Capítulo 19 La Sangre del Sol y la Luna
14 de septiembre de 2025, 2:18
Cecelia Dote avanzaba por los amplios corredores del Palacio Solar con su mano firmemente entrelazada con la de Rouji, cuyos dedos temblorosos se aferraban a los suyos como un ancla en medio de la inmensidad que los rodeaba. El palacio se alzaba a su alrededor como un sueño dorado, sus columnas romanas de mármol blanco reluciente capturando la luz del sol jupetariano en vetas que danzaban con cada paso, mientras las paredes, recubiertas de oro puro, emitían un resplandor cálido que calentaba la piel y proyectaba reflejos suaves en el suelo de piedra pulida. El aroma a incienso de mirra flotaba sutilmente en el aire, mezclándose con el leve zumbido del Permet que parecía vibrar en las piedras, un murmullo casi imperceptible que resonaba en sus oídos. En la entrada principal, un símbolo del sol gigante, tallado con una precisión milimétrica que parecía desafiar el tiempo, dominaba la fachada, su brillo casi cegador bajo los rayos del mediodía tiñendo el aire con un tono anaranjado. Cecelia apenas podía procesar la magnitud de la arquitectura, el eco de sus pasos contra el suelo de piedra resonando en sus oídos, el roce del aire fresco contra su rostro y el crujido de las túnicas de los guardias abrumándola mientras avanzaban. A su lado, Jupiter, una bruja de presencia etérea, la guiaba con pasos elegantes, su figura destacando entre las sombras doradas del corredor.
Cecelia sabía que todos los jupetarianos compartían un tono de piel pálida y cabello plateado, rasgos que reflejaban su conexión con el Permet, pero esta mujer tenía algo especial. Su piel, casi luminosa bajo la luz que se filtraba por los vitrales, contrastaba con el tono plateado de su largo cabello, atado en coletas adornadas con listones azul celeste bordados con hilo dorado que brillaban con cada movimiento. Sus ojos plomizos, profundos y reflectantes, parecían contener el alma de quien los mirara, una belleza etérea que parecía compartida por casi todas las mujeres del Aquelarre de Solaris. Rouji, a su lado, aún temblaba por el encuentro con Marte, su cuerpo aún estaba rígido y su respiración entrecortada traicionando el miedo que aún lo atenazaba. Cecelia lo llevaba de la mano, intentando infundirle seguridad, aunque ni ella misma sabía cómo lograrlo, su propia incertidumbre mezclándose con el calor de su palma contra la de él.
—No debes estar tan tensa — dijo Jupiter con su voz suave pero firme, resonando en un eco cantarín mientras giraba ligeramente la cabeza para mirar a Cecelia. —Tu audiencia con la señora Solaris ha terminado de la mejor manera. Has sido bienvenida dentro del Aquelarre como aspirante. Levanta tu rostro con orgullo.
Cecelia frunció el ceño con su mirada fija en la espalda de Jupiter mientras respondía en un tono cargado de sarcasmo.
—Tú lo dices porque no te enfrentaste a esa mujer… Rouji casi muere de un infarto.
No pasó mucho antes de que una risa cantarina llenara el corredor en un sonido cristalino que parecía danzar entre las columnas. Jupiter reía con su cabeza inclinándose hacia atrás mientras el eco de su alegría reverberaba en las paredes.
—Admito que Marte puede ser un poco intensa —confesó, su tono ligero pero con un matiz de diversión.—Pero créeme que todo estaba controlado en la sala. Si Marte los hubiera querido cazar, no habrían podido pisar el planeta.
¿De verdad mi vida pendía de un hilo tan frágil? pensó Cecelia, parpadeando con su mente luchando por aceptar esa idea.
—Aún no entiendo cómo funciona todo esto —murmuró Cecelia, su voz baja mientras sus ojos recorrían el corredor, el peso de la incertidumbre asentándose en su pecho.—Lo que conocemos del Permet es lo que aprendemos: que es un arma que permite manipular cosas, incluso tecnología. Sin embargo, aquí es… diferente…
Jupiter volvió a reír, deteniéndose por un momento para girarse hacia Cecelia con una sonrisa serena.
—El Permet es una fuerza que vive en toda la materia —explicó, su voz adquiriendo un tono didáctico mientras gesticulaba con las manos.—Ser vivo, material, objeto… todo está creado por átomos. El Permet es la fuerza que vive dentro y los mueve, vive en todo, en el universo como tal. Controlarlo en su totalidad es imposible; necesitas mover cada célula, cada átomo, comprenderlo. Las brujas, como las llaman, son usuarias que tienen afinidad para acceder a esa fuerza y controlar cierta parte. Algunas tienen afinidades que les permiten explotar el Permet en ciertos campos… como este.
Extendió la mano hacia el patio que se abría a un lado del corredor, donde un cubo de entrenamiento de metal gris descansaba sobre la hierba. Con un movimiento fluido, el cubo fue atraído hacia ella con una fuerza invisible, detenido a centímetros de su palma en un susurro de energía. Luego, de la nada, implosionó, comprimiéndose hasta quedar como una pequeña pelota diminuta que flotó en el aire antes de volver a su forma original con un leve estallido de luz. Tanto Cecelia como Rouji observaban incrédulos, sus ojos abiertos de par en par.
—G-gravedad, f-f-fuerza de a-atracción e i-i-implosión — balbuceó Rouji con su mirada fija en el cubo que ahora descansaba nuevamente en el suelo.
Jupiter, quien normalmente tenía los ojos cerrados para los indignos al aquelarre, dirigió su mirada hacia el niño con sus ojos plomizos brillando con un calor inusual. Rouji alzó la vista, encontrándose con esos ojos que parecían contener el infinito, un abismo de conocimiento que lo dejó sin aliento.
—Correcto. Mi afinidad con el Permet es la gravedad. Así como ostento el título de Jupiter, mi afinidad está muy relacionada al planeta.
Rouji, intrigado, intentó buscar con la mirada algún dispositivo gravitatorio. Conocía la tecnología gravitatoria: las botas de los obreros y mineros usaban dispositivos que los anclaban a superficies. Sin embargo, la mujer llamada Jupiter no llevaba nada, solo su túnica blanca que se movía con la brisa. ¿Cómo era posible?
Antes de que pudiera articularlo, Cecelia habló:
—Eso es algo que no entiendo. ¿Por qué se llaman como los planetas?
Jupiter volvió a reír con suavidad.
—Cada bruja del Aquelarre ostenta un nombre según el planeta del cual proviene. Nosotras representamos al sistema solar. La señora Solaris representa al sol mismo, y nosotras somos los planetas que giramos alrededor de ella. Para que una bruja ostente el título de un planeta, debe tener un poder extremadamente fuerte y ser digna de tal título. Además, cada bruja tiene una marca tácita en su cuerpo, la manifestación del Permet en sí. Mientras más grande la marca…
Jupiter Hizo a un lado su túnica, revelando su espalda desnuda y mostrando una marca que se extendía desde la base del cuello hasta la espalda baja, un diseño intrincado que brillaba tenuemente bajo la luz.
Cecelia y Rouji miraron la marca, sus ojos abriéndose con asombro. Era muchísimo más grande que la que Cecelia llevaba bajo su pecho.
—…Más fuerte la bruja — concluyó Jupiter antes de cubrirse y seguir caminando.
—Las usuarias del Permet que son candidatas a integrar el Aquelarre no poseen una marca —continuó Jupiter.—Cuando ascienden a aprendices, se convierten en novitiae. Muchas tampoco poseen marcas hasta su desarrollo completo…
Se detuvo y miró directamente a Cecelia.
—…Es el orden natural de las cosas. Y después estás tú, una usuaria recién despertada del Permet, con una marca tácita en tu cuerpo y sin saber cómo exactamente acceder a él y usar su don… curioso…
Su sonrisa cálida iluminó su rostro antes de reanudar el camino.
Cecelia miró a Rouji por un segundo, compartiendo un intercambio silencioso de asombro y apoyo.
—Seguramente tienes más preguntas —dijo Jupiter al girar una esquina.—Todo será respondido a su tiempo. Por ahora, te llevaré al lugar donde vivirás… ahora, con tu compañero…
Cecelia habló sin dudar:
—No me voy a quedar sin Rouji. Él viene conmigo.
Jupiter la miró con seriedad.
—El Templo Solar es sagrado para y por Solaris, donde las brujas viven con sus novitiae. No se permiten hombres…
—Rouji es inofensivo y, además… él no le gusta la gente…
El silencio llenó el corredor, roto solo por los Haro.
—Inofensivo o no, sigue siendo un hombre. Debe acudir a la ciudad principal… replicó Jupiter.
—No me quedaré si Rouji no está conmigo. No voy a discutir eso…
Jupiter suspiró, resignada.
—Hablaré con la señora Solaris… Por ahora, se quedarán ambos en tu cuarto designado.
Cecelia suspiró aliviada.
—…Gracias.
Jupiter volvió a sonreír, cálida. Cecelia apretó la mano de Rouji y le susurró:
—Vamos a estar bien…
Rouji solo cerró los ojos, relajándose un poco mientras ambos seguían caminando detrás de Jupiter con el corredor abriéndose hacia un nuevo capítulo de sus vidas.
Cecelia y Rouji habían llegado a su nuevo "hogar", una habitación asignada dentro del Templo Solar que se alzaba como un refugio inesperado en medio de la incertidumbre. La estancia era sorprendentemente grande, extendiéndose en dos pisos que combinaban funcionalidad y elegancia. En el nivel inferior, una sala de estar acogedora se abría con paredes de mármol blanco adornadas con detalles dorados, un sofá de tela suave en tonos crema y una mesa baja de madera pulida que reflejaba la luz tenue de las lámparas empotradas. Junto a ella, un baño privado exhalaba un leve aroma a hierbas frescas, con azulejos que brillaban bajo la luz natural que se filtraba por una ventana estrecha. La parte superior, accesible por una escalera de caracol de metal dorado, albergaba una sala de estudio con estanterías vacías y un escritorio de roble que invitaba al trabajo, aunque el polvo acumulado sugería que llevaba tiempo sin uso.
Sin embargo, no había mucho tiempo para disfrutar del ambiente; Cecelia había sido convocada para integrarse con el resto de los miembros del Aquelarre, un deber que la obligaba a dejar a Rouji solo. Para él, no era un problema: amaba la soledad, el silencio que le permitía ordenar sus pensamientos y sumergirse en su mundo interior. Pero este lugar aún no se sentía como hogar. Las paredes doradas y el zumbido del Permet en el aire eran extraños, y la falta de equipos tecnológicos lo dejaba desorientado, privado del control que tanto valoraba. Sin sus herramientas habituales —consolas, terminales, circuitos—, se sentía como un pez fuera del agua, su mente lógica luchando por adaptarse.
Las brujas que había encontrado desafiaban todo lo que su cerebro podía procesar. Una mujer capaz de manipular la gravedad a su antojo, otra que terraformaba planetas con un poder casi divino, y otra que se transformaba en una bestia feroz: cada una rompía las leyes de la lógica que él había estudiado y perfeccionado. ¿Acaso estas mismas personas, con su poder descomunal, pudieran desmantelar el sistema actual si así lo quisieran? El pensamiento lo hizo estremecerse. Agitó la cabeza, intentando alejar esos temores, sus cabellos azulados moviéndose con el gesto. Sus pensamientos lógicos se inclinaban hacia el miedo, un eco de las tácticas de UNISOL que lo llenaban de desconfianza. Sin embargo, en su interior sabía que esas capacidades eran fascinantes, un enigma que deseaba descifrar. ¿Por qué solo las mujeres podían acceder al Permet? El término "bruja" se les había dado porque todas las usuarias eran femeninas, pero ¿por qué? Debía haber una lógica detrás, un patrón que su mente analítica podía desentrañar si tan solo tuviera tiempo y recursos.
Rouji suspiró, el sonido escapo de sus labios como un susurro en la quietud de la habitación, y decidió explorar. Abrió la puerta trasera de la estancia, el cual era un panel de madera tallada con motivos solares que crujió al girar sobre sus bisagras. El aire fresco lo recibió de inmediato, cargado con el aroma de hierba recién cortada y flores silvestres que crecían en un jardín amplio situado en un peñasco. El paisaje se abría ante él, una vista panorámica de la capital de Jupiter que lo dejó sin aliento. La arquitectura se alzaba en una mezcla armoniosa de estilos: edificios con columnas grandes reminiscentes de la antigua civilización romana de la Tierra, mezclados con estructuras modernas de vidrio y acero que reflejaban el cielo anaranjado. Las cúpulas doradas y los templos esparcidos entre las calles brillaban bajo la luz del sol, creando un horizonte mágico que parecía suspendido entre el pasado y el futuro. Por un momento, Rouji sintió una paz profunda, el viento acariciando su rostro y el murmullo distante de la ciudad llenando el silencio. Cerró los ojos, dejando que la serenidad del paisaje lo envolviera, su respiración ralentizándose.
Sin embargo, esa paz se rompió de pronto por una pequeña voz que lo sacó de su inmersión.
—¿Qué son estas cosas?
Rouji giró la mirada, con su corazón dando un vuelco al encontrarse con una niña pequeña de pie a pocos metros de él. Era pelirroja, con unos laureles de oro brillando sobre su cabeza, ojos azul hielo que reflejaban la luz del sol y piel levemente anaranjada que la identificaba como parte de la línea solar. Rouji abrió los ojos como platos, el reconocimiento lo golpeo como un rayo: esa no era una niña cualquiera. Era la princesa solar, la hija de la Ephore Solaris. La princesa lo miraba con una curiosidad infantil y en sus manos sostenia un Haro naranja que agitaba sus ventilaciones superiores mientras repetía monótonamente: "Ayuda, ayuda, ayuda."
Rouji sintió un nudo en el estómago; la presencia de la princesa frente a él, sin guardia ni supervisión, era un problema. Un paso en falso y podría enfrentarse a consecuencias graves: decapitación o, peor aún, un encuentro con la mujer lobo, Marte.
—E-E-Es un p-p-p-prototipo que he c-c-creado —tartamudeó, su voz temblando mientras intentaba mantener la compostura.—E-es un Helper Automaton Robotic Operator, H-HARO.
Ericht parpadeó con sus grandes ojos inocentes inclinando la cabeza.
—¿Qué?
Rouji comenzó a sudar, gotas frías recorrian su frente mientras se ajustaba las gafas con dedos temblorosos.
—S-se l-llama HARO — repitió más claro esta vez, aunque el nerviosismo era evidente.
Ericht sonrió de pronto, su rostro se ilumino mientras abrazaba al Haro contra su pecho.
—¡HARO! ¿Y qué hace?
Rouji miró a su alrededor, el pánico iba creciendo. ¿Era normal que la princesa anduviera sola? ¿Dónde estaba su guardia? ¿Su niñera?
—M-me, a-a-ayudan con c-ciertas t-t-tareas…
—¿Qué tareas? preguntó Ericht, dando un paso más cerca.
Rouji parpadeó, sorprendido por la persistencia de la princesa. ¿Es normal que los niños pregunten tanto?
