ID de la obra: 949

La bruja de Blanco

Mezcla
NC-21
En progreso
2
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planificada Mini, escritos 610 páginas, 373.297 palabras, 24 capítulos
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Capítulo 20 Concordia Lunis-Solaris

Ajustes de texto
El día había pasado en un torbellino de actividad, y tanto Vaelerythia como Cirelya habían vuelto a sus tareas habituales, dejando su rencor sin resolver. A regañadientes, admitieron que sus responsabilidades pesaban más que sus problemas personales; aun así, por dentro ardía el impulso de seguir midiéndose a golpes, una tensión que latía como una herida abierta. El sol jupetariano comenzaba a caer, tiñendo el cielo de anaranjados y dorados que se reflejaban en los campos y pasillos del Palacio Solar. El aire traía un aroma fresco a pasto recién cortado, mezclado con el zumbido constante del Permet que vibraba en las piedras, un susurro que parecía observar en silencio. Cecelia, ahora conocida como Nemora, había terminado el entrenamiento con las demás novitiae en el patio: exhausta, pero con un entendimiento creciente de cómo funcionaba el Permet. Descubrió que todo residía en su mente: si lo pensaba y lo deseaba con suficiente fuerza, el Permet respondía. Poco a poco estaba aprendiendo a volverse invisible, hasta hacerse indetectable. Charion la convenció de probar sus habilidades, desafiándola a desaparecer por completo y jalarle la cola a Sophos. El plan funcionó: Sophos, pese a su olfato lupino agudísimo, no la percibió, y Cecelia consumó la travesura. Se arrepintió al instante: cuando volvió a hacerse visible, Sophos la derribó con una velocidad feroz, dejándola incapacitada en el suelo; el polvo se elevó a su alrededor mientras la otra reía con sorna. Hasta ahora, Cecelia conocía algunos detalles sobre las novitiae. No todas las brujas titulares tenían una; algunos puestos seguían vacantes por falta de usuarias compatibles o por exigencias de las propias brujas. Entre las conocidas estaba Sophos, la novitiae de Marte, cuya afinidad la había transformado en loba: fuerza, ferocidad y velocidad inhumanas definían su nuevo ser; sus colmillos y orejas lupinas crecían día a día. También Mimas, novitiae de Saturno, tan creída como su maestra, con cabello lila largo y voluminoso en las puntas, y ojos amarillos propios de los saturninos. Su don —la creación de antimateria— era peligrosamente letal; Sophos le advirtió que un solo toque era como ser atravesada por plasma. Titania, novitiae de Urano, resultaba extraña y exótica: escleróticas negras, pupilas púrpuras, piel pálida que viraba a azulada. Las demás le dijeron que no la tocara, y Cecelia no pensaba desobedecer. Europa, novitiae de Júpiter, era una niña jupetariana de cabello blanco larguísimo, pestañas blancas y ojos plomizos, con el don de la teletransportación. Por último, Charion, novitiae de Plutón, destacaba por su piel azulada más intensa y orejas élficas largas, a juego con su cabello azul y ojos verdes; su poder, como el de su maestra, era inducir sueño. Cada novitiae era única, moldeada por su afinidad y por su maestra. Las titulares sin novitiae eran Mercurio, Neptuno y Gaia: un dato que Cecelia guardó. Al caer la tarde, Cecelia fue al salón de meditación con Sophos y Charion. Tras el físico y el combate, tocaba meditar: un ejercicio para conectarlas con el Permet. El salón, de paredes pulidas que devolvían la luz ámbar, olía a incienso de sándalo; el zumbido del Permet llenaba el espacio con una vibración casi hipnótica. Cecelia se sentó frente a los espejos junto a Charion y Sophos, e intentó concentrarse para alcanzar lo que las maestras llamaban el limbo del Permet, un estado de conexión mental. No lo logró: su mente se resistía, atrapada en un torbellino de ideas. —Mi maestra dice que tienes que poner la mente en blanco sin dejar de percibir lo que pasa a tu alrededor. Es difícil, pero no imposible— comentó Charion, con los ojos cerrados y la voz serena. Cecelia abrió un ojo para mirarla de reojo, la frustración a flor de piel. —Para ti parece sencillo. Eres la que más rápido conecta con el Permet— replicó, con una mezcla de envidia y cansancio. Charion rió suave, cálida. —Eso no es verdad, Nemora. Todas podemos conectar al limbo. La única traba eres tú misma, que te niegas a acceder— explicó, con la respiración rítmica acompañando sus palabras. Cecelia suspiró y volvió a cerrar el ojo, tratando de dejar la mente en blanco. No funcionó. La imagen de Rouji durmiendo en su cama se le coló sin permiso: acurrucado contra ella, sin lentes, el rostro en calma, la pijama un poco levantada mostrando parte del vientre pálido. El recuerdo la sonrojó como un tomate; el corazón se le aceleró bajo la túnica. Con los ojos aún cerrados, Charion volvió a reír. —Deja de pensar en el niño y concéntrate, Nemora— dijo con tono juguetón. Cecelia abrió los ojos de golpe, ardiéndole la cara. —¡N-no estoy pensando en él!— protestó, agitando las manos. Charion rió con más ganas. —Tú sola te delatas, Nemora. Hasta Sophos se da cuenta— añadió, divertida. —¡Eso no es verdad! ¿Cierto, Sophos?— dijo Cecelia, girándose hacia Sophos, sentada junto a Charion. La escena la dejó desconcertada: Sophos estaba dormida, roncando suave, con un hilo de baba en la comisura; brazos cruzados y el cuello torcido en una postura incómoda. —A Sophos es a la que más le cuesta. Es más músculo que cerebro, y cada vez que toca meditación, se queda dormida— explicó Charion, con una risita. Cecelia volvió a sentarse bien, cerró los ojos y soltó un suspiro. —Paciencia, Nemora, lo vas a lograr— la animó Charion, tranquila. Cecelia suspiró otra vez e intentó, una vez más, vaciar la mente y alejar a Rouji de sus pensamientos, al menos por lo que quedaba de la meditación. El zumbido del Permet la envolvía, pero su mente volvía a traicionarla, atrapada entre el deber y el afecto que, inevitable, seguía creciendo. El laboratorio de la doctora Kaelia Veyra Nocturne, en las profundidades del Palacio Solar, era un bastión de ciencia y misterio. Una luz blanca zumbaba suave desde paneles empotrados en el techo de acero pulido. Las paredes, revestidas con paneles metálicos grabados con ecuaciones cuánticas, reflectaban el brillo de pantallas holográficas que flotaban en el aire y proyectaban diagramas y datos en tonos azulados y verdes. El aire olía a metal mezclado con el ozono característico del Permet, cuya energía invisible hacía vibrar el ambiente con un pulso casi imperceptible. A lo largo de la sala, mesas de trabajo abarrotadas de prototipos, cables expuestos y herramientas de precisión formaban filas, mientras el sonido constante de ventiladores y el leve chisporroteo de soldaduras llenaban el espacio. En el centro dominaba un armazón experimental: el prototipo del portal fotopermético, un marco circular de aleación de Zephyrium y carbono reforzado, rodeado de cristales Permet que emitían un resplandor intermitente, como si respiraran por cuenta propia. Rouji Chante, de pie junto a la doctora Kaelia, observaba el dispositivo con una intensidad casi obsesiva. Su figura delgada, de piel pálida y cabello azul desordenado, se inclinaba sobre una consola holográfica; sus ojos azules, detrás de los lentes negros, corrían rápido por las lecturas. A sus 14 años, su mente metódica y científica analizaba cada detalle con una seriedad que contrastaba con su edad. Llevaba una bata de laboratorio improvisada —adaptada de un uniforme jupetariano—, y sus manos, pequeñas pero precisas, ajustaban parámetros en la interfaz. A su lado, los Haros flotaban, zumbando monótonos: «Calcular, calcular»«Analizar, analizar», con luces que parpadeaban en sincronía con sus movimientos. Kaelia, de rostro alargado y anguloso, pómulos marcados y una expresión seria casi permanente, supervisaba el trabajo con mezcla de escepticismo y fascinación. Su piel, pálida con matices rojizos por su origen marciano, devolvía la luz artificial; el cabello negro profundo, recogido en un moño desordenado con mechones sueltos en las sienes, se movía apenas con cada gesto impaciente. Sus ojos gris acerado, con un leve destello azulado de modificaciones ópticas, escudriñaban a Rouji como si lo diseccionaran. —Chante, ¿estás seguro de que este ajuste en la matriz de resonancia va a estabilizar el flujo cuántico?— preguntó con voz fría y un dejo de irritación contenida.—Llevamos semanas lidiando con inestabilidades y tus cálculos, aunque brillantes, aún no pasan de la simulación. Rouji alzó la mirada y, con un dedo, acomodó los lentes; su tono salió monocorde, pero cargado de convicción. —Doctora Kaelia, la inestabilidad surge porque el modelo actual asume una resonancia estática entre el Permet y la estructura cuántica del portal. Recalibré la ecuación base incorporando un factor de entrelazamiento dinámico, basado en la teoría de campos de energía modificada por el Instituto de Resonancia Aeterna. Si ajustamos el oscilador a 4.7 terahertz, modulado por un campo de retroalimentación Permet, deberíamos inducir una oscilación armónica que estabilice el colapso del vacío cuántico. Kaelia frunció el ceño y cruzó los brazos sobre la túnica de laboratorio manchada de aceite. —¿4.7 terahertz? Eso está al límite de tolerancia del Zephyrium. Si el cristal Permet no resiste, el portal podría colapsar en una singularidad microscópica. ¿Consideraste las implicaciones termodinámicas? El calor residual podría fundir los conductores en menos de tres ciclos.— Se inclinó sobre la consola para revisar los datos, con tono cortante. Rouji asintió, imperturbable. —Lo anticipé. Propongo un sistema de disipación térmica con nanocapas de grafeno impregnadas de cristales Permet sintéticos cultivados en el laboratorio. Las simulaciones indican que pueden absorber hasta un 92% de la entropía generada, desviándola al campo etéreo circundante. Además, integré un amortiguador de retroalimentación cuántica para prevenir retrocesos energéticos. La clave es sincronizar el flujo Permet con la fase de entrelazamiento, evitando que el vacío cuántico colapse en un bucle temporal. Kaelia se enderezó y se masajeó el puente de la nariz con un suspiro exasperado. —¿Un bucle temporal? Chante, estás tejiendo teorías que ni siquiera el Instituto de Resonancia Aeterna se atrevió a tocar. ¿Cómo piensas medir esa sincronización sin un catalizador orgánico estable? El Permet no obedece leyes lineales; su naturaleza caótica puede desestabilizar todo si no calculamos con precisión el factor de conciencia. Rouji giró la cabeza hacia ella; tras los lentes le brilló la determinación. —El factor de conciencia ya está implícito en mi modelo. Derivé una constante de observación basada en la interacción Permet–cerebral, inspirada en los estudios de resonancia neural de la doctora Lysandra Vorne del Instituto de Resonancia Aeterna. Si calibramos el portal con un catalizador inorgánico —por ejemplo, un cristal Permet estabilizado con trazas de iridio—, podemos anclar la fase cuántica sin depender de un operador humano. La ecuación sería Φ(t) = ∫ψ(x)·e^(iΩt)·P(t), donde P(t) es la proyección Permet del catalizador. Eso debería permitir una transición estable entre puntos espaciales. Kaelia lo sostuvo con la mirada; la incredulidad le peleó espacio a un respeto creciente. —¿Un cristal con iridio? Podría funcionar si purificamos las trazas al 99.9%, pero el costo sería exorbitante. Además, ¿cómo propones generar el campo etéreo inicial? El Permet requiere un desencadenante energético y no tenemos un suministro estable desde los últimos cultivos sintéticos.— Señaló un gráfico de energía; su tono se endureció. Rouji ajustó los lentes; la mente le trabajaba a toda velocidad. —Podemos sintetizar el desencadenante con un reactor de pulsos Permet, calibrado con cristales sintéticos de alta densidad a 1.2 petajoules por segundo. Las simulaciones muestran que generaría un puente etéreo suficiente para una transición a pequeña escala, como trasladar un objeto de prueba. Propongo empezar con una manzana y un portal de 10 centímetros de diámetro, para evaluar la integridad del campo sin riesgos significativos.— Proyectó un diagrama con la estructura del reactor. Kaelia se acercó al prototipo y examinó los cristales con una linterna portátil; el reflejo azulado danzó en sus ojos modificados. —Una manzana… Es un comienzo prudente, pero un portal de 10 centímetros limita la resolución del campo etéreo. Si el iridio no estabiliza el flujo, el objeto podría desintegrarse en tránsito. Necesitamos al menos un 95% de éxito en la simulación antes de proceder. Muéstrame los datos brutos de tus iteraciones. Rouji asintió y transfirió los datos a una pantalla cercana. —Aquí están. Corrí 14,000 iteraciones con variables aleatorias en el clúster cuántico del laboratorio. La desviación estándar es 0.014, lo que respalda la viabilidad con un margen de error del 3%. Las simulaciones muestran que un portal de 10 centímetros puede sostener un objeto de hasta 200 gramos con una tasa de éxito del 96% si calibramos el reactor a 1.2 petajoules. La expresión seria de Kaelia se suavizó por un instante. —Eres un maldito genio, Chante… y un dolor de cabeza. Si esto explota, te haré responsable.— Gruñó, pero una leve sonrisa se dibujó en sus labios finos.—Prepárate para la prueba. Calibremos ese reactor y coloquemos la manzana esta noche. Y no te atrevas a improvisar sin mi aprobación. Rouji inclinó la cabeza, con los Haros zumbando alrededor. —Entendido, doctora. Procederé según el protocolo.