Capítulo 22 El Pacto de la Llama Primordial
15 de septiembre de 2025, 13:06
El caos en la capital de Neptuno, Nerythys, se había calmado tras las horas de furia desatada en la batalla que había desatado Marte, Sin embargo, la actividad frenética de las autoridades locales no se había calmado, al contrario, había aumenta, los bomberos neptunianos, seguidos por el personal policial, llenaban las calles con un bullicio que contrastaba con el silencio de la noche. El aire estaba impregnado de un olor acre a humo y cenizas, mezclado con el zumbido constante las sirenas de policía y de los bomberos que vibraban en las piedras agrietadas del pavimento de mármol azulado. Los Bomberos quienes enfrentaban olas y olas de fuego de los edificios afectados tenían un problema, no podían apagar el fuego, Las llamas no podían ser apagadas ya que la radiación residual las reactivaba casi de inmediato y las lenguas de fuego volvían danzando con un resplandor rojizo que iluminaba las fachadas de cristal. Desperdiciar agua y hielo era algo que no podían hacer así que en coordinación con la policita militar contactaron a la fuerza aérea, Unidades de la fuerza aérea del ejército neptuniano tuvieron que sobrevolar la zona a una altura más elevada de los edificios irradiados para que sus naves no colapsen debido a la radiación, desde sus unidades rociaron Cryonita, un compuesto gélido que contenía la expansión del fuego el compuesto caía como nieve artificial sobre los edificios haciendo que el fuego disminuyera hasta apagarse completamente. El problema no acababa ahí, si bien el fuego estaba extinto, la radiación seguía emanando a niéveles mortales, por lo tanto, la policía con la ayuda de los ingenieros neptunianos levantó murallas de plomitium, un material opaco y resistente que contenía la radiación, el problema era que la estructura debía estar totalmente sellada, lo que significaba que el Hospital quedaría inutilizado por muchos muchos años, una vez levantada la estructura sus bordes brillaban bajo la luz de las farolas. Muchos de los que participaron en apagar y calmar la situación fueron evacuados a distintos hospitales para ser tratados por sus heridas y por la exposición a la radiación, sus uniformes en su mayoría estaban manchados de hollín y sus rostros pálidos por la exposición, llevados en ambulancias que zumbaban con urgencia.
Los hospitales estaban repletos desde que el hospital central, epicentro del incidente, había quedado completamente fuera de servicio, Al ser el epicentro sus ambientes habían sido destruidos por el caos que causo Marte o impregnados de radiación en su punto más fuerte, todo personal médico, administrativo, paciente y demás habían sido evacuados y el edificio había sido sellado en su totalidad con plomitium que ahora se alzaba en medio de la ciudad como un monolito inaccesible y un recordatorio de la brutalidad que las brujas podían traer. Los pacientes del hospital central habían sido trasladados a otros centros médicos, y el personal de los distintos centros trabajaba exhausto, realizando horas extras para cubrir la demanda y atendiendo a los heridos que llegaban en camillas, entre ellos Vaelerythia y Cirelya, quienes requirieron atención de emergencia. Vaelerythia, al tener un cuerpo masivo de casi tres metros, fue sumergida en un tanque improvisado de recuperación de virityal de cinco metros, lleno de un líquido azul brillante y equipado con una cámara de respiración adaptada que burbujeaba con cada inhalación, una tarea titánica que exigió la coordinación de varios médicos trabajar desde quitarle los trozos de armadura rota, suturar y parchar heridas y sumergir el pesado cuerpo de la gigante mujer, cuando lo lograron solo el sonido de las bombas hidráulicas llenaba la sala. Cirelya, siento de un tamaño estándar al de las mujeres de Neptuno fue colocada en una cápsula convencional, su armadura negra al igual que el Vaelerythia fue removida para revelar cortes profundos que sangraban lentamente, luego de suturar heridas y sumergirla en virityal este mismo comenzaba a curar internamente las heridas con un resplandor verde.
La prensa se había dividido en dos frentes para cubrir los acontecimientos, un grupo cubría los restos del hospital central con sus cámaras capturando las murallas de plomitium y los equipos de contención sin embargo, estos eran retenido o expulsados por la policía local, si bien las noticias debían ser cubiertas, la radiación estaba en un punto muy alto por lo que toda la zona alrededor del hospital central había sido designada como la zona cero y todo personal civil, militar o administrativo había sido evacuado, solo personal especiado estaba autorizado a entrar en la zona cero. El segundo grupo de periodistas se congregaba frente al Palacio de Cristal, donde la reina Thalyssara residía. Un fuerte perímetro de la Guardia Lunírica, con sus armaduras azules y capas ondeantes, resguardaba el lugar con espadas y escudos impidiendo que los periodistas ingresaran o siquiera lograran ver algo con sus cámaras desde la posición en donde estaban, los periodistas sabían que la Guardia Lunirica estaba encima de la policía local y que si ellos intentaban ingresar a la fuerza la guardia podía recurrir a la fuerza y se tendría que ser muy tonto o muy valiente para enfrentar a un miembro de la guardia y pensar que se saldría ileso. Las preguntas comenzaron a flotar en el aire debido a la negativa de ingresar al palacio como un coro insistente: "¿La reina Thalyssara sabe lo del incidente?" "¿Jupiter va a responder sobre esto?" "¿Por qué Solaris no entrega a la bestia a las autoridades?" "¿Es acaso este una demostración de que las brujas no tienen límite?" Las voces se superponían una contra otra mientras el clic de las cámaras y el zumbido de los micrófonos amplificaban la tensión, los guardias mantenían una postura inflexible con sus ojos fijos en la multitud.
Dentro de sus aposentos en el Palacio de Cristal, Thalyssara se encontraba mirando por la ventana la multitud de personas que se conglomeraban en las puertas del palacio, sus manos permanecían apoyadas en el borde de cristal tallado y sus ojos azules reflejaban la luz de la luna de Neptuno en el cielo. El silencio en la habitación era pesado, roto solo por el leve crujido de las cortinas que se movían con la brisa, y el sonido de Ericht jugando con muñecas de peluche que pertenecían a Thalyssara de su infancia, la risa inocente de Ericht era un contraste doloroso en comparación con la gravedad del momento. Lunaria quien estaba de pie a un lado, observaba en silencio a Thalyssara mientras Ericht, ajena a los acontecimientos, apilaba las muñecas con una sonrisa despreocupada. "N-No sé qué voy a hacer… mi pueblo ahora va a desconfiar de todo lo que ha sucedido… ¿c-cómo se supone que vamos a seguir?" confesó Thalyssara, quebrándose en un sollozo sus lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas mientras apoyaba su frente en la ventana para poder sentir el cristal frío contra su piel.
Lunaria se acercó por detrás y la abrazó por la espalda como si fuera una madre abrazando a su hija, sus brazos la envolvieron con suavidad. "Deja que Solaris y yo lo arreglemos," dijo de manera suave pero firme alzo su mano y acaricio el cabello de Thalyssara con ternura. Thalyssara se dio la vuelta al sentir la mano de Lunario y lo primero que hizo fue esconder su rostro en el pecho de Lunaria, dejando que las lágrimas fluyeran libremente mientras su cuerpo temblaba desahogándose, el sonido de sus sollozos llenaba la habitación el cual se combinaba con los sonidos que hacia Ericht jugando con las muñecas. Lunaria la sostuvo, sus dedos se enredaron en el cabello de la reina, dejando que el peso de su dolor se disipara en el abrazo, el zumbido del Permet en las paredes del palacio como un eco de consuelo.
En un ambiente diferente dentro del Palacio de Cristal, Solaris se encontraba sola con Marte, en una sala austera con paredes de cristal reflectante y un suelo de mármol pulido que reflejaba la luz tenue de las lámparas suspendidas, sin guardias, ni seguridad, todos en el palacio de cristal sabían lo que la criatura conocida como Marte podía hacer, tener guardias que la detuvieran solo significaba colocar soldados en el matadero, que Solaris la cuide y que sea la única que pueda salir viva de un enfrentamiento era el único consuelo que tenía la seguridad del palacio, por ahora. Marte estaba sentada en el piso, su cuerpo aún se encontraba débil luego de la batalla, sin embargo, al estar cerca de solaris su regeneración curativa aumentaba a niveles estratosféricos haciendo que ella sola sabe sus heridas, regenerando los cortes, moretones y regulando sola su nivel bajo de sangre, su pelaje rojizo aún permanecía manchado de sangre seca, pero lo que no se iba a curar ni regenerar tan fácilmente era su ego, habia perdido el control. El aire se mantenía cargado de un leve olor a radiación residual que emanaba del mismo cuerpo de Marte, niveles que no eran letales ni dañiños para los humanos, su mirada estaba fija en el suelo, sus orejas gachas y su cola inmóvil era un claro signo de su estado de ánimo sombrío. "Dejaste que Lykanthros te controlara, Vargra… hace mucho que no pasaba eso" dijo Solaris de manera baja pero cargada de una mezcla de reproche y preocupación, mientras se acercaba lentamente hacia ella.