—T-tareas c-como a-accesos, o-o-organizar mi a-agenda, m-mis c-cosas…
Ericht inclinó la cabeza, sus ojos brillando.
—¿Ayudan con las lecciones que dejan los maestros?
Rouji volvió a parpadear, su mente trabajaba a toda velocidad.
—S-sí… p-podrían h-hacer eso…
Ericht sonrió aún más, con su entusiasmo desbordante.
—¡Quiero uno! declaró, apretando al Haro contra su pecho.
Rouji palideció, su rostro estaba blanco como el mármol del palacio. La princesa quería uno de sus Haro… Negárselo podía desencadenar problemas no solo para él, sino también para Cecelia.
—P-p-podría f-f-fabricar u-uno, p-p-para usted, p-p-p-princesa…
Ericht alzó una ceja, con su curiosidad ahora dirigida a él.
—¿Por qué hablas así?
Rouji miró a todos lados, el pánico siguió creciendo.
—T-t-tengo un p-p-problema de t-t-t-tartamudeo, e-e-es g-genético…
Ericht alzó otra ceja, confundida.
—¿Genérico?
Rouji iba a corregirla cuando una nueva voz irrumpió en el jardín, cortando el aire con urgencia.
—¡Mi princesa…! ¡Al fin la encuentro…!
Una mujer vestida con una túnica blanca y negra, de cabello plateado liso y largo, se acercaba rápidamente. Se veia como una sirvienta.
Ericht extendió los brazos hacia ella.
—¡Jovanelle, mira!
Jovanelle parpadeó, con su mirada pasando del Haro a Rouji.
—¿Disculpe, mi princesa… pero qué es eso?
—¡Él me lo regaló! dijo Ericht con orgullo.
Rouji parpadeó, sorprendido, mientras el sudor corría por su espalda.
Jovanelle lo miró con severidad.
—Disculpe, ¿quién es usted? ¿Por qué está en la Residencia Aureliana? ¿Sabe que está prohibido que el sexo masculino esté en este ambiente?
Rouji se puso más nervioso.
—E-e-estoy c-c-con C-Cecelia D-D-Dote, J-J-Jupiter e-e-esta e-enterada…
—¡Es tartamudo y habla así, Jovanelle! exclamó Ericht, interrumpiendo.
Jovanelle suspiró con paciencia.
—Mi princesa… no debemos soltar tan abiertamente los problemas físicos que pueda tener una persona. Lo vimos en nuestras lecciones básicas, ¿recuerda?
Ericht alzó una ceja, confundida.
—¿Tartamudo es un problema físico?
Rouji quería desaparecer.
—Mi princesa, será mejor que devuelva eso al joven —intervino Jovanelle.—Disculpe, ¿cuál es su nombre?
—R-Rouji C-Chante…
Jovanelle asintió.
—Gracias, joven Rouji. Por favor, le sugiero que se mantenga donde lady Jupiter le ordenó quedarse hasta que tengamos nuevas órdenes. Mi princesa, por favor devuelva ese… juguete al joven Rouji.
—¡No! exclamó Ericht, abrazando al Haro con fuerza.
—Mi princesa… eso no es de usted. Tiene que devolverlo.
—¡Es mío! replicó ella con terquedad.
Rouji cerró los ojos, resignado.
—P-p-puede quedárselo…
Jovanelle lo miró sorprendida.
—¿Está seguro?
—S-sí, p-p-puedo p-p-programarlo con c-c-cosas b-básicas que la p-p-princesa necesite p-p-para que l-l-le ayude c-c-como un a-asistente…
Jovanelle sonrió con calidez.
—Muy bien. Mi princesa, sería bueno que agradezca al joven Rouji.
Ericht lo miró con una sonrisa tímida.
—Gracias, Rouji.
El Haro en sus brazos repitió: "Traidor, traidor, traidor."
Rouji solo respondió con un —Ok…
Observó cómo Ericht y Jovanelle se alejaban, y suspiró antes de regresar a la habitación que compartía con Cecelia, con el peso de la interacción aún resonando en su mente.
Cecelia Dote había sido convocada poco después de llegar con Rouji a su nueva habitación, un llamado que resonó en el aire como un eco solemne mientras era guiada nuevamente por Jupiter. El corredor del Templo Solar se extendía ante ellas, sus paredes de mármol blanco salpicadas de vetas doradas que capturaban la luz del sol jupetariano, proyectando reflejos danzantes sobre el suelo pulido. El aroma a incienso de sándalo flotaba sutilmente, mezclándose con el zumbido casi imperceptible del Permet que vibraba en las piedras, un murmullo que parecía latir en sincronía con el corazón acelerado de Cecelia. A su lado, Jupiter avanzaba con pasos elegantes, su túnica blanca con detalles dorados rozando el suelo con un susurro suave, su piel pálida y cabello plateado brillando bajo la luz de los vitrales. Sus ojos plomizos, profundos y reflectantes, parecían contener un saber ancestral, una belleza etérea que parecía compartida por las mujeres del Aquelarre de Solaris.
Mientras caminaban, Jupiter comenzó a explicar las zonas del Templo Solar, su voz resonando con un tono didáctico que llenaba el espacio.
—Estamos dejando atrás la Residencia Aureliana — dijo, señalando un ala del edificio donde las brujas y sus novitiae residían.
Las puertas de madera tallada con motivos lunares y solares se alineaban a lo largo del corredor, cada una marcada con símbolos que representaban a las titulares, el aroma a hierbas frescas escapando de los patios interiores.
—Aquí viven las brujas titulares junto a sus aprendices, un espacio sagrado donde se cultiva el vínculo entre maestras y novitiae. Las habitaciones tienen patios interiores que reflejan sus afinidades: flores silvestres para Gaia, cristales oscuros para Plutón, y relámpagos grabados en piedra para Saturno.
Su voz se suavizaba al describir los detalles, el roce de su túnica acompañando el ritmo de sus palabras.
Continuaron hacia una galería abierta, donde el aire fresco traía el aroma de las flores silvestres del exterior, un contraste con el calor del interior.
—Más adelante está el Atrio de las Estrellas — explicó Jupiter, señalando un espacio circular con un techo de vidrio que dejaba ver el cielo anaranjado de Jupiter.
—Es un lugar de meditación y rituales, donde las brujas canalizan el Permet bajo la guía de Solaris. Las columnas están grabadas con constelaciones jupetarianas, y el suelo tiene un mosaico que representa el ciclo Sol-Luna.
El sonido de agua corriendo llegaba desde una fuente central, su murmullo llenando el ambiente con una calma casi hipnótica, las gotas reflejando la luz en pequeños destellos.
Luego, pasaron por un pasillo más estrecho flanqueado por antorchas que ardían con llamas azules, su luz proyectando sombras danzantes en las paredes.
—Aquí está la Sala de los Ancestros —continuó Jupiter, su tono adquiriendo un matiz reverente.—Guarda los registros históricos del Aquelarre, pergaminos y hologramas que narran las reencarnaciones de Solaris y Lunaria. Solo las brujas titulares y sus novitiae más avanzadas pueden entrar, y está protegida por sellos de Permet que solo Calythea puede desbloquear.
El crujido de las llamas y el leve zumbido de los sellos acompañaban sus palabras, un recordatorio de la santidad del lugar, el aire cargado con una energía antigua.
Finalmente, llegaron a una amplia puerta doble de metal dorado, decorada con relieves de planetas y estrellas que brillaban bajo la luz.
—Y este es el Patio de Entrenamiento — anunció Jupiter, empujando las puertas con un movimiento grácil.
El aire fresco golpeó el rostro de Cecelia mientras entraban en un espacio abierto rodeado de columnas bajas, el suelo cubierto de hierba suave salpicada de marcas de combate y el aroma a tierra húmeda llenando el ambiente. Allí, reunidas en semicírculo, estaban las brujas titulares, sus figuras destacando bajo la luz del sol. Jupiter se detuvo y se giró hacia Cecelia.
—Es hora de que conozcas a tus potenciales maestras. Cada una te evaluará para ver tu compatibilidad.
Las brujas se presentaron una a una, sus voces resonando con poder y autoridad, cada una realizando una prueba inicial con Cecelia.
Jupiter dio un paso adelante, con sus ojos plomizos fijos en ella.
—Soy Jupiter, la Sacerdotisa, y mi afinidad es la gravedad. Guío al Aquelarre con sabiduría y oráculos.
Extendió la mano, y un campo gravitatorio levantó a Cecelia ligeramente del suelo.
—Mantén el equilibrio.
Cecelia luchó por estabilizarse, con sus pies tambaleándose antes de asentarse con esfuerzo, ganándose una inclinación de cabeza de Jupiter, su piel pálida reflejando la luz.
Urano, de figura delgada y mirada cansada, habló con voz suave, sus ojeras marcadas bajo la luz. Su cabello lila caía desordenado, y su piel azulada contrastaba con sus ojos lila que parecían perderse en el horizonte.
—Soy Urano, la Durmiente. Mi poder es la putrefacción.
Hizo un gesto con la mano a distancia, y una roca cercana se descompuso en polvo.
—Resiste la presión de mi aura.
Cecelia sintió un leve mareo, pero se mantuvo firme, respirando hondo, y Urano asintió con aprobación.
Saturno, con su postura orgullosa y cabello morado ondeando, dio un paso al frente, su voz cortante y distante.
—Soy Saturno. Domino la electricidad y el magnetismo.
Un chisguetazo eléctrico recorrió sus dedos, y un rayo pequeño golpeó cerca de Cecelia.
—Evita el pánico.
Cecelia dio un salto instintivo pero mantuvo la compostura, su respiración agitada calmándose lentamente, lo que provocó un leve asentimiento de Saturno, su frialdad escondiendo un atisbo de aprobación.
Marte, con su figura alta y fornida de tonos rojizos, gruñó mientras se presentaba, su cabello rojo cayendo en mechones salvajes.
—Soy Marte, la Warmaster. Mi poder es la guerra. Esta es mi novitiae, Sophos.
Sophos, una joven de estatura media con complexión atlética, se inclinó. Su cabello rojizo anaranjado caía en ondas ligeras hasta el cuello, enmarcando un rostro expresivo con facciones marcadas y ojos azules intensos que brillaban con determinación. Marte avanzó hacia Cecelia con un movimiento rápido.
—Defiéndete.
Lanzó un golpe físico que Cecelia esquivó por poco, rodando a un lado y levantándose con esfuerzo, ganándose un gruñido de aprobación de Marte.
Gaia, la más joven, sonrió tímidamente, su cabello negro liso brillando bajo el sol, su piel pálida contrastando con sus ojos morados.
—Soy Gaia, la Joven. Puedo terraformar con mi afinidad, pero solo cerca de Solaris.
Tocó la hierba, que brotó en flores en segundos.
—Siéntete parte de esto.
Cecelia cerró los ojos, sintiendo una conexión momentánea con la naturaleza, lo que hizo que Gaia sonriera con entusiasmo.
Plutón, de figura esbelta y cabello azul corto, habló con un tono grave y sereno. Su piel zafiro brillaba con un tono refinado, y sus largas orejas élficas se alzaban elegantemente, sus ojos morados profundos y sabios.
—Soy Plutón, la Sabia. Mi poder es el sueño eterno. Esta es mi novitiae, Charon.
Charon, una joven de complexión delgada y porte delicado, se inclinó. Su cabello corto y ondulado de tono azul oscuro caía en mechones rebeldes, enmarcando un rostro melancólico con ojos verdes que reflejaban frialdad y sensibilidad. Plutón proyectó una ola de letargo hacia Cecelia.
—Resiste el sueño.
Cecelia luchó contra el peso en sus párpados, parpadeando hasta mantenerse despierta, lo que provocó una leve sonrisa de Plutón.
Calythea, la custodio de Solaris, y Vaelerythia, la guardiana de Lunaria, estaban ausentes. Jupiter explicó en voz baja:
—Calythea siempre cuida a Solaris, y Vaelerythia protege a Lunaria. No estarán hoy, pero su influencia se siente en cada rincón.
Su tono era reverente, el aire cargado con el peso de esas ausencias.
Finalmente, Venus, de piel ébano y cabello negro liso cayendo como una cascada, se acercó con una sonrisa seductora, sus ojos rojos brillando con intensidad.
—Soy Venus, la Seductora. Mi poder es la influencia. Probemos tu compatibilidad.
Guió a Cecelia al centro del patio, sus pasos elegantes dejando un rastro de energía seductora.
—Comencemos con una prueba simple.
Extendió las manos, y una oleada de calor envolvió a Cecelia, haciéndola sentir un deseo de complacer.
—Resiste esto.
Cecelia luchó por mantener su voluntad, su mente nublándose antes de recuperar el control con un esfuerzo visible. Venus sonrió.
—Bien, tienes fuerza interior.
La segunda prueba fue más intensa. Venus proyectó una ilusión de Rouji en peligro, su figura temblando bajo garras imaginarias. Cecelia sintió pánico, su corazón latiendo con fuerza, pero cerró los ojos y respiró hondo, rompiendo la ilusión con un grito ahogado. Venus asintió, impresionada.
—Tienes un lazo poderoso. Una prueba más.
En la última, Venus la llevó a un estado de trance, explorando su mente. Imágenes de su pasado —la pérdida de su familia en Venus, la creación de Burion Electronics— desfilaron ante sus ojos, el dolor y la resiliencia mezclándose. Cecelia mantuvo la calma, aceptando su historia con un suspiro tembloroso. Venus se retiró, su sonrisa amplia y cálida.
—Eres compatible conmigo. Te bautizo como Nemora, la Bruja de Nemora, la luna perdida de Venus. Serás mi novitiae.
Cecelia, exhausta pero aliviada, asintió, el peso de su nuevo título asentándose en su alma mientras las demás brujas observaban en silencio, el Permet zumbando en el aire como un sello de aprobación, el eco de sus pasos resonando en el patio.
El salón privado de Solaris se alzaba como un santuario dentro del Templo Solar, un espacio donde la luz del sol jupetariano se filtraba a través de vitrales multicolores que proyectaban patrones de ámbar, esmeralda y carmesí sobre el suelo de mármol blanco pulido. Las paredes, recubiertas de paneles dorados grabados con símbolos solares, reflejaban el resplandor en destellos suaves, mientras el aroma a incienso de mirra llenaba el aire con una calidez sagrada. El zumbido del Permet vibraba en las piedras, un murmullo constante que parecía resonar con el latido del corazón del lugar.
En el centro, sobre un estrado elevado, Solaris se encontraba sentada en un trono de oro y ébano, su túnica dorada brillando como el sol mismo, su cabello rojo cayendo en ondas brillantes y sus ojos azul hielo fijos en la figura que ingresaba. A su lado, Lunaria reposaba en un asiento de plata, su túnica plateada absorbiendo la luz, su cabello plateado corto recogido en una coleta que dejaba ver su rostro sereno. Ambas llevaban laureles de oro sobre sus cabezas, símbolos de su autoridad divina.
