Capítulo 18 El Vínculo de la Bruja
14 de septiembre de 2025, 2:18
Elnora Samaya estaba sentada en su escritorio, frente a una pantalla gigante que proyectaba un mosaico de información caótica: la declaración de guerra de UNISOL contra Júpiter, el regreso de la Bruja Solar y la masacre en el planeta, el anuncio público de Solaris como enemiga del sistema solar y las restricciones sobre los usuarios del Permet, la revolución neptuniana y la toma de poder absoluto por la reina Thalyssara, entre otros titulares que parpadeaban en rojo. Encendió un cigarrillo y dio una calada profunda; el humo ascendió en espirales mientras analizaba los datos. Los avances de Ochs eran lentos, casi insignificantes, y, a pesar de su influencia, habían quedado relegados a un segundo plano. El Aquelarre de su "hija", Suletta, ahora encabezaba la lista de enemigos de Dominicus y UNISOL, lo que, irónicamente, les otorgaba una ventaja táctica al desviar la atención principal.
La puerta trasera de la sala se abrió con un chirrido metálico y una figura entró con paso cansino. Belmeria Winston, con una expresión aburrida y una tableta en los brazos, se acercó al escritorio.
"El laboratorio de Vanadis ha sido destruido por Suletta," anunció con voz monótona mientras ajustaba sus lentes.
Elnora dio otra calada a su cigarrillo antes de responder, su voz grave y controlada.
"Estaba dentro de los planes. Tarde o temprano ese laboratorio debía caer. ¿El Guardián logró enviar los últimos registros?" preguntó, sus ojos fijos en la pantalla.
Belmeria asintió.
"Sí, así es. Tenemos todos los datos. Los sujetos de prueba, incluido el Guardián, han sido eliminados," informó con un tono carente de emoción.
Elnora volvió a inhalar el humo, exhalándolo lentamente.
"¿Y la bruja?" inquirió, su mirada endureciéndose.
Hubo una pausa, un silencio cargado que llenó la habitación.
"Según lo que captamos de los registros, Suletta se la llevó," respondió Belmeria, su voz neutral pero con un matiz de sorpresa.
El silencio se prolongó, denso e incómodo.
"Eso es un imprevisto…" murmuró Elnora, frunciendo el ceño. "El Guardián debía matarla si alguien invadía el lugar. ¿Las instrucciones no fueron claras?"
Belmeria dejó la tableta sobre el escritorio, tomó un cigarrillo de la mesa de Elnora y lo encendió con un encendedor plateado. Dio una calada profunda antes de hablar.
"El mocoso, al parecer, no pudo matar a su madre," dijo con una risa burlona. "Parece que los sujetos de prueba no pueden dejar de lado su afecto. El niño quería la atención de su mami." Hizo una pausa, exhalando el humo. "Sin embargo, tenemos su código genético, el de él y el de la bruja. Podemos seguir probando con sujetos de prueba hasta lograr a los perfectos, con una habilidad permitana superior."
Elnora se puso de pie, su figura imponente proyectando una sombra sobre la mesa.
"¿Cuántos sujetos de prueba tenemos operativos?" preguntó con tono exigente.
Belmeria dio otra calada y consultó la tableta.
"Elan Ceres, sujeto mejorado número 7, está listo. Las demás 'brujas' también, aunque algunas tienen problemas de temperamento. Se pueden aprovechar en batalla," explicó deslizando el dedo por la pantalla.
Elnora suspiró, masajeándose las sienes.
"No quiero otra Uranielle, Belmeria. Necesito soldados que cumplan lo que se les ordena, no importa el precio. Si tienes que raptar niñas para ver si son compatibles con los genes de la bruja, adelante. Necesito resultados. Habla con las CEO de Peil, necesito que las nuevas unidades estén operativas. Ya sea que UNISOL o Suletta vengan por nosotras, debemos demostrarles que podemos vencer a cualquiera, incluso a una diosa." Dicho esto, se dio la vuelta y salió de la sala, dejando a Belmeria sola con el eco de sus palabras.
Belmeria dio una última calada a su cigarrillo y lo apagó en un cenicero cercano, el chisguido del tabaco resonando en el silencio. Desvió la mirada hacia la mesa de Elnora y tomó un cuadro con una fotografía antigua: una joven Elnora junto a una doctora de cabello blanco, ambas sonriendo en un laboratorio olvidado.
"La teoría de la permitización sintética, eh… Ya creo que nos hemos alejado de esa meta, Doctora Cardo. Ya estamos jugando a ser dioses, y pronto el diablo va a venir a por nosotros," murmuró para sí misma, su voz apenas un susurro. Dejó el cuadro con cuidado y avanzó hacia la puerta.
"…El diablo vestido de blanco," añadió antes de salir por completo, dejando la oficina envuelta en el zumbido de la ventilación y el persistente olor a tabaco.
Los laboratorios de concentración de Ochs eran recintos fríos y estériles, un laberinto de salas de pruebas donde científicos —en su día considerados mentes brillantes, pero carentes de ética— llevaban a cabo investigaciones que trascendían los límites de la moralidad, aplicándolas en sujetos de prueba proporcionados por la organización bajo el pretexto del “bien de la ciencia”. Dentro de los cuartos de investigación, las celdas albergaban a una variedad de sujetos: niños, niñas, mujeres adultas y hombres, seleccionados sin distinción inicial. Sin embargo, las conclusiones fueron implacables. El Permet sintético, una creación artificial diseñada para replicar las habilidades de las usuarias naturales, no podía ser asimilado por los hombres. Los científicos atribuyeron esto al cromosoma Y, que parecía rechazar la integración. Los intentos de inyectar las células y genes de Calythea en sujetos masculinos resultaban en muertes horrendas: desangramiento por todos los orificios del cuerpo, incluidos los ojos, acompañado de convulsiones violentas hasta el fallecimiento. Las mujeres y niñas no compatibles enfrentaban un destino igualmente trágico: jaquecas insoportables y alucinaciones que las llevaban a la locura, muchas acabando con sus propias vidas al afirmar que “escuchaban voces” en sus cabezas.
A pesar de estos fracasos, Ochs logró engañar al Permet sintético, alcanzando un hito con su primer sujeto mejorado: un clon del dueño de Peil Technologies, Elan Ceres, un niño genio. Mediante una ingeniosa manipulación genética, encapsularon el cromosoma Y, permitiendo una sincronización exitosa con el Permet sintético. Elan Ceres, aunque imperfecto y aún un producto de prueba, nació como el primer sujeto masculino capaz de usar el Permet a voluntad, un logro que marcó un punto de inflexión en los experimentos.
Mientras Ochs continuaba sus investigaciones, Elnora Samaya transformó su apariencia y cabello, adoptando una vida falsa junto a la hija nacida de la bruja Calythea, a quien llamó Suletta. Desde bebé, se extrajo sangre de Suletta para alimentar los experimentos, pero algo en su esencia era tan poderoso que, al inyectarla en niñas de prueba, estas morían desangradas, al igual que los hombres con el Permet sintético. Suletta creció bajo la supervisión de Elnora, quien desde pequeña notó su control innato del Permet, un talento que emergía como un faro en la oscuridad. Sin embargo, sus genes y células no podían transferirse a un ser consciente de manera directa, lo que llevó a Ochs a clonar a Suletta en 20,000 ocasiones. Cada clon era más imperfecto que el anterior: niñas deformes, cuerpos sin cabeza, entidades que parecían no estar destinadas a vivir. Pero tras este macabro experimento, se descubrió un hecho perturbador: esos seres tenían alma, estaban “vivos”, lo que abrió una nueva puerta a la locura científica.
Ochs, bajo esta revelación, persiguió una teoría aún más ambiciosa: la inmortalidad mediante el Permet, transfiriendo el alma a un objeto o ser. El proyecto de permitización sintética alcanzó un nuevo nivel de delirio, liderado por Belmeria Winston, ingeniera biomecánica y experta en genética. Desarrollaron un clon a medida, llamado Eri, con un cuerpo débil, y un prototipo para almacenar el alma: el Aerial. Mediante el Permet sintético, Belmeria logró transferir el alma de Eri al Aerial, consiguiendo el objetivo inicial. Sin embargo, los intentos con otros sujetos fracasaron repetidamente. Las muestras genéticas de Suletta se agotaban, y tras 19 años desde su nacimiento, Ochs planeó una operación para capturarla. Pero las cosas no salieron como esperaban. Suletta, ahora conocida como Solaris, se había convertido en una amenaza formidable, consciente de los crímenes de Ochs: el asesinato de 19,999 de sus hijas clonadas. Su ira y su poder permitano eran ahora un peligro que Ochs debía enfrentar.
En los laboratorios, las luces parpadeaban bajo las tormentas permiticas externas, y los tanques de clonación zumbaban con un sonido inquietante. Belmeria, revisando datos en su tableta, murmuró para sí misma:
“Suletta… o Solaris, como se hace llamar ahora. Tu sangre nos dio vida, y tu venganza nos traerá la muerte.”
Elnora, desde un rincón oscuro, observaba en silencio, su mente girando en torno a un plan para contrarrestar a su propia creación, sabiendo que el precio de su ambición podría ser su propia ruina.
Los pasillos inferiores del complejo de Ochs, enclavado en el Vacío Exterior, no estaban diseñados para la ciencia pura, sino para la manufactura sistemática de armas vivientes. En cámaras estériles iluminadas por luces blancas que nunca se apagaban, el aire estaba cargado de un zumbido constante y del olor metálico de los equipos médicos. Allí se gestaba y entrenaba el Escuadrón Uroboros, un grupo de doce niñas que jamás conocieron la calidez de un hogar, moldeadas desde su primer aliento para convertirse en cuchillas afiladas contra los enemigos de Ochs.
El nombre “Uroboros” no era arbitrario: representaba a la serpiente que devora su propia cola, símbolo antiguo de eternidad y del ciclo interminable de vida y muerte. Para Ochs, estas niñas encarnaban ese ciclo: nacidas del Permet, destinadas a morir por él, y de sus muertes surgirían otras como ellas.
Entre las filas del Escuadrón, tres figuras destacaban en los registros de progreso. No eran las más veteranas ni las más letales, pero sí las que mostraban un potencial todavía sin explotar.
Proyecto ARES – Ardeline “Ares” Vorst (Designación: Uroboros-03)
Ardeline había sido creada a partir del tejido genético de una bruja marciana capturada hacía más de una década. A ese legado se le añadieron mutaciones inducidas que aumentaron su densidad ósea y masa muscular. Nació en una cápsula de inmersión, flotando en un líquido nutritivo mientras sus huesos se forjaban como acero bajo la vigilancia de monitores implacables. Nunca escuchó canciones de cuna; en su lugar, altavoces le gritaban órdenes: “Golpea. Corre. Mata.”
El afecto, para ella, se medía en recompensas frías: un dulce artificial, un minuto extra de sueño, una caricia breve de una cuidadora con guantes de látex. Su entrenamiento fue brutal, enfrentándola a animales salvajes traídos de lunas mineras, donde aprendió a quebrar cuellos antes que a leer una palabra.
Era volátil, una fuerza explosiva que ardía con una rabia que no comprendía. Ochs había implantado en su mente la idea de que Solaris, la Ephore, era la culpable de su existencia confinada y de su infancia robada. Cada vez que el Permet sintético corría por su sangre sentía un fuego abrasador en la médula; lejos de rechazarlo, lo buscaba, porque en ese dolor encontraba su única identidad.
Proyecto CRONIA – Ceryne “Cronia” Halvast (Designación: Uroboros-07)
Ceryne fue concebida como un experimento para manipular el espacio mismo. Sus neuronas se conectaron desde su útero artificial a microprocesadores cuánticos implantados en la base de su cráneo. Nunca escuchó una voz humana sin distorsión; todas sus interacciones llegaban filtradas por frecuencias mecánicas. Criada en un módulo de aislamiento, aprendió que el contacto físico era una amenaza.
Su único vínculo era el frío metal de los electrodos y la sensación de vacío que podía crear: la habilidad de alterar la gravedad a su alrededor, haciendo flotar objetos o aplastando enemigos con un pensamiento. En los raros momentos de soledad, cuando creía que nadie la observaba, Ceryne susurraba al vacío. Hablaba de “latidos” en el espacio, como si el cosmos tuviera un corazón que respondiera a su presencia. Los instructores de Ochs anotaban esas frases como delirios menores, pero para ella eran un consuelo, lo más cercano a una madre que jamás tocaría su piel.
Proyecto NYX – Nivara “Nyx” Dravelle (Designación: Uroboros-11)
Nivara era la más silenciosa de las tres, y su sola presencia inquietaba incluso a los científicos más endurecidos. Su ADN provenía de una bruja exiliada del cinturón de Kuiper, fusionado con vectores virales que manipulaban radiación y energía oscura. Fue criada en cámaras refrigeradas a temperaturas que habrían matado a cualquier humano normal, su cuerpo adaptado a un frío extremo. Nunca lloró, nunca sonrió. Desde que pudo mantenerse en pie pasaba horas observando la escarcha formarse en las paredes de su celda, como si supiera que ese hielo era su sustento.
Un día, una cuidadora intentó humanizarla con un muñeco de tela, pero al abrazarlo, Nivara lo desintegró en polvo helado en segundos. Desde entonces, los científicos abandonaron todo intento de “domesticarla”, dejándola como una fuerza fría e impredecible. Su habilidad para absorber calor y radiación cubría de escarcha todo a su alrededor, un poder que la aislaba aún más.
A pesar de sus diferencias, Ares, Cronia y Nyx compartían un anhelo que Ochs no pudo extirpar: la necesidad de afecto. En los escasos momentos libres, se reunían en una esquina del dormitorio común e inventaban historias sobre madres que las esperarían al final de la guerra. Eran niñas, y como todas las niñas, buscaban a alguien que les dijera que todo estaría bien.
Ochs lo sabía… y lo explotaba. Durante las sesiones de entrenamiento, una “madre” artificial —un androide de rostro suave y voz cálida— les prometía que, si cumplían su misión, serían reunidas con sus familias. Ninguna sabía que esas familias no eran más que una ilusión cruel.
El Escuadrón Uroboros era una mentira diseñada para ser verdad solo hasta el día de su sacrificio. Para la maquinaria de Ochs no eran hijas, sino balas vivientes en una recámara, esperando el momento de ser disparadas. Y cuando ese día llegara, las niñas correrían hacia su destino con la esperanza de que, en algún lugar, alguien las esperara con los brazos abiertos, ignorantes de que su único propósito era alimentar el ciclo interminable de la serpiente que las había creado.
Las luces en el bloque de entrenamiento del complejo de Ochs se encendían siempre a la misma hora, un zumbido eléctrico que cortaba el silencio como una sentencia ineludible. Las niñas no tenían ventanas, relojes ni forma de distinguir si afuera era día o noche; para ellas, el ciclo comenzaba con ese sonido y terminaba con su eco en sus mentes agotadas. Cada mañana, las puertas de sus celdas se abrían con un chasquido metálico, y las voces de los instructores resonaban como una condena:
—¡En pie, Uroboros! Preparación en cinco minutos.
Ares siempre era la primera en levantarse. No por disciplina, sino por instinto de supervivencia; había aprendido que llegar tarde al primer conteo significaba descargas eléctricas en las piernas, un dolor que aún sentía en los músculos. Cronia, en cambio, tardaba más, sentándose en el borde de su cama con la mirada perdida en el suelo metálico, como si escuchara algo en su vibración antes de moverse. Nyx se incorporaba en silencio, su aliento formando pequeñas nubes de vapor helado que se disipaban en el aire gélido de su celda.
La primera hora estaba dedicada al moldeado corporal. Los técnicos, con rostros ocultos tras máscaras quirúrgicas, inyectaban nanocompuestos para fortalecer músculos y huesos, un proceso que a menudo provocaba fiebre y vómitos. Sin embargo, no había pausas; debían correr, levantar pesos y pelear entre ellas mientras las agujas seguían en sus venas. Ares florecía en el combate, su lenguaje natural, y en cada golpe parecía buscar un reconocimiento que nunca llegaba. Cronia sufría más; los implantes cuánticos en su cráneo a veces se sobrecargaban, dejándola inmóvil con lágrimas silenciosas que no entendía. Los instructores la sacudían sin compasión, forzándola a continuar, y ella obedecía, no por voluntad, sino porque sabía que la resistencia intensificaba el dolor. Nyx apenas sudaba; su metabolismo modificado absorbía calor y energía de sus compañeras, y a veces las niñas que entrenaban a su lado colapsaban por hipotermia. No era crueldad, solo supervivencia instintiva.
La siguiente fase era la hora de visión. En una sala oscura, una pantalla gigantesca proyectaba imágenes diseñadas para moldear sus mentes: ciudades arrasadas por UNISOL, mujeres quemadas en hogueras, niños ejecutados por soldados. Las voces de los tutores repetían que Solaris era la culpable indirecta de esos horrores, que la única salvación para la "verdadera humanidad" estaba en obedecer a Ochs. Entre la propaganda, aparecían fragmentos de una figura maternal: una mujer de cabello dorado con brazos abiertos, sonriendo, prometiendo un hogar. Esa imagen no existía, pero para las niñas se convirtió en un ícono sagrado. Cuando la androide cuidadora las visitaba por las noches, muchas le preguntaban si era esa mujer; la máquina respondía con su voz programada:
—Cuando cumplas tu misión, ella te abrazará.
Y esa promesa bastaba para que niñas de ocho, diez, doce años aceptaran arriesgar sus vidas por una ilusión.
Ese día, las puertas del bloque se abrieron hacia el hangar principal, un espacio cavernoso donde doce colosos dormían bajo luces frías: los Gundams Uroboros, construidos por Peil con prototipos prohibidos, diseñados para sincronizarse con el Permet sintético de las niñas, ajustados a sus mutaciones genéticas. El protocolo era brutalmente simple: conectar, sincronizar y sobrevivir. Los pilotos adultos rara vez soportaban más de treinta segundos de conexión antes de que el Permet sintético los matara; las niñas eran las únicas capaces de tolerarlo, a costa de su infancia, salud y cordura.
Ares corrió hacia su Gundam, una máquina pesada y blindada como un ariete de guerra. Al conectar, una quemadura recorrió sus nervios, pero sonrió con ferocidad:
—Lista para aplastar lo que me pongan enfrente.
