sabía que esto era solo el comienzo; Dominicus no se detendría, y las respuestas que aún necesitaba sobre Eri y su propia existencia estaban más cerca que nunca… y más peligrosas de lo que podía imaginar. El espacio, vasto e infinito, se extendía ante el Michaelis mientras cruzaba la distancia entre Mercurio y Titán. Dentro del cockpit, Suletta mantenía su mirada fija en el horizonte estelar, sus manos firmes sobre los controles mientras Eri manejaba los sistemas del Mobile Suit con precisión. A su lado, Nika se aferraba a ella, su cuerpo temblando ligeramente mientras procesaba todo lo que había pasado. El cockpit, aunque diseñado para un solo piloto, era lo suficientemente espacioso como para que ambas estuvieran apretadas pero cómodas, con Nika sentada parcialmente sobre el regazo de Suletta, sus brazos rodeándola con fuerza. Nika, con su uniforme de minera desgarrado y cubierto de polvo, observaba a Suletta con una mezcla de asombro y ternura. La Suletta que tenía frente a ella no era la misma chica tímida e insegura que había conocido en Mercurio años atrás. Esta Suletta se veía más decidida, más madura, con una determinación en sus ojos azules que Nika no había visto antes. Su cabello rojizo estaba limpio y bien cuidado, cayendo en suaves ondas sobre sus hombros, y su uniforme de piloto, aunque prestado, le daba un aire de autoridad que contrastaba con la imagen de la niña que solía correr descalza por las minas. Nika bajó la mirada hacia sí misma, oliéndose discretamente, y una mueca de disgusto cruzó su rostro al percibir el olor a sudor, polvo y metal que se había acumulado en su ropa tras días de cautiverio. Suletta, notando el gesto de Nika, dejó escapar una risa suave, cálida mientras giraba la cabeza para mirarla. «¿Qué pasa?» preguntó, su tono lleno de ternura mientras alzaba una ceja con curiosidad. Nika, nerviosa, desvió la mirada rápidamente, con sus mejillas sonrojándose ligeramente mientras intentaba ocultar su vergüenza. «N-Nada», respondió, temblorosa mientras forzaba una sonrisa. «Solo… estaba pensando en lo mucho que has cambiado, Suletta. Te ves… diferente. Más fuerte, más segura. Y… bueno, estás limpia, no como yo». Su tono era ligero, pero había un dejo de inseguridad en sus palabras. Antes de que Suletta pudiera responder, Nika, sin pensarlo mucho, se inclinó hacia adelante y la abrazó de nuevo, escondiendo su rostro en el cuello de su amiga. «Te extrañé tanto», murmuró, su voz quebrándose mientras las lágrimas amenazaban con regresar. El calor del cuerpo de Suletta y la familiaridad de su presencia eran un bálsamo para el dolor que había soportado en Mercurio, y Nika no quería dejarla ir. Suletta rió suavemente, resonando en el pequeño espacio del cockpit mientras envolvía a Nika con un brazo, manteniendo la otra mano en los controles. «Lo siento, Nika», dijo, llena de sinceridad mientras acariciaba el cabello despeinado de su amiga. «Siento haberte dejado sola… No volveré a hacerlo, lo prometo». Mientras Nika se aferraba a ella, su rostro enterrado en el cuello de Suletta, percibió algo inesperado: un olor suave, femenino, que no encajaba con la Suletta que conocía. No era el olor a aceite y metal que solía asociar con su amiga después de trabajar en las minas, ni el aroma a tierra que siempre las acompañaba en Mercurio. Este era un perfume delicado, con notas florales y un toque de cítricos, algo que parecía fuera de lugar en Suletta. Nika alzó brevemente la mirada, con sus ojos azules observando el rostro de su amiga. Suletta tenía la mirada fija en el horizonte, con su expresión concentrada mientras pilotaba el Michaelis, sin embargo, había una suavidad en sus facciones que Nika no había notado antes. ¿De dónde venía ese olor? ¿Quién había cambiado