Frente a ellas, Ericht, la princesa solar, jugaba en el suelo con un Haro naranja que zumbaba monótonamente, sus ventilaciones agitándose mientras repetía: "Traidor, traidor, traidor." Su cabello pelirrojo brillaba bajo la luz, sus ojos azul hielo reflejando la curiosidad infantil, y su piel anaranjada se mezclaba con el calor del ambiente.
Jupiter entró con pasos elegantes, su túnica blanca con detalles dorados rozando el suelo, su piel pálida y cabello plateado captando los reflejos de los vitrales. Se inclinó profundamente ante las reinas, su voz resonando con respeto.
—Mi señora Solaris, Lady Lunaria, vengo a informarles que Nemora, antes conocida como Cecelia Dote, ha sido convertida en la novitiae de Venus. La ceremonia de bautizo se ha completado con éxito.
Su tono era firme, sus ojos plomizos reflejaban la seriedad del momento.
Solaris inclinó ligeramente la cabeza, sus labios curvándose en una sonrisa tenue, mientras Lunaria asentía con un gesto grácil. Jupiter continuó, con su voz adquiriendo un matiz de preocupación.
—Sin embargo, Mi señora Solaris, Nemora se niega a vivir en un lugar donde no se encuentre su compañero, Rouji. Insiste en que él permanezca a su lado.
En ese momento, Ericht dejó de jugar con el Haro y corrió hacia Lunaria, trepando con agilidad a sus piernas y acurrucándose contra su regazo. El Haro naranja zumbó en sus manos mientras ella lo abrazaba, su voz infantil rompiendo el silencio.
—Mami, Rouji es tartamudo — dijo, con sus ojos azul hielo brillando con inocencia mientras miraba a Solaris, para luego desviar su atención al Haro con el cual estaba en el jugando.
Un silencio largo se extendió por el salón, el único sonido el leve crujido de las llamas de las antorchas y el zumbido del Haro. El peso de las palabras de Ericht flotaba en el aire, hasta que Solaris lo rompió con una leve risa, un sonido cálido que resonó contra las paredes doradas. Jupiter, con un tono mesurado, añadió:
—No he detectado maldad en el alma del niño, Mi señora Solaris. Sin embargo, parece vivir con miedo de entrar en contacto con personas. Su aura está marcada por una cautela profunda.
Lunaria, con un gesto tierno, comenzó a acariciar el cabello pelirrojo de Ericht, sus dedos deslizándose suavemente entre los mechones mientras el Haro continuaba su monólogo mecánico.
—Es extraño ese comportamiento — murmuró, con su voz serena pero curiosa, sus ojos plateados fijos en la niña que jugaba en su regazo.
Jupiter afirmó con un leve asentimiento, su expresión reflexiva.
—Así es, Lady Lunaria. Pero el niño es inteligente. Al parecer, fue él quien creó el juguete que tiene Lady Ericht. Su mente trabaja muy rápido, más que la de un humano normal. Podría ser una mente valiosa si se guía adecuadamente.
Solaris suspiró, en un sonido profundo que llenó el espacio, sus ojos azul hielo posándose en Jupiter.
—Por el momento, permito que se quede en la Residencia Aureliana —decidió, su voz cargada de autoridad pero con un toque de compasión.—Sin embargo, debe tener vigilancia constante hasta que demuestre la confianza necesaria a todas en el Aquelarre. No podemos arriesgarnos a ciegas.
Jupiter inclinó la cabeza, su tono respetuoso.
—Entendido, Mi señora Solaris. Seguiré sus órdenes.
Con una reverencia final hacia ambas reinas, se despidió.
—Con su permiso, me retiro.
Girándose con elegancia, salió del salón, el roce de su túnica desvaneciéndose en el silencio.
Cuando la puerta se cerró tras Jupiter, Lunaria rompió el silencio, su voz suave pero inquisitiva.
—¿Estás segura? —preguntó, sus dedos aún peinando el cabello de Ericht, quien seguía jugando con el Haro, sus risitas infantiles llenando el aire.
Solaris sonrió, una expresión cálida que iluminó su rostro.
—Sí, estoy segura —respondió, su tono firme pero gentil.—El niño es una víctima más de un sistema que lo ha abandonado. Además, si es realmente tan inteligente, podemos usar esa inteligencia para el Aquelarre. Será una adición útil si logramos ganarnos su confianza.
Lunaria sonrió a su vez, un gesto sereno que reflejaba su acuerdo, y continuó peinando el cabello de Ericht con movimientos delicados. La niña, ajena a la seriedad de la conversación, seguía jugando con el Haro naranja, su voz monótona mezclándose con las risas mientras el sol se filtraba por los vitrales, bañando el salón en un resplandor dorado.
Cirelya Vareth’Nai se encontraba dentro de su fighter personal, una nave compacta de diseño elegante pero funcional, con un fuselaje azul oscuro que reflejaba las estrellas del vacío espacial. La cabina, iluminada por una tenue luz azulada, estaba repleta de paneles holográficos que parpadeaban con datos de navegación y niveles de combustible, mientras el zumbido constante del motor de vacío llenaba el aire con una vibración sutil. Su piel azulada, característica de los neptunianos, brillaba ligeramente bajo la luz ambiental, y sus orejas alargadas, típicas de los descendientes lunaris, se movían ligeramente al ritmo de su respiración controlada.
Como mensajera oficial de Neptuno, le habían asignado esta nave unipersonal para desplazarse desde su planeta natal hasta Jupiter, una misión delicada en un tiempo de creciente tensión. Oficialmente, Jupiter estaba en guerra con UNISOL tras la revolución de la corona, liderada por la reina Thalyssara, quien había derrocado al Consejo Real y aún no había declarado si Neptuno continuaría apoyando a UNISOL o tomaría una postura neutral. Los mensajes de UNISOL habían quedado sin respuesta, y las fuerzas interplanetarias neptunianas se habían reforzado, mientras la galaxia aguardaba la pronunciación de la reina. Cirelya, con su carácter metódico y reservado, sabía que su viaje era crucial, pero también peligroso.
El espacio exterior se extendía ante ella, un lienzo negro salpicado de estrellas lejanas, el silencio roto solo por el zumbido de su nave y el ocasional crujido del metal al ajustarse a los cambios de temperatura. Había pasado por Saturno, esquivando por poco una escuadra de Dominicus que patrullaba las órbitas exteriores, las naves enemigas dejando estelas brillantes en su radar. Cirelya no era experta en combate aéreo y, además, estaba superada en número; prefería evitar enfrentamientos. Su única opción era acelerar hacia Jupiter, pero el combustible de su fighter, diseñado para combates cortos y no para viajes largos, solo le permitía impulsos intermitentes antes de que el motor de vacío se recalentara. Los indicadores holográficos parpadeaban en rojo, mostrando el sobrecalentamiento, y el sonido del ventilador interno se intensificaba, un zumbido agudo que resonaba en la cabina.
—Debo llegar a Jupiter antes de que esto colapse — murmuró para sí misma, su voz firme pero teñida de ansiedad mientras ajustaba los controles, sus dedos largos deslizándose sobre los paneles con precisión.
De pronto, un pitido agudo interrumpió sus pensamientos. Una señal de radar apareció en la pantalla: un crucero de Dominicus se acercaba rápidamente, su silueta imponente emergiendo de la oscuridad, sus luces blancas destellando como ojos vigilantes. La voz metálica de la comunicación resonó en la cabina.
—Nave no identificada, esta es la fragata Dominicus Delta-7. Identifíquese inmediatamente y declare su propósito. Cumpla o seremos forzados a tomar medidas.
Cirelya respiró hondo, su mente trabajando rápido para mantener la compostura. Activó el comunicador, su tono protocolar pero firme.
—Aquí la nave N-47 de Neptuno. Soy Cirelya Vareth’Nai, mensajera autorizada. Mi trayecto es de rutina y no represento amenaza. Solicito permiso para continuar.
Su voz era clara, evitando cualquier detalle sobre su misión o destino, sus orejas temblando ligeramente por la tensión.
El comunicador crepitó antes de que la voz de un oficial de Dominicus respondiera, con un dejo de sospecha.
—N-47, su presencia neptuniana es inusual. Una unidad de caza sola orbitando Saturno, lejos de Neptuno, en tiempos de guerra, levanta sospechas. ¿Cuál es su destino? Responda con precisión.
El tono era autoritario, el zumbido de la fragata audible en el fondo.
Cirelya mantuvo su expresión neutral, aunque su corazón latía con fuerza.
—Mi destino es confidencial y autorizado por el reinado de Neptuno. No represento amenaza. Solicito despeje inmediato.
Su respuesta fue cortante, siguiendo el protocolo, mientras sus ojos monitoreaban el radar, notando que el crucero se acercaba más.
Dentro de la fragata Dominicus, la tripulación intercambiaba murmullos tensos. El capitán, un hombre de rostro endurecido, se giró hacia su segundo al mando, su voz baja pero firme.
—Una nave neptuniana de caza, sola y orbitando Saturno… ¿Qué hace aquí si no es un reconocimiento o un mensajero? Neptuno no ha declarado bando, pero esto podría ser un movimiento estratégico hacia Jupiter.
El segundo asintió, ajustando el visor.
—Podría ser un espía. No podemos arriesgarnos. Prepare un escuadrón para amenazarla.
La voz del oficial volvió al comunicador, más dura esta vez.
—N-47, sus respuestas son evasivas. Identifique su destino o enfrentará consecuencias. Aterrice en nuestra plataforma o seremos forzados a derribarla. Tiene diez segundos para cumplir.
El crucero activó sus luces de advertencia, iluminando el espacio con destellos rojos, y los cañones giraron lentamente hacia su posición.
Cirelya apretó los dientes, sus manos temblando ligeramente sobre los controles.
—Repito, mi destino es confidencial y autorizado por Neptuno. No aterrizaré ni daré más detalles. Solicito despeje o enviaré reporte a mi reina.
Su voz era firme, pero el sudor corría por su frente azulada, sabiendo que el tiempo se agotaba.
—Diez… nueve… ocho…
Comenzó el conteo, y antes de que llegara a cero, la pantalla mostró la activación de un escuadrón de interceptores y mobile suits saliendo del crucero.
—N-47, esto es su última advertencia. Aterrice o seremos forzados a derribarla — ordenó el oficial, su voz cortada por el estruendo de las naves despegando.
Cirelya maldijo en voz baja.
—¡Maldita sea!
Giró los controles, activando los motores al máximo. El fighter tembló mientras esquivaba los primeros disparos, el sonido de las explosiones resonando en la cabina, las vibraciones sacudiendo su asiento.
Los interceptores, ágiles y numerosos, la rodearon, mientras un mobile suit más grande avanzaba, sus cañones girando con un zumbido grave.
No puedo pelear, solo esquivar, se dijo, maniobrando con destreza, su nave girando en zigzag para evitar los láseres que cortaban el espacio, dejando estelas de luz brillante.
El mobile suit, más lento por su tamaño, quedó rezagado mientras ella aceleraba, su silueta perdiéndose en la distancia. El calor del motor subía peligrosamente, las alarmas sonando con pitidos agudos, el ventilador interno rugiendo.
—¡Vamos, resiste un poco más! —gritó, su voz quebrándose mientras un disparo rozaba la aleta izquierda, haciendo temblar la estructura y enviando chispas al interior de la cabina.
El momento se tornó tenso, su corazón latiendo en su garganta mientras los interceptores persistían, sus sombras proyectándose en la cabina como garras acechantes. El indicador de curvatura parpadeó en rojo, y con un suspiro de alivio, anunció:
—Motor de curvatura activo.
Apretó el botón, y la nave se lanzó en un destello azul, el espacio distorsionándose a su alrededor mientras dejaba atrás a los perseguidores. El silencio regresó, roto solo por el zumbido del motor estabilizándose, y el espacio se transformó en un área segura donde exploradores y personal militar de Jupiter, con naves de diseño dorado y luces ámbar, la interceptaron de inmediato.
Las luces de sus cascos brillaron en la oscuridad, y una voz resonó por el comunicador, firme pero cautelosa.
—Nave no identificada, identifíquese. ¿Qué hace en territorio jupetariano? Responda o seremos forzados a actuar.
Cirelya, más calmada ahora que el peligro había pasado, ajustó su postura y respiró profundamente, sus orejas relajándose. Activó el comunicador con un gesto preciso, su tono sereno pero respetuoso.
—Soy Cirelya Vareth’Nai, mensajera de Neptuno. Traigo un mensaje de la reina Thalyssara para la Ephore Solaris. Necesito comunicárselo personalmente. Solicito escolta al Templo Solar.
Su voz era clara, el alivio evidente en su postura mientras esperaba la respuesta, el zumbido de su motor estabilizándose en el silencio del espacio.
Cirelya Vareth’Nai nunca había estado en Jupiter, un planeta al que había escuchado llamar hereje en las historias susurradas en Neptuno, relatos de ríos de oro y personas con afinidades al Permet que desafiaban la lógica. Sin embargo, su sorpresa fue tan grande al ingresar al planeta que casi se le escapó un jadeo. Las nubes amarillas y el característico gasque cubría el planeta, según las leyendas, no eran una atmósfera artificial ni un velo tóxico, sino nubes naturales, esponjosas y brillantes bajo la luz del sol jupetariano. La atmósfera era respirable, pura, un aire fresco que se filtraba incluso a través de la cabina de su caza, llevando consigo aromas terrosos y florales que la desconcertaron.
Más aún, su asombro creció cuando, al sobrevolar el planeta, divisó vegetación: árboles de troncos dorados y hojas verdes que se mecían con la brisa, campos extensos de flores silvestres, pasto ondulante y… ¿acaso eran campos de cultivo? ¿Arroz aquí, en Jupiter? Cirelya dio una mirada rápida al paisaje a través del visor de su fighter, sus ojos azulados abriéndose de par en par. No detectó ninguna cúpula, ni pilares de terraformación, ni estructuras artificiales que explicaran tal maravilla.
—¿Cómo es posible? — murmuró para sí misma, su voz cargada de incredulidad mientras sus orejas alargadas se inclinaban ligeramente, reflejando su desconcierto.
De pronto, la radio de su caza sonó con un zumbido claro, interrumpiendo sus pensamientos.
—N-47, aquí Torre Aurelia Magna. Autorizada entrada en corredor orbital Este-Delta. Ajuste vector a rumbo 135, altitud diez mil pies sobre nivel base. Confirme.
La voz profesional resonaba en la cabina con un tono firme. Cirelya, con su entrenamiento militar tanto en combate cuerpo a cuerpo como en aviación, reconoció de inmediato el lenguaje aeronáutico internacional. Ajustó los controles con precisión, su voz calmada al responder.
—Copiado, Aurelia. Vector 135, diez mil pies sobre nivel base. N-47 en aproximación.
La radio crepitó nuevamente tras un breve silencio.
—N-47, reduzca velocidad a trescientos nudos. Inicie descenso escalonado a cinco mil pies. Mantenga formación sobre línea dorada de guía. Confirme.
El sonido de fondo del control aéreo ajetreado apenas era audible. Cirelya asintió para sí misma, sus dedos deslizándose sobre los paneles holográficos.
