Capítulo 21 El lobo, El Conejo y El Cazador
14 de septiembre de 2025, 2:19
Habían transcurrido veinticuatro horas desde el anuncio oficial de la alianza entre Neptuno y Jupiter, y el eco de la noticia aún reverberaba por el sistema solar, dejando a la población neptuniana dividida entre el escepticismo, la esperanza y el temor. Las calles de Nerythys estaban llenas de murmullos y debates acalorados, mientras los medios de comunicación transmitían sin cesar la noticia y amplificaban las reacciones de todos los bandos. En las plazas, grupos de ciudadanos se reunían para discutir las implicaciones del Concordia Lunis-Solaris, por un lado, algunos celebraban la protección de un aliado poderoso como Jupiter; por otro lado, otros se cuestionaban si Thalyssara había cedido su autonomía. Los escépticos sin embargo susurraban en las esquinas, convencidos de que Solaris había manipulado a la joven reina, mientras que los radicales exigían la ruptura del tratado de manera inminente, temiendo que Neptuno se convirtiera en un peón de la Ephore. A pesar de la publicación de las condiciones, que garantizaban la independencia de Neptuno y su igualdad con Jupiter, las sospechas persistían, alimentadas por rumores de que Solaris había redactado ella misma el tratado y transformado a Thalyssara en una marioneta más dentro de su juego de poder. Sin embargo, para bien o para mal, la alianza estaba sellada, y Neptuno se encontraba ahora en el ojo de la tormenta, respaldado por una fuerza que inspiraba tanto admiración como pavor.
Para calmar las aguas y consolidar la unión, ambas lideres acordaron su primera aparición pública como aliadas y convocaron a una rueda de prensa para la tarde del día siguiente en el Gran Teatro Neptuniano, lugar el cual era emblemático por la cantidad de eventos que había presenciado desde su construcción ya que había sido diseñado con una fachada de cristal azul y cúpulas reflectantes que robaba suspiros a cualquiera que lo apreciara de lejos. El teatro, con su interior de mármol azulado y asientos de terciopelo azul oscuro, estaba abarrotado de periodistas de todos los medios de Neptuno y algunos otros del resto del sistema solar, era claro que, tras el anuncio de las lideres, los periodistas no iban a dejar pasar la primicia y de paso hacer preguntas que respondieran las preguntas que todos se hacían o generaran alguna polémica tras esta unión, con cámaras y micrófonos alineados como un ejército de ojos y voces, todos esperaban a que la Ephore y la reina neptuniana hicieran un acto de presencia en la tribuna central.
En una sala contigua, Thalyssara aguardaba con un nerviosismo demasiado obvio, sus manos temblaban mientras miraba de un lado a otro y sus ojos azules reflejaban ansiedad bajo la luz tenue de las lámparas suspendidas. Era su primera presentación oficial luego de la alianza y a pesar de estar junto a Solaris su nerviosismo no se desaparecía, ella misma no estaba segura si lo iba a hacer bien, tampoco sabía si estaba vestida correctamente para la ocasión, llevaba un vestido real de seda azul que ondeaba con cada movimiento además de su corona de platino con perlas la cual brillaba como un recordatorio del peso de su cargo. A su lado, Lunaria estaba de pie y cargaba a Ericht en brazos, ella la miraba con una sonrisa, para Lunaria, ver a Thalyssara así de nerviosa era demasiado tierno, quizá su instinto maternal le hacía ver a la misma Thalyssara como una hija más, la cual iba a enfrentar algún examen o prueba muy difícil, Ericht estaba más que nada aburrida ya sea por el vestido lunar perlado que llevaba o por el hecho de no poder salir a explorar los lugares nuevos que conocía, la niña era como tal como cualquier otra, una niña que quería jugar como cualquier otra niña de su edad, lo cual contrastaba con la tiara solar que adornaba su cabello pelirrojo y marcaba su legado. Ericht jugueteaba con los dedos de Lunaria, ajena a la tensión intentando calmar su aburrimiento mientras que la habitación mantenía un silencio expectante, roto solo por el crujido ocasional de los pasos de las sirvientas que ajustaban detalles.
—Lo vas a hacer bien, Thalyssara— dijo Lunaria al fin, tratando de darle ánimos adicionando unas palmadas amistosas en el hombro; mientras sonreía tratando de tranquilizar a la joven reina.
Thalyssara suspiró y bajó la mirada. —¿De verdad? No sé si eso será cierto— murmuró temblorosa mientras intentaba controlar la respiración.
—Solo no te dejes influenciar por los periodistas. Hacen preguntas tramposas— le aconsejó Lunaria con un tono sereno y casi maternal haciendo que Thalyssara alzara la mirada y le pusiera ojos de cachorrito los cuales causaron una risa tierna en Lunaria. Solaris se puso de pie desde una silla cercana; al hacerlo, su túnica blanca con bordes dorados cayó con suavidad, estiró su mano hacia la cabeza de Thalyssara, en un gesto casi paternal el cual invitaba confianza y le dijo —Es la hora—
Thalyssara tomó la mano de Solaris sobre su cabeza y sintió el calor que emanaba de su palma, ella suspiro una vez más para luego ponerse se pie, se golpeó suavemente las mejillas y ambas salieron al estrado, seguidas por Lunaria con Ericht en brazos la cual seguía mostrando un obvio aburrimiento.
Los flashes de las cámaras estallaron como relámpagos e iluminaron el escenario con un estallido de luz blanca al ver salir a la Ephore con la Reina, los murmullos de la prensa se intensificaron y llenaron el teatro con un rumor caótico en el momento que Solaris se colocó en el estrado principal. Sin embargo, poco duro el asombro los ojos de los periodistas se clavaron en las dos figuras que entraron después de las lideres de la alianza, una mujer con una niña en brazos; los comentarios comenzaron a surgir como olas: “¿Acaso no es ella Miorine Rembran? ¿La hija del fallecido Delling Rembran, emperador de UNISOL? ¿Qué hace con Solaris?” Otros se fijaron en Ericht y también preguntaron: “¿Esa niña es su hija? ¡Es idéntica a la Ephore! ¿Es una bruja también?” Lunaria, quien era aún conocida como Miorine Rembran al público, no había hecho apariciones oficiales desde los días tras el atentado de Asticassia, y su presencia desataba especulaciones.
—Señores, sean bienvenidos a esta conferencia— anunció Solaris alertando a los periodistas. —Me gustaría comenzar presentándome, ya que la invitada en este planeta soy yo. Soy la Ephore Solaris, líder del Aquelarre del Solar y gobernante del Reino Solar de Júpiter. Como sabrán el día de hoy es especial ya que marca el primer día de Júpiter como aliado de Neptuno en esta guerra. Sin embargo, no se dejen engañar, UNISOL no solo está en guerra solo contra Júpiter, ellos están en guerra contra todo lo que el Permet representa, contra nosotros, mencionando que lo hacen para preservar y cuidar la libertad y la vida, lo cual es ridículo ya que ello lo último que hacen es preservarla y luchar por ella, nosotros somos los que luchamos por la libertad y la vida, mientras UNISOL lo único que hace luchar por el control y la opresión. —
Uno de los periodistas, un hombre de cabello gris y en traje, levantó la mano. —Ephore, ¿qué tan cierto es lo que acaba de decir? ¿Es verdad que UNISOL pelea por la opresión? ¿Acaso ellos no llevan la administración del sistema solar? No hemos tenido un incidente crítico en el sistema económico del orden planetario desde las guerras de Kuiper. —
Solaris sonrió, ante la pregunta del periodista. —¿Cuál es su nombre? —
—Vander der’Slotin. — Respondió el mencionado.
—Perfecto, Vander. dejeme preguntarle, ¿Usted ha salido de Neptuno? ¿Ha cubierto noticias, por ejemplo, en Mercurio? ¿En las colonias mineras? ¿Ha ido a Urano? ¿Sabe la situación de las ciudades y colonias en Marte? —continuó Solaris, con voz tranquila pero incisiva dejando que la pregunta quedara en el aire— UNISOL beneficia a su círculo interno y explota planetas para extraer recursos. ¿Qué sucederá con Mercurio cuando la soliderium se acabe?
El reportero guardó silencio sabiendo que la Ephore había contestado su pregunta sin necesidad de afirmar sus declaraciones; sus notas quedaron olvidadas y la sala absorbía las implicaciones.
Otra reportera, con el cabello recogido en un moño severo, tomó la palabra. —Entonces, Ephore, ¿esto es parte de un gran plan para usurpar el trono de UNISOL? ¿Está acaso manipulando a la reina?
Solaris la miró; su mirada azul hielo se fijó en ella. —Thalyssara es libre de realizar y tomar las acciones que crea convenientes para su planeta. ¿No leyó el tratado de la alianza? Jupiter no manipulará ni anexará Neptuno a su régimen. Somos iguales, ambos planetas. —
Un tercer reportero, de rostro curtido y voz grave, lanzó la pregunta que todos temían. —¿Por qué Miorine Rembran está aquí? ¿No había sido reportada como desaparecida tras el ataque a Asticassia? —
Hubo un momento de pausa en la sala, tiempo suficiente para que Lunaria diera un paso al lado de Solaris; ajustó a Ericht en sus brazos y hablo. —Creo que ha pasado un tiempo desde que hablé con la prensa. Déjenme presentarme nuevamente. Soy la Reina Lunaria Vel Itharyel, la primera en la realeza lunar en alcanzar el Permet. Si mi apariencia les resulta familiar, es porque la persona que conocían como Miorine Rembran no es más que la vida que mi alma ocupó antes de despertar por completo.
El silencio se profundizó y los los periodistas intercambiaron miradas de incredulidad. ¿Había perdido la cordura Miorine Rembran? ¿Se había cambiado el nombre para aliarse con Solaris? ¿La había hechizado la bruja Solaris?
—Disculpe, no quiero sonar mal educado, pero no creo que sea correcto que nos tome por tontos. ¿Espera que creamos una historia como esa? — fue la voz de otro reportero, el cual con un tono sarcástico daba a entender lo que todos en la sala estaban pensando, ¿una antigua princesa del reino lunar había reencarnado en el cuerpo de Miorine Rembran?
