Capítulo 8 La Elfa azul y el cuento de la bruja solar
14 de septiembre de 2025, 2:10
Sabina Fardin avanzaba por los pasillos de la base de Grassley en Titán, su figura brillaba débilmente bajo las luces tenues del ciclo nocturno. A su lado, Nika Nanaura caminaba con pasos inseguros, su cuerpo se mantenia encorvado mientras sollozaba en silencio, sus lágrimas trazaban caminos sucios por sus mejillas cubiertas de polvo. Cada sollozo era un eco del dolor que la consumía, el dolor de haber escuchado a Suletta y Miorine juntas, en un recordatorio cruel de que había perdido a la persona que más amaba. Sabina mantenía una mano firme pero gentil en el hombro de Nika, guiándola con cuidado mientras intentaba ofrecerle algo de consuelo en medio de su tormento. «Vamos», dijo, de una manera baja pero cargada de empatía, un tono que raramente usaba en su papel de líder del Escuadrón Delta. «Necesitas descansar. Sé que esto es duro, pero te prometo que estarás bien».
Nika no respondió, su mirada se mantenía perdida en el suelo metálico del pasillo mientras las lágrimas seguían cayendo. Sus pensamientos eran un torbellino de dolor y recuerdos: las risas compartidas con Suletta en las minas de Mercurio, las noches frías en las que se acurrucaban juntas para darse calor, las promesas susurradas de que siempre estarían juntas. Pero ahora, esas promesas se habían roto, reemplazadas por los gemidos de amor entre Suletta y Miorine, sonidos que se repetían en su mente como un eco cruel. «Ella era mía…», murmuró para sí misma, apenas audible mientras apretaba los puños y las uñas se clavaban en sus palmas. «¿Por qué tuvo que cambiar todo?»
Los pasillos de la base estaban casi desiertos a esta hora, el silencio era roto solo por el zumbido constante de los sistemas de ventilación y el eco distante de algún técnico trabajando en el turno nocturno. Las luces empotradas en las paredes emitían un brillo azul pálido, diseñado para simular un ambiente nocturno que ayudara al personal a descansar, pero para Nika, el frío de ese resplandor solo aumentaba su sensación de aislamiento. Cada paso que daba se sentía como una lucha, su cuerpo estaba agotado por los días de cautiverio en Mercurio y su corazón destrozado por lo que había presenciado esa noche.
Cuando llegaron al cuarto asignado de Nika en el sector D-12, Sabina deslizó su tarjeta de acceso por el lector, y la puerta se abrió con un siseo hidráulico. Sin embargo, ambas se detuvieron en seco al sentir una ráfaga de aire helado que salía del interior. El cuarto estaba sumido en la oscuridad total, las luces no funcionaban, y el ambiente era gélido, como si el sistema de calefacción hubiera fallado por completo. El aire olía a metal y a algo vagamente químico, probablemente un residuo del sistema de ventilación que no estaba funcionando correctamente. Sabina frunció el ceño, y su expresión se endureció mientras evaluaba la situación con su habitual pragmatismo. «Esto no está bien», murmuró, entrecerrando sus ojos mientras inspeccionaba el panel de control junto a la puerta. El pequeño display estaba apagado, y un leve zumbido eléctrico indicaba que algo estaba claramente mal.
Sacó su comunicador de muñeca con un movimiento rápido, con su tono autoritario resonando en el silencio del pasillo. «Aquí Sabina Fardin», dijo firme mientras contactaba al equipo técnico. «Envíen un técnico al sector D-12, cuarto 17, de inmediato. Tenemos un problema con las condiciones habitables. Prioridad alta».
Nika, que había estado temblando junto a la puerta, alzó la mirada hacia Sabina, con sus ojos hinchados por las lágrimas mientras intentaba controlar sus sollozos. «No… no importa», murmuró, aun con su voz temblorosa mientras se abrazaba a sí misma, el frío del cuarto estaba haciendo que su piel se erizara. «Puedo… puedo quedarme aquí. No es gran cosa». Sus palabras eran huecas, un intento débil de ocultar el dolor que la consumía. En realidad, no le importaba el frío ni la oscuridad; después de todo, nada podía ser peor que el vacío que sentía en su corazón.
Sabina giró la cabeza hacia ella, con su mirada firme mientras negaba con la cabeza. «No digas tonterías», respondió, en un tono cortante pero no cruel. «No voy a dejar que duermas en un lugar como este. Mereces algo mejor, especialmente después de todo lo que has pasado». Su expresión se suavizó ligeramente, y añadió en un tono más gentil, «Espera un momento. Vamos a solucionar esto».
Minutos después, un técnico llegó al cuarto, un hombre joven con un uniforme gris cubierto de manchas de grasa y una caja de herramientas colgada al hombro. Su rostro mostraba signos de cansancio, probablemente por haber estado trabajando en reparaciones durante todo el día, pero se movió con eficiencia mientras inspeccionaba el panel de control. Conectó un dispositivo portátil al sistema, y tras unos segundos de análisis, frunció el ceño mientras revisaba los datos. «Capitana Fardin», dijo, con un toque de preocupación, «hay una falla técnica en este sector de la base. Un cortocircuito en el sistema eléctrico principal ha afectado la energía y la calefacción de varias habitaciones, incluyendo esta. El personal asignado a este sector ya ha sido reubicado a otros cuartos mientras trabajamos en las reparaciones. Las habitaciones no son habitables por ahora, y probablemente no lo será hasta mañana por la mañana».
Sabina asintió, mientras que su mente trabajaba a toda velocidad procesando la información. «Entendido», dijo mientras se giraba hacia Nika. «Vamos a buscarte otro cuarto. No puedes quedarte aquí». Sacó su tableta de su cinturón y comenzó a revisar los registros de alojamiento mientras sus dedos se movian rápidamente sobre la pantalla buscando un espacio disponible. Después de varios minutos, la expresión de Sabina se tensó, y un suspiro de frustración que escapó de sus labios, murmuró. «No hay espacio», más para sí misma que para Nika. «Con la reubicación del personal y la llegada de los nuevos equipos de apoyo, todas las habitaciones están ocupadas. Esto es un desastre».
Nika, que había estado en silencio mientras sus sollozos se calmaban ligeramente, alzó la mirada hacia Sabina, con su voz temblorosa y resignada dijo. «Está bien» mientras se limpiaba las lágrimas con el dorso de la mano, dejando un rastro de suciedad en su mejilla. «Puedo dormir aquí. No es muy diferente a los climas extremos de Mercurio. Estoy acostumbrada al frío, calor… y a dormir en lugares peores. En las minas, a veces dormíamos en cavernas heladas cuando los turnos se alargaban. Esto… esto no es nada». Sus palabras eran un intento de sonar fuerte, pero su voz se quebró al final, traicionando el dolor que aún la consumía.
Sabina alzó una ceja, y su expresion se mientras miraba a Nika con incredulidad. «No es lo correcto», dijo, su voz firme mientras negaba con la cabeza, con un tono que dejaba claro que no aceptaría esa respuesta. «No voy a dejar que duermas en un cuarto helado y sin luz. No después de todo lo que has pasado hoy. Aqui no eres una minera en Mercurio ahora; estás bajo Grassley Defense Systems, y voy a asegurarme de que estés bien». Hizo una pausa, mientras su mirada se suavizaba y tomaba una decisión. «Ven conmigo. Dormirás en mi habitación esta noche. No tengo compañeros de cuarto, y hay espacio de sobra».
Nika parpadeó, sorprendida por la oferta, su mente estaba luchando por procesar las palabras de Sabina. «¿Tu… habitación?» murmuró, con una voz temblorosa mientras miraba a la capitana con ojos cansados. «No quiero… ser una molestia. Ya has hecho mucho por mí intentando buscar una habitación adicional». Sin embargo, sus palabras eran débiles, y la verdad era que no tenía fuerzas para protestar. El agotamiento físico y emocional la había dejado al borde del colapso, y la idea de un lugar cálido y seguro era más tentadora de lo que estaba dispuesta a admitir.
Sabina negó con la cabeza, su expresión era firme pero no cruel. «No eres una molestia», dijo de manera calmada mientras colocaba una mano en la espalda de Nika, guiándola fuera del cuarto helado. «Vamos. No está lejos».
El técnico, que había estado observando la escena en silencio, inclinó la cabeza hacia Sabina mientras se preparaba para irse. «Me encargaré de que este sector sea reparado lo antes posible, capitana», dijo de manera profesional mientras recogía su caja de herramientas. «Lamento las molestias».
Sabina asintió brevemente, sin embargo, su atención ya estaba enfocada en Nika mientras la guiaba por los pasillos hacia su propio cuarto. El camino hacia la sección de oficiales era un poco más largo, y los pasillos estaban aún más silenciosos aquí, con solo el sonido de sus pasos resonando contra las paredes metálicas. Nika caminaba en silencio, sus sollozos se habían reducido a pequeños hipidos mientras intentaba controlar sus emociones. Sin embargo, cada pocos pasos, un nuevo recuerdo de Suletta y Miorine la golpeaba, y las lágrimas volvían a caer, silenciosas pero implacables. «Ella me olvidó…», susurró para sí misma, con una voz apenas audible mientras apretaba los puños. «Después de todo lo que pasamos… ¿cómo pudo olvidarme tan fácil?»
Sabina, aunque no podía escuchar sus murmullos, podía sentir la tristeza que emanaba de Nika. Había visto a muchos soldados lidiando con el trauma y la pérdida, pero había algo en el dolor de Nika que le resultaba particularmente desgarrador. Quizás era la pureza de su amor por la mercuriana, o la forma en que se aferraba a esos recuerdos como si fueran lo único que la mantenía en pie. Sabina no dijo nada, sin embargo su mano en la espalda de Nika era un recordatorio silencioso de que no estaba sola.
Cuando llegaron al cuarto de Sabina, la capitana deslizó su tarjeta de acceso por el lector, y la puerta se abrió con un siseo suave. El interior era un contraste totalmente diferente con los alojamientos estándar de la base. La habitación de Sabina era un cuarto VIP, reservado para oficiales de alto rango, y estaba diseñada para ofrecer comodidad y funcionalidad. El espacio era amplio, con paredes de madera claro que daban una sensación calida, las luces reflejaban un brillo suave y acogedor. Una cama grande con sábanas blancas de algodón ocupaba el centro del cuarto, flanqueada por una mesa de noche de metal pulido con una lámpara minimalista. Al otro lado, un escritorio con una silla ergonómica estaba cubierto de informes y una tableta, evidencia del trabajo constante de Sabina. Un mueble con una pantalla de televisión montada en la pared añadía un toque de modernidad, y un armario empotrado ocupaba una de las paredes, con puertas corredizas de acero mate. Al fondo, una puerta llevaba a un baño privado con azulejos blancos, un espejo iluminado y una ducha de vidrio esmerilado.
Nika se quedó en la entrada, sus ojos recorriendo el cuarto con asombro mientras su mente luchaba por procesar la diferencia entre este lugar y las condiciones duras de Mercurio. En Mercurio, los dormitorios eran cuartos simples, húmedos y fríos, con catres de metal que chirriaban con cada movimiento y mantas raídas que apenas ofrecían calor. Aquí, todo era limpio, ordenado, cálido… un lujo que Nika nunca había imaginado. Sin embargo, incluso en medio de esa comodidad, su corazón seguía roto, y el contraste solo hacía que su dolor se sintiera más agudo.
Sabina cerró la puerta detrás de ellas y se giró hacia Nika, notando la expresión de asombro en su rostro le dijo. «Ponte cómoda» mientras señalaba la cama. «Puedes tomar un baño. Te hará bien después de todo lo que has pasado. El agua caliente ayudará a que te relajes».
Nika bajó la mirada al escuchar a Sabina, sus manos jugaban nerviosamente con el borde de su uniforme desgarrado. El polvo y el sudor se habían acumulado en la tela, y su olor era un recordatorio constante de los días de cautiverio en Mercurio. «El agua… es un recurso valioso», murmuró, con su voz temblorosa mientras recordaba las duras condiciones de su hogar, donde cada gota de agua era racionada con cuidado, reservada para beber o para las necesidades más esenciales. «No quiero gastarlo… No quiero causar problemas. Ya has hecho demasiado por mí».
Sabina suspiró, cruzando los brazos mientras miraba a Nika con una mezcla de paciencia y comprensión. «El agua está bien administrada aquí en Titán», explicó de manera tranquilizadora mientras intentaba aliviar las preocupaciones de Nika. «No es un problema. La base tiene sistemas avanzados de reciclaje y purificación. Puedes usarla sin preocuparte. Un baño caliente te ayudará a sentirte mejor, te lo prometo».
Nika dudó por un momento, sus ojos todavía se mantenían brillantes por las lágrimas mientras miraba a Sabina con inseguridad. «No… no tengo pijama», dijo, en apenas un susurro mientras señalaba su ropa mugrienta. «Y… no quiero ensuciar nada aquí. Todo es tan… limpio. No pertenezco a un lugar como este».
Sabina asintió, caminando hacia su armario con pasos decididos. Lo abrió y rebuscó por un momento, sacando un pijama básico pero cómodo: una camiseta gris plomo de manga larga y un par de pantalones a juego, ambos de algodón suave y ligeramente desgastados por el uso, pero impecablemente limpios. También tomó una toalla blanca y esponjosa, doblándola con cuidado antes de ofrecérselas a Nika. «No hay problema», dijo, mientras le entregaba las prendas. «Puedes usar esto. Hay agua caliente, y puedes tomarte el tiempo que quieras. Después de lo que has pasado hoy, te lo mereces».
Nika tomó el pijama y la toalla con manos temblorosas, mirándolos por un momento mientras sus dedos acariciaban la suavidad del algodón. En Mercurio, nunca había tenido ropa tan cómoda; sus prendas siempre habían sido ásperas, funcionales, diseñadas para soportar el trabajo duro en las minas. Alzó la mirada hacia Sabina, con su expresión llena de duda. «¿Estás segura de que está bien hacer esto?» preguntó cargada de inseguridad mientras la miraba de reojo. «No quiero… aprovecharme de tu amabilidad. Ya has hecho tanto…».
Sabina asintió, su expresión se suavizo aún más mientras le ofrecía una pequeña sonrisa, un gesto raro en la normalmente estoica capitana. «Sí, estoy segura», dijo firme pero cálida. «Por ahora, olvídate de todo. Olvídate de Mercurio, de la chica Mercuriana, de lo que escuchaste esta noche. Solo disfruta el baño. Necesitas un momento para ti, para sanar un poco. Estaré aquí si me necesitas».
Nika dudó por un segundo más antes de asentir lentamente, sus hombros temblaban lentamente mientras aceptaba la oferta. «Gracias…», murmuró, mientras apretaba el pijama y la toalla contra su pecho. Con pasos inseguros, se dirigió al baño privado, cerrando la puerta detrás de ella con un suave clic.
Una vez dentro, dejó las prendas sobre el lavamanos y se quedó allí por un momento, mirando su reflejo en el espejo iluminado. Su rostro estaba cubierto de suciedad, con rastros de polvo y sudor que se habían acumulado durante días de cautiverio. Sus ojos estaban hinchados por las lágrimas, y su cabello oscuro por la mugre y el oxido estaba despeinado, lleno de nudos y polvo. Se sentía fuera de lugar en este baño limpio y ordenado, con sus azulejos blancos relucientes y el espejo de cuerpo entero. Todo aquí era un recordatorio de lo lejos que estaba de Mercurio, y de lo mucho que había perdido en el camino.
Con manos temblorosas, comenzó a quitarse la ropa mugrienta que había usado durante días. El uniforme de minera, lleno de polvo y rasgaduras, cayó al suelo con un sonido sordo, dejando un pequeño montón de tela sucia sobre los azulejos. Nika se quedó allí, desnuda y vulnerable, mirando el montón de ropa con una mezcla de alivio y tristeza. Esa ropa era un símbolo de todo lo que había soportado en Mercurio: el trabajo agotador, el cautiverio, el miedo constante a morir. Pero también era un recordatorio de su vida con Suletta, de los días en que eran inseparables, cuando compartían todo, incluso las cargas más pesadas.
Abrió la ducha, girando la llave del agua caliente, y se sobresaltó ligeramente al sentir el chorro cálido cayendo sobre su mano. En Mercurio, el agua caliente era un lujo que casi no existía; las duchas eran frías, rápidas, diseñadas para ahorrar cada gota posible. La sensación del agua caliente era casi abrumadora, un calor que parecía envolverla como un abrazo que nunca había recibido. Con cuidado, se metió bajo el chorro, dejando que el agua caliente inundara su cuerpo, llevándose consigo el polvo y el cansancio acumulado. El vapor comenzó a llenar el baño, empañando el espejo mientras el agua corría por su piel, limpiando las capas de suciedad y dejando su piel enrojecida por el calor.
Por un momento, Nika cerró los ojos, dejando que el agua la envolviera, su calor un contraste stark con el frío de su cuarto y las duras condiciones que había soportado en Mercurio. La sensación era reconfortante, un lujo que nunca había experimentado, y por un instante, sintió que podía relajarse, que podía dejar atrás el dolor que la consumía. Pero entonces, los pensamientos que había intentado reprimir regresaron con fuerza, golpeándola como un torrente imposible de detener.
Se sentó en el piso de la ducha, abrazándose las piernas mientras el agua caliente seguía corriendo, empapándola por completo. Las imágenes de Suletta y Miorine juntas volvieron a su mente: sus risas suaves, sus gemidos llenos de amor, la forma en que se entregaban la una a la otra mientras ella estaba fuera, sola y rota. «Seguramente siguen haciéndolo ahora mismo…», murmuró, quebrándose mientras las lágrimas comenzaban a caer de nuevo, mezclándose con el agua de la ducha. «Suletta… ¿por qué? ¿Por qué no fui yo? ¿Por qué no me elegiste a mí?»
Sollozó en silencio, su cuerpo temblando mientras el agua seguía cayendo sobre ella, su dolor tan profundo que parecía insoportable. Los recuerdos de su infancia con Suletta inundaron su mente: las noches en las que se acurrucaban juntas bajo una manta raída, compartiendo el calor de sus cuerpos mientras el viento helado de Mercurio aullaba afuera; las veces que se escapaban de los supervisores para explorar las minas abandonadas, riendo mientras se escondían en las sombras; las promesas susurradas de que siempre estarían juntas, pase lo que pase. Pero ahora, esas promesas se habían roto, y Nika se sentía más sola que nunca.
El agua caliente no podía lavar el dolor que llevaba dentro, pero siguió cayendo sobre ella, un recordatorio constante del lujo que la rodeaba y del vacío que sentía en su interior. Mientras se abrazaba con más fuerza, Nika se permitió llorar, dejando que las lágrimas se llevaran un poco del peso que cargaba en su corazón. No sabía cómo seguir adelante, no sabía cómo enfrentar un mundo donde Suletta ya no era suya, pero por ahora, en el suelo de esa ducha, podía permitirse sentir, podía permitirse estar rota.
Nika permaneció bajo el chorro de agua caliente durante lo que pareció una eternidad, dejando que el calor y el vapor la envolvieran mientras sus lágrimas se mezclaban con el agua que caía sobre ella. El baño privado de Sabina, con sus azulejos blancos y su espejo ahora empañado, se había convertido en un refugio temporal, un lugar donde podía permitirse sentir el peso de su dolor sin ser juzgada. Eventualmente, el agua comenzó a enfriarse, y Nika supo que era hora de salir. Cerró la llave con un movimiento lento, dejando un silencio repentino en el baño, roto solo por el goteo ocasional de las últimas gotas que caían de la ducha. Se puso de pie con cuidado, con su cuerpo aún temblando ligeramente, tomó la toalla blanca que Sabina le había dado, envolviéndose en ella mientras se secaba con movimientos lentos y mecánicos.