Marte cerró los ojos, era verdad su señora no estaba exagerando y esas palabras la golpearon como un recuerdo lejano. Hace tanto tiempo que no perdía el control… ¿por qué ahora? pensó, mientas intentaba revivir los eventos borrosos de la batalla. "¿Por qué pasó eso, Vargra? Cuéntame," insistió Solaris, arrodillándose frente a ella y acariciándole la cabeza mientras sus dedos se enredaban en el pelaje de sus orejas con una ternura que contrastaba con la gravedad de la situación.
Marte bajó aún más la mirada, sus orejas descendiendo aún más. "Y-yo… no recuerdo… Lykanthros estaba muy alterado desde la ofensiva en la órbita del planeta, y cuando me rodearon y destrozaron el Prometheon… Lykanthros se volvió loco…" dijo en voz baja, mientras sus palabras salian como pequeños ladridos entrecortados, su voz temblaba con la culpa. "¿Hablaste con él?" preguntó Solaris, suavizándose, buscando entender.
Marte negó con la cabeza en un movimiento lento y pesado. "Lykanthros nunca me habla, solo me mira y a veces mueve la cola… desde que lo conocí no me ha dicho nada, solo sé que su nombre es Lykanthros… porque yo se lo puse" confesó con su voz apenas audible, mientras sus manos se apretaban contra el suelo. ¿Por qué nunca me habla? ¿Es mi culpa que no lo entienda? se preguntó llena de dudas.
Solaris suspiró, su respiración resonó en la sala, y se inclinó un poco más cerca de Marte. "¿Cuántas veces hablas con él o lo visitas?" preguntó, evaluando a Marte con atención. Marte hizo un puchero, frunciendo sus labios en una expresión infantil. "Unas cuantas al mes… Lykanthros me reclama ladrándome cuando me olvido de verlo…" admitió cargada de vergüenza.
Solaris suspiró de nuevo, comprendiendo la situación. Un cachorro… o algo que actúa como tal. Su conexión con Marte es primitiva, casi instintiva. pensó, analizando la relación entre la Nainade y su arcano. "Entonces… el que Lykanthros te controlara fue porque estabas a punto de morir, te estaba protegiendo…" explicó, mientras observaba la reacción de Marte.
Marte no dijo nada, solo movía muy lentamente su cola, un movimiento casi imperceptible que reflejaba su conflicto interno. ¿Protegerme? ¿O solo quería pelear? se preguntó luchando por entender a su arcano. "Tienes que aprender a controlarlo, Vargra… Lykanthros no puede volver a salirse de control, tú no puedes salirte de control nuevamente… Vaelerythia casi muere por no matarte a ti y controlarte" dijo Solaris, de manera firme pero cargada de una advertencia seria.
Marte soltó un "Pff," un sonido despectivo que escapó de sus labios en modo de burla, sus ojos alzaron brevemente para mirar a su señora. "Neptuno no es tan fuerte…" murmuró, su tono desafiante, una chispa de su orgullo lupino brillo por un instante. Solaris, con un movimiento rápido, golpeó suavemente la cabeza de Marte con la palma de su mano, el sonido fue seco y resonó en toda la sala. "¡Auch!" exclamó Marte, frotándose la cabeza con una mueca y deteniendo su cola por completo.
"No es momento de juegos, Vargra. Vaelerythia es fuerte y lo sabes; si ella hubiera querido decapitarte, ya no tendrías esa cabeza sobre tus hombros" replicó Solaris, con su voz cortante, pero con un dejo de afecto, sus ojos se mantuvieron fijos en Marte para enfatizar la gravedad de sus palabras. Marte volvió a bajar la mirada y su orgullo se desinflo como un globo pinchado. "Lo siento…" susurró en apenas un hilo con sus orejas gachas reflejando su arrepentimiento.
Solaris volvió a acariciarle la cabeza, sus dedos se deslizaron con suavidad sobre el pelaje de Marte. "Te quedarás aquí y no volverás a salir por unos días. No necesito que la prensa o el resto de las personas te estresen y te salgas de control. También le diré a Junielle que venga… necesito que ella te ayude a controlar a Lykanthros. No hay segundas oportunidades, ¿entendido?" dijo de manera autoritaria, pero con una promesa implícita de apoyo.
Marte levantó la mirada hacia Solaris, sus ojos amarillos ocre brillaron con una mezcla de sumisión y gratitud, como una cachorra frente a su líder. "Sí, entiendo…" respondió, suave, casi en un ladrido cariñoso. Solaris rio, su sonido cálido llenó la sala, y rascó la oreja de Marte con ternura antes de darse la vuelta con sus pasos resonando en la sala mientras salía del lugar, dejando a Marte sola en la habitación. La he jodido en grande y ahora tengo que pagar los platos rotos, pensó Marte volviendo su mirada al suelo, su cola se mantuvo inmóvil mientras el peso de sus acciones la aplastaba, el zumbido del Permet en las paredes servía como un recordatorio constante de su conexión con el poder que tanto la definía como la atormentaba.
El silencio en los aposentos de Thalyssara dentro del Palacio de Cristal era interrumpido solo por el leve crujido de las cortinas que se mecían con la brisa suave que se filtraba por las ventanas de cristal tallado y los sonidos infantiles de una pelea que libraba la princesa solar con los peluches que le habían prestado, en un rincón, Ericht seguía jugando ajena a los problemas de sus madres y la cruda realidad que pasaba en las afueras del palacio, sus risas inocentes llenaban el espacio en un contraste radical a la preocupación de Thalyssara. Las manos pequeñas de la niña manipulaban los juguetes con cuidado, el roce de la tela contra el suelo produciendo un sonido suave, mientras sus ojos brillaban con una alegría ajena a la tensión.
De pronto, la puerta de la habitación se abrió con un chirrido metálico que rompió el silencio y Ericht alzó la mirada, su expresión de confusión fue cambiara radicalmente por una sonrisa radiante, sus mejillas se sonrojaron por la emoción. "¡Mamá!" exclamó, corriendo con pasos torpes hacia la figura que había llegado. Era Solaris, ella la tomó en brazos con un movimiento grácil, acurrucándola contra su pecho, envolviéndola con el calor de su abrazo. "Hola, mi niña, ¿cómo estás?" le dijo con una voz cálida y llena de afecto mientras acariciaba la cabeza de Ericht con ternura, haciendo que sus dedos se enredaran en el cabello pelirrojo de la princesa.
Ericht sonrió ampliamente, con sus dientes pequeños brillando bajo la luz. "¡Bien! Estoy aburrida, ¿ya vamos a volver a casa?" preguntó en un modo infantil cargado de esperanza mientras sus manos jugando con el borde de la túnica de Solaris. Solaris rio y continuó acariciándole la cabeza. "Pronto, mi solecito," respondió de manera tranquilizadora mientras la balanceaba ligeramente en sus brazos.
Lunaria, quien estaba de pie junto a Thalyssara cerca de la ventana miraba como su esposa interactuaba con su hija, se había girado hacia Solaris en el momento en que cruzo la puerta, sus ojos plomizos reflejaban una mezcla de alivio y preocupación, suspiro y se acercó a ellas. "¿Cómo sigue Marte?" preguntó estando cerca de Solaris y Ericht. Solaris, aún con Ericht en brazos, desvió la mirada hacia Lunaria y respondió. "Está bien, se está recuperando. Su regeneración ha vuelto a funcionar, y ahora sus heridas están curando solas, pero, aunque su cuerpo sane, aún tiene que recuperarse de sus heridas mentales. Perdió el control…" explicó, de manera seria mientras dejaba a Ericht en el suelo para que continuara jugando, no paso mucho para que las risas de la niña se reanudaran con los peluches.
Thalyssara, que había permanecido callada hasta ese momento y con un rostro marcado por la tensión y las lágrimas secas alzó la vista con una expresión de incertidumbre. "¿Fue por algo por lo que hicimos en el hospital? ¿Algún tratamiento o algo? ¿Quizás los doctores la hicieron molestar?" preguntó, temblorosa, sus manos se apretaban contra el borde de la ventana como si buscara anclarse a algo sólido. Solaris la miró con calma, dejando que el silencio se asentara por un instante antes de responder. "No, fue por culpa de su Arcano. Perdió el control y la poseyó, actuó por instinto," aclaró, con su voz firme, pero con un dejo de empatía.