— Su voz sonó monocorde, pero llena de propósito, mientras empezaba a ajustar instrumentos y el laboratorio cobraba vida con el sonido de sus esfuerzos conjuntos. El laboratorio de la doctora Kaelia Veyra Nocturne estaba sumido en una atmósfera de anticipación; la luz blanca de los paneles del techo zumbaba con una intensidad que parecía acompasar el pulso acelerado de la investigación. Las paredes de acero pulido, grabadas con ecuaciones cuánticas, reflejaban el brillo de las pantallas holográficas que flotaban en el aire, proyectando diagramas en tonos azulados y verdes con curvas de datos que parpadeaban en tiempo real. El aire estaba cargado de un aroma metálico mezclado con el ozono característico del Permet, cuya vibración sutil hacía temblar ligeramente los instrumentos sobre mesas de trabajo abarrotadas de prototipos, cables expuestos y herramientas de precisión. En el centro, el prototipo del portal fotopermético dominaba la escena: un marco circular de aleación de Zephyrium y carbono reforzado, de apenas 10 centímetros de diámetro, rodeado de cristales Permet que emitían un resplandor intermitente, como pulsos de una respiración contenida. El sonido de los ventiladores y el leve chisporroteo de las soldaduras recién aplicadas llenaban el espacio, mientras un zumbido grave emergía del reactor de pulsos Permet, calibrado a 1.2 petajoules por segundo. Rouji Chante, de pie junto a la consola principal, ajustaba los parámetros con una precisión casi quirúrgica; sus dedos delgados se movían sobre la interfaz holográfica con rapidez metódica. Su figura delgada, de piel pálida y cabello azul desordenado, se inclinaba hacia adelante; sus ojos azules, tras los lentes negros, escaneaban las lecturas con una concentración absoluta. A sus 14 años, su mente científica analizaba cada variable con una seriedad que desafiaba su edad, vistiendo una bata de laboratorio improvisada que crujía con cada movimiento. A su lado, los Haros flotaban, zumbando monótonos: —Monitorear, monitorear— o —Estabilizar, estabilizar—, con luces que parpadeaban en sincronía con los ajustes del portal. Kaelia, de rostro alargado y anguloso, pómulos marcados y una expresión seria que rara vez se quebraba, supervisaba el proceso con mezcla de tensión y expectación. Su piel, pálida con matices rojizos por su origen marciano, reflejaba la luz artificial; su cabello negro profundo, recogido en un moño desordenado con mechones sueltos sobre las sienes, se movía apenas con cada giro de su cabeza. Sus ojos gris acerado, con un leve destello azulado de modificaciones ópticas, escudriñaban el prototipo como si lo desarmaran mentalmente. —Chante, revisa la alineación del cristal de iridio una última vez—ordenó, con voz fría y un dejo de urgencia—. Si el flujo Permet se descompensa, este experimento será un desastre. Rouji asintió y proyectó un escáner holográfico sobre el cristal Permet estabilizado con trazas de iridio; su superficie brillante refractaba la luz en patrones geométricos. —La alineación está dentro del margen de error de 0.003 micrones—informó, con tono monocorde pero preciso—. El oscilador está sintonizado a 4.7 terahertz, y el reactor de pulsos genera 1.2 petajoules por segundo. Las nanocapas de grafeno han alcanzado un 92% de disipación térmica. Estamos listos para iniciar. Kaelia se acercó al marco del portal sosteniendo una manzana roja entre las manos; su peso, de aproximadamente 180 gramos, había quedado registrado en un sensor portátil. —Bien, activaremos el portal por un ciclo de prueba. El objetivo es transportar esta manzana del punto A al punto B, a 5 metros de distancia. El protocolo establece una duración máxima de 90 segundos de estabilidad antes de la desenergización manual. ¿Confirmas los parámetros? Rouji verificó las lecturas en la consola y ajustó un dial holográfico. —Confirmado. La fase de entrelazamiento dinámico está calibrada a Φ(t) = ∫ψ(x)·e^(iΩt)·P(t), con P(t) modulada por el cristal de iridio. El campo etéreo inicial está estabilizado a 1.2 petajoules, y el amortiguador secundario está en “standby” a 0.3 terahertz. Duración estimada de estabilidad: 75 segundos, con un margen de colapso del 4%.— Activó el interruptor principal. Un zumbido grave llenó el laboratorio cuando el portal se activó: un anillo de luz azulada emergió del marco de 10 centímetros, girando como un vórtice contenido. El aire a su alrededor vibró, y un leve chisporroteo eléctrico acompañó la formación del puente etéreo. Kaelia colocó la manzana en el punto A, un pedestal con sensores, y el fruto desapareció en un destello instantáneo para reaparecer en el punto B, a 5 metros, en menos de 0.02 segundos. El laboratorio contuvo el aliento; solo el zumbido del portal rompía el silencio. —Transición exitosa—anunció Rouji, siguiendo las lecturas—. La integridad estructural de la manzana se mantiene al 99.8%. El campo etéreo sostuvo el objeto sin desintegración. Kaelia se acercó al punto B y examinó la manzana con un escáner portátil. —Textura y composición intactas. La transferencia fue instantánea, como predijiste. El portal está estable por ahora.— Hizo una seña—. Mantenlo activo. Midamos la duración máxima. Rouji ajustó los controles, monitoreando las fluctuaciones. —El campo etéreo oscila dentro de parámetros. La resonancia Permet se mantiene en 4.7 terahertz, con desviación de 0.012. Podemos extender la estabilidad hasta 75 segundos con seguridad.— A un lado, los Haros proyectaban gráficos en tiempo real. El portal permaneció abierto, su luz azulada pulsando con regularidad durante los primeros 45 segundos; la manzana seguía intacta en el punto B. Sin embargo, a los 60 segundos, las lecturas comenzaron a fluctuar. —Doctora, la entropía está aumentando. La desviación subió a 0.018—alertó Rouji, moviendo los dedos con rapidez para ajustar el amortiguador secundario. Kaelia frunció el ceño al notar que el cristal de iridio empezaba a emitir un leve resplandor rojizo. —El cristal está alcanzando su límite térmico. Sube la disipación al 95%. Rouji obedeció, pero a los 75 segundos el portal lanzó un zumbido agudo y, a 1 minuto con 15 segundos, el campo etéreo colapsó con un destello cegador. La manzana desapareció del punto B y las pantallas registraron una anomalía espacial. El laboratorio quedó en silencio; el polvo se asentó lentamente. —¿Dónde está la manzana?—preguntó Kaelia, cortante, mientras revisaba los sensores—. Los datos muestran una ruptura en el puente etéreo a los 75 segundos. La fruta se perdió en un subespacio inestable. Rouji analizó los registros con gesto serio. —La inestabilidad se debió a una resonancia no controlada en el cristal de iridio. El campo etéreo se fragmentó y envió la manzana a un punto desconocido. La ecuación Φ(t) no anticipó la amplificación caótica del Permet después del minuto. Necesitamos un modelo de retroalimentación adaptativa para evitar futuros colapsos. Kaelia se masajeó el puente de la nariz; la frustración le cruzó el rostro. —Esto confirma lo peligroso de un portal inestable. Si hubiéramos enviado algo más grande, como un humano, podría haber quedado atrapado en un limbo cuántico o desintegrado. Chante, tus cálculos fueron precisos hasta el colapso, pero necesitamos un sistema de seguridad que anticipe estas anomalías. Propón una solución antes de la próxima prueba. Rouji asintió y proyectó un nuevo diagrama. —Sugiero un algoritmo de predicción basado en redes neuronales cuánticas, entrenado con 20,000 iteraciones de datos Permet. Podría detectar patrones de inestabilidad con un 98% de precisión y activar un cierre automático a los 70 segundos si la desviación supera 0.015. También podemos reforzar el cristal con una capa de titanio Permet para aumentar su resistencia térmica. La expresión de Kaelia se suavizó. —Eres un dolor de cabeza, pero un genio, Chante. Aprobado. Rediseña el prototipo y prepáralo para mañana. Y esta vez, asegúrate de que no perdamos más frutas.— Una leve sonrisa le asomó en los labios mientras se giraba hacia el equipo. El laboratorio volvió a zumbar con el eco de su nueva meta. La noche había caído sobre el Palacio Solar, envolviendo el edificio en una penumbra suave iluminada por la luz ámbar de las lámparas que colgaban de los pasillos, proyectando sombras danzantes sobre las paredes de mármol anaranjado claro. El aire estaba impregnado de un aroma fresco a jazmín, mezclado con el zumbido constante del Permet que vibraba en las piedras, un murmullo que llenaba el silencio con una energía latente. Rouji Chante llegaba tarde a su “hogar”, un hecho inusual que contrastaba con su rutina metódica. Nunca llegaba tarde; solía quedarse en su espacio personal —el laboratorio de la doctora Kaelia—, perdido en cálculos y prototipos. Cecelia, en cambio, era quien acostumbraba salir a entrenar o meditar y regresar a altas horas; ahora esa dinámica se había invertido. Esta faceta nueva en su vida lo desconcertaba y, mientras avanzaba por el corredor, el sonido de sus pasos resonaba contra el piso, acompañado por el leve zumbido de los Haros que lo seguían. Al abrir la puerta de su habitación, lo recibió un calor acogedor: alfombras rojas amortiguaban el piso y la luz tenue de una lámpara de mesa bañaba el espacio. Cecelia estaba ahí, recién salida del baño, con ropa ligera: unos calzones simples y una polera de tirantes que se adhería a su figura, dejando brazos y hombros al descubierto; la piel, aún húmeda, reflejaba la luz en destellos suaves. Su cabello, suelto y ligeramente despeinado, caía sobre los hombros, y el aroma a jabón de lavanda flotaba a su alrededor. Al verlo entrar, Cecelia se congeló; el sonrojo le subió por las mejillas al notar su atuendo. Se cubrió el pecho instintivamente con los brazos, y su voz salió temblorosa. —R-Rouji… yo… no esperaba que llegaras tan tarde—, balbuceó, con la mirada esquiva mientras buscaba algo para cubrirse, el calor de la vergüenza tiñéndole el rostro. Rouji, con la bata de laboratorio arrugada y los lentes apenas empañados, entró con pasos pausados; se acomodó los lentes con un dedo y dejó su terminal en el escritorio, sin prestar atención a su propia apariencia. —El experimento del portal fotopermético falló durante la prueba nocturna. Una sobrecarga en el cristal de iridio causó una onda de retroalimentación que me afectó ligeramente— explicó con tono monocorde, mientras con la mano derecha masajeaba un leve enrojecimiento en la muñeca, el único indicio de daño—. La doctora Kaelia y yo estamos ajustando los parámetros. Cecelia bajó los brazos; sus ojos verdes se abrieron de par en par al notar la marca en su muñeca. Un nudo de preocupación le apretó el pecho y su voz se alzó con mezcla de alivio y enojo. —¿Ajustando parámetros? ¡Rouji, llegas tarde y encima te lastimaste! ¿Qué pasó? ¡Pudiste haberte hecho un daño serio!— exclamó, dando un paso hacia él, con el corazón latiendo con una intensidad que iba más allá de la amistad: un sentimiento nuevo empezaba a florecer. Rouji la miró con expresión impasible; volvió a ajustarse los lentes. —La onda de retroalimentación fue predecible dentro de un margen del 4%. El daño es superficial: una quemadura de primer grado en la muñeca, tratada con gel Permet. La prioridad era estabilizar el laboratorio. No anticipé que mi retraso te preocupara. El contraste entre su estoicismo y la reacción de Cecelia avivó una chispa de frustración en ella. —¡No se trata de anticipar, se trata de que me preocupo por ti! Eres… eres importante para mí, Rouji. Pensé que algo grave te había pasado y me sentí… perdida— dijo, con la voz temblorosa, dejando entrever un atisbo de sus sentimientos crecientes. Se acercó más; la tela de la polera rozó su piel mientras gesticulaba, amor y ansiedad mezclándose por dentro. Rouji inclinó la cabeza, procesando sus palabras con una calma que contrastaba con la tormenta de Cecelia. —Tu preocupación es comprensible, dado nuestro vínculo. El riesgo fue mínimo y los guardias jupetarianos aseguraron el laboratorio. Sin embargo, reconozco que debí notificarte. Intentaré optimizar mi comunicación en el futuro—, dijo, lógico pero con un matiz de consideración, reflejando su afecto sin alcanzar a captar la profundidad emocional. —¡No es solo eso!— replicó Cecelia, dando otro paso; las manos le temblaban al luchar por expresar lo que sentía. —¡Eres más que un compañero, Rouji! Pensé en ti todo el día, y cuando no llegaste sentí un vacío… como si me faltara una parte. ¿Cómo puedes ser tan… tan distante cuando yo…— se detuvo; la voz se le quebró y las lágrimas asomaron a sus ojos. El amor que estaba descubriendo por él la abrumaba, un cambio que la volvía vulnerable, pero que ya no podía ocultar por completo. Rouji parpadeó; su estoicismo flaqueó ante las lágrimas de Cecelia. —No pretendo ser distante. Mi enfoque lógico prioriza la eficiencia, pero noto tu angustia. Es una variable que no calculé. Lamento haberte causado inquietud. Ajustaré mis acciones para incluir tu bienestar—, respondió en voz baja: un intento racional de consolarla, aunque su densidad emocional le impidiera entender el amor que ella sentía. Cecelia lo miró; el enojo se le disolvió en un nudo de emociones. —¿Ajustar? ¡Rouji, esto no es un cálculo! ¡Es nuestro vínculo, nuestra… nuestra vida juntos!