Cronia se acomodó en la cabina de su unidad esbelta, diseñada para manipular espacio y gravedad. Al sincronizar, sintió el universo encogerse a su alrededor; su respiración se volvió irregular, pero mantuvo la concentración, sus ojos brillando con un reflejo cuántico.
Nyx se deslizó en su Gundam oscuro, con placas irregulares como esculpidas en hielo. La temperatura de la cabina cayó abruptamente, y la escarcha cubrió los paneles de control mientras ella absorbía el calor ambiental.
La prueba era un ejercicio simulado contra drones de combate automatizados: rápidos, letales y programados para explotar los puntos débiles. No había margen de error; si un dron alcanzaba el núcleo del Gundam, la descarga de Permet podía matarlas dentro de la cabina. Ares cargó de frente, destrozando dos drones con el arma de impacto de su máquina, rugiendo como si el Gundam compartiera su furia. Cronia manipuló el campo gravitacional, atrapando a tres enemigos en una esfera invisible antes de aplastarlos contra el suelo simulado. Nyx dejó que los drones se acercaran y, con un pulso helado, absorbió su energía, apagándolos como si nunca hubieran existido.
Cuando el ejercicio terminó, las tres bajaron de sus Gundams con la respiración entrecortada. Los instructores no las felicitaron; no hubo sonrisas ni palabras de aliento, solo una frase seca:
—Mañana, el nivel de dificultad se triplica.
Sin más, las devolvieron a sus celdas. Esa noche, mientras la androide cuidadora recorría los pasillos, Ares preguntó en un susurro:
—Cuando ganemos… ¿de verdad nos llevará con ella?
La máquina la miró con ojos vacíos, procesó la respuesta y dijo:
—Sí, pequeña. Ella te espera.
Era una mentira, pero las niñas cerraron los ojos sonriendo. Porque, al final, incluso las armas vivientes necesitaban creer que había un lugar donde alguien las amaría.
El hangar principal de Ochs exhalaba un frío metálico, impregnado del olor penetrante a lubricantes y ozono que flotaba en el aire. Filas de ingenieros y técnicos, envueltos en trajes aislantes que crujían con cada paso, se movían apresuradamente bajo la luz blanca e implacable de los reflectores. Al fondo, tres siluetas imponentes se alzaban en un silencio opresivo: las unidades Gundam del Escuadrón Uroboros, guardianes de metal esperando su despertar.
Ares estaba sentada sobre una caja de herramientas, afilando una pieza de metal con un cuchillo como si tallara una espada improvisada. Su cabello corto y oscuro le caía sobre la frente, y sus ojos se clavaban en el reflejo distorsionado del acero, buscando algo que no podía nombrar. "¿Crees que nos dejarán salir de una vez o nos tendrán aquí entrenando como ratas?" preguntó, su voz cortante, sin apartar la vista del metal.
Cronia, agachada mientras revisaba la muñeca mecánica de su traje de piloto, soltó un bufido seco. "Si tienes tanta prisa por morir, yo te doy un empujón," respondió con un tono cargado de sarcasmo. A sus catorce años, se movía con la pesadez de alguien que había visto demasiado para su edad.
Nyx, en cambio, giraba sobre una silla con ruedas, dejándose llevar por el impulso de un lado a otro mientras canturreaba una melodía inventada. "No vamos a morir, vamos a ganar, y luego Elnora nos dará chocolate. Yo quiero chocolate,"dijo con una sonrisa infantil, ajena al peso de lo que significaba “ganar” para Ochs.
Un silbido metálico cortó el aire, haciendo que todos se detuvieran en seco. La puerta del fondo se abrió con un chirrido, y Elnora Samaya entró impecable, con el cabello recogido en un moño severo. Sus tacones resonaban con autoridad sobre el piso de metal. Tras ella, dos oficiales cargaban tabletas y mapas tácticos, sus rostros tensos bajo la luz.
Elnora se detuvo frente a las tres, observándolas con la precisión de un artesano evaluando sus herramientas más preciadas. "Niñas, hoy no es un entrenamiento. Hoy demostrarán que el Escuadrón Uroboros es digno de existir,"anunció con una voz fría y clara que reverberó en el hangar.
Ares se irguió, sus ojos brillando con expectación. "¿Qué quiere que destruyamos?" preguntó, ansiosa por la acción.
Elnora esbozó una sonrisa apenas perceptible, como si la brutalidad de la pregunta le resultara encantadora. "Una base de Dominicus en el borde del sistema solar. Observatorio Sigma-7. Están vigilando rutas hacia el Vacío Exterior. Necesito que dejen de existir… y que lo hagan rápido," ordenó, su mirada afilada como un bisturí.
Nyx dejó de girar en la silla, sus ojos grandes y curiosos. "¿Y después… hay chocolate?" preguntó con inocencia.
Elnora se agachó frente a ella, tocándole suavemente el mentón con un gesto casi maternal. "Después, si haces lo que te pido, tendrás todo el chocolate que quieras," prometió, su voz suave pero cargada de manipulación. La sonrisa de Nyx iluminó el hangar por un instante. Cronia, sin embargo, frunció el ceño, consciente de que las promesas de Elnora eran solo un dulce veneno.
El proceso de embarque comenzó. Los técnicos conectaron cables de Permet sintético a las espinas dorsales de los trajes de las niñas, inyectando una sensación fría que reptaba por sus vértebras hasta la base del cráneo. Ares cerró los ojos, sintiendo la embestida de datos y señales en su mente, un dolor que aceptaba con gusto. Nyx rió al notar la conexión. "¡Se siente como cosquillas en el cerebro!" exclamó, su voz resonando en la cabina.
"Es dolor, idiota," murmuró Cronia, ajustando su respiración para evitar las convulsiones que amenazaban con doblegarla.
Frente a ellas, los tres Gundams aguardaban, monumentos de guerra listos para ser desatados.
Jörmungandr, la máquina de Ares, blindada como un ariete, con un cañón de partículas capaz de partir un asteroide.
Fenrir, la unidad de Cronia, ágil y armada con espadas de plasma que vibraban con un zumbido agudo.
Níðhöggr, el Gundam de Nyx, pequeño y ligero, con drones serpentinos que se desplegaban como un enjambre letal.
La compuerta del hangar se abrió hacia la negrura del espacio, y las niñas se alinearon en formación. La voz de Elnora llegó por el canal de comunicación, firme y autoritaria: "Recuerden: precisión, velocidad y cero supervivientes. Esta es su primera prueba real. Háganme sentir orgullosa."
El viaje fue silencioso, interrumpido solo por el zumbido de los reactores. El Observatorio Sigma-7 apareció a lo lejos: una estructura cilíndrica flotando junto a una luna sin atmósfera, rodeada de torretas defensivas que parpadeaban como ojos hostiles.
"Contacto en cinco kilómetros," informó Cronia, su voz tensa a través del comunicador.
"¡Yo voy por arriba, como una estrella fugaz!" gritó Nyx, acelerando su Níðhöggr sin esperar respuesta. Los drones serpentinos se desplegaron, tejiendo un enjambre que confundió los sensores enemigos.
"¡No rompas formación!" ladró Ares, pero era demasiado tarde; el caos ya había comenzado.
La primera ráfaga defensiva iluminó el vacío con destellos anaranjados. Ares respondió con un disparo de Jörmungandr; el cañón de partículas atravesó una torreta, reduciéndola a chatarra incandescente que flotó en el espacio. Cronia se coló por un flanco, sus espadas de plasma cortando un ala de comunicaciones con un zumbido agudo. "Uno menos," murmuró para sí, apenas audible sobre el ruido de la batalla.
Dentro de la base, las alarmas resonaban en un coro de pánico. Los soldados corrían por pasillos angostos, pero el asalto fue implacable. Nyx reía mientras sus drones se infiltraban por las rendijas, electrocutando sistemas y sobrecargando reactores. "¡Mira, Ares, brillan como luciérnagas!" exclamó, su voz infantil contrastando con la destrucción.
"¡Concéntrate, maldita sea!" respondió Ares, aunque una parte de ella sonrió ante la ingenuidad de Nyx.
En menos de ocho minutos, Sigma-7 estaba en llamas. El reactor principal explotó, proyectando una nube de escombros y destellos verdes que se disiparon en el vacío. Las niñas se reagruparon entre los restos ardientes, sus Gundams aún humeantes.
Elnora habló por el canal, su tono satisfecho cortando el silencio: "Objetivo eliminado. Regresen a casa, Uroboros."
Nyx rompió el silencio con su pregunta habitual: "¿Ahora sí hay chocolate?"
Cronia soltó una risa breve y amarga, un sonido que se perdió en el vacío. Ares no dijo nada; sus ojos se clavaron en los restos flotantes, un nudo extraño apretando su estómago. Eran niñas… pero hoy habían matado como soldados.
Mientras emprendían el regreso, ninguna sabía que esta era solo la primera de muchas pruebas que las moldearían, poco a poco, en las armas perfectas que Ochs deseaba: niñas que aún soñaban con cosas simples, disfrazadas de máquinas de guerra.
Guel Jeturk se encontraba en una reunión convocada de manera obligatoria, un salón de paredes de cristal y acero pulido donde la tensión era tan palpable como el eco de los pasos en el suelo. Todos los asociados al Grupo Benerit e inversionistas estaban presentes, obligados a asistir por la presión de Dominicus, cuyos representantes ocupaban el centro del escenario con una autoridad imponente. Estaban en guerra, y esta no era una simple reunión: los bonos e inversiones que debían aportar eran más que una donación; eran un juramento de lealtad a UNISOL, un compromiso sellado con su riqueza y su sangre.
Guel estaba nervioso, sus manos sudando bajo la mesa mientras un torbellino de pensamientos lo asaltaba. Nunca había estado en una de estas reuniones antes; desde el incidente en Asticassia, donde su padre Vim falleció, su mundo se había reducido a mantener su compromiso con Miorine y ganar duelos para ascender a Dominicus, la misma entidad que ahora los convocaba. Pero ahora, enfrentado a esta presión, un conflicto interno lo carcomía. ¿Debía ceder y cumplir con las demandas de Dominicus, arriesgando su honor al alinearse con un imperio que despreciaba a las brujas como Solaris, a quienes él no podía evitar admirar en secreto por su resistencia? ¿O debía oponerse, sabiendo que ir contra ellos podría destruir a Jeturk y a su familia, un miedo que lo paralizaba?
"Señor Guel, por favor, no se encorve, mantenga su postura recta," susurró Petra Itta, su secretaria, inclinándose hacia él con documentos apretados contra su pecho.
Guel desvió la mirada hacia ella, una figura de apoyo en estos días confusos donde los temas administrativos lo sobrepasaban. "No sé qué hacer, Petra…" confesó, su voz temblorosa, atrapado entre la lealtad y el temor.
Petra lo miró con firmeza, sus ojos reflejando una mezcla de ánimo y advertencia. "Señor Guel, no debe mostrar debilidad ante el resto de asociados. Nuestra casa está en la mira debido a la caída del CEO. No debe demostrar falta de liderazgo." Sus palabras eran un intento de fortalecerlo, pero Guel sentía el peso de las miradas a sus espaldas, los susurros venenosos que cortaban como cuchillas: "El destino de Jeturk Heavy Machinery en manos de un niño. Solo tiene 17 y ya es CEO, ¿acaso sabe de acciones? ¿Sabe a dónde tiene que apuntar su empresa? Jeturk está muerta, murió con Vim en Asticassia."
Cada palabra era una daga en su orgullo, y aunque muchas eran ciertas, se esforzó por mantener la compostura.
"Estimados socios," resonó una voz desde el centro del salón, cortando los murmullos. Todos los ojos se volvieron hacia la figura que ocupaba el estrado. Era Ector Varnheim, general de las fuerzas de ataque de Dominicus, la cara visible del imperio ante el mundo, con su uniforme impecable y una postura que exudaba autoridad.
"Agradezco su participación en esta llamada tan repentina," comenzó, su tono firme y cargado de un fervor que helaba la sangre.
Hizo una pausa, recorriendo la sala con una mirada que parecía perforar a cada asistente. "Hoy nos enfrentamos a una plaga que amenaza la estabilidad del sistema solar, una abominación que debe ser erradicada de raíz. Las brujas, lideradas por esa supuesta 'Ephore' Solaris, son un cáncer que corrompe la pureza de la humanidad. Su poder permitano, un regalo que han pervertido, no es más que una herramienta del caos, un veneno que distorsiona la voluntad divina de UNISOL. Han traicionado la armonía que hemos construido con sangre y sacrificio, convirtiéndose en parásitos que se alimentan de la ignorancia de los débiles.
No se equivoquen: estas mujeres no son heroínas, ni salvadoras, ni diosas. Son una peste que debemos exterminar. Cada una de ellas, desde Solaris hasta la última de su Aquelarre, representa una amenaza directa contra nuestro modo de vida. Su existencia es un desafío a la autoridad de Dominicus, y su neutralidad es una ilusión que oculta su ambición de dominarnos a todos. Exijo su cooperación total, sus recursos, sus ejércitos, para aplastar esta rebelión antes de que se extienda como una enfermedad incurable. ¡Juntos, purificaremos el universo de esta escoria y aseguraremos la supremacía de UNISOL por generaciones!"
El discurso terminó con un silencio sepulcral, roto solo por algunos aplausos tímidos que emergieron de la multitud, como un eco vacilante. Poco a poco, como si una corriente invisible los obligara, los demás asistentes se unieron, aplaudiendo en sintonía, sus rostros una mezcla de miedo y conformidad.
Pero cuando los aplausos comenzaron a desvanecerse, una voz clara y desafiante cortó el aire.
"¡Todo esto es una tontería!" exclamó una chica desde el fondo de la sala. Era Cecelia Dote, heredera de Burion Electronics, dos años mayor que Guel, a sus 19 años. Su piel cálida y dorada, típica de su origen venusiano, contrastaba con el gris del salón, y su cabello plateado, corto y ondulante, caía en cascada hasta sus hombros, enmarcando unos ojos intensos que brillaban con una mezcla de pasión y resolución. Vestía un traje elegante de corte asimétrico, reflejo de la elegancia natural de los venusianos, y su postura exudaba un carisma magnético que capturó todas las miradas.
Ector Varnheim giró hacia ella, su expresión endureciéndose. "Señorita Dote, parece que no está viendo el tema con claridad. Las brujas son una amenaza que debemos eliminar para la seguridad de todos," replicó, su voz teñida de condescendencia.
Cecelia dio un paso adelante, su mirada firme y cargada de fuego venusiano. "No, general, son ustedes los que no quieren ver con claridad. Solaris y su Aquelarre no han atacado a UNISOL sin provocación. Están defendiendo su existencia contra una persecución que ustedes mismos han instigado. Declararles la guerra sin pruebas concretas de una amenaza directa es un acto de agresión, no de justicia."
Ector entrecerró los ojos, su tono endureciéndose. "Ir con las brujas es traición contra UNISOL. Le advierto, señorita, que sus palabras tienen consecuencias."
Cecelia alzó la barbilla, su voz resonando con una mezcla de coraje y lógica. "No puede arremeter contra quienes se mantienen neutrales, general. Eso sería un crimen de guerra, algo que está redactado en su propio Codex, el que ustedes mismos escribieron. Burion Electronics se mantendrá neutral. Esto es una pérdida de tiempo. No importa quién gane, Solaris, UNISOL, nada quedará si todos se matan entre sí."
Con esas palabras, dio media vuelta y salió de la sala, su figura erguida y su cabello ondeando como una bandera de desafío, dejando tras de sí un silencio estupefacto.
El salón estalló en reacciones divididas. Algunos asistentes intercambiaron miradas de miedo, temiendo las represalias de Dominicus; otros, en secreto, admiraban la audacia de Cecelia, aunque lo ocultaban tras rostros impasibles; la mayoría se removía incómoda, atrapada entre la lealtad forzada y la lógica de sus palabras.
Ector Varnheim, humillado, apretó los puños con fuerza, su rostro enrojeciendo mientras murmuraba para sí mismo: "Esto no quedará así, Dote. Te haré pagar esta insolencia." Su mirada se volvió fría, prometiendo una represalia futura que planeaba con minuciosidad.
Guel, desde su asiento, la observó salir, su corazón latiendo con una mezcla de admiración y asombro. A pesar de estar en desventaja, Cecelia había emergido victoriosa, un faro de resistencia en un mar de sumisión, su herencia venusiana brillando en cada paso que daba. Dentro de él, el conflicto crecía: ¿podría él algún día encontrar el coraje para desafiar a Dominicus como ella, o quedaría atrapado en la sombra de su legado?
Cecelia Dote estaba en la sala de espera de la estación estelar donde se había llevado a cabo la reunión, un vasto complejo de acero y cristal que vibraba con el constante ir y venir de naves. La estructura, un coloso arquitectónico suspendido en el espacio, albergaba múltiples entradas y salidas, sus plataformas de embarque iluminadas por luces azules que parpadeaban como estrellas artificiales. Las salas de espera, diseñadas para gestionar el flujo de pasajeros según horarios estrictos, estaban repletas de viajeros apresurados, pero Cecelia se encontraba atrapada en un banco de metal frío, su paciencia desmoronándose con cada minuto que pasaba.
Miraba su reloj de muñeca con creciente impaciencia, el segundero avanzando con una lentitud exasperante, mientras su pie tamborileaba con un ritmo constante contra el suelo, reflejo de su frustración. Ya habían transcurrido más de 30 minutos desde la hora programada, y eso era más que sospechoso, incluso considerando la multitud que llenaba la estación.
"¿Dónde estás…?" murmuró con irritación, su voz cargada de furia mientras sus ojos recorrían la plataforma en busca de su transporte. Su chofer no se había comunicado, y ella necesitaba regresar urgentemente a las oficinas de Burion Electronics para continuar con las investigaciones de la compañía. Allí estaba, atrapada como una tonta, esperando un vehículo que parecía haberla abandonado, su mente divagando entre la rabia y la sospecha de que algo no iba bien. La presión de la reunión con Dominicus aún pesaba en sus hombros, y la sensación de vulnerabilidad —una mujer sola en una estación abarrotada, enfrentada a un imperio que podría vengarse de su desafío— comenzaba a filtrarse en su interior, aunque se negaba a admitirlo.