tanto a Suletta? Horas después del despegue, el Michaelis y los tres Beguir-Pente del Escuadrón Delta llegaron a la órbita de Titán. La base de Grassley se alzaba en la superficie de la luna, con sus estructuras metálicas brillando bajo la luz artificial de las torres de iluminación. Cuando los Mobile Suits se aproximaron al hangar principal, una alarma resonó en la base, alertando a los mecánicos y técnicos de su llegada. El hangar se convirtió en un caos organizado: mecánicos con uniformes grises corrían de un lado a otro, preparando las plataformas de aterrizaje mientras gritaban órdenes entre ellos. «¡Unidades entrantes! ¡Preparen las bahías de reparación!» exclamó uno de los técnicos, su voz resonando por encima del ruido de las herramientas y los motores. El Michaelis aterrizó con un estruendo metálico, sus propulsores apagándose mientras los clamps magnéticos lo aseguraban en su lugar. Los Beguir-Pente de Sabina, Renee y Maisie aterrizaron a su lado, sus sistemas desactivándose con un zumbido grave. Las compuertas de los cockpits se abrieron con un siseo hidráulico, y los pilotos comenzaron a descender. Sabina fue la primera en bajar, quitándose el casco mientras daba órdenes a los mecánicos. «Revisen los daños de inmediato», dijo, en un tono autoritario mientras señalaba su Beguir-Pente. «El brazo derecho de Renee está inutilizado, y el propulsor de Maisie necesita reparaciones urgentes». Renee y Maisie descendieron a continuación, ambas visiblemente agotadas pero aliviadas de estar de vuelta. Renee se quitó el casco, pasándose una mano por el cabello sudado mientras miraba a Maisie con una sonrisa cansada. «Buen trabajo, pequeña», dijo, en un tono cargado de camaradería. Maisie, con su cabello aún recogido en coletas bajas, sonrió ampliamente, su voz infantil resonando en el hangar. «¡Gracias, Renee! ¡Fue muy emocionante!» Suletta abrió la compuerta del cockpit del Michaelis, ayudando a Nika a bajar con cuidado. Nika, todavía temblorosa y con su uniforme desgarrado, se aferró al brazo de Suletta, negándose a despegarse de ella mientras sus ojos recorrían el hangar con una mezcla de asombro y nerviosismo. La base de Grassley era un lugar imponente, lleno de tecnología que Nika nunca había visto en Mercurio, y la presencia de tantos soldados y mecánicos la hacía sentir fuera de lugar. Pero con Suletta a su lado, se sentía un poco más segura. En la sala de mando de la base, una alerta sonó en la consola principal, indicando la llegada del grupo. Un oficial de comunicaciones se giró hacia Shaddiq, quien estaba revisando los informes del interrogatorio de Belmeria. «Señor, el Escuadrón Delta y el Michaelis han regresado», informó, mientras señalaba la pantalla. «Han traído a una civil de Mercurio». Shaddiq alzó la mirada, con su expresión endureciéndose mientras procesaba la información. «¿El Michaelis?» repitió, su voz cargada de incredulidad. «Entonces… Mercury lo logró». Se giró hacia Miorine, que estaba a su lado, con los ojos abiertos como platos. «Vamos al hangar», dijo, mientras se ponía de pie. «Necesitamos saber qué pasó». Miorine asintió, su corazón latiendo con fuerza mientras seguía a Shaddiq hacia el hangar. Había pasado las últimas horas consumida por la preocupación, incapaz de concentrarse en nada más que en la seguridad de Suletta. La idea de perderla, después de todo lo que habían pasado, era insoportable. Sus pasos eran rápidos, casi corriendo, mientras Shaddiq la seguía a un ritmo más calmado, su mente ya trabajando en las implicaciones de la misión. Cuando llegaron al hangar, Suletta y Nika acababan de descender del Michaelis. Suletta, con su casco bajo el brazo y su uniforme de piloto ajustado, alzó la mirada al escuchar pasos acercándose. Al ver a