Capítulo 10 Y en la hora más oscura, cuando los cielos se tiñeron de fuego, los condenados no suplicaron… cantaron
14 de septiembre de 2025, 2:13
El hangar número 2 de la base de Grassley Defense Systems en Titán era un hervidero de actividad. El aire olía a metal, lubricante y sudor; el zumbido de las herramientas mecánicas llenaba cada rincón como una sinfonía industrial. Nika Nanaura ajustaba el sistema hidráulico de un mobile suit, con las manos manchadas de grasa y una llave de torque firme entre los dedos. Su traje gris con parches de Grassley mostraba el desgaste de semanas de trabajo sin descanso, desde que había sido acogida como técnica en la base.
A su lado, Martin Upmont, jefe de mecánicos del Escuadrón Delta, la observaba en silencio, jugueteando nerviosamente con un destornillador. Alto, flacucho, de cabello castaño en un corte tipo hongo, parecía más un adolescente distraído que el joven prodigio de la ingeniería militar. Su uniforme estaba impecable, pero sus ojos brillaban con una ansiedad que traicionaba su compostura.
—Ten cuidado con la presión en ese pistón, Nika —dijo, señalando el componente con el ceño fruncido—. Si lo ajustas demasiado, podríamos tener problemas y... bueno, no quiero que la capitana piense que no estoy haciendo mi trabajo.
Se rió con torpeza y se ajustó las gafas, que resbalaban sobre su nariz. Pese a sus nervios, Martin era brillante y su ingenio le había valido un lugar en la base. Nika asintió mientras trabajaba, pero su mente estaba en otra parte. Sus largas orejas neptunianas se movieron levemente hacia atrás, un gesto inconsciente de inquietud.
Había llegado como refugiada, una neptuniana con habilidades técnicas, pero con el corazón hecho pedazos. Desde su llegada, todos la conocían como “la neptuniana”, sin embargo desde hace poco un nuevo apodo le había sido dado “la novia de la capitana”, apodo que Sabina Fardin le había regalado con orgullo, casi como si quisiera protegerla con palabras. Nika aún recordaba su amor silencioso por Suletta Mercury, un amor que nunca confesó pero que creció con cada sonrisa, cada conversación, cada gesto amable. Suletta jamás la correspondió, y la herida de aquel rechazo se volvió profunda, amarga... insoportable.
Fue Sabina quien la ayudó a salir del abismo. Le ofreció su afecto, su compañía, su mano firme cuando todo temblaba. Ahora, el corazón de Nika comenzaba a inclinarse hacia ella, pero ese nuevo sentimiento la llenaba de calidez y también de confusión.
Y a pesar de todo, extrañaba a Suletta. La amiga. La confidente. La joven que ahora parecía tan lejana. Desde que las brujas comenzaron a llegar a la base, Suletta se había vuelto inalcanzable, rodeada de figuras imponentes que la trataban como algo más que humana. Intentar acercarse a ella era como caminar hacia un altar custodiado por diosas. Las miradas frías de aquellas brujas, su presencia solemne, bloqueaban cualquier intento de recuperar esa conexión perdida.
Esa tarde, mientras trabajaba, Nika la vio. Suletta cruzó el hangar acompañada de Júpiter, la bruja de presencia serena y pasos decididos. Nika sintió el impulso de levantar la mano, de decir su nombre, de cerrar la distancia que se ensanchaba entre ambas. Pero su timidez, y el miedo a un nuevo rechazo, la paralizaron.
Y entonces, las alarmas rompieron la tensión. Un estruendo ensordecedor retumbó en toda la base. Las luces parpadearon en rojo, oficiales corrieron, técnicos dejaron caer herramientas y las órdenes se entremezclaron en un torbellino de caos.
Nika dio un paso hacia donde había visto a Suletta, con el impulso de buscarla en medio del alboroto. Pero una mano cálida se posó sobre su hombro. Giró y se encontró con los ojos dorados de Sabina.
—Es mejor no acercarse, mi vida —susurró Sabina, su voz suave acariciando la piel sensible de Nika.
El rubor subió a sus mejillas. Nika desvió la mirada, pero asintió. Juntas observaron el tumulto desde un lado del hangar. Shaddiq Zenelli se les unió, con los brazos cruzados y los ojos fijos en el cielo oscuro de Titán, visible a través del portón abierto. Tres siluetas se acercaban, descendiendo con solemnidad.
El primero en aterrizar fue el GND-08U Gundam Glacispectre, pilotado por Neptuno. El Gundam, de 18.9 metros de altura, descendió con una gracia sobrenatural, su armadura azul pálido con reflejos nacarados brillando bajo las luces del hangar. Su estructura esbelta parecía casi transparente en algunas zonas, con una capa de hielo artificial cubriendo parte de su torso y hombros, y dos alerones cristalinos en forma de alas prismáticas sobresaliendo de su espalda, reflejando la luz en patrones que creaban ilusiones ópticas.
Muy cerca de Neptuno, el GND-07N Gundam Abyssalis, pilotado por Urano, aterrizó con un estruendo que hizo temblar el suelo. Su armadura verde turquesa profundo con degradados púrpura y azul petróleo evocaba una criatura abisal, con curvas ondulantes y articulaciones expuestas que parecían garras flexibles. Una cápsula translúcida en su torso pulsaba con Permet líquido, y sus extremidades terminaban en garras retráctiles que destilaban una neblina ácida, dejando marcas corrosivas en el suelo.
El GND-09P Gundam Oneirion, pilotado por Plutón, completó la formación con un aterrizaje silencioso pero inquietante. Su silueta de 20.1 metros de altura estaba envuelta en una neblina constante, su armadura azul zafiro oscuro con reflejos negros y púrpura cubierta de patrones fractales hipnóticos. Anillos flotantes giraban a su alrededor como astros en órbita, generando distorsiones visuales que hacían que su presencia pareciera un sueño a punto de desvanecerse.
Las cabinas de los Mobile Suit se abrieron con un siseo, y las tres brujas descendieron con una gracia que desafiaba la gravedad. Neptuno era muy alta y esbelta, proyectaba una serenidad melancólica, su piel azul pálida brillando como hielo oceánico bajo las luces del hangar. Un cuerno translúcido, como el de un unicornio sobresalía de su frente, brillando con un resplandor helado que añadía un toque místico a su apariencia. Sus orejas alargadas, de una delicadeza élfica, se alzaban con elegancia, y su túnica ceremonial ondeaba con filamentos de Permet que parecían responder a sus emociones.
Urano, enigmática y delicada, parecía existir entre lo real y lo ilusorio, su piel azul violácea tenia un resplandor etéreo. Sus orejas afiladas completaban su apariencia férica, y su “vestido” de pétalos y cintas de Permet giraba en torno a su cuerpo en una coreografía viva, mientras una neblina violeta la rodeaba, un recordatorio de su poder venenoso.
Plutón era la que visualmente parecía la más mayor de todas su presencia era inquietante, su piel era de un azul zafiro oscuro y sus ojos hipnóticos brillaban con una intensidad que parecía atrapar a quien la miraba y con un cabello celeste que caía en un degrade a violeta. Su túnica fractal se desvanecía en una neblina, y los anillos flotantes a su alrededor susurraban promesas de sueños eternos.
Los presentes se quedaron mudos, observando a las brujas con una mezcla de asombro y cautela. Nika sintió un nudo en la garganta mientras sus manos apretaban la llave de torque, consciente de lo lejos que estaba de Suletta ahora. Sabina mantuvo su mano en el hombro de Nika de manera protectora, mientras Shaddiq evaluaba la situación desde un lado.
Las tres brujas caminaron al centro del hangar y se arrodillaron ante Suletta. Plutón habló:
—Ave, o mea Solaris, axis rerum, exordium et exitus. Famulae tibi deditae huc accesserunt.
Neptuno y Urano repitieron la fórmula en un susurro coral.
Suletta, perpleja, enrojeció. Buscó a Júpiter con la mirada. La bruja se adelantó con serenidad.
—Bienvenidas, hermanas —dijo, extendiendo los brazos—. Mi señora Solaris, permíteme presentarte a Neptuno, la Bruja del Silencio Profundo. Plutón, La Bruja del Letargo Eterno. Y Urano, La Bruja de la Putrefacción.
Suletta frunció el ceño. Sus manos se tensaron.
—Júpiter… ¿esta Urano está relacionada con la bruja de Urano que nos atacó a Miorine y a mí en el pasado? Porque… esa Urano casi nos mata.
El silencio se quebró como vidrio.
Neptuno se levantó de golpe y, sin dudar, materializó una espada de Permet helado. La colocó en el cuello de Urano con un gesto feroz.
—Blasfema —susurró, mientras el frío invadía el hangar y el hielo crepitaba bajo sus pies.
Urano, con los ojos abiertos de par en par, tembló. Su neblina se agitó, pero no se movió. Sus labios temblaron.
—¿Qué…? —murmuró.
—Para, Neptuno —intervino Júpiter, con voz firme—. Es un error. Hay quienes se hacen pasar por nosotras.
Neptuno giró hacia ella, con el rostro endurecido.
—¿Qué clase de herejía estás diciendo?
—Usuarios de Permet que adoptan nuestros nombres para sembrar caos —explicó Júpiter con calma—. No son del aquelarre. Son impostoras.
Plutón asintió, sombría.
—Esto es inconcebible.
Neptuno apartó la espada, aunque su mirada seguía siendo fuego helado. Urano tosió, una línea de sangre en sus labios.