Estaba a punto de levantarse para exigir respuestas cuando una figura familiar se acercó tímidamente, interrumpiendo su creciente enojo.
"Uh… h-hola, ¿señorita Dote?"
Era Guel Jeturk, que había reunido todo su valor para hablarle tras lo ocurrido en el salón. Un microgesto involuntario traicionó a Cecelia: sus hombros se relajaron ligeramente al reconocerlo, un alivio fugaz que ocultó tras una fachada de irritación. Mal momento. Giró la cabeza con brusquedad, sus ojos intensos y venusianos lanzando chispas de fastidio. A sus 19 años, su piel cálida y dorada, típica de su herencia venusiana, brillaba bajo la luz artificial, y su cabello plateado, corto y ondulante, caía en cascada hasta sus hombros, enmarcando un rostro de belleza magnética. Vestía un traje elegante de corte asimétrico que realzaba su porte natural, pero su expresión era una tormenta de impaciencia.
Guel, con apenas 17 años, se sintió pequeño frente a ella; su inexperiencia como CEO y su vida marcada por un compromiso arreglado con Miorine lo dejaban desarmado ante una mujer tan madura y deslumbrante.
"¿Qué quieres?" espetó Cecelia, su tono cortante mientras cruzaba los brazos, su pie aún marcando un ritmo impaciente contra el suelo. Internamente, sentía una mezcla de alivio por no estar completamente sola y fastidio por la interrupción, pero no lo admitiría.
Guel tragó saliva, rascándose la nuca con torpeza, sus mejillas enrojeciendo bajo la presión.
"Eh… yo, eh… solo quería felicitarte por lo de antes. Fue… increíble. ¿Cómo lo hiciste? Quiero decir, enfrentarte a ese tipo, Varnheim, debe haber sido como… ¿pelear contra un Gundam o algo por el estilo?"
Su voz temblaba, y sus palabras sonaron más como las de un niño emocionado que como las de un igual. Dentro de su mente, un torbellino de pensamientos lo empujaba: ella había sido tan valiente, tan distinta a los cobardes que aplaudieron a Varnheim. Quería impresionarla, demostrar que no era solo el hijo de un CEO caído, pero no sabía cómo.
Cecelia arqueó una ceja, su irritación creciendo, pero la inocencia de Guel le arrancó una risa seca y breve.
"¿Un Gundam? Por favor, eres un caso. ¿Qué sigue, vas a pedirme un autógrafo o un duelo para impresionarme?"replicó con sarcasmo, aunque con un atisbo de diversión. Su tono se suavizó apenas, un indicio de que sus defensas empezaban a bajar.
Guel se sonrojó aún más, balbuceando mientras intentaba recuperar terreno.
"¡N-no, no! Bueno, tal vez… eh, ¿t-tienes novio? Digo, no porque… solo curiosidad, porque eres, ya sabes, muy bonita, y pensé que alguien como tú…"
Su torpeza lo delató. Cecelia soltó una carcajada genuina, breve pero clara, cubriéndose la boca con la mano para contenerla. En su cabeza, Guel se maldecía: ¿por qué había dicho eso? Pero aquella risa le dio una chispa de esperanza: tal vez ella no lo despreciaba del todo.
"Eres como un niño perdido, Guel. ¿En serio crees que eso es lo que me interesa ahora?" dijo, su risa desvaneciéndose mientras volvía a mirar su reloj, exasperada.
Guel, decidido a no rendirse, se sentó a su lado sin invitación, ajustándose la chaqueta con manos temblorosas.
"Es que… nunca había visto a nadie desafiar a Dominicus así. Mi padre siempre decía que había que seguir las reglas, pero tú… tú eres diferente. ¿Cómo te mantuviste tan calmada? Yo me habría tropezado con mis propias palabras."
Su voz era baja, sincera, sus ojos buscaban los de ella con una mezcla de admiración y desconcierto.
Cecelia suspiró, suavizando un poco su irritación ante la honestidad del chico. La vulnerabilidad la golpeó: estaba atrapada, sola en una estación donde Dominicus podía tener ojos en cada esquina, y la posibilidad de represalias la hacía sentirse más frágil de lo que admitiría.
"No fue calma, Guel. Fue rabia. No voy a dejar que me digan qué pensar, especialmente no un fanático como Varnheim. Pero gracias, supongo."
Guel, animado por su respuesta, continuó, inclinándose un poco hacia ella.
"¡Eso es genial! O sea, eres como una heroína de esas historias que leía de pequeño. ¿Alguna vez has pilotado un Gundam? Porque apuesto a que serías increíble, con esa actitud…"
Su entusiasmo infantil la hizo reír de nuevo, esta vez más prolongadamente, sacudiendo la cabeza mientras se relajaba un poco más.
"Eres imposible, ¿lo sabes? No, no piloto Gundams, pero me halaga que lo pienses. Eres dulce, pero tienes mucho que aprender."
Su sonrisa mostró un atisbo de calidez antes de que su expresión se endureciera al ver que el tiempo seguía pasando.
Guel, rojo como un tomate, intentó otra táctica.
"Eh… ¿te gusta la comida venusiana? Porque mi familia tiene un chef que hace unos postres increíbles. Podríamos… no sé, probarlos algún día, si quieres."
Cecelia lo miró, divertida pero agotada.
"Eres un encanto, Guel, pero estoy un poco ocupada salvando mi empresa de un imperio fascista. Tal vez otro día."
Le dio una palmada amistosa en el hombro. Mientras hablaba, notó a un pasajero en la esquina de la sala, un hombre encapuchado que la observaba con demasiada atención, y a un guardia ausente de su puesto, un indicio de que algo extraño estaba ocurriendo.
Antes de que Guel pudiera responder, un zumbido anunció la llegada de su transporte: un vehículo elegante que aterrizó con suavidad en la plataforma.
"Por fin," murmuró, poniéndose de pie. Se giró hacia Guel, suavizando un poco su tono.
"Gracias por el apoyo, pequeño. Cuídate y… madura un poco, ¿sí?"
Con eso, ingresó al vehículo, la puerta cerrándose tras ella con un siseo.
El transporte despegó de la estación, elevándose entre las luces parpadeantes del espacio. Cecelia se recostó en el asiento, suspirando aliviada, pero un presentimiento oscuro crecía en su pecho. Frunció el ceño: el conductor no era su chofer habitual. Antes de que pudiera reaccionar, el hombre volteó, revelando un rostro desconocido bajo la luz tenue. Con un movimiento rápido, roció un gas desde un dispositivo oculto. El aroma dulce y embriagador llenó la cabina.
Cecelia luchó por mantener los ojos abiertos, su visión nublándose mientras el vehículo avanzaba en el vacío.
"Qué… ¿qué está pasando…?" murmuró, antes de que la oscuridad la reclamara por completo, su última imagen el rostro frío del impostor.
Rouji Chante era un genio sin igual, un prodigio entre prodigios cuya mente abarcaba los dominios de la informática y la mecánica con una precisión que desafiaba la comprensión humana. Con un IQ registrado como el más alto del sistema solar, había superado a académicos, profesores, investigadores e ingenieros antes de cumplir sus 14 años. Sin embargo, carecía de una habilidad que los demás daban por sentada: la socialización. Rouji era tímido, tan reservado que detestaba interactuar con personas, prefiriendo la compañía de sus máquinas autónomas, los Haro, pequeños dispositivos esféricos con ojos luminosos que cumplían diversas tareas para él. Estos Haro, con sus extensiones flexibles que se conectaban a terminales, le permitían comunicarse con el exterior, solicitar comida, realizar comisiones y recolectar preguntas de quienes necesitaban su ayuda, todo sin que tuviera que enfrentar el mundo cara a cara. Encerrado en lugares solitarios, rodeado de cables y pantallas, Rouji encontraba paz en su aislamiento, un refugio donde su genio podía florecer sin interrupciones.
La única persona con la que había interactuado en persona era Cecelia Dote. Rouji formaba parte de Burion Electronics, donde supervisaba, diseñaba, mejoraba y actualizaba los prototipos mecánicos de la compañía. Desde Mobile Suits hasta computadoras, herramientas, armamento especializado, mejoras biomecánicas, integraciones médicas y sistemas de supervivencia, su mente era el motor detrás de los avances tecnológicos de la empresa. Cecelia, con su liderazgo y visión, había sido su conexión con la realidad, una presencia que respetaba y, en silencio, admiraba, aunque nunca lo expresaría en palabras.
Eran las 22:00 horas según el horario serrano cuando Rouji estaba frente a la pantalla de su computador personal, en una sala aislada que olía a ozono de los circuitos sobrecargados y metal caliente de los equipos en funcionamiento. El aire estaba tibio, casi sofocante, debido al zumbido constante de los ventiladores que refrigeraban las torres de procesamiento, un murmullo que llenaba el espacio junto al clic-clac de los teclados y el suave zumbido de los Haro flotando a su alrededor. El suelo metálico bajo sus pies desnudos estaba frío, un contraste que lo anclaba mientras las luces parpadeantes de los monitores proyectaban sombras danzantes en las paredes cubiertas de cables. Este santuario de tecnología era su mundo, un lugar donde el exterior —con sus voces y miradas— no podía alcanzarlo.
De pronto, el Número 01, uno de sus Haro, se acercó volando, su pequeño cuerpo metálico reflejando la luz mientras repetía un mensaje monótono: "Cecelia no está, Cecelia no está." Rouji alzó la vista del código que tecleaba, sus dedos deteniéndose por un instante. Hoy había tenido lugar la reunión de emergencia convocada por Dominicus para el conglomerado del Grupo Benerit, y era extraño que Cecelia no hubiera regresado a las instalaciones de Burion. Su mente, habituada a procesar datos a una velocidad vertiginosa, comenzó a girar. "¿E-El transporte de Cecelia no aparece…?"murmuró para sí mismo, su voz entrecortada por la timidez que lo acompañaba incluso en soledad.
Sin perder tiempo, Rouji empezó a dar órdenes con rapidez, su tartamudeo apenas perceptible entre las instrucciones:
"N-Número 02, revisa c-cuándo fue la ú-última vez que s-se detectó el t-transporte de Cecelia," dijo, sus ojos moviéndose entre las pantallas.
"N-Número 08, r-revisa las c-comunicaciones d-del t-terminal de Cecelia, ¿c-cuándo fue la última v-vez que l-llamó?" Continuó tecleando, sus dedos danzando sobre el teclado como si fueran una extensión de su mente.
"N-Número 04, a-accede a la r-red central de la Eurispide, d-dame a-acceso a las cámaras y grabaciones del l-lugar." Su voz se endureció ligeramente.
"N-Número 06, a-activa los Gundvolva, m-manténlos a la espera y l-listos para despegar."
Cada Haro respondió con eficiencia, sus extensiones flexibles conectándose a las terminales de Rouji con un clic metálico. El Número 02 proyectó un informe: el último rastro del transporte de Cecelia se había detectado a las 13:10 horas, tras su salida de la conferencia. El Número 08 informó que la última comunicación de Cecelia fue a las 13:05, una breve llamada a su equipo en Burion para confirmar su retorno. El Número 04 accedió a las grabaciones de la Eurispide, y Rouji observó con atención. Allí estaba Cecelia, llegando a las 10:00 horas según el cronograma, asistiendo a la reunión hasta las 13:00, un horario razonable. Había esperado en el terminal 8; el mismo transporte que la llevó desde Burion estaba programado para recogerla. Pero algo inusual ocurrió: Guel Jeturk se acercó y, tras una conversación, el transporte se retrasó inesperadamente. Diez minutos después de que Cecelia subiera, la señal del vehículo se perdió por completo.
Rouji frunció el ceño, su mente analizando los datos a toda velocidad. Dos anomalías destacaban: el retraso del transporte y la presencia de Guel. Decidido a profundizar, ordenó al Número 04 que rastreara las cámaras de seguridad. Las imágenes mostraron un rincón oscuro de la Eurispide donde el conductor habitual yacía inmóvil, aparentemente asesinado. Rouji amplió la grabación, ajustando parámetros cuadro por cuadro, limpiando el ruido visual con precisión quirúrgica. El rostro del atacante emergió lentamente: un hombre de rasgos duros y uniforme parcial, su imagen pixelada al principio pero volviéndose clara bajo los algoritmos de Rouji. Ejecutó un análisis de identificación en su base de datos privada y, tras unos tensos segundos de espera, el resultado apareció: Sargento Primero Emeriol Vanderhauser, Sección 6, Flota Interdimensional 7, Dominicus.
Rouji dejó de teclear, sus manos temblando ligeramente. Dominicus, la misma organización que los había citado, ¿por qué secuestrar a Cecelia? ¿Habían hecho algo mal? ¿La habían descubierto por su desafío?
El corazón de Rouji, normalmente tranquilo, latió con fuerza. Cecelia era más que una jefa; era la única persona que lo había tratado con respeto, que había visto su valor más allá de su timidez. "N-Número 06, activa los Gundvolva. M-mándalos al s-sector FXI-3281-Sigma, c-colonia Orbital Dirhams," ordenó, su voz firme a pesar del tartamudeo. No sabía dónde tenían a Cecelia, pero sí conocía el lugar donde Emeriol vivía, con quién vivía, y era allí donde enviaría sus fuerzas. Si alguien se atrevía a secuestrar a su ser querido, él también tomaría represalias.
Los Haro se alinearon, sus ojos parpadeando en rojo mientras preparaban los Gundvolva, máquinas diseñadas por Rouji que pronto surcarían el espacio en busca de justicia.
En su pantalla, las coordenadas de la colonia Orbital Dirhams se iluminaron, y Rouji se inclinó hacia adelante, sus ojos fijos en los datos. El zumbido de los ventiladores se intensificó, como si el espacio compartiera su urgencia. Por primera vez en mucho tiempo, sintió una determinación que iba más allá de las máquinas. "C-Cecelia… t-te encontraré,"susurró, su voz apenas audible entre el ruido de los circuitos, mientras el plan comenzaba a tomar forma en su mente brillante pero aislada.
La colonia Orbital Dirhams flotaba en el vacío como un titán de metal y cristal, una estructura imponente que se alzaba sobre el horizonte estelar, su superficie salpicada de luces parpadeantes que parecían pulsar al ritmo de la vida que albergaba. Administrada por UNISOL y supervisada por SOVREM y Dominicus, esta colonia era un hervidero de 270,000 almas: una mezcla de civiles que llenaban los mercados y militares que patrullaban los corredores con pasos firmes. Sus accesos, custodiados por máquinas automáticas y drones de investigación que zumbaban en el aire como insectos mecánicos, estaban diseñados para garantizar una eficiencia implacable, con barreras de energía que escaneaban a cada visitante antes de permitir el paso. Para la mayoría, este sistema era una fortaleza infranqueable, pero para Rouji Chante hackearlo era tan sencillo como resolver una ecuación básica: un juego de números y códigos que su mente prodigiosa desentrañaba en segundos.
Los Gundvolva se aproximaban a la colonia, sus siluetas negras destacando contra la oscuridad del espacio como sombras vivientes. Eran Mobile Suits humanoides, pintados de un negro mate que absorbía la luz, con líneas rojas que serpenteaban por sus estructuras delgadas como venas de energía. Una visera roja delgada reemplazaba los ojos, otorgando a cada unidad un aire frío y calculador. Su diseño minimalista ocultaba un armamento letal: cañones retráctiles, cuchillas de plasma y sistemas de camuflaje que los hacían casi invisibles a los sensores. Rouji, meticuloso hasta la obsesión y profundamente ligado a la seguridad, había concebido a los Gundvolva como un enjambre de avispas, una fuerza protectora para las instalaciones de Burion Electronics. Desde su terminal, su mente los controlaba con precisión, cada movimiento sincronizado como una danza letal.
A medida que se acercaban a la central de identificación, el tiempo pareció ralentizarse. Los drones de SOVREM giraron sus lentes hacia los Gundvolva, sus luces escaneando el espacio, pero antes de que pudieran emitir una alerta, las unidades lanzaron un pulso electromagnético. El zumbido de los sistemas de la colonia se interrumpió por un instante, y en medio segundo la configuración cambió a un pase verde, un destello silencioso que abrió el camino. Rouji contuvo el aliento, sus dedos temblando ligeramente sobre el teclado mientras observaba el éxito de su hackeo. Medio segundo después, las cabinas de pilotaje se abrieron con un siseo hidráulico, liberando a los mini Gundvolva: robots humanoides de 1.80 metros que emergieron con pasos sigilosos. A diferencia de los Mobile Suits de 15 a 20 metros, estos estaban diseñados para infiltrarse, sus cuerpos negros fundiéndose con las sombras de la colonia. Controlados por Rouji y asistidos por los Haro, se impulsaron hacia el interior, su avance tan metódico como el tic-tac de un reloj.
El suburbio militar, donde se encontraba la casa de Emeriol Vanderhauser, era un laberinto de edificios grises y calles estrechas, iluminado por farolas que proyectaban sombras largas y distorsionadas. Los mini Gundvolva aterrizaron con suavidad frente a la vivienda, sus sensores escaneando el perímetro. El lugar estaba vacío, un silencio opresivo llenando el aire, roto solo por el zumbido de los robots al activar sus rifles de plasma. Rouji, conectado a uno de ellos, ordenó un análisis exhaustivo. El mini Gundvolva se acercó a la computadora personal de Emeriol, su extensión flexible conectándose con un clic metálico. Mientras los datos fluían, Rouji revisó correos, archivos y comunicaciones triviales, su mente ordenando la información con paciencia. Entre mensajes con amigos, órdenes de superiores y contenido privado, encontró un mandato de urgencia enviado esa misma tarde, justo después de la conferencia. Las palabras lo golpearon como un martillo: “Captura a Cecelia Dote y trasládala al sector UX-2238, espera órdenes.” Rouji se detuvo, su respiración entrecortada. Había una pista, pero el peligro se cernía sobre Cecelia como una sombra.