—Reduciendo a trescientos, descendiendo a cinco mil. N-47 en curso.
No pasó mucho antes de que la radio volviera a sonar.
—N-47, confirme visual de balizas púrpuras de la plataforma I-109. Ajuste rumbo 120, reduzca velocidad a ciento cincuenta nudos. Alinee tren de aterrizaje.
El tono era más apremiante. Cirelya escaneó el paisaje, detectando las balizas púrpuras parpadeando en la distancia, guiándola hacia la plataforma.
—Tengo visual de I-109, rumbo 120, reduciendo a ciento cincuenta, tren abajo. N-47 en aproximación final.
La torre Aurelia Magna sonó una vez más, su voz guiándola con precisión.
—N-47, autorizado aterrizaje en plataforma I-109. Viento cruzado leve, cinco nudos. Mantenga eje de alineación dorado.
Cirelya asintió, su concentración absoluta.
—Copiado, autorizado a I-109. N-47 en toma final.
El fighter descendió suavemente. Los retropropulsores estabilizaron el vector con un rugido sordo, y la nave se posó con un estrépito metálico sobre la plataforma I-109, el impacto reverberando en la cabina.
—N-47, contacto confirmado. Bienvenida a Aurelia Magna, mensajera de la reina, anunció la torre, su tono cálido pero oficial.
Cirelya apagó el motor del caza, el zumbido cesando gradualmente, y respondió con alivio.
—N-47 en tierra. Gracias, Aurelia.
La cabina del piloto se abrió con un siseo hidráulico, y el aire fresco de Jupiter, cargado con el aroma a tierra húmeda y flores, la envolvió. Personal de la plataforma acudió rápidamente con una escalera que se pegó a la cabina, y Cirelya la tomó con cuidado, descendiendo hasta tocar el suelo firme por primera vez en horas.
Sus botas resonaron contra la superficie metálica de la plataforma, y su piel azulada captó la luz dorada del entorno. Personal mecánico se acercó con un vehículo que transportaba una manguera, conectándola al caza para llenarlo de combustible, mientras otros subían a la cabina y revisaban el exterior, anotando los daños en tablillas holográficas con gestos precisos. Chispas y el sonido de herramientas resonaban en el hangar, un caos organizado que impresionó a Cirelya.
Un capitán de la milicia de Jupiter se aproximó con pasos firmes, su uniforme dorado reluciendo bajo la luz. Era un hombre de piel pálida, cabello y ojos blancos, típicos de los jupetarianos, con una postura imponente. Cuando estuvo cerca, hizo un saludo militar, y Cirelya respondió por protocolo, su mano derecha golpeando su pecho antes de extenderla.
—Bienvenida a Jupiter, Caballero Lunírico Cirelya Vareth’Nai. Soy el capitán Virellius Orpheon de la 9na Flota Interplanetaria de Jupiter. En nombre de la Ephore Solaris, le damos la bienvenida.
Su voz grave resonó mientras inclinaba ligeramente la cabeza. Hizo una seña a los mecánicos, quienes conectaron el caza a un sistema de transporte para llevarlo al taller del hangar, el vehículo zumbando mientras se movía.
Virellius observó los daños en el fighter y alzó una ceja, su tono inquisitivo.
—Veo que ha tenido un encuentro… algo movido. ¿Dominicus?
Sus ojos blancos escudriñaban a Cirelya con curiosidad contenida.
Cirelya no tardó en responder, su voz firme pero respetuosa.
—Muchas gracias por su recibimiento, capitán Virellius. Lamento informar que ya no pertenezco a la Guardia Lunírica; solo soy una caballero más al servicio de la reina.
Su tono era mesurado, evitando detalles innecesarios, mientras sus orejas se inclinaban ligeramente.
Virellius alzó otra ceja, pero no indagó más, asintiendo con un gesto.
—Entiendo… Sin embargo, veo que sigue siendo fiel a la reina.
Su voz era neutral pero con un matiz de aprobación.
Cirelya respondió sin vacilar, su postura erguida reflejando su lealtad.
—Mi compromiso y lealtad hacia mi reina no han dudado. Mi espada está jurada a la voluntad de mi reina Thalyssara Veyraeth, y seguiré sus órdenes hacia y por ella. Hoy vengo en representación de mi reina con una respuesta para la Ephore Solaris.
Sacó un pergamino de su túnica, mostrando el sello legítimo de la reina, un diseño intrincado que brillaba bajo la luz.
—El mensaje debe ser entregado en persona.
Su tono dejaba claro que no había negociación.
Virellius afirmó con un movimiento de cabeza, familiarizado con los protocolos de Neptuno.
—Hemos informado a la Ephore. La respuesta no debe tardar en llegar. Si me permite, acompáñenos a un lugar más cómodo mientras preparamos su audiencia con su santidad solar.
Dijo, haciendo un gesto cordial para que ella pasara adelante.
Cirelya asintió, guardando el pergamino con cuidado, y lo siguió. Caminaron por el hangar, sus pasos resonando contra el suelo metálico mientras observaba la organización impecable de Jupiter. Mecánicos reparaban los daños de su caza con herramientas que zumbaban y chispeaban, sus movimientos sincronizados como una danza militar.
Las paredes del hangar estaban adornadas con estandartes dorados, y el aire llevaba un leve eco de órdenes y el aroma a metal caliente, todo lo cual impresionó a Cirelya, quien nunca había imaginado tal orden en un planeta tan mítico.
Rouji Chante había sido convocado al día siguiente, ni más ni menos que ante la Ephore Solaris, un honor que lo llenaba de nerviosismo y desconcierto. Cecelia, ahora oficialmente bautizada como Nemora, la novitiae de Venus, no estaba; sus entrenamientos la habían llevado a otro rincón del Templo Solar, dejándolo solo en la habitación que compartían. El espacio, amplio y de dos pisos, estaba impregnado de un silencio que Rouji aprovechó para ordenar sus cosas electrónicas, apilándolas en su escritorio con una precisión casi obsesiva, como le gustaba. Sabía que a Cecelia no le molestaría, siempre y cuando respetara el sofá, su cama y su armario, límites tácitos entre ellos. Sobre el escritorio yacía la invitación, un pergamino con el sello dorado de Solaris que lo convocaba a la audiencia. Al lado, la cama estaba desordenada, con la pijama de Cecelia y su ropa interior esparcidas descuidadamente, un contraste con el pijama de Rouji, perfectamente doblado sin una arruga, colocado con cuidado en un rincón.
Los Haros, sus pequeños ayudantes robóticos, volaban de un lado a otro, zumbando monótonamente: "Ordenar, ordenar, ordenar" o "Revisar, revisar, revisar", sus voces mecánicas llenando el aire.
Un leve sonido en la puerta hizo que Rouji diera un pequeño salto, su corazón acelerándose. Uno de los Haros voló hacia la entrada, abriendo la puerta con un siseo hidráulico que reveló a una mujer de cabello corto blanco, cejas y pestañas del mismo color, vestida con una túnica blanca de bordes dorados. Al ver a los Haros, alzó una ceja con curiosidad.
"Invitada, invitada, invitada," exclamaban los pequeños robots, uno de ellos acercándose a ella. La mujer lo apartó suavemente con un gesto delicado.
—Señor Chante, vengo en mi labor de escolta para acompañarlo a su audiencia con la señora Solaris. Espero que se encuentre listo. Mi nombre es Jenisarie —dijo con una voz serena pero autoritaria, sus ojos blancos fijos en él.
Rouji miró a todos lados, su respiración volviéndose más rápida, el nerviosismo apoderándose de él.
—E-E-Estoy l-listo… —tartamudeó, su voz temblorosa mientras tomaba un dispositivo de la mesa, un tapabocas que se ajustó a su boca. De pronto, el aparato se expandió, cubriendo su cabeza por completo en un casco con visor polarizado, oscureciendo su rostro.
Jenisarie alzó otra ceja, sorprendida. Rouji lo notó y se apresuró a explicar, su voz más calmada tras la máscara.
—L-Lamento los inconvenientes… p-p-pero me siento más c-c-cómodo a-así.
Jenisarie giró sobre sus talones, su túnica ondeando con el movimiento.
—Por favor, sígame.
El camino hacia el salón de la audiencia serpenteaba por el corazón del Palacio Solar, atravesando toda la Residencia Aureliana antes de adentrarse en pasillos decorados con columnas de mármol blanco y paredes doradas que reflejaban la luz en destellos suaves. Rouji intentó buscar a Cecelia con la mirada, pero no la encontró. Jenisarie, notando su inquietud, habló sin girarse.
—Nemora no se encuentra en esta zona. Lady Venus se la ha llevado a otro ambiente. Ella es su novitiae, y su conversión para ser la futura Venus depende de la misma Nemora.
Rouji alzó una ceja tras la máscara, su voz menos tartamuda bajo el casco.
—¿F-Futura Venus? —preguntó, intrigado.
Jenisarie asintió, su tono didáctico.
—Es un proceso que las novitiae siguen. Nosotras, las aspirantes, ansiamos llegar a ser novitiae en algún momento.
Rouji frunció el ceño, aún confundido por este culto que le parecía casi religioso.
—¿A-Aspiran a un título? —inquirió, su curiosidad mezclándose con cautela.
Jenisarie se detuvo y volteó hacia él, sus ojos blancos perforando el visor de su casco.
—Aspiramos a ser algún día reconocidas como brujas titulares y así estar más cerca del sol — respondió, su voz cargada de una pasión que rozaba la molestia ante la pregunta de Rouji.
Él bajó la mirada, nervioso.
—L-L-Lo siento… no quise m-molestar.
Jenisarie se giró nuevamente, y el camino continuó en un silencio incómodo, roto solo por el sonido de los tacones de ella contra el mármol y las pisadas torpes de Rouji, acompañadas por el zumbido ocasional de los Haros que lo seguían.
Finalmente, llegaron a una gran puerta de madera tallada con líneas doradas que parecían de oro puro, el sol prominente en el centro, rodeado por figuras de jóvenes estirando sus manos hacia él, y nueve figuras más altas alzándose como guardianas. Rouji se perdió en la intrincada obra hasta que unos leves golpes en la puerta lo sacaron de su ensimismamiento. Jenisarie había tocado, y desde dentro se escuchó un claro:
—Adelante.
La puerta se abrió con un crujido, revelando el interior. Allí estaba la Ephore Solaris, vestida con sus habituales túnicas blancas de bordes dorados, pero reforzadas en sus partes vitales con Zephyrium, un metal dorado moldeado exclusivamente para ella, cubriendo su pecho, brazos, hombros, piernas y caderas. Una gran corona con el símbolo de un sol en la frente descansaba sobre su cabeza, su cabello rojo cayendo en ondas brillantes.
A su lado se encontraba Lunaria, su reina, con una túnica plateada que absorbía la luz, su cabello plateado corto recogido en una coleta. Al otro lado estaba el capitán Aurelius, quien había traído a Rouji y Cecelia al planeta, su figura imponente observándolo con interés.
—Aurelius me comenta que es muy inteligente… Rouji Chante — dijo Solaris, su voz resonando con autoridad y calidez.
Jenisarie se inclinó en una rodilla, su tono respetuoso.
—Mi señora Solaris, he traído al invitado de Nemora ante usted.
Solaris hizo un gesto para que se pusiera de pie.
—Muchas gracias, Jenisarie. Puedes volver a tus actividades.
Jenisarie realizó otra reverencia y pasó junto a Rouji sin mirarlo ni decir palabra, cerrando la puerta tras ella con un eco sordo. Rouji se encontró atrapado con las grandes autoridades del planeta, su respiración acelerándose.
—E-Eh… y-y-yo… — balbuceó, mientras los Haros a su lado volaban nerviosamente, exclamando: "¡Alerta, alerta, alerta!"
Solaris sonrió, su expresión amable.
—Puedes quitarte ese casco. No es necesario que lo lleves dentro de este lugar.
Rouji intentó justificarse, su voz temblorosa.
—E-E-E-Esto c-c-casco me ayuda…
Solaris volvió a sonreír, esta vez acompañada por una leve risa de Lunaria.
—No necesitas esconderte detrás de un artefacto. El miedo nubla tu juicio.
Extendió una mano y, de pronto, el aparato electrónico de la máscara de Rouji colapsó; las luces se apagaron y en segundos cayó al suelo, dejando su rostro expuesto. Sus ojos nerviosos miraron a todos lados, y comenzó a hiperventilar.
—Y-Y-Y-Y-Y-Yo… —tartamudeó.
—Mi Luna, por favor, ayúdalo — pidió Solaris.
Lunaria extendió la mano, y líneas del Permet, de un verde vibrante, cubrieron su cuerpo, subiendo por sus brazos hasta sus mejillas. Sus ojos plomizos se tiñeron de finas líneas verdes, y Rouji, temiendo un ataque, se tensó. Sin embargo, una calma inesperada lo invadió, su respiración se estabilizó, y dejó de hiperventilar.
Miró hacia Solaris, Lunaria y el capitán Aurelius, confundido.
—¿Cómo? ¿Cómo es posible que…? — se detuvo, notando que su tartamudeo había desaparecido. Abrió los ojos como platos. ¿Era posible que hubieran accedido a su cerebro para reprimirlo?
—¿Más calmado? — preguntó Solaris, su tono suave.
Rouji afirmó con la cabeza, aún procesando.
—Bien, regresando a lo nuestro. He escuchado que tienes un cerebro muy interesante, — continuó Solaris, observándolo con interés.
Rouji parpadeó y se puso de pie, ajustando sus lentes.
—Siempre he sido curioso y metódico… me gusta saber el porqué de las cosas, el porqué suceden, y nunca me ha gustado no entender algo… —explicó, su voz ahora clara.
Solaris rio, su risa llenando el salón.
—¿Como lo que acabas de presenciar ahora?
Rouji ajustó sus lentes nuevamente.
—Como lo que he estado viendo desde que llegamos a Jupiter.
Solaris lo miró fijamente, sus ojos azul hielo penetrantes.
—Entonces, si quieres una respuesta a todo, trabaja para mí. Inventa para mí, aprende y produce.
Su voz estaba cargada de determinación.
Rouji la miró, intrigado.
—¿Por qué? —preguntó, inclinando la cabeza.
Solaris sonrió nuevamente.
—Porque una gran mente curiosa como la tuya puede ayudarnos a lograr nuestro objetivo y defendernos de los que nos quieren hacer daño: a nosotros, a ti, a la persona que amas.
Rouji alzó una ceja.
—¿Y cuál es ese objetivo? —inquirió, su curiosidad avivándose.
Solaris respondió con seriedad.
—Crear un mundo a salvo, donde dejemos de huir, donde dejemos de defendernos y usemos el Permet para vivir en paz y llevar a la humanidad a su verdadero pico de armonía con el universo.
Rouji se tomó la barbilla, pensando intensamente.
—Es un objetivo noble… difícil. El ser humano es conflictivo por sí mismo… es imposible sin una guía constante, un líder permanente que los guíe.
Solaris sonrió nuevamente.
—Ya lo comprenderás, Rouji.