Después de secarse, se puso el pijama que Sabina le había prestado el algodón suave se sentía como un abrazo contra su piel. La ropa era un poco grande para ella, las mangas cubrían parcialmente sus manos y los pantalones colgaban sueltos alrededor de sus caderas, sin embargo, la sensación de estar limpia y cómoda era un lujo que Nika no había experimentado en mucho tiempo. Se miró en el espejo por un momento, apenas reconociéndose a sí misma ahora que la suciedad y el polvo de Mercurio habían desaparecido. Su cabello, que antes parecía oscuro por la acumulación de mugre, oxido y tierra, ahora revelaba su color natural: un azul oscuro profundo en el exterior, con mechones internos de un azul más claro que brillaban bajo la luz del baño, un rasgo característico de los humanos nacidos en Urano o Neptuno. Siempre había llevado mechones de cabello cubriendo sus orejas, un hábito que había desarrollado desde niña para ocultar otra característica distintiva de su origen.
Con un suspiro tembloroso, Nika abrió la puerta del baño y salió al cuarto de Sabina, el vapor cálido escapaba detrás de ella mientras entraba al espacio iluminado por la luz suave de las lámparas empotradas. El cambio en su apariencia era notorio: su piel, ahora limpia, tenía un leve tono azulado que resaltaba bajo la luz, otro rasgo común entre los nativos de los planetas exteriores como Urano y Neptuno. Sus ojos, de un azul intenso como el mar, brillaban con un resplandor casi etéreo, aunque estaban enrojecidos por el llanto reciente. El pijama, aunque sencillo, contrastaba con la figura frágil de Nika, dándole un aire vulnerable pero también tierno, libre de la dureza que las condiciones de Mercurio habían impuesto sobre ella.
Sabina, que había estado sentada en el borde de la cama revisando algunos informes en su tableta alzó la mirada al escuchar la puerta del baño abrirse. Sus ojos amarillos se encontraron con la figura de Nika, y por un momento, se quedó en silencio, sorprendida por el cambio en su apariencia. La joven minera parecía una persona completamente diferente ahora que la suciedad y el cansancio habían sido lavados. El cabello azul de Nika, húmedo y cayendo en mechones desordenados sobre sus cuello, captó la atención de Sabina de inmediato, así como el leve tono azulado de su piel que ahora era visible bajo la luz suave del cuarto.
Sabina se puso de pie con un movimiento fluido, dejando su tableta sobre la mesa de noche mientras se acercaba a Nika con pasos cuidadosos. Sus ojos se detuvieron en los mechones de cabello que cubrían las orejas de Nika, y con una gentileza que contrastaba con su usual actitud estoica, extendió una mano. Con mucho cuidado, levantó uno de esos mechones y lo colocó detrás de la oreja de Nika, revelando lo que había estado oculto debajo.
«O-Oye», se quejó Nika, temblorosa mientras retrocedía un paso instintivamente, sus mejillas se sonrojaron de inmediato. Sabina no se movió, sus ojos se mantenían fijos en lo que había descubierto. Las orejas de Nika eran alargadas y puntiagudas, muy parecidas a las de un elfo según el folclore terrano, una característica distintiva de los humanos nacidos en Urano o Neptuno. Los nativos de esos planetas exteriores a menudo desarrollaban rasgos físicos únicos debido a las condiciones extremas y las adaptaciones genéticas: cabello de tonos azules, piel con matices azulados, y esas orejas puntiagudas que los hacían parecer sacados de un cuento de fantasía.
Sabina, fascinada, inclinó la cabeza ligeramente mientras observaba a Nika con más atención. Sus ojos se encontraron con los de la joven y por un momento, se perdió en ellos. Los ojos de Nika eran de un azul profundo, como el mar en un día tranquilo, con un brillo que parecía reflejar las profundidades de un océano distante. Había algo hipnótico en ellos, una belleza que Sabina no había esperado encontrar en medio de la tristeza que envolvía a Nika.
«No debes ocultarlos», dijo Sabina finalmente mientras miraba a Nika con una sinceridad que rara vez mostraba. «Lleva en alto tu origen, Nika. Tus orejas… son bonitas. Son parte de quién eres».
Nika se separó suavemente, sin mostrar molestia pero claramente incómoda, sus manos subieron instintivamente para cubrir sus orejas mientras desviaba la mirada. «En Mercurio… los niños se burlaban de mí por eso», confesó, temblorosa mientras los recuerdos de su infancia inundaban su mente. «Siempre fui la diferente, la que no encajaba. Me llamaban ‘elfo azul’, ‘bicho raro’… Decían que no pertenecía allí, que era una extraña. Era doloroso… me hacía sentir tan sola». Hizo una pausa, sus ojos brillando con lágrimas mientras continuaba. «Pero Suletta… ella siempre me defendía. Siempre me apoyaba, me protegía. Me decía que mis orejas eran hermosas, que eran un regalo de las estrellas… Ella era la única que me hacía sentir que estaba bien ser yo».
Las lágrimas comenzaron a asomarse por sus ojos, rodando lentamente por sus mejillas mientras los recuerdos de Suletta la golpeaban con fuerza. La Suletta que había sido su refugio, su protectora, su primer amor… ahora estaba con alguien más, y ese pensamiento era más de lo que Nika podía soportar. Sus hombros comenzaron a temblar, y un sollozo escapó de sus labios mientras intentaba contener el torrente de emociones que amenazaba con desbordarla.
Sabina, en un gesto que era completamente inusual para su personalidad estoica y profesional, actuó por instinto. Se acercó a Nika y, con una gentileza que sorprendía incluso a ella misma, la atrajo hacia sí, envolviéndola en un abrazo cálido pero firme. «Si tienes que llorar, hazlo», dijo cargada de empatía mientras sus brazos rodeaban los hombros temblorosos de Nika. «Desahógate. No tienes que guardarlo todo dentro».
Nika, abrumada por el gesto de Sabina, se aferró al saco del uniforme de la capitana, sus manos temblorosas apretando la tela mientras lloraba abiertamente. «Lo siento… lo siento tanto…», sollozó, su voz quebrándose mientras las lágrimas caían sin control, empapando el uniforme de Sabina. «La extraño… la extraño tanto… No sé cómo seguir sin ella… No sé cómo…». Sus palabras se desvanecieron en sollozos, su cuerpo temblando mientras dejaba salir todo el dolor que había estado conteniendo.
Sabina no dijo nada al principio, simplemente dejó que Nika llorara, sus manos moviéndose con suavidad para acariciar los cabellos azules de la joven minera. Los mechones, aún húmedos por el baño, se deslizaban entre sus dedos, su color azul oscuro y claro brillando bajo la luz suave del cuarto. «Todo está bien», murmuró finalmente, su voz baja y reconfortante mientras continuaba acariciando el cabello de Nika. «Estás a salvo aquí. Puedes dejarlo salir… Estoy aquí».
Nika siguió llorando, su rostro enterrado en el pecho de Sabina mientras sus sollozos resonaban en el silencio del cuarto. El abrazo de Sabina, aunque inesperado, era un ancla en medio de su tormenta emocional, un recordatorio de que, a pesar de todo, no estaba completamente sola. Y mientras las lágrimas seguían cayendo, Nika se permitió sentir, se permitió ser vulnerable, sabiendo que, al menos por esta noche, alguien estaba allí para sostenerla.
Nika había terminado de desahogarse, su cuerpo agotado después de un llanto prolongado que había liberado parte del dolor que cargaba en su corazón. Ella y Sabina estaban ahora en la cama de la capitana. Habían terminado allí de forma natural, después de que Sabina atrajera a Nika para consolarla durante su llanto. Nika estaba recostada contra las almohadas, su cuerpo envuelto en el pijama gris plomo que Sabina le había prestado, sus manos todavía aferrando el saco del uniforme de la capitana mientras los últimos hipidos de su llanto se desvanecían. Sabina, sentada a su lado con una pierna doblada sobre la cama, la observaba con una mezcla de preocupación y ternura, un contraste notable con su usual actitud estoica.
Con un movimiento suave, Sabina sacó un pañuelo blanco de su mesa de noche, un pequeño cuadrado de tela impecablemente doblado que parecía fuera de lugar en manos de una mujer tan pragmática. Se inclinó hacia Nika, sus dedos cuidadosos mientras limpiaba las lágrimas que aún brillaban en las mejillas de la joven minera, dejando su piel azulada libre de rastros húmedos. «¿Te sientes mejor?» preguntó, con su voz baja y cálida, un tono que raramente usaba pero que en este momento se sentía necesario.
Nika esbozó una sonrisa de lado, una expresión que era más un reflejo de su tristeza que de alegría. Sus ojos, de un azul profundo como el mar, aún estaban enrojecidos, y su voz tembló ligeramente mientras respondía. «Me siento fatal», confesó, de manera apagada pero honesta mientras miraba a Sabina con una vulnerabilidad que no podía ocultar. «Pero… supongo que es un poco menos pesado ahora».
Sabina dejó escapar un suspiro de alivio, acompañado de una risa suave que rompió el silencio del cuarto. «Eso es un comienzo», dijo, cargada de una calidez inesperada mientras guardaba el pañuelo en su mesa de noche. Se recostó ligeramente contra la cabecera de la cama, sus ojos grises estudiando a Nika con una mezcla de curiosidad y empatía. Había algo en la joven minera que la intrigaba, una fuerza que se escondía detrás de su fragilidad, y Sabina quería entenderla mejor. «Nika», comenzó, con un tono más serio ahora mientras la miraba con atención. «¿Cómo terminaste en Mercurio? Tu origen… claramente no eres de allí».
Nika suspiró profundamente, sus hombros encorvándose mientras sus manos se apretaban alrededor de la tela del pijama. Sus ojos se perdieron en un punto lejano del cuarto, como si estuviera mirando hacia un pasado que preferiría olvidar. «Soy neptuniana», dijo finalmente, su voz baja pero firme mientras comenzaba a relatar su historia. «Mis padres eran de Neptuno. Nací allí, en una de las colonias neptunianas que orbitan el planeta. Pero… terminé en Mercurio después de las guerras de la unificación de Kuiper, cuando SOVREM comenzó a ‘liberar’ los planetas más lejanos del sol». Hizo una pausa, mientras su expresión se endurecía con los recuerdos que la golpeaban con fuerza. «No fue una liberación, sabes. Fue una conquista. SOVREM quería controlar los recursos de los planetas exteriores, y no les importaba a quién tenían que destruir para lograrlo».
Sabina escuchaba en silencio, sus ojos fijos en Nika mientras la joven continuaba. Había oído hablar de las guerras de Kuiper, un conflicto brutal que había devastado las colonias más alejadas del sistema solar, pero nunca había estado directamente involucrada. Su expresión permaneció neutral, pero un destello de comprensión cruzó sus ojos mientras Nika seguía hablando.
«Tuvimos que irnos lejos», continuó Nika, con su voz temblando ligeramente mientras los recuerdos se volvían más vívidos. «Mis padres y yo llegamos hasta Eris, un planeta enano en el cinturón de Kuiper. Pensamos que estaríamos a salvo allí, que SOVREM no nos seguiría. Pero no fue así. SOVREM continuó con su conquista, y pronto llegaron a Eris también. Mis padres… ellos sabían que no podrían escapar otra vez. Pero conocían a un amigo en Mercurio, un minero que les debía un favor. Decidieron contactarlo y pedirle que me escondiera por unos meses, hasta que todo terminara». Hizo una pausa, mientras sus ojos brillaban con lágrimas y su voz se quebraba. «Mis padres no pudieron escapar… sin embargo alcanzaron a enviarme a mí a Mercurio. Nunca supe qué pasó con ellos después de eso. Nunca supe más de ellos».
Las lágrimas comenzaron a formarse en sus ojos de nuevo, y Nika intentó contenerlas, apretando los puños mientras miraba hacia abajo, su cabello azul oscuro caia sobre su rostro como una cortina. «El amigo de mis padres me crio en Mercurio», continuó, más baja ahora, cargada de tristeza. «Era un buen hombre, pero murió cuando yo tenía seis años. Un accidente en las minas… un derrumbe. Desde entonces, viví sola en Mercurio. Aprendí a sobrevivir, a esconderme, a trabajar… hasta que conocí a Suletta y conviví con ella y su mamá, Elnora. Ellas fueron… mi familia, lo más parecido que tuve después de perder a mis padres».
Sabina, que había estado escuchando con atención, sintió un nudo en el pecho al ver las lágrimas de Nika. Con un movimiento lento y cuidadoso, extendió una mano y acarició la mejilla de la joven minera, su pulgar limpiando una lágrima que había comenzado a rodar por su piel azulada. «Está bien», dijo de manera suave pero firme mientras miraba a Nika con empatía. «No tienes que contenerlo, Nika. Lo que has pasado… es más de lo que cualquiera debería soportar».
Nika suspiró, su cuerpo relajándose ligeramente bajo el toque de Sabina mientras intentaba calmarse. «La vida fue dura en Mercurio», admitió, más tranquila ahora mientras continuaba su relato. «Pero era lo único que tenía. Trabajaba en las minas, como todos los demás, y aprendí de mecánica porque… bueno, porque Suletta siempre estaba rompiendo cosas». Una risa suave escapó de sus labios, un sonido frágil pero genuino que iluminó su rostro por un momento. «Suletta es tan torpe… Rompía todo lo que tocaba, desde herramientas hasta piezas de maquinaria. Y yo siempre lo arreglaba por ella. Era como… mi manera de cuidarla, supongo».
Sabina observó cómo la ligera piel azulada de Nika tomaba un tono rojizo en sus mejillas, un indicador de que estaba sonrojada, un rasgo curioso de los neptunianos que Sabina encontró encantador. La capitana inclinó la cabeza ligeramente, una pequeña sonrisa curvando sus labios mientras miraba a Nika con interés. «Parece que la quieres mucho», dijo, en un tono suave pero con un toque de curiosidad. «Y… sobre tu familia, tu apellido… ¿cuál es? Suena como si tuviera una historia detrás».
Nika parpadeó, sorprendida por la pregunta, y un leve rubor se intensificó en sus mejillas. «Es Nanaura», respondió tímida mientras miraba a Sabina con cierta inseguridad. «Nika Nanaura».
Sabina asintió, sus ojos brillando con una mezcla de aprecio y curiosidad. «Nanaura… suena bonito», dijo, su tono sincero mientras miraba a Nika con una calidez que era rara en ella. «Es un apellido que encaja contigo».
El cumplido tomó a Nika por sorpresa, y su rubor se profundizó, el tono rojizo en sus mejillas aumento contrastando con el azul de su piel. Para ella, esto era algo nuevo, algo que nunca había experimentado. En Mercurio, siempre había sido la rara, la chica con orejas puntiagudas y cabello azul de la que todos se burlaban. Nadie, excepto Suletta, la había tratado con tanto cuidado, con tanta delicadeza. Pero Sabina… Sabina la miraba como si fuera frágil, como si temiera que pudiera romperse en cualquier momento, y eso hacía que Nika se sintiera vista de una manera que no estaba acostumbrada. Con un movimiento tímido, alzó la mirada hacia Sabina, sus ojos azules encontrándose con los de la capitana. «¿Tu nombre… es Sabina, verdad?» preguntó con cuidado, con su voz suave mientras intentaba confirmar algo que había asumido.
Sabina parpadeó, dándose cuenta en ese momento que nunca se había presentado formalmente. Una risa suave escapó de sus labios, y asintió mientras se enderezaba ligeramente en la cama. «Sí, lo siento. Nunca me presenté como es debido», dijo, su tono más ligero ahora mientras extendía una mano hacia Nika. «Soy Sabina Fardin, capitana del Escuadrón Delta de Grassley Defense Systems».
Nika tomó la mano de Sabina con cierta timidez, con sus dedos temblando ligeramente mientras la estrechaba. «Encantada… Sabina», murmuró, en apenas un susurro mientras ofrecía una pequeña sonrisa. Luego, inclinó la cabeza con curiosidad, sus ojos estudiando el rostro de Sabina con atención. «¿Eres… de la Tierra?» preguntó, llena de curiosidad mientras intentaba descifrar el origen de la capitana.
Sabina negó con la cabeza, con una sonrisa de lado curvando sus labios mientras respondía. «No, no soy terrana», dijo cargada de un toque de orgullo. «Soy saturniana. Nací en una de las colonias orbitales de Saturno».
Nika la miró brevemente, con sus ojos abriéndose con un destello de reconocimiento mientras asentía lentamente. «Lo suponía», dijo, más segura ahora mientras estudiaba a Sabina con más atención. «Es por el color de tus ojos… son amarillos, como el brillo de los anillos de Saturno. Y tu cabello… ese tono morado profundo. Son características de los saturnianos, ¿verdad?»
Sabina sonrió de lado, impresionada por la observación de Nika. «Sí, exactamente», respondió, cargada de un toque de diversión mientras miraba a Nika con aprecio. «Esas son características comunes de los saturnianos. Supongo que no puedo ocultar mi origen, ¿verdad?»
Nika negó con la cabeza, con una pequeña sonrisa asomándose en sus labios mientras continuaba. «No, no puedes», dijo, más ligera ahora mientras miraba a Sabina con curiosidad. «Entonces… ¿cómo terminaste aquí, en Grassley? ¿Cómo llegaste a ser capitana?»
Sabina suspiró y su mirada se volvió más seria mientras se recostaba contra la cabecera de la cama, sus manos descansando en su regazo. «Es una larga historia», comenzó, mientras recordaba su pasado. «Al igual que tú, no tengo padres… pero con una diferencia. Nunca los conocí. Me crié en un orfanato en una de las colonias de Saturno. Era un lugar duro, con pocos recursos y muchas reglas. Pero me enseñó a ser fuerte, a sobrevivir». Hizo una pausa, sus ojos amarillos perdiéndose en un punto lejano del cuarto mientras continuaba. «entré a la milicia desde muy joven, no tenia la mayoría de edad, pero para los huérfanos, los derechos espaciales no cuentan mucho, tenia 12 años en ese entonces. Era una forma de salir del orfanato, de tener un propósito. Comencé en SOVREM, como recluta».
La mención de SOVREM hizo que Nika abriera los ojos de par en par y su cuerpo se tensara ligeramente mientras miraba a Sabina con una mezcla de sorpresa y cautela. SOVREM… la misma organización que había destruido su vida, que había obligado a su familia a huir y que probablemente había matado a sus padres.
Sabina notó la reacción de Nika de inmediato, y levantó una mano para calmarla con su expresión suavizándose mientras continuaba.
«No participé en las guerras», aclaró rápidamente, su tono firme pero gentil mientras miraba a Nika con sinceridad. «Salí de SOVREM antes de que estallaran los conflictos en Kuiper. No estaba de acuerdo con sus métodos, con su ambición desmedida. Me fui y fui reclutada por Grassley poco después. Reconocieron mis habilidades como piloto y estratega, y me asignaron al cuerpo de seguridad. Con el tiempo, fui escalando posiciones hasta llegar donde estoy ahora: capitana del Escuadrón Delta».
Nika la miró en silencio por un momento, sus ojos azules estudiando el rostro de Sabina con una mezcla de asombro y respeto. «Eso es… increíble», dijo finalmente, de manera suave pero llena de admiración mientras miraba a la capitana con nuevos ojos. «Has pasado por tanto… y aun así llegaste tan lejos. Eres muy fuerte, Sabina».
Sabina esbozó una pequeña sonrisa, pero sus ojos se suavizaron mientras miraba a Nika. Instintivamente, su mano se movió de nuevo, levantando otro mechón de cabello azul de Nika y colocándolo detrás de su oreja puntiaguda con un cuidado casi reverente. La oreja de Nika, alargada y delicada, quedó a la vista, y Sabina la miró con una expresión de admiración. «Tú eres la increíble, Nika», dijo, con su voz baja pero cargada de sinceridad mientras sus ojos se encontraban con los de la joven neptuniana. «Por soportar todo lo que has pasado… y seguir aquí, todavía luchando. Eso es fuerza de verdad».
Un silencio pesado pero reconfortante llenó el cuarto, ambas mujeres mirándose en la penumbra mientras las palabras de Sabina resonaban en el aire. Nika sintió un nudo en el pecho, una mezcla de gratitud y vulnerabilidad que no esperaba sentir. Pero antes de que pudiera responder, Sabina rompió el silencio, su tono más suave ahora mientras se enderezaba en la cama. «Deberías descansar», dijo, cargada de cuidado mientras miraba a Nika con una pequeña sonrisa. «Ha sido un día largo, y necesitas recuperar fuerzas».