Antes de desconectar al mini Gundvolva, un crujido resonó en la puerta. Se abrió lentamente, revelando a un soldado de guardia que se congeló al ver a los robots, su mano temblando hacia la alarma en su cinturón. El tiempo pareció estirarse mientras abría la boca para gritar, pero un Gundvolva reaccionó con precisión letal. El rifle de plasma emitió un destello azul-blanquecino, y el rayo atravesó al hombre, desmembrándolo en un instante. Su cuerpo cayó al suelo en dos partes, la sangre salpicando el metal frío. Rouji apartó la mirada, un nudo en el estómago, pero no había tiempo para dudas. Los mini Gundvolva abandonaron la casa, volando hacia las unidades Mobile Suit que esperaban estáticas en las afueras. Al acoplarse a sus cabinas, los Gundvolva despegaron rumbo al sector UX-2238, su velocidad atravesando el espacio como un relámpago silencioso.
Mientras tanto, en una sala abandonada del sector UX-2238, Cecelia Dote estaba amarrada a una silla, el aire cargado de humedad y el olor a óxido impregnando sus sentidos. Sin sus pertenencias, vestía solo ropa interior, un estado que la hizo estremecerse al recordar los eventos de horas atrás. El gas, la pérdida de conciencia, el despertar en esta celda fría… los fragmentos se unieron en su mente como un rompecabezas cruel. No tardó en procesarlo: UNISOL o Dominicus la habían capturado, probablemente por su desafío en la conferencia o porque habían descubierto su marca permitana. Las cuerdas mordían su piel mientras luchaba por liberarse, su respiración entrecortada por la mezcla de miedo y furia. La puerta se abrió con un chirrido lento, y un oficial de Dominicus entró, su voz resonando mientras hablaba por su terminal. “¡¿Cómo que dos horas?! Estoy a la espera de que un supervisor venga. ¿¡Cómo!? Solo estoy cumpliendo órdenes, ¡te digo que se apresuren ya! ¿Por qué? ¡TENGO A UNA BRUJA CAUTIVA AQUÍ!” gritó, cortando la llamada con un chasquido.
Cecelia contuvo el aliento, bajando la mirada. Sus pechos estaban desnudos, y bajo su seno derecho una marca tácita, un símbolo sutil del Permet que la había elegido, brillaba tenuemente bajo la luz tenue. El oficial se acercó, su mirada descendiendo de su rostro a su cuerpo con una sonrisa torcida. “Sabes… iba a divertirme contigo antes de recibir órdenes… Cecelia Dote, CEO de Burion Electronics, una belleza venusiana inalcanzable. No se me iba a presentar una oportunidad así en la vida por segunda vez. Pero, ¿quién iba a pensar que la bombón de Burion Electronics era… una bruja?” dijo, relamiéndose los labios mientras se inclinaba hacia ella.
“¿Decepcionado? Disfruta la vista, porque alguien como tú no volverá a ver algo así nuevamente. No estás a la altura,” respondió Cecelia, su tono firme a pesar de la humillación, sus ojos venusianos ardiendo con desafío.
Emeriol rio, un sonido cruel que resonó en la sala. “No tienes idea de tu situación, ¿verdad? ¡Yo soy el que tiene el control!” exclamó, y con un movimiento rápido la abofeteó, el impacto dejando una marca roja en su mejilla. Ella cerró los ojos, dejando que el dolor pasara, su mente buscando una salida. “¿Tú no eres más que una bruja que va a ser quemada! ¿No lo entiendes?” gruñó él, su rostro contorsionado por la ira.
Tras un momento de silencio, Cecelia abrió los ojos y respondió con una sonrisa fría. “El que no entiende eres tú… ¿Conoces a los introvertidos?” Emeriol la miró con una ceja alzada, confundido. “¿Qué mierda estás hablando?”gruñó, dando un paso atrás.
Cecelia rio, su voz resonando con una mezcla de burla y certeza. “Los introvertidos son personas recluidas que evitan socializar. Sin embargo, muchos de ellos son inteligentes y leales. Son personas que necesitan afecto, no de cualquiera, sino de la persona correcta para sentirse queridos. Son tan leales que, si tocas a esa persona especial para ellos… se convierten en tu peor pesadilla.”
Emeriol la siguió mirando como si hablara en otro idioma. “¿Qué mierda dices? ¿Acabas de enloquecer?” espetó, su paciencia agotándose.
Cecelia volvió a reír, más fuerte esta vez. “Tú, pequeño soldado… acabas de hacer enojar a un introvertido, el más introvertido de todos. Y lo hiciste cuando me secuestraste y tocaste. Es una pena, porque, como te dije, lo último que verás será mi cuerpo desnudo y la muerte.”
Emeriol abrió la boca para replicar, pero un sonido metálico lo interrumpió. De la nada, cayó al suelo, un grito escapando de su garganta al descubrir que sus piernas habían sido cortadas limpiamente por un cuchillo de plasma blandido por un mini Gundvolva negro. La sangre se extendió por el suelo mientras intentaba arrastrarse hacia la entrada, pero otro robot lo apuntó con un rifle de plasma. Antes de que pudiera gritar, el disparo azul-blanquecino atravesó su cabeza. De Emeriol solo quedaron su torso y el brazo izquierdo; parte de su brazo derecho había sido desmembrado por la explosión.
Un mini Gundvolva se acercó a Cecelia, sus movimientos precisos mientras desataba las cuerdas. Desde el casco, la voz entrecortada de Rouji resonó: “T-Te-te encontré, C-Cecelia.” Cecelia acarició el casco del robot, una sonrisa cansada en su rostro. “Te tardaste mucho, Rouji. Sácame de aquí, querido,” respondió, su voz temblorosa pero aliviada. El mini Gundvolva la cargó con cuidado, desplegando una máscara que cubrió su rostro para protegerla. Con un impulso suave, salió disparado, seguido por las demás unidades. La que llevaba a Cecelia se acopló a su Mobile Suit, cerrando la cabina con un clic definitivo. Dentro, el aire fresco llenó sus pulmones mientras los Gundvolva se dirigían a toda velocidad hacia Burion Electronics.
Cecelia se recostó en el asiento, su cuerpo temblando por la adrenalina y el frío, pero una certeza sombría la envolvía: ahora Dominicus la cazaría sin descanso, y su vida nunca volvería a ser la misma.
Habían pasado algunos días desde la reunión con Dominicus, y Guel Jeturk se encontraba sumido en el caos de su oficina, un espacio amplio pero abarrotado de pilas de papeles que amenazaban con derrumbarse sobre su escritorio. El aire olía a tinta fresca y madera pulida, impregnado de un leve aroma a café frío que había olvidado retirar, mientras el zumbido de un ventilador en la esquina apenas aliviaba el calor que se acumulaba en la habitación. Aunque Petra Itta había organizado todo con su habitual eficiencia, el volumen de documentos era abrumador, un peso que Guel no podía controlar del todo. Extrañaba a su padre, Vim, cuya presencia había sido un pilar en la gestión de Jeturk Heavy Machinery, y aunque su hermano Lauda lo ayudaba en ciertas tareas, Guel era ahora la cara pública de la empresa. Cada decisión que tomaba, cada error que cometía, sería escrutado por socios y rivales por igual, un yugo invisible que lo aplastaba lentamente.
A lo largo de la mañana, una inquietud creciente se había instalado en su pecho, una sensación que no podía explicar. Mientras revisaba los documentos, notó que un empleado en la planta inferior lo miraba fijamente desde la ventana, apartando la vista rápidamente cuando sus ojos se cruzaron. El habitual murmullo de la oficina parecía haber disminuido, reemplazado por un silencio extraño que se filtraba a través de las paredes, como si todos contuvieran el aliento. Incluso Petra había intentado entregarle un mensaje urgente esa mañana, pero un fallo en el comunicador lo dejó sin respuesta, y ella no había vuelto a insistir, algo inusual en su meticulosidad. Guel frunció el ceño, moviendo papeles de un lado a otro con desgana, el roce del papel contra la madera resonando en el silencio.
"Esto es aburrido…" murmuró para sí mismo, imitando la voz de Petra con una mueca. "…solo tienes que firmar,"añadió, dejando caer un montón de documentos con un suspiro. La monotonía lo estaba consumiendo, y su mente divagaba hacia los duelos y la adrenalina de los Mobile Suits, un escape que ahora parecía lejano. Pero esa inquietud no lo abandonaba, como un presagio que se cernía sobre él.
El golpe seco en la puerta lo sacó de sus pensamientos, un sonido que reverberó en la habitación como un trueno inesperado. Antes de que pudiera responder, la puerta se abrió de golpe, revelando a Petra con un rostro pálido y preocupado, sus manos temblando ligeramente mientras sostenía una tableta.
"Señor Guel… lo buscan con urgencia," anunció, su voz tensa como una cuerda a punto de romperse, sus ojos buscando los de él con una mezcla de miedo y determinación.
Guel levantó una ceja, el corazón dándole un vuelco. "¿Petra? ¿Qué ha pasado? ¿Quién es…?" Antes de que ella pudiera responder, una mano se posó sobre su hombro, apartándola con firmeza.
Un oficial vestido con el uniforme morado de Dominicus entró, acompañado por dos guardias armados con rifles de pulso que colgaban de sus hombros. El aire se llenó de una tensión palpable, el sonido de las botas contra el suelo resonando como un tambor de guerra. Petra intentó resistirse, girándose hacia el guardia con un movimiento instintivo, pero un empujón la obligó a retroceder. Sus ojos se encontraron con los de Guel por un instante, transmitiendo una promesa silenciosa de que intentaría ayudarlo, antes de que la sacaran de la oficina con un seco "asunto oficial." La puerta se cerró con un clic metálico, y el seguro se activó, encerrando a Guel con los oficiales en un silencio opresivo.
El oficial se giró hacia él, su uniforme impecable reflejando la luz de las lámparas.
"Señor Jeturk, déjeme presentarme. Oficial Superior Macus Donavan, Asuntos Internos de Dominicus," dijo, su voz calmada pero cargada de autoridad.
Guel conocía los rangos de Dominicus; los había estudiado con la esperanza de unirse algún día, y sabía que "Asuntos Internos" era el nombre elegante que ocultaba a la policía militar de la organización. Si estaban allí, significaba que investigaban algo grave, y lo peor era que lo relacionaban a él, aunque no tenía idea de qué se trataba. Tragó saliva, sus manos sudando mientras apretaba los brazos de su silla.
Macus lo observó en silencio por un momento, dejando que el peso de su presencia se asentara. Luego, con una pausa deliberada, habló:
"Tengo entendido que usted acudió al llamado del Grupo Benerit hace dos días, ¿correcto? O tal vez… ¿se reunió con alguien más esa tarde?" soltó, lanzando un dato falso para tantearlo, su mirada fija en Guel como un depredador evaluando a su presa.
Guel estaba sudando, su respiración entrecortada.
"¿P-por qué están aquí? N-no he… n-no he hecho nada," balbuceó, su voz temblando de nerviosismo.
Macus inclinó la cabeza, dejando un silencio largo que llenó la habitación con incomodidad.
"Limítese a responder las preguntas, señor Jeturk. Cualquier cosa que diga aquí puede ser tomada en su contra. Volveré a preguntar de manera más sencilla: ¿acudió usted al llamado del Grupo Benerit hace dos días?" insistió, su tono endureciéndose mientras tomaba una tableta y comenzaba a escribir.
Guel miró a su alrededor, buscando una salida en las paredes desnudas, su mente en blanco como un lienzo vacío. El silencio de Macus lo presionaba, y tras un momento de vacilación, respondió:
"S-sí…" su voz apenas audible.
Macus anotó algo en su tableta, su expresión imperturbable. Tras otra pausa intencionada, continuó:
"¿Conoce usted a la señorita Dote? O quizás… ¿la vio en un lugar más privado de lo que admite?" dijo, dejando caer otra insinuación falsa, sus ojos escudriñando cada gesto de Guel.
Guel buscaba respuestas en el vacío, su corazón latiendo con fuerza.
"N-no la conozco…" murmuró, su intento de negar la interacción temblando en el aire.
Macus volvió a escribir, un leve ceño frunciendo su frente.
"Tenemos testigos que mencionan que usted interactuó con la señorita Dote. Inclusive, testigos que afirman que ustedes dos se vieron de manera privada y personal en los terminales de espera. ¿Tal vez intercambiaron algo… un mensaje, un plan?" añadió, su voz adquiriendo un matiz acusador mientras dejaba otro silencio pesado.
Guel palideció, el sudor corriendo por su sien. ¿Qué tenía que ver Cecelia Dote en esto? ¿Y por qué lo estaban relacionando con ella?
"N-no entiendo… ¿qué tiene que ver Cecelia en esto?" preguntó, su voz quebrándose bajo la presión.
Macus levantó una ceja, su pluma deteniéndose en el aire.
"Veo que ustedes usan sus nombres con familiaridad. ¿Sabe usted dónde se encuentra la señorita Dote en estos momentos? O… ¿quizás sabe más de lo que dice sobre su desaparición?" inquirió, inclinándose ligeramente hacia adelante, su mirada penetrante.
Guel entró en pánico, su respiración acelerándose.
"¡N-no! ¿Qué tiene que ver? ¡NO ENTIENDO!" gritó, levantándose de la silla en un impulso desesperado.
Macus lo miró con frialdad, su tono cortante como un filo.
"Señor Jeturk, le sugiero que responda las preguntas. Si las evita o sospecho que nos está escondiendo información, me temo que tendré que arrestarlo."
Guel, en un acto de instinto, presionó un botón de su comunicador.
"¡PETRA, LLAMA A SEGURIDAD!" exclamó, su voz resonando en la habitación.
Pero antes de que pudiera recibir respuesta, Macus hizo una seña con la cabeza a los guardias. Estos avanzaron hacia Guel con pasos firmes, sus manos expertas inmovilizándolo a pesar de su resistencia. Los músculos de Guel se tensaron, pero los guardias eran demasiado fuertes, su entrenamiento superando el pánico del joven.
Macus se acercó, su voz resonando con autoridad.
"Señor Jeturk, bajo las sagradas leyes de UNISOL y según el artículo 237 del Codex Sagrantis, queda usted arrestado por ocultar información sobre el paradero de una bruja, ocultar información a las autoridades de brujas y resistirse a la autoridad."
Guel estaba aterrado, sus ojos abiertos de par en par.
"¿Brujas? ¿Qué brujas? ¡DE QUÉ ME HABLAN, AYUDA, AYUDA!" gritó, su voz quebrándose mientras los guardias lo arrastraban hacia la puerta.
Esta se abrió de golpe, y Macus avanzó por los pasillos con los soldados, Guel forcejeando entre ellos. Un tirón brusco lo hizo tropezar, su hombro chocando contra la pared con un golpe sordo que resonó en el corredor. El ruido metálico de las botas de los guardias llenaba el aire, acompasado por el tintineo de sus armas, mientras lo empujaban con firmeza.
"Que quede claro," anunció Macus en voz alta, su tono resonando como un decreto, "que cualquier persona que oculte, interactúe o colabore con brujas o usuarios permiticos será arrestada por el nuevo decreto del Conclave de Dominicus. Estamos en guerra, y cualquier acción en contra de sus propios aliados se castiga con la cárcel o peor."
Los pasillos se llenaron de murmullos, pero nadie se movió. Los empleados bajaron la mirada, sabiendo que intervenir los condenaría al mismo destino: una celda fría, solos, a la espera de un juicio que nunca llegaría. Guel gritaba por ayuda, su voz perdiéndose en el eco de los pasos militares, mientras la sombra de Dominicus se cernía sobre Jeturk Heavy Machinery, su humillación pública grabada en cada mirada que evitaba cruzarse con la suya.
Cecelia Dote y Rouji Chante se encontraban en el espacio privado de este último, un santuario oculto tallado en el interior de un asteroide camuflado que flotaba silenciosamente en el vacío. La habitación estaba rodeada de computadoras que zumbaban con un murmullo constante, sus pantallas proyectando un resplandor azulado que iluminaba el espacio con un brillo frío. Los Haro flotaban como guardianes silenciosos, sus ojos luminosos parpadeando mientras se movían entre los cables y terminales.
En un rincón, un mueble cómodo de tela desgastada ofrecía un contraste acogedor al entorno tecnológico, acompañado por una mesa pequeña cubierta de tazas vacías y un armario de metal que guardaba las pocas pertenencias de Rouji: un par de camisetas gastadas, pantalones sencillos y ropa diaria para cambiarse. Sin embargo, el armario también albergaba algo más: ropa que no era de él, ropa de Cecelia, dispuesta con una familiaridad que hablaba de su confianza mutua. Camisas, pantalones y hasta ropa interior se mezclaban con las de Rouji, un desorden que no tenía connotación romántica ni sexual, sino que constituía una prueba de la relación única que compartían. Para ambos, no había interés amoroso ni deseo; solo una confianza natural y profunda que les permitía apoyarse ciegamente. Cecelia podía estar desnuda frente a Rouji sin que ello significara nada más allá de una conexión fraternal, un lazo de cuidado y lealtad que trascendía las normas sociales.
El refugio, lo suficientemente grande para albergar cinco Gundvolva y la oficina de Rouji, estaba aislado del mundo exterior, un escondite perfecto tras el cierre repentino de todas las instalaciones de Burion Electronics. La compañía había enviado a sus trabajadores a casa con pagas incluidas, y su CEO, Cecelia, había desaparecido de la vista pública, dejando tras de sí un rastro de especulaciones. Ahora, ambos se ocultaban en este asteroide, un lugar donde el único sonido era el zumbido de las máquinas y el ocasional tintineo de los Haro ajustando sus posiciones.
Cecelia estaba sentada en el mueble, vestida con ropa ligera que apenas cubría su figura, las piernas abiertas en una postura relajada mientras abría una lata de jugo con un siseo suave. El líquido burbujeó al verterse en su boca y ella suspiró, dejando que el sabor dulce aliviara un poco la tensión que llevaba días acumulándose.
"¿Qué vamos a hacer, Rouji?" preguntó, su voz cargada de cansancio mientras miraba al joven genio trabajar en su terminal, sus dedos moviéndose con una precisión casi hipnótica.
Rouji levantó la vista, sus ojos recorriendo el cuerpo de Cecelia por un instante antes de volver a sus pantallas, un gesto mecánico sin intención. "L-las posibilidades de q-que nos encuentren e-están en un 85%. N-no podemos e-escondernos e-eternamente," respondió, su voz entrecortada por el tartamudeo que lo acompañaba incluso en momentos de calma.