Thalyssara frunció el ceño, su confusión creció. "¿Arcano?" preguntó, reflejando una mezcla de incredulidad y curiosidad, buscando una explicación en el rostro de Solaris. Esta asintió, acercándose un paso más. "Los Arcanos son seres creados de Permet puro. No viven en esta realidad, lo hacen en el plano existencial del Permet. Son guardianes, y su poder es inconmensurable. Si lograran materializarse en esta realidad, podrían ser considerados dioses, ya que todo lo que nosotros vemos, creamos, tocamos o sentimos contiene Permet, desde las células y átomos que existen en este universo. Los Arcanos son nuestros guías, hacen un pacto con cada bruja para que nosotras podamos acceder a ese plano existencial y así nos puedan guiar, enseñar. Parte de nuestras habilidades las aprendemos con los Arcanos, y tenemos un vínculo con ellos hasta la muerte," explicó, resonando con una mezcla de reverencia y conocimiento, mientras que el zumbido del Permet en las paredes parecía intensificarse.
Thalyssara quedó muda, sus labios estaban entreabiertos, el peso de las palabras de Solaris se hundía en su mente. "Entonces… ¿existen dioses en otra dimensión?" murmuró, en apenas un susurro, sus manos temblaron ligeramente contra la ventana. Solaris rio, su risa fue como un sonido ligero que aliviaba la tensión y se cruzó de brazos. "Dioses… yo no los llamaría así, pero si tu idea te hace facilitar el ejemplo, sí, hay dioses," respondió, en un modo juguetón pero con una chispa de seriedad. Thalyssara, aún atónita, parpadeó rápidamente. "¿Y dices que uno de esos dioses poseyó a Marte? ¿Y que todas tienen un dios ligado a ellas? Es decir… ¿tú también, Solaris? Si tu Arcano se sale de control… oh, dios, no quiero imaginarlo…" dijo, subiendo de tono y con el miedo tiñendo sus palabras mientras imaginaba el fin del sistema solar como se conoce.
Solaris volvió a reír y negó con la cabeza. "Heliarkon no podría hacer eso. Para comenzar, yo no se lo permitiría. Es una entidad muy testaruda," respondió, de manera confiada mientras cruzaba una mirada con Lunaria, quien había estado escuchando en silencio. Lunaria se acercó a Solaris y deslizo su mano por el brazo de su esposa en un gesto reconfortante. "¿Qué vamos a hacer, mi sol?" preguntó suave pero cargada de preocupación, sus ojos plomizos buscaban respuestas en el rostro de su esposa.
Solaris suspiró y miró hacia la ventana donde la luna brillaba. "Primero, dejemos que las cosas se calmen. Si hablamos ahora, todo estará acalorado y solo nos atacarán con miles de excusas disfrazadas de miedo. Dejemos que pase un día o dos, luego convocaremos una rueda de prensa y hablaremos," explicó pausada mientras calculaba los próximos pasos. Thalyssara suspiró, sus hombros se encorvaron bajo ante la presión. "Informaré entonces a la guardia que dé el anuncio… pero ¿qué vamos a decir?" preguntó, su tono reflejando incertidumbre, sus manos apretándose contra el cristal.
Solaris se acercó a Thalyssara, alzo la mano y le acaricio el cabello en un gesto paternal que la misma Thalyssara disfrutaba, sus dedos se deslizaron entre las hebras rubias de la reina con cuidado. "No podemos ser ajenos a la culpabilidad. Déjame arreglar esto. Júpiter no va a dejar a Neptuno solo, yo me haré cargo. Intentaré explicar lo sucedido y como compensación, Júpiter es quien va a cubrir las reparaciones y reestructuraciones de la ciudad," dijo, de manera firme, pero con un matiz de compromiso. Thalyssara alzó la cabeza y sus ojos se encontraron con los de Solaris en una chispa de esperanza mezclada con duda. "Conociéndolos, van a exigir algo más. Van a querer a Marte…" murmuró temblando, el miedo a la presión popular era evidente.
Solaris sonrió, un gesto que aliviaba la tensión por un instante. "Lo sé… pero no les voy a entregar a Marte. A cambio, les voy a entregar algo que no podrán negar, un antes y después en el sistema solar," respondió, cargada de misterio, una sonrisa enigmática curvo sus labios. Thalyssara y Lunaria se miraron, confundidas, sus rostros reflejaban la misma pregunta no dicha. "No entiendo," admitió Thalyssara, mientras sus brazos caían de lado.
Solaris volvió a sonreír, arrodillándose a la altura de Ericht para tomar uno de los peluches y jugar con su hija, el sonido de la tela rozando el suelo llenaba el aire. "Les voy a entregar la mitad de la patente del portal fotopermético," reveló, de manera tranquila mientras movía el peluche frente a Ericht, quien rio y lo alcanzó con sus manitas. Lunaria y Thalyssara parpadearon al unísono, sus mentes intentaban procesar la magnitud de la oferta, el silencio cayo entre ellas como una manta pesada mientras los sonidos de los peluches peleando intentaban llenar el ambiente. Permanecieron mirando a Solaris, esperando que todo esto saliera bien.
A miles de kilómetros de Neptuno, en la órbita de su luna pálida, se alzaba Catedralys, la fortaleza principal de Dominicus. Rodeada por la primera flota interplanetaria y protegida por sistemas de defensa que parecían desafiar las leyes del espacio, la estructura flotaba como un coloso de metal y luz, impenetrable. En su interior, el Conclave se reunía en una sala de paredes opacas y monitores que proyectaban destellos holográficos. El aire cargaba un zumbido constante, mezcla de maquinaria y tensión. El General Ector Varnheim, con el rostro endurecido por la rabia, lanzó una taza contra uno de los monitores destrozándolo en el acto. El cristal se agrietó, y las imágenes de los últimos desastres parpadearon, el fracaso en la ofensiva de Neptuno, la destrucción de la cárcel de máxima seguridad en Saturno. "¡Esto es una mierda! ¿Cómo no podemos reprimir un ataque sorpresa a una cárcel de máxima seguridad? ¿Y lo de Neptuno? ¿Toda una flota destruida? ¡Qué carajo es esto!" exclamó furioso con su voz resonando en las paredes metálicas. Sus puños se apretaban contra la mesa, haciendo temblar los paneles táctiles.
El Cónsul Armand Cael Dravon, sentado en una silla de bordes afilados, lo observó de reojo. Su mirada fría contrastaba con el calor de la furia de Ector. "Tenemos dos frentes de batalla, Júpiter y Ochs. Ahora Neptuno se suma a la ofensiva de Júpiter. Necesitamos reforzar Saturno. Está justo en medio de ambos, y es probable que sea su próximo objetivo." dijo, con un tono pausado pero cargado de urgencia. Sus dedos tamborileaban sobre la mesa, reflejando la luz tenue de los monitores.
Ector se llevó las manos al rostro y suspiró, un sonido grave que parecía arrastrar el peso de la derrota. "Saturno es un caso perdido. Como dices, está en medio. Llegar allí, por cualquier ruta, implica que detecten nuestros saltos. Es una pérdida de recursos," respondió, de manera baja, casi derrotado. Se dejó caer en su silla de un golpe y el metal crujió bajo su peso.
La Profesora Helia Noeme Vaskir, sentada al otro extremo de la mesa, mantenía una postura estoica. Sus dedos presionaban un lápiz retráctil con un ritmo obsesivo, un clic constante que irritaba el silencio. "Lo que a mí me sorprende es la magnitud del poder de la Ephore Solaris. El asteroide que orbita Neptuno… está formado por nuestra flota destruida. ¿Cómo puede un ser soportar un Permet en Score 15 y seguir viva? Es… fascinante." dijo, con los ojos brillando de una curiosidad casi maníaca. Sus palabras quedaron flotando en la sala, rompiendo la tensión con un dejo de admiración científica.
Armand giró hacia ella con su expresión endurecida. "Eso es otro tema. Necesitamos usar esa información a nuestro favor. Los medios deben reportarlo, mostrar la verdadera monstruosidad de la Ephore. Generará miedo, y la gente buscará nuestro refugio." afirmó, con un tono calculador. Sus manos se entrelazaron, proyectando sombras afiladas sobre la mesa.
Ector alzó la mirada con una chispa de desafío en sus ojos. "O nos abandonarán y la buscarán a ella. Está demostrando que no tiene límites," replicó, con un gruñido que destilaba frustración. Su mano señaló el monitor roto, donde las imágenes de Neptuno aún parpadeaban entre estática.
La Doctora Lysiane Halberg, que hasta ese momento había estado absorta en su tablet, alzó la vista. Sus dedos dejaron de deslizarse por la pantalla, y una sonrisa tenue curvó sus labios. "¿Qué tanto puede soportar un ser humano el poder de un cañón Hellzingber?" preguntó, con una calma inquietante que parecía más una broma. Sus palabras flotaron como una propuesta peligrosa.