El periodista continuo —Además, ¿qué pruebas tiene? ¿Acaso la bruja Solaris la ha engañado para que tome este papel? ¿Sabe que su padre está muerto?, o prefiere ignorarlo y jugar a la casita con la bruja más poderosa del sistema solar…
La expresión de Lunaria cambio de inmediato de uno cordial a el más absoluto enojo, el insulto fue demasiado, un extraño a ella la estaba insultando y tomando a su familia como si fuera un juego. Las líneas del Permet estallaron su cuerpo en un verde fosforescente que iluminó su figura las cuales se extendieron desde sus manos hasta sus ojos plomizos, que brillaron con un resplandor sobrenatural.
—¿M-Mami? —exclamo Ericht, con voz temblorosa al notar el cambio radical en su madre.
De pronto, el reportero que había hablado comenzó a convulsionar, sus ojos se volvieron blancos, retorciéndose en su asiento con las manos en la cabeza mientras gritaba incoherencias ajenas a cualquier idioma.
—¡Cómo te atreves a insultar a mi familia, a mi hija, a mi esposa! — Lunaria rugió con una furia contenida infringiendo un dolor agónico con su Permet el cual aumentó con cada segundo haciendo que los gritos del reportero fueran más agónicos y terroríficos, estaba sufriendo. Los demás periodistas a su alrededor miraban horrorizados; algunos retrocedieron en sus sillas, mientras el hombre en el suelo seguía convulsionando y vomitando por de agonía.
—…Es suficiente, mi luna —intervino Solaris de manera tranquila tomando el brazo de Lunaria con suavidad. Lunaria se detuvo y el verde de su Permet se desvaneció poco a poco volviéndola a su estado normal. Luego extendió la mano hacia el reportero y un resplandor verde lo envolvió y calmando su estado y regresándolo a la normalidad en cuestión de segundos. El hombre, aún tembloroso, se incorporó con la respiración agitada, mientras los periodistas lo observaban atónitos y temerosos. ¿Era esta mujer realmente Miorine Rembran? ¿Siempre había sido una bruja, o era la encarnación de una diosa lunar?
—Como pueden ver— dijo Solaris recuperando el control de la sala— el Permet puede ser usado de muchas maneras, para la guerra, para la vida, para causar dolor, para curar. UNISOL teme el Permet porque no lo controla y como no puede dominarlo prefiere destruirlo, le temen a lo desconocido.
Una reportera, con las manos temblando, se armó de valor y preguntó: —Si el Permet puede usarse para ambas cosas, ¿quién va a poner un control sobre el poder que ustedes pueden desatar? ¿Quién las va a controlar? ¿Cómo sabemos que un día no se pondrán en contra de nosotros?
Solaris sonrió. —Controlar el Permet es como controlar la existencia misma, no es posible. Sin embargo, nosotras, el Aquelarre Solar, no estamos en contra de la vida ni está en nuestros planes la esclavitud de los planetas. Lo que nosotras buscamos es prosperidad y progreso mediante el permet. Esta es mi voluntad, y mi voluntad perdurará y será heredada… Hizo una pausa en su discurso, tomando a Ericht en brazos de Lunaria para acurrucarla contra su pecho — …por mi primogénita y los hijos de ella.
Un silencio profundo cayó sobre el teatro, el peso de las palabras de la Ephore quedó suspendidas en el aire. La duda aún se veía en el rostro de los reporteros, sin embargo algo estaba claro, Solaris era una fuerza de la naturaleza, y el Permet también, un poder sin control que solo podían esperar que no se volviera contra ellos. Los flashes de las cámaras reanudaron su danza y capturaron el momento, mientras Thalyssara, aún nerviosa pero más segura, permanecía al lado de Solaris, lista para enfrentar las preguntas restantes.
La ronda de preguntas se reanudo y una reportera, con las manos temblando, se armó de valor y pregunto. —Reina Lunaria, si usted es la encarnación de una diosa lunar, ¿cómo explica su conexión con Solaris? ¿Es un matrimonio político o algo más? — preguntó con voz vacilante mientras que el micrófono le temblaba en el agarre, sus ojos buscaban respuestas en el rostro sereno de Lunaria.
Lunaria sonrió nuevamente, su compostura había sido ya restaurada tras el incidente anterior y el verde del Permet se había desvanecido por completo de su piel y de sus ojos plomizos. —Mi unión con Solaris trasciende lo político. Es un vínculo forjado por el Permet, una reencarnación de almas antiguas que se han encontrado de nuevo.— respondió con un tono sereno pero cargado de una verdad profunda, y le acarició suavemente el cabello a Ericht, que ahora descansaba nuevamente en sus brazos.
—Reina Thalyssara, ¿cómo planea manejar la oposición interna a esta alianza? Hay quienes dicen que ha traicionado a Neptuno— intervino otro periodista con un tono acusador que cortó el aire, sin embargo, su libreta temblaba en sus manos mientras garabateaba notas apresuradas, y el bolígrafo dejaba marcas torcidas en el papel.
Thalyssara tragó saliva y dio un paso adelante, con las manos aún temblorosas bajo las mangas de su vestido real de seda azul. —Entiendo sus miedos, pero esta alianza nos protege de UNISOL. Mi deber es garantizar la supervivencia de Neptuno, no su sumisión. Trabajaré para ganar su confianza con acciones, no con palabras— dijo intentando ser convincente, pero su voz sonaba temblorosa, sus ojos azules buscaron apoyo en Solaris, la cual le devolvió un gesto afirmativo con un movimiento de cabeza.
—¿Qué papel juega la niña en todo esto, Ephore? ¿Es una bruja también? — preguntó un reportero, señalando a Ericht con curiosidad; su cámara la enfocó con un zoom que capturó el brillo de su tiara solar, y un flash le iluminó el rostro inocente por un instante.
Solaris volvió a tomar a Ericht en brazos y la acunó contra su pecho. —Permítanme presentarles. Ella es Ericht Solaris, la princesa solar, heredera del Reino Solar de Júpiter. Es mi hija y el futuro de nuestra lucha por la libertad— anunció con orgullo a través del teatro, mientras Ericht miraba tímidamente los rostros y flashes de los reporteros; sus pequeños dedos jugaban con el borde de la túnica de su madre, y el murmullo de la prensa disminuyó ante la declaración.
El intercambio siguió; las preguntas fluían como un río desbordado, cada una estaba cargada de escepticismo y curiosidad. —Reina Thalyssara, ¿cómo responderá a los rumores de que esta alianza fue impuesta por Júpiter bajo amenaza? ¿Qué garantías tiene su pueblo de que no serán absorbidos? — preguntó un periodista de cabello canoso, con una cicatriz en la mejilla; su tono era duro y el micrófono apuntó hacia ella con insistencia.
Thalyssara respiró hondo su corazón le latía con fuerza bajo la corona de platino. —No hubo amenazas. El Concordia Lunis-Solaris fue negociado con igualdad. Mi pueblo tiene mi palabra, y el tratado está abierto para su revisión. Trabajaré para demostrar que esta alianza es por nuestra protección, no por nuestra pérdida— respondió intentando sonar más convincente esta vez, aunque un leve temblor traicionó su inseguridad, y sus ojos buscaron la aprobación silenciosa de Solaris.
Una periodista de cabello negro y gafas oscuras se inclinó hacia adelante. —Ephore Solaris, ¿cuál es el objetivo final de esta alianza? ¿Busca derrocar a UNISOL o simplemente expandir su influencia? — preguntó con voz cargada de sospecha; el flash de su cámara iluminó el rostro de Solaris por un instante.
Solaris mantuvo la compostura; su mirada azul hielo se fijó en la reportera. —El objetivo es la libertad de todos los planetas bajo el yugo de UNISOL. No buscamos expansión, sino un equilibrio donde cada nación pueda prosperar sin opresión. Esta alianza es un paso hacia ese futuro, estamos en guerra, no lo olvide y todas las alianzas hacen que seamos más fuertes ante un enemigo en común— explicó con tono mesurado.
—Reina Lunaria, ¿qué significa para usted dejar atrás su identidad como Miorine Rembran? ¿No siente que traiciona su legado familiar? — inquirió un hombre de traje gris con voz suave pero incisiva, mientras su pluma garabateaba notas rápidas.
Lunaria inclinó la cabeza y su expresión se suavizó. —Mi legado como Miorine Rembran fue uno de lucha y sacrificio. Convertirme en Lunaria es un renacimiento, no una traición. Mi familia ahora es Solaris, Ericht y el aquelarre, y mi deber es protegerlas y a todas y todos los que forman parte de esta alianza— respondió y sus palabras salieron con una mezcla de nostalgia y determinación.
Un joven reportero, con el rostro lleno de entusiasmo, alzó la mano. —Princesa Ericht, ¿qué le gustaría decirles a los niños de Neptuno? — preguntó; su cámara la enfocó con un zoom suave y capturó su rostro.Ericht, aún en los brazos de Solaris, parpadeó y escondió su rostro en el pecho de su madre, sin embargo, respondió, aunque de manera infantil. —Quiero que sean felices y no tengan miedo de la gente mala. Mama y mami nos cuidarán— termino diciendo aun con su rostro escondido, los flashes siguieron apuntándola y Ericht levanto su rostro momentáneamente ver a los periodistas su tiara solar brilló bajo los flashes y provocó que ella volviera a esconder su rostro en el pecho de su madre.
La ronda de preguntas siguió; cada voz añadió capas de tensión al ambiente. Una reportera de cabello corto y mirada penetrante se puso de pie. —Reina Thalyssara, ¿cómo planea convencer a los radicales que ven esta alianza como una rendición? ¿Tiene un plan concreto? — preguntó con un tono exigente.
Thalyssara asintió, ya con la postura más segura. —Hablaré directamente con ellos; organizaré asambleas para explicar el tratado. Mi plan es mostrarles los beneficios: protección, recursos y una voz en el Consilio de Plata. La confianza se construye con diálogo— respondió ahora si más convencida que antes.