Se acercó a él y extendió la mano.
—Necesitamos de tu ingenio, y créeme que serás correspondido con tus esfuerzos.
Rouji alzó la mirada. Solaris era más alta que él, y si necesitaba respuestas sobre el Permet, sobre cómo funcionaba, debía aliarse con ella. Además, Cecelia ya estaba inmersa en este mundo; si quería estar a su lado, tenía que unirse a la Ephore. Estiró la mano y tomó la de Solaris, sintiendo una calidez inesperada. Parecía una buena persona.
Lunaria, detrás de Solaris, rio suavemente.
—Sus pensamientos giran en torno a la novitiae de Venus— comentó, su tono juguetón.
Rouji alzó una ceja, sorprendido. Lunaria sonrió.
—Le es fiel y leal. Es lindo de su parte.
Solaris negó con la cabeza, sonriendo.
—Bien, Rouji, háblame acerca de esos Gundvolva tuyos.
Su mirada expectante quedó fija en él.
La doctora Kaelia Veyra Nocturne, una científica destacada de la Legión de los Lobos Carmesí de Marte, se encontraba en un laboratorio en Jupiter, un espacio dedicado a desentrañar los misterios del Permet mediante la ciencia aplicada. Nacida en la colonia marciana de Tharsis Magna, hija de ingenieros especializados en terraformación, Kaelia había mostrado desde pequeña un talento excepcional para comprender y rediseñar sistemas complejos. Su carrera la había llevado a dominar la creación de prótesis cibernéticas, exoesqueletos y maquinaria pesada para entornos hostiles, forjando una mente metódica, racional y, en apariencia, fría. Poseía un sentido del humor irónico que solo revelaba con aquellos en quienes confiaba.
Su rostro alargado y anguloso, con pómulos marcados y una expresión seria casi permanente, reflejaba su concentración constante. Su piel, de un tono pálido con matices rojizos debido a la radiación marciana y la vida bajo domos presurizados, contrastaba con sus labios finos, siempre formando una línea recta. Su cabello liso, de un negro profundo con reflejos azulados bajo la luz artificial, estaba recogido en un moño desordenado, con mechones sueltos cayendo sobre sus sienes. Sus ojos, de un gris acerado con un leve destello azulado —modificaciones ópticas marcianas para resistir pantallas, radiación y microcirugías—, tenían una mirada penetrante, como si diseccionara cada detalle del mundo.
El laboratorio, un espacio amplio con paredes de acero pulido y luces blancas que zumbaban suavemente, estaba equipado con mesas de trabajo repletas de prototipos, pizarras cubiertas de ecuaciones caóticas y computadoras emitiendo un leve pitido constante. El aire llevaba un aroma metálico mezclado con el ozono del Permet, cuya energía invisible hacía vibrar el ambiente. Kaelia supervisaba el Proyecto Helix Resonans, un intento de estabilizar el Permet en un generador móvil, cuando la presencia de la Ephore Solaris en su laboratorio, aunque inusual, no la sorprendió del todo. Sin embargo, lo que sí la desconcertó fue la figura de un niño de no más de 14 años junto a ella: flacucho, de piel pálida, con cabello azul, ojos azules y unos lentes negros grandes que le daban un aire torpe.
¿Qué hace un niño aquí? pensó, su mente analítica buscando una explicación lógica mientras desviaba la mirada entre Solaris y el joven.
Solaris, con su túnica blanca de bordes dorados y el Zephyrium moldeado en su torso, brazos y caderas, sonrió con calidez.
—Kaelia, gracias por tu gran trabajo como siempre. ¿Has logrado progresos con el Proyecto Helix Resonans? —preguntó, su voz resonando con autoridad.
Kaelia, aún confundida pero manteniendo su expresión inescrutable, respondió con un tono profesional, desviando la mirada hacia el niño por un instante.
—Los avances aún siguen en un estado letárgico del 47%. Los patrones de resonancia del Permet no se estabilizan al trasladarse a un generador móvil. Cada intento provoca inestabilidad, explosiones o corrupción del Permet. Llevamos meses intentando resolver ecuaciones caóticas que combinan ingeniería cuántica, mecánica de resonancia y simbología mística.
Su voz era fría, casi mecánica, mientras sus ojos gris acerado escaneaban la habitación.
Rouji, el niño, observaba una pizarra cubierta de fórmulas y ecuaciones, sus lentes reflejando las luces del laboratorio. Kaelia, incapaz de contener su curiosidad, frunció el ceño.
—Disculpe, su excelencia, ¿quién es el niño? —preguntó, su tono cortante pero respetuoso.
Solaris sonrió, posando una mano en el hombro de Rouji.
—Él es Rouji Chante, y a partir de ahora será tu mano derecha para las implementaciones de este y nuevos proyectos.
Su tono estaba cargado de confianza.
Kaelia alzó una ceja, su incredulidad contenida tras su fachada serena.
¿Acaso su excelencia… ha perdido el juicio? ¿El Permet ha frito su cerebro?
—Disculpe, su excelencia… pero es un niño. ¿Acaso ha terminado la Formación Media? —su voz traicionó un dejo de escepticismo.
Solaris rio suavemente, consciente de la edad de Rouji. Tras un momento de silencio, él habló con una claridad sorprendente.
—…Su ecuación de resonancia está mal planteada. Ha tratado la frecuencia como una variable lineal, cuando en realidad responde a un patrón de acoplamiento no determinista. Es como intentar medir una tormenta con una regla. ¿Ve? Aquí… —señaló un punto en la pizarra, su dedo delgado trazando líneas imaginarias.
Kaelia abrió los ojos, estupefacta.
¿Este mocoso me está corrigiendo?
—¿Disculpa? —respondió, su tono gélido pero intrigado.
Rouji continuó, ignorando su reacción.
—Usted ha escrito ∑Φλ = Rn(ΔΩ). Eso funcionaría si el flujo cuántico fuera estable, pero no lo es. El error está en suponer que la fase se mantiene constante. Si corrige el término a ∑Φλ = Rn(ΔΩ)·e^(iθ), donde θ fluctúa según el operador consciente, el sistema deja de colapsar. No necesita forzar la resonancia con estabilizadores externos; necesita permitir que el observador sea parte de la ecuación.
Su voz era firme, casi mecánica, mientras ajustaba sus lentes.
El silencio en el laboratorio se volvió denso, el zumbido de las computadoras y el leve crujido del Permet llenando el vacío. Kaelia lo miró con incredulidad, sus ojos gris acerado analizándolo.
¿Un niño del Círculo Medio acaba de decirme que llevo meses equivocada en un cálculo que ni mis colegas de la Academia del Núcleo pudieron resolver? pensó, su mente científica luchando contra la sorpresa.
Solaris sonrió y dio un empujón amistoso a Rouji hacia Kaelia.
—Rouji le ayudará, doctora. Espero grandes cosas de ustedes… —dijo, antes de girarse y salir del laboratorio con un movimiento grácil, dejando tras de sí un eco de sus pasos.
Kaelia miró a Rouji, quien la observó por unos segundos antes de dirigir su atención al prototipo sobre la mesa, la pizarra y las computadoras. Los Haros de Rouji volaban por el lugar, posándose en distintos puntos y repitiendo frases monótonas como "Analizar, analizar" o "Calcular, calcular".
¿Quién es este niño? ¿De dónde ha salido? ¿Por qué el círculo científico no sabe de él? ¿Ha estado escondido en una cueva? se preguntó Kaelia, su curiosidad científica avivándose.
Rouji volvió a hablar, su voz cortando el silencio.
—…El prototipo tiene un error que…
Kaelia explotó de frustración, su paciencia al límite.
—¡Ah, carajo, ahora me vas a decir que todo está mal? ¡Ven aquí, niño! —lo interrumpió, jalándolo con firmeza hacia su escritorio, donde yacían pilas de fórmulas y teoremas teóricos sobre cuántica.
—Vamos a comenzar con esto, mientras reviso la fórmula que observaste… —gruñó, su tono mezclando exasperación y un atisbo de respeto.
Rouji tomó uno de los papeles, sus ojos moviéndose rápidamente entre las líneas. Al poco tiempo, habló de nuevo.
—…Esto también tiene un error en la variable.
Su voz era tranquila, casi casual.
Kaelia suspiró profundamente, pasándose una mano por la frente, los mechones sueltos de su cabello cayendo sobre sus sienes.
¿Este niño va a ser el grial perdido de la ciencia… o mi peor dolor de cabeza? pensó, su mente racionando las posibilidades mientras lo observaba con una mezcla de asombro y resignación.
Cecelia se encontraba en el salón de meditación, un espacio circular de paredes pulidas que reflejaban la luz ámbar del sol jupetariano, creando destellos danzantes sobre el suelo de mármol blanco. El aire estaba impregnado de un aroma a incienso de jazmín, mezclado con el zumbido sutil del Permet que vibraba en las piedras, un murmullo constante que parecía invitar a la introspección. Había comenzado su entrenamiento hacía poco, y la verdad era que no entendía nada de esto. Nunca había interactuado con el Permet como tal, nunca había logrado algo más allá de lo humano, como lo hacían las otras que mostraban una afinidad natural con esa energía mística. Y, aun así, ahí estaba, sentada en una postura rígida con las piernas cruzadas, sintiendo las miradas y escuchando los cuchicheos de las veteranas que la rodeaban. Sí, Cecelia no sabía nada del Permet, pero había saltado miles de escalones: no era una aspirante, era una novitiae, el escalón más cercano a ser una bruja titular del Aquelarre, más cerca de Solaris. Además, llevaba una marca tácita bajo su seno, un símbolo invisible que la ponía por encima de las aspirantes, y había sido bautizada como Nemora, un nombre que las demás envidiaban con silenciosa amargura.
—Esto es ridículo… murmuró Cecelia, sus ojos cerrados con fuerza mientras intentaba concentrarse, su voz apenas un susurro en el silencio del salón. —No siento nada, no escucho nada, no conecto con nada… Su frustración era palpable, un nudo en su pecho que se apretaba con cada intento fallido.
Una risa sensual y burlona resonó a su lado, rompiendo la quietud. Venus, su maestra, estaba allí, su figura esbelta envuelta en una túnica negra con bordes carmesí que se adhería a su piel ébano como una segunda piel.
**—Estás siendo muy apresurada —**dijo Venus, su voz un susurro seductor que se deslizaba como terciopelo—. No entiendes porque no quieres entender, no sientes porque no quieres sentir, no escuchas porque prefieres escuchar otras cosas… Nemora, tu mente está en otro lado. ¿En qué piensas?
¡En Rouji…! pensó Cecelia, sonrojándose, aunque sus labios dijeron otra cosa.
—E-En nadie… balbuceó, su voz temblorosa, intentando ocultar sus pensamientos.
—…Mientes, replicó Venus, moviéndose con gracia felina para posicionarse detrás de ella. Rozó con sus dedos la piel de Cecelia, un contacto ligero pero cargado de intencionalidad, subiendo desde su hombro hasta su mejilla. —Estás preocupada, alterada, piensas en algo… o alguien. ¿Es el mocoso que trajiste contigo, verdad?
Cecelia abrió los ojos de golpe y, con un movimiento instintivo, apartó la mano de Venus con brusquedad, su rostro enrojeciendo. Sus ojos verdes se iluminaron con un destello repentino, y la marca tácita bajo su seno brilló tenuemente a través de la tela de su túnica.
—¡No lo metas a él en esto! exclamó, su voz cortante como una hoja.
Un silencio pesado llenó el salón, roto solo por la risa estruendosa de Venus, una carcajada coqueta y empalagosa que resonó contra las paredes pulidas.
**—¡Eso es… lo viste?! ¡Eso es tu catalizador, ese niño! Lo quieres tanto que instintivamente lo proteges. ¿Por qué, Nemora? —**dijo Venus, sonriendo mientras se relamía los labios con deleite—. Curioso… ese niño debe de tener algo. Quizás yo también… deba probarlo.
Cecelia explotó, poniéndose de pie para enfrentar a su maestra, sus manos temblando de furia. Venus lo vio venir y, con un movimiento rápido, alzó una mano.
—Quieta, dijo con una voz que resonó como un eco sobrenatural, un mandato que se clavó en el aire. Cecelia quedó inmóvil, sus músculos rígidos, incapaz de moverse. Venus sonrió, saboreando el momento.
—Lo sabes, ¿verdad? Mi poder es la seducción absoluta. Una palabra basta para que mi objetivo haga… lo… que… yo… quiera. Ahora imagina lo que el pequeño niño hará cuando yo se lo pida… No puedo esperar…
Cecelia apretó los dientes con tanta fuerza que sintió un leve dolor, su sangre hirviendo de rabia. Esta mujer iba a tocar a Rouji, su Rouji.
—¡Sobre mi cadáver! ¡No te lo permitiré! gruñó, su voz temblando de determinación.
Venus avanzó hacia ella con pasos lentos, su sonrisa ampliándose.
—Lo dudo mucho… No puedes esconderlo de mí… susurró, su tono cargado de amenaza seductora.
Cecelia necesitaba actuar rápido. Tenía que liberarse, proteger a Rouji, esconderlo… e incluso esconderse a sí misma. Cerró los ojos con fuerza, concentrándose en un pensamiento desesperado.
—Por favor… ¡Rouji…! gritó ahogado.
Un pitido agudo resonó en sus oídos y, al abrir los ojos, el mundo parecía envuelto en una niebla. Venus seguía frente a ella, con una ceja levantada y la mirada buscando a su alrededor, confundida. Cecelia desvió la vista hacia las paredes pulidas, que reflejaban a todas las presentes, incluida Venus… pero no a ella. No estaba allí.
—No importa lo que hagas, Nemora, el niño será mío… dijo Venus, su voz perdiéndose en el aire.
La sangre de Cecelia volvió a hervir. Sin pensarlo, corrió hacia Venus y la abofeteó con fuerza, el sonido del impacto resonando en el salón.
—¡No lo toques! gritó, su voz temblando de rabia al volverse visible otra vez.
Venus cayó al suelo, pero alzó la mirada con una sonrisa traviesa. Tras un silencio tenso, rompió en una risa más animada, casi eufórica.
—¡Eso es, Nemora! ¡Muy bien! ¡Lo lograste! exclamó, poniéndose de pie con gracia.
Cecelia alzó una ceja, desconcertada.
—¿Ah…?
Venus se sacudió el polvo de la túnica, su expresión radiante.
—Ese es tu don, Nemora. Ese es tu poder. Donde otras brillan, tú desapareces. Donde otras imponen, tú niegas. El Permet te ofrece el don de ser no observada. Puedes volverte invisible a tal punto que eres indetectable.
Cecelia volvió a alzar una ceja, procesando las palabras. ¿Ella, invisible? Sí, lo había sentido… o más bien, no lo había sentido. Había visto su ausencia en los reflejos, y aun así había golpeado a Venus.
—Ah… ¿entonces? murmuró, aún incrédula.