Ector la miró, alzando una ceja con escepticismo. "Los cañones Hellzingber se usan para destruir cruceros estelares. Son estáticos. ¿Cómo piensas apuntarlos hacia ellos?" cuestionó de manera cortante, aunque con una chispa de curiosidad que se asomó en su voz.
Lysiane sonrió más ampliamente, un brillo astuto en sus ojos. "Los hacemos móviles. Montamos una estructura enorme. Tenemos Solarita de Mercurio para potenciar el impacto, y la infraestructura de Marte nos ayudará a construirla," explicó, con una seguridad que rayaba en la arrogancia. Sus dedos volvieron a la tablet, trazando diagramas invisibles mientras hablaba.
El Patriarca Malach Orvus Thelion, que había permanecido en el centro de la sala, inmóvil, con la barbilla apoyada en sus manos entrelazadas, finalmente habló. Su voz grave resonó como un trueno contenido, y los monitores parecieron apagarse ante su presencia. "Nuestra fortaleza se tambalea. La lealtad del imperio y la fe de la gente se cuestiona. La Bruja Solar no puede seguir existiendo. Hagamos lo que tengamos que hacer. Dominiteus auxilaris volux," sentenció. Sus palabras cayeron como un martillo, y los demás miembros del Conclave asintieron en silencio. Uno a uno, se levantaron de sus asientos, el roce de las sillas contra el suelo metálico resonó en la sala. Tenían que actuar. Si crear un arma capaz de eliminar a la Bruja que resistía el sol era la única alternativa, lo harían. El zumbido de los sistemas de ventilación en las paredes de Catedralys parecía vibrar con resolución, un eco que prometía destrucción.
Habían pasado veinticuatro horas desde el incidente en el hospital central y Marte ya se había recuperado por completo. Sus fuerzas habían regresado, las heridas en su pelaje rojizo sanaron, y un baño largo eliminó la sangre seca que manchaba su cuerpo. Sin embargo, seguía confinada en el Palacio de Cristal. No podía salir al exterior ni reunirse con la flota de los Lobos Carmesí, que aguardaba en la órbita de Neptuno, hasta que su situación se resolviera debía de permanecer en el palacio de cristal, así como Solaris lo había determinado. Era como estar prisionera, aunque sin cadenas visibles. "Esto es una mierda… pero no puedo hacer más…" gruñó para sí misma, con un ladrido suave que escapó de sus labios. Se sentó en el suelo de mármol pulido, cruzó las piernas y apoyó las manos en sus mejillas. Cerró los ojos, las orejas gachas, mientras el zumbido del Permet resonaba en las paredes de cristal. La Señora Solaris tiene razón… tengo que hablar con Lykanthros, entender qué pasó, pensó, con un nudo en el pecho. Aspiró hondo, contuvo el aliento y cerró los ojos con más fuerza, concentrándose para acceder al plano existencial del Permet. El silencio la envolvió. Un minuto, dos, tres. Nada. Por alguna razón, el plano se le resistía. Bufó exasperada, mostrando los colmillos, y mantuvo los ojos cerrados, luchando contra su frustración.
No paso mucho tiempo hasta que una voz infantil rompió su concentración. "¿Tú también estás aburrida, tía Vargra?" Marte abrió los ojos de golpe al escuchar la nueva voz que había invadido su espacio. Frente a ella, la princesa Ericht la miraba con curiosidad, sus ojos brillando bajo la luz tenue de la sala. La hija de Solaris y Lunaria, con su cabello pelirrojo desordenado, estaba sola, sin supervisión. "E-eh… mi princesa, ¿qué haces aquí?" preguntó Marte, con su voz entrecortada por un ladrido nervioso. Sus orejas se alzaron, alertas. ¿La princesa se ha metido a este espacio? Como no la he escuchadopensó marte para sí misma.
Ericht ladeó la cabeza, con un puchero infantil. "Estoy aburrida. Ya me cansé de jugar con las muñecas. Mamá y mami están hablando con la prima Thalyssara, y no entiendo nada, así que salí a explorar" explicó, cruzando los brazos. Marte parpadeó, sorprendida. ¿La princesa anda sola por el Palacio de Cristal? Esto no es el Palacio Solar de Júpiter… pensó, con un gruñido bajo. "¿Qué haces, tía Vargra?" insistió Ericht, inclinándose hacia ella con un brillo curioso en los ojos.
Marte sacudió la cabeza para espabilarse, y su cola se movió ligeramente. "Eh… estoy intentando acceder al plano astral del Permet para hablar con Lykanthros…" respondió, con un ladrido suave que suavizaba su tono rudo. Ericht alzó una ceja, confundida.
"¿Lykanthros?" preguntó, frunciendo el ceño.
Marte soltó un bufido resignado, mostrando un colmillo. Obvio, la princesa aún no ha sido entrenada para los Arcanos. No va a entender nada, pensó. "Es como… un lugar especial donde están unos seres muy poderosos, como animales," explicó, con pequeños ladridos que intentaban ser gentiles. Ericht abrió la boca, y sus ojos se iluminaron. "¡Ohhh! ¿Como el dragón de mamá?" exclamó, emocionada.
Marte parpadeó, atónita. ¿Dragón? ¿La señora Solaris tiene un Arcano dragón? Claro, es la Ephore… solo algo así estaría a su altura, pensó, con un destello de respeto. "Sí… puede ser," respondió, con un ladrido suave, rascándose la nuca. "¿Y por qué no puedes acceder?" insistió Ericht, con un puchero más pronunciado.
Marte bufó de nuevo, su cola se quedó inmóvil. "Es difícil, mi princesa. Parece que no estoy en sintonía…" dijo, con un gruñido bajo. Ericht inclinó la cabeza, confundida. "¿Sintonía?" preguntó, con voz curiosa. Marte soltó una risa que sonó más como un ladrido alegre. "Es… complicado, mi princesa. Mi mente no se concentra, eso es todo" explicó, agitando una mano.
Ericht frunció los labios, pensativa, y de pronto estiró ambas manos para tomar las mejillas de Marte. "¿Quieres que te ayude? Mami me enseñó a calmarme cuando me altero," dijo, cerrando los ojos con una expresión seria. Marte alzó una ceja, pero antes de que pudiera responder, algo extraordinario ocurrió. Líneas de Permet azul brillante se manifestaron en el cuerpo de Ericht, recorriendo sus brazos, mejillas y torso como venas de luz. El aire vibró con una energía cálida, y de pronto, Marte sintió un tirón. La realidad se desvaneció, y ambas fueron arrastradas al plano existencial del Permet.
Marte parpadeó, aturdida. El plano era un vasto espacio de tonos carmesí y dorados, con nubes de energía que flotaban como niebla ardiente. Ericht, frente a ella, seguía sosteniendo sus mejillas, con las líneas de Permet en su cuerpo brillando con intensidad. "¿Ves? Te dije que mami me enseñó a calmarme" dijo la princesa, con una sonrisa triunfal. Marte se puso de pie de un salto, con sus orejas erguidas. "¡C-Cómo…! Princesa, ¿cómo? ¿Ya habías estado aquí antes?" ladró, con una mezcla de asombro y alarma.
Ericht, ahora sin las líneas de Permet, asintió con naturalidad. "Sí, el dragón de mamá me trajo aquí una vez" respondió, como si hablara de un paseo cualquiera. Marte abrió la boca para contestar, pero un gruñido profundo resonó a sus espaldas. Giró la cabeza, y Ericht alzó la vista.
Allí estaba Lykanthros, el Arcano de Marte, un lobo carmesí descomunal, con garras y colmillos que ardían como brasas. Sus ojos brillaban con una furia primal, fijos en Ericht, a quien parecía considerar una intrusa en su dominio. "¡Lykanthros, NO!" ladró Marte, cubriendo a Ericht con su cuerpo. Su pelaje se erizó, y su cola se alzó en alerta. "Lykanthros, escúchame. No estoy en peligro, ¡deja tu hostilidad!" exclamó, con ladridos firmes.
El lobo gruñó más fuerte, mostrando los colmillos, y ladró con una fuerza que hizo temblar el plano. Ericht se aferró al brazo de Marte, temblando. "T-Tía Vargra… ¿el perrito está molesto?" preguntó, con voz temblorosa. Marte la apretó contra sí, protectora. "Tranquila, princesa…" dijo, con un ladrido suave. Luego alzó la voz. "¡Lykanthros, por favor, respóndeme! ¿Qué sucede?"