La ronda de preguntas continuo brevemente hasta que en medio de una pregunta un estruendo sacudió el teatro: un boom sónico hizo vibrar las paredes y apagó los murmullos como si una mano invisible los hubiera silenciado. Los cristales de las cúpulas resonaron con un sonido agudo y un polvo fino cayó del techo, asentándose sobre asientos y cabezas. Todos miraron hacia las ventanas superiores con alarma. Solaris alzó la vista y su instinto se activó y sus ojos escanearon el cielo a través del cristal, mientras un zumbido grave llenaba el aire, un presagio de caos. El suelo tembló de nuevo y el comunicador en la muñeca de Solaris crepitó, la voz de Marte irrumpió con urgencia entre interferencias. —Señora Solaris, ya están aquí, Dominicus ha llegado y su flota está atacando la órbita neptuniana. ¡Vamos a entrar en combate! — Anuncio Marte con entusiasmo e inmediatamente la transmisión se cortó con un chisporroteo de estática y el teatro quedó en un silencio tenso, roto solo por el crujir de las sillas cuando los periodistas se pusieron de pie.
Solaris se irguió y su expresión se endureció como el acero y el aire a su alrededor se cargó de una energía palpable. —La conferencia ha terminado. Resguarden a Lunaria, Ericht y Thalyssara — ordenó Solaris a la seguridad Neptuniana, mientras entregaba a Ericht a Lunaria. Los guardias neptunianos irrumpieron el estrado escoltando a la reina, Lunaria y Ericht hacia una salida trasera, mientras el resto de los periodistas evacuaba el lugar siguiendo las ordenes de los oficiales.
En el espacio, la flota interplanetaria de Neptuno enfrentaba un contraataque brutal liderado por la 7ª Flota de Kenanji Avery. Las naves neptunianas intercambiaban disparos de plasma con la flota de Dominicus haciendo que el vacío se iluminara con los destellos del plasma y las explosiones que desgarraban la oscuridad en destellos anaranjados y verdes. Un crucero neptuniano recibió un rayo de plasma y su casco se partió lentamente con un crujido metálico que retumbó en los comunicadores; el metal se retorció como si gritara en su agonía final. Los soldados a bordo gritaron, sus voces quedaron atrapadas en el vacío, mientras sus cuerpos eran succionados hacia el espacio; sus trajes rasgados dejaron rastros de sangre congelada que flotaron como perlas rojas, cristalizándose en la ingravidez. Las cabinas de escape estallaron en llamas antes de que pudieran lanzarse; los fragmentos chocaron con los restos de la nave y el fuego silencioso consumió a los cuerpos atrapados, el mismo destino sufrieron varias naves dentro de la flota interplanetaria neptuniana. Mobile suits de ambos bandos chocaban en duelos feroces, sus espadas de energía cortaban metal y carne con un siseo ardiente que dejaba estelas de humo, blasteres perforaban el metal como si fueran hechos de papel y miles de explosiones se registraban alrededor del campo de batalla. Los cazas se desintegraban en esferas de fuego y sus pilotos gritaban hasta que el silencio los reclamaba. La sangre de un piloto neptuniano salpicó el interior de su cabina antes de que un cañón inquisitorial destrozara su unidad; el casco reventó en un estallido silencioso y los fragmentos flotaron como testigos mudos.
En el puente del Blóðvargr, Marte rugió una orden con tal ferocidad que hizo vibrar las paredes, su voz tronó por el comunicador. —¡Voy a salir, preparen el Prometheon! — los miembros de la Flota de los lobos afirmaron en un grito al unísono —¡Buena caza Warmaster! — La compuerta del hangar se abrió con un chirrido metálico, amplificado por el vacío, y emergió un Mobile Suit de 21.8 metros, el Prometheon, el Gundam de Marte. Marte lo pilotó con furia, extendió la mano derecha del Prometheon, clavó la garra en un mobile suit enemigo y emitiendo una radiación letal que deshizo al piloto y a la máquina en un instante, hasta quedar en cenizas flotantes. Con el hacha de doble filo en la otra mano, partió otra unidad inquisitorial, el metal crujió y su risa salvaje la cual sonaba más como un ladrido inundó el canal abierto. —Corran pequeñas liebres, corran. —
Al principio Neptuno ganó terreno, sus flotas coordinadas empujaron a Dominicus a retroceder de la órbita del planeta. Los cañones neptunianos barrieron el espacio, derribando naves enemigas en explosiones mudas, mientras los mobile suits danzaban en formaciones letales, sincronizados como un ballet mortal. Todo parecía ir a favor de Neptuno, a pesar de las bajas el contraataque Neptuniano funcionaba, o eso era lo que creían, un destello masivo llenó el vacío en el límite del espacio controlado, un salto trajo al resto de la flota de Dominicus y la superioridad numérica se impuso como una marea oscura, era una emboscada, una tan clásica que los generales de Neptuno no lo vieron venir. Las naves neptunianas comenzaron a caer, sus cascos se abrieron por ráfagas de plasma que venían desde distintos frentes agujereando sus defensas, soldados y personal a bordo fueron succionados al vacío, dejando estelas de sangre congelada en miles de naves, era. Un caza neptuniano explotó y sus fragmentos atravesaron un interceptor aliado; el piloto quedó atrapado en una bola de fuego silenciosa, con el grito final perdido en el vacío. Rodeada por cinco mobile suits inquisitoriales, Marte montó una defensa feroz, el Prometheon destrozó enemigos a cuerpo a cuerpo y emitiendo radiación mientras su risa mutaba en ladrido que sonaba más a un rugido de guerra. La exposición prolongada a la pelea hizo que el daño se acumulara, por más fuerte que fuera Marte el pelear solo contra una flota entera era una tarea titánica, su habilidad le permitió sobrevivir mucho más que el promedio de pilotos, pero el prologar la pelea tuvo un costo muy alto, un brazo fue arrancado por un cañón de plasma justo el brazo de la garra mecánica que transmitía la radiación, la cabeza del Prometheon voló en pedazos tras un impacto directo que dejó una nube de escombros, y un rayo de plasma atravesó la cabina de Gundanium y Ceramita sus paneles internos estallaron en chispas y la luz cegó a Marte por un instante. La explosión interna de la cabina causo que los fierros y armazón interno de la cabina saltasen y se clavaran en Marte, atravesándole el brazo derecho y el abdomen, la sangre brotó inmediatamente en chorros que flotaron, tiñendo el interior con rojo oscuro mezclado con humo. Marte Aulló en un grito de guerra y dolor, roto pero desafiante, y siguió peleando con el Prometheon hecho trizas, sin un brazo útil y con metal incrustado en el cuerpo, sin la garra, la única arma útil era el hacha la cual la lanzo hacia un grupo de Mobile Suits cortándolos y haciendo que exploten en conjunto, Marte había perdido todas sus armas, su unidad estaba destrozada y ya no respondía a sus comandos, Lykanthros, su Arcano, rugía en ira y desesperación, el enorme lobo negro y lleno de ira quería manifestarse en la realidad, su Naiade estaba a punto de morir, Marte lo sabía y antes de tambalearse debido a la pérdida de sangre en un susurro dijo —lo siento mucho Lykanthros— antes de cerrar los ojos y con la respiración lenta.
Cuando Marte ya estaba al borde del desmayo, un resplandor blanco cegador iluminó el campo de batalla como faro en tormenta. El Calibarn emergió desde Neptuno posicionánd|ose a la vanguardia Neptuniana, su aura blanca a contraluz parecía humo arremolinado que irradiaba calor lo cual en el vacio del espacio era imposible, a menos que seas un astro solar. De pronto las líneas rojas del Permet se encendieron en el cuerpo del Calibarn con brillo furioso, dentro de la Cabina Solaris veía la devastación de las flotas y como los rayos de plasma rebotaban en el Calibarn, Solaris respiro profunda, esta batalla no debía de prologarse más, con calma y con una voz gélida exclamo —…Permet Score 15 — El Calibarn estalló como supernova, el calor fue tan intenso que las naves cercanas comenzaron a derretirse, los cascos cedieron rapidamente goteando el titanio y acero reforzado de sus estructuras como cera bajo el intenso blanco de un sol implacable. Los rayos de plasma disparados hacia ella se evaporaron, disueltos en nubes de vapor, y una onda expansiva barrió el espacio, los sistemas de aliados y enemigos por igual quedaron inutilizados como si una gran onda de EMP los hubiera apagado y claro tanto los escudos neptunianos como los de Dominicus parpadearon y se apagaron, Mobile Suits por igual quedaron a la deriva, con los pilotos atrapados en cabinas oscuras y rostros llenos de confusión y terror.
El momento había llegado, el Calibarn juntó las manos al frente en un aplauso que sono como un impacto de asteroides y concentró una fuerza invisible hacia el frente, las naves de Dominicus, atrapadas por la onda expansiva del Permet comenzaron a colisionar entre sí con un estruendo metálico combinado con los gritos de sus tripulantes. La estructura del Vindicta, la nave insignia de Kenanji Avery, se contorsionó, sus placas crujieron y se partieron mientras el casco se plegaba sobre sí mismo, el puente colapsó bajo su propia destrucción y en medio del caos, Kenanji no pudo ni maniobrar ni activar cabinas de escape, todos los sistemas estaban apagados, estaba atrapado, el horror le congeló el rostro al contemplar la figura luminosa e inmortal frente a él, recortada contra la luz, como si fuera este su juicio final. Todas las naves de la flota de Dominicus se juntaron en una esfera la cual se fundió en un calor abrasador, las llamas de magma viva consumieron metal y carne en un torbellino que iluminó el vacío y se condensó en un enorme asteroide de roca, hierro y cuerpos. El Asteroide artificial quedo atrapado en la órbita del planeta girando como un nuevo satélite artificial, un monumento silencioso a la furia de Solaris, un cementerio flotante de naves y sueños rotos.
Desde el espacio, Solaris observó el asteroide a través de la cabina del Calibarn, su respiración era pesada debido al esfuerzo y retumbó en el casco nublando la visión de este por un momento. Sabía que esta victoria había salvado a Neptuno del ataque inmediato, pero también con ello había demostrado de lo que era capaz de realizar, y en una guerra, mostrar tu poderío de manera temprana puede costarte la vida.
El espacio sobre Neptuno quedó envuelto en un silencio tras el resplandor cegador del Calibarn, en Neptuno aún se sentía una vibración extraña, ecos de la batalla que había convertido el cielo en un lienzo de fuego y cenizas, los ciudadanos veían algunos con horror el cielo en una mezcla de blanco, naranja y rojo, otros abrazaban a sus familias pensando que era el juicio final, otros más fanáticos gritaban que el momento de la liberación había llegado, sea lo que fuese, ninguno en Neptuno había presenciado el horror que los sobrevivientes a la batalla habían presenciado.