—Ahora que sabemos cuál es tu don, podemos canalizarlo y trabajarlo — continuó Venus, acercándose con un gesto teatral—. Nemora, tu motor es el niño. Tu poder se manifiesta porque quieres protegerlo, lo amas taaaanto que quieres cuidarlo de todo, hasta hacerlo desaparecer del mundo.
Cecelia se sonrojó como un tomate, agitando las manos en negación.
—¡N-no es eso! ¡Rouji y yo no tenemos!... ese tipo... de... relación… protestó, su voz subiendo de tono hasta convertirse en un susurro.
Venus rio, su risa resonando como campanas.
—No me interesa. Debemos seguir trabajando. Vuelve a los espejos y sigue meditando.
Cecelia suspiró, exasperada.
—Pensé que ya habíamos terminado porque ya sabemos cuál es mi don… murmuró, su tono derrotado.
Venus soltó otra carcajada, inclinándose hacia ella con una sonrisa maliciosa.
—Oh, no, mi niña… Esa bofetada me dolió. Ahora vas a hacer doble trabajo.
Le guiñó un ojo antes de girarse con un movimiento teatral.
Solaris estaba en su oficina, un amplio salón en el corazón del Palacio Solar, donde las paredes de mármol blanco estaban adornadas con vitrales que proyectaban franjas de luz dorada y ámbar sobre el suelo pulido. El aire llevaba un leve aroma a incienso de sándalo, y el zumbido del Permet resonaba como un pulso constante en las piedras. En el centro, una mesa holográfica proyectaba un mapa estelar tridimensional, con Jupiter como el foco principal, rodeado de miles de puntos amarillos que representaban las defensas jupetarianas. Más allá, en la órbita de Marte, innumerables puntos morados marcaban la presencia de Dominicus, mientras que cerca de Saturno se agrupaban más puntos de similar color, indicando un cerco estratégico. En Neptuno, puntos azules parpadeaban, sugiriendo una postura neutral pero vigilante.
Alrededor de la mesa, Solaris, con su túnica blanca de bordes dorados y el Zephyrium moldeado en su figura, estaba rodeada de sus generales y personas de confianza: Jupiter, conocida como Junielle, quien había traído consigo a Shaddiq; Marte, de pie con su armadura rojiza; y Calythea, cuya presencia serena contrastaba con la tensión del ambiente. Todos observaban el mapa en silencio, hasta que un general de cabello plateado, Aurelius, rompió el hielo.
—Su Excelencia… — comenzó Aurelius, su voz grave resonando en la sala—. Las fuerzas de Dominicus nos están rodeando. Saturno y Marte están bajo su control, y sus flotas se acercan rápidamente. Si no actuamos, quedaremos aislados.
Solaris alzó una mano, su mirada profética recorriendo el mapa como si viera más allá de los puntos luminosos.
—El Permet me susurra verdades fragmentadas — dijo, su voz calma pero cargada de autoridad—. Dominicus no solo busca conquistar; su intención es erradicar al Aquelarre. Pero el destino aún no está escrito. Escuchadme, pero también hablad, pues la sabiduría colectiva guiará nuestro camino.
Junielle, con su túnica blanca y dorada ondeando ligeramente, dio un paso adelante, sus ojos plomizos brillando con determinación.
—Mi señora Solaris, propongo resistir. Debemos fortificar Aurelia Magna hasta el final. Nuestras defensas son sólidas, y el Permet nos da ventaja en nuestro terreno. Si nos mantenemos firmes, podremos agotar sus recursos.
Marte gruñó, cruzando los brazos sobre su armadura rojiza, su cabello salvaje cayendo sobre sus hombros.
—¡Resistir es quedarse a morir! Debemos golpear primero. Un contraataque hacia Marte podría romper su formación y darles un golpe que no olvidarán. ¡La guerra no se gana a la defensiva!
Su tono era feroz, sus ojos rojizos ardiendo con la pasión de un guerrero.
Shaddiq, de pie junto a Junielle, ajustó su postura con una calma calculada, su mirada analizando el mapa.
—Con todo respeto, un contraataque directo podría dejarnos expuestos si fallamos. Sugiero explorar alianzas con facciones de CESO o SOVREM que estén dispuestas a traicionar a UNISOL. Fracturar su poder desde dentro debilitaría a Dominicus sin desgastarnos en una batalla frontal. Necesitamos inteligencia, no solo fuerza.
Calythea, con su túnica grisácea y su rostro sereno, asintió lentamente, su voz suave pero firme.
—Shaddiq tiene razón en buscar una estrategia más allá de la fuerza bruta. Sin embargo, no subestimemos a Dominicus. No vienen solo a conquistar; su objetivo es exterminar al Aquelarre. Sus ataques han sido metódicos, destruyendo templos y sellos Permet en otros sistemas. Debemos prepararnos para un asedio total, no solo una guerra convencional.
Aurelius frunció el ceño, apoyando las manos en la mesa.
—Las flotas de Marte están bien armadas, pero sus líneas de suministro se extienden hasta Saturno. Si cortamos esas rutas, podríamos forzarlos a retroceder. Pero requeriría un movimiento arriesgado con nuestras naves más rápidas.
Junielle replicó con un gesto de desacuerdo.
—Arriesgado, sí, pero inviable si Dominicus refuerza Saturno. Sugiero desplegar escudos Permet avanzados alrededor de Aurelia Magna. Podemos resistir semanas, tal vez meses, mientras negociamos con aliados potenciales.
Marte golpeó la mesa con un puño, haciendo temblar el holograma.
—¡Negociaciones nos harán parecer débiles! ¡Necesitamos sangre, no palabras! Un ataque sorpresa en Marte desestabilizaría su mando central. ¡Dejémosles ver el fuego de los Lobos Carmesí!
Shaddiq alzó una mano, calmando el ambiente.
—Un ataque sorpresa podría funcionar, pero solo si coordinamos con una traición interna. He oído rumores de disidencia en CESO. Si logramos contactar a un líder disidente, podríamos desviar sus fuerzas. Necesitamos un emisario, alguien de confianza.
Calythea inclinó la cabeza, su mirada perdida en el mapa.
—Un emisario sería útil, pero el tiempo apremia. Dominicus ya ha destruido tres colonias aliadas. Si no actuamos pronto, perderemos nuestra ventaja espiritual. El Permet se debilita con cada templo caído.
Solaris alzó la vista, su expresión serena pero decidida.
—La visión me muestra un sendero estrecho. Resistir nos dará tiempo, pero el contraataque de Marte podría abrir una brecha. Shaddiq, tu idea de alianzas es prometedora, y Calythea, tu advertencia sobre el exterminio es clave. Propongo un plan combinado: fortificaremos Aurelia Magna con escudos Permet, enviaremos una fuerza rápida a cortar las rutas de suministro de Marte, y buscaremos un emisario para contactar a CESO. Pero debemos actuar con rapidez.
Un leve sonido en la puerta interrumpió la discusión, un crujido que hizo que todos se giraran, las manos de los generales instintivamente acercándose a sus armas. Solaris alzó una mano para calmarlos.
—Pasad, ordenó, su voz resonando con autoridad.
La puerta se abrió con un siseo, y un mensajero, vestido con una túnica dorada, se arrodilló ante Solaris, su cabeza inclinada.
—Ave Dominus Solus — saludó, su voz temblorosa pero clara—. Traigo noticias. Un mensajero de Neptuno ha llegado a Jupiter con la voluntad de la reina. Desea verla en persona.
Los presentes en la sala intercambiaron miradas, la tensión palpable mientras observaban a Solaris. Ella asintió lentamente, su mirada perdida por un instante antes de volver a enfocarse.
—Hacedla pasar. Me reuniré con ella en privado, decidió, su tono dejando claro que la audiencia había terminado por ahora.
Cirelya Vareth’Nai había sido conducida a una sala de espera por el capitán Virellius Orpheon, un espacio que contrastaba radicalmente con los tonos fríos y azules de Neptuno. Los pisos y paredes de cerámica blanca, adornados con mármol y detalles dorados, brillaban con una intensidad que evocaba el resplandor del sol, reflejando la luz en destellos cálidos que danzaban sobre las superficies pulidas. El aire llevaba un leve aroma a incienso de mirra, y el zumbido del Permet vibraba sutilmente en el ambiente, creando una atmósfera acogedora pero imponente. Cirelya, aún ajustándose a la luminosidad, se sentó en un banco acolchado, su armadura neptuniana resonando ligeramente con cada movimiento.
—Veo que te has recuperado completamente de tus heridas, Cirelya.
La voz familiar la hizo tensarse, un eco que no podía olvidar fácilmente.
—…Vaelerythia — respondió Cirelya, su voz aparentemente calmada pero cargada de un rencor contenido. Giró lentamente, alzando la mirada para enfrentar a su excompañera de armas de años atrás. Allí estaba Vaelerythia, con su rostro fino y elegante, sus largas orejas puntiagudas y un cuerno solitario emergiendo de su frente, una figura imponente de casi tres metros de altura. Para Cirelya, había sido como una hermana de armas antes de su exilio por ser una usuaria del Permet. Años de rencor y rivalidad contenida se arremolinaron en su pecho al verla: impecable, gloriosa, hermosa en su armadura, con una mirada que parecía teñida de tristeza o melancolía. ¿Acaso lo hacía por ella? ¿Sentía pena por Cirelya?
—Lamento que te expulsaran de la Guardia Lunírica… Sé que la orden era tu vida. De verdad, lo siento mucho… Thalyssara debe de haber tenido sus motivos… dijo Vaelerythia, su voz suave pero cargada de empatía.
Cirelya avanzó hacia ella, su estatura más alta que la de una mujer promedio, aunque aún por debajo de la anomalía que era Vaelerythia. Se detuvo a centímetros de su excompañera y, con un tono cortante, respondió:
—No hables de la reina con tanta confianza…
Vaelerythia la miró desde su altura, sus ojos azules profundos fijos en los de Cirelya.
—Thalyssara es mi hermana sanguínea. Tuvimos los mismos padres… reveló, su tono sereno pero firme.
Cirelya apretó los dientes, consciente de la verdad. Sí, la reina Thalyssara y la exiliada Vaelerythia eran hermanas, ambas heredando esa belleza real, ese leve tono azulino en la piel y esos ojos que Cirelya admiraba en su reina.
—…Y ambas a la vez tan distintas. No te pongas al mismo nivel que la reina… replicó, su voz temblando de emoción contenida.
Vaelerythia suspiró y colocó una mano en la hombrera de la armadura de Cirelya, un gesto conciliador.
—Los tiempos han cambiado, Cirelya, ¿no lo ves? Ahora peleamos del mismo lado… Tu reina, mi hermana, es una usuaria del Permet.
Cirelya apartó la mano de Vaelerythia con un palmazo seco, su mirada endurecida.
—Peleamos del mismo bando… pero no esperes que me lleve bien contigo… dijo, su tono dejando claro que la brecha entre ellas no se cerraría fácilmente.
Vaelerythia iba a responder cuando una nueva voz se unió a la conversación, cortando la tensión.
—Veo que ambas ya están poniéndose al día.
Vaelerythia se arrodilló de inmediato, inclinando la cabeza hacia la recién llegada.
—Ave Dominus Lunis, mi reina, saludó con voz firme.
Cirelya giró la mirada y se encontró con Lunaria, la reina de la Ephore Solaris, sosteniendo en brazos a una niña idéntica a Solaris. Lunaria vestía una túnica blanca con bordes dorados, pero su cabello plomizo recogido en coletas y sus ojos plomizos le daban un aire distintivo. Cirelya colocó su palma sobre el peto de su armadura y realizó una leve inclinación de cabeza en señal de respeto.
Vaelerythia, aún inclinada, se mantuvo firme. Lunaria sonrió con calidez.
—De pie, Vaelerythia — ordenó, su voz serena resonando en la sala.
Vaelerythia se levantó, colocándose al lado de Lunaria.
—Cirelya Vareth’Nai, te encuentras ante la Reina Lunaria, legítima heredera lunar, y ante la princesa solar Ericht Solaris, presentó, su tono formal.
Cirelya alzó la cabeza, manteniendo su postura erguida.
—Es un honor, Lady Lunaria. Me perdonará que no me arrodille ante usted, ya que yo sirvo a otra reina, dijo, su lealtad a Thalyssara inquebrantable.
Lunaria rio suavemente, su risa como un eco plateado.
—No te pido que inclines la rodilla ante mí. Nosotros sabemos a dónde se dirige tu lealtad.
Cirelya desvió la mirada hacia Ericht, cuyos ojos azul hielo la observaban con curiosidad.
—Veo que ya tienen una heredera — comentó, inclinando ligeramente la cabeza—. Mis honores, joven princesa. Que la luna guíe su juicio y camino en un futuro.
Ericht, con un leve sonrojo tiñendo sus mejillas, escondió el rostro en el pecho de su madre, un gesto tímido que arrancó una sonrisa a Lunaria.
Cirelya se enderezó, volviendo su atención a la reina.
—Lady Lunaria, tengo un mensaje para la Ephore Solaris en persona. Pensé que nos reuniríamos directamente.
Lunaria asintió, su sonrisa intacta.
—Sí, es cierto. Solaris llegará pronto.
Apenas unos segundos después, la puerta se abrió con un siseo, y Calythea entró primero, su túnica blanca con bordes dorados idéntica a la de las demás, su cabello dorado cayendo en ondas y sus laureles verdes destacando sobre su cabeza. Detrás de ella apareció Solaris, vestida con la misma túnica, su cabello rojo brillando y sus ojos azul hielo fijos en Cirelya. La Ephore exudaba una presencia como la del mismo sol. Cirelya, que nunca había estado frente a la Ephore, sintió un escalofrío al contemplarla.
—Cirelya Vareth’Nai, tengo entendido que tiene un mensaje de Thalyssara para mí, dijo Solaris, su voz resonando con autoridad y calidez.
Cirelya espabiló, sacudiendo su asombro.
—Su excelencia Ephore Solaris, vengo en representación de la reina a entregarle este mensaje… respondió, extendiendo un pergamino sellado con el emblema de Neptuno.
Calythea lo tomó con delicadeza y se lo entregó a Solaris, quien lo sostuvo con interés.
Cirelya continuó, su tono firme.
—La reina Thalyssara informa que Neptuno está dispuesto a conversar los tratados de una alianza entre nuestras naciones.
La noche había caído sobre el Palacio Solar, envolviendo el edificio en un manto de calma bajo el cielo anaranjado de Jupiter, donde las estrellas brillaban con una intensidad que contrastaba con la luz artificial que emanaba de las ventanas. Aunque Neptuno había expresado su disposición a conversar una alianza con Jupiter y la Ephore Solaris, nada estaba aún oficializado o firmado. Cirelya Vareth’Nai, como mensajera, era considerada una invitada en Jupiter, no una aliada, y técnicamente podía ser aprisionada o usada como rehén si así lo deseaban. Sin embargo, Cirelya no sentía esa amenaza. La gente de Jupiter, desde los capitanes y generales hasta las sirvientas del palacio, la había tratado con una amabilidad que la desconcertaba. Sí, la Ephore Solaris intimidaba, su presencia era como mirar directamente al sol, instintivamente apartando la vista ante su brillo y autoridad. Pero en su comando había una calidez subyacente, similar a la de un padre estricto que da órdenes en casa: sabía que podía ser dura, pero también que protegía a los suyos.