— exclamó, con la voz temblando mientras se acercaba todavía más; el espacio entre ambos se cargó de tensión emocional. Quiso confesarle todo, pero se contuvo; su respiración agitada llenó el silencio, con el amor creciendo en su pecho como una flor en plena primavera. El momento se estiró, la habitación envuelta en un silencio roto solo por sus respiraciones, hasta que un grito agudo atravesó las paredes. —¡Cierren la boca de una vez!— tronó una voz femenina desde el pasillo: era Mimas, cuya impaciencia saturnina resonó con claridad a través de la Residencia Aureliana. Cecelia se sonrojó violentamente; se cubrió la cara con las manos, el calor subiéndole al rostro. —¡Lo siento, lo siento mucho!— balbuceó, ahogada por la vergüenza, y dio un paso atrás como queriendo desaparecer en las sombras. Más estoico, pero consciente del disturbio, Rouji inclinó la cabeza hacia la puerta. —Disculpas por el inconveniente. Ajustaré mi volumen vocal y consideraré horarios alternativos para las discusiones—, dijo con su tono racional: una disculpa formal pero sincera. Se acomodó los lentes como si analizara la situación con precisión. El silencio volvió, pesado pero distinto. Cecelia, aún sonrojada, dejó caer las manos. Sus ojos se encontraron con los de Rouji y un impulso la llevó a correr hacia él; lo abrazó con fuerza, su cuerpo cálido contra el de él. —Te extrañé—, susurró, temblorosa pero llena de afecto; sus nuevos sentimientos asomaban tímidos. Rouji se dejó abrazar; la rigidez del cuerpo se le aflojó apenas bajo el contacto. —Entiendo tu declaración. Yo también valoré tu presencia durante mi ausencia—, respondió en voz baja: reflejo de su afecto racional, sin alcanzar la pasión que ella sentía. Cecelia sonrió, se secó una lágrima y le dio un beso suave en la mejilla: un gesto que selló la reconciliación. —Ven, tienes que comer algo. No has probado bocado en horas y esa quemadura necesita cuidado—, dijo, tomándolo de la mano y guiándolo hacia la mesa, donde las tostadas con mermelada de fresa todavía esperaban. El aroma dulce llenó el aire, mientras el zumbido de los Haros volvía como un fondo reconfortante. Había pasado un día y la sala del trono del Palacio Solar estaba impregnada de una solemnidad que resonaba en cada rincón, iluminada por la luz ámbar que se filtraba a través de los vitrales, proyectando patrones dorados y rojos sobre el piso de mármol blanco pulido. Detrás del trono, una estructura imponente en forma de sol, tallada en oro y Zephyrium, se alzaba como símbolo de poder divino, con rayos que se extendían hacia las paredes adornadas con relieves de constelaciones jupetarianas. El aire llevaba un aroma profundo a incienso de mirra, mezclado con el zumbido constante del Permet que vibraba en las piedras, un pulso que parecía latir al ritmo de las decisiones que se tomarían. Solaris, la Ephore, estaba sentada en el trono solar —una silla de ébano y oro con cojines de terciopelo rojo—, apoyando la mejilla en una mano mientras el codo descansaba sobre uno de los brazos tallados. Con las piernas cruzadas, su túnica blanca con bordes dorados caía elegantemente sobre su figura; su cabello rojo brillaba bajo la luz y sus ojos azul hielo permanecían cerrados en aparente meditación. Frente a ella, sus generales de guerra y las brujas titulares del Aquelarre se alineaban en semicírculo, con rostros serios que reflejaban la gravedad del momento. Había pasado un día desde el incidente entre Vaelerythia y Cirelya, y la reunión tenía un propósito claro: planificar la partida hacia Neptuno para negociar la alianza con la reina Thalyssara. Julius Poditus, General Supremo de las Flotas Navales Interplanetarias de Jupiter, dio un paso al frente. —Su Excelencia, recomiendo que la 9.ª y la 4.ª Flota Interplanetaria la escolten.— Su voz resonó con autoridad mientras se inclinaba ligeramente; su uniforme dorado relucía bajo la luz.— Estamos en guerra y no podemos permitir que viaje sin un seguro para usted. Solaris abrió los ojos lentamente; su mirada azul hielo se posó en Julius con una calma que contrastaba con su intensidad. —Exageras al llevar a dos flotas enteras, Julius. ¿Sabes cuán grande va a ser ese destacamento?— respondió, con tono firme pero mesurado, dejando que la pregunta flotara en el aire. A su lado, Cornelius Glome, General Supremo del Ejército Interplanetario de Jupiter, frunció el ceño; su barba plateada se movió con el gesto. Julius intervino, encarando a su par: —Cornelius, ¿insinúas que Su Excelencia, la Ephore, no amerita toda la protección necesaria? Cornelius lo miró con mezcla de respeto y desacuerdo. —No; insinúo que es un movimiento muy exagerado—, replicó, directo pero respetuoso, midiendo sus palabras ante la presencia de Solaris. Detrás de los generales, una risa burlona —más un ladrido que una risa— quebró la tensión y los alertó. Marte habló, con voz que resonó como trueno mientras movía su cola lupina de un lado a otro; su armadura rojiza devolvía destellos feroces: —¿Ustedes dos creen que la señora Solaris necesita resguardo? ¡Ella sola puede acabar con flotas enteras! Julius intentó responder, conciliador: —Lady Marte, no es por…— Pero Marte avanzó con furia; sus ojos rojizos ardían. —¡No me digas “lady”! La próxima vez que salga esa palabra de tu boca hacia mí, te arranco la cabeza… ¿entendiste?— ladró, acercándose a ambos generales con postura intimidante, los colmillos asomando. —Es Warmaster para cualquiera de los dos…— gruñó de nuevo, con la cola azotando el aire impaciente. —Es suficiente, Marte—, intervino Solaris, cortante pero serena, aún con la mejilla apoyada en la mano y los ojos cerrados, proyectando una autoridad que no admitía réplica—. Julius no tiene la culpa; solo sigue el protocolo. Marte golpeó su pecho con el puño en señal de respeto; el sonido retumbó en la sala. Regresó a su posición, la cola todavía agitándose con energía contenida. —Mis generales…— se oyó una voz serena y autoritaria. Jupiter, conocida como Junielle, avanzó con pasos elegantes; su túnica blanca con bordes dorados ondeaba levemente—. Entiendo su punto y también entiendo a mi hermana Marte. Sin embargo, necesitamos encontrar un punto medio. Cornelius y Julius saludaron a Jupiter con una inclinación, rostros llenos de respeto. —Lady Jupiter habla con sabiduría. Un punto medio es algo que podemos plantear—, dijo Cornelius, conciliador. —Estoy de acuerdo con Jun… con Jupiter—, corrigió Shaddiq, que también estaba presente, con voz calma pero firme mientras ajustaba la postura—. Dos flotas enteras es alertar al enemigo. Demasiadas aperturas de vacío serán visibles incluso en espacio donde Jupiter no tiene jurisdicción. Además, se deja al planeta sin dos de sus flotas interplanetarias, lo cual nos vuelve vulnerables a ataques de Dominicus. Un —tch…— escapó de los labios de Marte al oír a Shaddiq; su desdén fue evidente. Cruzó los brazos y desvió la mirada, con la cola moviéndose lenta. Cornelius intervino en tono diplomático: —Disculpe, joven; aprecio su punto de vista, pero esta es una reunión del consejo de guerra con la misma Ephore. Solo militares y consejeros reales pueden estar aquí. Jupiter respondió con autoridad sutil, mostrando el anillo de oro en su dedo anular, idéntico al que llevaba Shaddiq: —¿Le molesta la presencia de mi esposo, mi general Cornelius? Shaddiq es muy capaz en organización y estrategia, además de que comparte ideas interesantes conmigo. Otro —tch…— brotó de Marte, que giró la cabeza con fastidio; la cola se le detuvo un instante. Cornelius inclinó la cabeza, adaptándose: —Mis disculpas, lord Zenelli. Apreciamos sus comentarios. Aún no estábamos enterados de su compromiso con lady Jupiter… ¿o deberíamos decirle lady Zenelli ahora? Jupiter rió suavemente, llenando la sala con una calidez inesperada. —Es algo que no tiene importancia ahora, mis generales…— Marte la interrumpió, impaciente: —¡Basta de habladurías! ¿A quién mandamos? ¿Con quién vamos? ¡Mis cachorros están listos para partir cuando ordenen! Jupiter rió de nuevo, conciliadora: —Entonces enviemos una escolta: no más de diez naves. Marte, tú encabezarás la punta de lanza. Marte sonrió; golpeó el puño contra la palma con un chasquido seco. —Lo estaba esperando—, ladró entusiasmada, con la cola moviéndose de lado a lado, cargada de energía nueva. Solaris se puso de pie del trono con un movimiento elegante, pero lleno de autoridad, y descendió las escaleras con pasos deliberados; su túnica ondeaba como una llama. —Llevaré el Calibarn en mi nave. Ericht y Lunaria irán conmigo. Todos los presentes —incluida Marte— llevaron el puño al pecho y bajaron la cabeza al unísono, repitiendo con reverencia: —Ave Dominus Solus.— Shaddiq, aún adaptándose a las costumbres, tardó un instante en seguir, pero lo hizo con un gesto torpe aunque respetuoso. Solaris pasó entre ellos; su presencia imponente llenó el espacio. —La sesión ha terminado—, declaró, continuando hacia la salida. El eco de sus pasos se fue desvaneciendo mientras los presentes se miraban entre sí antes de dispersarse, cada uno abandonando el salón real por su cuenta. Los pasillos del Palacio Solar se extendían como arterias doradas bajo la luz del mediodía, sus paredes de mármol blanco adornadas con vitrales que proyectaban franjas de luz ámbar y carmesí sobre el piso pulido. El aire estaba impregnado de un aroma fresco a incienso de sándalo, mezclado con el zumbido constante del Permet que vibraba en las piedras, un pulso que parecía acompasar los pasos de Jupiter, conocida como Junielle, y Shaddiq Zenelli mientras avanzaban hacia los campos de entrenamiento. Las columnas, talladas con motivos solares, se alzaban a ambos lados, y el eco de sus botas resonaba contra el mármol, acompañado por el leve susurro de las túnicas de Junielle —blancas con bordes dorados—, que ondeaban con cada movimiento. El sol jupetariano brillaba intensamente afuera, filtrándose por las ventanas y bañando el corredor con un resplandor cálido. —Junielle… ¿Estás segura de que anunciar lo nuestro así de la nada y frente a Solaris fue buena idea? Digo, estoy feliz, pero… pensé que querías una ceremonia…— dijo Shaddiq con suavidad, su voz baja pero cargada de una mezcla de preocupación y cariño, mientras entrelazaba sus dedos con los de ella. Su mirada, habitualmente calculadora, se suavizó al mirarla, un atisbo de vulnerabilidad asomando en sus ojos oscuros. Junielle rió, una risa clara y musical que iluminó el rostro de Shaddiq y pareció disipar las sombras del pasillo. —Sí, pero era la única forma de que los generales no te sacaran de la reunión. Además, mis hermanas saben de lo nuestro, así que Marte no iba a hacerte nada tampoco. Además, también quiero llevar a cabo la ceremonia. Cuando todo esto termine… lo celebraremos como es debido.— Su tono fue juguetón pero seguro, apretando ligeramente su mano; su voz adquirió un matiz de esperanza mientras le devolvía la sonrisa. Shaddiq sonrió, pero en su interior la duda se arremolinó como una sombra. Sabía que estaban en guerra y que Junielle, como miembro clave del Aquelarre, estaba destinada a estar en el frente de batalla. La posibilidad de que no regresara viva era una realidad que lo perseguía, y aunque su agarre se apretó un poco más, grabó ese momento en su memoria, deseando que durara para la eternidad mientras caminaban juntos hacia los campos. En el patio de entrenamiento, el sol bañaba el terreno con una luz dorada, destacando las columnas bajas y las marcas de combate en la hierba verde. El aire llevaba un aroma a tierra húmeda y el zumbido del Permet vibraba en el piso, un murmullo que animaba los movimientos de las novitiae. Cecelia, ahora conocida como Nemora, esquivaba ágilmente los ataques de Charion, cuya figura esbelta se movía con precisión mientras sus manos canalizaban el poder del sueño, dejando un rastro de energía verde en el aire. A unos metros, Sophos, la novitiae de Marte, arrastraba toneladas de carga sujetas con cadenas de oro; sus músculos lupinos se tensaban con cada paso mientras corría alrededor del campo, su cola azotando el aire con ferocidad. El sonido de las cadenas chocando contra el piso resonaba, acompañado por los gruñidos de esfuerzo de Sophos. Cerca de ellas, Europa y Mimas entrenaban con intensidad. Mimas lanzaba bolas de antimateria, esferas oscuras que brillaban con un resplandor púrpura y dejaban un rastro de calor en el aire, mientras Europa las esquivaba con movimientos teletransportados, apareciendo y desapareciendo en destellos de luz blanca. —¡¿Quieres quedarte quieta?! ¡Me desesperas!— exclamó Mimas, su voz aguda cortando el aire; su cabello lila largo ondeaba con cada gesto de frustración. Cecelia miró de reojo ese entrenamiento; su concentración flaqueó por un instante, y de pronto Charion se posicionó detrás de ella con un movimiento silencioso. —Te sigues distrayendo muy rápido, Nemora—, susurró, tocando las piernas de Cecelia con las yemas de sus dedos. Un sopor instantáneo invadió los músculos de Cecelia y cayó al piso, con las piernas inmóviles. —Mierda…— gruñó, con la voz ahogada por la sorpresa. Charion rió, agachándose junto a ella con una sonrisa traviesa. —¿Pensando otra vez en tu niño?— bromeó, sus orejas élficas largas inclinándose ligeramente. Cecelia se sonrojó, negando con vehemencia. —¡N-No…! Solo miraba el entrenamiento de ellas…— dijo, señalando a Europa y Mimas con un gesto torpe, el rostro encendido. —Controlan muy bien sus dones y movimientos.— Intentó justificarse, con la voz temblorosa. Charion se inclinó más cerca, en tono burlón: —Eso es porque ellas son más veteranas que nosotras. Esa chica, Europa, está jugando; ni siquiera toma el entrenamiento en serio. Y Mimas, si quisiera, podría desaparecer el campo entero. Cecelia parpadeó, asimilando la diferencia de habilidad. —¿Tanta es la diferencia entre nosotras? Yo solo puedo hacerme invisible y nada más.