A la mañana siguiente, Harry y Hermione se encontraron en el pasillo.
–Buenos días. –se saludaron dándose un beso. –Harry, tu barba pincha. Será mejor que te afeites para ir más presentable a la cita con la jueza.
–Todos mis enseres se quedaron en el cuartel. No me dio tiempo a recoger nada. Como no me afeite con un trozo de vidrio…–se justificó Harry con ironía.
–No seas animal. Ahora estamos de prestado. Estamos en una casa donde han vivido siete hombres, de los cuáles, ahora mismo hay cuatro. El afeitado no será un problema. De todas formas, como está claro que te cuesta tanto pedir ayuda, ayer Ginny y yo fuimos a la tienda y compramos algunas cosas básicas. Toma. –le dijo Hermione, tendiéndole un neceser que incluía espuma de afeitar y cuchillas.
–Me sorprendes. Estás en todo. –dijo Harry.
–En cuanto a la ropa, te cogí algo a ojo, porque no sé tus tallas. No puedes ir con la ropa grande de Ron.
–¿También ropa? –preguntó Harry.
–Pues claro. Si quieres convencer a la jueza, no puedes parecer un pordiosero.
–Gracias. Eres la mejor.
–Anda, prepárate o aún llegaréis tarde.
Un par de horas después, George, Lupin y Harry se dirigían a Londres, donde recogieron a Percy de su despacho y fueron hacia el despacho de Amelia Bones. Mientras ellos hablaban con la jueza, George iría a la tienda para dejar a cargo a su socio Lee Jordan y a avisar a su novia Angelina de todo lo que estaba pasando.
Cuando la secretaria les dio permiso, Percy, Lupin y Harry entraron al despacho de Bones. Era un despacho acogedor. En su mesa tenía algunas fotos familiares.
–Hola Percy. Veo que vienes acompañado. Tu llamada me dejó algo intrigada. ¿En qué puedo ayudarte? –dijo Amelia.
–Buenos días, jueza Bones. Le presento a Remus Lupin y a Harry Potter.
–Encantado –respondieron Lupin y Harry a la vez.
–Un placer. –dijo Amelia.
–Verá, jueza Bones. –comenzó Percy.
–Oh, señor Weasley. Déjese las formalidades. Dejemos los rangos para los juicios y llámeme Amelia.
–Está bien. Verá, el señor Lupin y el señor Potter tienen algo muy importante que contarle.
–Está bien, procedan. –dijo Amelia.
–¿Conoce usted la Orden del Fénix, señora Bones? –comenzó Lupin.
–Lo cierto es que no.
–Bien. Pero seguro que recuerda a Lord Voldemort. –prosiguió Lupin.
–Sí, claro, cómo olvidarlo. Tuve que hacerme cargo de mi sobrina Susan por culpa de ese malnacido. Asesinó a mi hermano Edgar. Quien no estuviera de acuerdo con él, era un blanco.
–¿Qué le parece hacer justicia, señora Bones? –dijo Harry, participando por primera vez en la conversación.
Un rato después de haber explicado todo y haber aportado toda la información documental, Amelia Bones estaba muy impresionada.
–Está claro que todo encaja. Voldemort gobierna desde la sombra. Pero ¿qué pretenden que haga? –preguntó Amelia.
–Una autorización judicial para asaltar la mansión Malfoy para desenmascararlos y llevarlos ante los tribunales. –dijo Lupin.
–Esto me sobrepasa. Ustedes mismos han dicho que los tentáculos del nuevo gobierno han llegado a todas las esferas. Pueden salirse con la suya –se resistió Bones.
–No si es usted la jueza. –dijo Harry.
–¿Está intentando influir en un hipotético juicio, señor Potter?
–¡No! Si estamos aquí es porque Percy nos ha dicho que usted es justa e incorruptible. –justificó Harry mientras Bones se ruborizaba. –Si es usted la jueza y los desenmascaramos, será su fin, especialmente en cuanto los medios de comunicación se hagan eco de su caída y la de Voldemort.
–Sin olvidar que también podríamos buscar el apoyo de instancias internacionales. –aportó Percy.