Miorine, su rostro se iluminó con una sonrisa radiante, sus ojos azules brillaron con una mezcla de alivio y felicidad. «¡Señorita Miorine!» exclamó, con su voz llena de emoción mientras daba un paso adelante, con Nika todavía aferrada a su brazo. Miorine, sin pensarlo, corrió hacia Suletta, con sus pasos resonando en el suelo metálico del hangar. Cuando llegó a ella, se lanzó a sus brazos, rodeando su cuello con fuerza mientras la besaba en los labios con una intensidad que hizo que el tiempo pareciera detenerse. El beso fue breve pero lleno de emoción, un reflejo del miedo y el alivio que Miorine había sentido durante las últimas horas. Cuando se separó, sus manos seguían alrededor del cuello de Suletta, y sus ojos plateados brillaban con lágrimas contenidas. «Eres una tonta, Suletta», dijo, con su voz temblorosa mientras la miraba con una mezcla de enfado y amor. «¿Cómo pudiste arriesgar tu vida así? ¡Pensé que no volverías!» Suletta rió suavemente, con su rostro sonrojándose mientras miraba a Miorine con adoración. «Lo siento, señorita Miorine», dijo, su voz suave mientras colocaba una mano sobre la de Miorine, que aún estaba en su cuello. «Pero… no podía dejar a Nika. Y te prometí que volvería, ¿verdad?» Nika, que había estado observando la escena desde un lado, se quedó atónita, sus ojos azules abriéndose de par en par mientras veía a Miorine Rembran besar a Suletta. Su mente tardó un momento en procesar lo que estaba viendo: su mejor amiga, la chica que había conocido toda su vida, estaba en una relación con esta joven de cabello plateado, una heredera poderosa. La sorpresa la dejó sin palabras, y un leve rubor cruzó sus mejillas mientras miraba la escena, sintiéndose de repente como una intrusa en un momento tan íntimo. Shaddiq, que había llegado detrás de Miorine, observaba la escena con una expresión seria, con sus brazos cruzados mientras evaluaba la situación. «Parece que tuvimos éxito», dijo, su tono calmado pero cargado de curiosidad mientras miraba a Suletta y Nika. «Pero también parece que tenemos mucho de qué hablar». Suletta asintió, su sonrisa desvaneciéndose ligeramente mientras miraba a Shaddiq. «Sí», dijo, su voz más seria ahora. «Rescatamos a Nika… pero Dominicus no se detendrá. Y… hay cosas que necesito entender sobre mí misma… sobre Eri». Miorine, todavía abrazando a Suletta, giró la cabeza para mirar a Nika, notando por primera vez su presencia. «Tú debes ser Nika», dijo, su tono más suave ahora mientras ofrecía una pequeña sonrisa. «Suletta arriesgó todo para salvarte. Me alegra que estés a salvo». Nika, todavía abrumada, asintió tímidamente, su mano apretando el brazo de Suletta mientras intentaba encontrar las palabras. «G-Gracias», murmuró, su voz temblorosa mientras miraba a Miorine. Pero su mente seguía dando vueltas, no solo por el reencuentro con Suletta, sino por el nuevo mundo en el que se encontraba, un mundo donde su amiga había cambiado más de lo que jamás habría imaginado. La base de Grassley había entrado en su ciclo nocturno, un período de calma donde las luces se atenuaban y el personal se retiraba a sus cuartos para descansar. El grupo había llegado tarde tras el agotador viaje desde Mercurio, y la mayoría de los soldados y técnicos ya estaban en sus camas, dejando los pasillos de la base en un silencio casi absoluto, roto solo por el zumbido constante de los sistemas de ventilación. Suletta, después de un día lleno de emociones, se encontraba en su cuarto asignado, un espacio pequeño pero funcional con una cama individual, un escritorio metálico y una ventana que ofrecía una vista de la superficie helada de Titán. Se había cambiado a una camiseta holgada y unos pantalones cortos que usaba como pijama, y estaba sentada en el borde de