— Su voz cargaba inseguridad. —Con el tiempo mejorarás, como todas nosotras. Paciencia, Nemora—, la alentó Charion, con un tono cálido pero firme. Cecelia asintió, a punto de responder, cuando una voz masculina la interrumpió: —¿Cecelia? ¿Cecelia Dote?— Hizo que girara la cabeza. Frente a ella estaba Shaddiq Zenelli, su figura familiar pero inesperada en ese contexto. —¿Shaddiq Zenelli? ¿Qué haces aquí? ¿Grassley no estaba aliado con UNISOL?— preguntó Cecelia, con una mezcla de sorpresa y sospecha, mientras se ponía de pie con ayuda de Charion. Shaddiq alzó una ceja; su expresión era calculadora. —Lo mismo podría decir de Burion Electronics. ¿Qué haces aquí, Cecelia?— replicó, cruzando los brazos. Cecelia suspiró, limpiándose el sudor de la frente. —Es una larga historia.— Su tono fue evasivo, con un dejo de cansancio. Ambos se sentaron en una banca al borde del campo, observando el entrenamiento de las novitiae. Jupiter estaba allí, conversando con Europa; su túnica blanca con bordes dorados ondeaba mientras señalaba algo en el aire. —Así que… abandonaste Grassley por seguirla a ella y te casaste. Wow… dios, los hombres pierden la cabeza muy rápido.— El comentario de Cecelia llegó teñido de humor mientras miraba a Shaddiq. Shaddiq cerró los ojos y rió suavemente. —Bueno, ¿quién diría que la CEO de Burion Electronics era una bruja? UNISOL tenía una bruja en su núcleo principal y ni estaban enterados.— Cecelia rió bajo, con la mirada perdida en el campo. —No fue muy agradable. Abandoné todo también… Rouji vino conmigo.— Shaddiq suspiró, apoyando los codos en las rodillas. —Sabina y el resto de las chicas también vinieron… arrastramos a la gente que nos importa. A veces pienso que fue por un capricho, pero viendo las cosas como van aquí, sé que hice lo correcto.— Su mirada siguió a Jupiter. Cecelia también suspiró, con el corazón latiendo al eco de sus propios sentimientos. —Lo sé… todo lo que estoy haciendo es por Rouji… no por esa Solaris.— Shaddiq rió de nuevo, y Cecelia lo acompañó en un instante de complicidad. —Yo también, todo lo que hago es por ella…— dijo, señalando a Jupiter con un gesto sutil; su mirada se calentó al verla sonreírle desde el campo. —Somos unos ciegos del amor…— murmuró Cecelia, con una mezcla de resignación y ternura. Shaddiq se puso de pie, sonriendo. —Como buenos venusianos.— Y caminó hacia Jupiter, su figura recortada contra la luz del sol. Cecelia lo vio alejarse, con la mente girando. Shaddiq tenía razón: todo lo que hacían, lo hacían por amor, como venusianos atrapados por sus corazones. Su mirada volvió al campo, donde las novitiae continuaban, y un pensamiento sobre Rouji cruzó su mente, avivando el calor en su pecho. El Aeternum, nave insignia de la Ephore Solaris, surcaba el vacío espacial con una majestuosidad imponente, su estructura de crucero clase imperial destacándose contra la negrura del cosmos. Equipado con dos cañones Lazarus como armamento principal, estos cañones de plasma concentrado podían desintegrar naves enemigas con una facilidad devastadora, sus bocas brillando con un resplandor azul eléctrico incluso en reposo. Las defensas antiaéreas, dispuestas en torretas giratorias a lo largo de su casco, y las defensas ligeras, compuestas por escudos de energía Permet, lo convertían en una fortaleza móvil. Podía albergar 25 mobile suits, 10 dreadnoughts acorazados, 18 cazas y 50 interceptores, una capacidad que lo hacía una fuerza capaz de combatir y defenderse sin problema. Sin embargo, en ese momento, el Aeternum estaba rodeado por cinco naves de la Flota Interplanetaria de Júpiter, cada una de la mitad de su tamaño, formando un cordón protector. Frente a todas ellas destacaba el Blóðvargr, la nave insignia de Marte, su diseño negro como el espacio salpicado de líneas rojas que recorrían su estructura, con puntas afiladas que evocaban su papel como punta de lanza, su silueta recortada contra las estrellas como un lobo al acecho. En el hangar del Aeternum, el ambiente estaba cargado de una quietud tensa, iluminado por la luz blanca de lámparas suspendidas que zumbaban suavemente y se reflejaban en el piso de acero pulido. El aire llevaba un aroma metálico mezclado con el ozono del Permet, cuya vibración resonaba en las paredes, un pulso que parecía latir con la energía contenida del lugar. Solaris se encontraba de pie frente al Calibarn, su mobile suit blanco apagado, cuya silueta elegante pero intimidante provocaba un escalofrío en quien lo mirara. Para el resto del sistema solar, era la encarnación de la maldad, el Gundam de la bruja solar, enemigo público número uno. Sin embargo, para Solaris, era un símbolo de protección. Tocó la placa de gundanium del Calibarn, sintiendo el frío metálico bajo sus dedos, su superficie lisa devolviendo su imagen distorsionada. "Heliarkon…" susurró, su voz resonando a través del Permet, un canal místico que conectaba su mente con lo arcano. No tardó en recibir respuesta: una voz combinada de hombre y mujer reverberó en su conciencia, profunda y etérea. "...Solaris. ...¿Para qué me has llamado?" Heliarkon, el dragón arcano del Permet, se materializó en el plano existencial, su forma gigantesca con escamas brillantes como obsidiana reflejando un resplandor iridiscente. Sus ojos, dos pozos de luz blanca, la observaban desde las alturas. Solaris alzó la mirada, ya no en el plano material, sino en el plano existencial del Permet, donde el hangar se desvanecía en un vacío infinito salpicado de nebulosas brillantes. "No te he agradecido por cuidar del alma de Ericht mientras encontrábamos un cuerpo para ella," dijo, su voz suave pero cargada de gratitud, los ojos azul hielo fijos en el dragón. Heliarkon no apartó la mirada; su voz resonó con un eco ancestral. "Tengo un juramento para y por Solaris. Cuidar de Solaris es mi deber, así como los otros arcanos lo tienen con las otras Naiades." Solaris sonrió apenas; el término “Naiades” resonó en su mente. Así llamaban los arcanos a las usuarias del Permet, un nombre que contrastaba con el título de “brujas” impuesto por UNISOL, un estigma que ellas habían aceptado como escudo para sobrevivir. "Lo sé, pero Ericht como tal no es tu Naiade," señaló, reflexiva. Heliarkon continuó, con la mirada penetrante: "Ella también es Solaris. Tiene un pedazo de tu alma. Ella es tú, tú eres ella, y a la vez ambas son distintas." Hubo un silencio, roto por el suspiro de Solaris. "Ericht es un clon de Suletta Mercury, creada por Ochs… ¿quiere decir que lograron replicar exactamente el alma?" Heliarkon asintió lentamente. "Ericht es un clon del ser llamado Suletta Mercury, que, Solaris, eres tú. Naciste como Suletta Mercury y reencarnaste como Solaris. Eres ambas. La niña nació sin cuerpo, un alma, un pedazo de tu existencia, nacida como Eri y reencarnada como Ericht Solaris en un cuerpo replicado del tuyo. Ambas son Solaris: tú eres ella, ella es tú, y a la vez no lo son. Sin embargo, ambas son Solaris." Solaris volvió a suspirar, procesando la complejidad. "Desde su renacimiento parece haber retrocedido años."Heliarkon respondió con calma: "Su entropía tuvo que adaptarse a su cuerpo. Su mente no procesa lo que es tener un cuerpo y debe aprender como infante." "Es inestable, Heliarkon. No controla su Permet. Hace poco casi mata a dos personas," confesó Solaris, bajando la mirada hacia el suelo existencial. "Los niños no controlan su fuerza…"replicó Heliarkon, neutro pero comprensivo. Solaris alzó la vista, una idea formándose. "Enséñale a entrar en este plano. Otro Arcano quizá responda a su llamada…" Heliarkon la miró fijo. "¿Vas a dejar que otro arcano tome a 'Solaris', tú? ¿Con lo orgullosa que eres?"Solaris rió suavemente, un sonido que reverberó en el plano existencial. "Parece que te molestó." Heliarkon cerró los ojos y comenzó a desvanecerse; su forma se disolvió en partículas luminosas. Lentamente, Solaris abrió los ojos: su conciencia regresó a su cuerpo en el hangar. El frío del gundanium del Calibarn volvió a su tacto y, por los parlantes, se escuchó un anuncio del capitán de la nave con la voz nítida: "T-menos 30 para arribar a la órbita de Neptuno. A todo el personal, a sus posiciones." Solaris dio una última mirada al Calibarn, su silueta blanca erguida como un guardián silencioso. Si Dominicus llegaba a Neptuno siguiéndolos, pilotaría el Calibarn y volvería a ser la bruja más temida del sistema solar, dispuesta a proteger a sus seres queridos con cada fibra de su ser. La cámara privada de la Ephore Solaris, ubicada en el corazón del Aeternum, estaba envuelta en una atmósfera de ternura y preparación, iluminada por la luz suave de lámparas de aceite que colgaban de soportes de bronce, proyectando un resplandor ámbar sobre las paredes de mármol blanco adornadas con relieves de lunas y soles entrelazados. El aire estaba impregnado de un aroma dulce a incienso de lavanda mezclado con el zumbido constante del Permet que vibraba en las piedras, un pulso que parecía latir con la energía de la familia reunida. En el centro, una amplia cama de madera tallada con detalles dorados sostenía a Ericht, la princesa solar, cuya figura infantil se debatía entre las manos de las sirvientas. Le estaban colocando un vestido lunar, inspirado en la cultura neptuniana, una prenda de seda lunar perlada, translúcida y luminosa, que parecía brillar bajo cualquier luz. Las capas del vestido, con una falda larga en pliegues y mangas anchas que caían hasta los puños, daban la impresión de un halo acuático, bordadas con runas en plata que destellaban sutilmente. Un cinturón de faja azul medianoche, adornado con un medallón en forma de luna creciente, ceñía su cintura, y un velo corto transparente, también bordado con símbolos lunares, descendía desde su espalda hasta los hombros. En su cabeza, Ericht mantenía sus laureles de oro y una pequeña tiara solar que resaltaba su prestigio como princesa, aunque su expresión era de pura resistencia. "Mami, no quiero ponerme esto," reclamó Ericht, su voz infantil cargada de frustración mientras una sirvienta ajustaba un pliegue, sus manos pequeñas empujando la tela con desdén. El vestido, aunque hermoso, parecía incomodarla, sus pies tropezando con la falda larga. "Mi princesa, pero se ve hermosa," dijo una de las sirvientas, su tono dulce mientras alisaba las capas, ignorando los intentos de Ericht por zafarse. "Es cierto, mi amor, te ves preciosa," intervino Lunaria, acercándose con una sonrisa cálida, su túnica blanca con bordes dorados ondeando ligeramente. Acarició la mejilla de Ericht con dedos gentiles, su cabello plomizo recogido en coletas brillando bajo la luz. Ericht cerró un ojo, arrugando la nariz al sentir el contacto. "El vestido es incómodo y se arrastra en el piso," protestó, su voz temblorosa mientras intentaba dar un paso y casi caía. Lunaria sonrió, cargando a Ericht en sus brazos con un movimiento fluido, su cuerpo cálido envolviéndola. "Este vestido representa a una cultura ajena a la tuya, a Neptuno. Llevarlo significa respeto para ellos, así que debes usarlo con orgullo, ¿sí?" explicó, su tono sereno pero firme, sus ojos plomizos buscando los de su hija. Ericht hizo un puchero, cruzando los brazos sobre el pecho. "Pero me tropiezo cuando camino, se va a romper. Ya sé caminar, mami…" insistió, su labio inferior temblando. Lunaria rió suavemente, rozando su nariz con la de Ericht en un gesto juguetón que arrancó una risita a la niña. "Lo sé, mi amor, lo sé. Solo por hoy, ¿sí? Hazlo por mami," suplicó, su voz llena de ternura. Ericht volvió a hacer un puchero, pero finalmente cedió. "Ok," murmuró, su tono resignado. Lunaria rió de nuevo, dándole besos rápidos en la mejilla a Ericht, quien comenzó a reír con cada contacto, sus risas llenando la habitación con un eco alegre. Lunaria bajó a Ericht con cuidado, girándose hacia las sirvientas reales. "Muy bien, pueden terminar de arreglar a la princesa," ordenó, su voz autoritaria pero cálida. Las sirvientas hicieron una reverencia, levantando sus faldas con gracia antes de continuar su trabajo, mientras Ericht ponía una expresión graciosa de molestia y desesperación con cada ajuste. Otras sirvientas se acercaron a Lunaria, ayudándola a ponerse su propio vestido frente a un espejo de marco dorado, el reflejo mostrando su figura elegante bajo la luz suave. Mientras tanto, Solaris había llegado al puente principal del Aeternum, un espacio amplio con consolas holográficas que zumbaban y paredes de acero pulido reflejando la luz blanca de las pantallas. El aire estaba cargado de un aroma metálico mezclado con el ozono del Permet, cuya vibración resonaba en el suelo, un pulso que parecía acompasar los movimientos de la tripulación. El general Julius Poditus, con su uniforme dorado impecable, hizo un gesto militar al verla entrar, su voz resonando con autoridad. "¡Su Excelencia en el puente, atención!" anunció, y los miembros del puente saludaron militarmente, sus movimientos sincronizados. "Descansen," dijo Solaris, su voz profunda y serena, sus ojos azul hielo barriendo la sala con una calma que imponía respeto. Julius se inclinó ligeramente, su tono reverente. "Su Excelencia, es un honor que nos visite en el puente de mando. ¿En qué puedo ayudarle?" Solaris lo miró con una intensidad mesurada. "General Julius, ¿cuánto falta para salir del vacío y llegar al espacio