El aire en la cabina tenía una mezcla de metal y ozono, la energía del Calibarn pulsaba por las paredes de la máquina en un latido que lentamente se iba apagando. Las pantallas holográficas parpadeaban con reportes de daños y coordenadas de aliados cercanos, Solaris buscaba a alguien en particular, a Marte, no paso mucho tiempo hasta que en las pantallas un punto rojo parpadeara constantemente, el Prometheon no estaba lejos de su posición, sin pensarlo Solaris activo los propulsores para ir a las coordenadas a toda velocidad, no había tiempo que perder.
Mientras el Calibarn avanzaba Solaris veía como las naves de Neptuno recuperaban la energía y sus naves volvían a operar, Mobles Suits se reactivaron y los pilotos volvían a tener control sobre sus unidades y estos regresaban a sus naves principales a reportar. En medio de los escombros de la batalla yacía el Prometheon, destrozado, Solaris avanzo hacia ella a toda velocidad y sostuvo los restos del Prometeon con sus brazos gigantes. En la cabina de Marte, las sirenas seguían sonando y fueron interrumpidas de manera abrupta cuando la cabina del piloto fue arrancada por el Calibarn, inmediatamente la cabina del Calibarn se abrió para dejar entrar el cuerpo de Marte a donde se encontraba solaris.
Solaris tomo a Marte en sus brazos y se inclinó hacia ella para comprobar su estado —… Vargra — comento en un susurro llamando a Marte por su verdadero nombre mientras sentía las pulsaciones de Marte. Marte lentamente abrió los ojos y lo primero que vio fue a Solaris —Ah… señora Solaris, no pude prever que salieran más…—. Las palabras se cortaron en jadeos dolorosos mientras sus pupilas perdían brillo segundo a segundo.
A Solaris se le hizo un nudo en la garganta y apretó a marte contra sí. —Lo hiciste bien, Vargra. Lo hiciste bien —, dijo de manera suave y cargado de emoción.
Para Marte escuchar su nombre marciano de la boca de su señora le arrancó una risa débil el cual se apreció más a un sonido roto antes de que la cabeza se le venciera hacia un lado.
—Señora Solaris… puedo irme en paz…— susurró, mientras sus ojos se comenzaban a apagar.
El Calibarn comenzó su descenso hacia Neptuno a toda velocidad atravesando la atmósfera con un rugido que rasgó el cielo, su propia entrada hizo temblar la estructura del Calibarn y el gundarium blanco brilló incandescente contra la gravedad del planeta. —No vas a morir, Vargra, hoy no — dijo Solaris con determinación mientras que el Calibarn se lanzó en picada y el viento aulló alrededor como un coro salvaje. El impacto contra una avenida de Nerythys fue tan fuerte que algunos edificios rompieron sus lunas y abrió un cráter en el mármol azulado, el polvo y escombros se elevaron en una nube densa que por un momento oscureció el aire. Solaris arrodilló al Calibarn y abrió su cabina para descender cargando a Marte en sus brazos.
Marte agonizaba, su cuerpo cubierto de sangre respiraba con esfuerzo, un tramo de metal le atravesaba el abdomen y el brazo derecho, su traje de piloto estaba hecho jirones y la sangre formaba charcos oscuros en el fondo del piso. Solaris apoyó la mano en su pecho y un pulso de Permet la recorrió como su fuera un pulso eléctrico de un desfibrilador, el impacto fue inmediato y Marte abrió los ojos de inmediato, desorientada, el golpe eléctrico la hizo gritar de inmediato, el alarido desgarró la calle y el impacto directo la sacó de la somnolencia empujándola a un shock agudo y doloroso. Sus ojos, antes opacos, comenzaron a tomar color sus pupilas se dilataron en un punto muy pequeño, su visión era roja y comenzó a Gruñir como una loba salvaje.
Con cuidado, Solaris la levantó y, usando sus manos mirando el estado de Marte, sus heridas eran graves, la más peligrosa era una viga que atravesaba su abdomen, necesitaba sacarla y sellar su herida lo más rápido posible, sin embargo, ella no podía curar de tal manera, necesitaba a su esposa, mediante el permet se comunicó con Lunaria telepáticamente —Mi luna… te necesito aquí, Vargra nos necesita —. Lunaria quien había escuchado la comunicación de Solaris dejo al cuidado de Ericht a Thalyssara y salió del refugio en dirección a donde se encontraban Marte y solaris, corrió hacia ellas como nunca lo había hecho su vestido lunar perlado se arrastraba en el suelo, pero no le importo. A lo lejos ella pudo divisar a ambas mujeres se acercó a ellas y le bastó una mirada para poder entender lo que estaba sucediendo sabía que tenían que actuar rápido y ella tenía que darlo todo. En menos de un segundo, Solaris arrancó el fierro del dorso de Marte, el metal salió con un sonido húmedo y un chorro de sangre que salpicó el suelo y en la túnica blanca de solaris, el grito fue desgarrador, como un aullido, Marte convulsionó, mostró las garras por instinto y su mirada se le volvió completamente salvaje, era un animal herido al borde de la muerte, llevado por el instinto con una furia primal.
Solaris tuvo que inmovilizarla con otro pulso de Permet elevando su control sobre el mismo evocando líneas rojas rodearon a Marte y la contuvieron, el cuerpo de Marto tembló bajo la presión invisible mientras la sangre no dejaba de salir. Lunaria no podía perder más tiempo y de la misma manera que Solaris elevo su control del Permet al máximo, su cuerpo se iluminó de verde con las líneas del Permet los cuales cubrieron sus manos con un brillo fosforescente que cortó la noche neptuniana.
El efecto no se hizo esperar y el Permet comenzó a curar a Marte, el verde fluyó como río de luz y selló las heridas, regeneró parches de piel en el abdomen, brazo, y detuvo la hemorragia en un acto que rozó lo milagroso. Entre la rabia el cansancio en Marte fue cobrando más poder dejándola lentamente adormitada hasta que de un momento a otro Marte se durmió, su respiración se estabilizó hasta caer en un ritmo constante, aunque frágil, con cicatrices visibles bajo la luz tenue.
Agotada, Lunaria se desplomó cuando la última herida del cuerpo de Marte fue curada, su cuerpo temblaba como si el Permet la hubiese dejado vacía. Solaris la sostuvo al vuelo y la recogió contra su pecho, sus manos fuertes la envolvieron con cuidado, mientras el zumbido del Permet todavía vibraba en el aire. No paso mucho tiempo para que soldados y médicos neptunianos llegaron al punto donde el Calibarn había aterrizado, a paso vivo sus botas resonaron sobre el pavimento agrietado hasta llegar donde Solaris, Lunaria y Marte se encontraban.
Los soldados miraron a Solaris y demás, entendieron rápidamente la situación dando pase a los médicos quienes tendieron una camilla en el lugar donde Marte se encontraba, trabajaron con rapidez colocándole unos soportes para atarla a la camilla y conectándole una via con un suero estabilizante. — Su Excelencia Ephore, llevaremos a la herida al hospital central— anunció un médico con voz respetuosa y urgente, solaris afirmo con la cabeza y el equipo médico se la llevó, a lo lejos comenzaron a oírse sirenas de ambulancia en un eco que se perdió en la ciudad.
Aún en brazos de Solaris, Lunaria fue recobrando el aliento su respiración se le hizo más pareja y las manos le temblaron contra el pecho de su esposa. —No pude curarla del todo mi sol… sus heridas estaban en un punto crítico…—murmuró, débil, aun con el cansancio dibujado en cada sílaba, levanto la mirada y buscó los ojos de Solaris con culpa y alivio mezclados.
Solaris la apretó contra sí con un abrazo firme y cálido. — Lo sé, mi luna… lo sé— dijo en una voz baja la cual estaba cargada de emoción, alzó la vista al Prometheon quien descansaba en los brazos del Calibarn, destrozado, parecía un guardián herido. Sin embargo, no era lo único roto, allá arriba, en el espacio, miles de soldados tanto aliados y enemigos habían muerto y sus restos ya formaban parte del espacio, el equipo de reconocimiento de la flota neptuniana iniciaba trabajos de rescate y recolección de cuerpo, algunos tenían la suerte de seguir vivos, otros, yacían flotando en el vacío del espacio. Los más trágicos e irrecuperables eran los de la Flota de Dominicus, quienes en un recordatorio de la crueldad de la guerra permanecían fundidos en un asteroide artificial que orbitaba Neptuno. La nueva luna brillaba tenue, superficie irregular que devolvía la luz de las estrellas, las cuales eran un testigo mudo de la furia de Solaris y del sacrificio de Marte.
La Fortaleza Inquisitorial de Aetherion, enclavada en la órbita opuesta de Titan y cerca de Saturno, se erguía como una herida en el espacio en una estructura cilíndrica de acero gris y negro que giraba lentamente bajo el resplandor anaranjado de los anillos del planeta. Su superficie estaba salpicada de torres con cañones de plasma que emitían un brillo gélido, rodeada por un perímetro de escudos de plasma que vibraban a 2.5 terahertz, mientras nodos de energía parpadeaban como ojos atentos.
Dentro de la fortaleza perderse era muy fácil, todo era un laberinto de pasillos oscuros los cuales se iluminaban con luces rojas intermitentes daban una sensación de claustrofobia, las paredes metálicas resonaban con el eco de maquinaria pesada y el zumbido opresivo de los sistemas de supresión generaban un mal cuerpo en los trabajadores menos acostumbrados. El aire olía a metal quemado y a químicos acres, un hedor que se pegaba a las paredes y se colaba por las rejillas de ventilación.
En las entrañas de la base, las celdas de reclusión albergaban a prisioneros políticos y desertores era el lugar perfecto a diferencia de Marte debido a que en ese planeta las revueltas y los conflictos eran casi tan seguidos que los milicianos rebeldes usaban instalaciones de UNISOL como objetivos suicidas para poder destruirlas, llevar a los prisioneros políticos e importantes a esas celdas no solo garantizaba su seguridad, sino también su control absoluto ya que Saturno estaba completamente bajo el control de UNISOL.