la cama, con las manos en su regazo mientras intentaba procesar todo lo que había pasado: el rescate de Nika, las revelaciones sobre Eri, y la intensidad de los sentimientos que Miorine había mostrado en el hangar. Un suave golpe en la puerta la sacó de sus pensamientos. Suletta alzó la mirada, su corazón dando un pequeño salto mientras se ponía de pie con cierta torpeza. «¿Quién es?» preguntó, temblorosa mientras se acercaba a la puerta. La puerta se abrió lentamente, revelando a Miorine. La heredera de Delling Rembran estaba vestida con un pijama revelador: una camisola de satén blanco con tirantes finos que dejaban ver sus pechos a través de la tela, y un par de shorts a juego que apenas cubrían sus muslos. Su cabello plateado caía suelto sobre sus hombros, y sus ojos plateados brillaban con una mezcla de vulnerabilidad y determinación mientras miraba a Suletta. «Soy yo», dijo, su voz suave pero cargada de emoción mientras entraba al cuarto, cerrando la puerta detrás de ella con un movimiento delicado. Suletta sintió que su rostro se calentaba de inmediato, sus ojos abriéndose de par en par mientras miraba a Miorine, incapaz de apartar la vista de su figura. «S-Señorita Miorine», tartamudeó, su voz temblorosa mientras retrocedía un paso, tropezando ligeramente con el borde de la cama. «¿Q-Qué estás haciendo aquí? Es… es tarde, y…». Sus palabras se desvanecieron mientras su nerviosismo tomaba el control, sus manos jugando con el dobladillo de su camiseta mientras intentaba mantener la compostura. Miorine no respondió de inmediato. En lugar de eso, se acercó a Suletta con pasos lentos, su mirada fija en ella mientras una sonrisa suave curvaba sus labios. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, extendió una mano y tomó la de Suletta, entrelazando sus dedos con los de ella. «No podía dormir», confesó, su voz baja mientras sus ojos buscaban los de Suletta. «Estaba… aterrada de perderte hoy, Suletta. Cuando te fuiste a Mercurio, pensé que no volverías… y no podía soportar la idea de un mundo sin ti». Antes de que Suletta pudiera responder, Miorine se inclinó hacia adelante y la besó, sus labios encontrándose con los de Suletta en un beso lento y lleno de emoción. Suletta se tensó por un momento, sus nervios haciendo que su corazón latiera con fuerza, pero pronto se dejó llevar, sus manos temblorosas encontrando su lugar en la cintura de Miorine mientras devolvía el beso con una mezcla de timidez y deseo. Miorine la guio suavemente hacia la cama, sus movimientos cuidadosos mientras ambas se sentaban sobre Suletta, con sus cuerpos muy cerca el uno del otro. «Señorita Miorine…», murmuró Suletta, su voz apenas un susurro mientras se separaban por un momento, sus mejillas sonrojadas y su respiración agitada. «Yo… nunca he…». Sus palabras se detuvieron, su nerviosismo evidente mientras miraba a Miorine con ojos vulnerables. Miorine sonrió suavemente, su mano acariciando la mejilla de Suletta con ternura. «Yo tampoco», confesó, con su voz temblorosa mientras sus ojos brillaban con una mezcla de amor y nerviosismo. «Pero… te amo, Suletta. Y quiero estar contigo… de todas las formas posibles. ¿Está bien?» Suletta tragó saliva, su corazón latiendo con fuerza mientras asentía lentamente, sus ojos brillando con una mezcla de emoción y amor. «Sí», susurró, su voz llena de sinceridad mientras se inclinaba para besar a Miorine de nuevo, esta vez con más confianza. Lo que siguió fue un momento de intimidad pura y sincera, una conexión que trascendía las palabras mientras ambas exploraban su amor por primera vez. Sus movimientos eran torpes al principio, llenos de nerviosismo y risas suaves mientras descubrían cómo encajar juntas, pero pronto encontraron un ritmo, sus cuerpos moviéndose