controlado por Neptuno?"preguntó, su postura erguida pero relajada. Julius giró hacia un tripulante. "¡Navegante! Responda a la Ephore,"ordenó, su voz firme. El navegante se puso de pie, saludando con precisión. "Ave Dominus Solus, Su Excelencia. T-menos 10 para entrar en órbita neptuniana," informó, su tono claro y respetuoso. Solaris asintió, volviéndose al capitán. "Abra un canal de comunicación con el Blóðvargr," instruyó, su voz cortante pero tranquila. No pasó mucho antes de que una pantalla holográfica se activara frente a ella, revelando a Marte, cuya figura imponente llenaba el marco. "Señora Solaris, aquí su fiel Marte, lista para la acción," anunció, su voz resonando como un ladrido entusiasta, su armadura rojiza brillando bajo las luces de su nave. Solaris la miró con una mezcla de autoridad y confianza. "Cuando lleguemos a Neptuno, necesito que orbits el planeta y dejes detectores de rango amplio por si Dominicus nos está siguiendo. Si aparecen, me avisas, ¿entendido?" ordenó, su tono dejando poco espacio a dudas. Marte hizo un gesto militar, golpeando su pecho con un puño. "Como ordene, mi señora Solaris," respondió, su cola moviéndose con energía. El navegante interrumpió, su voz alzándose. "T-menos 10, 9, 8, 7…" comenzó la cuenta regresiva, el zumbido de los motores aumentando en intensidad. Solaris miró al frente, y cuando la cuenta llegó a cero, todas las naves emergieron del vacío en un destello de luz, revelando la flota interplanetaria de Neptuno resguardando el planeta azul frente a ellas, su superficie oceánica brillando bajo la luz de las estrellas. La flota interplanetaria de Neptuno, vigilante en órbita, detectó el salto del vacío cuando una comitiva de diez naves emergió en un destello de luz, sus siluetas recortadas contra el azul profundo del planeta. La mayoría de las naves, distintivas de Júpiter con sus colores dorados y blancos, brillaban como faros en el espacio, mientras tres de ellas, de un negro agresivo salpicado de rojo sangre, destacaban como presagios de guerra, claramente pertenecientes a la flota marciana. Naeryon Thal’Veyr, capitán de la 14.ª Flota Interplanetaria de Neptuno, estaba de turno, con su figura imponente frente a la consola del puente y su armadura azulada reflejando la luz de las pantallas holográficas. Abrió las comunicaciones, con su voz resonando con autoridad. "Aquí el capitán Naeryon Thal’Veyr de la 14.ª Flota Interplanetaria de Neptuno, en nombre de la reina. Diga sus intenciones, primer aviso," anunció, en un tono firme mientras observaba las naves en el visor. No tardó en recibir una respuesta, y la imagen que apareció en el monitor hizo que Naeryon contuviera la respiración, con una gota de sudor deslizándose por su frente. Frente a él estaba la líder del planeta más grande del sistema solar, la Ephore Solaris, con su corona solar resplandeciente y su presencia imponente capturada en la holografía. Su túnica blanca con bordes dorados caía elegantemente sobre su figura, su cabello rojo ondeaba ligeramente, y sus ojos azul hielo lo fulminaban con una intensidad que lo dejó mudo; su belleza etérea y su aura divina eran innegables, la manifestación de una diosa de la guerra encarnada. "…Soy la Ephore Solaris. He venido a conversar con su reina. Debe estar informado," dijo, con una voz profunda y serena, cargada de autoridad. Pasaron segundos que parecieron eternos, con el silencio en el puente roto solo por el zumbido de los sistemas. Naeryon estaba paralizado, su lealtad a la reina Thalyssara inquebrantable, pero la presencia de Solaris lo abrumaba. "…Capitán… esperan una respuesta," susurró un soldado a su lado, sacándolo del trance. Naeryon despertó de golpe y respondió, con una voz temblorosa"E-Ephore Solaris, la reina Thalyssara nos informó por decreto real de su llegada. Pido, por favor, nos permita abordar su nave para transportarla al planeta. Su escolta puede orbitar con nosotros hasta su retorno." Solaris, con las manos detrás de la espalda, giró ligeramente hacia su capitán. "Julius, encárgate de los protocolos con el capitán neptuniano," ordenó, con un tono calmado pero firme, antes de darse la vuelta y salir del puente de mando. Un silencio aliviado llenó el espacio, permitiendo a Naeryon y a Julius respirar con un poco más de tranquilidad mientras coordinaban los detalles. Mientras tanto, en la bahía de abordaje del Aeternum, el ambiente estaba cargado de una tensión profesional, iluminado por la luz blanca de las lámparas suspendidas que se reflejaba en el suelo de acero pulido. El aire llevaba un aroma metálico mezclado con el ozono del Permet, con su vibración resonando en las paredes, un pulso que parecía acompasar los pasos de los presentes. Lunaria y Ericht esperaban junto a una nave neptuniana que había aterrizado en el hangar, su diseño azul y plateado contrastando con el entorno jupetariano. Lunaria, vestida con un atuendo ceremonial lunar idéntico al de Ericht —de seda lunar perlada, con halo acuático, runas plateadas y un medallón de luna creciente—, observaba a su hija con ternura. Ericht, ya vestida, mantenía una expresión de molestia contenida, con sus laureles de oro y su tiara solar brillando bajo la luz. Resguardándolas estaban Vaelerythia, cuya figura imponente de casi tres metros se alzaba con su armadura plateada y la mirada seria y profesional fija en el horizonte; y, a unos metros, apoyada contra la pared, Cirelya, lista para abordar el transporte y completar su misión, con su armadura neptuniana reluciendo en un brillo azul. Entre Vaelerythia y Cirelya reinaba un silencio profesional, palpable como una barrera invisible, con sus miradas evitándose en un rencor no resuelto. "Mami, ¿por qué la tía Vaelerythia está molesta?" preguntó Ericht, jalando el vestido de su madre con sus pequeñas manos, su voz infantil rompiendo el silencio. Lunaria sonrió y acarició con cuidado la cabeza de Ericht sin despeinarla, con sus dedos deslizándose suavemente sobre el cabello pelirrojo. "No está molesta, ¿verdad, Vaelerythia?" dijo, con un tono sereno, mientras miraba a la guardiana. Vaelerythia carraspeó, con una voz firme pero contenida"Milady Ericht, no, no estoy molesta, mi princesa," respondió, inclinando ligeramente la cabeza. Ericht la miró, inclinando la suya con curiosidad, y replicó con una imitación seria: "Entonces, ¿por qué tus cejas están así?" preguntó, juntando las propias en un intento de parecer molesta, aunque su mirada tierna desmentía el gesto. Lunaria rió, con el sonido llenando el hangar de calidez. Vaelerythia contuvo una risa y soltó un suspiro largo. "Lo siento, Milady Ericht. Intentaré estar más presentable con usted," dijo, con el tono suavizado. "No le pidas milagros, mi niña," intervino una nueva voz, y todos giraron para ver a Solaris entrando al hangar, con su túnica blanca de bordes dorados ondeando como una llama, su cabello rojo brillando y sus ojos azul hielo fijos en la escena. "¡Mamá!" exclamó Ericht, corriendo hacia Solaris con entusiasmo, tropezando con el vestido pero siendo atrapada por los brazos fuertes de su madre antes de caer. "Te tengo…" susurró Solaris, colocándola de pie con suavidad. Ericht, ahora con un gesto de fastidio, giró hacia Lunaria. "¡Ves, mami! ¡Te dije que el vestido me hace caer!" protestó, cruzando los brazos. Lunaria rió, acercándose a ambas y cargando a Ericht con un movimiento grácil. Miró a Solaris con una sonrisa"¿Qué te entretuvo, mi sol?" preguntó, con una voz cálida. Solaris le devolvió la sonrisa y se inclinó para besar la mejilla de Lunaria y luego la de Ericht. "Estuve dando unas últimas instrucciones a Marte. ¿Todo está listo por aquí?" preguntó a su esposa, con un tono lleno de confianza. Lunaria asintió. "Sí," respondió simplemente, con la mirada brillando de amor"Entonces vámonos," dijo Solaris, avanzando hacia la escolta neptuniana con semblante serio. Al llegar, se dirigió a ellos con autoridad. "Soy la Ephore Solaris. Estamos listos para partir." La escolta saludó militarmente, y todos subieron al transporte, con el zumbido de los motores llenando el hangar mientras Neptuno los aguardaba en el horizonte. El palacio real de Neptuno, una estructura majestuosa de torres de cristal azul y cúpulas reflectantes, se respiraba expectación. Sus paredes internas de mármol azulado captaban la luz tenue de lámparas suspendidas que proyectaban reflejos danzantes sobre el suelo pulido. El aire olía a sal marina y, al mismo tiempo, dejaba sentir el zumbido constante del Permet que vibraba en las piedras, un eco acuático propio del planeta. Thalyssara, la joven reina de apenas 16 años, había recibido el aviso de la llegada de la Ephore Solaris; la noticia le levantó un torbellino de emociones. Por protocolo, un invitado debería ser trasladado directo al palacio para encontrarla en el trono; aun así, decidió recibir a Solaris en persona, gesto que mezclaba curiosidad e inseguridad. Solo conocía a Lunaria —con quien trató durante el incidente del Consejo Real— y esa mínima cercanía le ofrecía algo de consuelo. Al escuchar el anuncio, salió con la Guardia Lunírica como escolta: armaduras azuladas que brillaban bajo la luz, capas que se mecían a cada paso. Iba nerviosa; escondía las manos temblorosas bajo las mangas del vestido real de seda azul y tenía claro que, con el Consejo destruido, las decisiones caían sobre ella sin filtros. En el fondo dudaba de cada elección; era una niña enfrentada a un destino que apenas entendía. Aun así, el incidente le enseñó a confiar en dos nombres: Cirelya y Lunaria, sus anclas en medio del oleaje. Fuera del palacio, la capital, Nerythys, desbordaba gente: un mar de rostros ansiosos y temerosos apretados en las calles de piedra azulada. Todos sabían que hoy llegaba la Ephore. La mezcla de curiosidad, admiración y miedo llenaba el aire con un murmullo continuo. Para algunos, Solaris era la salvadora tras derribar por sí sola una flota de UNISOL y demostrar que alguien podía plantarle cara a ese dominio brutal. Para otros —los más radicales—, era una amenaza: temían que su presencia atrajera la ira del imperio cazabrujas. La policía alzó barricadas de energía azul para contener a la multitud; sin embargo, el asombro creció cuando Thalyssara apareció con la Guardia Lunírica. Los murmullos subieron de volumen y se volvieron gritos: "¡Va a entregar Neptuno a Júpiter!""¡La reina va a entregar el reinado al sol!""¡La reina no es más que una marioneta de la líder de las brujas!". Estallaron disturbios; el piso vibró. La policía comenzó a detener revoltosos e inmovilizarlos con descargas; botellas, latas y toda clase de objetos volaron hacia Thalyssara. La Guardia Lunírica levantó escudos y formó una barrera que resonó con cada impacto. Thalyssara quedó paralizada. Los ojos azules se le llenaron de lágrimas, la respiración se le cortó. ¿Su pueblo la odiaba? La corona —un aro de platino con perlas— pesaba como plomo. "Mi reina, tenemos que avanzar," dijo un guardia con firmeza y preocupación; otro añadió: "Mi reina, sus órdenes." Thalyssara alzó la mirada. Tenía los ojos hermosos, también llenos de miedo. Entonces el rugido de un motor cortó el caos. El transporte neptuniano aterrizó con un zumbido grave que, por unos segundos, silenció a la multitud. La puerta se abrió: primero bajó la escolta; después, Vaelerythia, casi de tres metros, imponiendo su figura con armadura plateada que devolvía la luz; luego Cirelya, destacando con su armadura azulada. Por último, el silencio se hizo total en Nerythys. Solaris pisó el suelo helado de Neptuno: el cabello de fuego como faro, la túnica blanca con bordes dorados, los ojos azul hielo que fulminaban a los presentes. Era un sol encarnado, brillante y fuerte, muy lejos de la caricatura de las noticias. Estar cerca de ella se sentía como acercarse al astro rey: mirarla demasiado o permanecer a su lado implicaba quemarse. La diosa de la guerra había llegado. Solaris avanzó con paso medido; detrás iba Lunaria, cargando a Ericht, con el vestido lunar perlado moviéndose a cada compás. Solo sonaron sus pisadas. La presencia de Solaris aplastó los murmullos previos y dejó a la capital en un silencio tenso. Frente a Thalyssara —aún con los ojos húmedos—, la Ephore se detuvo. Su sombra cayó sobre la joven como un manto protector. "Levanta la mirada, Thalyssara. Una reina nunca debe inclinar su cabeza ante sus súbditos," dijo con voz profunda y autoritaria, aunque dejó asomar un matiz protector. Thalyssara obedeció. Sus ojos azules encontraron los de Solaris; la expresión severa de la Ephore calentó el hielo del momento como un rayo de sol. "S-Solaris…" murmuró, casi sin voz. Lunaria sonrió con calidez y cortó la tensión con una invitación sencilla: "Thalyssara, ¿por qué no mejor vamos a un lugar más cómodo?" Ajustó a Ericht en brazos; la tiara solar de la niña destelló. Thalyssara se volteó y, recién entonces, registró a Lunaria y a la pequeña desconocida. Se secó las lágrimas con el dorso de la mano y respiró hondo para recomponerse. "S-Sí, vámonos…" respondió, tímida pero con un hilo de decisión. La escolta de la reina, Solaris y los invitados avanzaron por la capital, que permaneció bajo un silencio opresivo. Todos lo entendían: ofender al sol era buscar quemarse, y la sola presencia de Solaris lo recordaba sin decir una palabra. La llegada al palacio real de Neptuno fue breve, un trayecto marcado por un silencio apenas roto por los comentarios curiosos de Ericht, cuya voz infantil sonaba entusiasmada mientras miraba la