—Esto es una herejía y una ofensa al aquelarre —dijo Neptuno con voz cortante—. Esos blasfemos deben ser exterminados.
Desde el lateral del hangar, Shaddiq intercambió una mirada con Sabina, ambos no dijeron nada, pero pensaban lo mismo, las brujas eran temperamentales e inestables. Dio un paso adelante y se presentó ante las recién llegadas.
—Soy Shaddiq Zenelli, líder de Grassley Defense Systems. Les doy la bienvenida a nuestra base, pero necesitamos…
El aire se volvió denso. Urano, aún nerviosa, activó el Permet. El ambiente se volvió ácido.
—Para —ordenó Júpiter.
Urano obedeció, pidiendo disculpas con voz plana. Júpiter se encargó de explicar las condiciones del alojamiento.
Suletta, aún confundida, miró a las recién llegadas con una mezcla de temor y deber. Nika, desde lejos, observaba todo. Su corazón palpitaba con fuerza. La brecha con Suletta parecía ahora insalvable.
Y sin embargo, no podía dejar de mirar.
En un edificio gubernamental en la Tierra, en el corazón de la capital ahora controlada por la Unión de Naciones para la Soberanía Interplanetaria y el Orden Legal (UNISOL), el Consejo Ejecutivo para la Supervisión del Orden (CESO) se reunía en una sala de mando construida para resistir ataques nucleares. Iluminada por luces frías que proyectaban sombras duras sobre muros de concreto reforzado, la sala ostentaba el emblema de UNISOL: un círculo de estrellas atravesado por una espada. Símbolo de poder absoluto y represión implacable.
Pantallas holográficas mostraban mapas estelares, grabaciones de combates y datos de inteligencia. El aire olía a ozono, metal y sudor. Allí, en el núcleo del régimen, no había espacio para la moral, solo para decisiones brutales necesarias para conservar el dominio.
La ausencia de Delling Rembran, líder supremo de UNISOL, era un secreto de Estado. Oficialmente estaba recluido por motivos de seguridad ante recientes insurgencias, pero la realidad era más oscura: se encontraba en coma, mantenido con vida por máquinas en una cámara sellada. El CESO gobernaba en su nombre. Sentados en torno a una mesa circular, los miembros del consejo —vestidos con uniformes grises y negros, decorados con insignias de mando— intercambiaban miradas frías, endurecidas por décadas de guerra, traición y sangre derramada.
UNISOL, un imperio disfrazado de federación, velaba solo por su hegemonía. Y el CESO era su columna vertebral: un nido de serpientes donde el poder importaba más que la justicia.
El debate estalló con la fuerza de una tormenta.
—¡Estas revueltas son un cáncer que hay que extirpar! —rugió el consejero Tarvik Molen, un hombre de mediana edad con una cicatriz en la mejilla izquierda, golpeando la mesa con el puño. Las proyecciones temblaron ante su furia—. Nos llaman opresores, fascistas, esclavistas… ¡Todo por lo que pasó en Mercurio! La tercera masacre fue un mensaje claro, pero parece que estos perros rebeldes no lo entendieron. ¡Hay que recordarles quién manda aquí!
La consejera Lirien Vax, de rostro anguloso y cabello recogido en un moño perfecto, sonrió con frialdad. Sus ojos verdes brillaban como cuchillas afiladas.
—Mercurio fue un ejemplo necesario —siseó, señalando un holograma que mostraba ciudades en ruinas, cuerpos apilados, soldados ejecutando civiles—. Clausuramos el planeta, diezmamos su población. Pero ahora Marte y Saturno se alzan. ¡No podemos permitir que esta escoria piense que puede desafiarnos!
—¡En Marte, la Legión de los Lobos Carmesí está haciendo pedazos a SOVREM! —intervino Gavrex Holt, corpulento, de barba gris, golpeando la mesa con ambas manos—. Han destruido cazas, capturado cruceros, asesinado a nuestro personal. ¡Tres cruceros Imperator, pintados con sangre carmesí! ¿Saben lo que eso significa? ¡Están formando una flota rebelde! ¡Si no actuamos ahora, perderemos el control del sistema solar!
Mirene Thalor, de ojos astutos y voz grave, alzó una mano.
—La Legión de Autodefensa de SOVREM debe arrasar Marte de una vez por todas —declaró con frialdad—. Debemos quemar el planeta hasta convertirlo en ceniza. Que sirva de recordatorio para todo aquel que piense en rebelarse.
—¿Arrasar Marte? —exclamó el consejero Elaris Vorn, levantándose con indignación—. ¡Eso es genocidio! Hay millones de civiles allí. Si los bombardeamos, confirmaremos todo lo que dicen de nosotros: que somos tiranos. ¡Solo alimentaremos más rebeliones!
—¡No me hagas reír con tus sentimentalismos, Elaris! —espetó Tarvik Molen, señalándolo con desprecio—. ¿Civiles? ¡Son cómplices! Si no están con nosotros, están contra nosotros. Si hay que quemar Marte hasta los cimientos, que así sea. ¡Y que SOVREM lo ejecute o me encargaré personalmente de la limpieza!
El debate se tornó violento. Las voces se cruzaban como cuchillas. Los rostros, distorsionados por el odio y la sed de dominio. Lirien Vax cambió el enfoque:
—Y Marte no es el único problema —dijo, mostrando imágenes de Saturno, ciudades en llamas, escaramuzas, civiles gritando bajo los drones de Ochs—. Saturno también arde. Y lo peor... se han visto brujas en órbita.
La sala quedó en silencio. Una pausa cargada de tensión. Nadie se movió.
—¿Brujas? —repitió Gavrex Holt con voz baja, cruzando los brazos—. Esas aberraciones del Permet… son una plaga. Si ellas están en Saturno, se está gestando algo más grande. No podemos permitirlo.
—Enviemos flotas inquisidoras de inmediato —propuso Mirene Thalor, golpeando la mesa con un dedo—. Cacemos a esas brujas y arrasemos el planeta. Saturno debe ser purificado. Cueste lo que cueste.
—¡Esto es una locura! —exclamó Elaris Vorn con desesperación—. ¡No podemos convertir cada planeta en un cementerio! ¿De verdad creen que eso traerá paz? ¡Solo sembrará más odio!
—¡El mundo ya olvidó por qué somos UNISOL! —bramó Tarvik, escupiendo al suelo—. ¡Porque nadie sobrevive para contarlo! Si Saturno debe arder, que arda. Si hay brujas, que mueran con los traidores. ¡No toleraremos más traiciones ni insurgencias!
Lirien Vax levantó la mano.
—Votemos —ordenó con voz cortante—. Flotas inquisidoras a Saturno. Eliminación total de brujas y rebeldes. Purificación planetaria. ¿Quién está a favor?
Las manos se alzaron una tras otra. Rápidas. Firmes.
Elaris bajó la mirada. No dijo nada. Su voz se perdió, como un eco débil ante la marea de hierro y fuego que se cernía sobre Saturno.
Las pantallas parpadearon con imágenes de Marte y Saturno, dos mundos al borde del colapso. La decisión estaba tomada.
Y el universo, una vez más, recordaría por qué UNISOL seguía gobernando: porque sus enemigos nunca vivían para contar la historia.
Cada flota de Dominicus era una maquinaria de exterminio, una fuerza inquisitorial diseñada para ejecutar las órdenes más extremas con eficiencia letal. Compuestas por al menos tres cruceros Imperator, siete fragatas de combate, dos destroyers y trece cruceros ligeros, estas flotas eran el martillo de UNISOL contra todo lo que desafiara su orden. Y entre sus objetivos más buscados estaban los usuarios del Permet: las brujas.
Dominicus operaba con una autonomía casi absoluta. No respondían a SOVREM ni al parlamento; solo al CESO. Acceso a información ultrasecreta, jurisdicción global y libertad total para aplicar “medidas correctivas” sin rendir cuentas. Temidos incluso dentro de UNISOL, eran cazadores sin cadena.
Ahora, el CESO había emitido una orden incuestionable: desplegar todas las flotas disponibles hacia Saturno. Buscar anomalías del Permet. Suprimir la rebelión. Pero para los veteranos de Dominicus, la orden tenía un trasfondo inquietante: no estaban siendo enviados a cumplir su propósito... estaban siendo utilizados.
En la sala de mando de la nave insignia de la 5ta flota, el comandante Kenanji Avery se encontraba solo frente a su escritorio metálico, rodeado de pantallas holográficas que proyectaban mapas y datos en azul brillante. Vestía su traje de piloto inquisitorial: una armadura gris perla con detalles púrpura que delineaban su silueta atlética. Bajo el casco que sostenía bajo el brazo, su cabello castaño oscuro caía con desenfado hacia un lado, el mechón rebelde cubriendo parcialmente su ojo izquierdo. Tenía facciones marcadas, una sonrisa fácil pero ausente, y unos ojos azul claro que ahora brillaban con incomodidad mientras leía el mensaje parpadeante en su pantalla:
“Order Imperialis: Buscar indicios de brujas en Saturno y suprimir las revueltas. All Hail UNISOL. All Hail Imperialis.”
Kenanji frunció el ceño.
—Esto es ridículo —murmuró, tamborileando los dedos sobre el escritorio—. Esto no es lo que hacemos.