Lykanthros no escuchó. Se movió de un lado a otro, como un animal enjaulado, gruñendo y ladrando. De pronto, se lanzó hacia ellas con una velocidad aterradora. Marte se adelantó y golpeó al lobo con un puñetazo cargado de fuerza. Lykanthros retrocedió, pero volvió a avanzar, lanzando un zarpazo que Marte esquivó por centímetros. "¡Lykanthros!" ladró, desesperada. El Arcano parecía cegado, confundido. En un descuido, Lykanthros atrapó la pierna de Marte con sus fauces y la lanzó lejos. Marte salió expulsada, chocando contra el suelo etéreo del plano.
¡Mierda! pensó, mientras veía a Lykanthros avanzar hacia Ericht. "¡Lykanthros, no!" gritó, corriendo con todas sus fuerzas, pero sabía que no llegaría a tiempo.
Ericht, sola frente al lobo, se hizo un ovillo y gritó con todas sus fuerzas. "¡Mamá!" Las líneas de Permet reaparecieron en su cuerpo, irradiando una luz azul cegadora. Lykanthros, desorientado, chocó contra una barrera invisible, tambaleándose. Pero no fue suficiente. El lobo, al sentir de nuevo la esencia de Ericht, se lanzó hacia ella con un rugido. Marte, aún demasiado lejos, apretó los colmillos, impotente. No voy a llegar… pensó, con el corazón latiendo como un tambor.
Entonces, el espacio se deformó. Un resplandor blanco y rojo iluminó el plano existencial del permet y un ave colosal apareció frente a Ericht. No era un ave cualquiera, un Fénix radiante, con plumas de luz que parecían arder con un fuego inmortal. Se interpuso entre Ericht y Lykanthros, aleteando con una fuerza que sacudió el plano. Lykanthros fue expulsado hacia atrás, y el Fénix avanzó hacia él. Marte, desde su posición, vio una batalla de titanes, el lobo carmesí contra el ave de fuego. El Fénix, con un grito ensordecedor, inmovilizó a Lykanthros contra el suelo con sus garras ardientes. Marte corrió hacia Ericht, la tomó en brazos y la apretó contra su pecho. "Estás bien, princesa…" ladró, con la voz temblando de alivio.
De pronto, una voz resonó en sus mentes, femenina y madura, como un eco que vibraba en el alma. "Larga vida al sol y a su inmaculado calor. Solaris, hija del Permet, ¿eres tú quien me ha invocado?" El Fénix giró su cabeza hacia ellas, sus ojos brillando como soles gemelos.
Marte sintió una ráfaga de viento ardiente, y fue expulsada hacia atrás, cayendo de nuevo. Ericht, sin embargo, permaneció inmóvil, mirando al ave sin miedo. El Fénix se acercó, su rostro a centímetros de la princesa. El calor que emanaba podía derretir el acero, pero Ericht no parecía afectada. Alzo una mano y tocó el pico del ave, que cerró los ojos. "Ah, Solaris, hija del mismo Permet, he respondido a tu llamado. Yo, Pyrahelis, Arcano primordial del fuego inmortal, juro protegerte formando un vínculo eterno contigo. Si estás de acuerdo, Naiadë Solaris, di mi nombre," proclamó el ave, con su voz resonando como un incendio.
Ericht, con los ojos abiertos de asombro, susurró, "Pyrahelis…" El Fénix se irguió y lanzó un grito que estremeció el plano. "Desde este día, y por siempre, yo, Pyrahelis, seré el Arcano de Solaris, y Solaris, mi Naiadë, por la eternidad y la gloria del calor primordial," declaró. Luego Pyrahelis envolvió a Ericht con sus alas, cubriéndola en un resplandor de fuego. Marte, horrorizada, gritó: "¡NO!" Corrió hacia ellas, pero un pulso de fuego la detuvo. Cuando el resplandor se desvaneció, el Fénix había desaparecido. Ericht seguía allí, intacta, mirando a Marte con una sonrisa. "Tía Vargra, ¿el perrito ya se calmó?" preguntó, con voz inocente.
Marte cayó de rodillas, suspirando, y abrazó a la princesa con fuerza. "Vámonos de aquí, princesa…" ladró, cerrando los ojos. Segundos después, sus conciencias regresaron al mundo real. Ambas abrieron los ojos, encontrándose de nuevo en la sala del Palacio de Cristal. Pero no estaban solas. Solaris y Lunaria estaban de pie frente a ellas quienes las observaban con rostros serios. El zumbido del Permet en las paredes parecía más intenso, como si supiera lo que acababa de ocurrir. Marte tragó saliva con sus orejas gachas, mientras Ericht se aferraba a su brazo, ajena a la tormenta que se avecinaba.
El aire en la sala del Palacio de Cristal vibraba con un eco residual del Permet, como si las paredes de cristal tallado aún recordaran el pulso de energía que las había estremecido. Solaris y Lunaria estaban de pie frente a Marte y Ericht, las observaban con rostros serios, casi severos. Habían sentido una oleada de Permet, un estallido que las llevó a esa habitación, donde encontraron a la mujer lupina y a la princesa juntas. Los ojos azul hielo de Solaris se clavaron en ellas. "¿Qué están haciendo las dos?" preguntó, con una voz que cortaba el silencio como una cuchilla. El zumbido del Permet en las paredes parecía intensificarse, reflejando su autoridad.
Ericht, con un salto, se liberó de los brazos de Marte y corrió hacia Lunaria, quien la levantó con un movimiento suave, acunándola contra su pecho. "¡Mamá, mami! El perrito de la tía Vargra estaba muy molesto, y ella quería ir a calmarlo, ¡entonces la ayudé! Pero el perrito se puso más molesto y nos quiso atacar. ¡Y luego Pyrahelis vino y nos salvó!" exclamó, con los ojos brillando de emoción infantil. Sus pequeñas manos se aferraban a la túnica de Lunaria, mientras su voz resonaba con una mezcla de orgullo y asombro.
Solaris y Lunaria se quedaron congeladas, sus rostros reflejaban una mezcla de incredulidad y alarma. Marte, aún sentada en el suelo de mármol pulido, sintió un nudo en el estómago. Que la tierra me trague… la princesa me delató, pensó, con las orejas gachas y la cola inmóvil. Aunque técnicamente Ericht había desencadenado todo, Marte sabía que su deber era protegerla, evitar que la niña se pusiera en peligro. "¿Pyrahelis?" dijo Solaris, con un tono que mezclaba confusión y sospecha, como si intentara confirmar lo que su mente ya temía.
Ericht ladeó la cabeza, sonriendo. "¡Sí, mamá! Pyrahelis, mi mascota. Es un ave grandota, ¡como tu dragón!" respondió, con una chispa de entusiasmo. Solaris se llevó una mano al rostro, cerrando los ojos por un instante. Lunaria suspiró, ajustando a Ericht en sus brazos, su mirada plomiza buscando a Solaris. ¿Un pacto con un Arcano? ¿Ericht? ¿Cómo es posible? pensó Lunaria, mientras el peso de la revelación caía sobre ella. Su hija, apenas una niña que empezaba a caminar y hablar, que hasta hace poco era solo un alma sin cuerpo, ¿había formado un vínculo con un Arcano? Solaris abrió los ojos con su expresión endurecida. "Mi niña… ¿cómo contactaste con Pyrahelis?" preguntó, con una calma que ocultaba su creciente preocupación.
Ericht frunció los labios, pensativa. "Pyrahelis vino sola, mamá. Es un ave muy grande, ¡y de fuego!" explicó, agitando las manos como si intentara dibujar las llamas en el aire. Solaris cerró los ojos de nuevo, masajeándose las sienes. Un Fénix… un Arcano primordial, pensó, con un escalofrío. Definitivamente tenía que hablar con Heliarkon, su propio Arcano, lo antes posible. Lunaria, leyendo la tensión en el rostro de su esposa, tomó la palabra. "Muy bien, señorita, demasiadas aventuras para ti por un día. Es hora de volver con tu prima Thalyssara," dijo, ajustando a Ericht contra su pecho. "Y prohibido escaparte, ¿entendido?" añadió, con un tono firme pero maternal.
Ericht hizo un puchero, sus mejillas infladas. "Sí…" murmuró, con una voz tan baja que apenas se escuchó. Lunaria lanzó una mirada rápida a Solaris, y ambas se entendieron sin palabras. Con un movimiento suave, Lunaria salió de la sala, llevando a Ericht en brazos. El sonido de sus pasos resonó en el mármol, dejando a Solaris sola con Marte.
Marte, aún sentada en el suelo, no se atrevía a levantar la mirada. Sentía los ojos de Solaris clavados en ella, como rayos de sol que quemaban su pelaje rojizo. El silencio se alargó, pesado, hasta que Solaris habló. "Cuéntame todo lo que pasó," ordenó, con una voz que no admitía evasivas. El zumbido del Permet en las paredes parecía amplificar su autoridad.