ciudad por las ventanas del transporte. "¡Mami, mira esos edificios de color azul hielo! ¡Hace tanto frío aquí!" exclamaba, con los ojos azul hielo brillando de maravilla al señalar las estructuras de cristal que se alzaban como olas congeladas bajo el cielo neptuniano. El aire del vehículo traía un aroma fresco a sal marina y, al mismo tiempo, el zumbido constante del Permet vibraba en las paredes, un eco acuático que acompañaba el traqueteo suave del motor. Thalyssara los condujo por pasillos de piedra zafiro y plata neptuniana; sus pasos resonaban sobre el suelo pulido, donde la luz tenue de lámparas suspendidas soltaba destellos azulados. Solaris avanzaba a su ritmo, la túnica blanca con bordes dorados moviéndose con elegancia; fijaba sus ojos azul hielo en la joven reina con mezcla de autoridad y resguardo. A su lado, Lunaria iba de la mano con Ericht, que a ratos tropezaba con el vestido lunar; sin embargo, no apartaba la vista de una caballera de la Guardia Lunírica que marchaba junto a ellas. La guardia —de piel azulada, como todos los neptunianos— llevaba armadura azul y blanca que brillaba bajo la luz, capa que ondeaba como estandarte, y el cabello corto y rubio en mechones desordenados. La caballera miró a Ericht, la notó curiosa y le sonrió con los ojos cerrados; el gesto cálido hizo que la niña apretara la mano de Lunaria y se pegara más a ella, siguiendo el paso con timidez y fascinación a la vez. El salón real, donde se llevaría a cabo la reunión, tenía lista una mesa circular de cristal azul, rodeada de sillas talladas con motivos acuáticos; las superficies devolvían la luz de las lámparas del techo abovedado. Thalyssara entró despacio; el vestido real de seda azul crujió apenas, y tomó asiento en su lugar, con la mirada clavada en el suelo y las manos temblorosas sobre la mesa. Sylvarianne, la guardia personal de la reina, entró tras Vaelerythia, que cerró la puerta con un clic definitivo. Los demás miembros de la Guardia Lunírica se colocaron frente a la entrada y, con voz de mando, anunciaron: "Reunión real en proceso. Solo los testigos y la realeza pueden estar presentes. Por favor, retírense." Cirelya, que había quedado fuera, sabía que insistir no tenía sentido. Como exmiembro de la orden, conocía el protocolo. Suspiró, dio la vuelta y se alejó por otro pasillo, con el peso de su misión aún sobre los hombros. Dentro, Thalyssara guardó silencio, con la mirada perdida en el zafiro del piso, incapaz de hallar palabras para empezar. Se sentía pequeña frente a Solaris, una diosa cuya sola presencia había calmado a una multitud hostil que ni siquiera era la suya. ¿Una persona como Solaris estaría dispuesta a aliarse con alguien como ella, una niña insegura bajo el peso de una corona? "Levanta la mirada," oyó decir a Solaris, y el corazón se le encogió de miedo. Hizo el esfuerzo, alzó los ojos y se encontró con los de la Ephore: la atravesaban con una intensidad que protegía. "Y-Yo…" empezó Thalyssara, con la voz temblorosa y las palabras atoradas en la garganta. "¿Por qué estás asustada?" preguntó Solaris, firme, aunque con un dejo de comprensión. Thalyssara buscó a Lunaria con la mirada; ella le sonrió y negó con la cabeza. No la salvaría esta vez: debía enfrentarse al sol sola. "M-Mi pueblo no tiene esperanza en mí…" confesó, con la voz quebrada y las lágrimas asomando. Ericht, cansada de estar sentada, se levantó y caminó hacia Vaelerythia y Sylvarianne. Miró a la guardia personal con curiosidad y preguntó: "¿Por qué no tienes un cuerno?" La inocencia de su voz hizo que Sylvarianne parpadeara, confundida, hasta comprender que la niña hablaba del cuerno de Vaelerythia, la exiliada. ¿Debería responder? "No importa. Aun sin cuerno, te ves bonita," añadió Ericht con dulzura, antes de irse a explorar un rincón del salón. Thalyssara alternó la mirada entre Ericht y Solaris, buscando distraerse, pero la Ephore volvió a hablar con autoridad: "El respeto de un pueblo se gana con acciones. Un gobernante debe hacerse respetar y ejercer su autoridad con responsabilidad. Si dudas de tus actos, ellos también dudan; si dudas, traes debilidad. La debilidad escala en miedo, y el miedo en ira. Que tus acciones ganen el respeto de tu gente. No dudes." Thalyssara parpadeó; las palabras de Solaris le calaron hondo. "No sé si mis acciones son las correctas…" admitió en un susurro. Solaris sonrió apenas; el gesto le suavizó el rostro. "Eso es porque tienes miedo a equivocarte. Thalyssara, eres una niña; una niña miedosa con una corona que todavía no puedes cargar." Sylvarianne desenvainó la espada con un chasquido metálico; el instinto protector pudo más. "¿Cómo se atreve a insultar a mi reina?" gruñó, dando un paso. Una fuerza invisible la estrelló contra el piso como si fuera un saco. Solaris extendió el brazo, señaló con el dedo el sitio donde yacía inmóvil y dijo sin mirarla, helada: "No interrumpas, soldado. No he terminado." Sylvarianne no podía moverse, ni hablar, ni gritar; el salón, insonorizado, la aislaba por completo. Solaris continuó, con la vista fija en Thalyssara: "Tu problema es que no tienes a nadie que te aconseje o te diga si lo que haces está bien o mal. Tu miedo es fallar, pero dime: ¿cómo piensas aprender si no fallas? Hasta los más sabios fallaron en sus teorías cuánticas; los médicos más avanzados, también. Incluso nosotras, las brujas." Solaris bajó el brazo y la soltó. Sylvarianne sintió el aire regresar a sus pulmones como alivio abrumador. "Únete a nosotras, Thalyssara. Deja de temer, de esconderte, de equivocarte. Falla si es necesario, porque lo que te ofrecemos es más que una alianza: es una hermandad entre hermanas del Permet, para un futuro en el que nuestras naciones no se oculten bajo el yugo de un imperio que solo teme lo desconocido." Thalyssara rompió en llanto; las lágrimas le corrieron por las mejillas con el peso de todo lo acumulado. Lunaria se puso de pie, se acercó y la abrazó con ternura. La joven se aferró a su cintura y lloró con todo el cuerpo, temblando contra ella. Vaelerythia ayudó a Sylvarianne a levantarse; la guardia recuperó el aliento a trompicones. Ericht se acercó a Lunaria y preguntó con inocencia: "Mami, ¿por qué llora? ¿Está triste?" Lunaria le sonrió y acarició la cabeza de Thalyssara con suavidad. "No, mi amor. Solo está liberando lo que tenía guardado por dentro," explicó con voz serena, como luz de luna. Thalyssara siguió llorando. El abrazo de Lunaria se volvió bálsamo, y las caricias en el cabello la fueron calmando. Solaris la había quemado con su franqueza solar, había expuesto sus fallas; pero eran quemaduras necesarias, marcas que la fortalecerían para lo que venía. El salón real de Neptuno, con sus paredes de cristal azul y cúpulas reflectantes, se había transformado en un refugio de calma tras el torbellino emocional de la reunión. La luz tenue de las lámparas suspendidas dejaba destellos suaves sobre el suelo de mármol azulado; el aire, impregnado de un aroma fresco a sal marina y del zumbido constante del Permet que vibraba en las piedras, llenaba el espacio con una serenidad reconfortante. Thalyssara, más tranquila, se secó las lágrimas con un pañuelo de seda azul que una sirvienta le ofreció; el peso que llevaba en el pecho se alivió como si una ola se retirara. Frente a ella, Ericht, con su vestido lunar perlado ondeando apenas, palmoteaba sus piernas con sus pequeñas manos, y su voz infantil rompió el silencio: "Ya pasó, ya pasó," repetía en un tono dulce y animado, con los ojos azul hielo brillando de inocencia. Thalyssara rió suavemente, un sonido cristalino que llenó la sala, y soltó un suspiro de alivio. "Gracias," murmuró, aún con la voz temblorosa pero cargada de gratitud, mientras sus mejillas húmedas atrapaban la luz. Lunaria sonrió, cargó a Ericht con un movimiento grácil y su vestido ceremonial lunar brilló bajo la luz. "Thalyssara, déjame presentarte a Ericht Solaris, la princesa solar, nuestra primogénita y heredera del trono solar," dijo con calidez, acomodando a la niña en su cadera. Thalyssara miró a la pequeña, cuya tiara solar y laureles de oro resaltaban sobre el cabello pelirrojo. Ericht, como ella, estaba destinada a reinar; el pensamiento la conmovió. "Mi amor, ella es Thalyssara. Es reina, igual que mamá. Es la reina de este planeta," explicó Lunaria, inclinándose para que la niña viera mejor. Ericht parpadeó, observó a Thalyssara con curiosidad y preguntó con su vocecita: "¿Por qué hace tanto frío aquí?" Thalyssara parpadeó; la inocencia de la pregunta le arrancó otra risa. "Eso es porque Neptuno es un planeta helado. Estamos lejos del sol," respondió con tono ligero, didáctico. Ericht alzó una ceja, confundida. "Pero en nuestra casa todo es más cálido y brillante," replicó; su lógica infantil chocaba con la explicación. Thalyssara rió de nuevo y se inclinó hacia ella. "Eso es porque tienen el sol en su casa, dos soles. Tú eres un sol, más chiquito," dijo, con la sonrisa ensanchándose. Ericht volvió a alzar la ceja, aún más confundida, y Lunaria rió mientras le acariciaba la cabeza. "Ya lo entenderás después," susurró, y la llevó a un rincón donde juguetes neptunianos —traídos por las sirvientas— la distrajeron. Solaris se puso de pie; la túnica blanca con bordes dorados cayó con elegancia. Caminó hacia Thalyssara con pasos deliberados: su presencia imponía, pero el gesto fue humilde. "Lamento haberte hecho sentir mal. Ofrezco mis más sinceras disculpas," dijo con voz profunda y empática, buscando sus ojos azul hielo. Thalyssara negó con la cabeza; las manos le temblaron apenas. "No, era necesario. Lo siento por ser tan miedosa,"respondió en voz baja, sincera. Solaris le tendió la mano y Thalyssara la tomó, sintiendo el calor de la palma al incorporarse. "Reina Thalyssara Vareth’Nai, yo, la Ephore Solaris del Reino Solar de Jupiter, ofrezco mi alianza a Neptuno en una cooperación mutua para que nuestras naciones puedan seguir adelante," declaró con un tono que llevaba autoridad y promesa. Thalyssara suspiró; apretó la mano de Solaris con decisión. "Yo, Thalyssara Vareth’Nai, Reina de Neptuno y Heredera de Itharyel, acepto nuestra alianza. Que nuestros vínculos lleven a nuestras naciones a un próspero futuro de cooperación y prosperidad," dijo, ganando fuerza palabra a palabra. Ese mismo día, en el salón real, bajo la luz de las lámparas y el zumbido del Permet, se firmó el Concordia Lunis-Solaris, un documento que sellaba la unión entre Neptuno y Jupiter. Las plumas de platino de las firmantes danzaron sobre el pergamino y dejaron tinta azul y dorada como testimonio. Redactado con caligrafía elegante, el tratado fijaba los términos de la alianza: Concordia Lunis-Solaris Tratado de Alianza entre el Reino de Neptuno y la Ephore del Reino Solar de Jupiter, Solaris En el año 0 de la Era del Resurgimiento, bajo la luz de Itharyel y la bendición del Permet que une a las almas antiguas, se convoca esta Concordia entre las dignas representantes de las casas neptunianas y solares. Este tratado establece los términos de alianza, cooperación y respeto mutuo entre los pueblos de Neptuno y el Reino Solar de Jupiter. I. Firmantes Thalyssara Vareth’Nai, Reina Soberana del Reino de Neptuno, guardiana de la corona ancestral y protectora del linaje Itharyel. Ephore Solaris, portadora del Permet dorado, renacida del linaje del sol y líder del Aquelarre. II. Principios Fundamentales Autonomía Sagrada: El Reino de Neptuno mantiene su independencia política, religiosa y militar. El Reino Solar de Jupiter reconoce la soberanía plena de Neptuno y su linaje real. Unidad de Propósito: Ambas partes reconocen la amenaza que representa el imperio (UNISOL) y acuerdan colaborar activamente en su resistencia. Respeto Mutuo: Las fuerzas del Reino Solar de Jupiter no interferirán en asuntos internos de Neptuno sin consentimiento expreso de la Reina, y viceversa. III. Compromisos del Reino de Neptuno Apoyar con su Ejército Neptuniano y su Flota Real las campañas conjuntas del Aquelarre, siempre que no contradigan los principios del Reino. Permitir el libre tránsito de miembros del Aquelarre, sus Novitiae y Arcanos dentro del territorio neptuniano, bajo supervisión de la Guardia Lunírica. Proporcionar conocimiento espiritual y ancestral a través del Círculo del Permet Solar y del Ordo Solaris. IV. Compromisos del Reino Solar de Jupiter Reconocer la figura de Thalyssara Vareth’Nai como puente espiritual entre Neptuno y el Reino Solar de Jupiter, sin exigir sumisión doctrinal al liderazgo de Solaris. Proteger a Neptuno en caso de agresión por parte de UNISOL o Dominicus, movilizando la Legión de Marte, la Flota de Jupiter y el Ordo Solaris en defensa común. No interferir en las estructuras religiosas o culturales de Neptuno, respetando el Culto de Itharyel y sus doctrinas. V. Órganos de Coordinación Se establecerá un Consilio de Plata, compuesto por: Ephore Solaris, portadora del Permet dorado, renacida del linaje del sol y líder del Aquelarre. Thalyssara Vareth’Nai, Reina Soberana del Reino de Neptuno, guardiana de la corona ancestral y protectora del linaje Itharyel. Este Consilio será responsable de planificar campañas conjuntas, resolver disputas y custodiar los intereses del tratado. VI. Disposiciones Finales Este tratado entra en vigor de inmediato tras la firma y será renovado cada ciclo solar o cuando una de las partes lo solicite. Firmado en el Palacio de Cristal de Lunaris, Neptuno, año 0 del Resurgimiento. Suletta Ephore Solaris, Reina Solar y Soberana