La misión que tenía asignada Kenanji era clara: localizar a la bruja inmune al ANTIDOTE, una contramedida diseñada para suprimir usuarios del Permet. Esas eran las ordenes que el cónclave le había encargado personalmente a él. Pero ahora, los estaban desviando hacia una operación que olía más a política que a táctica militar.
Un pitido agudo rompió su concentración. Presionó el botón de llamada y una figura familiar se materializó frente a él: el comandante Cheng Xhulian, líder de la 9na flota. Tenía el rostro serio, cruzado por una cicatriz que le partía la ceja izquierda, y una expresión entre cínica y fraternal.
—¿Ya leíste el mensaje, Kenanji? —preguntó, ladeando una ceja.
—Sí. Y no me gusta ni un poco —respondió Kenanji, cruzando los brazos con gesto molesto.
—Nos están usando como sus mandaderos. Esto es trabajo de SOVREM, no nuestro. ¿Qué sigue? ¿Que les preparemos el desayuno también?
Kenanji soltó un suspiro cansado.
—Tienes razón. Pero si hay brujas en Saturno… no tenemos opción. Esa parte sí es asunto nuestro.
Ambos se conocían desde la academia militar. Habían entrenado juntos, sangrado juntos, ascendido juntos. Una de las pocas amistades sinceras que sobrevivían en el ambiente podrido de UNISOL.
—Lo que no entiendo es por qué están desplegando dos flotas completas —continuó Kenanji, su voz bajando—. Esto no es una operación estándar. Hay algo más.
—CESO está desesperado. Quieren que infundamos miedo. Quieren recordarles al sistema solar quién manda. —Cheng sonrió con amargura—. Esto no es más que otra pantomima de fuerza.
Kenanji negó con la cabeza.
—No. No mueven Dominicus entero por política. Nos están ocultando algo.
—Estás alucinando, amigo —dijo Cheng con una risa seca—. Esto es CESO siendo CESO: paranoico, controlador, sediento de poder. No busques lógica donde solo hay miedo.
Kenanji se apoyó en el respaldo de su asiento, observando las pantallas como si esperara que le dijeran lo que intuía.
—Espero que tengas razón —dijo finalmente, sin convicción.
Cheng sonrió, aflojando la tensión con una broma.
—Cuando esto termine, me debes una cerveza. Pero una buena, ¿eh? De esas que tomábamos en el Instituto.
Kenanji rió por lo bajo, sacudiendo la cabeza.
—Nunca cambias, ¿verdad?
Las alarmas sonaron en ambas naves. Era hora.
Cheng se irguió.
—Te veo en el campo de batalla, amigo.
—Nos vemos allá.
La conexión se cortó.
Kenanji permaneció un momento en silencio. Luego se levantó, ajustó su uniforme y volvió la vista al mensaje todavía parpadeando en su pantalla.
“All Hail UNISOL. All Hail Imperialis.”
Salió de la sala de mando sin mirar atrás, sabiendo que esta misión sería cualquier cosa menos rutinaria.
En una sala privada de la base en Titán, Shaddiq Zenelli había reunido a las figuras clave de la instalación. La sala, un espacio cerrado con paredes de acero reforzado y una mesa holográfica en el centro, estaba cargada de una tensión que parecía electrificar el aire. Estaban presentes Sabina Fardin, con su expresión serena pero alerta; los capitanes de defensa de la base, con rostros endurecidos por el cansancio; Suletta Mercury y Miorine Rembran, ambas visiblemente incómodas bajo las miradas de las brujas que las seguían a todas partes; y las brujas mismas: Júpiter, Saturno, Neptuno, Urano y Plutón. A excepción de Júpiter, cuya presencia era una calma reverente, las demás brujas miraban al resto de los presentes con desconfianza, sus ojos brillando con una lealtad absoluta hacia Suletta, su señora Solaris, pero con un desprecio evidente hacia los demás, a quienes consideraban indignos de su confianza.
Shaddiq se puso de pie al frente de la mesa, su uniforme negro impecable contrastando con la tensión en su rostro mientras miraba a las brujas recién llegadas: Neptuno, Urano y Plutón. Con un tono firme pero diplomático, volvió a presentarse:
—Soy Shaddiq Zenelli, líder de Grassley Defense Systems —dijo, su voz resonando en la sala mientras sus ojos oscuros se posaban en las tres figuras etéreas—. Ya he hablado con Júpiter y Saturno, pero me dirijo a las nuevas: Neptuno, Urano y Plutón. Debo ser claro: esta base no puede albergar más personal. Estamos al límite de nuestra capacidad.
El mecánico en jefe, un hombre mayor con el cabello gris y las manos curtidas por años de trabajo, dio un paso adelante, su expresión llena de frustración mientras hablaba:
—Los hangares están repletos —dijo, su voz ronca mientras gesticulaba hacia las brujas—. Hemos hecho magia para poder albergar los tres nuevos… Gundams que han llegado. Pero no tenemos ni idea de cómo hacerles mantenimiento ni cómo operan. Estamos trabajando a ciegas aquí.
Neptuno, la bruja más alta de todas, con su piel azulada brillando como hielo oceánico y sus orejas élficas alzándose con elegancia, lo miró con una intensidad gélida. El cuerno translúcido en su frente, como el de un unicornio, brilló con un resplandor helado mientras hablaba, su voz fría y cortante:
—No te atrevas a tocar a mi arcano, o lo vas a lamentar.
Los ojos plateados de Neptuno se entrecerraron mientras el aire a su alrededor se volvía más frío con pequeños cristales de hielo formándose en el suelo cerca de sus pies.
El mecánico alzó una ceja, su expresión era una mezcla de confusión y desafío:
—¿Arcano? —repitió, claramente desconcertado por el término.
Júpiter, que había mantenido los ojos cerrados para aquellos que no eran dignos del aquelarre, habló con una voz serena pero cargada de autoridad. Su tono resonó con una sabiduría ancestral:
—Los arcanos son los compañeros de las brujas —explicó, su rostro inmóvil mientras sus palabras llenaban la sala—. Son nuestro símbolo de fuerza, una extensión de nuestra conexión con el Permet. Profanarlos es una herejía, y se castiga con la muerte. Solo los adeptos al culto de la bruja pueden reparar los arcanos.
Shaddiq frunció el ceño ligeramente:
—Entonces, los arcanos son los Gundams —dijo con firmeza, intentando entender las implicaciones de lo que acababa de oír.
Júpiter giró el rostro hacia él con sus ojos aún cerrados, su expresión era serena pero había un trasfondo de advertencia:
—Ese es un nombre vulgar inventado por los ajenos al aquelarre y al culto de la bruja —dijo con tranquilidad, pero firmeza—. Le pido de favor señor zenelli que no vuelva a insultar a los arcanos.
Shaddiq alzó una ceja, mostrando una mezcla de sorpresa y escepticismo. Luego asintió con cautela:
—Entendido. Pero me gustaría saber más. ¿Qué es el culto de la bruja?
Antes de que Júpiter pudiera responder, Neptuno intervino, su voz cargada de desdén:
—Oráculo, —dijo, dirigiéndose a Júpiter—. Sugiero no dar más información a los que no son dignos.
Shaddiq suspiró, pasándose una mano por el rostro mientras mantenía la compostura:
—No juzgues a las personas sin conocerlas —replicó, su tono firme mientras sostenía la mirada de Neptuno—. No importa que seas casi una gigante, tu tamaño no me asusta.
Neptuno tomó las palabras como un desafío. Dio un paso hacia Shaddiq, el aire a su alrededor tornándose más frío, el suelo crujía bajo una fina capa de hielo. Pero Júpiter alzó la mano, su voz serena e inquebrantable:
—No es momento de peleas, Neptuno —dijo, girando su rostro hacia Shaddiq—. Señor Zenelli, le pido por su propia seguridad que no provoque a Neptuno. Asumo que nos ha reunido aquí por algo importante, ¿verdad?
Shaddiq suspiró profundamente y asintió:
—Sí —dijo con voz más baja—. No puedo seguir manteniéndolas en la base. A ojos del mundo, estamos albergando brujas, y es cuestión de tiempo para que Dominicus llegue. No estoy en contra de ustedes, pero no puedo poner en riesgo la base ni a mi gente.
Júpiter guardó silencio unos segundos. Luego sonrió suavemente:
—Ya lo hace, señor Zenelli —dijo con tranquilidad—. Desde el momento en que albergó a la señora Solaris, se convirtió en un traidor para los suyos. Y todos los que lo siguen heredarán el mismo destino.
Shaddiq abrió los ojos con incredulidad:
—Pero yo…
—Señor Zenelli, ¿cree usted que los suyos creerán que es tan buena persona que solo rescató a una bruja para darle asilo político? —continuó Júpiter—. Usted está condenado. Cuando lleguen, buscarán un culpable. Y no importa su defensa: no le van a creer.
Shaddiq apretó los puños. Su mano se movió instintivamente hacia el mango de su pistola de plasma. Las brujas se tensaron de inmediato.
Júpiter sonrió:
—Como le dije, señor Zenelli, le recomiendo no provocar a una bruja —su tono era melódico, pero mortal—. Está con cinco en esta sala. ¿Cuáles cree que son sus posibilidades de apretar el gatillo?
Suletta alzó las manos con nerviosismo:
—¡Por favor, no peleen! —exclamó—. No quiero que nadie salga herido…
Miorine dio un paso adelante:
—Tienen razón, Shaddiq —dijo con firmeza—. Yo también soy una traidora a los ojos de UNISOL. Desde el momento en que decidimos proteger a Suletta, todos nos convertimos en objetivos.