Cecelia lo miró fijamente, dejando la lata a un lado sobre la mesa, donde algunos papeles esparcidos en el suelo crujieron bajo su movimiento. "Pero ¿adónde vamos, querido? Hay patrullas de Dominicus por todo el sistema; nos van a capturar a donde vayamos," dijo, su tono reflejando la desesperación que intentaba ocultar.
Rouji desvió la mirada de un lado a otro, un tic nervioso que indicaba que su mente estaba procesando a toda velocidad. Cecelia inclinó la cabeza, observándolo con una mezcla de curiosidad y afecto. "¿Dime lo que piensas? ¿Qué está procesando esa cabecita tuya?" insistió, su voz suavizándose.
Rouji la miró de nuevo, sus ojos brillantes tras las gafas. "L-las oportunidades que t-tenemos son, p-pelear, l-lo cual nos d-deja en una p-p-p-probabilidad de e-éxito de 0.0000987%, o e-escap-p-par a un lugar d-donde D-Dominicus no pueda i-ingresar," explicó, su voz temblando pero firme en su lógica.
Cecelia se enderezó en el mueble, el crujido de la tela rompiendo el silencio. "Suena mejor que morir en batalla, pero… ¿existe algo así?" preguntó, una chispa de esperanza asomando en su rostro.
Rouji asintió lentamente, sus manos deteniéndose sobre el teclado. "E-existe," afirmó, su tono dejando entrever una certeza que contrastaba con su timidez.
Cecelia sonrió, un gesto cálido que iluminó la penumbra de la sala. "¿Dime dónde es ese lugar, cariño?" dijo, inclinándose hacia adelante con interés.
Rouji tomó uno de los Haro, que flotó hacia él con un zumbido suave, y lo activó para proyectar un holograma. El mapa del sistema solar se desplegó en el aire, un torbellino de luces que giró hasta que un punto brilló con intensidad: el planeta más grande del sistema, Júpiter. El nombre resonó en la habitación como un eco distante.
"J-Júpiter," dijo Rouji, su voz apenas audible.
Cecelia alzó una ceja, su sonrisa desvaneciéndose ligeramente. Júpiter, el planeta en guerra con UNISOL, donde la Ephore Solaris, la bruja más poderosa, lideraba a otras de su especie. "No creo que nos den el pase, querido. No nos tienen como aliados," comentó, su tono cargado de escepticismo mientras se recostaba de nuevo en el mueble.
Rouji movió los ojos de un lado a otro, un tic que Cecelia conocía bien como señal de que estaba calculando. Tras un momento de silencio, habló. "N-nos dejarán e-entrar cuando a-afirmemos t-tu a-afinidad p-p-permética," dijo, su mirada fija en ella.
Cecelia cayó en cuenta, su mano tocando instintivamente la marca bajo su seno derecho, oculta por la ropa ligera. Sí, ella era una bruja, y Júpiter, ligado al Permet, podría ser un refugio si aceptaban su naturaleza. "¿Cómo nos acercamos a Júpiter?" preguntó, su voz ahora llena de determinación.
Rouji movió los ojos nuevamente, procesando. "N-necesitamos d-d-distracción, y u-u-u-usar los g-g-gundvolva para saltar en v-vacío hacia J-Júpiter e-emitiendo una s-s-señal de a-auxilio. P-p-p-probabilidad de e-éxito… 87.54%,"explicó, su tono ganando seguridad mientras los números respaldaban su plan.
Cecelia sonrió ampliamente, una risa suave escapando de sus labios. Se puso de pie, el movimiento haciendo que los papeles en el suelo se arrugaran bajo sus pies, y se acercó a Rouji. Lo abrazó con fuerza, dándole besos en la mejilla con una calidez fraternal que él aceptó sin retroceder. Rouji, que normalmente evitaba el contacto físico, permitió el gesto, su rostro enrojeciendo ligeramente pero sin apartarse. Era diferente con Cecelia, una excepción a su aislamiento.
"Te amo, cerebrito. Prepara todo antes de que nos encuentren," dijo ella, soltándolo con una palmada afectuosa en el hombro.
Rouji afirmó con la cabeza, girándose de nuevo hacia su silla con un movimiento preciso. Sus dedos volvieron a danzar sobre el teclado, el clic-clac llenando el aire mientras comenzaba a planificar. Cecelia se recostó en el mueble, mirando el holograma de Júpiter que aún flotaba en la habitación, su mente imaginando un futuro incierto pero lleno de posibilidades. Ambos tenían una oportunidad y estaban decididos a tomarla, unidos por un lazo que ni Dominicus podría romper.
Guel Jeturk se encontraba en una celda privada, un cubículo oscuro donde la única luz se filtraba a través de una rendija bajo la puerta, proyectando un haz tenue que apenas delineaba las paredes de metal frío y húmedo. El aire estaba cargado de un olor a moho y óxido, y el silencio era roto solo por el goteo ocasional de agua desde un rincón invisible. Estaba solo, sentado en un banco duro que le lastimaba la espalda, con las manos temblando sobre sus rodillas. La confusión lo consumía, su mente dando vueltas sin encontrar respuestas claras. Esa mañana había estado en su oficina, sumido en el aburrimiento de su trabajo, moviendo papeles con desgana mientras el zumbido del ventilador llenaba el aire con un murmullo monótono. Ahora, sin embargo, estaba arrestado, encerrado en esta tumba de acero, acusado por los guardias de una conspiración con una bruja. ¿Bruja? ¿Qué bruja? Nunca en su vida había interactuado con una. De niño, le contaban cuentos junto a la chimenea, historias oscuras sobre cómo las brujas cazaban a los hombres, los usaban para sus rituales y los mataban sin piedad, dejando sus cuerpos como advertencia. Esas narrativas lo habían llenado de temor, pero también de un anhelo ardiente por unirse a Dominicus y combatir a esas criaturas que atormentaban a la humanidad. Ahora, irónicamente, estaba atrapado, solo, sin saber por qué. El miedo lo abrumó, un nudo en su garganta que se deshizo en lágrimas silenciosas que corrían por sus mejillas, cayendo al suelo con pequeños salpicones. Había caído en lo más bajo, su orgullo hecho pedazos en la penumbra, mientras el eco de sus sollozos rebotaba en las paredes.
A millones de kilómetros de distancia, en el refugio oculto dentro de un asteroide camuflado, Cecelia Dote y Rouji Chante se preparaban para un destino incierto. La sala de Rouji estaba impregnada de un zumbido constante de computadoras, sus pantallas proyectando un resplandor azulado que danzaba sobre las paredes cubiertas de cables. Los Haro flotaban como guardianes silenciosos, sus ojos luminosos parpadeando mientras ajustaban sus posiciones con un leve tintineo metálico. En un rincón, un mueble cómodo de tela desgastada ofrecía un contraste acogedor, junto a una mesa pequeña cubierta de tazas vacías y un armario de metal que guardaba las pocas pertenencias de Rouji: camisetas gastadas, pantalones sencillos y ropa diaria para cambiarse. Sin embargo, el armario también albergaba la ropa de Cecelia, dispuesta con una familiaridad que hablaba de su confianza mutua. Camisas, pantalones y hasta ropa interior se mezclaban con las de Rouji, un desorden que no tenía connotación romántica ni sexual, sino una prueba de la relación única que compartían. Para ambos, no había interés amoroso ni deseo; solo una confianza natural y profunda que les permitía apoyarse ciegamente. Cecelia podía estar desnuda frente a Rouji sin que ello significara nada más allá de un lazo fraternal, un cuidado mutuo que trascendía las normas sociales.
Cecelia vestía un traje ajustado de piloto que resaltaba sus curvas con elegancia, su cabello plateado recogido en una coleta alta que oscilaba ligeramente con cada movimiento. Rouji, a su lado, llevaba un uniforme similar, sus manos moviéndose rápidamente sobre el teclado mientras sus ojos saltaban entre varias pantallas, procesando datos con una velocidad sobrehumana. Estaban a punto de abandonar el asteroide, un lugar que había sido el refugio de Rouji durante años, un espacio lleno de recuerdos y seguridad. Pero por Cecelia, estaba dispuesto a dejarlo todo atrás. Ella lo sabía, y esa decisión la llenaba de una mezcla de gratitud y determinación. El plan de Rouji era arriesgado pero calculado: emitirían una señal simulada de fallo eléctrico desde el asteroide, un señuelo para atraer a las tropas de Dominicus. Para que el engaño funcionara, los Gundvolva tendrían que destruir a la vanguardia enemiga, un sacrificio que implicaría perder tres de las cinco unidades. Dos de ellas, pilotadas por Cecelia y Rouji, serían usadas para escapar hacia Júpiter, un todo o nada que colgaba sobre sus cabezas como una espada.
Cecelia se acercó a Rouji por detrás, rodeándolo con los brazos en un abrazo cálido, su barbilla descansando sobre su hombro.
"¿Estamos listos, Rouji?" preguntó, su voz suave pero cargada de emoción, el calor de su aliento rozando la oreja de él.
Rouji, aún tecleando, respondió sin apartar la vista de las pantallas.
"E-estamos listos, l-l-los p-p-p-preparativos se encuentran listos y l-l-la d-d-data de todos los servidores s-s-se está borrando de todos los d-d-discos," dijo, su voz entrecortada pero firme, el sonido de las teclas llenando el aire con un ritmo frenético.
Cecelia lo abrazó con más fuerza, su cuerpo presionándose ligeramente contra la espalda de Rouji.
"Gracias por hacer esto por mí, Rouji," susurró, su voz temblando con una mezcla de alivio y afecto.
Rouji siguió tecleando, permitiendo el contacto con una calma inusual para él.
"T-tu has h-h-h-hecho más c-cosas por m-m-mí," respondió, su tono sincero a pesar de la concentración, sus dedos no deteniéndose ni por un instante.
De pronto, un comentario inesperado escapó de sus labios mientras seguía trabajando.
"T-tus p-p-pechos se están p-p-presionando en mi c-c-cabeza. L-lo e-e-estás haciendo a p-p-propósito, ¿v-verdad?"
Cecelia soltó una risa fuerte, el sonido resonando en la sala y rompiendo la tensión, su cuerpo temblando con la carcajada.
"¡Tal vez, cerebrito!" exclamó, dándole una palmada juguetona en la espalda antes de soltarlo, el eco de su risa llenando el espacio.
Los preparativos estaban completos. Cecelia y Rouji se dirigieron a sus Gundvolva, las cabinas abriéndose con un siseo hidráulico que reverberó en la bahía del asteroide. Las unidades, pintadas de negro con líneas rojas, esperaban en posición, sus viseras brillando con un resplandor rojo que cortaba la penumbra. Subieron a sus respectivos Mobile Suits, los sistemas activándose con un zumbido grave que vibró a través del metal. La compuerta del asteroide se abrió lentamente, el mecanismo chirriando mientras el vacío del espacio se revelaba, salpicado de estrellas lejanas que titilaban como testigos silenciosos. Con un impulso controlado, los Gundvolva salieron, seguidos por los tres que se quedarían atrás como parte del plan.
Rouji activó la trampa desde su terminal interno, sus dedos temblando ligeramente mientras enviaba la señal de fallo eléctrico. Un pulso falso resonó en las frecuencias de Dominicus, un eco artificial que se propagó como un faro en la oscuridad. Minutos después, la vanguardia enemiga llegó, una formación de tres naves de patrulla lideradas por el crucero ligero Aurora-7, sus cascos grises reflejando la luz estelar. Desde la cabina del crucero, el Capitán Lira Voss, una mujer de rostro endurecido, observó las lecturas en su consola con el ceño fruncido.
"Señal de fallo eléctrico detectada. Despleguen los drones y preparen los escáneres," ordenó, su voz resonando a través del comunicador.
Doce drones armados emergieron de las naves, sus propulsores zumbando mientras se dispersaban en un patrón de búsqueda.
Los tres Gundvolva restantes se lanzaron al ataque, sus rifles de plasma brillando en el espacio con destellos azul-blanquecinos. El primer dron explotó en una lluvia de chispas, el sonido silenciado por el vacío, pero la onda de choque iluminó el casco del Aurora-7.
"¡Contacto hostil! ¡Son Mobile Suits!" gritó un oficial desde la sala de control, su voz teñida de pánico.
Lira Voss apretó los dientes, ajustando su visor.
"Contramedidas activas, disparen a voluntad. Identifiquen esas unidades," ordenó, mientras los cañones del crucero comenzaban a girar.
Sin embargo, los Gundvolva eran rápidos, sus movimientos precisos cortando a través de los drones como tijeras.
"¡No podemos mantenerlos a raya! ¡Soliciten refuerzos!" exclamó un piloto antes de que su unidad fuera alcanzada, el metal retorciéndose en silencio.
En un último esfuerzo, el Teniente Marek, al mando de un dron restante, logró enviar un mensaje de emergencia:
"¡Atacados por prototipos de Burion Electronics! Solicitamos refuerzos inmediatos."
La transmisión se cortó con un estallido final, los tres Gundvolva sacrificándose en una danza de fuego y escombros que flotaron en el espacio como un cementerio temporal.
Rouji y Cecelia observaron desde la distancia, sus Gundvolva flotando en posición, las viseras rojas reflejando las explosiones. La flota principal de Dominicus no tardó en responder, emergiendo del hiperespacio con un destello cegador. Cinco cruceros pesados, liderados por el acorazado Ecliptica, y veinte Mobile Suits se desplegaron en formación, sus cañones girando hacia el asteroide. Desde el puente del Ecliptica, el Comandante Darius Kael, un hombre de mirada fría, analizó las imágenes de los restos.
"Informe de la vanguardia: prototipos de Burion Electronics. Esto es una trampa," gruñó, su voz resonando en la sala de mando.
"Despleguen las unidades de asalto y preparen un cerco. No dejen que escapen," ordenó, mientras los Mobile Suits enemigos avanzaban con propulsores rugiendo.
"Es el momento," transmitió Rouji, su voz tensa pero decidida a través del comunicador.
Los tres Gundvolva restantes salieron a ganar tiempo, enfrentándose a la flota con maniobras precisas.
"¡Contacto a las 12 en punto!" gritó un piloto enemigo, disparando una ráfaga que rozó el escudo de un Gundvolva.
"¡Refuercen el flanco izquierdo!" respondió otro, mientras los cañones del Ecliptica abrían fuego, iluminando el espacio con destellos anaranjados.
Los Gundvolva devolvieron el ataque, sus rifles de plasma cortando a través de un Mobile Suit enemigo, que explotó en una bola de fuego silenciosa.
En medio del caos, Cecelia y Rouji activaron sus sistemas de salto.
"¡Ahora, Rouji!" gritó ella, su voz resonando en el comunicador, el pulso de su corazón latiendo en sincronía con los motores.
Los Gundvolva emitieron una señal de auxilio dirigida a Júpiter, un grito silencioso en el vacío. Con un destello de energía que rasgó la oscuridad, los dos Mobile Suits saltaron hacia el planeta gigante, dejando atrás la batalla y el asteroide en llamas. La flota de Dominicus, distraída por los Gundvolva restantes, no pudo seguirlos, y el espacio quedó en silencio, salpicado solo por los restos flotantes de la contienda.
Cecelia Dote y Rouji Chante viajaban en el vacío rumbo a Júpiter, sus Gundvolva surcando el espacio en un silencio roto solo por el zumbido constante de los motores y el leve crepitar de los sistemas internos. Ambos sabían que el planeta y sus alrededores estaban fuertemente resguardados, un bastión protegido por la flota jupetariana y sus aliados, así que Rouji activó una señal de socorro desde su consola. El pulso se emitió directamente hacia la dirección donde la flota jupetariana orbitaba, un faro de esperanza en la inmensidad oscura.
"S-señal enviada," anunció Rouji, su voz entrecortada mientras sus dedos ajustaban los parámetros en la pantalla, el reflejo de los datos danzando en sus gafas.
Cecelia, sentada en el asiento de su Gundvolva, se abrazaba a sí misma, el frío del traje de piloto filtrándose a través de la tela ajustada. El Mobile Suit estaba en modo automático, liberándola de la necesidad de pilotar, pero no del peso de la incertidumbre. Sus manos temblaban ligeramente mientras miraba por la visera, el vacío infinito extendiéndose ante ella.
"Espero que esto funcione, Rouji," murmuró, su voz cargada de ansiedad, el eco de sus palabras rebotando en la cabina.
Rouji, ocupado tecleando en su consola, levantó la vista por un instante, sus ojos encontrándose con los de ella a través de las pantallas compartidas.
"L-las p-p-probabilidades d-de éxito son d-de un 87.45%," respondió, su tono intentando transmitir seguridad a pesar del tartamudeo, el sonido de las teclas llenando el espacio con un ritmo hipnótico.
Cecelia dejó escapar una risa suave, apoyando una mejilla en su rodilla doblada, un gesto que buscaba consuelo en su propia postura.
"Rouji, si llegamos a morir, déjame decirte que te quiero mucho y que lo que he construido y forjado es gracias a ti también," confesó, su voz temblando con una mezcla de gratitud y temor, el jugo que había bebido antes aún dejando un leve sabor dulce en su paladar.
Rouji siguió tecleando, su concentración inquebrantable, pero una sonrisa leve curvó sus labios.
"T-también te a-aprecio, C-Cecelia," respondió, su voz sincera resonando en el comunicador mientras la señal de socorro continuaba emitiéndose, un latido constante en la frecuencia jupetariana.
A millones de kilómetros, la Flota Interplanetaria 2 de Júpiter orbitaba el gigante gaseoso, acompañada por la Legión de los Lobos Carmesí de Marte en un ejercicio conjunto rutinario. El espacio alrededor del planeta estaba salpicado de naves blancas y doradas, emblemas de Júpiter, junto a cruceros negros con detalles rojos que representaban la fuerza marciana. En el puente de mando del crucero insignia Luminaris, el Capitán Aurelius Tharn Velcroix revisaba los puntos vulnerables de su formación, su figura imponente destacando entre los oficiales. Sus ojos escanearon un holograma táctico que giraba lentamente, analizando las rutas posibles de ataque. Hacia Marte era una amenaza probable; aunque el 70% del planeta estaba ocupado por UNISOL, incluidas sus lunas, la resistencia seguía activa. Hacia Saturno, sin embargo, era menos factible; tenían un frente allí, pero avanzar hacia Júpiter desde esa dirección sería suicida. La Ephore Solaris estaba en el planeta, y su presencia otorgaba a la flota una misión sagrada: proteger no solo a su líder, sino también a los habitantes que dependían de su guía.