Nika asintió lentamente, pero justo cuando Sabina se inclinó para apagar la lámpara de la mesa de noche, la joven minera habló, su voz temblorosa pero llena de miedo. «… tengo miedo de quedarme sola», confesó, sus manos apretándose alrededor de las sábanas mientras miraba a la capitana con ojos suplicantes.«No quiero… no quiero estar sola esta noche».
Sabina detuvo su mano a medio camino hacia la lámpara, sus ojos amarillos encontrándose con los de Nika mientras procesaba sus palabras. Con un movimiento lento, apagó la luz, sumiendo el cuarto en una penumbra suave iluminada solo por el brillo tenue de las luces de emergencia en las paredes. Luego, se puso de pie, quitándose la chaqueta de trabajo con movimientos precisos, dejando al descubierto un sujetador deportivo negro que contrastaba con su piel pálida. Tomó un pijama sencillo de su armario —una camiseta gris oscura y pantalones a juego— y se lo puso con rapidez, sus movimientos eficientes pero cuidadosos para no incomodar a Nika.
Una vez cambiada, Sabina se giró hacia Nika, su expresión suavizándose mientras se subía a la cama a su lado, manteniendo una distancia respetuosa pero cercana. «No estás sola», dijo mientras miraba a Nika con sinceridad. «Yo no soy mercuriana, yo no te voy a dejar sola. Estoy aquí, Nika. Descansa».
Nika asintió, un pequeño suspiro escapando de sus labios mientras se recostaba contra las almohadas, sus ojos cerrándose lentamente mientras el cansancio finalmente la alcanzaba. La presencia de Sabina a su lado, cálida y protectora, era un consuelo inesperado, y por primera vez en mucho tiempo, Nika sintió que podía bajar la guardia, que podía permitirse descansar sin miedo. Mientras el sueño comenzaba a reclamarla, un pensamiento cruzó su mente: tal vez, solo tal vez, no todo estaba perdido.
El sonido agudo de la alarma de Sabina resonó en el cuarto con un tono electrónico que marcaba el inicio del día a las 6:00 a.m., según el horario terrano estándar que la base utilizaba para mantener la disciplina. La luz tenue de las lámparas empotradas en las paredes se activó automáticamente, proyectando un brillo suave que iluminó el espacio con un tono cálido. Sabina, que había dormido más ligera de lo habitual debido a la presencia de Nika a su lado, abrió los ojos de inmediato, su cuerpo reacciono con la precisión de alguien acostumbrado a la rutina militar. Giró la cabeza hacia su derecha, donde Nika permanecía profundamente dormida con su figura frágil envuelta en las sábanas blancas de la cama.
Nika estaba recostada de lado, con las piernas ligeramente dobladas y las manos descansando cerca de su rostro, una expresión de paz en sus facciones que contrastaba con la tormenta emocional de la noche anterior. Sus orejas puntiagudas que normalmente se mantenían ocultas por mechones de cabello ahora estaban a la vista, sobresaliendo delicadamente entre los mechones azul oscuro que caían sobre la almohada. El cabello de Nika, con sus tonos de azul oscuro y claro, brillaba bajo la luz suave, y su piel azulada tenía un leve resplandor que la hacía parecer casi etérea. Sabina no pudo evitar sonreír al verla, una sonrisa suave que apenas curvó sus labios se formo mientras observaba a la joven minera con una ternura que ni ella misma entendía del todo.
Con un cuidado casi reverente, Sabina extendió una mano y acarició el cabello de Nika, sus dedos deslizándose suavemente entre los mechones húmedos que aún conservaban algo de la humedad del baño de la noche anterior. Se veía tan frágil, tan delicada, como si un movimiento brusco pudiera romperla. Pero al mismo tiempo, había una belleza innegable en ella, una fuerza silenciosa que Sabina comenzaba a admirar. «Descansa un poco más», murmuró para sí misma, su voz apenas un susurro mientras retiraba su mano con cuidado para no despertarla.
Sabina se puso de pie con movimientos silenciosos, su cuerpo estaba entrenado para no hacer ruido incluso en los momentos más cotidianos. Se quitó el pijama gris oscuro que había usado para dormir, dejándolo cuidadosamente doblado sobre la silla del escritorio, y se quedó en un sujetador deportivo negro y ropa interior a juego, su figura atlética destacaba bajo la luz tenue del cuarto. Abrió su armario y tomó un juego de ropa de deporte: un top ajustado de color negro con detalles verdes y un par de leggings a juego, ambos diseñados para permitirle moverse con libertad durante su rutina de ejercicio matutina. Mientras se vestía, sus ojos se desviaron hacia Nika una vez más, asegurándose de que seguía dormida.
Antes de salir, Sabina tomó un pequeño bloc de notas y un lápiz de su escritorio, escribiendo una nota rápida con una letra precisa y ordenada: “Estaré en la zona de ejercicios 1, sigue esta ruta para poder llegar sin problemas.”. Dejó la nota sobre la mesa de noche, junto a la lámpara minimalista, y se detuvo por un momento, observando a Nika con una mezcla de curiosidad y algo que no podía identificar del todo. No entendía por qué lo hacía, por qué sentía la necesidad de dejarle una nota, de asegurarse de que Nika supiera dónde encontrarla. Simplemente actuó, guiada por un instinto que no podía explicar. Con una última mirada a la joven dormida, Sabina esbozó una sonrisa de lado, todavía confundida por su propio comportamiento. «¿Qué me está pasando?» murmuró para sí misma, negando con la cabeza mientras salía del cuarto, cerrando la puerta con un suave clic.
La zona de ejercicios 1 de la base era un gimnasio amplio y bien equipado, diseñado para mantener al personal en óptimas condiciones físicas. Las paredes eran de un gris metálico pulido, con grandes ventanales que ofrecían vistas de la superficie helada de Titán, donde el sol apenas lograba iluminar el horizonte con un brillo pálido. Máquinas de cardio, pesas, y áreas de entrenamiento funcional llenaban el espacio, y un sistema de ventilación mantenía el aire fresco a pesar del esfuerzo físico de quienes lo usaban. A esa hora de la mañana, el gimnasio estaba casi vacío, con solo un par de soldados corriendo en las caminadoras y un técnico haciendo levantamiento de pesas en un rincón.
Sabina llegó al gimnasio con pasos firmes, su mente enfocada en su rutina mientras se dirigía directamente a una de las caminadoras. Encendió la máquina con un movimiento rápido, ajustando la velocidad a un ritmo constante que le permitiera calentar antes de intensificar el ejercicio. Sus ojos amarillos, característicos de los saturnianos, se fijaron en un punto invisible frente a ella, su respiración controlada mientras sus piernas se movían con precisión. Correr siempre había sido su forma de despejar la mente, de encontrar claridad en medio del caos, y después de la noche que había tenido con Nika, necesitaba ese momento de introspección más que nunca.
No se dio cuenta de que Renee había llegado hasta que escuchó un bostezo largo, exagerado y ruidoso que resonó en el gimnasio. «¡Uaaaahhhggg!» exclamó Renee, estirando los brazos sobre su cabeza mientras se acercaba a la caminadora junto a la de Sabina. Llevaba un conjunto deportivo similar al de la capitana, pero en tonos de azul oscuro, y su cabello castaño estaba recogido en una coleta alta que se balanceaba con cada movimiento. «Buenos días, capitana», dijo, su voz cargada de sueño mientras encendía su caminadora y comenzaba a correr a un ritmo más lento que el de Sabina.
Sabina negó con la cabeza, una pequeña sonrisa comenzo a asomándose en sus labios mientras miraba a Renee de reojo. «¿No dormiste bien, supongo?» preguntó, en un tono seco pero con un toque de diversión mientras mantenía su ritmo constante en la máquina.
Renee dejó escapar otro bostezo exagerado, cubriendo su boca con una mano mientras sus ojos brillaban con picardía. «No dormí ni un segundo», admitió, con su voz cargada de satisfacción mientras alzaba las cejas de forma provocativa. «Pero la pasé de maravilla con Ireesha, si sabes a qué me refiero». Hizo un gesto obsceno con la mano, moviendo los dedos de manera sugestiva mientras le guiñaba un ojo a Sabina y su sonrisa se ampliaba con cada palabra.
Sabina alzó una mano de inmediato, mientras su expresión se endurecía ligeramente mientras negaba con la cabeza. «Lo entiendo», dijo, en un tono cortante pero no molesto mientras miraba a Renee con una ceja alzada. «Pero no quiero que entres en detalles, Renee. Guárdate tus historias para alguien que quiera escucharlas».
Renee soltó una carcajada, su risa resonando en el gimnasio mientras aumentaba la velocidad de su caminadora para igualar el ritmo de Sabina. «Eres demasiado seria, capitana», dijo, llena de diversión mientras corría a su lado, mientras sus zapatillas golpeaban la cinta con un ritmo constante. Siguieron corriendo en silencio por un momento, el sonido de sus pasos y el zumbido de las máquinas llenaban el espacio. Sin embargo, Renee, siempre atenta a los detalles, notó algo diferente en Sabina esa mañana. La capitana parecía más relajada, menos tensa de lo habitual, y había un brillo en sus ojos que Renee no podía ignorar. «Oye», comenzó, un poco más serio ahora mientras miraba a Sabina de reojo. «Hoy pareces estar de buen humor. ¿Pasaste una buena noche?»
Sabina no respondió de inmediato, sus ojos se mantenían fijos en el punto invisible frente a ella mientras su mente se desviaba hacia los eventos de la noche anterior. La imagen de Nika llorando en sus brazos, su cabello azul brillando bajo la luz, y la vulnerabilidad en sus ojos azules como el mar cruzaron su mente. No entendía por qué se sentía tan conectada a la joven Neptuniana, por qué había sentido la necesidad de consolarla, de protegerla. Antes de que pudiera formular una respuesta, una voz suave y familiar voz interrumpió sus pensamientos, una voz que Sabina reconoció de inmediato.
«¿Sabina…?» La voz de Nika resonó desde la entrada del gimnasio, tímida pero clara, haciendo que tanto Sabina como Renee giraran la cabeza hacia ella. Nika estaba de pie en el umbral, claramente despierta, vestida con el pijama gris plomo de Sabina que le quedaba un poco grande. Las mangas de la camiseta colgaban sobre sus manos, y los pantalones se arrastraban ligeramente por el suelo, dándole un aire desaliñado pero adorable. Su cabello azul, ahora seco, caía en mechones desordenados sobre sus hombros, y sus orejas puntiagudas eran visibles, sobresaliendo entre los mechones. Sus ojos azules brillaban con un toque de nerviosismo mientras miraba a Sabina, con sus mejillas ligeramente sonrojadas.
Renee, que no reconoció a Nika a primeras, abrió los ojos de par en par reconociendo el pijama de la capitana, una sonrisa muy ancha se extendió por su rostro mientras miraba de Nika a Sabina y de vuelta a Nika. «Ahora lo entiendo todo», dijo, en un tono cargado de picardía mientras apagaba su caminadora y se cruzaba de brazos, observando la escena con diversión.
Sabina apagó su propia máquina de inmediato, el zumbido de la cinta comenzaba a detenerse mientras se bajaba con un movimiento fluido. Se acercó a Nika con pasos rápidos, con su expresión suavizándose mientras la miraba con preocupación. «Nika, ¿está todo bien?» preguntó, de manera baja pero llena de cuidado mientras se detenía frente a ella y sus ojos amarillos la estudiaban con atención.
Nika asintió, un leve sonrojo se profundizo en sus mejillas mientras jugueteaba con las mangas de la camiseta, sus ojos se desviaban hacia el suelo por un momento antes de volver a mirar a Sabina. «S-Sí, todo está bien», respondió, temblorosa pero sincera mientras intentaba mantener la compostura. «Es solo que… no encuentro mi ropa. Por eso vine a buscarte. No quería molestar, pero… no sabía qué hacer».
«¡Carajo…!» se escuchó detrás de ellas, fuerte, claro y lleno de asombro. Era Renee, que había escuchado toda la conversación desde su caminadora y ahora miraba a Sabina y Nika con una mezcla de sorpresa y diversión. Su sonrisa se amplió aún más, y sus ojos brillaron con picardía mientras se inclinaba hacia adelante, apoyando los codos en el borde de la máquina.
Sabina aclaró su garganta, con su expresión endureciéndose ligeramente mientras lanzaba una mirada de advertencia a Renee antes de volver su atención a Nika. «Tuve que tirar tu ropa de minera», explicó, en un tono calmado pero firme mientras miraba a Nika con sinceridad. «Estaba en muy mal estado, llena de rasgaduras y suciedad. No era adecuada para usar. Pero no te preocupes, te conseguiré algo que ponerte. Hay uniformes estándar en el almacén que te quedarán bien».
Nika asintió con el sonrojo en sus mejillas intensificándose mientras miraba a Sabina con gratitud. «Gracias… Sabina», murmuró, apenas en un susurro mientras ofrecía una pequeña sonrisa. Luego, sus ojos se desviaron hacia Renee, que seguía observándola con una sonrisa divertida. Con un movimiento tímido, Nika hizo una reverencia en forma de saludo, inclinando la cabeza ligeramente mientras sus orejas puntiagudas se movían con el gesto. «Hola…», dijo, de manera suave mientras intentaba ser educada a pesar de su nerviosismo.
Renee alzó una ceja y su sonrisa se amplio mientras le devolvía el saludo con un gesto casual de la mano. «Hola, neptuniana», dijo, llena de diversión mientras miraba a Nika con interés. Nika, sintiéndose un poco abrumada por la situación, asintió de nuevo y se giró para irse con pasos rápidos mientras salía del gimnasio, dejando a Sabina y Renee solas.
Una vez que Nika estuvo fuera de vista, Renee soltó un silbido largo y exagerado, en un tono cargado de picardía mientras se giraba hacia Sabina. «Ok, ahora entiendo», dijo, llena de diversión mientras se cruzaba de brazos y miraba a la capitana con una ceja alzada. «Te gustan las neptunianas, ¿eh? Y jovenes, No te culpo, esa chica es un encanto. Y esas orejas… ¡vaya! Nunca pensé que te vería con alguien así, capitana».
Sabina frunció el ceño, con su expresión endureciéndose mientras miraba a Renee con una mezcla de irritación y resignación. «No es lo que piensas, Renee», dijo, en un tono cortante mientras se cruzaba de brazos, con su postura rígida. «Nika necesitaba un lugar donde quedarse anoche. Su cuarto tuvo una falla técnica, y no había espacio en ningún otro lado. Eso es todo».
Renee rió suavemente, negando con la cabeza mientras se bajaba de la caminadora y se acercaba a Sabina con una sonrisa traviesa. «Claro, claro, capitana», dijo llena de sarcasmo mientras le daba un leve golpe en el brazo. «Puedes decir lo que quieras, pero esa mirada que le diste no era solo de ‘capitana preocupada’. Te vi. Y esa forma dulce el como le hablas… ¿desde cuándo eres tan considerada?»
Sabina suspiró, con su expresión suavizándose mientras miraba hacia la puerta por donde Nika había salido. No respondió a las provocaciones de Renee, pero en su mente, las preguntas seguían girando. ¿Por qué se sentía tan protectora con Nika? ¿Por qué había sentido la necesidad de dejarle una nota, de asegurarse de que estuviera bien? No lo entendía, pero una cosa era segura: Nika había despertado algo en ella, algo que no estaba lista para explorar, pero que no podía ignorar.
Nika estaba de pie dentro de la habitación de Sabina que había sido su refugio desde la noche anterior. La luz matutina artificial, se filtrada a través de las persianas automáticas que simulaban un amanecer terrano, llenaba el espacio con un brillo cálido que contrastaba con el frío gris del exterior del planeta. Frente a Nika, sobre la cama había un juego de uniforme de Grassley: una chaqueta negra con detalles verdes en las solapas, una falda a juego y una camiseta gris, todo perfectamente doblado y dispuesto para que lo usara. El uniforme, tenía un aire muy femenino que hacía que Nika se sintiera fuera de lugar, como si ponerse esa ropa significara aceptar un rol que no le pertenecía.
A su lado, Maisie May, la piloto más joven del Escuadrón Delta, estaba sentada en el borde de la cama, balanceando las piernas con un entusiasmo infantil que contrastaba con el ambiente militar de la base. Maisie, con su cabello recogido en dos coletas bajas y su uniforme de Grassley ligeramente desaliñado, había sido convocada por Sabina para traer la ropa a Nika. Sin embargo, no solo había traído el uniforme; en sus manos sostenía un paquete envuelto en papel blanco, que había hecho que las mejillas de Nika se encendieran de un rojo intenso que contrastaba con su piel azulada. Eran un juego de varias ropas interiores nuevas: un sujetadores sencillos de color blanco y unas bragas a juego, todos de algodón suave con pequeños detalles de encaje en los bordes.
Maisie no pudo contener una risa suave mientras observaba la reacción de Nika, sus ojos brillaban con diversión mientras se inclinaba hacia adelante, apoyando los codos en sus rodillas. «¡La capitana me ordenó que te consiguiera ropa interior nueva!» explicó, con su voz infantil pero cargada de picardía mientras agitaba el paquete frente a Nika. «La capitana no conocía tu talla, pero… viendo tus proporciones, la capitana me dijo que usara mi cuerpo como referencia, creo que somos casi iguales, ¿no? ¡Por no decir idénticas!»
Nika, todavía sonrojada, bajó la mirada hacia su propio cuerpo, sus manos jugueteaban nerviosamente con las mangas del pijama gris plomo que Sabina le había prestado. La realidad la golpeo en algo que ella ya conocía, no tenía mucho pecho, lo cual había sido una fuente de inseguridad desde que era niña. En Mercurio, cuando era pequeña, a menudo la confundían con un niño debido a su cabello corto y su pecho plano, un error que se repetía constantemente y que la hacía sentir fuera de lugar. Incluso cuando creció, su cuerpo no desarrolló mucho en ese aspecto; era una copa A, al igual que Maisie, quien parecía completamente cómoda con su propia figura. «E-Es que…», comenzó Nika, de manera temblorosa mientras intentaba encontrar las palabras, «en Mercurio siempre me decían que parecía un chico… No estoy acostumbrada a… esto».
Maisie rió de nuevo, su risa resonaba en todo el cuarto como un cascabel mientras se ponía de pie y se acercaba a Nika con una sonrisa amigable. «¡No te preocupes por eso!» dijo, en un tono lleno de entusiasmo mientras le entregaba el paquete de ropa interior. «Es nueva, la compré en la zona comercial de la base. No se a usado nada de esto, así que está limpia y lista para ti. Además, la capitana ya lo pagó todo, así que no tienes que preocuparte por nada».
Nika abrió los ojos de par en par, un «¡Eeeehhh!» largo y sorprendido escapo de sus labios mientras miraba a Maisie con incredulidad. «¿La capitana… pagó por esto?» preguntó, con su voz temblorosa mientras sostenía el paquete con manos inseguras, sus mejillas se sonrojaron aún más. La idea de que Sabina hubiera gastado dinero en algo tan personal como ropa interior la hacía sentir una mezcla de gratitud y vergüenza que no sabía cómo manejar.
Maisie volvió a reír, esta vez más fuerte, mientras se acercaba a Nika y, con un movimiento juguetón, jaló suavemente las mejillas de la joven Neptuniana, haciendo que su piel azulada se estirara ligeramente bajo sus dedos. «¡Eres tan tímida!» exclamó, llena de diversión mientras soltaba las mejillas de Nika y, con mucho cuidado, tocaba la punta de una de sus orejas puntiagudas. «Son bonitas tus orejas, ¿sabes?» dijo más suave ahora mientras miraba a Nika con una sonrisa sincera. «Parecen de un elfo de cuento. ¡Deberías mostrarlas más!»
Nika se tapó el rostro con ambas manos de inmediato ocultando su rostro tras el paquete de ropa interior, sus orejas puntiagudas temblaban ligeramente mientras el rubor en sus mejillas se intensificaba. «¡N-No digas eso!» exclamó, su voz amortiguada por sus manos mientras intentaba ocultar su vergüenza. Las orejas puntiagudas siempre habían sido un punto sensible para ella, un recordatorio de su origen neptuniano que la había hecho sentir diferente y fuera de lugar en Mercurio. Que Maisie las elogiara tan abiertamente era algo que no sabía cómo manejar.