Shaddiq bajó lentamente la mano, su rostro una mezcla de derrota y agotamiento:
—Entonces, ¿somos prisioneros de estas brujas?
Júpiter negó con la cabeza, su voz serena:
—Nadie es prisionero aquí, señor Zenelli. Sin embargo, son los suyos quienes los van a aprisionar. Ellos buscarán culpables y no se detendrán hasta encontrarlos.
Shaddiq miró a uno de sus capitanes de defensa:
—¿Cuáles son nuestras posibilidades de defendernos contra Dominicus?
El joven capitán respondió con resignación:
—Nuestras fuerzas han sido reducidas en un 70 % tras el último combate. No tenemos los recursos ni el personal para enfrentarnos a una flota de Dominicus.
Shaddiq giró hacia Júpiter:
—Entonces no tenemos cómo defendernos si Dominicus aparece.
Júpiter mantuvo su compostura:
—Nosotras los defenderemos. Porque la señora Solaris está presente.
Shaddiq parpadeó, incrédulo:
—¿Cinco mobile suits contra una flota de Dominicus? ¿De verdad creen que eso es suficiente?
Júpiter sonrió:
—La señora Solaris está aquí. Con ella, la victoria está asegurada.
Shaddiq iba a responder, pero una alarma interrumpió la conversación. Las luces parpadearon en rojo. Una voz automatizada anunció el máximo nivel de alerta.
Shaddiq miró la pantalla central. Su rostro palideció.
Sabina, hasta entonces en silencio, se adelantó:
—Hay dos flotas enteras de Dominicus surcando Saturno —dijo con voz tranquila pero cargada de urgencia.
El silencio que siguió fue absoluto. La guerra había llegado.
Nova Cronia, la capital de Saturno, era un hervidero de descontento. La ciudad, con sus edificios de acero brillante y cúpulas que reflejaban los anillos del planeta, había sido un símbolo de prosperidad controlada por UNISOL. Pero ahora, sus habitantes se sentían abandonados, explotados, utilizados como peones mientras el gobierno solar extraía gas y minerales de las minas de Saturno sin ofrecer nada a cambio. Lo que comenzó como huelgas y manifestaciones pacíficas había escalado a enfrentamientos con la policía local, las calles llenas de pancartas que gritaban: “¡UNISOL FUERA!” y “¡LIBERTAD PARA SATURNO!”. Nadie en Nova Cronia podía haber imaginado que la respuesta del gobierno solar sería enviar a Dominicus, los perros de presa de UNISOL, una fuerza diseñada para aniquilar sin piedad.
El cielo sobre Nova Cronia estaba oscurecido por las naves imperiales: tres cruceros Imperator, siete fragatas de combate, dos cruceros destroyers y trece cruceros ligeros de la 5ta y 9na flotas de Dominicus formaban un enjambre letal, sus siluetas proyectando sombras ominosas sobre la ciudad. Tropas de reconocimiento con mobile suits patrullaban las calles, mientras soldados de infantería andante, con armaduras negras y rifles de plasma, interrogaban a los ciudadanos sobre avistamientos de Permet y usuarios que lo manipularan. La población estaba dividida: algunos temblaban de miedo, escondidos en sus hogares; otros, llenos de rabia, alzaban la voz contra la presencia de Dominicus, sabiendo que eran los ejecutores más crueles de UNISOL.
En la Plaza del Archivo, el corazón político de Nova Cronia, una multitud se había reunido. Miles de saturnianos, jóvenes y viejos, gritaban consignas, sostenían pancartas y proyectaban hologramas con imágenes de las minas destruidas y familias desplazadas. La policía local, con uniformes grises y escudos antidisturbios, formaba una barricada alrededor del edificio principal del CESO, sus rostros tensos mientras enfrentaban a la multitud enfurecida.
Una reportera de Paladio Uno, el noticiero principal del planeta, estaba en el centro de la plaza, sosteniendo un micrófono, con un dron cámara flotando a su lado.
—Aquí Paladio Uno, reportando desde la Plaza del Archivo en Nova Cronia —dijo con tono firme, cargado de tensión—. Miles de ciudadanos se han reunido para protestar contra las políticas opresivas de UNISOL. Exigen justicia, libertad y el fin de la explotación de Saturno.
Los gritos crecieron.
—¡UNISOL nos esclaviza! —gritó una mujer mayor, su voz quebrándose mientras sostenía una pancarta: “NUESTROS HIJOS MERECEN VIVIR”.
—¡No más sangre por gas! —exclamó un joven, lanzando una piedra que rebotó contra un escudo.
La policía se tensó, pero no respondió. Todavía.
Entonces, un hombre mayor, con bufanda raída y cabello gris, alzó las manos y comenzó a cantar:
—¡Oh, Saturno, tierra mía, no te doblegarás!
Uno a uno, los manifestantes se unieron al himno.
—¡Con cadenas no nos atarán, nuestra alma alzará!
La plaza se llenó con el eco de sus voces.
—Los manifestantes están entonando un himno tradicional de Saturno, un símbolo de su lucha por la libertad —informó la reportera, girando hacia la multitud.
Los canticos siguieron en un coro de protesta, los policías miraban con sus escudos alzados sin decir nada, sin saber muy bien como actuar, los saturnianos parecían cansados de todo. Tropas de Dominicus, con armaduras negras y rifles de plasma, irrumpieron en la plaza. Mobile suits rodearon el perímetro. El himno no se detuvo a pesar de ver a las tropas inquisitorias. Las voces seguían cantando.
Dentro del edificio del CESO, el gobernador local de Saturno inició una transmisión privada con el comandante Kenanji Avery. La imagen holográfica del gobernador apareció, con su rostro rojo de ira.
—¡Debieron llegar antes! —rugió, golpeando su escritorio—. Estas revueltas están fuera de control, y su retraso ha empeorado las cosas.
Kenanji, de pie con los brazos cruzados, lo miró con molestia.
—Nuestra labor no es contener revueltas, gobernador. Dominicus existe para cazar brujas, no para hacer el trabajo sucio de SOVREM.
—Dominicus hará lo que CESO ordene si desean seguir manteniendo sus privilegios —siseó el gobernador—. La extracción está paralizada. Si esto escala, será una revolución. ¿Entiende la gravedad?
Kenanji bajó la mirada un momento.
—El descontento es con el gobierno, no con nosotros —dijo con amargura—. Los civiles no han atacado ni a Dominicus ni a la policía local. Mientras no representen una amenaza directa, no haremos nada.
—Para eso están aquí —dijo el gobernador con voz venenosa—. Para contraatacar a los insurgentes rebeldes que atacaron a las fuerzas del orden.
Kenanji frunció el ceño, su expresión se llenó de confusión mientras miraba al gobernador.
—No entiendo de qué está hablando. — dijo lleno de sospecha mientras entrecerraba los ojos, su instinto le decia que algo estaba terriblemente mal.
La respuesta llego en un susurro helado:
—Ordene a uno de sus hombres que dispare contra un miembro de la policía local.
Kenanji palideció. Abrió los ojos de par en par mientras miraba al gobernador, incapaz de creer lo que estaba escuchando.
—¿Ha perdido la razón?
exclamó, temblando de incredulidad mientras se inclinaba hacia adelante mientras su respiración se volvia agitada.
—Es una orden, comandante. No la repetiré.
Kenanji tembló de rabia.
—¿Sabe lo que eso significa?
Preguntó con su voz baja pero llena de una furia contenida mientras apretaba los puños, su mirada era una mezcla de incredulidad y desprecio.
El gobernador asintió. No vaciló, su expresión era tan fría como el hielo
—No repetiré la orden.
Silencio. Un segundo de eternidad. Kenanji cerró los ojos. Luego activó su comunicador.
—Vamos a ir al infierno por esto —murmuró.
En la Plaza del Archivo, el himno de liberación seguía resonando, miles de voces unidas en un canto de resistencia que parecía desafiar al mismísimo cielo. La reportera de Paladio Uno continuaba su transmisión, su voz llena de urgencia mientras el dron cámara capturaba a los manifestantes y a las fuerzas de Dominicus que los rodeaban. Sin embargo, en medio de las protestas un sonido agudo resonó como un trueno en la plaza.
Un disparo.
Un oficial de la policía local, un hombre joven con el cabello corto y un uniforme gris, se desplomó al suelo con un agujero humeante en su pecho mientras la sangre comenzaba a brotar, manchando el pavimento de un rojo brillante. Sus ojos se abrieron de par en par por un momento, un grito ahogado escapando de sus labios antes de que su cuerpo se quedara inmóvil mientras su vida se extinguia en un instante.
Una mujer cayendo de rodillas mientras señalaba el cuerpo, su voz llena de pánico.
—¡Nos están atacando! —gritó una mujer.
Su grito desencadenando una ola de terror que se extendió como un incendio.
El caos estalló como una tormenta. Los manifestantes se detuvieron, sus voces se silenciaron en un momento mientras miraban con horror al oficial caído, el himno murió en sus gargantas.
Dominicus abrió fuego.