El terminal de Aurelius emitió una alerta breve, dos pulsos que cortaron el murmullo de la sala de mando.
"¡Capitán! Registro una señal de auxilio viniendo desde la órbita de Venus hacia nuestra dirección. Son unidades móviles, ninguna flota acompañante," informó un oficial jupetariano, su voz tensa mientras ajustaba los sensores.
Aurelius alzó una ceja, su mano deteniéndose sobre el holograma.
"¿Solo dos unidades? Podría ser una trampa," murmuró, su mente evaluando las posibilidades mientras se ponía de pie.
A su derecha, un holograma se activó, revelando el rostro curtido del Comandante Ignmar de los Lobos Carmesí, su barba gris moviéndose mientras hablaba.
"¿Estás viendo lo mismo que yo, Aurelius?" preguntó, su tono grave resonando a través del comunicador.
Aurelius asintió, su mirada fija en las lecturas.
"Lo veo, Comandante Ignmar. Tengo sospechas, podría ser una trampa," respondió, cruzando los brazos mientras el holograma parpadeaba.
Ignmar soltó una risa profunda, el sonido reverberando en su cabina.
"Son dos unidades móviles, tengo el cañón Trailblazer listo para disparar en caso de que sea una trampa. Un solo disparo y los convertiremos en polvo estelar," dijo, su confianza evidente.
Aurelius dejó escapar una risa seca, inclinando la cabeza.
"Una fuerza muy poderosa para dos pequeñas unidades si me permite opinar, Comandante. Mejor bien muertos ellos que nosotros," replicó, su tono cargado de ironía.
"¡Capitán! Apertura de vacío en T menos 10, 9, 8, 7, 6…" anunció el oficial jupetariano, su voz acelerándose mientras los sensores detectaban la inminencia del salto.
Aurelius intercambió una mirada con Ignmar a través del holograma.
"Bueno, veamos quiénes son y luego disparamos. ¿Qué le parece, Comandante Ignmar?" propuso, su mano descansando sobre la empuñadura de su arma ceremonial.
Ignmar se acomodó en su silla, jugando con su barba mientras sonreía.
"Heill sé, Ephore," respondió, el saludo ritual resonando con reverencia.
Aurelius repitió el gesto, su voz firme.
"Heill sé, Ephore."
Cecelia y Rouji estaban a segundos de salir al espacio aéreo de Júpiter, el zumbido de sus Gundvolva intensificándose mientras el vacío se preparaba para liberarlos.
"P-prepárate, s-s-salimos… ¡ahora!" exclamó Rouji, su voz temblando de anticipación.
Los dos Gundvolva emergieron del salto con un destello cegador, encontrándose frente a una imponente flota interdimensional. Naves y cruceros blancos y dorados, típicos de la armada jupetariana, flotaban junto a otras de color negro con detalles rojos, distintivas de los Lobos Carmesí. Los cañones de las naves giraron hacia ellos, un muro de acero y energía que los recibió con hostilidad.
La radio de sus Gundvolva cobró vida con un chisguido.
"Aquí el Capitán Aurelius Tharn Velcroix. Ustedes están invadiendo espacio restringido. Tienen 10 segundos para identificarse antes de que abramos fuego. Repito, tienen 10 segundos para identificarse antes de que abramos fuego," anunció, su voz resonando con autoridad, el conteo comenzando en el fondo.
Rouji activó la radio, sus manos temblando mientras hablaba.
"A-aquí, Rouji C-Chante de B-Burion Electronics. Me e-encuentro con C-C-Cecelia D-Dote, CEO de B-Burion E-Electronics. V-v-venimos p-pidiendo a-asilo a J-Júpiter ya que D-Dominicus nos e-está c-cazando," explicó, su tartamudeo haciendo eco en la cabina.
Aurelius alzó una ceja desde el puente del Luminaris, su mirada fija en las dos unidades en la pantalla. Burion Electronics era una compañía ligada a UNISOL y al Grupo Benerit, aliados de Dominicus. ¿Por qué los perseguían?
"¿Burion Electronics pertenece a UNISOL. Digan sus verdaderas intenciones. ¿Por qué los persiguen?" exigió, su tono endureciéndose mientras hacía una señal a su equipo para preparar los escáneres.
Cecelia tomó el micrófono, su respiración agitada mientras intentaba calmarse. Respiró hondo, su voz saliendo firme a pesar de los nervios.
"C-capitán Aurelius, Burion Electronics acaba de romper relaciones con el Grupo Benerit. No formamos parte de la organización y actualmente la empresa se encuentra cerrada," explicó, sus manos apretando los controles.
Aurelius frunció el ceño, su paciencia empezando a agotarse.
"Sigue sin responder. No evite las preguntas o abriremos fuego. ¿Por qué los persiguen?" insistió, su dedo rozando el botón de activación del cañón.
Cecelia tragó saliva, su mirada encontrándose con la de Rouji a través de las pantallas.
"Porque yo y Burion Electronics no compartimos los mismos ideales que UNISOL. Además… yo, Cecelia Dote, soy una bruja," confesó, su voz temblando al revelar su secreto, la marca bajo su seno derecho latiendo con un calor sutil.
Un silencio pesado llenó el espacio, interrumpido solo por el zumbido de los sistemas. Aurelius miró la pantalla, analizando las dos unidades con cautela. La CEO de una compañía tan influyente era una bruja, una usuaria del Permet. Recordó las órdenes de la Ephore Solaris: refugiar y proteger a los sensibles al Permet si UNISOL o Dominicus los cazaban.
"Necesitamos comprobación. Manténganse a la espera. Unidades los alcanzarán y escoltarán a la nave más cercana," ordenó finalmente, su voz cortante pero sin hostilidad.
Cecelia dejó salir un gran suspiro, el alivio relajando sus hombros dentro de la cabina. Al menos no les habían disparado. Rouji, por su parte, temblaba visiblemente, el sudor corriendo por su frente. Los soldados los sacarían de sus Mobile Suits, lo obligarían a interactuar con extraños, y tal vez lo tocarían. El pánico lo invadía, pero sabía que debía aguantar. Si fallaba, Cecelia pagaría las consecuencias, y eso era algo que no podía permitir.
Los dos Gundvolva de Cecelia Dote y Rouji Chante fueron transportados lentamente hacia la nave principal donde se encontraba el Capitán Aurelius Tharn Velcroix, un crucero imponente de diseño blanco y dorado que flotaba como un faro en el espacio jupetariano. La bahía del hangar se abrió con un zumbido grave, las puertas metálicas deslizándose para revelar un espacio vasto iluminado por luces ámbar que parpadeaban rítmicamente. Las unidades fueron estacionadas con precisión, sus cabinas alineadas frente a un semicírculo de soldados jupetarianos, sus rifles de plasma apuntando hacia los Mobile Suits con una tensión palpable. El aire dentro del hangar estaba cargado con el olor a lubricante y metal calentado, y el eco de los pasos de las botas resonaba contra las paredes.
"Abra la cabina del piloto y descienda lentamente," resonó una voz autoritaria a través de los altavoces, el tono cortante dejando poco margen a la duda.
Cecelia suspiró, el sonido escapando de sus labios mientras miraba hacia la unidad Gundvolva de su costado. "Cariño, hay que bajar," dijo con suavidad, su voz intentando transmitir calma a pesar de la situación.
Rouji no respondió, su silencio llenando el espacio de la cabina con una tensión nerviosa. Sin embargo, fue el primero en actuar, el siseo hidráulico de su cabina abriéndose rompió el silencio. Cecelia lo imitó, la compuerta de su Gundvolva elevándose con un chirrido metálico. Rouji mantenía el casco puesto, la visera en modo privado ocultando su rostro tras un reflejo oscuro, mientras los Haro que lo acompañaban emergían de la unidad, flotando a su alrededor y repitiendo en un tono monótono: "Aliados, aliados, aliados, aliados."
Cecelia descendió sin casco, su figura destacando bajo las luces del hangar. Aunque era conocida como la CEO de Burion Electronics, su belleza natural —piel dorada venusiana, cabello plateado recogido en una coleta y ojos intensos— dejó a más de un soldado sonrojándose ligeramente, sus miradas desviándose con timidez mientras intentaban mantener la compostura.
Aurelius llegó pocos segundos después, sus botas resonando con autoridad mientras se acercaba, escoltado por un grupo de soldados con uniformes impecables. Sus ojos recorrieron a Cecelia y al joven delgado que la acompañaba, su figura encorvada bajo el peso de su timidez. "Su acompañante debe quitarse el casco e identificarse," ordenó, su voz firme pero sin rastro de hostilidad.
Cecelia lo miró de reojo rápidamente, luego se giró hacia Aurelius con una expresión suplicante. "Capitán Aurelius, Rouji es… tímido, muy tímido. No interactúa con personas. Quitarle el casco sería… un poco cruel," explicó, su tono suave pero cargado de preocupación.
Aurelius la observó, su rostro endureciéndose. "Señorita Dote, no hay discusión. Tenemos que identificarlos. Tímido o no, él no puede esconder su identidad, más aún si estamos en un estado de guerra. Que se quite el casco," insistió, cruzando los brazos con una resolución inquebrantable.
Cecelia sabía que sus súplicas no serían aceptadas. Se acercó a Rouji, colocando una mano en su hombro con gentileza. "Cariño, tenemos que hacer caso… quítate el casco, hazlo por mi corazón," susurró, su voz cargada de afecto mientras lo animaba con una sonrisa cálida.
Rouji dudó, su respiración entrecortada audible incluso a través del casco. Sabía que no tenía opción. Con un suspiro pesado, cerró los ojos con fuerza, como si quisiera protegerse del mundo exterior, y levantó las manos temblorosas hacia su casco. Lo retiró lentamente, revelando su rostro: un muchacho blanco, casi albino, con cabello azul desordenado y lentes gruesos de montura negra que magnificaban sus ojos nerviosos. Su delgadez era evidente, su figura encorvada reflejando años de aislamiento.
Aurelius suspiró, evaluándolo como un niño flacucho resguardado por su "madre". "Escóltenlos a la Sala de Interrogatorios 1," ordenó, girándose para partir hacia la sala por su cuenta, sus pasos resonando mientras los soldados rodeaban a la pareja.
Cecelia tomó la mano de Rouji, entrelazando sus dedos con los de él mientras avanzaban, su tacto un ancla para el joven que mantenía los ojos cerrados, soportando el contacto humano con un esfuerzo visible. Los soldados los guiaron a través de corredores iluminados por luces frías, el sonido de sus botas contra el suelo metálico creando un ritmo constante que llenaba el aire.
La Sala de Interrogatorios 1 era una habitación estéril, sus paredes blancas reflejando la luz con un brillo casi cegador. En el centro había una mesa de metal rodeada de sillas duras, una camilla en una esquina cubierta por una cortina gris, y un leve olor a antiséptico flotando en el ambiente. Dentro, una doctora los esperaba: una mujer jupetariana de piel pálida y cabello largo plateado, típico de su pueblo, vestida con una bata blanca que llevaba un símbolo de sol bordado en el bolsillo.
Cecelia se sorprendió al verla, sus ojos abriéndose con curiosidad, mientras Rouji seguía con los ojos cerrados, su mano apretando la de ella con más fuerza.
Pocos segundos después, la puerta se abrió con un chirrido, dando paso a Aurelius, quien se posicionó junto a la doctora con una postura rígida. "Como entenderán, necesitamos revisarlos y escanearlos. La doctora Caedryn revisará sus signos y hará un chequeo rápido. Por favor, colaboren," explicó, su tono dejando claro que no aceptaría negativas.
Cecelia apretó la mano de Rouji, consciente de lo que venía, y le susurró al oído: "Ánimo, tú puedes," antes de darle un beso suave en la mejilla, un gesto que buscaba infundirle valor.
Rouji tragó saliva, su rostro pálido brillando bajo la luz mientras se acercaba a la doctora, sudando profusamente, su respiración entrecortada traicionando su ansiedad.
"Puedes abrir los ojos, niño. Necesitamos tomar registro de todo," dijo la doctora Caedryn con una voz calma pero firme, sosteniendo un terminal médico en sus manos.
Rouji sabía que debía cooperar. Abrió los ojos lentamente, revelando su mirada nerviosa tras los lentes. La doctora comenzó a tomar medidas, colocando un estetoscopio contra su pecho para escuchar sus signos vitales, cada toque un martirio para él. Se sentía ultrajado, su piel erizándose con cada contacto, pero permaneció inmóvil.
"Respiración agitada, signos de mala alimentación, físicamente débil," anotaba Caedryn en su terminal, su pluma deslizándose con precisión.
Un robot médico se acercó, escaneando su cuerpo con un láser azul que recorrió cada centímetro de su figura.
"Piel pálida, casi albina, ojos azules, cabello azul, altura 1.55, peso 50 kg," continuó, registrando los datos.
Cuando el robot terminó y los resultados llegaron a su terminal, la doctora se tambaleó, casi cayendo de su silla. Aurelius lo notó de inmediato. "¿Pasa algo, doctora?" preguntó, su voz cargada de curiosidad.
Caedryn se ajustó los lentes, su rostro reflejando incredulidad. "Esto debe de ser un error. Déjeme recalibrar el escáner médico," dijo, activando el dispositivo de nuevo.
El láser volvió a recorrer a Rouji, y los resultados fueron idénticos. "Esto es imposible…" murmuró, su voz temblando.
Aurelius alzó una ceja, impaciente. "Hable, doctora…"
Caedryn lo miró, sus ojos abiertos de par en par. "Físicamente está mal alimentado, no tiene enfermedades físicas, pero… su IQ calculado… es de 740," reveló, su tono casi reverente.
Aurelius alzó otra ceja, procesando la información. "¿Y eso qué tiene que ver?"
La doctora lo miró con asombro. "Capitán Aurelius, el IQ más alto registrado en la humanidad es de 320. Este niño ha superado el doble de esa cifra. ¿Se da cuenta? Es más que un genio," explicó, su voz elevándose con emoción.
Aurelius volteó a mirar a Rouji, quien había cerrado los ojos de nuevo, su delgadez y timidez encajando ahora con la revelación de su mente extraordinaria. "Señorita Dote, adelante, es su turno," anunció, su tono más respetuoso.
Cecelia se acercó a Rouji, jalándolo suavemente a un lado y susurrándole: "Lo has hecho muy bien," antes de darle un apretón afectuoso en la mano.
Luego se dirigió a la doctora, quien repitió el procedimiento. El robot médico escaneó su cuerpo, y Caedryn tomó notas de sus medidas: altura, peso, pulso. Pero un dato captó su atención en el terminal.
"Usuaria permitiana, lectura de Permet en la usuaria, mayor a 700 IR, va más allá del promedio, Capitán,"informó, su voz cargada de sorpresa.
Aurelius suspiró, confirmando sus sospechas. "¿Señorita Dote, ha visto aparecer alguna marca en su cuerpo?"preguntó, su mirada fija en ella.
Cecelia lo miró, dudando por un momento. "Sí…" admitió, su voz baja.
Aurelius asintió. "Necesitamos comprobar visualmente el tamaño de la marca. No todos los usuarios poseen marcas, y las que las tienen miden su poder por el tamaño de la misma," explicó, su tono profesional pero firme.
Cecelia se sonrojó, sus mejillas tiñéndose de un rojo sutil. "¿En serio necesita verla?" preguntó, su voz temblando de vergüenza.
Aurelius insistió. "Sí, necesitamos comprobar."
Cecelia suspiró, resignada, y comenzó a desabrocharse la parte superior del traje de piloto, sus dedos temblando ligeramente. Aurelius alzó una ceja, sorprendido. "¿Qué hace, Señorita Dote?" preguntó, su tono confundido.
"Pronto lo verá," respondió ella, terminando de desabrochar la tela y dejando al descubierto sus senos, grandes y provocativos, que captaron la atención del capitán por un instante.
El sonrojo de Aurelius fue evidente, pero pronto dio paso a la sorpresa cuando vio la marca bajo su seno derecho. Cruzaba todo el seno hasta llegar a su estómago, una línea oscura y brillante que superaba con creces el tamaño promedio, un indicio inequívoco de su poder permitano.
"Puede vestirse, Señorita Dote. No es necesario que siga desnuda," dijo Aurelius, apartando la mirada mientras recuperaba la compostura, su voz ligeramente ronca.
Cecelia suspiró aliviada, vistiéndose de nuevo con movimientos rápidos, el traje ajustándose a su figura mientras recuperaba su dignidad.
Aurelius habló, su tono más serio. "Tengo que reportar este suceso con mis superiores. Cuando tenga respuesta, les diré cómo seguir. Por el momento, permanecerán en la nave. Agradezco su comprensión."
Cecelia regresó junto a Rouji, tomando su mano de nuevo, sus dedos entrelazándose con los de él. Ambos habían pasado la prueba del Capitán, y ahora solo les quedaba esperar, con la esperanza de que su destino los llevara al planeta Júpiter.
Cecelia Dote y Rouji Chante habían sido trasladados a un cuarto asignado para pasar la noche, un espacio provisional mientras el Capitán Aurelius Tharn Velcroix reportaba los eventos a sus superiores. La nave Luminaris zumbaba con una energía constante, un murmullo lejano de maquinaria que se filtraba a través de las paredes metálicas, pero los cuartos, distribuidos a lo largo de un corredor silencioso, ofrecían un aislamiento relativo. Cada puerta, sellada con paneles de metal gris pulido, estaba marcada con números fluorescentes que brillaban tenuemente en la penumbra, amortiguando los sonidos del exterior y creando una burbuja de quietud. Los cuartos estaban diseñados para ser individuales, con paredes lisas y un aire que olía ligeramente a ozono y metal recién trabajado, pero Cecelia se resistía a la idea de estar sola. La soledad, después de los últimos días de tensión y peligro, le pesaba como una losa, y su instinto la empujaba a buscar compañía. Rouji, por su parte, deseaba evitar cualquier contacto con el resto del personal; su timidez era una barrera casi física, y la mera posibilidad de enfrentarse a extraños lo hacía retroceder, sus manos temblando al imaginarlo. Tras una breve negociación con los guardias —un intercambio de miradas y palabras susurradas que se prolongó bajo la luz fría del pasillo—, ambos convencieron a los soldados de compartir la misma habitación, un alivio mutuo que les permitió respirar con un poco más de calma.