Marte se irguió, aún sentada, con la cola inmóvil y las orejas bajas. "Mi señora Solaris… seguí su consejo de hablar con Lykanthros, pero no podía acceder al plano del Permet. No sé por qué," comenzó, con ladridos suaves que temblaban ligeramente. "La princesa llegó de repente y… dijo que podía ayudarme a calmarme. Tocó mi rostro, y con su poder nos llevó al plano del Permet. Lykanthros vio a la princesa como una intrusa y se volvió loco. Nos atacó. Intenté defenderla, pero Lykanthros me lanzó lejos. Y entonces… la princesa, sin saber cómo, invocó a esa ave gigante. Es fuerte, mi señora. Venció a Lykanthros y lo sometió. Dijo que era un Arcano primordial…" explicó, con la voz entrecortada por pequeños ladridos de culpa.
Solaris cerró los ojos, procesando las palabras. Un Arcano primordial… como Heliarkon, pensó. Los Arcanos primordiales, seres que existían desde el origen de la creación, eran los más poderosos, entidades cuya fuerza podía moldear realidades. Su propio Arcano, Heliarkon, el Dragón del Origen, era uno de ellos. Que Ericht, una niña, hubiera formado un pacto con uno era inconcebible. "¿Ericht formó un pacto con ese Arcano?" preguntó, con un tono que mezclaba incredulidad y urgencia.
Marte asintió, sus orejas aún más gachas. "Sí… bueno, eso creo. Hubo una especie de ritual. Algo que yo nunca hice con Lykanthros. Él solo… apareció en mi vida y me siguió," confesó, con un ladrido apenas audible, mirando al suelo.
Solaris suspiró, frotándose el puente de la nariz. "Vargra, ¿nunca has formado un pacto con tu Arcano?" preguntó, con un dejo de exasperación. Marte bajó aún más la cabeza, sus colmillos apretados. "Eh… no," admitió, con un ladrido tímido, sus orejas pegadas al cráneo.
Solaris suspiró de nuevo, más profundo. Esto explica mucho… Lykanthros actúa por instinto porque no hay un vínculo formal, pensó. "Voy a traer a Junielle ahora mismo. Necesito que te entrene, a ti y a Ericht. Si no, ella correrá el mismo camino que tú, no saber controlar a su Arcano," dijo, con una voz que mezclaba firmeza y preocupación. Marte abrió la boca para responder, pero Solaris alzó una mano, deteniéndola. "Prohibido volver a entrar en el plano del Permet hasta que Junielle llegue. ¿Te quedó claro, Vargra?" ordenó, con los ojos brillando como brasas.
Marte bajó la cabeza, su cola inmóvil. "Sí, mi señora Solaris," ladró, con un tono sumiso. Solaris dio media vuelta, su túnica ondeando tras ella, y salió de la sala. El eco de sus pasos resonó en el mármol, mientras el zumbido del Permet parecía vibrar con su determinación. Tengo que hablar con Heliarkon… ahora, pensó, mientras se dirigía a un lugar donde pudiera contactar a su Arcano. Marte, sola en la sala, dejó caer los hombros, sus orejas gachas. La he jodido otra vez… pensó, con un gruñido bajo, mientras el peso de su error la aplastaba.
Solaris se adentró en los Jardines de Plata, un rincón privado del Palacio de Cristal donde el aire olía a ozono y flores naturales. Dentro encontró un santuario lunar, una cúpula de cristal opaco que reflejaba la luz pálida de la luna de Neptuno, la aguardaba en silencio. Se sentó en el suelo frío, cruzando las piernas, y cerró los ojos. El zumbido del Permet, omnipresente, vibraba en las paredes como un latido cósmico. Bastaron unos segundos para que una voz resonara en su mente, un eco que combinaba tonos masculinos y femeninos en una armonía etérea. "Solaris…" llamó Heliarkon, su Arcano primordial.
Solaris abrió los ojos y se encontró en el plano del Permet, un espacio infinito de nubes ardientes y destellos dorados. Frente a ella, Heliarkon se alzaba, un dragón colosal del tamaño de una galaxia. Su cuerpo blanco, surcado por vetas doradas, brillaba como un sol naciente, y sus alas incandescentes, como coronas de fuego, iluminaban el vacío. "Heliarkon, tengo que hablarte sobre mi hija, Ericht…" dijo Solaris, con voz firme pero cargada de preocupación. Sus manos se apretaron contra sus rodillas, anclándose a la realidad etérea.
Heliarkon inclinó su cabeza, sus ojos como nebulosas ardientes la miraron. "Hizo un pacto con un Arcano. También lo sentí…" respondió con su voz resonando como un trueno que vibraba en el alma. Solaris cerró los ojos, frunciendo el ceño. "Pero, ¿cómo es posible? ¿Los Arcanos no evalúan y prueban a las Naiadës antes de formar un pacto? Heliarkon, Ericht ha pactado con un Arcano primordial, alguien como tú" dijo, con un dejo de incredulidad. Mi niña, es apenas una semilla… pensó, con el corazón apretado. "Pyrahelis, ese es su nombre. ¿Lo conoces, Heliarkon?"
El dragón movió ligeramente sus alas, y una ráfaga de calor recorrió el plano. "Pyrahelis, el Fénix del Fuego Inmortal, la primera flama en existir. Es un Arcano primordial, de la misma generación que Gravitonox y Somnareth," explicó, con un tono que mezclaba reverencia y certeza. Solaris se quedó inmóvil, su respiración se contrajo en su pecho. ¿Un Arcano del mismo calibre que los de Júpiter y Plutón? pensó, atónita. "Heliarkon… ¿me estás diciendo que mi hija ha pactado con un Arcano del mismo poder que los de Júpiter y Plutón? ¿Cómo un ser tan poderoso pudo vincularse con una niña que ni siquiera sabe controlar su Permet?" preguntó, con la voz temblando ligeramente.
Heliarkon la miró, sus ojos brillando con una sabiduría antigua. "Porque ella es Solaris," respondió, pausado. Solaris frunció el ceño, esperando más. El dragón continuó. "Tú y ella son el mismo ser. Comparten la misma alma, el mismo control del Permet. Ella es una semilla en crecimiento, y tú, un ser formado. Al ser un clon tuyo, lleva parte de tu alma y tu poder. Son dos Solaris en este plano existencial, separadas pero unidas. Pyrahelis sintió el fuego de esa Solaris, sin guardián, y acudió a ella, guiada por su llama interna. Es algo que cualquier primordial habría hecho. Ser Arcano de Solaris es único," explicó, con un eco que parecía resonar en el universo entero.
Solaris parpadeó, procesando las palabras. Dos Solaris… mi hija lleva mi destino, pensó, con una mezcla de orgullo y temor. Suspiró, dejando que el aire escapara lentamente. "¿Qué debemos hacer ahora, Heliarkon?" preguntó, con un tono que buscaba guía.
El dragón abrió la boca, revelando un resplandor que parecía contener galaxias. "Entrenarla. Ser Solaris no es ser omnipotente. Como tú, han existido muchas Solaris antes. Si no entrena, la cazarán. Si no sabe defenderse, morirá. Ser Solaris no las hace inmortales," respondió, con una advertencia que resonó como un trueno. Solaris asintió, aunque el peso de esas palabras la aplastaba. "Pero es una niña, Heliarkon…" murmuró, con un dejo de súplica.
Heliarkon soltó una risa profunda, como un volcán despertando. "Los niños aprenden rápido," dijo, con un brillo juguetón en sus ojos. Solaris rio suavemente, aliviada por un instante. "Tiene demasiado poder para ser una niña…" comentó, con una mezcla de asombro y preocupación.
"Porque es Solaris," respondió Heliarkon. "Es la manifestación del Permet en una persona de tu realidad, al igual que tú. No temas explotar su potencial, como haces con el tuyo."
Solaris suspiró, sus hombros relajándose ligeramente. "¿Crees que Pyrahelis será una buena maestra para ella, como tú lo has sido conmigo?" preguntó, con una chispa de esperanza. Heliarkon inclinó la cabeza, sus alas proyectando sombras de fuego. "Preocuparte por eso es el menor de tus problemas. Pyrahelis es una vieja protectora; la verá como su polluela," aseguró, con un tono que mezclaba certeza y afecto.
Solaris rio de nuevo, un sonido cálido que rompió la tensión. "Espero que sea así…" dijo, mirando al dragón con gratitud. Un silencio cómodo se asentó entre ellos, la magia del pacto vibraba en el aire. Arcano y Naiadë se miraron, conectados por un lazo eterno. "Tengo que regresar, Heliarkon. Hay muchas cosas que debo avanzar," dijo Solaris, con determinación renovada.