Las tropas de Dominicus, actuando bajo la premisa de que los manifestantes habían atacado primero, abrieron fuego sin dudar. Los rifles de plasma rugieron, disparando ráfagas de energía azul brillante que cortaron el aire con un zumbido letal. Los primeros en caer fueron los que estaban más cerca de la barricada: un hombre joven que sostenía una pancarta fue alcanzado en el pecho, su cuerpo explotó en una lluvia de sangre y vísceras mientras el plasma vaporizaba su torso. Una mujer a su lado intentó correr, pero una ráfaga le arrancó la pierna izquierda, haciéndola caer al suelo mientras gritaba de agonía, su sangre formo un charco rojo brillante bajo ella.
Los mobile suits de Dominicus se unieron al ataque, sus cañones dispararon proyectiles de energía que impactaron contra la multitud con una precisión devastadora. Una explosión alcanzó a un grupo de manifestantes que intentaban huir, sus cuerpos se desintegraron en un instante, dejando solo fragmentos carbonizados y un cráter humeante en el pavimento. Una madre que corría con su hijo pequeño en brazos fue alcanzada por un disparo de plasma en la espalda, su cuerpo cayo al suelo mientras el niño rodaba fuera de sus brazos, llorando desconsoladamente mientras la sangre de su madre lo salpicaba.
Los gritos llenaron el aire, un coro de terror y dolor que resonaba en la plaza mientras los civiles caían uno tras otro. Un hombre mayor intentó proteger a una niña pequeña, cubriéndola con su cuerpo, pero un disparo de un mobile suit los atravesó a ambos quedando destrozados en un amasijo de carne y hueso, la sangre salpicaba a los que corrían a su alrededor. Una adolescente que intentaba grabar la masacre con su dispositivo holográfico fue alcanzada en la cabeza, su cráneo explotando en una lluvia de sangre y materia cerebral mientras su cuerpo se desplomaba, el dispositivo cayendo al suelo y grabando el caos mientras se apagaba.
La reportera de Paladio Uno, que había estado cubriendo la manifestación, se agachó detrás de una estatua derribada, su rostro pálido mientras sostenía el micrófono con manos temblorosas, el dron cámara todavía flotando a su lado. Los disparos resonaban a su alrededor, el aire lleno del olor a carne quemada y metal caliente mientras los gritos de los moribundos se mezclaban con el rugido de las armas. Con lágrimas corriendo por su rostro, activó un mensaje de broadcast a toda la galaxia, su voz quebrándose mientras hablaba, cada palabra llena de un dolor que parecía infinito.
—Aquí Paladio Uno… estamos bajo asedio. ¡Nos están masacrando! ¡El genocidio imperial de Nova Cronia ha comenzado! — exclamó, con su voz temblando mientras el dron cámara capturaba los cuerpos que caían a su alrededor, las calles seguían llenándose de sangre y cenizas. —Hay cientos de cuerpos en este mismo instante. Mientras digo estas palabras, cientos de nuestros hermanos y hermanas yacen muertos en la Plaza del Archivo. Miles más llenan las calles. Y cada minuto, hay más. ¡Nos están destruyendo! ¡Aquí Nova Cronia, transmitiendo por cualquier canal abierto que pueda oírme! Si puedes… si puedes escucharme… si aún crees en la verdad, si aún queda algo de fe en la verdad… por favor, por favor, trasmite este mensaje y pásalo. Esto es un asesinato. ¡UNISOL construyó este fuego! Lo encendieron y nos guiaron directo a la masacre. Y ahora esperan que muramos sin saber por qué. ¡La conspiración que tanto temíamos es real! ¡Está aquí, hoy! Dominicus ha desplegado su juicio final. No están cazando brujas… están extinguiendo nuestra alma. ¡No es purga, es genocidio! —
Mientras la reportera transmitía su mensaje, un disparo de plasma impactó cerca de ella, la explosión la lanzo al suelo mientras el dron cámara era destruido, su señal se cortó en un instante. La plaza se convirtió en un infierno con los cuerpos apilándose en montones mientras la sangre corría como un río por las calles, los gritos de los heridos y los moribundos resonaban en un coro de desesperación. Un niño pequeño, con el rostro cubierto de sangre y cenizas, lloraba junto al cuerpo destrozado de su padre, su voz era apenas audible entre el caos mientras llamaba a su madre, sin saber que ella también había sido asesinada minutos antes.
En la base en Titán, el grupo reunido en la sala privada observaba la transmisión de Paladio Uno en una pantalla holográfica, sus rostros estaban llenos de horror mientras veían la masacre en tiempo real. Los gritos y las imágenes de los cuerpos destrozados llenaron la sala, cada disparo y cada explosión resonaban como un eco de la crueldad de Dominicus y UNISOL.
Miorine, con lágrimas corriendo por su rostro, se aferró al pecho de Suletta, sollozando desconsoladamente mientras veía a los civiles caer uno tras otro. —¡No puede ser… no puede ser! — exclamó, su voz quebrándose mientras enterraba su rostro en el hombro de Suletta, su cuerpo temblaba de dolor y rabia. Suletta, con los ojos muy abiertos y llenos de lágrimas, abrazó a Miorine con fuerza con sus manos temblando mientras miraba la pantalla, incapaz de apartar la vista de la carnicería.
Nika, que estaba a un lado junto a Sabina, miraba la transmisión con una expresión de horror puro, sus manos cubrian su boca mientras las lágrimas caían por sus mejillas. — Esto… esto es un genocidio —, murmuró, su voz apenas un susurro mientras veía a los niños y familias siendo masacrados y su corazón rompiéndose con cada imagen que aparecía en la pantalla.
Las brujas Neptuno, Urano y Plutón, observaban en silencio con sus expresiones endurecidas mientras veían la crueldad de Dominicus desplegarse ante ellas. Saturno por otro lado miraba con rabia como la gente de su planeta natal era masacrada como si fueran cualquier cosa, las lágrimas caían por sus mejillas llenas de rabia y tristeza. Júpiter, con los ojos aún cerrados, inclinó la cabeza ligeramente con su voz llena de una calma que contrastaba con el caos en la pantalla.
—Esto es lo que UNISOL hace con quienes desafían su autoridad—, dijo llena de una verdad ineludible mientras miraba hacia Suletta.
Shaddiq, con los puños apretados y el rostro pálido, miraba la pantalla con una mezcla de furia y desesperación, consciente de que su base estaba ahora en la mira de una fuerza que no mostraba piedad. El genocidio de Nova Cronia no era solo un acto de represión; era una declaración de guerra, un mensaje claro de que UNISOL no toleraría resistencia, sin importar el costo en vidas inocentes. Y mientras los gritos de los moribundos resonaban a través de la transmisión, todos en la sala sabían que el destino de Titán pendía de un hilo.
Las imágenes de la masacre de Nova Cronia llenaban la pantalla: cuerpos destrozados, calles teñidas de rojo, y el rugido de las armas de Dominicus mientras aniquilaban a los civiles de Saturno. Saturno, la bruja, estaba inmóvil frente a la pantalla con sus manos temblando mientras lágrimas de rabia surcaban su rostro. Era una bruja del aquelarre, leal hasta la médula su señora Solaris, Suletta, pero lo que veía en su planeta natal la estaba desgarrando desde lo más profundo de su ser. Cada grito, cada cuerpo que caía, era un golpe directo a su corazón, un recordatorio de las familias que había conocido, de las calles donde había caminado, ahora reducidas a un campo de exterminio.
Sus ornamentos flotantes, pequeñas esferas de metal que orbitaban a su alrededor, comenzaron a girar más rápido, emitiendo un zumbido grave mientras su conexión con el Permet se intensificaba, alimentada por una furia que parecía arder como un sol dentro de ella. En el hangar, a kilómetros de distancia del planeta, el Gundam Voltis, su arcano, reaccionó a su ira: las líneas de energía que recorrían su armadura púrpura y dorada comenzaron a brillar con un resplandor cegador señal que el permet estaba elevándose, el voltaje que emanaba de su estructura hacía que el aire a su alrededor crepitara con electricidad estática. Los técnicos que estaban cerca retrocedieron con sus rostros llenos de miedo mientras el calor del arcano hacía que el suelo metálico del hangar se deformara ligeramente.
Saturno giró sobre sus talones con su túnica ondeando como un manto de sombras mientras se dirigía hacia la salida de la sala, cada paso resonaba con una determinación que parecía inquebrantable. Júpiter, que había estado sintiendo todo en silencio con sus ojos cerrados, sintió la tormenta que se desataba dentro de su hermana y dio un paso adelante con su voz serena pero cargada de urgencia mientras alzaba una mano. —Saturno, detente—, dijo llena de una autoridad que había guiado al aquelarre durante generaciones. —No es el momento de actuar por impulso. Si vas ahora, te enfrentas a una flota entera sola. —
Pero Saturno no se detuvo. Sus lágrimas de rabia seguían cayendo, dejando un rastro brillante sobre su piel mientras apretaba los puños temblando de furia y dolor mientras respondía, cada palabra cargada de un sufrimiento que parecía infinito. —¡Yo conocía a esas personas, Júpiter! ¡convivieron conmigo, me escondieron! — exclamó quebrándose mientras giraba para enfrentar a su hermana, sus ojos dorados brillaban con una intensidad que parecía incendiar el aire. —No voy a quedarme aquí mientras los masacran como animales. ¡No puedo! ¡No lo haré! — Sin esperar una respuesta, Saturno salió corriendo de la sala desapareciendo por el pasillo mientras sus ornamentos flotantes dejaban un rastro de chispas púrpuras a su paso.