En el corazón de esta prisión, Guel Jeturk, en sus 17 años, estaba encadenado en una celda húmeda, con el uniforme hecho jirones y el rostro marcado por golpes recientes, lo particular de estas celdas era que garantizaban la seguridad de sus prisioneros, sin embargo, no eran celdas de oro, esta prisión era una de las más duras, que no soportaba quejas de sus prisioneros y los guardias no temían en golpearlos o someterlos para que puedan abandonar sus ideas radicales. Sus ojos verdes, llenos de miedo y rebeldía, escudriñaban la penumbra, mientras el sonido de gotas de agua chocando contra el suelo rompían el silencio de su celda. Habían acabado con mi familia, mi legado como piloto… todo, pensó, con la amargura y tristeza quemándole el pecho, todo por lo que el había querido luchar y formar parte cuando estudiaba en Asticassia había sido destruido de un momento a otro cuando lo capturaron tras una acusación de traición al imperio por incriminar a una bruja, dejando su nombre deshonrado y su legado en juego. Las cadenas que lo ataban al muro rechinaban con cada movimiento y el metal frío cortaba su piel. El zumbido de los conductos de ventilación lo mantenía despierto, débil y su conexión con el exterior era nula, estaba solo y destrozado.
A miles de kilómetros del centro del sistema solar, en el Vacío Exterior más allá de Eris, la base secreta de Ochs bullía con una actividad frenética. Las niñas de Uroboros, Ardeline “Ares” Vorst (Uroboros-03), Ceryne “Cronia” Halvast (Uroboros-07) y Nivara “Nyx” Dravelle (Uroboros-11), se preparaban en la sala de lanzamiento, el aire se encontraba cargado de un olor a lubricantes y ozono, el rugido de los motores de sus Gundams llenaba el espacio con un rugir que anunciaba a unas bestias sedientas de sangre. Ardeline, de 14 años, ajustaba su guantelete en su cabina, su cabello corto y negro era infantil pero su rostro endurecido no hacia dudar que tras esos ojos infantiles había un sadismo que exclamaba ser liberado. Ceryne, de 15 años, revisaba los controles de su unidad, su trenza castaña caía sobre su hombro, tenía los ojos fijos en el vacío con una concentración silenciosa, era la más misteriosa de las tres. Nivara, de 13 años, permanecía quieta en la cabina del piloto, su cabello plateado brillaba bajo la luz, su piel era tan pálida que de por si emanaba un frío que condensaba el aire a su alrededor.
Las catapultas de lanzamiento comenzaron a vibrar con energía, y las sirenas de la base sonaron en un aullido grave que marcaba el inicio de la misión, retumbando en las paredes de acero.
Desde una plataforma elevada, Elnora Samaya observaba a las tres niñas, su máscara blanca reflejaba las luces rojas del hangar de lanzamiento. — Unidades Uroboros-03, Uroboros-07 y Uroboros-11, su misión es la Fortaleza Inquisitorial de Aetherion. Saboteen los generadores principales, desactiven las defensas y recuperen datos militares. Mantengan sigilo total hasta entrar, después, destruyan todo. No me decepcionen —, ordenó Elnora fría, sin sentimientos era una orden que si bien la podía haber dado una maquina autónoma lo había hecho un ser humano. En las cabinas de piloto las niñas asentían en silencio. Las catapultas rugieron, lanzando los Gundams al vacío. El Jörmungandr de Ardeline, robusto como un ariete de guerra salio disparado cortando el espacio con su cañón de partículas listo. El Fenrir de Ceryne, ágil y armado con espadas de plasma, se movía con precisión gravitacional y el Níðhöggr de Nivara, pequeño y letal, desplegó sus propulsores para alcanzar a las demás, los tres Gundams se aferraron a las donas de propulsión, una vez acopladas, los motores de vacío rugieron y las tres unidades saltaron al vacío, dejando la base atrás, lejos, muy lejos del sistema solar.
El viaje fue corto, unas dos horas en el vacío y las unidades aparecieron en la orbita de saturno, para su sorpresa, había pocas unidades de Dominicus patrullando cosa que deprimió a Ares ya que ella quería armar un alboroto destruyendo naves y pilotos inquisitoriales. Fue sencillo para las tres esquivar a las naves de Dominicus, sin embargo, al acercarse a Aetherion, las torres de cañones las detectaron y dispararon rayos de plasma los cuales iluminaron el vacío. Las defensas de la fortaleza no fueron un reto para las niñas quienes esquivaron con destreza todos los ataques disparados hacia ellas. Ardeline fue la primera en irrumpir, su Jörmungandr embistiendo una torre defensiva, luego del impacto el cañón del Jörmungandr disparo un rayo que vaporizó el metal en un estallido de chispas y humo. — Vamos a hacerlos pedazos! —, rugió por el comunicador en una exclamación infantil, cargando contra otro cañón, arrancándolo con las manos blindadas del Gundam, el crujido del metal resono en el espacio. Ceryne manipuló la gravedad, creando un pozo de 0.5 G que colapsó una sección de escudos, sus espadas de plasma cortaron los cables energéticos en un zumbido agudo mezclado con los gritos de los técnicos quienes se encontraban en la sala de control. Nivara avanzó en silencio, su Níðhöggr emitiendo un pulso de energía oscura a -20°C, congelando sensores y desactivando defensas secundarias evitando que una señal de SOS sea enviada a las flotas de Dominicus quienes seguían orbitando ajenos a los eventos que ocurrían en la fortaleza. Los drones serpentinos del Níðhöggr se dispersaron desde el Gundam infiltrandose por las rendijas, electrocutando sistemas de comunicación interna.
Dentro de la base, el caos estalló. Ardeline irrumpió en las celdas de reclusión derribando las puertas de acero con un golpe brutal, el metal no resistía los golpes retorciéndose como papel, las celdas eran grandes debido a la cantidad de prisioneros que yacían en ese lugar, por lo cual un Mobile Suit podía caber sin problemas. Los prisioneros, demacrados, gritaron al Gundam irrumpir en el lugar, algunos suplicaban libertad, otros se paralizaron de miedo. Con un rugido, Ardeline activó su lanzallamas integrado en uno de los brazos del Jörmungandr y un chorro de fuego naranja comenzó a barrer las celdas. Los alaridos de dolor y desesperación llenaron el ambiente, un coro desgarrador mientras las llamas consumían carne y hueso, el olor a piel quemada se mezcló con el humo negro que salía de las celdas. Algunos reclusos intentaron huir golpeando los barrotes de sus celdas con desesperación en un intento inútil de romper las barras, pero sus cuerpos fueron alcanzados por llamas, los reclusos corrieron en círculos en desesperación para poder apagar el fuego antes de desplomarse en el suelo con su piel burbujeando y deshaciéndose, dejando charcos de sangre y cenizas. Ardeline comenzó a reír con el altavoz activado amplificando el horror en el ambiente, lo estaba disfrutando — Quemense pollitos, quémense, el olor de la carne asada siempre abre mi apetito. —
Ceryne avanzó hacia el núcleo de generadores con su Fenrir cortando soldados inquisitoriales quienes habían subido a sus mobiles suits al ver la destrucción interna, estaban incomunicados sí, pero los que habían podido escuchar internamente las explosiones se dirigieron piloteando sus unidades para repelear a los invasores, sin embargo, su esfuerzo fue en vano, las espadas de plasma del Fenrir cortaba las unidades como si fueran de papel y sus cuerpos yacían partidos en dos antes de explotar, la sangre de los pilotos quedo flotando en microgotas bajo la gravedad de la fortaleza que había sido reducida a cero. Un técnico intentó reparar el sistema de comunicación para poder alertar a las flotas cercanas, pero Ceryne lo aplastó con un pulso gravitacional haciendo que su cráneo estallara contra el suelo con un sonido húmedo que resonó en los pasillos.
Nivara, con su Níðhöggr, congeló un equipo de defensa y sus drones serpentinos perforando los circuitos y sistemas de sostenibilidad de la fortaleza, la estructura comenzó a colapsar y su núcleo ya no podía mantenerse estable.
Ardeline llegó a la celda de Guel con su Jörmungandr abriendo la puerta con un golpe que hizo temblar las paredes. Guel, encadenado y golpeado, alzó la mirada y sus ojos verdes conocieron el terror, en Asticassia había enfrentado miles de duelos con distintos Mobiles Suits, estaba invicto en la academia, sin embargo, todos los duelos no eran a muerte, Guel nunca había tenido un combate real, por lo tanto, nunca se había visto cara a cara contra un enemigo, contra la muerte misma. — ¡Por favor, no me mates! ¡Soy Guel Jeturk, no hice nada para merecer estar aquí! ¡Déjame vivir! — suplicó, quebrado horrorizado, sus cadenas rechinaron mientras intentaba retroceder mientras su cuerpo temblaba del puro instinto.
A Ardeline poco le importaban las suplicas, ella ya había oído ese discurso alzo la mano de su Jörmungandr donde se encontraba el lanzallamas, pero antes de que pudiera disparar la voz de Elnora cortó sus acciones por el comunicador. — Para, Uroboros-03 Ese chico es valioso. Captúralo y tráelo a la base. No lo lastimes— ordenó, con tono frío pero firme, el zumbido de la transmisión llenando el aire.
Ardeline gruñó, pero obedeció, arrancando las cadenas de Guel con las manos del Gundam, el metal se partió con un chasquido y Guel cayó al suelo, sollozando, mientras lo levantaban y aseguraba dentro de la cabina del piloto, Guel dentro del Jörmungandr se percató que su piloto era una niña, su verdugo que le había perdonado la vida era una niña, la cual volteo la mirada hacia él y con una mirada gélida le dijo —quédate quieto y no toques nada, o te voy a arrancar las piernas. — Guel se abrazó a sí mismo en un rincón mientras Ardeline prosiguió con su labor quemando al resto de prisioneros emitiendo una risa maniaca, Guel se tapó los oídos y cerró los ojos, escuchando el sonido de los gritos de los prisioneros y la risa maniaca de una niña que piloteaba una máquina del terror, sonidos que lo acompañarían hasta el día de su muerte.