Heliarkon comenzó a desvanecerse, su cuerpo disolviéndose en destellos dorados. "Ve, entonces, Solaris. Llámame cuando tengas problemas," dijo, su voz desvaneciéndose como un eco lejano. El plano del Permet se disolvió, y Solaris abrió los ojos en el santuario lunar. El aire frío de los Jardines de Plata la recibió, y el zumbido del Permet en la cúpula parecía más suave, como un susurro de apoyo. Se puso de pie, sacudiendo la túnica plateada que la envolvía. Entrenar a Ericht… contactar a Junielle… y lidiar con Neptuno, pensó, mientras sus pasos resonaban en el suelo de cristal. Tenía mucho por hacer, y el tiempo no esperaba.
Junielle estaba frente a la terminal de comunicaciones, en una sala de paredes metálicas que reflejaban el brillo azul de los monitores holográficos. La voz de Solaris, transmitida desde Neptuno, resonaba clara a pesar de la distancia interestelar. Le había explicado todo, el caos desatado por Marte, su pérdida de control con Lykanthros, y el inesperado pacto de Ericht con Pyrahelis, un Arcano primordial. Junielle escuchaba con los ojos cerrados y una sonrisa suave curvando sus labios. La Ephore nunca descansa, pensó, mientras asentía a las palabras de su señora. "Entiendo, mi señora Solaris. Entonces, desea que parta de inmediato, ¿verdad?" dijo, con un tono cálido pero firme, mientras sus manos ajustaban los controles de la terminal.
"Sí, necesito que estés aquí en Neptuno. Toma todas las precauciones necesarias, Junielle. Debes llegar a salvo, y trae a Rouji y a la doctora Kaelia contigo. Ordenaré a Calythea que asuma mi puesto en Júpiter mientras no estoy," respondió Solaris, con una voz que mezclaba urgencia y confianza. Junielle asintió, aunque Solaris no podía verla. "Entonces, embarcaremos en un crucero hacia Neptuno hoy mismo," dijo con su sonrisa ensanchándose. Si la Ephore lo ordena, no hay tiempo que perder, pensó, mientras comenzaba a organizar sus cosas. "Te lo encargo," dijo Solaris, antes de cortar la comunicación. El monitor se apagó, y el zumbido de la terminal dio paso al silencio. Junielle se puso de pie con su túnica ondeando ligeramente tras ella y salió de la sala de comunicaciones con pasos decididos.
En el laboratorio principal de Júpiter, un espacio lleno de maquinaria que zumbaba como un enjambre, Rouji Chante y la doctora Kaelia trabajaban en el nuevo prototipo del portal fotopermético. El aire olía a metal caliente y ozono, y las luces de los reactores proyectaban destellos sobre las paredes. Rouji, un niño de catorce años con el intelecto más brillante del sistema solar, ajustaba los controles con una concentración que parecía aislarlo del mundo. Sus gafas reflejaban los datos que parpadeaban en la pantalla. "Chante, ¿tienes terminado el prototipo?" preguntó Kaelia, inclinada sobre una consola, con un lápiz entre los dientes.
Rouji se acomodó las gafas, sin apartar la vista de los monitores. "El prototipo está listo y operativo, según los nuevos parámetros de la ecuación cuántica que diseñé…" respondió, con un tono preciso que rayaba en la arrogancia. Kaelia alzó una ceja, quitándose el lápiz de la boca. "Diseñamos, Chante. Diseñamos," corrigió, con un dejo de exasperación. Rouji levantó la mirada, impasible. "La ecuación del salto permético se basa en las teorías de Reunerzkyst, con ajustes propios que optimizan la estabilidad molecular, así que puedo decir con exactitud que…" comenzó, pero Kaelia lo interrumpió, alzando una mano. "Ok, ok, basta. Entendí, maldita sea, Chante. ¿El prototipo está listo o no?"
Rouji parpadeó, ajustándose las gafas de nuevo. "Sí, está listo," dijo, con un tono más seco. Kaelia suspiró, pasándose una mano por el cabello. "Bien, entonces hagamos pruebas orgánicas. ¿Tienes los ratones de prueba?" Rouji alzó una caja transparente con dos pequeños roedores que se movían inquietos. "Preparados," respondió, con un leve destello de orgullo en los ojos.
Kaelia asintió. "Bueno, enciende los portales. Vamos a transportarlos," dijo, cruzando los brazos. Rouji colocó la caja en la plataforma y activó los reactores. Los portales, ahora de tamaño humano, cobraron vida con un zumbido grave. La cristalita, incrustada en los reactores, emitió un resplandor azul que conectó ambos portales, creando una ventana clara entre dos puntos del laboratorio. Rouji abrió la jaula, y los ratones, empujados suavemente, atravesaron el portal. Aparecieron al otro lado, intactos, correteando sin signo de daño. Rouji revisó los datos en su consola. "Entropía sin variaciones, estado molecular intacto, sin descontrol a nivel celular. Transporte exitoso," exclamó, con una satisfacción contenida.
Kaelia, atónita, dejó caer sus apuntes al suelo. ¿Funcionó? pensó, con el corazón acelerado. Había transportado seres orgánicos sin problemas. Desde el otro lado del laboratorio, suspiró, mirando el portal. Es todo o nada por la ciencia, pensó. Sin dudarlo, se impulsó y atravesó el portal, cerrando los ojos. Cayó sobre Rouji, que estaba del otro lado, derribándolo al suelo. Se puso de pie de inmediato, revisándose el cuerpo, tocándose la cara. Rouji, quien aún permanencia en el piso, revisó los datos. "Entropía intacta, estado molecular sin alteraciones, nivel celular normal," dijo, con la misma precisión clínica. Kaelia soltó un grito eufórico. "¡LO LOGRAMOS, CARAJO!" exclamó, abrazando al niño con fuerza. Rouji se quedó inmóvil, sus gafas ligeramente torcidas, aceptando el abrazo con resignación. El portal fotopermético es una realidad, pensó, mientras su mente ya calculaba las implicaciones.
Un aplauso lento interrumpió el momento. Ambos giraron hacia la entrada del laboratorio, donde Junielle, conocida como Lady Júpiter, estaba de pie, aplaudiendo con una sonrisa. "Felicidades…" dijo, con un tono cálido pero autoritario. Kaelia se enderezó de inmediato, alisando su bata. "Lady Júpiter, no sabía que estaba aquí. Chante, ¿qué haces en el suelo? ¡De pie, Lady Júpiter está aquí!" exclamó, con un deje de nerviosismo. Rouji se levantó, sacudiendo el polvo de su ropa, y saludó con un gesto formal. "Buenas tardes," dijo, ajustándose las gafas.
Junielle sonrió, sus ojos brillando bajo la luz del laboratorio. "Es maravilloso que los avances tecnológicos vengan de nosotros. Sin embargo, estoy aquí por un mandato de la señora Solaris," anunció, con un tono que no admitía demoras. Kaelia se tensó, su mano apretando los apuntes que había recogido. "¿Un mandato de la Ephore? Dígame, Lady Júpiter, ¿qué debemos hacer?" preguntó, con una mezcla de curiosidad y aprehensión.
Junielle mantuvo su sonrisa, pero sus ojos se endurecieron. "Nuestras órdenes son viajar a Neptuno. Llevarlos a ambos y también un portal fotopermético," explicó. Kaelia alzó una ceja, confundida. "¿Solo uno?" preguntó. Rouji, con la barbilla apoyada en la mano, entendió al instante. "Quieren hacer una teletransportación desde Neptuno a Júpiter," dijo, con una chispa de interés en la voz.
Junielle alzó una ceja, impresionada. Este niño es demasiado listo, pensó. "Es correcto, joven Rouji," confirmó. Kaelia se llevó una mano a la cabeza, abrumada. "¡Pero la distancia es enorme! No hemos hecho pruebas de gran distancia. ¿La cristalita nos va a alcanzar?" exclamó, mirando los reactores.
Rouji frunció el ceño, pensativo. "El principio es el mismo. Solo necesitaríamos más poder," dijo, con una calma que contrastaba con la preocupación de Kaelia. Junielle rio, un sonido ligero que llenó el laboratorio. "La señora Solaris ya lo tiene calculado. Por favor, no la hagamos esperar. Necesitamos partir hoy mismo," dijo, girándose para salir. "Los espero en el hangar 112 en dos horas. Es una orden," añadió, antes de desaparecer por la puerta, con su túnica ondeando tras ella.
Kaelia y Rouji se miraron, procesando la orden. Rouji apagó los portales, desconectó los reactores y se ajustó las gafas. "Tengo que hablar con Cecelia," dijo, con un tono práctico, antes de salir del laboratorio con pasos rápidos. Kaelia se quedó sola, mirando el portal apagado. "Gracias por dejarme el transporte del portal a mí sola, Chante…" murmuró, con un suspiro resignado. Esto va a ser un dolor de cabeza, pensó, mientras comenzaba a desmontar el equipo, con el zumbido del laboratorio acompañando sus movimientos.