En el hangar, el Gundam Voltis esperaba como un titán proyectando una sombra imponente sobre las plataformas de mantenimiento. La armadura púrpura y dorada del arcano estaba cubierta de runas que brillaban con un resplandor eléctrico, y las alas de energía que sobresalían de su espalda emitían un zumbido grave, como el preludio de una tormenta. Saturno se subió a la cabina con un movimiento ágil, sus manos temblaban mientras conectaba su Permet al arcano, sus lágrimas caian sobre los controles mientras el Gundam se activaba con un rugido que hizo temblar el hangar. Los técnicos retrocedieron aún más, algunos cayendo al suelo mientras el calor y la electricidad llenaban el aire, las alarmas del hangar resonaron con un pitido agudo.
El Voltis despegó de Titán con una fuerza que hizo temblar la estructura de la base, su salida dejo un rastro de chispas y humo mientras se dirigía a Saturno a una velocidad que desafiaba las leyes de la física. Dentro de la cabina, Saturno apretó los controles con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron blancos, su respiración agitada mientras las imágenes de la masacre llenaban su mente, alimentando su ira hasta un punto de no retorno. Murmuró con su voz baja pero llena de un odio que parecía arder en cada sílaba. —Voy a quemarlos a todos. —
En la Plaza del Archivo de Nova Cronia, el caos reinaba. Los cuerpos de los civiles yacían esparcidos por el suelo, algunos destrozados por disparos de plasma, otros aplastados por los mobile suits de Dominicus que patrullaban la zona como depredadores. El aire estaba cargado del olor a sangre y carne quemada, el pavimento cubierto de un rojo brillante que se mezclaba con cenizas y fragmentos de metal. Los gritos de los moribundos resonaban como un coro infernal, algunos arrastrándose por el suelo en un intento desesperado de escapar, mientras las tropas de Dominicus continuaban disparando sus rifles de plasma emitiendo un zumbido letal con cada ráfaga.
De repente, un resplandor púrpura iluminó el cielo, como si un relámpago hubiera caído del espacio. El Gundam Voltis descendió sobre la plaza con una fuerza que hizo temblar el suelo, su aterrizaje creo un cráter en el pavimento mientras las alas de energía en su espalda se expandían, emitiendo un rugido eléctrico que resonó en toda la ciudad. Saturno, dentro de la cabina, dejó escapar un grito de furia que parecía desgarrar el cielo, su voz era amplificada por el arcano mientras su Permet se elevaba a niveles mortales convirtiendo su ira en un arma viva.
—¡AHHHHHHHHHHHH! — rugió llena de un odio puro que parecía reverberar en cada rincón de la plaza. Lágrimas de rabia seguían cayendo por su rostro, su Permet se conectaba con el Voltis para desatar un infierno de electricidad que al impactar incendiaba todo. Rayos púrpura salieron disparados desde los brazos del Gundam, impactando contra las tropas terrestres de Dominicus con una precisión devastadora. Un pelotón de soldados intentó disparar sus rifles de plasma, pero los rayos los alcanzaron primero, sus armaduras se derritieron en un instante mientras sus cuerpos se carbonizaban, gritos ahogados por el crepitar de la electricidad eran cortados en segundos. Los restos de los soldados se convirtieron en cenizas que flotaban en el aire, el olor a carne quemada se intensificaba mientras Saturno avanzaba con su arcano dejando un rastro de destrucción a su paso.
Un mobile suit de Dominicus con cañones de plasma montados en los hombros intentó enfrentarla disparando una ráfaga de proyectiles que iluminaron la plaza con un resplandor azul. Saturno esquivó los disparos con una agilidad sobrenatural, el Voltis se movio como una sombra eléctrica mientras se acercaba al enemigo. —¡Véra thal’os nurkai et’Solaris! —gritó en saturniano llena de un dolor que parecía infinito mientras el Voltis extendía una garra eléctrica que atravesó el torso del mobile suit, el voltaje quemo los circuitos internos mientras la máquina explotaba en una bola de fuego, los fragmentos de metal cayeron al suelo como una lluvia ardiente.
En la sala de Titán, Suletta sintió la furia de Saturno resonar dentro de ella, su conexión con el Permet comenzó a activarse como un catalizador. Sus ojos se volvieron blancos mientras entraba en un trance profundo, su cuerpo temblo mientras su Permet interno se elevaba, su energía se transmitia a través del espacio y conectaba con Saturno. Las brujas presentes sintieron el aumento de poder, sus propios Permet resonando con el de Suletta, sus arcanos en el hangar comenzando a emitir un resplandor intenso. Miorine, que abrazaba a Suletta con lágrimas en los ojos, sintió el calor que emanaba de su cuerpo, sus manos temblaban mientras miraba a su novia con una mezcla de miedo y asombro. —Suletta… ¿qué está pasando? — murmuró temblando mientras las luces de la sala parpadeaban, afectadas por la energía del Permet.
En el puente de mando de su nave insignia, Kenanji Avery observaba la masacre con un nudo en el estómago, su rostro estaba pálido mientras veía a sus tropas aniquilar a los civiles sin piedad. Los canales de comunicación estaban llenos de gritos y órdenes, los oficiales reportaban bajas mientras los cuerpos se apilaban en las calles de Nova Cronia. Sin embargo, su atención se desvió cuando una nueva amenaza apareció en la plaza, un Gundam, pilotado por una bruja, arrasaba con sus tropas como si fueran insectos. —¿De dónde salió esa bruja? — exclamó, mientras veía cómo las unidades equipadas con ANTIDOTE, diseñadas para neutralizar el Permet, eran electrocutadas sin esfuerzo. Mobile suits y soldados terrestres eran reducidos a montones de metal carbonizado y cenizas, el resplandor púrpura del Voltis iluminaba la plaza como un faro de destrucción.
Kenanji dio un paso adelante con su respiración agitada mientras daba una orden a sus oficiales, su tono lleno de una urgencia que no podía ocultar. —¡Ataques orbitales, ahora! — exclamó en el puente mientras miraba las imágenes en tiempo real con su corazón latiendo con fuerza. —¡No podemos permitir que esa bruja siga avanzando! ¡Destrúyanla a cualquier costo! —
Desde las naves de Dominicus en órbita, rayos orbitales y bombas comenzaron a llover sobre la plaza, cada impacto iluminaba el cielo con un resplandor anaranjado mientras el suelo temblaba con una fuerza que hacía crujir los edificios cercanos. Una explosión masiva alcanzó el centro de la plaza, levantando una nube de polvo y escombros que oscureció el aire, los cuerpos de los civiles que aún estaban allí fueron vaporizados en un instante. Saturno, dentro del Voltis, sintió el impacto de las explosiones recibiendo el golpe mientras las alarmas de la cabina resonaban con un pitido ensordecedor. Sin embargo su furia no vaciló; con un grito desgarrador, dirigió el Voltis hacia el espacio, su arcano ascendio a través de la atmósfera mientras esquivaba los rayos orbitales con una agilidad que parecía desafiar la gravedad.
En el espacio, Saturno se enfrentó a miles de unidades de Dominicus: cazas, fragatas y mobile suits que la rodearon como un enjambre, disparando ráfagas de plasma que iluminaban el vacío con destellos azules. El Voltis respondió con rayos de energía púrpura que partían los cazas en dos, sus restos explotando en bolas de fuego que se desvanecían rápidamente en el vacío. Una fragata intentó disparar un cañón de partículas, pero Saturno lo destruyó con un rayo eléctrico que atravesó su casco, la nave explotando en una lluvia de escombros mientras los pilotos morían atrapados en el fuego.
A pesar de que Saturno había abandonado la plaza, Dominicus no detuvo el bombardeo sobre Nova Cronia, las explosiones continuaron mientras civiles y soldados por igual eran atrapados en el fuego cruzado. El gobernador local, que había estado marcando a Kenanji desde el edificio del CESO, apareció en una proyección holográfica con su rostro contorsionado por la furia mientras gritaba temblando de rabia. —¡Para el bombardeo, Avery! — exclamó lleno de pánico mientras las paredes de su oficina temblaban con cada impacto. —¡Personal del CESO está siendo alcanzado en el fuego cruzado! ¡Esto es una locura! ¡Para ahora! —
Kenanji lo miró con una expresión llena de una amargura que pesaba como plomo mientras respondía. —Le dije que nos íbamos a ir al infierno por esto—, dijo, en un tono frío mientras veía cómo la situación se salía de control. Segundos después, un rayo orbital impactó directamente contra el edificio del CESO, la estructura colapso en una explosión masiva que redujo todo a escombros. El gobernador murió aplastado bajo los restos de lo que una vez fue su dominio, su comunicación se cortó en un instante, dejando solo estática en el canal.
En el espacio, Saturno seguía luchando, su El Voltis fue rodeado por un enjambre de unidades de Dominicus que disparaban sin cesar. Los impactos comenzaban a hacer mella en el arcano, las alarmas de la cabina resonaban mientras las grietas aparecían en la armadura, el resplandor púrpura parpadeaba bajo la presión mientras Saturno, con lágrimas de odio corriendo por su rostro, gritó con furia elevando su Permet aún más, su energía alcanzo niveles que habrían matado a cualquier otro usuario, pero su conexión con Suletta la protegía de los efectos secundarios, su ira se convertia en un arma que quemaba todo a su paso.
De repente, cuatro figuras aparecieron a su lado, brillando con un resplandor que iluminó el espacio como si un nuevo sistema estelar hubiera nacido. Júpiter, Neptuno, Urano y Plutón habían despegado desde Titán para unirse a la batalla entrando en la refriega con una fuerza que hizo temblar a las flotas de Dominicus.