El lugar donde Cirelya se alojaba dentro del Palacio Solar era acogedor, con paredes de mármol anaranjado claro que emitían una calidez suave, alfombras rojas que amortiguaban sus pasos, y muebles de madera pulida que incluían una mesa, un terminal funcional y una cama grande con sábanas de tonos dorados. Un armario abierto albergaba una maqueta donde las sirvientas habían colocado su armadura neptuniana con cuidado, un gesto que le resultó casi surrealista. Era perfecto, un trato que nunca habría recibido de UNISOL con mensajeros o embajadores de planetas no aliados. El contraste la dejó pensativa mientras se sentaba frente al terminal, sus dedos largos tecleando una dirección para probar su funcionalidad. La pantalla parpadeó por unos segundos antes de mostrar la imagen de un operador militar de Neptuno, su rostro serio bajo la luz azulada de la sala de control.
—Aquí Cirelya Vareth’Nai, mensajera de la reina. Vengo a entregar un mensaje a la reina.
El operador tecleó rápidamente, sus dedos moviéndose con destreza sobre el panel.
—Cirelya Vareth’Nai, identidad confirmada. Su ubicación muestra que se encuentra en Jupiter. Confirme.
Cirelya asintió, manteniendo la compostura.
—Confirmado, me encuentro en Jupiter en calidad de invitada. No estoy restringida ni capturada.
El operador tecleó de nuevo, verificando la información.
—Confirmado. Cirelya Vareth’Nai puede dejar su mensaje e informaré a la reina.
Cirelya negó con la cabeza, su expresión decidida.
—El mensaje tengo que entregárselo yo directamente. Por favor, contacte a la Guardia Lunírica. Dígales que soy yo quien intenta comunicarse con la reina por un mensaje urgente. Me mantengo a la espera.
El operador asintió.
—Informaré. No corte la conexión.
Su imagen se congeló mientras procesaba la solicitud. Cirelya se recostó en el respaldo de la silla, el cuero crujiendo bajo su peso. Las comunicaciones al exterior funcionaban, el terminal estaba operativo; si quisiera enviar un mensaje de auxilio, llegaría. ¿Era así como la Ephore Solaris trataba a todos sus aliados? La idea la dejó pensativa, el zumbido del terminal llenando el silencio.
La pantalla volvió a activarse, mostrando a Sylvarianne, vestida con su armadura neptuniana, su cabello azul claro cayendo en mechones sueltos.
—Capitana Cirelya, veo que llegó sana y salva a su destino.
Cirelya sonrió y negó con la cabeza, aún con un dejo de humor.
—Ya te dije que ya no soy capitana. No pertenezco a la orden.
Sylvarianne replicó con un tono afectuoso.
—Usted siempre será nuestra capitana, aunque no esté. Recuerde, oficialmente usted murió en combate.
Cirelya soltó un suspiro largo, seguido de un agradecimiento susurrado.
—Gracias… Sylvarianne, necesito hablar con la reina. Tengo un mensaje urgente de la Ephore Solaris.
Sylvarianne asintió, su expresión tornándose seria.
—La Ephore Solaris, eh… ¿Es tan intimidante como la pintan?
Cirelya sonrió, un brillo nostálgico en su mirada.
—No te imaginas…
Sylvarianne sonrió a su vez.
—Le comunicaré con la reina. Un momento…
La pantalla se pausó, el silencio llenando la habitación por unos segundos. Luego, Thalyssara apareció, vestida con un fino vestido largo y cómodo, su ropa de dormir que delataba la hora tardía en Neptuno, más avanzada que en Jupiter. Cirelya se dio cuenta del detalle y se inclinó ligeramente, avergonzada.
—M-Mi reina… lamento molestarla en horas de su descanso…
Thalyssara sonrió, mirándola con ternura, sus ojos azules profundos brillando bajo la luz suave.
—Cirelya… ¿estás bien? Escuché que fuiste a Jupiter. ¿No sufriste daños?
—Mi reina… comenzó Cirelya, pero Thalyssara la interrumpió con un gesto gentil.
—Te había dicho… que cuando estemos solas, olvides las formalidades…
Cirelya sintió que le faltaba el aire, la mirada sonrojada y tierna de la reina avivando un calor en su pecho.
—Thalyssara… susurró, posesivo, lleno de una pasión contenida.
—Sí… respondió Thalyssara, su voz suave como una caricia.
—Estoy bien, no estoy capturada, pero tengo un mensaje de la Ephore… continuó Cirelya, su tono más firme.
Thalyssara asintió.
—¿Qué fue lo que dijo…?
Cirelya respiró hondo.
—La Ephore Solaris dijo que irá a Neptuno a conversar contigo los términos de la alianza y sellar en mutuo acuerdo las alianzas en el mismo Neptuno.
Thalyssara sonrió, un brillo de ilusión en sus ojos.
—¿Cuándo vienen?
—En dos días parten de Jupiter. Salgo con ellos también.
Thalyssara afirmó con la cabeza, recostada en su cama con el terminal portátil alzado.
—Te espero entonces en dos días… dijo, su tono dulce.
Cirelya sintió un calor en su pecho, una mezcla de amor y deber.
—Thalyssara… muero por abrazarte… confesó, su voz quebrándose ligeramente.
Thalyssara sonrió como una adolescente enamorada, ilusionada.
—Y yo quiero que me abraces… respondió, sus mejillas sonrojadas.
Cirelya hizo una pausa, su mirada intensificándose.
—Juro que si la Ephore hace algo o le obliga a hacer algo que usted no quiera, levantaré mi espada hacia ella y la protegeré con todo mi ser.
Thalyssara rio suavemente.
—No creo que eso sea necesario… pero sé que lo harías. Eres mi caballero, y aunque no seas mi guardia personal, eres mi persona especial.
Cirelya deseó transportarse a Neptuno en ese instante, estar en la habitación real con la reina, pero se contuvo.
—Tengo que cortar la comunicación, Thalyssara. Espero verte en dos días…
Thalyssara, recostada en su cama, sonrió enamorada.
—Y yo te esperaré…
Se miraron un rato, sus ojos conectados a través de la pantalla, hasta que Cirelya cortó la conexión con un suspiro. Se recostó en la silla, cerrando los ojos, el amor por su reina ardiendo en su corazón. La protegería de todo, incluso de la Ephore Solaris si esta los traicionaba.
Cecelia había llegado a su habitación, su nuevo hogar dentro del Palacio Solar, exhausta tras un día de entrenamiento agotador. Venus le había hecho meditar el doble, trabajar el doble y esforzarse el doble, todo como castigo por aquella bofetada que, en el fondo, Cecelia no lamentaba. Esa mujer había amenazado a Rouji, su Rouji, y no lo permitiría jamás.
Frente a la puerta, se detuvo un momento, sus pensamientos girando en torno a las palabras de Venus: “su Rouji”. ¿De verdad Rouji era suyo? Venus le había dicho que lo amaba con locura, pero ¿lo amaba ella? Sí, Rouji, a pesar de ser un niño de 14 años, la protegía y se preocupaba por ella. Juntos habían construido Burion Electronics, y claro que lo quería… ¿pero románticamente? Cecelia negó con la cabeza, murmurando para sí misma:
—Por favor, Cecelia, tiene 14 y tú tienes 19… ¿en qué estás pensando?
Su voz fue un susurro cargado de confusión mientras abría la puerta con un crujido suave.
Dentro, la habitación la recibió con su calidez familiar: paredes de mármol anaranjado claro que reflejaban la luz tenue de las lámparas, alfombras rojas que amortiguaban sus pasos y una cama grande con sábanas doradas desordenadas. Rouji estaba en su escritorio, tecleando en su terminal personal, rodeado de papeles cubiertos de fórmulas y símbolos incomprensibles, junto a una taza de café con leche que humeaba, dejando un aroma dulce en el aire.
Al notar su presencia, Rouji giró la silla y le sonrió, su rostro pálido iluminado por la pantalla.
—Bienvenida… Cecelia.
Su voz era tranquila y sin rastro de tartamudeo.
Cecelia se sonrojó de golpe, sin entender por qué su corazón dio un vuelco. ¿Era por esa sonrisa? ¿O por imaginar a Rouji con otra mujer, lo que le hacía hervir la sangre? No iba a permitir que nadie se lo quitara.
Entró decidida, y la puerta se cerró tras ella con un clic suave.
—Hola, Rouji.
Se acercó para abrazarlo por detrás, rozando su mejilla contra la de él, un gesto habitual entre ellos. Pero esta vez añadió algo más: un beso ligero en su mejilla. Rouji no se inmutó, su expresión estoica intacta a pesar de la melosidad de Cecelia.
—Te he preparado unas tostadas con mermelada de fresa que producen aquí. Además, hay café caliente en la cafetera.
Rouji señaló una bandeja en la mesa con un movimiento casual.
Cecelia parpadeó, sorprendida.
—¿Rouji? ¿Qué pasó con tu tartamudeo?
Rouji se acomodó los lentes con un dedo, su mirada fija en ella.
—Hoy tuve una audiencia con la Ephore Solaris. Su Reina Lunaria estaba ahí. Ella tiene control sobre el Permet en el ámbito médico; suprimió en mi cerebro el tartamudeo y la timidez al hablar. Si te preguntas cómo, aún me encuentro procesando todo. Es como si ella misma tuviera años de conocimiento médico…
Cecelia parpadeó de nuevo, procesando la noticia.
—¿Eso es… genial? ¡Es genial, corazón!
Se abalanzó sobre él para abrazarlo fuerte contra su pecho, el calor de su cuerpo envolviéndolo.
—Estás presionando tus pechos contra mí a propósito.
Rouji lo comentó con monotonía, su rostro impasible.
Cecelia rio, abrazándolo aún más fuerte. ¿Se preguntaba si amaba a este niño? Sí, lo hacía. ¿Lo dejaría ir para que otra se lo quitara? Nunca. Era de ella y solo de ella.
—Te amo.
El susurro se escapó sin filtro mientras lo apretaba contra sí, su corazón latiendo con una mezcla de afecto y algo más profundo.
Más tarde, Cecelia se había cambiado a su pijama: un short diminuto y una polera enorme que le llegaba a los muslos, dejando sus piernas al descubierto. Rouji seguía en el escritorio, tecleando en su terminal y garabateando fórmulas en papeles llenos de símbolos extraños y números dispersos, el zumbido de los Haros llenando el aire con sus repeticiones monótonas.
Cecelia se acercó por detrás, abrazándolo por el cuello con suavidad.
—¿Qué haces, corazón?
Su voz era cálida contra su oído.
Rouji continuó escribiendo, sin detenerse.
—Fórmulas cuánticas para los experimentos de sincronización del portal fotopermético de la doctora Kaelia.
Cecelia parpadeó, confundida.
—Ya te dije que me hables en un idioma que entienda…
Rouji suspiró ligeramente.
—El portal fotopermético es una puerta que materializa los efectos del espejo cuántico para transformar la antimateria en un salvoconducto de transformación etérea y reconstruirla mediante factores Snitzchell, según la teoría de…
—¡Basta, basta…! Cuando explicas así te entiendo menos.
Cecelia se movió frente a él, sentándose en su regazo, bloqueando su acceso al terminal. Tomó un papel para leerlo.
—Ugh… no, no entiendo nada.
Dejó el papel con un gesto de frustración.
Rouji dejó de teclear, su atención obligada por la presencia de Cecelia en su regazo.
—Es un portal que nos permite viajar instantáneamente de un punto a otro.
Su voz sonó más accesible.
Cecelia lo miró, sorprendida.
—¿Ohhh… pero el salto de vacío no nos permite eso?
Rouji asintió.
—Sí y no. Con el salto tenemos un tiempo determinado: minutos, horas o segundos de un punto a otro. Requiere un motor de curvatura de vacío y combustible de antimateria, además de la infraestructura de la nave. Con el portal, es como atravesar una puerta.
Cecelia parpadeó, impresionada.
—¿Eso es posible hacer?
Rouji respondió con calma.
—Teóricamente es posible. Estamos creando un prototipo y luego haremos pruebas.
Cecelia dejó el papel y lo abrazó de nuevo, pegando su frente contra la de él.
—Eres un genio.
Su voz era un susurro cargado de admiración.
Rouji no respondió, simplemente la miró, sus ojos azules fijos en los de ella. Cecelia también lo miró, perdiéndose en su mirada, y luego bajó los ojos hacia sus labios. Se acercó lentamente, el espacio entre ellos reduciéndose, hasta que Rouji habló con monotonía.
—¿Puedo seguir escribiendo las fórmulas en el terminal?
Cecelia espabiló, poniéndose de pie de un salto, su rostro enrojeciendo violentamente.
—¡Perdón, perdón!
Se cubrió la cara con las manos, el calor subiéndole a las mejillas.
Rouji volvió a teclear, estoico, como si nada hubiera pasado.
—Puedes ir durmiendo si estás cansada. Terminaré unas cosas y luego me acostaré.
Cecelia, aún sonrojada, preguntó casi sin pensar:
—¿Me alcanzarás en la cama?
Las palabras salieron antes de que pudiera detenerlas, sus nuevos sentimientos a flor de piel. Sí, dormían juntos y era algo normal entre ellos, pero ahora no sabía si podría controlarse.
—Termino esto y te alcanzo en la cama…
Respondió Rouji con monotonía, sin captar la carga emocional.
Cecelia se tapó la cara, más sonrojada que nunca, y corrió hacia la cama, escondiéndose bajo las sábanas. No sabía si sobreviviría a esa noche, su corazón latiendo desbocado mientras el zumbido de los Haros llenaba el silencio.
La noche había pasado para Cecelia de manera incómoda, no por la incomodidad de dormir junto a Rouji, sino por el torbellino de sentimientos que la habían asaltado con una intensidad inesperada. Rouji dormía acurrucado contra ella, su cabeza descansando sobre sus pechos como almohada, un hábito que siempre había sido natural entre ellos. Sin embargo, esta vez era diferente. Sentir la respiración tranquila de Rouji, el calor de su cuerpo abrazándola por la cintura, era demasiado tentador. Cecelia quería besarlo, dejar que sus sentimientos estallaran, unirse a él en cuerpo y alma. El simple pensamiento de “aquello” la hizo sonrojarse como un tomate, su rostro ardiendo bajo la luz del lugar. ¿Qué me está pasando? se preguntó en silencio, su corazón latiendo desbocado mientras intentaba calmarse.
Un comentario la sacó de sus pensamientos.
—Mira, Sophos… Nemora volvió a ponerse como un tomate —exclamó Charon, su voz burlona resonando en el patio de entrenamiento.
Cecelia espabiló de golpe, dándose cuenta de que ya no estaba en la cama, sino en el patio, rodeada de las demás novitiae, sus "colegas". Solo las novitiae entrenaban ese día; las brujas titulares y las aspirantes estaban ausentes, dejando el espacio menos concurrido de lo habitual. El aire estaba cargado con el aroma a hierba recién cortada y el zumbido del Permet que vibraba en el suelo, mientras el sol jupetariano proyectaba sombras danzantes sobre las columnas bajas.