En el patio de entrenamiento de Júpiter, el aire vibraba con el zumbido del Permet y el eco de golpes contra el suelo metálico. Cecelia, conocida como Nemora, la Novitiae de Venus, perfeccionaba sus habilidades bajo el cielo de Jupiter. Ya podía desvanecerse a voluntad, volviéndose invisible e indetectable, extendiendo su poder por más de tres horas. El esfuerzo la dejaba exhausta, pero la satisfacción de dominar el Permet brillaba en sus ojos. A su lado entrenaban Charion, la Novitiae de Plutón, y Sofos, la Novitiae de Marte. Charion, con su piel azul zafiro y orejas élficas alargadas, era una maestra del Permet, capaz de inducir el sueño con un toque, ya fuera en personas, máquinas o partes del cuerpo. Sofos, la discípula de Marte, era una lupina de pelaje anaranjado, ágil y letal, con una confianza que rozaba la arrogancia. Cecelia, como venusiana, no había cambiado mucho físicamente; su belleza voluptuosa, típica de las mujeres de Venus, ya era deslumbrante. Sin embargo, desde que se convirtió en Novitiae, sus sentimientos por Rouji, el niño genio, se habían vuelto imposibles de ocultar. A sus diecinueve años, su corazón latía por él, aunque su mente lógica parecía incapaz de notarlo. ¿Por qué eres tan denso, Rouji? pensó, mientras esquivaba un ataque.
"Nemora, no te distraigas…" dijo Charion, lanzando un destello de Permet hacia ella. Cecelia desapareció en un parpadeo, reapareciendo a unos metros. "Estás mejorando mucho, Nemora," añadió Charion, con una sonrisa aprobatoria, mientras retomaban el entrenamiento. Cecelia asintió, jadeando. "Entiendo mejor los conceptos. Ya sé qué hacer para desaparecer," respondió, desvaneciéndose de nuevo en un destello de luz.
Un aullido resonó en el patio, más cachorro que fiero. Sofos, arrastrando una pila de hierro de veinticuatro toneladas atada con cadenas, gruñía mientras corría. "¡Aú!" exclamó, con un ladrido que vibró en el aire. Cecelia alzó una ceja, impresionada. "Dios mío… ¿cuántas toneladas pesa eso?" preguntó, mirando la montaña de metal. Charion rio, alzando una mano en un gesto despreocupado. "Veinticuatro toneladas," respondió, con un brillo de orgullo en los ojos. Cecelia parpadeó, atónita. "Santo cielo…" murmuró.
Antes de que pudieran continuar, un destello azul iluminó el patio. Europa, la Novitiae de Júpiter, se materializó frente a ellas, su poder era el de la teletransportación dejando un eco de Permet en el aire. Miró a Cecelia con una sonrisa traviesa. "Nemora, te han venido a buscar," dijo, imitando los gestos de su maestra, Junielle. Cecelia alzó una ceja, confundida. "¿A mí? ¿Quién?" preguntó. Europa soltó una risita. "Rouji Chante," respondió, con un guiño.
Cecelia se sonrojó de inmediato, sus mejillas ardieron. Charion soltó una carcajada, mientras Sofos, desde el fondo, dejó escapar un ladrido divertido. "¡Aú, Nemora está enamorada!" exclamó, con una sonrisa lupina. Europa tomó el brazo de Cecelia. "Ven, te llevo," dijo, y en menos de un segundo, el patio de entrenamiento desapareció. Cecelia se encontró en el patio de meditación, un espacio silencioso donde el zumbido del Permet era apenas un susurro. Frente a ella estaba Rouji, ajustándose las gafas, con su expresión seria de siempre. Europa sonrió. "Listo, los dejo solos. ¡Adiós!" dijo, antes de desvanecerse en un destello.
Cecelia jugó con sus cabellos blancos, mirando a un lado para ocultar su nerviosismo. No esperaba verlo ahora… pensó, con el corazón acelerado. "Rouji, corazón, ¿qué haces aquí? Aún no es de noche para vernos en casa ¿Tanto me extrañas?" dijo, con un tono juguetón, mirándolo de reojo. Rouji se ajustó las gafas, imperturbable. "Vengo a informarte que partiré a Neptuno en aproximadamente cuarenta minutos. La Ephore Solaris me ha convocado para una presentación del portal fotopermético. Viajaré con Lady Júpiter y la doctora Kaelia," explicó, con su voz monótona y precisa.
Cecelia se quedó de piedra, su sonrisa se desvaneció inmediatamente. ¿Se va? ¿Y me deja sola? pensó, con un nudo en el pecho. "No…" dijo, sin pensarlo con su voz temblando. Rouji alzó una ceja. "Es una orden de la Ephore," replicó, como si eso lo explicara todo. Cecelia alzó la voz, desesperada. "¡No me importa! Ella no puede manipularte y… y alejarte de mí. ¡No!" exclamó, con los ojos brillando de emoción.
Un "¡Shhh!" cortante resonó detrás de ellos. Mimas, la Novitiae de Saturno, meditaba en un rincón, su figura envuelta en un aura de Permet. "¿Pueden callarse los dos? Estoy meditando," susurró, con un tono afilado. Cecelia y Rouji se miraron, Cecelia avergonzada y Rouji imperturbable. Cecelia tomó la mano de Rouji y lo sacó del patio de meditación, llevándolo a un espacio abierto donde el viento de Júpiter soplaba suavemente. "Lo siento, cariño, pero… ¿cuánto tiempo estarás fuera?" preguntó, con la voz temblando.
Rouji consultó su reloj de pulsera. "Tengo treinta y cuatro minutos para llegar al hangar 112. El tiempo que estaré en Neptuno es indeterminado. No tengo información. Se lo consultaré a la Ephore cuando llegue y te lo comunicaré," dijo, con su lógica implacable. Cecelia palideció. "Pero…" comenzó, pero Rouji la interrumpió. "Dejo a Número 4 y Número 5 contigo para que sirvan de enlace. Me llevaré a Número 1 y Número 3," comento, refiriéndose a sus Haro, las pequeñas esferas robóticas que lo acompañaban. Cecelia lo abrazó con fuerza, apretándolo contra su pecho. "No te vayas…" susurró, con la voz quebrada.
Rouji, inmóvil en el abrazo, respondió con calma. "Tengo que partir. La Ephore me ha convocado," dijo, ajustándose las gafas. Cecelia lo soltó, sus ojos brillando con lágrimas contenidas. Rouji dio media vuelta. "Te haré saber cuando llegue a Neptuno," añadió, antes de alejarse con pasos rápidos. Cecelia lo miró, su figura empequeñeciéndose en la distancia, mientras el viento agitaba sus cabellos blancos. No me dejes sola, Rouji… pensó, con el corazón apretado.
En el hangar 112, el caos controlado reinaba. El portal fotopermético, desmontado en piezas brillantes, era cargado en un crucero masivo con un zumbido de maquinaria pesada. El Goliath, un mobile suit colosal, el doble de grande que uno estándar, era transportado al compartimiento de carga con grúas especiales, sus placas metálicas reflejando las luces del hangar. Rouji llegó a tiempo, observando la operación con su precisión habitual. Por eso necesitamos un crucero tan grande, pensó, calculando mentalmente la logística. Junielle se acercó, su túnica ondeando tras ella con autoridad. "Bienvenido, joven Rouji. Por favor, ingresemos. La doctora Kaelia ya está dentro. No debemos hacer esperar a la Ephore," dijo, con una sonrisa que mezclaba calidez y urgencia.
Rouji asintió y siguió a Junielle hacia la nave. El compartimiento se cerró con un estruendo metálico, y en pocos minutos, el crucero despegó, abandonando la atmósfera de Júpiter con un rugido. Rouji, Junielle y Kaelia se aferraron a los asientos mientras la nave saltaba al vacío. Un quejido femenino rompió el silencio tras el salto brusco. Los tres giraron hacia el sonido, y allí sin haberse percatado estaba Cecelia, materializándose en un rincón. Había usado su habilidad permética para volverse indetectable, colándose en la nave sin que nadie, ni siquiera Junielle, lo notara. Junielle sonrió, un gesto sombrío que ocultaba sorpresa. "Esto es realmente inesperado," dijo, con un tono que destilaba advertencia.
Cecelia soltó una risa nerviosa, jugando con sus cabellos blancos. "Lo siento…" murmuró, con las mejillas sonrojadas. No podía dejarte ir, Rouji, pensó, mientras el zumbido del crucero llenaba el aire, marcando el inicio de su viaje hacia Neptuno.