de Jupiter. Thalyssara Vareth’Nai, Reina de Neptuno, Heredera de Itharyel. El pergamino, sellado con el emblema solar de Jupiter y la luna creciente de Neptuno, se guardó en un cofre de platino, mientras el zumbido del Permet celebraba la unión con un pulso más intenso: un eco de esperanza en el salón real. La noticia de la alianza entre Neptuno y Jupiter explotó con una rapidez comparable a la pólvora, extendiéndose por el sistema solar como un incendio descontrolado. Los medios, desde los afines a UNISOL hasta los independientes, estallaron con comentarios que cubrían todo el espectro: algunos sensacionalistas lanzaban titulares exagerados como “¡Neptuno se rinde al Sol!”, mientras otros ridiculizaban la situación con sátiras burlescas. Los analistas más pragmáticos se enfocaban en la neutralidad del tratado y destacaban su equilibrio; los extremistas pro-Jupiter proclamaban con júbilo el inicio de una nueva era de resistencia. En Neptuno, las reacciones formaban un mosaico de emociones: los escépticos cuestionaban la viabilidad, los radicales veían traición y los partidarios celebraban la esperanza de un aliado poderoso. Aunque las condiciones del Concordia Lunis-Solaris se habían publicado para el público —dejando claro que Neptuno no sería un estado vasallo de Jupiter, sino un aliado igualitario con términos favorables—, persistían las sospechas. ¿Había redactado Solaris el tratado? ¿Planeaba manipular a Thalyssara como su marioneta? Ese era el pensamiento de quienes se oponían, y alimentaba rumores y tensiones. Sin embargo, para bien o para mal, la alianza estaba sellada, y Neptuno quedaba inmerso en la guerra, respaldado por un aliado cuya fuerza inspiraba tanto temor como alivio. Fuera del palacio real, los jardines de plata de Neptuno se abrían como un oasis de serenidad, iluminados por la luz difusa del sol lejano que atravesaba una cúpula de cristal azulada y dejaba reflejos acuáticos sobre el mármol plateado. El aire llevaba un aroma fresco a lirios lunares —flores blancas y delicadas que crecían en lagos de agua tan pura que parecía espejo—; su fragancia se mezclaba con el zumbido constante del Permet que vibraba en las piedras, un eco afinado a la esencia acuática del planeta. Thalyssara caminaba detrás de Ericht, con las manos alzadas para guiarla, y sonreía con ternura y alivio. Para Thalyssara, Ericht era como una hermanita; para Ericht, Thalyssara era una hermana mayor que despertaba curiosidad y juego. —Estos son los jardines de plata. ¿Ves esa flor? Se llama lirio lunar, solo crecen en Neptuno y en la luna —explicó Thalyssara con voz cálida, señalando una flor que flotaba en el lago, cuyos pétalos brillaban como perlas bajo la luz. Ericht alzó la mirada, con los ojos azul hielo llenos de interés. —¿Y por qué no crecen en otros planetas? Thalyssara movió sus orejas élficas, dubitativa. —¿Porque quizá a la flor no le gusta crecer en otros lugares? —respondió con una risa ligera, y la duda le dio encanto a la frase. Ericht inclinó la cabeza, pensativa. Thalyssara propuso, con la sonrisa ampliándose al ver el agua cristalina reflejar el cielo: —¿Quieres mojar tus pies en el lago donde crecen los lirios? —¿Puedo meter mis pies? —preguntó Ericht, emocionada, apretando las manos de Thalyssara. Thalyssara sonrió y la alzó en brazos. Las dos rieron mientras se acercaban al borde del lago; con un juego rápido, entraron al agua y cayeron sentadas en un chapoteo que salpicó los lirios lunares. —¡Está fría! —exclamó Ericht, riendo mientras el agua helada empapaba su vestido lunar. Las carcajadas llenaron los jardines con una alegría infantil; sus ropas, empapadas, brillaban bajo la luz. Desde una esquina, Lunaria las observaba con una sonrisa serena; el vestido lunar perlado le devolvía destellos mientras se apoyaba en una columna de mármol. Detrás, Solaris se acercó sin ruido, pegó su cuerpo cálido a la espalda de Lunaria y la abrazó por la cintura; sus manos descansaron suaves sobre el abdomen. —Son como hermanitas —murmuró Solaris con voz profunda y cariñosa, y besó el hombro desnudo de Lunaria; su aliento tibio contrastó con la brisa fría. —Sí, lo son… ambas son similares, ambas con una corona sobre su cabeza —respondió Lunaria con suavidad, inclinando la cabeza para recibir un beso tierno en el cuello—. Solo que una se adelantó a la otra —añadió con un suspiro, mientras los besos subían a la mejilla. Solaris rió quedito, los labios rozándole la piel. —Mi sol, aquí no… —susurró Lunaria; luego se giró, la besó en los labios —breve y lleno de amor— y se apartó con una sonrisa traviesa. —Niñas, es hora de salir del agua. Vamos, o se van a enfermar —llamó Lunaria, con tono autoritario y cálido a la vez, acercándose al lago. Ericht y Thalyssara se miraron, los rostros aún encendidos de risa, y respondieron al unísono: —¡Voooy! Se pusieron de pie y salieron del lago helado entre salpicaduras; los vestidos chorreaban, pero las sonrisas seguían intactas. La cámara de deliberación del Conclave de Dominicus, ubicada en las profundidades de una fortaleza orbital sobre la órbita de Saturno, estaba envuelta en una penumbra opresiva, iluminada solo por el resplandor rojo de lámparas suspendidas que proyectaban sombras afiladas sobre las paredes de obsidiana negra. El aire llevaba un aroma acre a incienso de azufre, mezclado con el zumbido metálico de los sistemas de ventilación, un eco que resonaba con la tensión que ocupaba la sala. La mesa central, tallada en basalto y grabada con símbolos inquisitoriales, devolvía la luz en patrones inquietantes, mientras pantallas holográficas flotaban sobre ella y proyectaban mapas estelares y datos de inteligencia en tonos carmesí y gris. El silencio solo se quebraba por el crujir de las sillas y el leve zumbido del Permet, capturado y suprimido por tecnología inquisitorial: un recordatorio constante de su control sobre lo prohibido. Alrededor de la mesa estaban los cinco miembros del Conclave, con rostros marcados por años de poder y fanatismo. El Patriarca Malach Orvus Thelion, de 78 años, presidía con una presencia imponente; su túnica negra bordada con hilos dorados cubría su figura encorvada, y sus ojos hundidos brillaban con fervor religioso bajo la luz tenue. A su derecha, el General Ector Varnheim, estratega veterano de rostro curtido y cicatrices que contaban campañas brutales, tamborileaba los dedos sobre la mesa; su uniforme militar gris oscuro relucía de medallas. A su lado, el Cónsul Armand Cael Dravon, de 61 años, ajustaba sus gafas con dedos temblorosos; su traje diplomático impecable ocultaba una mente astuta. La Prof. Helia Noeme Vaskir, de 59 años, con bata blanca salpicada de biofluidos, revisaba los datos con mirada fría, mientras la Dra. Lysiane Halberg, de 52 años, manipulaba un datapad con dedos ágiles; su armadura tecnológica zumbaba suavemente. El Patriarca Thelion rompió el silencio, su voz grave resonando como trueno. "La traición de Neptuno es un ultraje contra la Ley de la Pureza. Aliarse con esas abominaciones de Jupiter, lideradas por la bruja Solaris, es una herejía que no toleraremos," proclamó, y golpeó la mesa con un puño frágil pero autoritario; el sonido reverberó en la sala. El General Varnheim asintió, con la mirada endurecida. "Mi señor, propongo una represalia inmediata. Movilicemos la 3ra y 5ta Flotas Inquisitoriales hacia Neptuno. Un ataque sorpresa con bombarderos de plasma y mobile suits de asalto podría arrasar su flota antes de que puedan coordinarse con Jupiter. La disciplina marcial de Dominicus no fallará," dijo, y proyectó en el holograma un esquema táctico con trayectorias de ataque y puntos de vulnerabilidad. El Cónsul Dravon alzó la mano, con tono mesurado y calculador. "Esperen, General. Un ataque directo podría alienar a otros planetas neutrales. Sugiero una campaña diplomática primero: presionar a Saturno y Urano para que condenen a Neptuno públicamente. Si fallamos, la propaganda justificará nuestra intervención como un acto de purificación. La narrativa debe ser impecable," argumentó, entrelazando los dedos mientras analizaba las implicaciones políticas. La Prof. Vaskir intervino con voz fría y científica. "La alianza de Neptuno con Jupiter podría contaminar su población con el Permet. He analizado muestras genéticas recientes; hay indicios de mutaciones en su linaje real. Si permitimos que se extienda, nuestra doctrina de pureza estará en riesgo. Propongo un programa de esterilización selectiva tras la conquista, respaldado por mis investigaciones en biogenética," dijo, con la mirada fija en un gráfico holográfico que mostraba curvas de ADN alteradas. La Dra. Halberg asintió, en tono pragmático. "Coincido con Vaskir. Mi división tecnológica puede desplegar drones inhibidores de Permet para neutralizar sus defensas antes del asalto. He desarrollado un nuevo sistema de pulso electromagnético que podría desactivar sus cristales en un radio de 500 kilómetros. Sin embargo, necesitamos datos en tiempo real de su flota," explicó, y proyectó un modelo 3D de los drones, con luces que parpadeaban con precisión. El Patriarca Thelion alzó la mano y silenció al resto. "Sus propuestas son válidas, pero la voluntad divina debe prevalecer. Neptuno ha caído en la herejía, y la Ley de la Pureza exige castigo. Ordeno un contraataque combinado: la 3ra Flota bajo Varnheim liderará el asalto, respaldada por los drones de Halberg y la justificación de Dravon. Vaskir, prepara tus equipos médicos para la purificación post-victoria. Esta cruzada comenzará dentro de 48 horas. Que el fuego de Dominicus queme la corrupción," decretó con voz temblorosa de fervor mientras se ponía de pie; el holograma proyectó una cruz ardiente sobre Neptuno. Los demás inclinaron la cabeza, y sus murmullos de aprobación llenaron la sala mientras las pantallas se actualizaban con órdenes militares. En una base orbital de Dominicus cerca de Saturno, el hangar yacía en penumbra bajo el resplandor azul de los sistemas de control. El aire, cargado de aceite y metal quemado, se mezclaba con el zumbido de motores en reposo. Kenanji Avery, capitán de la 7ma Flota Inquisitorial, supervisaba la preparación de su nave insignia, el Vindicta, un crucero de asalto con cañones de plasma y escudos reforzados. Su rostro curtido, marcado por cicatrices de la masacre de Saturno, reflejaba años de batallas contra brujas, incluida la pérdida de su amigo en aquella derrota devastadora. El uniforme gris oscuro, adornado con insignias de combate, crujía cuando caminaba entre los mobile suits; sus botas golpeaban el acero con eco seco. Un mensajero se acercó y le entregó un datapad con el sello del Conclave. Kenanji lo abrió y escaneó las órdenes con mezcla de determinación y melancolía. "Capitán Avery, por mandato del Patriarca Thelion, la 7ma Flota debe unirse a la 3ra y 5ta Flotas para un contraataque contra Neptuno. Objetivo: neutralizar la alianza con Jupiter. Prepárese para un despliegue en 48 horas. Coordinación con la 3ra Flota bajo el General Varnheim," leyó en voz alta; su voz ronca resonó en el hangar. Apretó el datapad, con la mente de vuelta en Saturno, donde las brujas habían masacrado a su flota y a su amigo: un recuerdo que lo perseguía. "Otra guerra contra esas malditas brujas," murmuró con amargura. Giró hacia su segundo al mando, un teniente joven. "¡Alférez Toren! Prepárenos para un salto de combate. Despliegue a los escuadrones Alfa y Beta con mobile suits pesados. Calibren los cañones de plasma para un barrido inicial y activen los escudos de contención Permet. Quiero un informe de combustible y armamento en una hora," ordenó con voz cortante, mientras se dirigía a la consola de mando. "Sí, capitán," respondió Toren, y salió a toda prisa, justo cuando el hangar cobraba vida entre motores encendiéndose y el chasquido de armas al cargarse. Kenanji miró al espacio a través de la ventana, con la vista perdida en las estrellas. Esta vez, no fallaré, juró en silencio, y dejó que la determinación se endureciera mientras planeaba la venganza contra las brujas de Neptuno. La base secreta de Ochs, enclavada en las profundidades del Vacío Exterior más allá de Eris, se alzaba como un enigma flotante en la negrura infinita, su estructura camuflada entre restos helados de cometas y asteroides que giraban lentamente bajo la luz tenue de estrellas lejanas. El interior permanecía en penumbra industrial, iluminado por el resplandor azul y verde de pantallas holográficas que flotaban en el aire y proyectaban mapas estelares, diagramas tácticos y transmisiones en un torbellino constante de información. Las paredes, revestidas de paneles de acero oscuro con circuitos antiguos grabados en relieve, absorbían el eco de ventiladores que zumbaban con ritmo monótono, mientras el aire llevaba un aroma metálico mezclado con el ozono del Permet sintético, cuya vibración contenida resonaba como un latido reprimido a través de las estructuras. El chispazo de soldaduras, el crujido ocasional de maquinaria pesada y el zumbido de los sistemas de soporte vital llenaban los corredores y componían una sinfonía industrial que latía con la tensión de los planes en marcha. La sala de operaciones, un espacio amplio con consolas alineadas a lo largo de las paredes y un holograma central que mostraba la Fortaleza Inquisitorial de Aetherion, ubicada estratégicamente cerca de Saturno, era el núcleo de esta fortaleza oculta: el lugar donde las sombras de Ochs tejían su venganza contra Dominicus. Elnora Samaya estaba de