El Gundam Goliath de Júpiter, con su armadura blanca y dorada que brillaba como un sol, se posicionó al frente, sus escudos de energía se desplegaron mientras activaba su habilidad gravitacional. Una onda de gravedad masiva emanó del Goliath, implosionando una escuadra de cazas como si fueran latas, sus estructuras colapsaron bajo la presión mientras los pilotos morían aplastados dentro de sus cabinas. Los restos de las naves flotaron en el vacío, destrozados y retorcidos, mientras Júpiter dirigía su arcano con una precisión letal, con una voz serena resonando a través del permet hablo. —Hermanas, protejan a la señora Solaris con sus vidas—, dijo, en un tono lleno de una autoridad que parecía trascender el caos de la batalla.
El Gundam Glacispectre de Neptuno, con su armadura azul pálida y alerones cristalinos que reflejaban la luz como prismas, se movió con una gracia gélida, su cuerno de unicornio brillaba con un resplandor helado mientras activaba en la pantalla del piloto aparecía el mensaje "Arctis Oblivion". Una ola de frío absoluto se extendió desde el Glacispectre, congelando una fragata entera en segundos, el hielo se expandio desde su interior hasta que el casco estalló en pedazos, los fragmentos flotaron en el espacio como un mosaico de cristal roto. Neptuno, con su voz fría y cortante, habló a través del comunicador, su tono lleno de una furia contenida. —Por mi señora y el aquelarre, pagarán con su sangre—, siseó, mientras el Glacispectre disparaba fragmentos superenfriados que perforaron otro grupo de cazas, congelándolos antes de que explotaran.
El Gundam Abyssalis de Urano, con su armadura verde turquesa y degradados púrpura, se movió como una sombra venenosa, en la pantalla del piloto se veía reflejado la frase "Thalassofagia" desatando una marea de Permet tóxico que envolvió una escuadra de mobile suits enemigos. El veneno descompuso sus armaduras en segundos, los metales pudriéndose y colapsando mientras los pilotos gritaban, sus cuerpos descomponiéndose dentro de las cabinas mientras partes de su cuerpo caían podridas. Urano, con su voz suave pero llena de un desprecio etéreo, habló a través del comunicador, sus palabras resonando como un eco en una caverna. —Su existencia es una afrenta al aquelarre—, dijo, mientras el Abyssalis extendía sus tentáculos de corrosión, anclándolos en una fragata y drenándola hasta que colapsó en un montón de metal podrido.
El Gundam Oneirion de Plutón, azul zafiro oscuro con patrones fractales que hipnotizaban, viajaba como una mariposa en el espacio, en la cabina del piloto se mostraba el mensaje "Ereboan Silence", El permet se disparó apagando todas las señales. Las naves de Dominicus en esa zona quedaron a la deriva, sus sistemas electrónicos fallando mientras los pilotos caían en un sueño mortal inducido por el permet del Oneirion, que se adherían a la mente de los pilotos y sellaban a las tripulaciones en pesadillas eternas. Plutón, con su voz suave como un susurro, habló a través del comunicador con sus palabras llenas de una calma inquietante. —Duerman para siempre—, murmuró, mientras las naves afectadas se estrellaban entre sí, explotando en el vacío.
Las cinco brujas elevaron su Permet a niveles mortales, sus arcanos brillaban con un resplandor que parecía desafiar las leyes del universo, sus energías resonaban con la de Suletta, quien seguía en trance en la sala de Titán, su Permet brillaba como un sol mientras servía como catalizador. Las brujas no mostraban efectos secundarios, su conexión con Suletta las protegia mientras desataban un poder que hacía temblar el espacio mismo.
A pesar de su fuerza, las flotas combinadas de la 5ta y 9na compañía de Dominicus comenzaron a abrumarlas, sus arcanos comenzaron a recibir impactos que hacían temblar sus estructuras. Una ráfaga de plasma impactó contra el Voltis, arrancando una de sus alas de energía y haciendo que Saturno gritara de furia y dolor dentro de la cabina, su arcano se tambaleo mientras las alarmas resonaban. El Glacispectre de Neptuno recibió un rayo orbital que agrietó su armadura, el hielo de su cuerno parpadeo mientras intentaba mantener su posición. El Abyssalis de Urano fue alcanzado por una explosión que quemó parte de su torso, la neblina tóxica a su alrededor se disipo mientras luchaba por mantenerse en pie. El Oneirion de Plutón perdió uno de sus anillos flotantes, su campo de ondas cerebrales comenzó a debilitarse mientras los cazas enemigos se acercaban.
Júpiter, con una sonrisa serena en su rostro, giró hacia Saturno a través del canal de comunicación del permet, y con una voz llena de una calma que contrastaba con el caos de la batalla le dijo. —Si salimos de esta, hermana, te voy a llamar la atención— mientras el Goliath desviaba un rayo orbital con su campo gravitacional, el impacto hizo que su armadura emitiera un crujido alarmante.
En una última línea de defensa, las cinco brujas formaron un círculo con sus arcanos protegiéndose mutuamente mientras recibían golpes e impactos de las naves de Dominicus. El Voltis de Saturno disparaba rayos eléctricos a ciegas, su estructura estaba al borde del colapso mientras Saturno gritaba de furia dentro de la cabina, su Permet estaba al límite. El Goliath de Júpiter mantenía un campo gravitacional que apenas resistía los disparos enemigos, su armadura blanca y dorada estaba llena de grietas mientras Júpiter susurraba plegarias al aquelarre. El Glacispectre de Neptuno, con su cuerno apagado, disparaba fragmentos de hielo que se quebraban contra los escudos enemigos con Neptuno gruñendo de frustración dentro de la cabina. El Abyssalis de Urano liberaba pequeños estallidos de veneno, pero su energía se desvanecía, Urano respiraba con dificultad mientras su arcano temblaba. El Oneirion de Plutón, con su sistema de ondas cerebrales casi destruido, apenas podía mantenerse en posición, Plutón murmuraba palabras de sueño eterno mientras su arcano recibía un impacto directo.
Estaban al borde de la destrucción, al límite, cuando un rayo iónico masivo cortó el espacio con un resplandor cegador, partiendo dos destructores imperiales de Dominicus por la mitad. Las naves explotaron en una lluvia de fuego y escombros, el vacío se ilumino con un resplandor anaranjado mientras los restos flotaban en todas direcciones. Detrás de la flota de Dominicus, una nueva fuerza emergió como un espectro de venganza: una flota enorme compuesta por tres naves clase Imperator modificadas, fragatas, destructores e interceptores, todas marcadas con un símbolo inconfundible: tres cabezas de lobo juntas con rostros furiosos sobre un fondo carmesí. Era la Legión de los Lobos Carmesí, llegada desde Marte para unirse a la batalla.
Júpiter dejó escapar un suspiro de alivio, y con una voz llena de una calma renovada hablaba a sus hermanas a través del comunicador cargado de esperanza. —Estamos salvadas—, dijo, con su sonrisa suavizándose mientras miraba el símbolo de los Lobos Carmesí. —Marte está aquí, y a traído con ella a su legion. —
Las brujas, con sus arcanos al borde del colapso, observaron cómo la flota de los Lobos Carmesí avanzaba con sus naves abriendo fuego contra Dominicus con una ferocidad que igualaba la de Saturno.
En el puente de mando de la nave insignia de la Legión, una figura imponente observaba el campo de batalla con una furia contenida que parecía hacer temblar el aire a su alrededor. Marte, la Bruja de la Ira Incandescente, estaba de pie frente a una pantalla holográfica que mostraba la devastación en tiempo real. Su cabellera larga y escarlata, como lava líquida, caía en ondas salvajes sobre sus hombros, reflejando la luz del puente con un resplandor ardiente. Sus ojos, de un rojo incandescente, eran faros de furia que parecían perforar la pantalla, sus colmillos se mostraban en un gesto de ira, su piel blanca brillaba con un tono frio que evocaba su sed de sangre, el planeta de la guerra que le había dado su nombre. Su atuendo, una fusión entre armadura ceremonial y vestimenta tribal, estaba decorado con piezas metálicas que emitían destellos cálidos, como si estuvieran a punto de fundirse, y su lanza de doble hoja de filamento rojo ardiente temblaba en su mano, resonando con su ira y en la punta ondeaba una bandera triangular con el logo de su legion.
Marte era la encarnación misma de la rabia ancestral del aquelarre, un fuego vivo que ardía con una intensidad que podía doblegar voluntades y quebrar el coraje de sus enemigos con solo una mirada. No meditaba como sus hermanas; ella actuaba, su presencia física y directa era una declaración de guerra en sí misma. Y ahora, al ver a sus hermanas al borde de la destrucción, su furia alcanzó un nuevo nivel, un infierno que amenazaba con consumir todo a su paso.
Un capitán de la Legión, un hombre alto con el cabello corto y negro y un uniforme carmesí con el símbolo de los trilobos, se acercó a Marte, golpeando su pecho con un puño en un saludo reverente. —Warmaster—, dijo firme pero lleno de respeto mientras miraba a Marte, sus ojos brillaban con una mezcla de admiración y temor. —Los enemigos están siendo diezmados. La Legión arrasa con las flotas de Dominicus. No quedará ni un solo casco enemigo cuando terminemos. —
Marte rugió como una loba, un sonido primal que resonó en el puente y envió un escalofrío a todos los presentes, su voz estaba llena de una furia que parecía sacudir las estrellas mismas. —¡Estos cachorros han osado tocar a mis hermanas! — exclamó, llena de un odio que ardía como un volcán, sus ojos rojos brillaban con una intensidad que parecía incendiar el aire. La lanza de doble punta en su mano tembló con su ira, las hojas de filamento rojo emitian un resplandor ardiente que iluminó su rostro con un resplandor infernal.