—¿Q-Qué dices…? respondió Cecelia, desviando la mirada, su rostro aún encendido.
Detrás de Charon, una voz añadió con sorna:
—Seguro que piensa en el niño que trajo. ¿Te gustan los niños, Nemora?
Sophos, la novitiae de Marte, sonreía con burla, sus colmillos lupinos asomando entre sus labios y pequeñas orejas creciendo sobre su cabeza. El Permet la estaba transformando, moldeándola en una lupina.
—Es normal que sientas cambios —continuó Sophos, dándose la vuelta para mostrar una cola recubierta de pelos del mismo tono rojizo anaranjado que su cabello, que sobresalía de su espalda baja—. Mira, a mí me ha crecido una cola.
—Además de sus orejas y colmillos, Sophos se está convirtiendo en un perrito —dijo Charon entre risas, su tono juguetón resonando en el aire.
Un gruñido escapó de la boca de Sophos.
—¡Tú te estás volviendo azul y tus orejas están creciendo, así que no te escapas! replicó, sus uñas afilándose como garras de lobo.
Cecelia parpadeó, intrigada.
—¿Ustedes no eran así? preguntó, su voz teñida de curiosidad.
Charon negó con la cabeza y sacó su terminal móvil, proyectando una fotografía de ambas antes de ser novitiae. Mostraba a dos chicas normales: Sophos con cabello rojizo anaranjado y Charon con cabello azul oscuro, ambas de piel pálida sin los rasgos característicos que ahora exhibían. Cecelia abrió los ojos, sorprendida.
—Son totalmente diferentes… bueno… en cierto modo… murmuró, analizando las imágenes.
Sophos rio a carcajadas, mostrando sus colmillos, su comportamiento cada vez más similar al de Marte.
—¡Ahora soy más fuerte! Tú eres venusiana como tu maestra. No sé si cambiarás físicamente, ya que ambas son del mismo planeta… aunque…
Charon dejó la frase a medias, y Sophos completó sin rodeos:
—Quizá se te pegue lo puta.
Un silencio incómodo llenó el patio, roto solo por el crujido de la hierba bajo los pies. Charon negó con la cabeza, y Cecelia parpadeó, confundida.
—¿Perdón? preguntó, su voz temblorosa.
Sophos se carcajeó de nuevo.
—No es un misterio que tu maestra, Venus, es una maestra de la seducción. ¡Vamos! Dirige un burdel, viste provocativamente y hasta dicen que no perdona nada.
—¿Que no perdona nada? inquirió Cecelia, frunciendo el ceño.
Sophos rio aún más fuerte.
—Que se acuesta con hombres y mujeres, no importa el género.
Charon se puso de pie y le dio un zape en la cabeza a Sophos.
—¡Suficiente, perrito! exclamó, su voz firme.
Sophos gruñó como una loba, mostrando sus colmillos.
—¡CHARON…!! ¿QUIERES PELEA…!? gritó, sus uñas convirtiéndose en garras mientras se tensaba.
—¿Quieres que te duerma, perrito? replicó Charon en tono burlón, cruzándose de brazos.
Sophos saltó al centro de la arena y le gritó:
—¡VEN AQUÍ, AZULITA, TE VOY A DESTROZAR…!!
Rugió, su postura agresiva reflejando su afinidad lupina.
Charon negó con la cabeza, mirando a Cecelia.
—De tal maestra, tal Novitiae… Ya regreso, voy a dormir a este perrito y vuelvo para seguir conversando.
Sonrió antes de entrar a la arena.
Cecelia parpadeó, observando cómo Charon enfrentaba a Sophos, cuya fuerza, agilidad y velocidad eran evidentes, como las de un lobo.
¿De verdad voy a cambiar? se preguntó en silencio, su mente girando mientras veía el combate.
No lo sabía, pero el Permet ya estaba tejiendo su destino.
El sol jupetariano brillaba en lo alto, bañando los campos del Palacio Solar con una luz dorada que resaltaba las columnas de mármol blanco adornadas con enredaderas doradas. El aire estaba impregnado de un aroma fresco a hierba cortada y flores silvestres, mezclado con el zumbido constante del Permet que vibraba en la tierra, un susurro que parecía animar el ambiente.
Cirelya Vareth’Nai entrenaba sola en uno de esos campos, su figura esbelta moviéndose con precisión mientras blandía una espada de entrenamiento de madera, cuya superficie lisa brillaba bajo la luz del mediodía. La hoja, tallada con runas jupetarianas, emitía un leve crujido al cortar el aire, y el sonido de sus pasos contra el suelo de tierra compactada resonaba en el silencio. Su piel azulada captaba los rayos solares, y sus orejas alargadas se inclinaban ligeramente con cada movimiento, reflejando su concentración. El sudor perlaba su frente y su respiración era rítmica, un eco de su entrenamiento militar neptuniano.
De pronto, una sombra se proyectó sobre ella, interrumpiendo su rutina. Cirelya detuvo su espada en el aire y giró lentamente, encontrándose con Vaelerythia, cuya figura imponente de casi tres metros se alzaba con su armadura plateada reflejando la luz. Sus largas orejas élficas y el cuerno en su frente destacaban, y su mirada azul profundo la observaba con una mezcla de curiosidad y desafío.
—Cirelya — dijo Vaelerythia, su voz resonando con una calma contenida—, si quieres, podemos entrenar juntas. Podría ser… esclarecedor.
Cirelya apretó la empuñadura de su espada con fuerza, su mandíbula tensa y sus ojos entrecerrados llenos de desprecio.
—¿En serio? —escupió con sarcasmo, su voz cargada de rencor. Recordaba los días en que habían entrenado juntas en Neptuno, pero no había nostalgia, solo amargura—. Solíamos cruzarnos las espadas, pero eso fue antes de que me dejaras a mi suerte.
Vaelerythia alzó una ceja, su expresión suavizándose ligeramente, pero no respondió de inmediato. Levantó una espada de entrenamiento idéntica con un movimiento fluido y, sin más preámbulos, el combate comenzó.
Los golpes resonaron con un ritmo inicial lento, la madera chocando contra madera con un crujido que llenaba el espacio. Cirelya atacó con precisión, su entrenamiento militar guiándola, mientras Vaelerythia paraba con fuerza bruta, su estatura dándole ventaja.
El intercambio continuó en silencio por unos momentos, las espadas danzando en un duelo que parecía medir más que habilidades físicas. Entonces, Vaelerythia rompió el mutismo, su voz calma pero con un dejo de arrepentimiento.
—Nunca quise que terminara así, Cirelya. Mi exilio fue una decisión forzada, pero creí que era lo mejor para Neptuno.
Esas palabras fueron la chispa. Cirelya explotó, su voz cortante cortando el aire como un látigo.
—¡Te odio porque no luchaste cuando te exiliaron! ¡Te odio porque escogiste abandonar a tu gente! ¡Te odio porque abandonaste Neptuno! ¡Te odio porque escogiste servir a otra reina en lugar de quedarte!
Cada palabra estaba acompañada de un golpe feroz, su espada temblando con la intensidad de su rencor, el ritmo del combate acelerándose.
Vaelerythia bloqueó cada ataque, su respiración acelerándose pero su rostro manteniendo una calma estoica.
—A pesar de todo, amo a mi hermana — respondió, su voz firme mientras desvió un golpe hacia el suelo—. Quise protegerla de todo, incluso de mí misma. El exilio fue mi sacrificio para que ella gobernara sin mi sombra.
Cirelya gruñó, atacando con más fuerza.
—¡No sabes lo que es amar! ¡Lo único que haces es abandonar a los que te querían y apreciaban!
Su espada rozó la de Vaelerythia con un chasquido.
Vaelerythia paró el ataque y contraatacó, su voz alzándose.
—¡No sabes de lo que hablas! ¡Tú tampoco entiendes ese sentimiento!
Su tono estaba cargado de dolor.
Sin pensarlo, Cirelya dejó escapar la verdad, su voz quebrándose.
—¡Amo a tu hermana!
Las palabras salieron como un relámpago, y el golpe de realidad azotó a Vaelerythia como un martillo. Sus ojos se abrieron de par en par, y un destello de furia y confusión cruzó su rostro. Con un rugido, desató su fuerza, su espada de entrenamiento reventando la de Cirelya en un estallido de astillas que volaron por el aire. La espada de Vaelerythia también se partió, pero su poder físico la llevó a dominar a Cirelya, derribándola al suelo con un movimiento brutal.
Desde arriba, Vaelerythia la miró con una mirada afilada, sus ojos azules cortando como dagas.
—¿Te estás acostando con mi hermana? —preguntó, su voz temblando de ira contenida.
Cirelya, jadeando en el suelo, se puso de pie con la misma mirada afilada, el polvo levantándose a su alrededor.
—Sí.
Su respuesta fue firme, sin vacilar.
Vaelerythia arremetió con un puñetazo, conectando con la mejilla de Cirelya, quien respondió con un golpe a su vez, alcanzando el torso de Vaelerythia. Ambas se enzarzaron en una pelea a puñetazos, el sonido de los impactos resonando en el campo, el sudor y la tierra mezclándose en sus rostros. Los golpes eran crudos, llenos de emociones reprimidas, hasta que un llanto agudo las detuvo.
—¡Paren!
La voz infantil de Ericht se quebró mientras corría hacia ellas, sus ojos azul hielo llenos de lágrimas. En ese instante, líneas rojas del Permet surgieron en su pequeño cuerpo, extendiéndose desde sus manos hasta su rostro, y una fuerza gravitatoria invisible se manifestó con un zumbido profundo.
Cirelya y Vaelerythia cayeron al suelo como si una prensa hidráulica las aplastara, la presión implacable presionándolas contra la tierra. Sus respiraciones eran entrecortadas mientras luchaban por moverse; el peso era como si el mismo planeta las castigara.
Lunaria apareció tras Ericht, su túnica blanca con bordes dorados ondeando con su paso apresurado, su cabello plomizo recogido en coletas y sus ojos plomizos reflejando desaprobación. Corrió hacia Ericht, arrodillándose para cargarla en brazos y mecerla suavemente, susurrándole palabras de consuelo mientras las líneas rojas del Permet se desvanecían.
—Shh, mi pequeña, todo está bien… —murmuró, acariciando su cabello pelirrojo.
Luego, se giró hacia Cirelya y Vaelerythia, extendiendo las manos. Líneas verdes del Permet surgieron de sus dedos, envolviéndolas con un calor suave que curó sus heridas, sellando cortes y calmando moretones.
—Estoy decepcionada de ambas — dijo Lunaria, su voz serena pero cargada de reproche—. Las espero dentro.
Con Ericht en brazos, entró al Palacio Solar, dejando tras de sí un silencio tenso.
El sollozo de Ericht era lo único que resonaba en la sala, un sonido infantil que llenaba el aire con una tristeza aguda, reverberando contra las paredes de mármol blanco adornadas con detalles dorados que reflejaban la luz tenue de las lámparas. Tanto Cirelya como Vaelerythia permanecían en un silencio absoluto, sus respiraciones entrecortadas aún marcadas por el esfuerzo del combate. Ambas sabían que habían actuado mal: Vaelerythia, dejándose llevar por la rabia en una vendetta personal, y Cirelya, dando un mal ejemplo de Neptuno en la casa del sol. La tensión entre ellas era palpable, un peso que se asentaba en el suelo como una sombra densa. Lunaria, quien cargaba a Ericht en sus brazos, la arrullaba con suavidad, sus manos acariciando el cabello pelirrojo de la niña mientras sus ojos plomizos, recogidos en coletas, las observaban con una seriedad que cortaba como el filo de una espada.
Cuando los sollozos de Ericht se transformaron en un sueño tranquilo, Lunaria alzó la vista, su voz resonando con una mezcla de decepción y autoridad. —¿En qué demonios estaban pensando? —dijo, su mirada alternando entre ambas—. ¿Acaso quieren romper la alianza entre Neptuno y Jupiter sin que se haya firmado? ¿Qué tienen en la cabeza? Su tono era firme, exigiendo una respuesta mientras sostenía a Ericht contra su pecho.
Vaelerythia se arrodilló de inmediato, inclinando la cabeza con humildad, desenvainando su espada ceremonial y ofreciendo el pomo a Lunaria con ambas manos. —Mi reina, la he humillado con mi comportamiento. No tengo excusas para poder explicar mi acción. Fue un ataque de rabia contra nuestra invitada neptuniana. Si desea hacer rodar mi cabeza, lo aceptaré gustosamente.
Cirelya cerró los ojos, el gesto de Vaelerythia hundiéndola en un torbellino de emociones. —¿No fue error de ella, fue mío, yo la provoqué? —respondió, su tono defensivo pero cargado de culpa, dando un paso adelante.
Vaelerythia alzó la mirada, su rostro endureciéndose. —No te metas en esto, Cirelya.
—¿Acaso quieres que lleve tu muerte en mis hombros así de fácil? ¡No te vas a escapar tan fácil! —contraatacó Cirelya, su voz alzándose con una mezcla de ira y desesperación.
Vaelerythia respondió sin dudar, su tono cortante. —Siempre quieres ganar, ¿verdad?
Cirelya apretó los puños, su mirada desafiante. —Y tú quieres siempre llevarte las cosas así de fácil, ¿no es cierto?
—¡Basta! —exclamó Lunaria, su voz cortando el aire como un látigo, sus ojos plomizos fijos en ambas con una intensidad que las hizo retroceder—. Son unas niñas, peleando por alguna tontería de rivalidad. ¿Acaso no ven lo que representan? Vaelerythia, eres mi guardiana, me proteges; tus acciones repercuten en mí… ¿y te pones a pelear como una matona de barrio? Y tú… —dijo, girándose hacia Cirelya, su tono endureciéndose—, ahora mismo estás como embajadora de un planeta. Lo que hagas también repercute en tu planeta, en Thalyssara. ¿Acaso no lo ven?
El silencio llenó la sala, pesado y opresivo, el zumbido del Permet apenas audible bajo la tensión.
—¿Por qué pelearon? —preguntó Lunaria, su voz ahora más baja, exigiendo una explicación.
Otro silencio se extendió, roto finalmente por Vaelerythia, quien habló con una calma forzada. —Se está acostando con mi hermana… confesó, su mirada baja, el peso de sus palabras colgando en el aire.
Lunaria cerró los ojos, masajeándose el puente de la nariz con un suspiro exasperado. —Son unas crías… —murmuró, abriendo los ojos para mirarlas con una mezcla de incredulidad y frustración—. Arreglen sus cosas, hablando. Si las veo pelear de nuevo, le diré a Solaris que las queme vivas a ambas.
Luego, tomó a Ericht en brazos, su figura serena desapareciendo tras la puerta mientras el eco de sus pasos se desvanecía, dejando a las dos neptunianas solas en un silencio incómodo, roto solo por el leve crujido del suelo bajo sus pies.