pie frente al holograma, envuelta en un uniforme negro ajustado con detalles plateados que brillaban bajo la luz artificial; su máscara blanca devolvía las pantallas como un espejo implacable. Sus ojos, visibles tras los orificios, escudriñaban los datos con intensidad calculadora, mientras sus manos descansaban sobre la consola principal; los dedos tamborileaban con un ritmo pausado que resonaba en la quietud. En una pantalla secundaria seguían pasando noticias; titulares como “Neptuno y Jupiter sellan alianza” y “UNISOL planea represalias” parpadeaban en rojo y alimentaban su mente estratégica. Llevaba horas inmersa en la información: la alianza entre Neptuno y Jupiter, la probable inminencia de un contraataque de Dominicus contra el planeta azul y la oportunidad que todo eso representaba. Su plan, forjado con meticulosidad en los laboratorios de Ochs, no buscaba investigar el Permet como Dominicus, sino explotar las habilidades de las niñas modificadas para desestabilizar al enemigo. La Fortaleza Inquisitorial de Aetherion, bastión clave cerca de Saturno, albergaba los arsenales más avanzados de Dominicus, centros de investigación biogenética y nodos de comando esenciales. Atacar mientras el Conclave se distraía con Neptuno era una ventana que no podía desperdiciar: la ocasión perfecta para probar el Proyecto Uroboros y asestar un golpe que resonara en el sistema solar. Se reclinó apenas en la silla —la tela crujió— y cerró los ojos por un momento, dejando que su mente diseccionara la situación con precisión de cirujano. La alianza de Neptuno con Jupiter había fortalecido el frente de las brujas, y aunque Marte aún no se sumaba de forma oficial, los rumores de su inclinación eran inminentes. UNISOL, con flotas diezmadas y autoridad en entredicho, bordeaba la crisis; el Conclave, en su desesperación, lanzaría un ataque masivo contra Neptuno para reafirmar su poder. Elnora visualizó el escenario: las fuerzas de Dominicus se concentrarían en el planeta azul, y Aetherion quedaría vulnerable por al menos 48 horas, según proyecciones de inteligencia de Ochs. Era el momento de desplegar a las niñas de Uroboros, un experimento que las había moldeado como armas vivientes, cada una con habilidades únicas derivadas de modificaciones genéticas y entrenamiento brutal. No se trataba de estudiar el Permet, sino de usarlo como arma contra quienes lo temían; ellas eran el instrumento ideal para clavar un golpe en el corazón de Dominicus. Abrió los ojos; un brillo calculador se mostró tras la máscara, y se inclinó hacia adelante, entrelazó las manos con un movimiento deliberado. "Esto es una oportunidad de oro," susurró para sí, con la voz baja pero cargada de determinación. Atacar Aetherion mientras Dominicus estaba ocupado con Neptuno sería un movimiento audaz, aunque estratégico. La distracción les daría una ventana para infiltrarse, sabotear defensas y probar la eficacia del Proyecto Uroboros en combate real. Las niñas, criadas en cápsulas de inmersión y sometidas a entrenamiento inhumano, eran la vanguardia de su visión: Ardeline “Ares” Vorst (Uroboros-03), Ceryne “Cronia” Halvast (Uroboros-07) y Nivara “Nyx” Dravelle (Uroboros-11). Cada una había sido diseñada para un propósito específico, moldeada por un pasado de dolor y promesas vacías, y Elnora sabía que su éxito dependería de canalizar esas experiencias en la misión. Se levantó; el uniforme crujió en la sala cuando caminó hacia una consola secundaria y sus botas golpearon el acero con eco metálico. Activó un canal seguro con un toque preciso, y la pantalla se llenó con el rostro de una supervisora de cabello gris, expresión tensa pero obediente bajo la luz parpadeante. "Preparad a las unidades Uroboros-03, Uroboros-07 y Uroboros-11. Quiero a Ardeline, Ceryne y Nivara listas para una misión de infiltración en 24 horas. Su objetivo es la Fortaleza Inquisitorial de Aetherion, cerca de Saturno. Saboteen los generadores principales, desactiven los sistemas de defensa y recuperen cualquier dato sobre sus operaciones militares. Usen el protocolo de sigilo máximo; no deben ser detectadas hasta que el daño esté hecho," ordenó, con voz cortante pero medida, mientras proyectaba un mapa holográfico de la base y marcaba puntos de entrada y objetivos críticos. La supervisora asintió; sus dedos se movieron rápido sobre la consola. "Sí, señora. Las niñas están en fase de preparación post-simulación. Ardeline ‘Ares’ Vorst, Uroboros-03, ha estabilizado su fuerza física amplificada. Ceryne ‘Cronia’ Halvast, Uroboros-07, ha perfeccionado su manipulación gravitacional. Nivara ‘Nyx’ Dravelle, Uroboros-11, ha optimizado su control de energía oscura. ¿Debo activar los inhibidores neurales como medida de control?" Elnora negó con la cabeza; la máscara se inclinó apenas. "No, esta vez confiaremos en su entrenamiento. Los inhibidores podrían limitar su potencial en un entorno hostil. Déjalas operar al 100% de sus capacidades, pero mantén un equipo de contención listo para intervenir si pierden el control. Quiero un informe de progreso cada seis horas." "Entendido, señora. Las prepararemos de inmediato," respondió la supervisora, y su imagen se desvaneció. La pantalla volvió a las noticias, donde un analista especulaba sobre el próximo movimiento de Dominicus. Elnora se volvió hacia la ventana y observó asteroides helados flotando en la distancia, con la mente puesta en los detalles. Las niñas de Uroboros eran su creación más ambiciosa, moldeadas por un pasado de sufrimiento y promesas vacías. Ardeline, con fuerza explosiva y rabia contenida, había sido forjada a partir del tejido genético de una bruja marciana: huesos endurecidos como acero en cápsulas de inmersión, infancia marcada por órdenes brutales y recompensas frías —dulces artificiales o minutos de sueño—. Ceryne, capaz de manipular la gravedad, creció en aislamiento, con neuronas conectadas a microprocesadores cuánticos; sus susurros al vacío eran consuelo en la soledad. Nivara, silenciosa y letal, se adaptó al frío extremo; su energía oscura derivaba de una bruja exiliada del cinturón de Kuiper, y fijaba la mirada en la escarcha como único refugio. Cada una entrenó para superar límites humanos, enfrentándose a animales salvajes y simulaciones brutales; su afecto se medía en ilusiones crueles de una “madre” androide que prometía reuniones familiares inexistentes. Elnora sabía que el éxito dependería de que superaran esas cicatrices: un sacrificio que Ochs estaba dispuesto a explotar. Horas después, la sala de briefing se llenó con la presencia de las tres niñas, reunidas en un espacio circular rodeado de monitores que zumbaban con datos tácticos. Ardeline, de 14 años, estaba de pie con los brazos cruzados; el cabello corto y negro enmarcaba un rostro endurecido por años de combate simulado, y los músculos tensos sobresalían bajo el traje de entrenamiento negro con detalles verdes. Ceryne, de 15, mantenía postura rígida; su trenza castaña caía sobre el hombro, y los ojos buscaban instintivamente el vacío. Nivara, de 13, permanecía inmóvil; el cabello plateado brillaba bajo la luz y la piel pálida contrastaba con el frío que parecía emanar de ella. Las luces parpadeaban en el techo; el aire traía un zumbido eléctrico que hacía vibrar el suelo, recordatorio de la energía contenida en la base. Elnora se acercó; la máscara devolvió la luz mientras las observaba, su presencia imponente llenando la sala. "Unidades Uroboros-03, Uroboros-07 y Uroboros-11," comenzó con voz de autoridad, al tiempo que activaba el holograma de Aetherion: una estructura cilíndrica flotando cerca de Saturno, rodeada de torretas defensivas y nodos de energía. "Su misión es infiltrarse en la Fortaleza Inquisitorial de Aetherion. Dominicus planea un contraataque contra Neptuno, lo que nos da una ventana de 48 horas. Su objetivo es sabotear los generadores principales, desactivar los sistemas de defensa y recuperar datos sobre sus operaciones militares. Usen el protocolo de sigilo máximo." Ardeline dio un paso adelante; la voz, ronca por años de gritar órdenes en entrenamiento, vibró con anticipación de violencia. "¿Qué tipo de defensas enfrentaremos? Mi fuerza puede derribar paredes, pero necesito saber dónde golpear." Elnora amplió una sección del holograma y mostró torres de cañones y nodos de energía. "Aetherion tiene un perímetro de escudos Permet a 2.5 terahertz y cañones de plasma con alcance de 300 kilómetros. Los generadores principales están en un núcleo central, protegido por un campo de supresión a 0.8 terahertz. Usa tu fuerza para colapsar las entradas secundarias, Ardeline. Concéntrate en los puntos de carga estructural; tu densidad ósea soporta el retroceso. Mantén el ritmo cardíaco bajo para no activar sensores térmicos." Ceryne alzó la cabeza; la voz salió suave, cargada de curiosidad, con manos que aún temblaban al recordar las descargas de sus implantes. "¿Puedo usar mi gravedad para abrir una brecha? El vacío que creo podría desestabilizar sus escudos." Elnora asintió y proyectó un esquema de los generadores. "Sí, Ceryne. Altera la gravedad a 0.5 G en un radio de 15 metros alrededor de los nodos secundarios. Con eso colapsarán sus soportes sin activar alarmas inmediatas. Coordina con Ardeline para maximizar el efecto; tu precisión será clave para evitar retrocesos gravitacionales que puedan delatarlas." Nivara inclinó la cabeza; la voz apenas fue un susurro y el aliento formó pequeñas nubes heladas. "¿Mi energía oscura puede neutralizar sus sensores? El frío que genero podría confundir sus sistemas." Elnora sonrió tras la máscara, casi imperceptible, aprobatoria. "Exacto, Nivara. Genera un campo de energía oscura a -20 °C en un radio de 10 metros. Eso desactivará los sensores térmicos y te permitirá acercarte al núcleo. Usa tu sigilo para cubrir a las demás; tu capacidad de absorción de calor será crucial para mantenerlas ocultas." Las niñas asintieron, absorbiendo cada instrucción con rostros donde pesaban la determinación y sus pasados. Elnora continuó, firme, con un matiz de orgullo. "Esta misión probará el Proyecto Uroboros. No hay margen de error. Si las detectan, activen un pulso de escape Permet que las teletransportará de vuelta. Confío en que cumplirán. Prepárense: parten en 24 horas. Descansen y entrenen en los simuladores hasta entonces. Mañana demostrarán que son más que armas; son la voluntad de Ochs encarnada." Se retiraron con pasos sincronizados hacia sus cuarteles, mientras Elnora regresaba a la consola para revisar los datos una vez más. La base se llenó de actividad: técnicos calibraban equipos, soldados revisaban armas y el zumbido de los sistemas crecía en intensidad. Elnora se permitió un instante de reflexión: recordó las cápsulas donde Ardeline había sido forjada, con huesos endurecidos bajo órdenes brutales; las celdas de aislamiento donde Ceryne susurraba al vacío; y las cámaras heladas donde Nivara observaba la escarcha. Cada una, moldeada por un pasado de dolor que ahora canalizarían contra Dominicus. Sabía que el éxito dependía de superar esas cicatrices: un sacrificio que Ochs estaba dispuesto a explotar sin remordimientos. Horas más tarde, la sala de lanzamiento se convirtió en un hervidero de preparación. Luces rojas parpadeaban en paredes de acero; el aire se cargó de tensión y de aroma a metal caliente, que crecía con cada ajuste de sistemas. Ardeline, Ceryne y Nivara, ya con trajes de combate negros y detalles luminosos en verde, avanzaron hacia sus Gundams personalizados. Ardeline se acercó al Jörmungandr, máquina robusta y blindada como ariete de guerra; el cañón de partículas latía con resplandor contenido y la cabina devolvía el eco de su furia. Ceryne se dirigió al Fenrir, unidad ágil equipada con espadas de plasma de zumbido agudo; su diseño esbelto reflejaba su manipulación gravitacional. Nivara se deslizó hacia el Níðhöggr, un Gundam pequeño y ligero con placas irregulares como esculpidas en hielo; drones serpentinos se alinearon a su alrededor como guardianes silenciosos. Sonaron las sirenas: un ulular grave y penetrante reverberó en las paredes, señalando que Uroboros salía a misión. El sonido cortó el aire como sentencia y hizo temblar el suelo bajo sus pies; los técnicos se apartaron con rostros ocultos tras máscaras de respiración. Ardeline subió a la cabina del Jörmungandr; la conexión con el Permet sintético le quemó los nervios, pero sonrió con ferocidad. "Lista para aplastar lo que me pongan enfrente," murmuró. Ceryne se acomodó en el Fenrir y sintió el universo encogerse; su respiración irregular se estabilizó mientras en sus ojos surgía un brillo cuántico. Nivara se instaló en el Níðhöggr; la temperatura de la cabina cayó en seco, escarcha cubrió paneles y ella absorbió el calor ambiental: el silencio llenó su espacio. Elnora observaba desde una plataforma elevada; la máscara reflejaba las luces rojas, y su figura, inmóvil como estatua, dominaba el alineamiento de los Gundams en las catapultas. "Recuerden: precisión, velocidad y cero supervivientes. Esta es su primera prueba real. Háganme sentir orgullosa," transmitió por el canal; su voz resonó en las cabinas, un mandato que sellaba su destino. Los motores rugieron. Las catapultas vibraron, listas para lanzarlas hacia Aetherion, mientras las sirenas sostenían su canto ominoso y marcaban el inicio de una misión que pondría a prueba no solo sus habilidades, sino también la fragilidad de sus sueños rotos.
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