Las niñas continuaron la destrucción, el Jörmungandr continúo derribando paredes, el Fenrir colapsando pasillos con gravedad, y el Níðhöggr congelando sistemas vitales. Las explosiones resonaron y el núcleo de generadores estalló en una bola de fuego. Nivara aseguró los datos militares en discos de memoria. Con Aetherion inutilizada, las niñas salieron de la fortaleza alejándose de ella, mientras veían como las flotas de dominicus se acercaban a la base viendo como esta explotaba, ya en las donas de transporte activaron sus sistemas de salto al vacío y los tres los Gundams saltaron viendo como el espacio se distorsionaba tras ellas. Con un destello cegador, las tres desaparecieron dejando tras de sí una base en ruinas, un cementerio de metal y carne, el silencio del espacio reclamando los restos.
El desierto rojizo de Marte se extendía bajo un cielo polvoriento, teñido de un naranja tenue que con el sol lejano proyectaba sombras largas y difusas sobre dunas de arena endurecida que crujían bajo el viento seco. El aire llevaba un olor terroso mezclado con el zumbido sutil de las maquinas mineras las cuales emitían un pulso que latía bajo la superficie del planeta al momento de minar el mineral que se extraía de ahí la cristalita.
En una humilde casa de adobe en las afueras de una colonia minera, Vargra Hrothild despertó como bruja a una edad temprana, algo raro entre los marcianos ya que su población no era propensa a despertares del Permet a una edad temprana, la cultura había moldeado su vida desde el principio. Los marcianos, similares a los terranos, prometían alcanzar los 1.85 metros, con una piel rojiza que reflejaba la adaptación al ambiente árido. A medida que los humanos se alejaban del sol, los cuerpos cambiaban para sobrevivir, existían diferentes mutaciones, pieles azuladas, orejas alargadas, extremidades adaptadas. Sin embargo, Vargra, tocada por el Permet de forma única, evolucionó de forma especial, desarrollando una afinidad lupina que crecía con los años, convirtiéndola en algo más que humana.
Sus uñas se curvaron en garras gruesas y afiladas como navajas, sus dientes se alargaron en colmillos capaces de triturar hueso, y sus ojos se volvieron de un color amarillos perforaban la oscuridad con una claridad sobrenatural muy diferentes a los amarillos característicos de los Saturnianos, los suyos eran más ocre, salvajes. Su olfato también mejoro, lo que le permitió captar olores y rastrear presas como una loba salvaje. A los 7 años una cola espesa y peluda brotó de su columna, junto con unas orejas puntiagudas que sobresalían de su cabeza perdiendo sus orejas originales las cuales un día como cualquier otro cayeron al piso y en el lugar donde estaban estas solo quedo una piel lisa, sin agujeros. Sus padres intentaron esconderla del público, de los vecinos, de los amigos y hasta de los mismos familiares cercanos, su cambio era radical y cuando no tenían más opción que salir sus padres la vestían con ropa holgada y sombreros, su vestimenta era holgada y vistosa, sospechosa para la mayoría y sus padres lo sabían y rogaban temerosos que las consecuencias no fueran tan malas.
Las visitas de los inquisidores de Dominicus se hicieron frecuentes debido a las quejas de los vecinos si bien la niña no les había hecho algo, los mismos vecinos temían que el propio UNISOL tomara represalias contra su planeta, al igual que lo hicieron con Mercurio. En cada visita, las botas de los inquisidores retumbaban en el suelo de adobe mientras que sus preguntas cortantes y miradas desconfiadas cargaban el aire de tensión, cada palabra era un anuncio de peligro inminente que se acercaba.
Un día tras una nueva visita de los inquisidores, la tensión estalló. Un inquisidor agarró a la madre de Vargra, sacudiéndola con violencia mientras su rostro crispado por la frustración le hacía perder el control empujando a la mujer contra la pared, el golpe fue tan seco que resonó en la sala contigua. El segundo Inquisidor derribó al padre, aplastándolo con una bota en la espalda, el crujido de sus costillas fue audible mientras lo inmovilizaban, su grito de dolor fue cortado por un golpe en la cabeza. —¡Hablen, o los llevamos a todos! —, gritó uno de los inquisidores ya en un estado eufórico escupiendo amenazas de ejecución y experimentación.
Tales eventos no fueron ajenos a la vista de la pequeña Vargra, quien a sus tiernos 7 años despertó por primera vez su instinto lupino emergiendo como una bestia liberada. Tenía que salvar a sus padres, eso era lo único que importaba y recordaba ya que su cuerpo se movió por puro instinto, ajena al control natural de Vargra el Permet la consumió. Los Inquisidores no tuvieron oportunidad alguna los destrozó a cada uno en un frenesí salvaje, convirtiendo la sala en un matadero. Las vísceras de sus cuerpos explotaron y se esparcieron como trofeos rotos, mientras brazos y piernas colgaban de las paredes de adobe, arrancados con un sonido húmedo que resonó en el ambiente de la sala. Charcos de sangre espesa se extendieron por el suelo, filtrándose en las grietas y pedazos de cráneos aplastados yacían entre los restos, el crujido de los huesos resonaba aun con cada zarpazo que Vargra daba. Sus garras rasgaron la carne con un sonido desgarrador y sus colmillos arrancaron gargantas con un chasquido óseo haciendo que la sangre salpicara su rostro infantil, mientras sus padres la miraban, transformada en sus ojos en una bestia peligrosa.
En un error fatal, su padre, aterrado por la criatura en que se había convertido su hija, tomó un arma inquisitorial del suelo y con sus manos temblando levanto el arma apuntando al ser en que se había convertido su hija. Disparó y falló, el proyectil se incrusto en la pared con un estallido seco pasando muy cerca de la oreja lupina de Vargra. Ella, aun con el instinto controlándola, se lanzó sobre él y sus garras desgarraron su pecho en un arco de sangre que salpicó el techo, el sonido de la carne rasgada lleno la habitación. Su madre gritó, en un alarido que cortó el aire, e intentó detenerla, pero Marte la derribó, sus colmillos se cerraron en su cuello, arrancándole la cabeza con un crujido nauseabundo. El cuerpo tembló en el suelo y la sangre formo un lago rojo que impregnó el aire de un olor metálico.
Cuando las autoridades de Marte y el SOVREM llegaron se encontraron un espectáculo de horror, los cuerpos mutilados de los inquisidores y los habitantes del hogar estaban repartidos por toda la habitación, vísceras rotas, cráneos aplastados como cáscaras, y la cabeza de una mujer en un rincón con sus ojos abiertos en terror eterno. Sin embargo, no había rastros de la niña la cual los Inquisidores habían venido a buscar, Vargra había desaparecido y su rastro se había perdido en las dunas, mientras ella corría por su vida, llorando, dejando atrás lo que ella había conocido como hogar, destruido por sus propias manos.
Cuando Vargra despertó de su trance evocado por su instinto sintió el peso de sus actos como una losa, había matado a su familia, bajo la mirada hacia sus manos y comenzó a temblar, la sangre aún goteaba de sus garras, tenía que huir, había matado y ella aun con sus prontos 7 años sabía que no había marcha atrás. Se convirtió en una loba solitaria, huyendo por los desiertos de Marte, cazando presas con sus sentidos agudizados, sus orejas captaban el menor sonido y su nariz lograba distinguir los rastros de vida de sus presas. Con los años, se volvió más fuerte, su cola azotaba el aire mientras cazaba en la noche y su radiación se manifestó como un halo rojo que quemaba la arena. A los 15 años, enfrentó a los Demonios Carmesí, la resistencia marciana, en una batalla que dejó el suelo cubierto de sus cuerpos destrozados. Sus garras arrancaron extremidades con sonidos húmedos y su radiación quemó piel hasta dejar jirones negros, sin embargo, fue noqueada por armas pesadas, Vargra era fuerte si y podía contra varias personas, pero en su arrogancia no se dio cuenta que por más fuerte que fuera ella, sola no podía enfrentar a un grupo tan grande, su cuerpo colapso en la arena tras el impacto dejándola inconsciente en la fría arena. Los Demonios carmesí, impresionados por la fuerza de la muchacha debatieron si era una bruja o no, lo fuera o no, la vieron como una máquina de matar y decidieron venderla como esclava en Urano donde la esclavitud era legal y muy remunerada, la encerraron en una jaula de hormigón reforzado, atada con cadenas que mordían su piel y un bozal oprimiendo su mandíbula.
Vargra despertó encerrada en lo que para ella parecía ser un transporte espacial y su instinto estalló de nuevo, dentro de ella sabía que si se quedaba iba a morir, internamente escucho el rugir de un lobo poseyéndola. Una explosión de radiación partió la jaula en dos, las cadenas se volvieron tan frágiles bajo el Permet que parecían cuerdas mal atadas y sin esfuerzo cayeron al suelo. Los soldados cercanos murieron brutalmente, algunos despedazados por sus garras, sus gritos cortados por el sonido de carne rasgada y otros colapsaron por la radiación con sus pulmones quemados y la piel burbujeando mientras caían, la sangre comenzó a esparcirse por la nave, dejando un cementerio flotante de cuerpos mutilados. Los sistemas de la nave terminaron fritos debido a la radiación, el sistema de navegación exploto y los motores dejaron de funcionar dejando la nave a la deriva en el frío del espacio junto con los restos de decenas de tripulantes y una loba furiosa en busca de más presas. Durante tres días, Vargra se alimentó de los cadáveres en la nave, arrancando su carne con sus colmillos, el sabor era metálico y no era su favorito, pero tenía abre y tenía que de alguna manera sobrevivir con cada mordisco el sonido de la carne se mezclaba con el olor a descomposición el cual impregnaba el aire.