En ese momento, la puerta del cuarto se abrió con un siseo hidráulico, y Sabina entró con pasos firmes, todavía vestida con su ropa de deporte. Su cabello morado, estaba recogido en una coleta alta y se balanceaba ligeramente mientras caminaba, sus ojos amarillos se entrecerraron al ver la escena frente a ella. «Maisie», dijo, en un tono autoritario pero con un toque de exasperación mientras cruzaba los brazos. «No la molestes. Ya tiene suficiente con adaptarse a este lugar».
Maisie se puso de pie de un salto, haciendo un gesto militar exagerado mientras levantaba la mano en un saludo teatral. «¡A la orden, mi capitana!» exclamó llena de diversión mientras ofrecía una sonrisa traviesa. Luego, se giró hacia Nika, dándole un pequeño empujón amistoso en el hombro. «¡Nos vemos luego, Nika! ¡Cuídate!» Con un último guiño, Maisie salió del cuarto, dejando a Nika y Sabina solas mientras la puerta se cerraba detrás de ella con un suave clic.
Nika, todavía sonrojada por la interacción con Maisie, intentó rápidamente esconder el paquete de ropa interior nueva detrás de su espalda, sus movimientos eran torpes mientras evitaba la mirada de Sabina. Una vez que estuvo segura de que el paquete estaba fuera de vista, alzó la mirada hacia la capitana y con su voz temblorosa le dijo. «No tenías por qué gastar tu dinero en mí» sus ojos volvieron a fijarse en el suelo mientras sus manos jugueteaban con el borde del pijama. «Yo… no estoy acostumbrada a esto. No quiero ser una carga».
Sabina esbozó una sonrisa suave, una expresión que contrastaba con su usual estoicismo mientras miraba a Nika con ternura. «No es nada del otro mundo», respondió llena de calidez mientras se acercaba a la joven minera con pasos lentos. «Necesitabas ropa, y me aseguré de que la tuvieras. Eso es todo».
Nika negó con la cabeza, su mirada se mantenía todavía fija en el suelo y sus manos se apretaban con más fuerza alrededor del pijama. «No estás obligada a hacerlo», murmuró apenas un susurro mientras intentaba controlar las emociones que amenazaban con desbordarla. «No tienes que cuidar de mí… No soy tu responsabilidad».
Sabina se detuvo frente a ella y su expresión se suavizo aún más mientras la miraba con una mezcla de empatía y algo más profundo, algo que ni ella misma entendía del todo. Instintivamente, levantó una mano y, con un movimiento cuidadoso, tomó un mechón de cabello azul de Nika, colocándolo detrás de su oreja puntiaguda con una delicadeza que hizo que el corazón de Nika diera un salto. Nika alzó la mirada de inmediato y sus ojos azules como el mar se encontraron con los ojos amarillos de Sabina, quien la miraban con una ternura que la tomó por sorpresa.
Sabina tomó la mano de Nika con mucho cuidado y sus dedos cálidos envolvieron los de la joven neptuniana mientras la miraba con sinceridad. «Déjame cuidarte, Nika», dijo, de manera baja pero firme, cargada de una emoción que Sabina no estaba acostumbrada a mostrar. «Por favor».
Nika abrió los ojos de par en par, un «Pero…» escapando de sus labios mientras intentaba encontrar las palabras para responder. Su mente era un torbellino de emociones: gratitud, vergüenza, y algo más que no podía identificar, algo que hacía que su corazón latiera con fuerza.
Sabina negó con la cabeza y su agarre en la mano de Nika se volvió un poco más firme mientras la miraba con intensidad. «No me quites esto», dijo, casi suplicante. «Quiero hacerlo, Nika. Quiero asegurarme de que estés bien».
El rubor en las mejillas de Nika se intensificó, el tono rojizo contrastaba con su piel azulada mientras miraba a Sabina con una mezcla de asombro y timidez. Nunca había experimentado algo así, esta sensación de ser cuidada, de ser vista con tanto cuidado y ternura. Antes de que pudiera responder, la alarma del cuarto de Sabina volvió a sonar, un tono electrónico que marcaba las 8:00 a.m., la hora del desayuno según el horario terrano de la base. El sonido rompió el momento, y Sabina suspiró, su expresión se volvió más práctica mientras soltaba la mano de Nika con suavidad.
«Es mejor que vayamos a desayunar», dijo, en un tono más ligero ahora mientras miraba a Nika con una pequeña sonrisa. «Pero primero, termina de cambiarte. Te ves adorable con el pijama, pero… no me gusta que otros te vean así». Su voz tenía contenia un toque posesivo que sorprendió incluso a la misma Sabina, y un leve rubor cruzó su rostro mientras se giraba para darle a Nika algo de privacidad.
Nika sintió que su rostro ardía de nuevo, el sonrojo se extendía hasta la punta de sus orejas puntiagudas mientras tomaba el uniforme y un juego de ropa interior nueva con manos temblorosas. «S-Sí…», murmuró, apenas audible mientras se dirigía al baño con pasos rápidos. Antes de cerrar la puerta, le lanzó una mirada rápida a Sabina, sus ojos azules se encontraron con los de la capitana por un instante, un destello de gratitud y algo más brillando en ellos.
Sabina suspiró una vez que la puerta del baño se cerró, su mirada se mantenía fija en el lugar donde Nika había estado. No entendía por qué se sentía tan protectora con la joven neptuniana, por qué cada pequeño gesto de Nika parecía tocar algo profundo dentro de ella. Negó con la cabeza, intentando despejar sus pensamientos mientras se ajustaba la chaqueta de su uniforme, preparándose para el día que tenía por delante. Pero una cosa era segura: Nika estaba dejando una marca en ella, una que no podía ignorar.
Sabina caminaba por los pasillos de la base envuelta en el uniforme negro de Grassley con detalles verdes que resaltaban su rango de capitana. A su lado, Nika avanzaba con pasos más tímidos, su cuerpo estaba envuelto en un uniforme estándar de Grassley que le quedaba como anillo al dedo su falda a juego se movía con cada paso que ella daba marcaba su figura delgada pero con una elegancia que ella misma no parecía notar. El hecho de que Sabina, conocida por ser estoica, seria y adicta al trabajo, caminara junto a una tierna neptuniana como Nika no pasaba desapercibido. Los soldados y técnicos que pasaban por los pasillos no podían evitar girar la cabeza, susurrando entre ellos mientras observaban la inusual pareja. Algunos murmuraban sobre la capitana, preguntándose qué había cambiado en ella para que mostrara tanta atención hacia una chica que claramente no era militar; otros simplemente se sorprendían al ver a una linda neptuniana caminando tan abiertamente por la base.
Sabina, ajena a los susurros o simplemente ignorándolos, le explicaba a Nika los detalles de la base con un tono calmado pero profesional. «A tu izquierda está la enfermería», decía, señalando un pasillo que se desviaba hacia un área con puertas blancas y un letrero iluminado que indicaba el sector médico. «Si alguna vez te sientes mal o necesitas atención, ahí es donde debes ir. Más adelante está el área de entrenamiento, donde estuvimos esta mañana, y después de eso viene el comedor, que es a donde nos dirigimos ahora». Su voz era firme, pero había una suavidad en su tono que se reservaba exclusivamente para Nika, un contraste notable con la forma en que solía dirigirse a sus subordinados.
Nika asentía a cada explicación, sus ojos azules como el mar recorrían los pasillos con una mezcla de curiosidad y nerviosismo. El uniforme de Grassley, era bastante femenino para ella y la hacía sentir fuera de lugar; en Mercurio, nunca había usado algo similar, la tela dude algodón contrastaba con las prendas ásperas y desgastadas a las que estaba acostumbrada. Sin embargo, lo que más la ponía nerviosa era la decisión que Sabina había tomado antes de salir del cuarto. Con un cuidado casi reverente, la capitana había colocado unos pequeños pines en el cabello azul de Nika, recogiendo los mechones que normalmente cubrían sus orejas puntiagudas para dejarlas completamente a la vista. «Son hermosas, y no deberías ocultarlas», había dicho Sabina, de manera cariñosa pero llena de sinceridad mientras ajustaba los pines con precisión. «Eres neptuniana, Nika. Lleva tu origen con orgullo».
Ahora, mientras caminaban por la base, Nika mostraba sus orejas puntiagudas al descubierto. El leve tono azulado de su piel brillaba bajo la luz artificial de los pasillos, y sus orejas, delicadas y alargadas, se movían ligeramente con cada sonido que captaban. Aunque Sabina le había dado confianza para mostrarlas, Nika no podía evitar sentirse expuesta. Manteniendo la mirada baja, sus mejillas se mantenían sonrojadas de un tono rojizo que contrastaba con su piel, veía de reojo cómo algunos soldados y técnicos hablaban entre ellos al verla pasar. «Mira, una neptuniana…», susurró un técnico a su compañero, su voz llena de curiosidad. «Nunca había visto una en la base. Esas orejas… ¿son de verdad?» Otro soldado, más joven, simplemente se quedó mirándola con asombro, murmurando algo sobre lo «bonita» que era. Nika cerro los ojos con su sonrojo intensificándose mientras intentaba ignorar las miradas y los susurros, aferrándose al brazo de Sabina instintivamente.
Al llegar al comedor, el ambiente era más animado. El aroma a comida recién preparada llenaba el aire: pan recién horneado, huevos revueltos, y algo que olía vagamente a café sintético, un lujo que la base ofrecía para mantener al personal despierto durante los turnos largos. Las paredes del comedor eran de un gris mate, pero grandes ventanales ofrecían vistas de la superficie helada de Titán, donde el sol apenas lograba iluminar el horizonte con un brillo pálido. El personal de la base, desde soldados hasta técnicos, se encontraba disperso por las mesas, algunos desayunando en silencio mientras revisaban tabletas, otros charlando animadamente sobre sus turnos.
Sabina guió a Nika hacia la fila del autoservicio, donde bandejas de acero inoxidable contenían las opciones del menú del día. Mientras tomaban una bandeja cada una, Sabina le explicaba las opciones con un tono práctico pero gentil. «Hoy hay huevos revueltos con tocino sintético, pan con mermelada, y una especie de avena que no sabe tan mal si le pones algo de fruta seca», dijo, señalando cada bandeja mientras avanzaban en la fila. «También hay café sintético o agua, aunque te recomiendo el agua si no estás acostumbrada al sabor del café de la base. No es exactamente lo que esperarías».
Nika escuchaba atenta mientras sus ojos azules seguían los movimientos de Sabina mientras asentía a cada explicación. Estaba fascinada por la variedad de comida; en Mercurio, los desayunos eran raciones secas de proteínas y carbohidratos, diseñadas para mantener a los mineros con energía pero sin ningún sabor real. La idea de elegir entre diferentes opciones era un lujo que nunca había experimentado, y por un momento, se permitió sentir un pequeño destello de emoción. Pero ese destello se desvaneció rápidamente cuando sus ojos se abrieron de par en par al ver algo que no estaba preparada para enfrentar.
Suletta había entrado al comedor, acompañada de Miorine. La pareja era un contraste notable: Suletta, con su ropa simple ligeramente desaliñada y su cabello rojizo cayendo en mechones desordenados, tenía una sonrisa radiante en el rostro, sus ojos azules brillaban con una felicidad que Nika no había visto en mucho tiempo. A su lado, Miorine, con su cabello plateado suelto y un vestido gris elegante estaba abrazada al brazo de Suletta, sus dedos estaban entrelazados con los de la piloto mientras le susurraba algo al oído en un gesto íntimo. Suletta rió suavemente, inclinándose para besar la frente de Miorine en un gesto y lleno de ternura que hizo que el corazón de Nika se apretara dolorosamente en su pecho.
Sabina, que había estado observando a Nika mientras le explicaba el menú, notó de inmediato el cambio en su expresión. Los ojos de Nika estaban llenos de terror y tristeza, fijos en Suletta y Miorine, y su cuerpo comenzó a temblar ligeramente mientras retrocedía un paso instintivamente. Sabina, con un gesto protector, colocó una mano en el brazo de Nika, acariciándolo con suavidad mientras intentaba calmarla. «Estoy aquí», murmuró, en voz baja pero firme mientras miraba a Nika con preocupación.
Suletta, que había notado a Nika desde el otro lado del comedor, esbozó una sonrisa amplia y sincera mientras se acercaba con Miorine todavía abrazada a su brazo. «¡Nika!» exclamó, llena de entusiasmo mientras aceleraba el paso hacia ella, claramente emocionada de ver a su amiga. «¿Ehhhhh? ¿Estás mostrando tus orejas? ¡Mira qué reluciente estás! Había olvidado tu color azul ligero… ¡Te ves increíble!» dijo en un tono genuino, lleno de cariño, pero para Nika, cada palabra era un recordatorio doloroso de lo que había perdido.
Nika abrió los ojos con terror y su respiración se volvió errática mientras se aferraba al brazo de Sabina con fuerza, sus dedos temblaban mientras intentaba esconderse detrás de la capitana. Su rostro se ocultó parcialmente detrás del brazo de Sabina mientras intentaba contener las lágrimas que amenazaban con salir. Sabina, sintiendo el miedo de Nika, adoptó una postura protectora de inmediato, colocando su cuerpo entre la joven Neptuniana y la pareja que se acercaba, sus ojos amarillos se entrecerraron mientras evaluaba la situación.
Miorine, que había estado observando la escena con atención, entendió de inmediato lo que estaba ocurriendo. La expresión de terror en el rostro de Nika, la forma en que se aferraba a Sabina, y la tensión en el aire eran señales claras de que este encuentro no iba a ser fácil para la neptuniana. Con un movimiento rápido, jaló el brazo de Suletta, deteniéndola antes de que pudiera acercarse más. «Suletta, creo que es mejor que dejemos a Nika adaptarse a la base», dijo de manera suave pero firme mientras ofrecía una sonrisa incómoda, intentando manejar la situación con delicadeza.
Suletta frunció el ceño, claramente confundida mientras su mirada viajaba entren Miorine a Nika y de vuelta a Miorine. «¿Eh? ¿Por qué?» preguntó llena de inocencia mientras intentaba entender lo que estaba pasando. «Nika es mi amiga… Creo que sería genial que desayunáramos juntas. Así puedes conocerla mejor, y ella puede contarme más sobre cómo han estado las cosas en mercurio». Su entusiasmo era genuino, pero también mostraba su falta de comprensión sobre el dolor que Nika estaba sintiendo.
Miorine, todavía con una sonrisa incómoda, negó con la cabeza mientras intentaba mantener la calma. «No creo que sea una buena idea ahora mismo», dijo, de manera mas firme mientras miraba a Suletta con una mezcla de advertencia y paciencia. «Démosle un poco de tiempo, ¿sí?»
Suletta ladeó la cabeza, su confusión era evidente mientras miraba a Nika, quien seguía escondida detrás de Sabina. «No entiendo…», murmuró, con su voz llena de desconcierto mientras intentaba acercarse un paso más.
Sabina, que había estado observando la interacción en silencio, intervino con una voz fría y protectora, dejando claro que no iba a permitir que la situación escalara más. «Mercury», dijo, con su voz autoritaria resonando en el comedor mientras miraba a Suletta con una intensidad que hizo que la piloto se detuviera en seco. «Es mejor que le des un espacio. Por favor, no insistas».
Suletta frunció el ceño, y su expresión se volvió más seria mientras miraba a Sabina con una mezcla de confusión y frustración. «Pero… Nika es mi amiga», protestó mientras intentaba defender su posición. «Solo quiero pasar tiempo con ella… ¿Qué tiene de malo eso?»
Sabina entrecerró los ojos y su postura se volvió aún más protectora mientras giraba su cuerpo para acurrucar a Nika en su pecho, asegurándose de que la joven neptuniana estuviera completamente bajo su protección . «Por eso mismo», respondió, de manera cortante pero controlado mientras miraba a Suletta con firmeza. «Porque eres SOLO su ‘amiga’, debes darle su espacio. No todos pueden manejar las cosas como tú, Mercury. Respeta eso».
El comentario de Sabina hizo que Suletta alzara una ceja, claramente desconcertada por la intensidad de la respuesta y por la acción de que Nika se dejara abrazar por alguien mas que no era ella. Antes de que pudiera decir algo más, Miorine jaló su brazo con más fuerza, con su expresión más seria ahora mientras intentaba llevarse a Suletta. «Vamos, Suletta», dijo, de manera insistente mientras miraba a su novia con una mezcla de paciencia y urgencia. «Te explicaré todo en la mesa. Vamos a desayunar».
Suletta asintió lentamente, todavía confundida pero confiando en Miorine. Le dio una última mirada a Nika sus ojos azules reflejaban preocupación mientras intentaba descifrar lo que estaba pasando. Luego, permitió que Miorine la guiara hacia una mesa al otro lado del comedor, con su brazo todavía entrelazado con el de la heredera de Rembran mientras se alejaban.
Una vez que Suletta y Miorine estuvieron fuera de vista, Sabina suspiró suavemente, su expresión se suavizo mientras giraba la cabeza para mirar a Nika. La joven neptuniana seguía aferrada a Sabina, su rostro estaba escondido en el pecho de la capitana mientras su cuerpo temblaba ligeramente. Con un movimiento gentil, Sabina acarició el cabello azul de Nika, sus dedos deslizándose con cuidado entre los mechones mientras intentaba calmarla. «Ya pasó», murmuró, de manera baja y reconfortante mientras miraba a Nika con ternura.
Nika alzó la mirada lentamente, con sus ojos azules brillando con lágrimas contenidas mientras miraba a Sabina con una mezcla de culpa y tristeza. «Soy una mala amiga…», susurró, de manea temblorosa mientras apretaba el saco de Sabina con más fuerza. «Suletta solo quería estar conmigo… y yo… no puedo ni mirarla. Soy horrible».
Sabina negó con la cabeza, su mano se detuvo en el cabello de Nika mientras la miraba con una sinceridad que rara vez mostraba. «No lo eres», dijo, de manera firme pero llena de empatía mientras acariciaba la mejilla de Nika con el dorso de su mano. «Eres humana, Nika. Y como tal, necesitas darte un respiro. Lo que sientes… es válido. No te castigues por eso».
Nika asintió débilmente y sus lágrimas finalmente cayeron mientras se aferraba más al pecho de Sabina, su cuerpo buscaba el consuelo que la capitana le ofrecía. Sabina, con un movimiento protector, rodeó a Nika con un abrazo, bloqueándola de la vista de Suletta y Miorine, segundos mas tarde Sabina la guiaba hacia una mesa al otro lado del comedor, donde el resto del Escuadrón Delta ya estaba sentado.
Nika llegó a la mesa del Escuadrón Delta junto a Sabina, sus pasos eran tímidos en comparación con la seguridad de la capitana mientras se acercaban al grupo. La mesa del Escuadrón Delta estaba ubicada cerca de uno de los grandes ventanales que ofrecían vistas de la superficie helada de Titán, ocupada por las integrantes del equipo de fuerzas especiales, cada una con su bandeja de desayuno frente a ellas. La luz pálida del sol reflejada en el hielo exterior entraba por el ventanal, proyectando un brillo frío que contrastaba con el ambiente cálido del comedor.
El Escuadrón Delta estaba completo Henao Jazz, la subcapitana Ireesha Plano, la defensa del equipo, Renee Costa, la vanguardia y Maisie May, la exploradora. Las cuatro mujeres alzaron la mirada al ver a Sabina y Nika acercarse, sus expresiones fueron variadas entre curiosidad, diversión y un toque de sorpresa al ver a la neptuniana.
Nika se sentó en una silla libre al final de la mesa mantenia su cuerpo encorvado mientras miraba al piso, sus mejillas estaban sonrojadas en un tono rojizo que contrastaba con su piel azulada. Sus orejas puntiagudas, ahora a la vista gracias a los pines que Sabina le había colocado en el cabello, temblaban ligeramente mientras intentaba controlar su nerviosismo. Las miradas de las integrantes del Escuadrón Delta, aunque no eran hostiles, la hacían sentir expuesta, y el uniforme que llevaba puesto solo aumentaba su sensación de estar fuera de lugar.