El cuarto asignado era mediano, un espacio funcional pero acogedor en comparación con las celdas o los hangares de la nave. Las paredes, de un blanco mate, reflejaban la luz de una lámpara empotrada en el techo, proyectando sombras suaves que danzaban con cada movimiento. Había una cama con sábanas blancas ligeramente arrugadas, su tela áspera al tacto pero limpia, situada contra la pared opuesta a la puerta. Junto a ella, una mesa de metal con bordes redondeados sostenía un par de sillas plegables, y en una esquina se encontraba un baño pequeño, sus azulejos grises brillando bajo la luz tenue de una lámpara interior. Lo más importante para Rouji era la ausencia de contacto con el personal, un detalle que los guardias habían asegurado al sellar la puerta con un cerrojo electrónico, aislando el espacio del bullicio de la tripulación. Para él, ese aislamiento era un bálsamo, un refugio donde podía bajar la guardia, sus hombros relajándose mientras exploraba el cuarto con una mirada cautelosa.
Cecelia decidió aprovechar la privacidad del baño para ducharse, un lujo que anhelaba después de días de tensión. El sonido del agua cayendo comenzó como un goteo lento, creciendo hasta un murmullo constante que resonaba contra las paredes de azulejo, mientras el vapor se deslizaba por las rendijas de la puerta, llenando el aire con un aroma húmedo y cálido. Se despojó del traje de piloto con movimientos cansados, dejando que el agua caliente recorriera su piel, aliviando la rigidez de sus músculos. Mientras tanto, Rouji se sentó en una de las sillas, sacando su terminal remoto con manos temblorosas. El dispositivo, un rectángulo compacto con bordes desgastados, brillaba con un resplandor azul mientras lo activaba. Comenzó a investigar más sobre la flota y Jupiter, sus dedos moviéndose con una precisión casi hipnótica sobre el teclado táctil. En términos simples, estaba hackeando la nave y sus sistemas, un acto arriesgado que, si lo descubrían, podría clasificarlos como espías de UNISOL y ponerlos en grave peligro. Sin embargo, Rouji permanecía tranquilo, su mente enfocada en los datos que fluían por la pantalla. Mientras no lo atraparan, razonaba, nada podía salir mal. El zumbido del terminal llenaba el silencio, acompañado por el ocasional clic de los Haro que flotaban a su alrededor, sus ojos luminosos parpadeando como centinelas vigilantes.
Cuando Cecelia salió del baño, el vapor la seguía como una nube ligera, envolviéndola mientras avanzaba con pasos descalzos que resonaban suavemente contra el suelo. Estaba envuelta solo en una toalla blanca que apenas cubría su figura, el tejido áspero rozando su piel aún húmeda. Se detuvo en seco, un gesto de frustración cruzando su rostro al darse cuenta de un detalle crucial: no había traído ropa de repuesto. Todo seguramente se había destruido en el asteroide, un pensamiento que la hizo soltar un suspiro exasperado. "Genial… eres una genio, Cecelia. ¿Ahora qué te vas a poner?"murmuró para sí misma, su voz cargada de autocrítica mientras pasaba una mano por su cabello plateado, aún goteando.
Rouji, absorto en su terminal, levantó la vista por un instante, sus ojos parpadeando tras las gafas. "T-tienes p-p-problemas?" preguntó, su voz entrecortada mientras seguía tecleando, el sonido de las teclas llenando el aire con un ritmo hipnótico.
Cecelia lo miró, exasperada, ajustando la toalla con un movimiento nervioso. "¡Estoy desnuda, Rouji! ¡No puedo caminar desnuda!" exclamó, su tono subiendo ligeramente mientras señalaba su situación con un gesto de las manos.
Rouji continuó tecleando, su tono indiferente como si el asunto fuera una trivialidad. "L-la vestimenta e-es un b-bien s-s-s-secundario," respondió, su atención regresando a la pantalla, donde flujos de datos continuaban deslizándose.
Cecelia abrió la boca para replicar, una réplica ingeniosa formándose en su mente, pero Rouji la interrumpió con un movimiento rápido de su mano. "S-sin embargo, s-s-sabía que i-iba a pasar esto. N-Número 4," llamó, su voz ganando un matiz de satisfacción. Un Haro flotó hacia Cecelia con un zumbido suave, su cuerpo metálico reflejando la luz mientras abría un compartimento frontal con un clic. Dentro, había ropa cuidadosamente doblada: ropa interior de Cecelia, un short de dormir suave de color gris, y una polera blanca grande que parecía haber sido elegida con cuidado. "N-Número 4 t-t-tiene tu r-ropa de dormir. N-Número 6 t-t-tiene un cam-bio de r-ropa de d-diario," explicó Rouji, su mirada volviendo brevemente a ella antes de concentrarse de nuevo en su trabajo.
Cecelia abrió los ojos de par en par, sorprendida y conmovida hasta lo más profundo. Rouji, su Rouji, había pensado en todo, incluso en los detalles más pequeños de su comodidad. Sin pensarlo, corrió hacia él, la toalla cayendo al suelo en su entusiasmo y dejándola desnuda por un instante, su piel aún brillante por la ducha. Lo abrazó por la espalda, sus brazos rodeándolo con fuerza mientras le daba besos rápidos en la mejilla, dejando pequeños rastros de humedad. "¡Eres el mejor, mi cerebrito!" exclamó, su voz llena de afecto, el calor de su cuerpo transmitiéndose a través del contacto.
Rouji no se inmutó, ni los besos ni la desnudez de Cecelia afectándolo en lo más mínimo. Siguió tecleando, descargando información de la nave a su terminal privado: el estado del conflicto entre Jupiter y UNISOL, los avances tecnológicos jupetarianos, la organización de las brujas, el aquelarre, y, sobre todo, detalles sobre Solaris, la Ephore. Para él, el contacto físico con Cecelia era una excepción, un lazo de confianza que trascendía cualquier incomodidad, y su mente permanecía enfocada en los datos que fluían como un río digital.
Cecelia se cambió rápidamente, poniéndose los shorts cortos y cómodos que apenas asomaban bajo el polerón blanco grande, un atuendo que a simple vista parecía solo la prenda superior, pero que le ofrecía una comodidad inesperada. Se dejó caer en la cama con un suspiro, el colchón crujiendo bajo su peso mientras se acomodaba, las sábanas rozando su piel con un tacto fresco. Miró a Rouji, quien seguía trabajando en la mesa, la luz de su terminal proyectando sombras danzantes en su rostro. "¿Qué haces, Rouji?" preguntó, apoyando la cabeza en una mano, su voz suave pero curiosa.
Rouji, sin detenerse, respondió con un tono concentrado. "O-organizo la información p-p-por bloques, s-sobre la nave, J-Jupiter y d-demas," explicó, sus dedos danzando sobre el teclado con un ritmo constante, el sonido de las teclas llenando el espacio con un eco rítmico.
Cecelia abrió la boca, sorprendida, y susurró con una sonrisa traviesa: "¿Los estás hackeando?"
Rouji respondió con sinceridad, como siempre hacía. "Sí," admitió, su tono neutro, como si estuviera declarando un hecho cotidiano.
Cecelia soltó un "Pff" inicial, un sonido que escapó de sus labios como un suspiro burlón, seguido por una carcajada que llenó el cuarto con su calidez. Se tumbó boca arriba en la cama, su cuerpo temblando mientras reía sin control, las sábanas arrugándose bajo ella. Rouji no le prestó atención, inmerso en su tarea, el sonido de su risa apenas un eco lejano en su concentración, su mente absorta en los datos que seguía organizando.
Las horas pasaron, el tiempo deslizándose en la penumbra del cuarto mientras el zumbido de la nave se convertía en un fondo constante. Rouji recopiló toda la información disponible, guardándola en su terminal con un proceso meticuloso: la encriptó con algoritmos complejos, la respaldó en un servidor privado oculto que mantenía en línea, un refugio digital al que solo él tenía acceso. Cuando terminó, apagó el dispositivo con un clic suave y se frotó los ojos, el cansancio finalmente asomando en su rostro, las ojeras bajo sus lentes volviéndose más marcadas.
Cecelia lo observó desde la cama, las sábanas cubriendo sus piernas hasta las rodillas. "¿Terminaste?" preguntó, su voz suave, casi un susurro, mientras se incorporaba ligeramente para mirarlo mejor.
"Sí," respondió Rouji, quitándose los lentes con un movimiento lento y dejándolos sobre la mesa con un clic que resonó en el silencio.
Cecelia sonrió, una expresión cálida que iluminó su rostro cansado. Alzó las sábanas con un gesto invitador, haciéndose a un lado en la cama para dejarle espacio. "Ven, vamos a dormir," invitó, su tono maternal y reconfortante, extendiendo una mano hacia él.
Rouji se acercó lentamente, sus pasos vacilantes mientras se deslizaba bajo las sábanas con movimientos cuidadosos, el roce de la tela contra su piel haciéndolo estremecer ligeramente. Cecelia lo acurrucó contra su pecho, su brazo rodeándolo con ternura mientras le hacía mimos en la cabeza, sus dedos enredándose con suavidad en su cabello azul. Rouji se durmió en pocos segundos, su respiración volviéndose rítmica y tranquila, un suspiro escapando de sus labios mientras se rendía al agotamiento. Cecelia lo arrullaba con un zumbido bajo, su mano acariciando su frente con un ritmo pausado, sus pensamientos vagando hacia los peligros que habían dejado atrás y los desafíos que aún les esperaban. Habían pasado por demasiado, y ella le debía la vida a este niño. Rouji le era leal, un ancla en su mundo caótico, y Cecelia estaba decidida a darle todo el amor que nadie más podía ofrecerle, un vínculo que los mantendría fuertes en los días venideros, mientras la nave continuaba su órbita alrededor de Jupiter.
La noche había pasado en un suspiro dentro del cuarto asignado a Cecelia Dote y Rouji Chante, un silencio roto solo por el zumbido lejano de la nave Luminaris y el susurro ocasional del aire filtrado a través de las rejillas. Las sábanas de la cama, ligeramente arrugadas, aún conservaban el calor de sus cuerpos cuando unos golpes firmes resonaron detrás de la puerta, sacando a Cecelia de un sueño ligero. El sonido, un doble golpe seguido de un tercero más fuerte, reverberó en las paredes metálicas, arrancándola del arrullo que había ofrecido a Rouji. No tuvo tiempo de responder antes de que la puerta se abriera con un chirrido lento, las bisagras protestando mientras se deslizaba. El Capitán Aurelius Tharn Velcroix entró, escoltado por dos soldados cuya presencia llenaba el umbral, sus uniformes blancos y dorados reflejando la luz tenue del corredor.
La escena que se presentó ante sus ojos dejó a Aurelius momentáneamente inmóvil: Cecelia estaba en la cama, abrazando al niño genio contra su pecho, sus brazos rodeándolo con ternura mientras lo arrullaba con un zumbido suave, su cabello plateado cayendo en mechones desordenados sobre su rostro. Rouji, dormido, descansaba plácidamente, su respiración rítmica apenas audible, su delgada figura encajada contra ella como un refugio seguro.
Aurelius carraspeó, su voz rompiendo el momento con una mezcla de formalidad y sorpresa.
"Lamento molestar su privacidad en pareja, señorita Dote…" comenzó, su tono sugiriendo una interpretación errónea, sus ojos desviándose por un instante antes de volver a fijarse en ella.
Cecelia alzó la cabeza, un rubor sutil tiñendo sus mejillas mientras lo corregía con suavidad.
"No es lo que piensa usted, Capitán. Mi relación con Rouji va más allá de lo romántico," explicó, su voz firme pero cargada de afecto, ajustando su postura para no despertar al niño. El peso de su lazo fraternal era evidente, un vínculo que trascendía las suposiciones externas.
Aurelius alzó una ceja, su curiosidad contenida tras una máscara de profesionalismo. No quiso indagar más, respetando la intimidad de la explicación.
"Entiendo. Vengo a informarle que tenemos autorización para que puedan descender al planeta. La Ephore los va a recibir. Pediría que por favor no la hagan esperar," anunció, inclinándose ligeramente en una despedida formal antes de girarse hacia la puerta, sus botas resonando contra el suelo mientras salía, seguido por los soldados.
Cecelia permaneció inmóvil por un momento, procesando la información mientras el eco de los pasos se desvanecía en el corredor. La posibilidad de descender a Júpiter, de enfrentarse a la Ephore Solaris, llenaba su mente con una mezcla de esperanza y nerviosismo. Decidió despertar a Rouji, inclinándose hacia él con cuidado.
"Rouji, corazón, despierta, cariño, arriba," susurró, su voz suave como una caricia mientras le acariciaba el cabello azul con los dedos.
Rouji abrió los ojos lentamente, parpadeando tras las gafas que descansaban torcidas sobre su nariz, y se incorporó con movimientos perezosos, el colchón crujiendo bajo su peso. Uno de los Haro salió volando hacia él con un zumbido alegre, su cuerpo metálico girando en el aire mientras repetía en un tono monótono:
"Buenos días, buenos días, buenos días."
Abrió su compartimento de almacenamiento con un clic, revelando una bebida isotónica de color verde brillante y un paquete de galletas crujientes que desprendía un leve aroma a avena. Rouji las tomó con manos temblorosas, bebiendo la bebida en sorbos pequeños y masticando las galletas con una precisión casi mecánica.
Incrédula, Cecelia lo miró, sus ojos abriéndose con una mezcla de asombro y preocupación.
"¿Vas a desayunar solo eso?" preguntó, su tono teñido de incredulidad mientras cruzaba los brazos sobre el pecho.
Rouji levantó la vista, tragando antes de responder.
"L-la bebida t-tiene los s-suficientes minerales y v-v-vitaminas para un c-cuerpo de 50 k-kilogramos, y l-l-las galletas d-dan las s-suficientes calorías p-para l-la m-mañana," explicó, su voz entrecortada pero segura, como si recitara un cálculo matemático.
Cecelia sacudió la cabeza, aún incrédula.
"¡Es por eso que estás tan delgado! Dios mío, si estuviéramos en casa te preparo un desayuno de verdad. Pero no nos desviemos del tema, Rouji, nos han dado autorización para descender a Júpiter," dijo, su voz cambiando a un tono más animado mientras se ponía de pie, las sábanas deslizándose a sus pies.
Rouji no parecía sorprendido, su expresión permaneciendo neutral mientras masticaba otra galleta.
"Lo sé," respondió con calma, su tono sorprendentemente sereno.
Cecelia lo miró, intrigada, inclinando la cabeza.
"¿Perdón?" preguntó, su voz alzándose ligeramente.
Rouji bebió otro sorbo antes de continuar.
"L-la autorización f-f-fue dada e-el día de a-yer por la E-Ephore S-Solaris. Sin e-embargo, nos h-han mantenido aquí p-para v-vigilarnos y v-v-ver si i-intentábamos algo," explicó, su mirada fija en el Haro que flotaba a su lado.
Cecelia quedó en shock, sus ojos abriéndose de par en par mientras procesaba la revelación.
"¿Cómo lo sabes?" preguntó, su voz temblando de asombro.
Rouji respondió después de terminar su bebida, dejando el envase vacío sobre la mesa con un clic suave.
"A-ayer los h-hackeé. ¿R-recuerdas?" dijo, su tono tan casual como si hubiera comentado el clima.
Cecelia parpadeó, un "Pff" escapando de sus labios antes de que una risa suave brotara de su pecho.
"Cambiemos mejor, que nos esperan," dijo, riendo mientras se quitaba la polera blanca como si fuera lo más natural del mundo frente a Rouji, quedándose con los pechos al aire, seguida por el short que dejó caer al suelo.
"¿Quién dices que tenía mi ropa de diario?" preguntó, su desnudez no afectando en absoluto la dinámica entre ellos.
Rouji, inmune a la escena, siguió masticando sus galletas.
"N-Número 6," respondió, su voz tranquila.
El Haro se acercó a Cecelia con un zumbido, abriendo su compartimento para revelar un cambio de ropa: una camiseta ajustada, pantalones negros cómodos y ropa interior. Cecelia tomó las prendas con una sonrisa, vistiéndose con movimientos pausados, el tejido rozando su piel mientras recuperaba su compostura.
Cecelia y Rouji caminaban por el pasillo guiados por los guardias, el eco de sus pasos resonando contra las paredes metálicas iluminadas por luces frías. Aurelius los acompañaba, su figura imponente liderando el grupo hacia un shuttle estacionado al final del corredor. El aire estaba cargado con un leve olor a combustible y metal pulido, y el zumbido de los sistemas de la nave llenaba el espacio.
"Por favor, señorita Dote, suba," dijo Aurelius, haciendo un gesto caballeroso con la mano, su tono cortés pero firme.
Cecelia le sonrió como cortesía, sus labios curvándose con gracia mientras subía al shuttle, el asiento frío rozando la parte trasera de sus muslos. Rouji, guiado por los Haro, que flotaban a su alrededor indicando obstáculos con zumbidos suaves, mantenía los ojos cerrados, su timidez haciéndolo depender de los robots. Logró sentarse junto a Cecelia con un movimiento torpe, el crujido del asiento acompañando su llegada. Aurelius se sentó al costado del piloto, su uniforme blanco y dorado destacando bajo la luz del interior.
El shuttle cerró sus compartimentos con un pitido agudo, el sonido reverberando en la cabina mientras los motores se encendían con un rugido grave. En pocos segundos, estaban en el aire, el despegue acompañado por una leve vibración que recorrió sus cuerpos.
Por las ventanas, Cecelia pudo ver la flota interdimensional de Júpiter, una visión imponente que la dejó sin aliento. Naves blancas y doradas flotaban en formación, sus cascos brillando bajo la luz reflejada del planeta, mientras cruceros más pequeños patrullaban los bordes. Quien se enfrentara a tal número sería un loco o un suicida, pensó, su mirada perdida en la majestuosidad del despliegue militar.