Al cuarto día el transporte que había salido marte y quedado a la deriva había terminado en la órbita de Júpiter, lo cual ocasiono a que una nave jupiteriana saliera en su encuentro a modo de exploración ya que al tener los sistemas de comunicación quemados el transporte en el cual se encontraba Vargra no podía responder a los interminables mensajes que eran enviados por Júpiter, la nave de reconocimiento la capturó con un agarre magnético al estar cerca de ella, formando un puente que atravesó la pared metálica del transporte. Los soldados armados abordaron el transporte y se encontraron ante un horror que nunca en sus vidas habían apreciado, como era de esperarse todos vomitaron ante la carnicería, sus arcadas resonando en el espacio cerrado alertando su llegada y por supuesto, a una loba que no había salido de su instinto cazador. Vargra se lanzó hacia ellos corriendo desde el otro extremo de la nave, los soldados al escuchar los marcados pasos de un correteo dentro de la nave se pusieron en guardia apuntando sus armas, a lo lejos vieron una criatura acercándose hacia ellos, Intentaron alertarla —¡Deténgase o abrimos fuego, esta es la única advertencia! —, pero Vargra no hizo caso, sin dudarlo se abalanzó hacia ellos para reclamar sus nuevas presas, sin embargo y ante su sorpresa y la de los soldados, Vargra quedo suspendida en el aire, sin poder moverse, era como si la hubieran congelado en ese mismo punto, del puente que conectaba las dos naves emergio una niña de cabello blanco y ojos plomizos era pequeña y frágil, de la nada ella pronuncio traspasando a los soldados y acercándose a la bestia. —Te encontré— su voz era suave un contraste opuesto a el caos que había causado Vargra, sin pensarlo mucho, la niña lanzo a Vargra contra una pared, el metal haciéndolo crujir bajo el impacto, el dolor atravesó a Vargra de manera instantánea, sin embargo, ella volvió a atacar enfocando sus ataques en su nueva presa, la niña, pero esta danzaba con gracia deteniendo a Vargra en el aire lanzándola por distintos puntos del transporte, como si el espacio le obedeciera. Tras un forcejeo agotador, la niña la logro someter. — Tranquila, ya te he encontrado—, susurró, mientras Vargra colapsaba, perdiendo el conocimiento ante la presión que la niña sometía en ella.
Vargra despertó en Júpiter, un planeta de albinos con ojos plomizos y cabello plateado, la luz dorada y blanca del lugar la desorientaba. Su instinto se volvió a activar, gruñendo y tratando de escapar, pero la niña la detuvo nuevamente en el aire. —¿Te sientes mejor? —, preguntó de manera suave. Vargra, más loba que humana, respondió con gruñidos y ladridos, sus ojos amarillos brillaban con desconfianza. —¿Puedes hablar? ¿O no sabes? —, insistió la niña, inclinando la cabeza en una curiosidad verdadera. Vargra gruñó y el aire vibrando con su hostilidad. —¿Entiendes lo que digo? —, continuó, y Vargra la miró, sus colmillos eran visibles en un gruñido letal.
— Veo que sí… No te soltaré por mi seguridad, pero no te haré daño, ¿entendido? —, dijo la niña, en un tono autoritario. Vargra la observó, como un lobo a un conejo, calculando un ataque. — Aquí nadie quiere hacerte daño. Estás en Júpiter, donde las reglas de UNISOL no aplican—, explicó. — Me llamo Junielle, pero me dicen Júpiter. Soy una bruja, como tú… Marte —, reveló. ¿Una bruja como yo?, pensó Vargra, sorprendida. La ira estalló, su radiación comenzó a quemar el aire, el suelo se agrieto y Júpiter aplaudió hacia adelante en dirección a Vargra, una fuerza la aplastó, noqueándola sin perder el conocimiento, tosiendo sangre que salpicó el suelo blanco.
—No somos tus enemigos—, susurró Júpiter, liberando la gravedad del cuerpo de Vargra. Ella sintiendo que la presión en su cuerpo se normalizaba no perdió el tiempo y se abalanzó hacia Júpiter, pero fue detenida de nuevo. —A ver si empezamos otra vez—, dijo Júpiter con su risa ligera abriendo un atisbo de esperanza en la furia de Vargra.
Años después, a los 22, Vargra ahora conocida como Marte hablaba con palabras que sonaban más como ladridos, un eco de su naturaleza lupina. Júpiter, ahora de 14, la guio, enseñándole sobre el Permet y Solaris, la diosa solar que prometía libertad. ¿Más fuerte que Júpiter? Imposible, pensó Marte, admirando ahora la promesa de esa figura de guerra que vendría a guiarlas hacia un mejor futuro.
Tras la batalla orbital contra Dominicus, Marte despertó en el ala médica de Nerythys, el dolor de sus heridas continuaba latiendo bajo los vendajes. Sus recuerdos eran vagos, confusos, El Prometheon destrozado, el fierro atravesándome… ¿morí?, pensó y la desesperación la inundo, ¿la habían capturado?, un rugido brotó de su garganta, resonando en la sala, seguido de un aullido que cortó el silencio. Arrancó los tubos y la sangre que goteaba de una bolsa conectada a su cuerpo mancho las sábanas de su cama. Se puso de pie, tambaleándose y sus garras rasgando el aire, su radiación comenzó a quemar el entorno en un instinto de escapar del lugar, Marte después de años, volvía a perderse en su instinto controlada por alguien más, su Arcano Lykanthros, era el que siempre la controlaba cuando su instinto despertaba, sin que ella lo supiera.
La puerta se abrió con un estruendo, y dos médicos neptunianos entraron alertados por los sistemas de vigilancia vital que estaban conectados al cuerpo de marte, con jeringas en sus manos temblorosas exclamaron. —¡Calma, estás a salvo! —, pero Marte al estar en un estado de instinto y ver las jeringas las confundió con armas y se lanzó hacia ellos derribando al primero arrancándole el brazo con un sonido húmedo, la sangre salpico las paredes en un grito ahogado del pobre médico. El segundo huyó, gritando, mientras Marte destrozaba los equipos médicos y los monitores los cuales explotaban en chispas. Las alarmas sonaron en todo el hospital, atrayendo guardias de seguridad cuyos pasos resonaban en el mármol.
Marte irrumpió en el corredor, derribando camillas que chocaban contra las paredes, rompiendo ventanas en una lluvia de cristales. Su radiación quemaba el aire, dejando marcas negras en las paredes. Un guardia en esperanza de dormir a la loba disparó dardos tranquilizantes, pero estos se derritieron ante su campo de radiación. Lo ocasiono a que Marte reaccionará aplastándolo contra la pared, su cráneo estallo de manera instantánea y la sangre comenzó a deslizarse como un río oscuro. Los otros guardias dispararon rayos de energía en un modo de defenderse de la criatura que se había vuelto una amenaza, pero cada rayo rebotaba en su campo, disipándose en chispas. Los guardias cambiaron sus rifles Gauss al modo munición y disparos de calibre salieron disparados hacia marte, estos que estaban reforzados en plomo lograron traspasar el campo de marte hiriéndola en ciertas partes del cuerpo, Marte al sentir los impactos estallo en ira y se abalanzo hacia ellos, los destrozó, sus garras cortaron cuellos, sus colmillos arrancaron sus vértebras y el hospital se convirtió en un infierno de sangre y escombros, su radiación lo consumía todo, en un eco de su infancia perdida como cazadora solitaria.
Las alarmas estallaron en el corazón de Nerythys, en un aullido agudo que cortó la noche, resonando entre los edificios de cristal azul y mármol azulado como un grito de guerra. El sonido era amplificado por altavoces escondidos en las esquinas los cuales llenaba el aire con una urgencia frenética. La policía local, con sus uniformes azules brillando bajo las farolas, evacuó a civiles y trabajadores cerca del hospital central, sus voces autoritarias resonaban entre la multitud mientras formaban una barrera improvisada alrededor de una manzana. Las barreras de energía azul crepitaban, marcando un perímetro de seguridad con el chisporroteo de los equipos mezclándose con los murmullos de los curiosos que miraban desde lejos con sus rostros iluminados por las llamas que brotaban del hospital.
En el centro del perímetro se había formado una central de operaciones móvil, en un vehículo blindado plateado, sus pantallas holográficas mostraban imágenes caóticas del hospital, pasillos destrozados, cuerpos mutilados, sangre esparcida y humo gris oscureciendo las lentes. El inspector Sa’ker Val Domaher, de piel azulada y orejas alargadas, lideraba la operación relámpago, su rostro reflejaba determinación y horror. Al ver las grabaciones, una náusea lo golpeó, vomitando en el suelo, el sonido húmedo resonó en la central. —Por la reina Thalyssara… ¿qué monstruosidad es esta? —, murmuró, limpiándose la boca aun con sus ojos fijos en las vísceras rotas y los cuerpos cercenados con la sangre formando charcos oscuros contra el mármol blanco.
Sa’ker activó su comunicador, su voz se mantuvo firme pese al shock y anuncio. —Grupos Alfa, Epsilon y Gama, avancen. Cacemos a la bestia —, ordenó, mientras los escuadrones se movilizaban, sus botas retumbando en el pavimento. Sobrevivimos a Dominicus, y ahora esto, pensó, incrédulo. —Armas en modo aturdir; si no funciona, usen fuerza letal—, añadió, ajustando su casco, el zumbido de los rifles Gauss C-24 lleno el aire. Los escuadrones avanzaron hacia la entrada del hospital, armas en alto alertas, el silencio solo era roto por el crujido de sus pasos y el crepitar de las llamas en las ventanas rotas. El humo se elevaba en columnas densas y el hedor a carne chamuscada impregnando todo.
Un rugido animal rasgó la noche, gutural y profundo, como un eco de pesadilla, acelerando los corazones de los soldados. Un guardia, preso del miedo, disparó a una sombra que se movió en la penumbra, el rayo paralizador silbó antes de disiparse sin efecto. La figura se desplazó más rápido que un humano, un borrón que desconcertó a los escuadrones. Otro gruñido resonó desde otra dirección y el eco reboto en las paredes, el pánico se extendió. ¿Vamos a morir?, pensó un soldado, temblando. —¡A la mierda! —, gritó otro, rompiendo la formación y corriendo hacia la oscuridad. Error fatal. Marte emergió del hospital, como una loba cazando a su presa recortada contra las llamas, sus garras brillaban y sus ojos amarillos ardían con furia primal. El guardia que huyó tropezó, cayendo de rodillas y al alzar la vista, la vio abalanzarse hacia él, con sus colmillos relucientes y su cola azotando el aire. Cerró los ojos, esperando la muerte, pero esta no llegó. Al abrirlos, a una mujer neptuniana, gigante, de casi tres metros, con armadura azul y blanca similar a la de la Guardia Lunírica lo protegió, su espada de filo helado brillaba en el ambiente y había impactado contra la mujer lobo la cual mordía y clavaba sus garras en el metal neptuniano. —¡Soldado, retírese! —, ordenó, el cuerno en su frente destello mientras empujaba a marte hacia otro lado. El guardia corrió hacia la cerca con su respiración agitada dejando vapor en el aire frío.