Sabina, que se había detenido junto a la mesa, colocó una mano en el hombro de Nika con un gesto reconfortante antes de hablar. «No tardo», dijo, suavemente mientras miraba a Nika con una pequeña sonrisa. Luego, giró la cabeza hacia Renee, sus ojos amarillos se entrecerraron ligeramente mientras añadía, «Renee, no la molestes. Lo digo en serio». Su tono era autoritario, pero había un toque de protección en él que no pasó desapercibido para el equipo.
Renee, que estaba mordiendo un trozo de pan con mermelada, hizo un gesto exagerado de indignación, dejando caer el pan en su bandeja mientras miraba a Sabina con una expresión de fingida ofensa. «¿Por qué siempre me regañas solo a mí?» reclamó, con su voz cargada de dramatismo mientras se cruzaba de brazos. «¡Maisie también molesta a la gente, y nunca le dices nada! ¡Esto es injusto, capitana!»
Sabina la ignoró por completo mientras se giraba para dirigirse al autoservicio, donde las bandejas de comida esperaban en filas ordenadas. El equipo soltó una risa suave ante la reacción de Renee, pero Nika apenas levantó la mirada, sus manos jugueteaban nerviosamente con el borde de su uniforme mientras intentaba calmarse.
Una vez que Sabina se alejó, las chicas del Escuadrón Delta aprovecharon para presentarse, sus voces sonaron llenas de curiosidad y amabilidad mientras intentaban hacer que Nika se sintiera más cómoda. Henao fue la primera en hablar, con su tono aburrido pero cálido mientras se inclinaba ligeramente hacia adelante. «Soy Henao Jazz, subcapitana del Escuadrón Delta», dijo con una paciencia natural. «Soy de Júpiter. Bienvenida a la base, Neptuniana».
Ireesha sonrió suavemente, su expresión era la más gentil de entre todas mientras colocaba una mano sobre la mesa con sus dedos largos y elegantes contrastando con la rudeza del ambiente militar. «Ireesha Plano, defensa del equipo», dijo, su voz suave pero clara. «Soy de Calisto, una de las lunas de Júpiter. Es un placer conocerte».
Renee, todavía con un toque de dramatismo, se inclinó hacia Nika con una sonrisa traviesa mientras sus ojos brillaban con diversión. «Renee Costa, vanguardia del equipo», dijo, en un tono lleno de energía mientras le guiñaba un ojo. «Soy de la Tierra, así que soy la más normal aquí, supongo. ¡Encantada de conocerte, azulita!»
Maisie, que había estado balanceando las piernas con entusiasmo, saltó de su silla para acercarse más a Nika con su sonrisa amplia y llena de calidez. «¡Y yo soy Maisie May, exploradora del equipo!» exclamó, con su voz infantil resonando con entusiasmo. «Soy de Io, otra luna de Júpiter. ¡Ya nos conocimos antes, pero ahora es oficial! ¡Me alegra que estés aquí, Nika!»
Nika alzó la mirada lentamente y sus ojos azules como el mar se encontraron con las miradas del equipo mientras intentaba devolverles una sonrisa tímida. «Yo soy Nika…», comenzó, su voz temblorosa mientras intentaba presentarse. «Soy mercur… no, espera». Se detuvo a mitad de la frase, con su expresión volviéndose más seria mientras corregía sus palabras. «Soy de Neptuno. Quiero… quiero ser mecánica aquí, si me lo permiten». Su voz era suave, pero había una determinación.
Antes de que las demás chicas del escuadron pudieran responder, Sabina regresó a la mesa, cargando dos bandejas de desayuno con una eficiencia militar que contrastaba con la ternura de sus acciones. En su bandeja había una porción estándar: huevos revueltos, tocino sintético, pan y un vaso de agua. Pero la bandeja de Nika era diferente, algo que no pasó desapercibido para el equipo. Además de los mismos huevos y pan, había un vaso alto de jugo de fresas con leche, una bebida que se podía ordenar por separado y que era considerada un lujo en la base debido a su costo. El líquido, de un rosa pálido con pequeños trozos de fresa visibles todo natural y nada artificial, venía con un popote negro que sobresalía del vaso, y su presencia en la bandeja de Nika hizo que las chicas del Escuadrón Delta intercambiaran miradas de sorpresa.
Sabina colocó las bandejas sobre la mesa con cuidado, asegurándose de que la de Nika estuviera frente a ella antes de tomar asiento a su lado. Renee, que había estado observando la escena con una sonrisa traviesa, fue la primera en hablar, en un tono lleno de curiosidad mientras miraba a Sabina. «¿Y mi desayuno, capitana?» preguntó, alzando una ceja mientras señalaba su propia bandeja vacía, el trozo de pan que había estado comiendo ya habia desaparecido. «¿Dónde está mi jugo de fresas con leche? ¿O es que solo la neptuniana recibe trato especial?»
Sabina la miró con una expresión impasible mientras respondía sin inmutarse. «Puedes pararte e ir por el tuyo tú misma, Renee», dijo mientras tomaba su tenedor y comenzaba a comer sus huevos revueltos. «No soy tu sirvienta».
Renee hizo sonar su lengua en un chasquido exagerado, cruzándose de brazos mientras miraba a Sabina con una expresión de fingida indignación. «Tacaña», murmuró, llena de dramatismo mientras negaba con la cabeza. «Siempre tan generosa con las nuevas, pero a nosotras nos dejas morir de hambre».
Nika, que había estado mirando su bandeja con una mezcla de asombro y timidez, alzó la mirada hacia Sabina con sus mejillas sonrojándose de nuevo mientras murmuraba un suave «Gracias…». Su voz era apenas audible, pero estaba cargada de gratitud mientras miraba el jugo de fresas con leche con ojos brillantes.
Sabina esbozó una pequeña sonrisa mientras miraba a Nika con ternura. «No es nada», respondió, en un tono bajo pero cálido mientras le daba un leve apretón en su mano bajo la mesa antes de volver a su propia comida. Acomodo su cuerpo relajándose mientras comenzaba a desayunar.
Renee, que no podía dejar pasar la oportunidad de provocar a Sabina, se inclinó hacia adelante con una sonrisa traviesa mientras sus ojos brillaban con picardía. «Si quieren, las dejamos solas», dijo, en un tono lleno de diversión mientras miraba de Sabina a Nika y de vuelta a Sabina. «Parece que necesitan un poco de… privacidad, ¿no creen?»
Ireesha, que había estado comiendo en silencio, le dio una palmada suave en el brazo a Renee, con su expresión llena de exasperación mientras miraba a su pareja con una ceja alzada. «Para, Renee», dijo tranquila pero firme mientras intentaba mantener la calma.
Renee bufó, cruzándose de brazos mientras miraba a Ireesha con una expresión de fingida indignación. «Solo digo lo que todos estamos pensando», murmuró más bajo ahora mientras volvía a su propia bandeja, claramente divertida por la situación.
Nika, ajena a las bromas del equipo, tomó su tenedor con manos temblorosas y probó un bocado de los huevos revueltos, sus ojos abriéndose de par en par mientras el sabor llenaba su boca. En Mercurio, la comida era insípida, diseñada para nutrir pero no para disfrutar, y este desayuno —con su textura cremosa y el toque salado del tocino sintético— era lo mejor que había comido en años. «Esto es… increíble», murmuró, su voz llena de asombro mientras tomaba otro bocado con sus ojos brillando con una mezcla de felicidad.
Renee, que había estado observándola con curiosidad, alzó una ceja mientras tomaba un sorbo de su agua. «¿En serio?» preguntó, llena de incredulidad mientras miraba a Nika con diversión. «Es solo un desayuno normal, ¿sabes? No es nada especial».
Nika no respondió, estaba demasiada ocupada disfrutando de su comida mientras tomaba el vaso de jugo de fresas con leche con ambas manos. Colocó el popote negro entre sus labios y dio un sorbo, sus ojos se cerraron mientras el sabor dulce y cremoso inundaba su paladar. El jugo era un lujo que nunca había probado, las fresas eran un fruto imposible de cultivar en Mercurio y la leche un recurso casi inexistente. Mientras bebía, un leve sonrojo cubrió sus mejillas, y su expresión fue de pura felicidad que hizo que Sabina, quien había estado observándola en silencio, esbozara una sonrisa suave, una sonrisa que no pasó desapercibida para el resto del equipo.
Henao, que había estado comiendo en silencio, intercambió una mirada con Ireesha, ambas notando la ternura inusual en la expresión de Sabina. Maisie, por su parte, sonrió ampliamente, claramente encantada por la reacción de Nika, mientras Renee simplemente alzó una ceja, su sonrisa traviesa regresando mientras miraba a la capitana con interés. «Vaya, capitana», murmuró Renee para sí misma, su tono lleno de diversión mientras tomaba otro bocado de su pan. «Nunca pensé que te vería así».
A mitad del desayuno, un sonido agudo interrumpió el momento. El comunicador de muñeca de Sabina emitió una alerta, un tono electrónico que indicaba una notificación urgente. Sabina frunció el ceño, levantando su muñeca para revisar el mensaje. Era de Shaddiq, convocándola a una reunión de urgencia en la sala de mando. Sabina suspiró y su expresión se volvió más seria mientras procesaba la información. Miró a Ireesha, que estaba sentada al otro lado de la mesa, y habló con un tono autoritario pero calmado. «Ireesha, necesito que cuides a Nika mientras estoy en la reunión», dijo mientras miraba a la defensa del equipo con confianza.
Renee, que no podía resistirse a intervenir, alzó la mano con una sonrisa traviesa. «¡Yo puedo cuidarla, capitana!» exclamó llena de entusiasmo mientras miraba a Sabina con una ceja alzada. «Soy perfectamente capaz, sabes».
Sabina la miró con una expresión impasible mientras respondía sin dudar. «No», dijo con su voz cortante mientras negaba con la cabeza. «Tú no».
La respuesta de Sabina hizo que el equipo estallara en risas, Henao cubriendo su boca para contener una carcajada mientras Maisie reía abiertamente con sus coletas balanceándose con cada movimiento. Ireesha sonrió suavemente, negando con la cabeza mientras miraba a Renee con una mezcla de diversión y exasperación. Renee bufó, cruzándose de brazos mientras miraba a Sabina con una expresión de fingida indignación. «Siempre eres tan cruel conmigo», murmuró, su tono lleno de dramatismo mientras volvía a su comida.
Sabina ignoró las bromas del equipo, girándose hacia Nika con una expresión más suave mientras le ofrecía una pequeña sonrisa. «Luego de la reunión, te veré», dijo llena de calidez mientras miraba a la joven neptuniana con ternura. «No te preocupes, estarás bien con Ireesha».
Nika alzó la mirada, sus ojos azules encontrándose con los de Sabina mientras esbozaba una sonrisa tímida, sus mejillas todavía estaban sonrojadas mientras sostenía el vaso de jugo entre sus manos. «Mucha suerte en tu reunión», dijo con su voz suave pero sincera mientras miraba a la capitana con gratitud.
Sabina asintió y su sonrisa se amplio ligeramente mientras se ponía de pie, ajustando su chaqueta con un movimiento rápido antes de dirigirse hacia la sala de mando. Mientras se alejaba, el equipo volvió a su desayuno, pero Nika no pudo evitar seguirla con la mirada, un pequeño destello de esperanza brillaba en sus ojos mientras se permitía sentir, por primera vez en mucho tiempo, tal vez podría encontrar un lugar al cual llamar hogar.
Sabina caminaba con pasos rápidos y seguros por los pasillos de la base. El mensaje de Shaddiq había sido claro: una reunión de urgencia para discutir los siguientes pasos a seguir, lo que significaba que es muy probable que existan cambios. Sabina tenia que estar ahi ya que de primera mano vivió los eventos en mercurio, pero sus pensamientos se desviaban hacia Nika. Aunque intentaba mantener su mente enfocada en la misión, la imagen de Nika desayunando con el equipo y disfrutando de su jugo de fresas con leche, seguía apareciendo en su mente, trayendo consigo una calidez que Sabina no estaba acostumbrada a sentir.
La sala de mando era un espacio amplio y funcional, con paredes de acero pulido y una mesa holográfica central que proyectaba mapas estelares y datos tácticos en tiempo real. Las luces empotradas en el techo emitían un brillo blanco frío, y las pantallas montadas en las paredes mostraban transmisiones encriptadas y actualizaciones de inteligencia. Shaddiq estaba de pie junto a la mesa holográfica, mientras revisaba un informe en su tableta, su expresión tensa y concentrada. A su lado, Miorine y Suletta ya estaban presentes, ambas sentadas alrededor de la mesa. Miorine tenía una expresión seria mientras revisaba datos en una tableta personal, sus ojos plateados brillando con determinación. Suletta parecía distraída, sus ojos azules fijos se mantenían en un punto invisible mientras tamborileaba los dedos sobre la mesa, claramente inquieta. Un oficial de inteligencia organizaba documentos digitales con la misma urgencia que Sabina percibía en el ambiente.
Cuando Sabina entró, Shaddiq alzó la mirada, sus ojos se encontraron con los de la capitana mientras le hacía un gesto para que se acercara. «Sabina, gracias por venir tan rápido», dijo, con su voz calmada pero cargada de seriedad. «Necesito tu informe sobre el rescate en Mercurio. Dominicus ya sabe que fuerzas de Grassley estuvieron involucradas, y eso nos pone en una posición complicada».
Sabina asintió mientras tomaba asiento junto a Miorine, sacando su tableta para proyectar su informe en la mesa holográfica. «El rescate de Nika Nanaura fue un éxito, pero tuvimos complicaciones», comenzó mientras señalaba los datos en la proyección. «Dominicus tenía una presencia más fuerte en Mercurio de lo que anticipábamos. Nos enfrentamos a varias patrullas, y aunque logramos extraer a Nika sin bajas en nuestro equipo los daños materiales fueron elevados, es evidente que Dominicus identificó nuestras fuerzas. El Michaelis y los Beguir-Pente fueron avistados y los registros de comunicación interceptados confirman que saben que Grassley estuvo detrás del ataque».
La mención de Nika hizo que Suletta alzara la mirada de inmediato, su expresión cambio de distracción a preocupación mientras interrumpía a Sabina. «¿Nika está bien?» preguntó, con su voz llena de inquietud mientras se inclinaba hacia adelante, sus manos apretándose sobre la mesa. «La vi en el comedor, pero… no quiso hablar conmigo. ¿Hice algo mal? Es mi amiga… No entiendo por qué está tan distante».
Miorine colocó una mano en el brazo de Suletta, su toque era suave pero firme mientras intentaba calmarla. «Suletta, no es el momento», dijo, de manera baja pero autoritaria mientras miraba a su novia con una mezcla de paciencia y advertencia. «Estamos aquí para discutir la situación con Dominicus. Podemos hablar de Nika después».
Suletta frunció el ceño, claramente insatisfecha con la respuesta, pero asintió lentamente y sus ojos volvieron a desviarse hacia la mesa mientras su mente seguía atrapada en pensamientos sobre Nika. Sabina observó la interacción en silencio, notando la preocupación genuina en la voz de Suletta, pero también la tensión que había causado en el comedor. Decidió no profundizar en el tema por ahora, enfocándose en el informe mientras continuaba.
Shaddiq frunció el ceño, cruzándose de brazos mientras procesaba la información, su mirada fija en el holograma que mostraba las posiciones de las fuerzas de Dominicus en Mercurio. «Eso era de esperarse», murmuró, su tono cargado de frustración mientras pasaba una mano por su cabello. «Dominicus no se quedará de brazos cruzados después de esto. Sabemos que pueden llegar a Titán en busca de pruebas, pero es más probable que primero acudan a Ganímedes, donde están nuestras instalaciones principales. Si encuentran algo que vincule directamente a Grassley con el Aerial o con Belmeria, estaremos en serios problemas y todo gracias a la imprudencia de la mercuriana».
Miorine alzó la mirada de su tableta, su expresión endureciéndose mientras intervenía, su voz fría pero calculadora. «De nada sirve ahora culpar a Suletta, necesitamos asegurarnos de que no encuentren nada», dijo, en un tono lleno de determinación mientras señalaba el mapa holográfico. «Si Dominicus llega a Ganímedes, podemos usar eso a nuestro favor. Podemos plantar información falsa que los desvíe, el Aerial nunca estuvo Ahi, asi que podemos usarlo a nuestro favor. Pero aquí en Titán, tenemos que ser más cuidadosos. No podemos permitir que encuentren a Belmeria ni al Aerial».
Shaddiq suspiro, no era un gran avance pero era algo. «Es un buen punto, Miorine, sin embargo no cubre todos los agujeros», dijo mientras activaba un nuevo mapa holográfico que mostraba las instalaciones de la base en Titán. «Primero, el Aerial debe ser escondido. Lo trasladaremos al hangar secundario en el sector F-9. Sabina, hay que asegurarnos de que esté fuera de cualquier registro visible. Ademas, Belmeria Winston debe ser trasladada a una celda de alta seguridad. Si Dominicus aparece, no deben de saber que ella se encuentra en estas instalaciones. Asegúrate de que su traslado sea discreto y que solo personal autorizado tenga acceso a su nueva ubicación».
Sabina asintió, tomando nota de las órdenes en su tableta mientras su mirada se desviaba hacia el holograma. «Entendido», respondió, mientras cruzaba los brazos. «Me encargaré de que el Aerial y Belmeria estén seguros».
Shaddiq continuó mientras miraba a Miorine y Suletta. «Además, ustedes dos no deben aparecer en el registro de personas a bordo», dijo, mientras señalaba otro conjunto de datos en la proyección. «Especialmente tú, Miorine. Oficialmente, estás desaparecida, y si Dominicus descubre que estás aquí, tendremos un problema mucho mayor. Y tu, Mercury, tu conexión con el Aerial también te hace un objetivo. Sabina, Asegurate que sus nombres sean eliminados de cualquier lista accesible, y que su presencia en la base sea tratada como información clasificada».
Sabina asintió mientras procesaba las órdenes de Shaddiq. «Entendido», dijo, Miorine quien también habia escuchado solo asistió con la cabeza mientras miraba a Suletta, quien seguía distraída, tamborileando los dedos sobre la mesa. «Me aseguraré de que todo esté en orden. Pero… ¿qué hay de los datos que Belmeria ya podría haber filtrado? Si Dominicus tiene información previa, podríamos estar subestimando su próximo movimiento». Comento Sabina.
Suletta, que había estado en silencio, alzó la mirada de nuevo, su voz temblorosa mientras intentaba volver al tema que la preocupaba. «¿Y Nika?» preguntó, su tono lleno de inquietud mientras miraba a Shaddiq y luego a Sabina. «Ella… ella no tiene nada que ver con esto, ¿verdad? No quiero que le pase nada por mi culpa… Ya perdió mucho en Mercurio».
Sabina frunció el ceño ligeramente, su mente se desvio hacia la joven neptuniana mientras miraba a Shaddiq, esperando su respuesta. «¿Qué hay de ella?» preguntó, mientras miraba a Shaddiq con una mezcla de preocupación y determinación. «Nika no está en ninguna lista oficial, pero… ¿cómo procedemos con ella?»
Shaddiq alzó una ceja, notando el cambio en el tono de Sabina, pero no hizo ningún comentario al respecto. «Ocúpate de ella», respondió, con su voz calmada mientras miraba a la capitana con confianza. «Es tu responsabilidad ahora. Asegúrate de que esté no cause problemas y que no llame la atención. No podemos permitir que Dominicus la relacione con el incidente en Mercurio».
Sabina asintió con un destello de alivio cruzando sus ojos amarillos mientras procesaba las palabras de Shaddiq. «Entendido», dijo, mientras se ponía de pie, ajustando su chaqueta con un movimiento rápido. «Me encargaré de todo. El Escuadrón Delta estará listo para cualquier eventualidad».
Shaddiq asintió con su expresión suavizándose ligeramente mientras miraba a Sabina con aprecio. «Confío en ti, Sabina», dijo, mientras volvía su atención al holograma. «Mantén todo bajo control. Si Dominicus llega tenemos que ser mas listos que ellos».
Mientras tanto, en el comedor, Nika seguía sentada con el Escuadrón Delta, su bandeja de desayuno frente a ella aun tenia comida, ella intentaba concentrarse en su desayuno y no en el torbellino de emociones que la había golpeado al ver a Suletta y Miorine muy temprano. El equipo, aunque ruidoso y lleno de distintas personalidades, había sido amable con ella, y la hacían sentir un poco más cómoda a pesar de su timidez.