El shuttle descendió hacia la capital de Júpiter, la superficie del planeta acercándose con una lentitud deliberada. Cuando las puertas se abrieron, un soplo de aire puro y natural inundó la cabina, un contraste sorprendente con el ambiente procesado de la nave. Cecelia notó que la atmósfera no era opresiva, ni la gravedad autoregulada como en las colonias espaciales. Era… como estar en la Tierra, un paraíso inesperado.
El suelo bajo sus pies era firme, cubierto de hierba suave que crujía con cada paso, y el cielo exhibía tonos anaranjados y rosados, iluminados por la luz difusa de Júpiter.
"Impresionante, ¿verdad? Todo esto se lo debemos a Lady Gaia, quien con su afinidad permitica terraformó Júpiter, convirtiéndolo en un paraíso," explicó Aurelius, su voz cargada de orgullo mientras descendía tras ellos, sus botas dejando huellas en la hierba.
Rouji, intrigado, abrió los ojos por un instante, su mirada curiosa explorando el entorno antes de volver a cerrarlos.
"¿Q-que t-tecnología usan? No e-escuché ningún p-pilar V-Vemex c-cuando d-descendimos," preguntó, su voz temblorosa pero ansiosa por aprender.
Aurelius rio, un sonido profundo que resonó en el aire fresco.
"Lady Gaia no usa tecnología. Lady Gaia terraforma con su afinidad, con el Permet," aclaró, su tono reverente mientras señalaba el horizonte.
Rouji intentó responder, sus labios abriéndose para formular otra pregunta, pero Aurelius lo interrumpió con una sonrisa.
"Lady Solaris quizás les explique más adelante. Por ahora, partamos. Que el Sol nos espera," dijo, haciendo un gesto para que lo siguieran, su figura liderando el camino hacia la capital.
Dentro del Palacio Solar, una estructura imponente erigida en el corazón de la capital jupetariana, el aire estaba impregnado de un aroma sutil a incienso de sándalo y metal pulido, una mezcla que flotaba entre las altas columnas de mármol blanco que sostenían el techo abovedado, decorado con frescos que representaban constelaciones giratorias. La luz del sol, filtrada a través de vitrales multicolores que proyectaban tonos ámbar, esmeralda y carmesí, danzaba sobre el suelo de piedra pulida, creando un ambiente casi sagrado que reverberaba con el susurro del viento filtrado desde las ventanas abiertas.
Solaris, la Ephore, se encontraba en el centro del gran salón, su figura envuelta en una túnica dorada que brillaba con reflejos solares, su cabello rojo cayendo en ondas brillantes sobre sus hombros como llamas vivientes. Sus ojos azul hielo, fríos y penetrantes, contrastaban con su piel anaranjada, bañada por el sol como si hubiera absorbido la esencia misma de Júpiter.
Había recibido la noticia de su consejo de generales esa mañana, un mensaje transmitido a través de un holograma parpadeante que detallaba la llegada de una bruja solicitando asilo político. La información, susurrada con urgencia por sus consejeros, había encendido una chispa de interés en su mirada glacial. Inicialmente, había ordenado que trajeran a la visitante de inmediato, deseosa de evaluar su potencial, pero a insistencia de sus generales —voces graves que resonaron en la sala de guerra con argumentos de precaución— se había acordado esperar un día. Ese tiempo permitiría analizar el comportamiento de los "visitantes", un término que cargaba con una mezcla de esperanza y sospecha.
Ahora, esa mañana, un nuevo informe había llegado: los visitantes estaban descendiendo a Júpiter, y Solaris había decidido actuar.
Con un gesto elegante de su mano, adornada con un anillo de oro que reflejaba la luz, Solaris convocó a todo el Aquelarre, una reunión solemne que reunió a las brujas más poderosas del sistema bajo el techo del Palacio Solar. El gran salón se llenó con el susurro de sus pasos y el roce de sus vestimentas mientras tomaban sus lugares alrededor de la cámara circular, el eco de sus movimientos rebotando en las paredes.
Las novitiae, jóvenes aprendizas con marcas permitanas aún frescas que brillaban tenuemente bajo sus túnicas, se alinearon detrás de sus maestras, sus ojos reflejando una mezcla de reverencia y curiosidad bajo la luz danzante.
En el centro, junto a Solaris, estaba Lunaria, su reina lunar, envuelta en una túnica plateada que parecía absorber la luz, su cabello corto recogido en una coleta ajustada que dejaba ver su rostro sereno. Ambos, junto con Ericht, la princesa solar, llevaban laureles de oro sobre sus cabezas, símbolos de su autoridad que brillaban con un resplandor casi divino.
Ericht, con su cabello pelirrojo cayendo en mechones sueltos y ojos azul hielo que reflejaban los de Solaris, caminaba de un lado a otro con pasos vacilantes pero llenos de alegría, su piel anaranjada brillando bajo la luz. Sus piernas recién recuperadas se movían con una libertad que la hacía sonreír, ya no necesitada del Aerial para sentir o interpretar el mundo; su conexión con el Permet le había devuelto la movilidad, un milagro que aún la emocionaba, sus pasos resonando suavemente contra el suelo.
Solaris alzó las manos, el silencio cayendo sobre la sala como una cortina pesada, el único sonido el leve crepitar de las antorchas que flanqueaban las paredes.
"Las he reunido a todas debido a que me acaban de informar que una nueva bruja ha llegado a nuestra puerta,"comenzó, su voz resonando con una autoridad cálida que llenaba el espacio.
"Según me informan, su marca tácita cubre la mitad de su pecho," añadió, dejando que las palabras flotaran en el aire, cargadas de significado, mientras sus ojos azul hielo recorrían a las presentes.
Júpiter, una bruja de cabello plateado que caía como una cascada sobre sus hombros y ojos plateados que brillaban con intensidad, fue la primera en hablar, dando un paso adelante con una postura segura. Su piel blanca pálida, típica de los jupetarianos, contrastaba con la luz del salón, dándole un aire etéreo.
"Lady Solaris, si lo que informan es verdad, podríamos estar ante una posible candidata a novitiae," sugirió, su tono cargado de entusiasmo mientras evaluaba las implicaciones, sus dedos jugando nerviosamente con el borde de su túnica.
Marte, a su lado, respondió con un ladrido gutural que resonó como un eco salvaje, su figura alta y musculosa dominando el espacio. Su cabello rojo violeta caía en mechones desordenados, y sus facciones lobunas —colmillos afilados que asomaban entre sus labios, ojos amarillos brillantes como los de un lobo y uñas letales que parecían garras— reflejaban la afinidad feral que el Permet le había otorgado.
"Si es fuerte, no me importa tomar una segunda novitiae," declaró, cruzando los brazos con una sonrisa feroz, su postura tensa como la de una mujer loba lista para saltar, sus garras rascando ligeramente el suelo.
Gaia, la más joven del grupo, dejó escapar una risa suave, un sonido cristalino que llenó el espacio con su inocencia. Su cabello liso y negro caía como una cortina sobre sus hombros, y sus ojos morados brillaban con emoción mientras jugaba con un mechón, su piel pálida iluminada por la luz.
"¡Qué emocionante!" exclamó, su voz temblando de entusiasmo, su juventud contrastando con la seriedad del momento, sus manos temblando de anticipación.
Urano y Plutón permanecieron tranquilas, sus figuras envueltas en túnicas oscuras que parecían absorber la luz, sus expresiones inescrutables como las profundidades de sus planetas homónimos.
Saturno, con su cabello morado cayendo en ondas dramáticas y ojos amarillos que brillaban con un toque de petulancia, dejó escapar un suspiro teatral.
"Si nos va a ayudar, que lo haga de una vez," dijo, su voz cargada de impaciencia, adoptando su pose de lady dramática mientras ajustaba su túnica con un movimiento exagerado, su naturaleza tsundere asomando en un bufido apenas audible.
Neptuno, la más alta de todas con casi tres metros de estatura, permaneció estoica a un lado de Lunaria, su armadura plateada reflejando la luz mientras sostenía una gran espada que descansaba contra su hombro con un peso imponente.
Calythea, posicionada al costado de Solaris, habló con un tono reflexivo, su voz suave pero firme.
"Los usuarios permiticos han aumentado desde las guerras de Kuiper. Es como si el mismo Permet estuviera forzando su despertar para luchar contra quienes suprimen a las usuarias," analizó, sus dedos rozando los laureles con un gesto pensativo, su mirada perdida en el horizonte.
Venus, silenciosa hasta ese momento, analizaba la situación con una precisión quirúrgica. Finalmente, habló, su voz baja pero cargada de intención.
"Si ha venido a pedir asilo político, es porque es una persona importante o de poder. ¿Quién es?" preguntó, su postura relajada pero cargada de un magnetismo que capturaba la atención.
Solaris la miró y sonrió, un gesto que iluminó su rostro con una mezcla de sabiduría y misterio.
"Lo es. Su nombre es Cecelia Dote y tiene una compañía llamada Burion Electronics," reveló, dejando que el nombre resonara en el salón.
Venus frunció el ceño.
"¿Burion Electronics no forma parte del Grupo Benerit?" cuestionó, su tono teñido de escepticismo, el silencio cayendo como una losa mientras las brujas procesaban la conexión.
Tras una pausa que pareció estirarse eternamente, Solaris respondió con calma, su voz cortando el silencio como una hoja afilada.
"Lo es, sin embargo, le vamos a dar el beneficio de que pueda explicar su situación. No vamos a dejar desamparado a una usuaria del Permet que necesita nuestra ayuda. Si su conexión con el Permet es fuerte y logra despertar su poder, ella se convertirá en nuestra hermana," declaró, su voz resonando con una determinación inquebrantable.
Ericht, incapaz de contener su emoción, se puso de pie con un movimiento torpe pero lleno de vida y corrió hacia Lunaria, quien la levantó con un movimiento grácil, sus brazos plateados envolviéndola con ternura.
Lunaria habló, su voz serena pero poderosa.
"Recuerden que debemos ser más unidos que nunca. Bajo el Permet, somos todos uno," afirmó, su mirada recorriendo a las brujas, que asintieron en un coro silencioso de acuerdo.
El sonido de la puerta del salón interrumpió el momento, un crujido pesado que hizo girar las cabezas hacia el guardia que entraba. Se arrodilló con reverencia ante las reinas solar y lunar, y ante la princesa solar.
"Ave dominus solus, mis reinas, mi princesa. La visita ha llegado al palacio," anunció, su voz resonando con formalidad.
Solaris lo miró, su expresión serena pero autoritaria.
"Por favor, hazla pasar a este lugar," ordenó, su tono dejando poco espacio a la duda.
El guardia se inclinó de nuevo.
"Ave dominus solus, mi reina," respondió antes de retirarse, sus pasos resonando mientras se dirigía a buscar a Cecelia y Rouji.
Cecelia Dote había llegado al Palacio Solar junto con Rouji, cuya mano temblorosa se aferraba a la suya como un ancla en medio de la inmensidad que los rodeaba. El palacio se alzaba ante ellos como una visión sacada de una era antigua, sus columnas gigantes inspiradas en la civilización romana de la Tierra, talladas en mármol blanco que brillaba con vetas doradas bajo la luz del sol jupetariano. La estructura estaba recubierta de oro puro, un resplandor que hería los ojos y reflejaba el cielo anaranjado en destellos cegadores, mientras un símbolo del sol gigante, grabado en la fachada principal, dominaba la entrada como un faro de poder y divinidad. Cecelia apenas podía procesar la magnitud de la arquitectura, el peso de cada detalle —el eco de sus pasos contra el suelo de piedra, el aroma a incienso que flotaba en el aire, el calor suave que emanaba de las paredes doradas— abrumándola mientras avanzaban. Se inclinó hacia Rouji, su aliento rozando su oído mientras susurraba con reverencia: "Cariño, tienes que ver esto." Rouji, confiando ciegamente en ella, abrió los ojos por un instante, solo para ser cegado por los resplandores dorados y marmóreos de la estructura, un destello que lo hizo parpadear rápidamente antes de volver a cerrarlos, su mano apretando la de Cecelia con más fuerza. Ambos eran guiados por dos guardias jupetarianos, sus armaduras doradas tintineando con cada paso, mientras los Haro de Rouji flotaban a su alrededor, zumbando suavemente como escoltas leales, sus luces parpadeando en sincronía con el ritmo de la marcha.
El trayecto los llevó a una puerta gigante, una obra maestra de metal y oro que se alzaba como una barrera imponente. Los guardias golpearon la superficie con nudillos enfundados, el sonido resonando como un tambor en la quietud antes de que las puertas se abrieran con un crujido profundo, revelando el interior del gran salón. Frente a Cecelia se desplegó una escena que la dejó sin aliento: una gran cantidad de figuras femeninas, cada una distinta en apariencia y aura, las miraban con una intensidad que la hizo estremecer. Pudo deducir rápidamente algunas cosas: todas eran mujeres, lo que sugería que eran usuarias del Permet, es decir, brujas, y sus miradas evaluadoras se posaban tanto en ella como en Rouji, el único hombre presente además de los guardias. El aire estaba cargado de una energía palpable, el roce de sus túnicas y el susurro de sus respiraciones llenando el espacio con una tensión casi eléctrica.
De pronto, una voz cortó el silencio como un ladrido salvaje: "Qué hace un debilucho aquí frente al sol." La figura que se acercaba era imponente, una mujer feral con facciones lobunas que se movía como una cazadora acechando a su presa. Sus ojos amarillos brillaban con un fulgor depredador, y su cabello rojo violeta caía en mechones desordenados sobre su rostro. Rouji, abrumado, cayó al piso con un golpe sordo, sus rodillas golpeando la piedra fría mientras cerraba los ojos con fuerza, su respiración acelerándose. Cecelia intentó hablar, su voz atrapada en la garganta, pero la mujer fue más rápida, acercándose en segundos hasta quedar a centímetros de Rouji. Lo olió como si fuera su presa, un gruñido bajo escapando de su garganta mientras sus colmillos afilados brillaban bajo la luz. "Hueles a miedo, niño…" siseó, su tono cargado de desprecio.
Cecelia se agachó rápidamente, envolviendo a Rouji en un abrazo protector, su cuerpo interponiéndose entre él y la amenaza. "N-no, por favor, no le hagas daño," suplicó, su voz temblando mientras lo apretaba contra su pecho, el latido de su corazón resonando en su oído.
"Suplicar por clemencia es de débiles," replicó la bruja, abriendo la boca para mostrar sus colmillos filosos y letales, sus garras rascando ligeramente el suelo mientras se inclinaba hacia ellos. Antes de que pudiera responder, una voz autoritaria resonó desde el fondo del salón, cortando el aire como un látigo. "Es suficiente, Marte. Déjalos tranquilos."
La chica, ahora identificada como Marte, se enderezó con un movimiento brusco, sus ojos amarillos entrecerrándose antes de retroceder a su posición inicial, sus pasos resonando con un eco feral. Cecelia levantó la mirada hacia el centro de la sala, su respiración aún agitada, y vio a quien les había “salvado”. Allí estaba Solaris, la Ephore, una figura que emanaba brillo y autoridad como una diosa solar. Su túnica dorada parecía arder con luz propia, su cabello rojo cayendo en ondas brillantes y sus ojos azul hielo fijos en ellos. A su lado, Cecelia asumió que estaba su reina lunar, con adornos de plata en su vestido que reflejaban la luz lunar, y en sus brazos una niña pequeña y pelirroja, con piel anaranjada y ojos azul hielo idénticos a los de Solaris. La princesa, que Cecelia dedujo debía ser la princesa solar, los miraba con curiosidad infantil, sus laureles de oro brillando sobre su cabeza.
"Cecelia Dote," pronunció Solaris, su voz resonando con una mezcla de poder y serenidad mientras se ponía de pie con un movimiento grácil. Caminó hacia ella, sus pasos ecoando contra el suelo de mármol, su presencia llenando el espacio. "CEO, fugitiva, bruja… ¿es así como te llaman en el imperio de UNISOL?" preguntó, su mirada penetrante clavándose en Cecelia, quien aún estaba sentada en el piso, abrazando a Rouji, cuyo cuerpo temblaba contra el suyo.
Cecelia levantó la mirada desde el suelo, sus ojos encontrándose con los de Solaris, el peso de la acusación y la esperanza mezclándose en su pecho. Solaris extendió la mano, sus dedos rozando la frente de Cecelia con una suavidad inesperada. Antes de que pudiera procesarlo, escuchó las palabras de la Ephore: "Déjame ver la verdad." Un escalofrío recorrió su cuerpo mientras sentía cómo toda la información de su vida —sus recuerdos, sus luchas, su relación con Rouji, los eventos que la habían llevado hasta allí— fluía hacia Solaris como un río desbordado. Intentó resistirse, su mente luchando contra la invasión, pero la fuerza de Solaris era abrumadora, un poder que la superaba por completo. De pronto, un ardor intenso se apoderó de su pecho, como si el Permet mismo se encendiera dentro de ella. Solaris estaba indagando no solo en Cecelia, sino también en Rouji, explorando sus conexiones y su pasado.
De la nada, una luz brillante emergió de la marca tácita bajo su blusa, un resplandor dorado que se desprendió de su piel y rompió la conexión con un estallido silencioso. "¡Déjame en paz!" gritó Cecelia, su voz resonando en el salón mientras se apartaba, jadeando. Un silencio pesado cayó sobre la sala, roto solo por el eco de su respiración entrecortada. Sentía como si su cabeza fuera a partirse, un dolor pulsante que la hacía apretar los ojos, pero cuando los abrió, lo que vio no fue enojo, sino a Solaris sonriendo. La Ephore habló de nuevo, su tono aún autoritario pero ahora teñido de calidez. "Has pasado la prueba… hermana."
Cecelia no entendía, su mente aún nublada por la experiencia. Solaris señaló su pecho, y desde la abertura de su camiseta, una luz dorada emanó de la marca tácita antes de volver a su estado normal, un brillo que se desvaneció como un suspiro. "Has despertado, Cecelia Dote. Oficialmente eres una bruja," anunció Solaris, su voz resonando con una certeza que llenaba el aire.
Aún en el piso, sudando y abrazando a Rouji, Cecelia miró a Solaris, su corazón latiendo con fuerza. "De pie, Cecelia. Eres una de nosotras, y como tal, Solaris te da la bienvenida," ordenó la Ephore, extendiendo una mano hacia ella, el laurel de oro en su cabeza brillando bajo la luz del salón, un gesto que prometía un nuevo comienzo.