Vaelerythia enfrentó a Marte bloqueando su ataque con la espada, las garras y colmillos de Marte chocaban contra el acero que gimió bajo la presión. Marte empujaba, su radiación emanaba en oleadas rojas que calentaban el aire, y Vaelerythia retrocedía mientras sus botas se deslizaban en el pavimento agrietado.
Los escuadrones dispararon rayos tranquilizantes, pero se disipaban contra el campo de radiación de Marte. —¡No, retírense! —, gritó Vaelerythia, pero Marte, sintiendo los impactos, cambió de objetivo, lanzándose hacia los oficiales.
Vaelerythia bloqueó cada golpe mortal, el choque metálico resonó como trueno. —¡Largo! —, ordenó, parando un zarpazo que marcó su espada. Los oficiales se retiraron, dejando a Vaelerythia sola. Marte atacaba sin cesar, sus garras rasgaban el aire, sus dientes buscaban carne, pero Vaelerythia resistía con su espada destellando en cada golpe. —Hermana, reacciona, no dejes que tu animal interior te controle—, decía su voz cargada de desesperación. —¡Marte! ¡Reacciona! No quiero quitarte la vida—, suplicaba con el sudor corriéndole por la frente.
Una patada al estómago lanzó a Vaelerythia contra una pared, el mármol crujió, generando una nube densa. Arrodillada, apoyada en su espada Vaelerythia alzó la vista con su respiración agitada. Ya no es mi hermana, es una bestia, pensó, mientras el cuerno en su frente brillaba azul, el aire comenzó a congelarse, la temperatura comenzó a caer a niveles glaciales. Pero la radiación de Marte, un calor intenso, neutralizaba el frío, el aire chisporroteaba entre ellas. Debo ir más allá del cero absoluto, decidió Vaelerythia, al límite de sus fuerzas.
Marte se lanzó, con sus garras listas, pero Vaelerythia la bloqueó, girando y golpeando su rostro con el codo, un crujido seco que resonó en todo el ambiente. Con el pomo de su espada golpeó el estómago de Marte, que retrocedió gruñendo. —Duele, ¿verdad? No me obligues, hermana…—, advirtió Vaelerythia, preparándose. Marte atacó de nuevo, hielo y radiación chocaron en un caos de vapor y chispas, el pavimento se agrieto. Marte en su agilidad se escabulló por la espalda de Vaelerythia, clavando sus dientes en el hombro de Vaelerythia, arrancando piel en un crujido húmedo, sangre floto en el aire. Vaelerythia rugió, girando y golpeando el rostro de Marte, la sangre de ambas se mezcló en el suelo.
La batalla continuó, Vaelerythia con el pasar de la batalla iba acumulando cortes y mordidas, su armadura estaba rasgada mostrando heridas sangrantes, pero se negaba a matar a su hermana. La pelea, inicialmente pareja, se comenzó a inclinar hacia Marte, su fuerza animal fue superando a Vaelerythia. En un descuido, Vaelerythia resbaló en el hielo que ella misma creó, cayendo de rodillas. Marte se abalanzó aprovechando el momento con sus colmillos directo al cuello, pero un corte cruzó su espalda, el metal corte fue profundo cortando carne y hueso con un sonido desgarrador. Marte se giró, ojos amarillos llameando, enfrentando a un nuevo enemigo. —Te dije que solo yo puedo matarte… Vaelerythia —, dijo una voz fría.
Vaelerythia, agotada y sangrando, vio a Cirelya en su armadura negra brillando su espada goteaba sangre. Cirelya ayudó a Vaelerythia a levantarse. —Gracias—, murmuró Vaelerythia, débil. —Aún no me agradezcas, hazlo cuando salgamos vivas de esta—, respondió Cirelya, con una sonrisa seca.
Ambas se pusieron en guardia, enfrentando a Marte, que, herida pero feroz, gruñó, su radiación se incrementó en pulsaciones que eran emitidas en oleadas rojas. La batalla estaba lejos de terminar y prometía más sangre.
El aire en las calles de Nerythys, apestaba a sangre, metal quemado y ozono, un olor que se pegaba a la garganta y se mezclaba con el zumbido constante del Permet, vibrando en las piedras agrietadas del pavimento de mármol azulado. Las farolas titilaban, arrojando sombras que bailaban sobre camillas volcadas, cristales rotos que brillaban como diamantes partidos y paredes marcadas por quemaduras negras que aún humeaban, el crujido de escombros bajo los pies sumando un ritmo irregular al caos. El suelo estaba salpicado de charcos rojos, reflejando la luz tenue entre el polvo, mientras el humo se alzaba en volutas densas, oscureciendo la noche, el crepitar de las llamas lejanas susurrando sin cesar. En el centro de este desastre, la batalla entre Marte, Vaelerythia y Cirelya se reanudaba en un choque brutal que convertía la calle en un campo de sangre y furia, el aire chisporroteaba con la colisión de radiación y hielo.
La pelea estalló con ferocidad renovada, el choque de metal contra garras llenó la calle con un estruendo ensordecedor. Marte se lanzó sobre Vaelerythia con sus garras rasgando el aire con un silbido letal. Vaelerythia bloqueó con su espada, el acero gimió generando chispas que cayeron como lluvia brillante. No puedo rendirme ahora, pensó Vaelerythia, tambaleándose. Marte giró y lanzó un zarpazo al abdomen de la guerrera, cortando la armadura y dejando una herida que brotó en un chorro rojo, el sonido húmedo resono mientras la sangre goteaba, formando un charco que reflejaba las luces titilantes. Vaelerythia gruñó, retrocediendo, pero contraatacó con un corte de su espada, el filo helado rasgando el brazo de Marte, la piel se abrió con un crujido que mostró músculo y hueso, la sangre se salpico en un arco carmesí.
Marte aulló, con su radiación intensificándose, y embistió, sus colmillos buscaban el cuello de Vaelerythia con un gruñido profundo. Cirelya intervino, bloqueando con su espada, el choque resonó como un trueno, el suelo se agrieto. No dejaré que la mate, pensó Cirelya, empujando a Marte, pero la bestia giró con agilidad lupina, rasgando el muslo de Cirelya, la sangre salpico y el músculo visible bajo la herida, el dolor le arranco un gemido. Cirelya cayó de rodillas, y Marte atacó a Vaelerythia, clavando garras en su hombro, arrancando más carne con un sonido desgarrador. Vaelerythia gritó, la sangre se mezcló con el hielo y el vapor comenzó a subir en nubes espesas.
Vaelerythia, con esfuerzo, golpeó el rostro de Marte con su espada dejando un corte profundo en su mejilla, la sangre salpico. la radiación de Marte choco con su frío, el pavimento se volvió a partir, Marte, en frenesí, se lanzó contra Cirelya, sus dientes arrancaron carne de su brazo con un crujido húmedo, el hueso quedo expuesto, la sangre goteo mientras Cirelya rugía, golpeando el pecho de Marte con el pomo de su espada, haciéndola retroceder.
Vaelerythia lanzó un pulso de hielo, congelando el suelo bajo Marte, pero la radiación lo derritió en un siseo violento. Marte embistió, cortando el muslo de Cirelya, la herida se abrio como una flor roja, mientras Vaelerythia bloqueaba un ataque al cuello, su espada temblo. La batalla se inclinaba hacia Marte, su ferocidad había superado a las guerreras y sus movimientos eran erráticos pero letales.
Cirelya, con el brazo inútil, intentó un golpe, pero resbaló en la sangre y el hielo, cayendo con un golpe seco, su espada se deslizo con un chirrido. Marte se abalanzó hacia ella, sus colmillos quedaron a centímetros de su rostro, cuando un resplandor blanco iluminó la calle. Solaris emergió con su cabello rojo brillando, el Permet en su piel era visible. Con un gesto, inmovilizó a Marte en el aire con un pulso de Permet.
Solaris avanzó, con sus tacos resonando contra el pavimento, y chocó su frente contra la de Marte, el impacto resono en todo el ambiente. —Vargra, escúchame. Regresa a mí —, dijo, su voz firme pero compasiva, el Permet fluyo entre ellas. No quiero perderte, pensó Solaris. Marte gruñó, pero la presencia de Solaris la calmó, sus garras retrajeron y su cola se mantuvo quieta, sus ojos recobrando humanidad y lentamente su instinto desapareció haciéndola regresar a la realidad. ¿Qué hice? pensó Marte con su conciencia retornada.
Marte miró el caos, cuerpos destrozados, sangre en charcos, paredes quemadas, cristales rotos. Su respiración se quebró, un sollozo escapó, sus orejas se agacharon, la vergüenza tiño su rostro ensangrentado. —Lo siento… lo siento…—, murmuró, su voz como ladridos suaves.
Solaris acarició su cabeza, sus dedos rozaron en el pelaje de sus orejas. —No, Vargra, soy yo la que te pide disculpas. Yo fui la que te fallé—, dijo cargada de emoción con su mirada sosteniendo la de Marte con comprensión.
El escuadrón policial y el ejército neptuniano llegaron al lugar, sus botas retumbaron con su llegar, al ver la escena alzaron sus armas en posición de ataque. El inspector Sa’ker Val Domaher, pálido, era quien lideraba al grupo. —¡Esa bestia es un peligro! Mató a nuestros hombres y civiles. ¡Preparen redes de contención y cañones de plasma! —, ordenó con su voz mezclando miedo y deber.
Solaris alzó una mano, su pulso de Permet detuvo sus armas inutilizándolas los guardias se quedaron atónitos y confundidos. —No es una amenaza ahora. Es mi responsabilidad, y me la llevaré. Nadie la tocará—, declaró, Solaris cargo a Marte en sus brazos, la loba exhausta temblando contra ella.
Los soldados miraron a Vaelerythia y Cirelya, heridas en el suelo y llamaron a los Médicos de campo los cuales las levantaron en camillas, las sirenas de ambulancias resonaron en la calle y las ruedas crujiendo contra el pavimento. Sa’ker murmuró: Si regresa, dispararemos. Solaris, con Marte en brazos, caminó hacia la penumbra, Marte susurró —Lo siento…—, en lágrimas las cuales se mezclaban con sangre.
Solaris acarició su cabeza. —Tranquila, todo está bien ahora—, respondió con un eco de redención mientras se alejaban, dejando atrás la destrucción y las miradas de un ejército que aún temía a la bestia.