Dio un paso adelante, su cabellera escarlata ondeando como un manto de fuego mientras giraba hacia el capitán con su expresión el cual era una mezcla de determinación y furia pura. —Voy a salir a la batalla—, dijo cargada de una promesa de destrucción, cada palabra resonaba con un peso que parecía inquebrantable. —Prepárense para seguir mi carga. —
El capitán golpeó su pecho de nuevo con un puño, su rostro estaba lleno de una lealtad absoluta mientras respondía, lleno de fervor. —Buena caza, Warmaster—cargado de respeto mientras inclinaba la cabeza.
Marte se dirigió al hangar de la nave insignia, su lanza ardiente dejaba un rastro de chispas a su paso mientras subía al GNM-07R Gundam Prometheon, su arcano conocido como el Lobo de Sangre Carmesí. El Gundam, de 21.8 metros de altura, era una visión imponente: su armadura negra obsidiana con acentos carmesí brillaba con un resplandor oscuro, las placas anguladas y superpuestas como escamas de lobo rematadas con garras y ganchos rituales que evocaban antiguas máquinas de guerra marcianas. La cabeza del Prometheon, con cuernos cortos angulados y una visera en forma de máscara demoníaca con ojos carmesí ardientes, parecía gruñir mientras Marte se conectaba al arcano, su Permet resonando con el Gundam. La melena térmica blanca en su cuello canalizaba el calor del reactor, emitiendo un resplandor rojo que evocaba el planeta Marte, un rugido profundo resonando desde el arcano mientras se activaba, las luces rojas iluminando el hangar como un amanecer sangriento.
El Prometheon salió al espacio con una fuerza que hizo temblar la nave insignia, su presencia generando una "zona de muerte" a su alrededor mientras destruía objetivos sin piedad. Una escuadra de cazas de Dominicus intentó interceptarlo, disparando ráfagas de plasma que iluminaron el vacío con destellos azules, pero Marte los aniquiló con un golpe de sus hachas gemelas de Permet templado, las hojas vibrando a alta frecuencia mientras cortaban las naves como si fueran papel, los restos explotando en bolas de fuego que se desvanecían rápidamente. Un mobile suit enemigo disparó un cañón de partículas, pero el Prometheon lo esquivó con un movimiento fluido, sus garras de ejecución reforzadas perforando el blindaje del enemigo y extrayendo su núcleo de energía, que explotó en una lluvia de chispas mientras el mobile suit colapsaba.
Marte elevó su Permet, su energía resonó a través del espacio para expandir su ira, y entonces lo sintió, la presencia de Suletta, la señora Solaris, su Permet se conectó con el de la bruja solar. Dentro de la cabina, los ojos de Marte se abrieron de par en par, llenos de sorpresa y reverencia mientras exclamaba con su voz temblando de emoción. —¡Mi señora Solaris! — gritó, su tono lleno de devoción mientras una risa maníaca escapaba de sus labios, su Permet se elevó con una ira que parecía incendiar el espacio mismo. —¡Están muertos, desgraciados malnacidos! — rugió a todo pulmón, su voz llena de una euforia salvaje mientras el Prometheon entraba en un modo berserker, su melena térmica brillando con un resplandor rojo intenso mientras aniquilaba todo a su paso.
El Gundam Prometheon se movió como una fuerza de la naturaleza con sus hachas gemelas cortando naves y mobile suits con una precisión brutal, cada golpe causaba el máximo daño con el mínimo movimiento. Una fragata de Dominicus intentó disparar un rayo orbital, pero Marte rugió como una loba sedienta de sangre y en la pantalla de su terminal apareció un mensaje, "Dómar Úlfartannar", el sello térmico en el antebrazo del Prometheon brillo mientras un pulso térmico dirigido irradiaba la nave desde el interior, los metales fundiéndose mientras la tripulación moría quemada viva por la radiación, la fragata exploto en una lluvia de escombros ardientes. Marte rugió de nuevo, los controles de la cabina temblaban en su mano por la ira mientras dirigía el Prometheon hacia su próximo objetivo, su furia era un incendio que consumía todo a su paso.
La flota de los Lobos Carmesí arrasaba con igual ferocidad, sus naves disparaban ráfagas de energía y proyectiles que destrozaban las formaciones de Dominicus. Una nave clase Imperator modificada, con el símbolo del lobo carmesí grabado en su casco, disparó un cañón iónico que partió un destructor de Dominicus en dos, la nave exploto en una bola de fuego que iluminó el espacio con un resplandor anaranjado. Las fragatas de la Legión, más pequeñas pero letales, se movían en formaciones precisas, atacando los puntos débiles de las naves enemigas con una coordinación que hablaba de años de experiencia en combate. Los interceptores de la Legión perseguían a los cazas de Dominicus, derribándolos con ráfagas de plasma que los reducían a escombros flotantes, mientras los destructores disparaban andanadas de misiles que diezmaban las líneas enemigas.
Marte, desde la cabina del Prometheon, observaba la destrucción con una satisfacción feroz, su ira contenida ahora desatada en un torbellino de violencia. Apuntó hacia la nave insignia de la 9na flota de Dominicus, su objetivo claro mientras el Prometheon aceleraba a través del espacio, su melena térmica brillando con un resplandor rojo que parecía un cometa sangriento. La nave insignia, un crucero Imperator masivo, disparó un rayo de partículas en un intento desesperado de detenerla, pero Marte esquivó el ataque con un giro ágil, el Prometheon acercándose al puente de mando con una velocidad aterradora.
Con un rugido que resonó a través del espacio, Marte activó el sistema Terminus del Prometheon, el sello térmico brillo mientras el brazo derecho del Gundam se extendía, perforando el puente de la nave insignia con un golpe devastador. El pulso térmico dirigido incineró todo en su interior, los oficiales y el comandante Cheng Xhulian, amigo de Kenanji, murieron irradiados vivos mientras el puente explotaba, la nave insignia colapsando en una bola de fuego que iluminó el espacio con un resplandor cegador. Marte, dentro de la cabina, dejó escapar una risa maníaca, su voz llena de una satisfacción salvaje mientras veía los restos de la nave flotar en el vacío, su ira finalmente saciada por la muerte de uno de los responsables de la masacre.
En el puente de mando de su propia nave insignia, Kenanji Avery observó la destrucción de la 9na flota con un horror que le heló la sangre. La proyección holográfica mostraba la nave de Cheng Xhulian explotando, los restos flotando en el espacio mientras las fuerzas de Dominicus eran diezmadas por la Legión de los Lobos Carmesí y el Gundam Prometheon de Marte. Kenanji dejó escapar un grito desgarrador, su voz llena de dolor y furia mientras golpeaba el panel de control con los puños, sus ojos llenos de lágrimas de rabia. —¡Cheng! — exclamó, su tono quebrándose mientras veía cómo su amigo y camarada moría en un instante, su flota hermana reducida a escombros.
Las fuerzas de Dominicus estaban siendo aniquiladas, sus naves cayendo una tras otra bajo el asalto implacable de los Lobos Carmesí y la nueva bruja que habia llegado. Kenanji, con el rostro contorsionado por la furia y la desesperación, dio una orden final, su voz temblando mientras apretaba los puños. —¡Lanzar tres bengalas! ¡Retirada inmediata! —exclamó, su tono lleno de una amargura que pesaba como plomo. Las bengalas de color rojo brillante se dispararon desde la nave insignia, una señal clara para las fuerzas restantes de Dominicus, que comenzaron a retirarse con sus naves alcanzando la hipervelocidad mientras salían de la órbita de Saturno, dejando atrás un campo de batalla lleno de escombros y sangre.
Marte, desde el Prometheon, observó cómo las naves enemigas huían, su cabellera escarlata ondeaba dentro de la cabina mientras apretaba los controles con fuerza, sus ojos rojos brillaban con una furia que aún no se había apagado. —¡Cobardes! — rugió, su voz resonando a través del espacio mientras golpeaba los controles del Prometheon, su ira hacia temblar el arcano. Pero no persiguió a los que huían; su atención se desvió hacia sus hermanas, que se acercaban lentamente a su posición con sus arcanos dañados pero aún operativos.
Júpiter, a través del Permet, habló con Marte con su voz serena pero llena de gratitud mientras el Gundam Goliath flotaba junto al Prometheon. —Gracias por llegar a salvarnos, hermana—, dijo con una calidez que contrastaba con el caos de la batalla. —Sin ti, habríamos caído. —
Marte respondió con una voz llena de urgencia, sus ojos rojos buscaban respuestas mientras miraba la proyección holográfica de Júpiter. —¿Dónde está la señora Solaris? — preguntó llena de una devoción que parecía inquebrantable, su ira contenida fue reemplazada por una necesidad de proteger a la figura que guiaba al aquelarre.
Júpiter sonrió suavemente llena de una calma que resonaba con esperanza mientras respondía. —te llevare con ella—, dijo, su tono lleno de una certeza que parecía trascender el momento. —Está en Titán. —