Ireesha siguiendo las instrucciones de Sabina, había asumido un rol protector hacia la joven neptuniana, sin embargo, su actitud aunque era profesional; había algo maternal en la forma en que se dirigía a Nika, un cuidado que iba más allá de las órdenes de la capitana.
«Entonces, Nika», comenzó Ireesha de manera suave y reconfortante mientras ofrecía una sonrisa cálida, inclinándose ligeramente hacia adelante para captar la atención de la joven neptuniana. «¿Cómo te está tratando la base hasta ahora? Sé que puede ser un poco abrumador al principio, pero te prometo que te acostumbrarás. Y si necesitas algo, cualquier cosa, no dudes en decírmelo, ¿sí?». Su tono era maternal, como el de una madre que intenta tranquilizar a su hija, y sus ojos brillaban con una ternura que hizo que Nika se sintiera un poco más segura.
Nika alzó la mirada, sus ojos azules como el mar encontrándose con los de Ireesha mientras intentaba devolverle una sonrisa tímida. «Es… diferente», admitió, mientras jugueteaba con el popote de su jugo de fresas con leche, el líquido rosa pálido estaba casi terminado. «En Mercurio, todo era más… simple. No había tantas personas, pero si reglas. Sin embargo… todos han sido muy amables conmigo. Especialmente la capitana Sabina». Su voz se volvió más baja al mencionar a la capitana, y un leve sonrojo cubrió sus mejillas, haciendo que su piel azulada tomara un tono rojizo.
Ireesha sonrió aún más, su expresión suavizándose mientras extendía una mano para acariciar el cabello azul de Nika con un gesto gentil, sus dedos se deslizaron con cuidado entre los mechones. «Sabina es una buena persona», dijo, llena de calidez mientras miraba a Nika con afecto. «Y se nota que te aprecia mucho. Pero no te preocupes, pequeña, aquí vamos a cuidar de ti, ¿sí?». Su tono era tan reconfortante que Nika sintió un nudo en la garganta y un pequeño destello de felicidad se mezclo con su tristeza mientras asentía lentamente.
Maisie, que había estado escuchando todo con atención, dejó escapar un pequeño grito de entusiasmo, sus ojos brillaron mientras se inclinaba hacia Nika. «¡La capitana es la mejor, verdad?» exclamó con su voz infantil llena de admiración mientras gesticulaba con las manos. «Es súper estricta con nosotras, pero se nota que te quiere mucho. ¡Nunca la había visto tan suave con nadie!»
Renee, que estaba tomando un sorbo de agua, casi se atragantó al escuchar el comentario de Maisie, su risa resonó en la mesa mientras miraba a Nika con una ceja alzada. «¿Suave?» repitió, llena de diversión mientras se cruzaba de brazos. «Eso es quedarse corta, Maisie. La capitana está completamente derretida por nuestra neptuniana aquí. ¿Viste cómo le trajo ese jugo de fresas con leche? ¡Eso cuesta un ojo de la cara! Nunca me ha traído nada a mí, y llevo años trabajando con ella».
Ireesha le dio un leve golpe en el brazo a Renee con su expresión llena de exasperación mientras miraba a su pareja con una ceja alzada, sin embargo, su tono seguía siendo maternal mientras intentaba mantener la paz. «Para, Renee», dijo con su voz tranquila pero firme mientras miraba a Nika con una sonrisa protectora. «Nika ya tiene suficiente con adaptarse. No necesita que le hagas las cosas más incómodas. Déjala comer tranquila».
Renee bufó, cruzándose de brazos mientras miraba a Ireesha con una expresión de fingida indignación. «Solo digo la verdad», murmuró más bajo mientras volvía a su bandeja, claramente divertida por la situación. «Además, no soy yo la que se está sonrojando como un tomate».
Nika, que había estado escuchando la conversación con las mejillas cada vez más rojas, bajó la mirada hacia su bandeja, sus manos temblaban ligeramente mientras intentaba concentrarse en su comida. El jugo de fresas con leche, ahora casi terminado, había sido un lujo inesperado, y el gesto de Sabina al traérselo todavía hacía que su corazón latiera con fuerza. Probó otro bocado de los huevos revueltos y el sabor cálido y reconfortante lleno su paladar nuevamente mientras intentaba calmar sus nervios. Aunque Renee había dicho que era un desayuno normal, para Nika seguía siendo lo mejor que había comido en años.
Henao, que había estado observando a Nika en silencio, esbozó un pequeño bostezo. «Te acostumbrarás a Renee», dijo de manera calmada pero con un toque de diversión mientras miraba a Nika con empatía. «Es un poco… intensa, pero tiene buen corazón. Todas aquí lo tenemos. Si necesitas algo, no dudes en pedírnoslo».
Nika asintió, su sonrisa volviéndose un poco más confiada mientras miraba a Henao con gratitud, y luego a Ireesha, quien le ofreció un guiño reconfortante. «Gracias…», murmuró, su voz suave mientras tomaba el último sorbo de su jugo, el popote haciendo un pequeño sonido al llegar al fondo del vaso. Aunque seguía sintiéndose fuera de lugar, la calidez del equipo y la actitud maternal de Ireesha la hacían sentir un poco más segura, un poco más en casa.
Luego del desayuno Ireesha comenzo a guiar a Nika por los pasillos de la base sus pasos eran seguros en contrastre con los más tímidos de la joven neptuniana. La base era un laberinto de corredores metálicos iluminados por luces blancas empotradas en las paredes, con letreros holográficos que indicaban las diferentes secciones: zonas de entrenamiento, laboratorios, y áreas de descanso. Ireesha había asumido su rol con una ternura que iba más allá de las órdenes de Sabina, y su actitud hacia Nika era la de una madre cuidando de su hija.
«Por aquí está el laboratorio principal», explicó Ireesha, de manera suave pero clara mientras señalaba una puerta doble con un letrero que decía Laboratorio de Investigación Tecnológica. «Aquí trabajan en los sistemas de vanguardia y otras tecnologías de Grassley. Probablemente no tengas que entrar ahí a menudo, pero es bueno que sepas dónde está». Hizo una pausa, girándose hacia Nika con una sonrisa amable mientras ajustaba uno de los pines en el cabello azul de la joven, asegurándose de que sus orejas puntiagudas siguieran a la vista. «Te ves muy bonita mostrando tus orejas, Nika. No dejes que nadie te haga sentir insegura por ellas, ¿sí?» dijo de manera reconfortante, y sus dedos se detuvieron un momento en el cabello de Nika, acariciándolo con un gesto maternal antes de continuar caminando.
Nika asintió con sus mejillas sonrojándose ligeramente mientras miraba a Ireesha con gratitud. «Gracias…ma...», murmuró casi soltando la frase 'mamá', mientras seguía a la defensa del equipo, su rostro se sonrojo de manera mas fuerte y bajo la mirada, acto que no fue ignorado por Ireesha quien solo sonrio suavemente.
Mientras caminaban, Ireesha continuó mostrándole diferentes áreas: la sala de simulación, donde los pilotos entrenaban en entornos virtuales; el área de almacenamiento, donde se guardaban suministros esenciales; y finalmente, el hangar principal, donde se almacenaban los mobile suits del cuerpo de defensa asi como el de los del Escuadrón Delta.
El hangar era un espacio enorme, con un techo alto reforzado con vigas de acero y luces brillantes que iluminaban las gigantescas máquinas de combate alineadas contra las paredes. El aire olía a metal y lubricante, y el sonido de herramientas y maquinaria resonaba en el espacio mientras técnicos trabajaban en el mantenimiento de los mobile suits. Ireesha guió a Nika hacia el área asignada al Escuadrón Delta, donde cinco mobile suits estaban estacionados: el Michaelis de Shaddiq y los Beguir-Pente de los demas miembros del escuadron delta. Cada máquina tenía un diseño único, con armaduras personalizadas y colores que reflejaban la personalidad de sus pilotos.
«Este es mi unidad», dijo Ireesha, su voz llena de orgullo mientras señalaba su mobile suit con sus manos apoyadas ligeramente en sus caderas mientras miraba la máquina con cariño. «Esta customizado con caracteristicas defensivas, diseñado para proteger al equipo en combate. Tiene un sistema de escudos magnéticos que puede bloquear ataques pesados, y sus sensores son perfectos para detectar amenazas a distancia». Hizo una pausa, girándose hacia Nika con una sonrisa cálida. «Si alguna vez quieres verlo en acción, puedo mostrarte cómo funciona. Pero ahora, quiero presentarte a alguien».
Ireesha llevó a Nika hacia una estación de trabajo cercana, donde un hombre alto y delgaducho estaba inclinado sobre un panel de control, ajustando un componente con una llave de tuercas. Martin Upmont, el mecánico en jefe encargado del equipo Delta, era un terrano de apariencia nerviosa, con un rostro tímido que parecía constantemente al borde de un ataque de ansiedad. Su cabello corto, de un marrón claro, estaba cortado en un estilo tipo hongo que le daba un aire algo infantil, y sus ojos celestes brillaban con una mezcla de concentración y nerviosismo. Era más alto que las chicas del Escuadrón Delta, pero su figura delgada y encorvada lo hacía parecer menos imponente de lo que su altura sugería. Llevaba un uniforme de trabajo gris manchado de grasa, con las mangas enrolladas hasta los codos, y sus manos temblaban ligeramente mientras trabajaba.
Ireesha se acercó con una sonrisa amable, colocando una mano en el hombro de Martin para captar su atención. «Martin, quiero presentarte a alguien», dijo mientras señalaba a Nika, quien estaba de pie detrás de ella, mirando al mecánico con timidez. «Esta es Nika Nanaura. Es nueva en la base y quiere aprender de mecánica. Creo que podrías enseñarle un par de cosas».
Martin se enderezó de inmediato y sus ojos celestes se abrieron de par en par mientras miraba a Nika con una mezcla de sorpresa y nerviosismo. Dejó caer la llave de tuercas sobre la mesa con un sonido metálico, limpiándose las manos en su uniforme mientras intentaba calmarse. «¿Eh? ¿Mecánica?» dijo, de manera temblorosa mientras miraba a Nika de arriba abajo, notando sus orejas puntiagudas y su piel azulada con curiosidad. «Es… es raro que mujeres quieran aprender de mecánica. No es que esté mal, claro, pero… ahora mismo estamos con mucho trabajo. Hay que revisar los sistemas del Michaelis, y el Beguir-Pente de Renee tiene un problema con el propulsor… No sé si tenga tiempo».
Ireesha alzó una ceja y su expresión se volvio más seria mientras cruzaba los brazos, aunque su tono seguía siendo cálido. «Martin, Nika es la protegida de la capitana Fardin», dijo con su voz cargada de una advertencia sutil mientras miraba al mecánico con una sonrisa que no dejaba lugar a discusión. «Sabina se podría molestar si no le enseñas. Y sabes cómo se pone la capitana cuando algo no sale como quiere».
Martin palideció de inmediato, sus manos temblaron mientras miraba de Ireesha a Nika con ojos llenos de pánico. «¡Oh, no, no, no! ¡No quiero problemas con la capitana!» exclamó, su voz subiendo de tono mientras se pasaba una mano por el cabello, desordenando aún más su corte tipo hongo. «¡Está bien, está bien! Puedo enseñarle, claro que sí. Solo… solo dame un momento para ajustar mi agenda, ¿sí?»
Nika, que había estado observando la interacción con las mejillas sonrojadas, alzó las manos rápidamente y con su voz temblorosa intentaba calmar la situación. «N-No importa», dijo, en un tono suave pero lleno de sinceridad mientras miraba a Martin con timidez. «No quiero ser una molestia. Puedo esperar… o ayudar con algo, si quieres».
Martin negó con la cabeza, todavía nervioso pero claramente más dispuesto ahora que sabía que Sabina estaba involucrada. «No, no, está bien», dijo mientras le ofrecía una sonrisa torpe a Nika. «Ajustaré mi agenda. Puedo enseñarte lo básico, y si te interesa, puedes ayudarme con algunas reparaciones menores. ¿Te parece?»
Nika asintió, un pequeño destello de emoción brillando en sus ojos azules mientras miraba a Martin con gratitud. «Sí… gracias», murmuró mientras ofrecía una sonrisa tímida, sus orejas puntiagudas temblando ligeramente de emoción.
Ireesha sonrió, satisfecha con el resultado, y colocó una mano en el hombro de Nika con un gesto maternal. «Perfecto», dijo mientras miraba a Martin con una ceja alzada. «Sabía que entrarías en razón, Martin. Nos vemos luego». Con un último guiño al mecánico, Ireesha guió a Nika fuera del hangar, continuando su recorrido por la base.
Mientras caminaban por los pasillos, Ireesha siguió mostrándole diferentes áreas: la sala de comunicaciones, donde se coordinaban las transmisiones con otras bases de Grassley; el área de descanso, con sofás y mesas donde el personal podía relajarse durante los turnos libres; y finalmente, el pasillo que llevaba al sector de entrenamiento, donde se encontraron con Sabina. La capitana venía caminando en dirección opuesta, acompañada por Henao y Renee, quienes comentaban los pormenores de las instrucciones que les habia dado la capitasna, detrás de ella. Sabina, tenía una expresión seria que se suavizó al instante al ver a Nika.
Sabina se detuvo frente a Nika, ignorando completamente a Ireesha mientras se inclinaba ligeramente para mirarla a los ojos. «¿cómo te encuentras?» preguntó, llena de calidez, sus ojos amarillos brillaban con una ternura mientras su atención estaba completamente enfocada en la joven neptuniana, como si el resto del mundo hubiera desaparecido.
Ireesha, que había estado observando la escena con una sonrisa, dejó escapar una risa suave mientras cruzaba los brazos. «Capitana, no tienes que preocuparte tanto», dijo con su voz cálida pero con un toque de picardía mientras miraba a Sabina con una ceja alzada. «Nika ha estado bien conmigo. La he cuidado como me pediste».
Sabina parpadeó, dándose cuenta de repente de la presencia de Ireesha, y un leve rubor cruzó sus mejillas mientras se enderezaba, ajustando su chaqueta con un movimiento rápido. «Ireesha», dijo con su tono volviéndose más profesional mientras miraba a la defensa del equipo con gratitud. «Gracias por cuidar de ella. Aprecio tu ayuda».
Ireesha volvió a reír suavemente mientras negaba con la cabeza. «No hay de qué, capitana», respondió, llena de calidez mientras le daba un leve apretón en el hombro a Nika antes de girarse hacia Henao y Renee. «Nosotras nos vamos. Cuídala bien, ¿sí?» Con un último guiño a Nika, Ireesha se alejó con las otras chicas, dejando a Sabina y Nika solas.
Nika, con las mejillas sonrojadas, bajó la mirada al piso, sus manos jugueteando nerviosamente con el borde de su uniforme mientras intentaba calmar su corazón, que latía con fuerza ante la atención de Sabina. Después de un momento, alzó la mirada lentamente y sus ojos azules como el mar se encontraron con los ojos amarillos de Sabina, que la miraban con una intensidad que hizo que el mundo a su alrededor se desvaneciera. Por unos segundos, ambas se quedaron mirándose en silencio y el aire entre ellas se cargo de una emoción que ninguna de las dos podía nombrar.
«¿Cómo… cómo te fue en la reunión?» preguntó Nika finalmente, con su voz suave pero llena de curiosidad mientras miraba a Sabina con una sonrisa tímida y sus orejas puntiagudas temblando ligeramente.
Sabina rió suavemente, una risa baja y cálida que iluminó su rostro mientras miraba a Nika con ternura. «Todo está controlado», respondió, llena de confianza mientras extendía una mano para acariciar la mejilla de Nika con un cuidado casi reverente. Sus dedos rozaron suavemente la oreja puntiaguda de la joven en un gesto que hizo que Nika cerrara los ojos, su rostro se sonrojo aún más mientras sentía las caricias de Sabina, cálidas y reconfortantes contra su piel azulada.
Sabina, notando el sonrojo de Nika, sonrió con más suavidad, su mano se detuvo en la mejilla de la joven mientras hablaba. «¿Tienes hambre?» preguntó llena de cuidado mientras miraba a Nika con atención, sus ojos amarillos brillaban con una mezcla de ternura y preocupación.
Nika abrió los ojos lentamente, sus mejillas todavía rojas mientras miraba a Sabina con timidez. «Sí… un poco», admitió apenas un susurro mientras desviaba la mirada por un momento. «Pero… está bien. En Mercurio solo comíamos dos veces al día. No estoy acostumbrada a comer tanto».
Sabina frunció el ceño ligeramente, con su expresión volviéndose más seria mientras negaba con la cabeza. «Eso no está bien», dijo mientras tomaba la mano de Nika con cuidado, sus dedos cálidos envolvieron los de la joven. «Vamos a comer. Te invito el almuerzo. No quiero que pases hambre mientras estés aquí».
Nika abrió los ojos de par en par y un leve sonrojo se profundizo en sus mejillas mientras miraba a Sabina con una mezcla de asombro y timidez. «Me… me estás malcriando», murmuró con su voz temblorosa mientras intentaba protestar, aunque una pequeña sonrisa se formó en sus labios.
Sabina sonrió con su expresión suavizándose aún más mientras apretaba la mano de Nika con gentileza. «Déjame hacerlo», respondió, llena de calidez mientras miraba a Nika con una sinceridad que hizo que el corazón de la joven diera un salto. «Quiero cuidarte, Nika».
Ambas se quedaron calladas por un momento, el silencio entre ellas estaba cargado de una emoción silenciosa mientras se miraban con sus manos todavía entrelazadas. Sin embargo el momento fue interrumpido por una voz familiar y llena de picardía que resonó desde el fondo del pasillo. «¡Bésala ya, capitana!» exclamó Renee con su tono lleno de diversión mientras aparecía detrás de una esquina, con Ireesha a su lado, quien estaba jalandola para ocultarla en nuevo.
Sabina suspiró profundamente y su expresión se volvio más seria mientras miraba a Renee con una mezcla de irritación y resignación. «Mejor nos vamos de aquí», dijo, mientras tomaba a Nika del brazo con suavidad, guiándola lejos del pasillo y de las risas de Renee. Nika quien todavía estaba sonrojada, dejó que Sabina la llevara, con su corazón latiendo con fuerza mientras caminaban juntas con un pequeño destello de felicidad brillando en sus ojos azules.
Kenanji Avery se encontraba de pie frente al Conclave, el núcleo de poder de Dominicus, en una sala opulenta y sombría que reflejaba la autoridad absoluta de la organización. El Conclave era la cabeza operativa de Dominicus, conformado por cinco líderes de ramas distintas: milicia, tecnología, ciencias políticas, medicina y religión. La sala, ubicada en el corazón de la estación orbital Lumen Aeterna, era un espacio circular con paredes de obsidiana pulida que absorbían la luz, iluminado únicamente por un anillo de antorchas holográficas que proyectaban un resplandor rojo intenso, como si el propio aire ardiera con la fe que Dominicus profesaba. En el centro, una plataforma elevada albergaba a los cinco líderes, sentados en tronos de acero negro, cada uno decorado con símbolos que representaban su rama. Sobre ellos, un holograma masivo del emblema de Dominicus —una llama eterna rodeada de cadenas— giraba lentamente, proyectando sombras inquietantes sobre los rostros de los presentes.
Kenanji, vestido con el uniforme morado de Dominicus, con insignias doradas que marcaban su rango de comandante de su flota, sentía el peso de las miradas de los cinco líderes sobre él. Como comandante, respondía directamente al General Rajan Zahi, quien controlaba todas las flotas de Dominicus, y cada decisión que tomaba debía alinearse con las órdenes de sus superiores. Su rostro, normalmente confiado, mostraba signos de tensión, y sus manos, aunque firmes a los costados, temblaban ligeramente mientras comenzaba su informe. Frente a él, los miembros del Conclave lo observaban con expresiones que variaban entre el desdén, la curiosidad y la fría indiferencia.