en armonía mientras se entregaban la una a la otra. Los suspiros y gemidos suaves de Miorine y Suletta llenaron el pequeño cuarto, sus voces entrelazándose en una sinfonía de amor y deseo mientras se perdían en el momento, ajenas al mundo exterior. Pero fuera del cuarto, en el pasillo oscuro, Nika Nanaura estaba de pie frente a la puerta, su mano temblando mientras dudaba en tocar. Había tenido la intención de visitar a Suletta esa noche, queriendo hablar con ella y compartir más sobre lo que había pasado en Mercurio. Después de todo, habían sido inseparables en su infancia, y Nika había extrañado a su amiga más de lo que las palabras podían expresar. Pero cuando llegó al cuarto, vio a Miorine entrar, vestida con ese pijama revelador, y un nudo se formó en su garganta. Incapaz de irse, se quedó allí, escuchando los sonidos que venían del interior. Los gemidos suaves de Suletta y Miorine, llenos de amor y pasión, atravesaron la puerta y llegaron a los oídos de Nika, cada sonido era como una daga en su corazón. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas mientras escuchaba, su cuerpo temblaba mientras apretaba los puños con fuerza. No podía creer lo que estaba ocurriendo: su Suletta, su primer amor, su primera amiga, su primer todo, estaba ahora en los brazos de otra persona. La chica que había sido su mundo en Mercurio, la que había jurado protegerla y a la que había amado en silencio durante años, ahora pertenecía a alguien más… una niña rica que había llegado y se la había quitado. Sabina Fardin, que pasaba por el pasillo en su camino hacia la sala de mando para revisar los informes finales del día, se detuvo al ver a Nika frente a la puerta. La joven minera estaba claramente destrozada, su rostro cubierto de lágrimas mientras su cuerpo temblaba con sollozos silenciosos. Sabina frunció el ceño, acercándose con pasos silenciosos, y entonces escuchó los sonidos que venían del cuarto: los gemidos suaves de Miorine y Suletta, inconfundibles en su intimidad. Comprendió de inmediato lo que estaba ocurriendo, y un destello de compasión cruzó su rostro normalmente impasible. Con suavidad, Sabina colocó una mano en el hombro de Nika, su toque firme pero gentil mientras intentaba sacarla de su trance. «Nika», dijo, con su voz baja pero firme. «Es mejor que nos vayamos. No deberías estar aquí». Nika giró la cabeza hacia Sabina, sus ojos azules llenos de lágrimas mientras su voz temblaba con dolor. «Yo fui la primera», susurró, su voz quebrándose mientras las lágrimas caían sin control. «Fui su primer amor… su primera amiga… su primer todo. Suletta era mía… y ahora esa niña rica me la quitó». Su voz se rompió en un sollozo, y se cubrió el rostro con las manos, su cuerpo temblando mientras el peso de su dolor la abrumaba. Sabina suspiró profundamente, su expresión suavizándose mientras miraba a Nika con empatía. Sabía lo que era perder a alguien que amaba, y aunque su relación con Suletta y Miorine era profesional, podía entender el dolor de Nika. «Lo siento», dijo, su voz más suave ahora mientras apretaba ligeramente el hombro de Nika. «Pero quedarte aquí solo te hará más daño. Vamos, te llevaré a tu cuarto. Necesitas descansar». Nika asintió débilmente, su cuerpo todavía temblando mientras permitía que Sabina la guiara lejos de la puerta. Las lágrimas seguían cayendo por sus mejillas mientras caminaban por el pasillo, los sonidos de Suletta y Miorine desvaneciéndose en la distancia. Sabina mantuvo una mano en el hombro de Nika, ofreciéndole un silencioso apoyo mientras la llevaba fuera de la escena, sabiendo que la joven minera necesitaba tiempo para sanar un corazón que había sido roto de la manera más dolorosa posible.
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