El General Ector Varnheim, líder de la rama militar, era una figura imponente incluso sentado. A sus 64 años, su cabello gris estaba cortado al ras, y su rostro surcado de cicatrices mostraba los estragos de décadas de guerra. Su brazo mecánico, un recordatorio de una batalla contra insurgentes marcianos, emitía un leve zumbido mientras tamborileaba los dedos sobre el reposabrazos de su trono, su mirada dura fija en Kenanji. A su lado, la Dra. Lysiane Halberg, de 52 años, representaba la rama tecnológica. Su presencia era casi etérea, proyectada como un holograma desde su laboratorio, con drones de asistencia flotando a su alrededor. Su rostro pálido y sus ojos grises destilaban una frialdad lógica, y su expresión era tan inamovible como el código que ella veneraba.
El Consul Armand Cael Dravon, de 61 años, líder de las ciencias políticas, observaba a Kenanji con una sonrisa tensa, sus ojos oscuros brillando con un cálculo constante. Su cabello negro, peinado hacia atrás, y su porte elegante reflejaban su pasado como senador de la Unión Solar, un traidor que había perfeccionado el arte de la manipulación. La Prof. Helia Noeme Vaskir, de 59 años, representaba la rama médica. Su rostro severo, enmarcado por un cabello corto y plateado, mostraba una frialdad clínica, y sus manos, cubiertas con guantes quirúrgicos, estaban cruzadas sobre su regazo, como si estuviera lista para diseccionar a Kenanji con la misma precisión con la que manejaba sus experimentos genéticos.
Por último, el Patriarca Malach Orvus Thelion, de 78 años, líder de la rama religiosa y el más influyente del Conclave, dominaba la sala con su sola presencia. Su figura encorvada estaba envuelta en una túnica blanca bordada con hilos dorados que formaban el símbolo del Lumen Eterno, y su rostro arrugado, con ojos de un gris pálido que parecían ver más allá del mundo físico, imponía un silencio reverente. Su bastón, coronado por una llama de cristal que brillaba con luz propia, descansaba a su lado, un símbolo de su autoridad como profeta viviente.
Kenanji respiró hondo, su voz firme pero cargada de tensión mientras comenzaba su informe. «Honorables miembros del Conclave», dijo, inclinando la cabeza en un gesto de respeto mientras su mirada se mantenía fija en el suelo por un momento antes de alzarla. «Como comandante de la flota Imperator Rex, bajo las órdenes del General Rajan Zahi, estoy aquí para informarles sobre los sucesos ocurridos en nuestra operación. Durante una emboscada de Orch en el sector de Mercurio, logramos custodiar a Belmeria Winston sin complicaciones. Sin embargo Orch incremento sus movimientos, y su ataque nos tomó por sorpresa. Sus fuerzas, aunque eran pequeñas, fueron precisas y coordinadas, desactivando temporalmente los sistemas de nuestra flota y permitiendoles capturar a Belmeria en el caos».
El General Ector Varnheim lo interrumpió de inmediato, su voz grave resonando en la sala como un trueno. «¿Un ataque sorpresa?» gruñó, su brazo mecánico deteniéndose mientras se inclinaba hacia adelante, sus ojos entrecerrados con furia. «¿Cómo es posible que una organización menor como Orch lograra superar las defensas de la Imperator Rex? Y hablando de fallos, Avery, ¿qué tienes que decir sobre el desastre en Mercurio? Unos simples mobile suits atacaron nuestras operaciones allí, y no entiendo cuál era su objetivo. ¿Cómo permitiste que eso ocurriera bajo tu mando? ¡La obediencia es el primer paso hacia la victoria, y tú has fallado en mantenerla!»
Kenanji apretó los puños, su mandíbula tensándose mientras intentaba mantener la calma bajo la mirada fulminante de Varnheim. «General, no sabemos con certeza cuál era el objetivo del ataque en Mercurio», respondió, con su voz más baja ahora mientras intentaba explicar la situación. «Pero estamos investigando a Grassley Defense Systems. Los mobile suits que atacaron nuestras operaciones en Mercurio eran de ellos. Creemos que podrían estar buscando algo… o a alguien. No está claro aún».
La Dra. Lysiane Halberg, cuya figura holográfica parpadeó ligeramente, alzó una ceja, su voz fría y precisa cortando el aire como un bisturí. «Entonces, ¿cómo es posible que un grupo de mobile suit de Grassley desactivaran los sistemas de toda una flota planetaria?» preguntó, sus ojos grises brillando con un cálculo implacable mientras un dron a su lado emitía un zumbido suave. «Segun los registros de las naves una onda de PERMET desactivo las funciones primarias de toda la flota, ¿Acaso el ANTIDOTE no funcionó? El sistema anti-Permet fue diseñado específicamente para neutralizar cualquier tecnología basada en PERMET, incluyendo los mobile suits. Si falló, entonces hay una variable que no hemos considerado».
Kenanji se mordió el labio, un gesto de frustración que no pasó desapercibido para los miembros del Conclave. Su mirada se desvió hacia el suelo por un momento antes de volver a alzarla, con su voz cargada de incertidumbre. «Es posible que… haya sido la bruja de mercurio», admitió, su tono más bajo ahora mientras un destello de miedo cruzaba sus ojos. «La misma que nos atacó en el pasado a mí y a mi equipo por la orbita del mismo planeta. Creo que ella es inmune al ANTIDOTE. No sé cómo, pero sus acciones no se vieron afectadas por el sistema».
Un murmullo de incredulidad recorrió la sala, y el Consul Armand Cael Dravon fue el primero en hablar, su voz suave pero cargada de escepticismo mientras se inclinaba hacia adelante. «¿Inmune?» repitió, su tono lleno de incredulidad mientras sus ojos oscuros se entrecerraban. «Eso es imposible, Avery. Ninguna bruja es inmune al ANTIDOTE. El sistema fue diseñado para neutralizar cualquier conexión Permet, sin excepciones. Si lo que dices es cierto, entonces debe estar usando algo para bloquearlo. Algún tipo de tecnología que aún no hemos identificado».
La Prof. Helia Noeme Vaskir asintió, sus manos enguantadas apretándose mientras miraba a Kenanji con una frialdad clínica. «Si esa bruja ha encontrado una forma de evadir el ANTIDOTE, entonces debemos capturarla y estudiarla», dijo, con su voz carente de emoción mientras sus ojos brillaban con un interés casi científico. «El dolor es el residuo de la evolución, y ella podría ser la clave para erradicarlo. No podemos permitir que una anomalía como esa siga libre».
El Patriarca Malach Orvus Thelion, que había estado en silencio hasta ese momento, alzó una mano, su gesto imponiendo un silencio inmediato en la sala. Su voz, profunda y resonante, llenó el espacio como un eco sagrado, cada palabra cargada de una autoridad divina. «Si lo que dices es cierto, comandante Avery, entonces esta bruja representa una amenaza mayor de lo que imaginábamos», dijo, mientras sus ojos grises brillaban con un fervor casi fanático mientras golpeaba su bastón contra el suelo, la llama de cristal en su extremo destellando con luz propia. «El Lumen Eterno no tolera herejías. Mueve tu flota de inmediato. Encuentra a esa bruja y tráela a Dominicus. La fe nos ha elegido, y somos el fuego que purga lo impuro».
Kenanji inclinó la cabeza, su expresión endureciéndose mientras aceptaba la orden. «Entendido, Patriarca», dijo, firme mientras se enderezaba, ajustando su uniforme morado con un movimiento rápido. «Mi flota se movilizará de inmediato bajo las órdenes del General Rajan Zahi. La encontraré y la traeré ante el Conclave». Con un saludo militar, Kenanji dio media vuelta y salió de la sala, el eco de sus pasos resonando en el silencio opresivo mientras las puertas de obsidiana se cerraban detrás de él.
Una vez solos, los miembros del Conclave intercambiaron miradas, el aire cargado de una tensión que no habían sentido en mucho tiempo. El Consul Armand Cael Dravon fue el primero en romper el silencio, con su voz baja pero llena de inquietud mientras miraba a los demás preguntó. «¿Y si esa bruja es… la Bruja Solar?», su tono estaba cargado de un miedo que rara vez mostraba. «La leyenda habla de una bruja tan poderosa que no puede ser quemada, un núcleo que une a todas las brujas como el sol une a los planetas a su alrededor. Se dice que no puede morir por fuego… Si es real…»
El General Ector Varnheim gruñó, su brazo mecánico zumbando mientras golpeaba el reposabrazos de su trono con furia. «Eso es un mito», dijo, su voz llena de desdén mientras miraba a Dravon con ojos entrecerrados. «La Bruja Solar es una fábula inventada por los débiles para justificar su resistencia. No existe tal cosa. Pero si es real… entonces debemos matarla ahora, antes de que forme su aquelarre y se convierta en una amenaza mayor».
La Dra. Lysiane Halberg asintió, su holograma parpadeando ligeramente mientras sus drones emitían un zumbido sincronizado. «Un aquelarre de brujas con ese poder sería… inaceptable», dijo, fría y lógica mientras sus ojos grises brillaban con un cálculo implacable. «El código debe prevalecer. No podemos permitir que una variable como esa desestabilice nuestros planes».
Helia Noeme Vaskir, por su parte, se inclinó hacia adelante, sus manos enguantadas apretándose mientras un destello de interés cruzaba sus ojos. «Si la Bruja Solar existe, entonces su biología debe ser extraordinaria», murmuró, en un tono clínico pero cargado de fascinación. «Una entidad que no puede morir por fuego… Podríamos aprender mucho de ella… antes de eliminarla».
El Patriarca Malach Orvus Thelion alzó su bastón de nuevo, el cristal en su extremo brillando con un resplandor rojo intenso mientras su voz resonaba en la sala como un mandato divino. «Mito o no, la Bruja Solar no puede existir», dijo, su tono lleno de fervor mientras sus ojos grises brillaban con una determinación fanática. «Si es el núcleo que une a las brujas, entonces su poder desafía al Lumen Eterno. La purificaremos, aunque el fuego no la mate. Encontraremos otro medio. El Lumen Eterno ha hablado: solo el fuego de la fe puede quemar la oscuridad del mundo».
El silencio volvió a llenar la sala, pero el aire estaba cargado de una tensión que prometía un conflicto mayor. Dominicus había encontrado un nuevo objetivo, y la galaxia pronto sentiría el peso de su juicio.
La noche había caído según el horario terrano en la base y el silencio envolvía los pasillos, roto solo por el zumbido ocasional de los sistemas automáticos que mantenían la base en funcionamiento. En una de las habitaciones privadas del sector residencial, Suletta estaba sola, de pie frente a una ventana que ofrecía una vista al vacío helado de Titán. La superficie del satélite, iluminada débilmente por la luz reflejada de Saturno, era un paisaje desolado de cráteres y hielo, un reflejo del caos que se agitaba en la mente de Suletta. Su uniforme de Grassley, ligeramente desaliñado, colgaba flojo sobre sus hombros, y su cabello castaño rojizo caía en mechones desordenados alrededor de su rostro, sus ojos verdes fijos en un punto lejano mientras su mente giraba en torno a las palabras de Miorine.
"Le gustas a Nika, y el que estés cerca de ella la hiere." Las palabras resonaban en su cabeza como un eco cruel, cada repetición profundizando la grieta en su corazón. Suletta nunca había pensado en Nika de esa manera. Para ella, Nika era su hermana, su familia, su pedacito de felicidad en Mercurio. Habían compartido risas, lágrimas, y los días más oscuros en las minas, apoyándose mutuamente cuando el mundo parecía desmoronarse a su alrededor. Nika era la persona que arreglaba las cosas que Suletta rompía con su torpeza, la que siempre estaba allí para ella con una sonrisa tímida y un abrazo cálido. La idea de que le estuviera haciendo daño destrozaba a Suletta, y la confusión la consumía. ¿Cómo había pasado? ¿Nika estaba enamorada de ella? ¿Cuándo había ocurrido? ¿Por qué nunca se lo había dicho?
Suletta apretó los puños, sus uñas clavándose en las palmas mientras cerraba los ojos con fuerza, la frustración y la preocupación creciendo como una tormenta dentro de ella. «¿Ahora está en otro lugar… sin mí? ¿Sola?» murmuró para sí misma, su voz temblorosa mientras las preguntas se arremolinaban en su mente. «¿La estoy abandonando de nuevo?». La culpa la golpeó con fuerza, recordándole los días en Mercurio cuando Nika había estado sola tras la muerte del amigo de sus padres, y cómo Suletta había jurado nunca dejarla sola otra vez. Pero ahora… ¿estaba rompiendo esa promesa?
La ira y la preocupación se mezclaron dentro de ella, y sin que lo notara, su Permet comenzó a descontrolarse. La energía que conectaba su cuerpo con el sistema Permet, un legado de su pasado como bruja, reaccionó a sus emociones, enviando pulsos invisibles que interfirieron con la tecnología del cuarto. Las luminarias empotradas en el techo parpadearon de forma errática, el brillo suave que iluminaba la habitación transformándose en un parpadeo inquietante, como si el cuarto estuviera atrapado en una película de terror. El panel de control en la pared emitió un zumbido agudo, y la pantalla holográfica que mostraba el estado de la base se distorsionó, los datos fragmentándose en patrones caóticos.
Miorine Rembran salió del baño en ese momento, envuelta en una toalla blanca que cubría su cuerpo, su cabello plateado húmedo cayendo en mechones sobre sus hombros. El vapor del baño aún se adhería a su piel, y sus ojos plateados se abrieron de par en par al ver el estado del cuarto. Las luces parpadeaban de forma ominosa, y Suletta estaba de pie frente a la ventana, su figura temblando mientras el caos tecnológico a su alrededor reflejaba el caos en su interior. «¡Suletta!» llamó Miorine, llena de preocupación mientras dejaba caer la bolsa de aseo que llevaba en la mano y corría hacia ella.
Miorine se acercó rápidamente, sus pasos descalzos resonando contra el suelo metálico mientras envolvía a Suletta en un abrazo por la espalda, sus brazos rodeando la cintura de la piloto con fuerza. «Estoy aquí, estoy aquí», susurró suave pero firme mientras apoyaba su mejilla contra la espalda de Suletta, intentando calmarla. El calor de su cuerpo, todavía húmedo por la ducha, contrastaba con el frío que parecía emanar de Suletta, y su abrazo era un ancla en medio de la tormenta emocional que la consumía.
Suletta reaccionó al toque de Miorine, su cuerpo tenso relajándose lentamente mientras el Permet se estabilizaba, las luces del cuarto dejando de parpadear y el panel de control volviendo a la normalidad. Abrió los ojos, sus manos temblando mientras se giraba ligeramente para mirar a Miorine por encima del hombro, sus ojos verdes brillando con lágrimas contenidas. «Lo siento…», murmuró, quebrándose mientras bajaba la mirada, avergonzada por haber perdido el control. «No quería… No sé qué me pasa».
Miorine suspiró suavemente, su expresión suavizándose mientras levantaba una mano para acariciar la mejilla de Suletta con ternura, sus dedos deslizándose con cuidado sobre su piel. «¿Es por Nika?» preguntó, llena de comprensión mientras miraba a Suletta con empatía, sus ojos plateados brillando con una mezcla de preocupación y amor.
Suletta suspiró, su respiración temblorosa mientras asentía, la frustración evidente en su rostro. «Sí…», admitió, cargada de dolor mientras se giraba completamente para enfrentar a Miorine, sus manos apretándose en puños a los costados. «No entiendo, Miorine. Nika es mi hermana, mi familia… Siempre ha sido mi pedacito de felicidad en Mercurio. Pero ahora… tú dijiste que le gusto, que estar cerca de ella la hiere. Y eso me está destrozando. No entiendo cómo pasó, o cuándo. ¿Por qué nunca me lo dijo? Y ahora… ahora está en otro lugar, sin mí. ¿La estoy dejando sola de nuevo? No quiero hacerle daño, pero siento que lo estoy haciendo… y no sé cómo arreglarlo».
Miorine escuchó en silencio, su mano todavía en la mejilla de Suletta mientras la miraba con una mezcla de tristeza y comprensión. «No lo veas así, Suletta», dijo finalmente, mientras acariciaba la mejilla de la piloto con el pulgar, un gesto reconfortante que buscaba calmarla. «No es que la estés dejando sola. Nika necesita tiempo. Necesita estar alejada de ti por un tiempo para poder curar su corazón. Lo que siente por ti… es algo que no puede controlar, y estar cerca de ti mientras tú estás conmigo solo hace que duela más».
Suletta frunció el ceño, sus ojos brillando con una mezcla de confusión y preocupación mientras miraba a Miorine. «¿Cuánto tiempo toma eso?» preguntó, temblorosa mientras buscaba una respuesta que le diera algo de claridad. «¿Cuánto tiempo necesita para… para estar bien?»
Miorine negó con la cabeza, su expresión suavizándose mientras ofrecía una sonrisa triste. «Es imposible saberlo», respondió, mientras miraba a Suletta con empatía. «Cada persona es diferente. Pero mientras tanto, no puedes forzarla a estar cerca de ti. Tienes que darle espacio, aunque duela».
Suletta suspiró, su mirada desviándose hacia el suelo mientras procesaba las palabras de Miorine. «No quiero dejarla sola», murmuró, su voz apenas audible mientras sus manos se apretaban con más fuerza. «Nika es tímida… insegura. Siempre ha sido así. ¿Y si no puede manejarlo? ¿Y si se siente abandonada otra vez?»
Miorine sonrió con ternura, levantando la otra mano para acariciar la otra mejilla de Suletta, enmarcando su rostro con un cuidado casi reverente. «No lo está», dijo, llena de seguridad mientras miraba a Suletta con amor. «Las chicas de Shaddiq están con ella. La están cuidando, especialmente Sabina. Nika no está sola, Suletta. Tienes que confiar en que ella puede manejar esto, aunque sea difícil al principio». Hizo una pausa, su sonrisa volviéndose más cálida mientras añadía, «Dejala crecer. Nika es más fuerte de lo que crees».
Suletta suspiró de nuevo, su cuerpo relajándose bajo el toque de Miorine mientras asentía lentamente, aunque la preocupación seguía brillando en sus ojos. Antes de que pudiera responder, Miorine continuó, su tono volviéndose más ligero mientras un destello de picardía cruzaba sus ojos plateados. «Además», dijo, con su voz baja pero cargada de intención, «la mejor forma de superar un desamor es encontrar uno nuevo».
Suletta parpadeó, claramente confundida mientras miraba a Miorine con una ceja alzada. «¿Qué… qué quieres decir?» preguntó, llena de desconcierto mientras intentaba descifrar las palabras de su novia.
Miorine negó con la cabeza, una sonrisa divertida jugando en sus labios mientras se alejaba de Suletta, caminando hacia la cama donde había dejado su pijama. «No te preocupes», respondió suave pero con un toque de diversión mientras miraba a Suletta por encima del hombro. «Solo digo que Sabina la está cuidando bien. Muy bien, de hecho».
Suletta frunció el ceño, todavía confundida mientras seguía a Miorine con la mirada. «¿Qué tiene que ver Sabina?» preguntó, su tono lleno de curiosidad mientras se cruzaba de brazos, intentando entender lo que Miorine quería decir. «Explícalo, Miorine».
Miorine se detuvo junto a la cama, su sonrisa ampliándose mientras se giraba para enfrentar a Suletta. Con un movimiento lento y deliberado, dejó caer la toalla que cubría su cuerpo, quedándose completamente desnuda frente a ella. La luz suave del cuarto iluminó su piel pálida, sus curvas elegantes y su cabello plateado cayendo en mechones húmedos sobre sus hombros, creando una visión que dejó a Suletta muda y con la boca abierta. El pijama que llevaba puesto Suletta de repente se sintió demasiado cálido, y un sonrojo intenso cubrió sus mejillas mientras sus ojos verdes se abrían de par en par, incapaz de apartar la mirada.
Miorine alzó una ceja, su sonrisa volviéndose más traviesa mientras cruzaba los brazos bajo su pecho, un gesto que solo acentuó su figura. «¿Todavía quieres hablar?» preguntó, con su voz baja y cargada de intención mientras miraba a Suletta con un destello de desafío en sus ojos plateados.
Suletta, todavía sonrojada y con la boca abierta, negó con la cabeza rápidamente, sus palabras atrapadas en su garganta mientras daba un paso hacia Miorine, su confusión reemplazada por un deseo que no podía ignorar. «N-No…», logró murmurar finalmente, su voz temblorosa mientras se acercaba a Miorine, sus manos extendiéndose instintivamente para tocarla.
Miorine rió suavemente, su risa resonando en el silencio del cuarto mientras permitía que Suletta se acercara, el caos de sus emociones olvidado por el momento mientras se perdían en la intimidad de la noche.
Nika caminaba por un pasillo de la base con pasos ligeros los cuales resonaban suavemente contra el suelo metálico. Había pasado la tarde con Martin Upmont, el mecánico en jefe del Escuadrón Delta, quien le había dado una introducción rápida a la mecánica después del almuerzo. La clase había sido breve pero intensa, y Nika había absorbido cada detalle con una facilidad que sorprendió incluso a Martin. Su talento para entender los sistemas mecánicos la llenaba de una alegría que no había sentido en mucho tiempo, y esa felicidad se reflejaba en el movimiento sutil de sus orejas puntiagudas, que temblaban ligeramente de emoción. Su cabello azul oscuro y claro, recogido con los pines que Sabina le había puesto, dejaba sus orejas a la vista, y su piel azulada brillaba bajo la luz artificial del pasillo, un contraste etéreo con el uniforme de Grassley que aún llevaba puesto.
Sabina caminaba a su lado, La capitana la miraba de reojo, notando la felicidad que irradiaba Nika, y una sonrisa discreta se formó en sus labios. Había algo en la forma en que las orejas de Nika se movían, en la chispa que brillaba en sus ojos azules como el mar, que hacía que el corazón de Sabina latiera un poco más rápido, aunque no entendía del todo por qué. La joven neptuniana parecía tan frágil y a la vez tan llena de vida, y Sabina no podía evitar sentir un deseo abrumador de protegerla, de mantener esa felicidad intacta.
Un leve pitido interrumpió sus pensamientos, y Sabina bajó la mirada hacia la tableta que llevaba en la mano. Un mensaje de correo acababa de llegar, y al leerlo, su expresión cambió. El mensaje informaba que los inconvenientes en el sector donde Nika iba a dormir originalmente habían sido superados, lo que significaba que su cuarto estaba listo para ser ocupado. Sabina se detuvo en seco, una presión desconocida apretando su pecho mientras procesaba la noticia. La idea de que Nika volviera a su propia habitación, de que ya no estuviera a su lado durante la noche, le provocó una sensación de vacío que ni ella misma entendía. ¿Por qué le afectaba tanto? No lo sabía, pero el sentimiento era innegable.
Nika, que había estado caminando a su lado, se detuvo también, girándose para mirarla con una expresión de inocencia que hizo que el corazón de Sabina diera un vuelco. «¿Todo está bien?» preguntó, mientras inclinaba la cabeza ligeramente, sus ojos azules brillando con preocupación genuina mientras observaba a Sabina. Sus orejas puntiagudas se movieron ligeramente, captando el cambio en el ambiente, y su carita, tan dulce y vulnerable, hizo que Sabina sintiera un nudo en la garganta.
Sabina se aclaró la garganta, intentando recomponerse mientras miraba a Nika con una mezcla de ternura y nerviosismo. «La habitación donde ibas a dormir al principio… está arreglada», dijo, con su voz más baja de lo habitual mientras intentaba mantener un tono neutral. «Puedes volver a tu cuarto ahora».
Nika abrió los ojos de par en par, un destello de sorpresa cruzando su rostro antes de que bajara la mirada al suelo, sus manos jugueteando nerviosamente con el borde de su uniforme. «Entiendo…», murmuró, apenas audible mientras un leve rubor cubría sus mejillas, el tono rojizo contrastando con su piel azulada. Un silencio incómodo llenó el pasillo, y Sabina lo sintió como una presión en el pecho, un vacío que no sabía cómo llenar.
Instintivamente, Sabina dio un paso hacia Nika, levantando una mano para tomar su mentón con delicadeza, alzando su rostro para que sus ojos se encontraran. Los ojos azules de Nika se alzaron lentamente, brillando con una mezcla de timidez y vulnerabilidad que hizo que el corazón de Sabina latiera con más fuerza. Con un movimiento suave, Sabina apoyó la palma de su mano en la mejilla de Nika, y la joven neptuniana inclinó la cabeza ligeramente, acomodándose en su mano como si buscara refugio en su calor. La miraba desde abajo, sus orejas puntiagudas temblando ligeramente mientras un leve sonrojo profundizaba en sus mejillas.
«¿Qué quieres hacer, Nika?» preguntó Sabina, cargada de una ternura que rara vez mostraba, sus ojos amarillos brillando con una sinceridad que hizo que Nika sintiera un nudo en el pecho.
Nika tragó saliva, sus ojos brillando con una mezcla de miedo y anhelo mientras susurraba, «No quiero estar sola…». Su voz era apenas audible, pero las palabras resonaron en Sabina como un eco, llenándola de una calidez que no podía ignorar.
Sabina sonrió, una sonrisa suave y llena de alivio mientras tomaba la mano de Nika con delicadeza, sus dedos entrelazándose con los de la joven mientras la guiaba hacia su habitación. «Entonces no lo estarás», dijo, su tono firme pero cálido mientras abría la puerta de su cuarto y la cerraba tras ellas, asegurándose de que el mundo exterior quedara fuera.
Habían pasado unos minutos, y Nika acababa de salir del baño después de tomar una ducha, un lujo que aún le parecía irreal. En Mercurio, bañarse dos días seguidos era impensable; el agua era un recurso escaso, y la mayoría de los mineros se limitaban a limpiezas rápidas con paños húmedos. Pero aquí, en la base de Grassley, la abundancia de agua y la rutina de higiene diaria eran algo a lo que Nika aún se estaba acostumbrando. Su cabello azul oscuro y claro, húmedo y brillante, caía en mechones desordenados sobre sus hombros, y vestía el pijama gris plomo que Sabina le había prestado: una camiseta de manga larga y pantalones a juego que le quedaban un poco grandes, las mangas cubriendo parcialmente sus manos y los pantalones colgando sueltos alrededor de sus caderas.
Sabina, ya cambiada, estaba sentada en el borde de la cama, con un pijama mucho más corto que contrastaba con su usual apariencia militar. Llevaba una camiseta de manga corta ancha de color gris oscuro y unos shorts cortos que dejaban al descubierto sus piernas tonificadas, su cabello morado suelto cayendo sobre sus hombros. Miraba a Nika con una sonrisa suave, sus ojos amarillos brillando con una calidez que parecía reservar solo para ella. «Si gustas, mañana podemos comprarte una pijama nueva», dijo, con su voz baja pero llena de cuidado mientras observaba a Nika con atención.
Nika, que estaba de pie frente a la cama, llevó las mangas de la camiseta a su rostro, oliendo la tela con un gesto tímido mientras un leve sonrojo cubría sus mejillas. «No…», murmuró, su voz suave mientras miraba a Sabina con una sonrisa tímida. «Me gusta este pijama… porque huele a ti». Sus palabras fueron dichas con una sinceridad tan pura que Sabina sintió que su corazón daba un vuelco, un calor extendiéndose por su pecho mientras miraba a Nika con una mezcla de asombro y ternura.
Sabina extendió las sábanas de su cama con un movimiento suave, invitando a Nika a subir con un gesto de la mano. «Ven», dijo, con su voz baja pero cálida mientras le ofrecía una sonrisa que hizo que Nika sintiera un nudo en el pecho. La joven neptuniana asintió, subiéndose a la cama con cuidado, sus movimientos tímidos mientras se acomodaba bajo las sábanas, el pijama gris plomo envolviéndola como un abrazo.
Sabina apagó las luces con un comando de voz, sumiendo el cuarto en una penumbra suave iluminada solo por el brillo tenue de las luces de emergencia en las paredes. El silencio llenó el espacio, roto solo por el sonido de sus respiraciones mientras ambas se acomodaban en la cama. Después de un momento, Sabina rompió el silencio, su voz baja y cargada de una ternura que parecía natural en ese momento. «Acércate más», dijo, extendiendo un brazo hacia Nika mientras la miraba con una sonrisa suave.
Nika obedeció, acercándose a Sabina con un movimiento tímido hasta que la capitana la envolvió en un abrazo, atrayéndola hacia su pecho. Nika se acurrucó contra ella, apoyando su cabeza en el pecho de Sabina, el latido constante de su corazón resonando contra su mejilla mientras sus brazos rodeaban a la capitana con delicadeza. El calor de Sabina, el aroma suave de su piel y la seguridad de su abrazo hicieron que Nika sintiera una paz que no había experimentado en mucho tiempo. En un susurro apenas audible, Nika murmuró, «Gracias…».
Sabina inclinó la cabeza ligeramente, su cabello morado cayendo sobre su hombro mientras miraba a Nika con curiosidad. «¿Por qué?» preguntó, su voz baja y llena de ternura mientras acariciaba el cabello azul de la joven con un movimiento suave.
Nika alzó la mirada, sus ojos azules brillando con una mezcla de gratitud y vulnerabilidad mientras susurraba, «Por no dejarme sola… llorando en un pasillo». Sus palabras eran un eco de la noche anterior, un recordatorio del dolor que había llevado consigo desde Mercurio y de cómo Sabina había estado allí para sostenerla cuando más lo necesitaba.
Sabina sonrió, una sonrisa llena de calidez mientras se inclinaba para besar la frente de Nika con una delicadeza que hizo que el corazón de la joven diera un salto. «Nunca dejaría a una chica tan bonita sola y desamparada», dijo, cargada de una sinceridad que resonó en el silencio del cuarto.
Nika sintió que sus mejillas ardían, el sonrojo profundizándose mientras miraba a Sabina con una mezcla de timidez y felicidad. Con un movimiento impulsivo, se inclinó hacia adelante y le dio un beso suave en la mejilla a Sabina, sus labios rozaron su piel con una ternura que hizo que la capitana se quedara inmóvil por un momento y su corazón latiera con fuerza. «Descansa…», murmuró Nika, su voz temblorosa mientras escondía su rostro en el pecho de Sabina, intentando ocultar su sonrojo.
Sabina sonrió, una sonrisa amplia y llena de una emoción que no podía nombrar mientras acurrucaba a Nika más cerca de ella, sus brazos rodeándola con un cuidado protector. Sabía, en ese momento, que esta chica había tomado su corazón sin siquiera intentarlo, y que ella, a su vez, iba a tomar el de Nika para curarlo, para llenarlo de la felicidad que merecía. Con ese pensamiento en mente, cerró los ojos, dejando que el calor de Nika y el sonido de su respiración la arrullaran hacia el sueño.
Suletta se agitaba en su sueño, atrapada en un torbellino de imágenes etéreas y fragmentadas que se sucedían con una intensidad visceral, como si su mente estuviera siendo arrastrada a un abismo de memorias que no le pertenecían. Fuego rugiente consumía paisajes enteros, lenguas de llamas tan reales que podía sentir el calor abrasador contra su piel, dejando un hedor a cenizas y carne quemada que le revolvía el estómago. El hielo seguía, afilado y cruel, crujiendo bajo un peso invisible mientras vientos helados cortaban como cuchillos, arrancando gritos de dolor que resonaban en la oscuridad. Luego, vientos feroces, huracanados, levantaban polvo y escombros, y entre el caos, risas de niñas pequeñas se mezclaban con llantos desgarradores, gritos de agonía que perforaban sus oídos, y risas alegres que parecían burlarse de su sufrimiento.
Más fuego estalló en su visión, un infierno interminable que devoraba todo a su paso, acompañado por el estruendo de disparos, explosiones que reverberaban en su pecho como si estuvieran dentro de ella. Una voz distorsionada, gutural y suplicante, emergió del caos, resonando como si viniera de todas partes y de ninguna a la vez: "DeJaMe vIviR… nO nOs mAteS…". Las palabras se mezclaban con las risas, un coro macabro que se retorcía en su mente, haciendo que su corazón latiera con pánico. Un planeta de hielo apareció ante sus ojos, un orbe pálido y desolado flotando en un vacío infinito, su superficie agrietada y brillante como si estuviera hecha de cristal roto. Y entonces, una voz clara, casi melódica, susurró a su lado como si estuviera justo allí, su aliento frío rozando su oído: "Mi señora Solaris…".
Suletta despertó de golpe, un grito atrapado en su garganta salio mientras su cuerpo se incorporaba en la cama, empapado en sudor. Su respiración era agitada, entrecortada, y sus ojos azules estaban abiertos de par en par, llenos de un terror que no podía explicar. El Permet en su interior, descontrolado por la intensidad de la pesadilla, reaccionó con violencia: las luces del cuarto explotaron en una lluvia de chispas, los electrónicos zumbaron antes de apagarse con un crujido seco, y el panel de control en la pared emitió un destello antes de fundirse, dejando el cuarto en una penumbra inquietante, iluminado solo por el brillo pálido de Titán a través de la ventana.
Miorine Rembran, que había estado durmiendo a su lado, se levantó de golpe, su cuerpo tenso mientras miraba a Suletta con los ojos llenos de alarma. Estaba desnuda, habiendo dormido sin el pijama después de su momento de intimidad, y su cabello plateado caía en mechones desordenados sobre sus hombros.
«¡Suletta!» exclamó, llena de preocupación mientras se acercaba rápidamente a ella, colocando una mano en su brazo para tranquilizarla. La piel de Suletta estaba fría y húmeda bajo sus dedos, y su respiración seguía siendo errática, como si aún estuviera atrapada en la pesadilla.
«Fue… fue una pesadilla», murmuró Miorine, su voz suave pero firme mientras acariciaba el brazo de Suletta con movimientos lentos, intentando calmarla. «Estás bien, estoy aquí contigo». Sus ojos plateados brillaban con una mezcla de preocupación y amor mientras observaba a su novia, notando el sudor que perlaba su frente y el temblor que recorría su cuerpo.
Suletta se tapó la boca con una mano, intentando recordar los detalles del sueño mientras su mente se esforzaba por darle sentido a las imágenes. ¿Qué había sido eso? se preguntaba, el dolor que sentía en el pecho era tan real, tan profundo, que parecía haber sido arrancado de algún lugar dentro de ella que no conocía. Las palabras —"Mi señora Solaris…"— resonaban en su cabeza como un eco, y el fuego, el hielo, los gritos… todo se sentía demasiado vívido, demasiado crudo. Volteó la mirada hacia Miorine, sus ojos azules llenos de miedo y confusión, y sin pensarlo, la abrazó de golpe, enterrando su rostro en el hombro de su novia mientras sus brazos la rodeaban con fuerza.
Miorine correspondió el abrazo de inmediato, sus manos acariciando la espalda de Suletta con un cuidado maternal mientras intentaba calmarla. «Shh, está bien», susurró, su voz baja y reconfortante mientras sus dedos trazaban círculos suaves sobre la piel de Suletta. «Fue solo un sueño… Estoy aquí, no voy a dejarte». Permanecieron así por un momento, el silencio del cuarto roto solo por la respiración agitada de Suletta, que poco a poco comenzó a estabilizarse bajo el toque de Miorine.
Mientras tanto, en Plutón, un planeta olvidado en los confines del sistema solar, dos figuras se alzaban en medio de un paisaje helado y desolado, donde el cielo negro estaba salpicado de estrellas distantes que apenas lograban atravesar la oscuridad eterna. El aire era gélido, cada exhalación formando nubes de vapor que se disipaban rápidamente, y la superficie del planeta, cubierta de hielo y polvo cósmico, reflejaba un brillo pálido que parecía absorber más luz de la que emitía. En medio de este escenario inhóspito, dos mujeres se encontraban frente a un altar de hielo tallado con símbolos antiguos, sus figuras etéreas contrastando con la crudeza del entorno.
La primera, una joven de no más de 14 años, poseía una belleza etérea que parecía sacada de un cuento de hadas. Su cabello largo, liso y blanco plateado, reflejaba la luz como si estuviera hecho de hilos de luna, recogido en un peinado adornado con moños azul celeste y dorados que resaltaban su aire refinado. Su rostro, de una simetría casi perfecta, era pálido y suave como porcelana, y sus ojos grandes y plateados brillaban con una mezcla de melancolía y misterio, como si guardaran secretos de eras pasadas. Vestía una túnica blanca con detalles dorados que ondeaba suavemente a pesar de la falta de viento, y en su espalda, visible a través de la tela translúcida, una marca negra con forma de cruz estrellada parecía pulsar con una energía contenida.
A su lado, la segunda mujer era una visión igualmente celestial, pero con un aura más madura y enigmática. Su piel azul profunda y luminosa brillaba como un zafiro bajo la luz de la luna, y su cabello corto, plateado con matices celestes, caía en suaves rizos que enmarcaban su rostro. Desde debajo de un velo decorado con flores negras y mariposas azules, sus ojos amatista brillaban con una sabiduría antigua y una melancolía contenida, como si pudiera ver más allá del tiempo. Llevaba un vestido celestial de tonalidades blanco azulado, tejido con la delicadeza de pétalos y alas de mariposa, que flotaba a su alrededor con la ligereza del viento, revelando una silueta elegante y sensual. Detalles florales adornaban su pierna y hombros, y los hilos metálicos que envolvían sus brazos le daban un aire ceremonial, como si fuera una sacerdotisa del cielo. Mariposas luminosas revoloteaban a su alrededor, respondiendo a su presencia con una danza silenciosa que parecía desafiar la desolación de Plutón.
La joven de cabello blanco plateado, con una voz suave pero cargada de certeza, habló primero, sus ojos fijos en el horizonte helado. «La señora Solaris ha despertado», dijo, llena de reverencia mientras sus manos se apretaban frente a su pecho, como si estuviera ofreciendo una plegaria.
La mujer de ojos amatista, con un movimiento grácil, giró la cabeza para mirarla, sus rizos plateados moviéndose como olas suaves. «¿Estás segura?» preguntó, con su voz melódica pero teñida de escepticismo mientras alzaba una ceja, las mariposas a su alrededor deteniéndose por un momento, como si esperaran su respuesta.
La joven asintió, sus ojos plateados brillando con una intensidad casi sobrenatural. «Su presencia en el Permet está más fuerte que nunca», respondió, su tono firme mientras miraba a la otra mujer con determinación. «La estoy sintiendo… me está llamando. La señora Solaris ha regresado». Hizo una pausa, su voz volviéndose más seria mientras añadía, «Estoy segura, Plutón».
La mujer de ojos amatista, ahora identificada como Plutón, frunció el ceño ligeramente, su expresión volviéndose más grave mientras repetía, «¿Totalmente segura, Jupiter». Su voz enfatizó su título, dejando claro que no estaba dispuesta a actuar sin certeza absoluta.
Júpiter asintió, sus ojos plateados brillando con una devoción inquebrantable. «Totalmente segura, Plutón», respondió, su tono firme mientras miraba a la otra bruja con una intensidad casi sobrenatural. «Soy Júpiter, y lo sé». Se puso de pie con una gracia casi inhumana, su túnica ondeando a su alrededor como si estuviera hecha de aire. «Busca a las demás brujas, Plutón», ordenó, cargada de determinación mientras miraba a la bruja de Plutón con una mezcla de resolución y esperanza. «Yo me acercaré a la señora Solaris».
Plutón frunció el ceño, un destello de preocupación cruzando sus ojos amatista mientras alzaba una mano para detenerla. «Es peligroso juntar el aquelarre ahora», advirtió, su voz suave pero llena de urgencia mientras las mariposas a su alrededor revoloteaban con más intensidad, reflejando su inquietud. «Los cazabrujas nos encontrarán… los inquisidores nos rastreará, y no estamos listas para enfrentarlos».
Júpiter giró la cabeza para mirarla, sus ojos plateados brillando con una fe absoluta que parecía iluminar la oscuridad de Plutón. «No hay nada que temer», dijo, con su voz firme y cargada de una devoción que rayaba en la adoración mientras un destello de fervor cruzaba su rostro. «La señora Solaris, la Bruja Solar, ha despertado. Ella es el núcleo, y nosotras giraremos a su alrededor como planetas al sol. Dominicus no podrá detenernos ahora».
Plutón asintió lentamente, sus manos apretándose frente a su pecho mientras un destello de esperanza cruzaba su rostro. Las dos brujas, unidas por un propósito antiguo, se prepararon para cumplir su destino, sabiendo que el regreso de la Bruja Solar cambiaría el curso de la galaxia para siempre.