–Bien pensado, Percy. –alagó Lupin.
–¿Cuántos son ahora mismo en la Orden del Fénix? –preguntó Amelia.
–Oficialmente somos cinco. –contestó Lupin. –Aunque debo decir que la familia de Percy y la novia de Harry nos están ayudando en lo que pueden.
–¿Han mezclado a civiles en esto? ¿Qué grado de implicación tienen? Podrían ir a la cárcel.
–Bueno, –titubeó Lupin –lo cierto es que la familia del señor Weasley nos están proporcionando cobijo, al quedar la sede de la Orden hecha cenizas. No han estado en peligro en ningún momento, señora.
–¿Y su novia, señor Potter? –preguntó Amelia.
–Ella fue la que hablo con Sirius Black. Se hizo pasar por periodista para obtener la información. –confesó Harry.
–¡Eso es muy grave, señor Potter! ¡Lo podría mandar a la cárcel ahora mismo por ello! –amenazó la jueza. Harry pensaba que si le mandaba a la cárcel por eso, no sabría qué haría si tuviera que juzgar todos los asesinatos cometidos en nombre de la Orden y del gobierno.
–En ningún momento corrió peligro, señora Bones. Obtuvo todos los permisos de la prisión para realizar la entrevista. Si en algún momento hubiese corrido algún tipo de peligro, créame que yo habría sido el primero en negarme a que lo hiciera.
–Utilizando una identidad falsa. –dijo Bones.
–Sí, pero no suplantó a nadie. Fue para un fin muy concreto, señora Bones. –argumentó Harry.
–Bien, y ahora contesten a esto. ¿Cómo piensan que cinco personas van a poder enfrentarse a todo un sistema entrando en la mansión de uno de los políticos más visibles? Tienen seguridad allí.
–Porque somos profesionales. Nos hemos enfrentado a un sinfín de peligros aún estando en minoría. Tenemos un plan bien calculado.
–Los planes pueden salir mal. –dijo Amelia.
–Por supuesto. –dijo Lupin. –Pero nuestra intención es recopilar pruebas de que lo que están haciendo no es lícito. Podríamos retener a Malfoy para que confesara toda la trama. Si no hacemos nada, todo irá a peor y sí que será el fin de la democracia.
–¿Y si se encuentran a Voldemort y a los mortífagos? –preguntó Bones.
–Pues no nos quedará de otra que luchar. –dijo Harry.
–Una última pregunta. –dijo Amelia. –Dicen que la Orden del Fénix, a pesar de haber nacido legalmente para combatir a Voldemort, el gobierno la ha estado usando para lavar sus trapos sucios. ¿Quiere decir eso que ustedes han matado a gente? –preguntó Amelia.
Los dos se quedaron sin palabras, sin saber qué decir.
–Lupin y los demás miembros no han matado a nadie, señora Bones. Ese trabajo me correspondía hacerlo a mí. –confesó Harry.
–¿A cuánta gente ha matado, señor Potter? –preguntó alarmada.
–A demasiada. –asumió Harry. No servía de nada esconder eso.
–¿Eres consciente, entonces, de que debes ser juzgado, señor Potter, y de qué probablemente vaya usted a la cárcel? ¿Cómo pueden tener la desfachatez de venir aquí a pedir una autorización judicial cuando ya han decidido por la vida de tanta gente? –preguntó Amelia.
–Señora Bones, Harry ha sido una víctima más de la Orden del Fénix. Si hacía lo que hacía es porque fue educado e instruido para ello. Sólo cumplía órdenes. Pero se está rehabilitando desde que conocemos la verdad. En la Orden del Fénix había un proyecto que Albus Dumbledore y Severus Snape llevaban en secreto. Los demás teníamos una idea equivocada de Harry hasta que descubrimos que todo era fruto del proyecto. –explicó Lupin.
–¿Un proyecto? –preguntó la jueza.
–Harry, pásale la información. –dijo Lupin.
Harry le pasó el dispositivo USB para que la jueza se copiara la información.
–¿Cómo averiguaron todo esto? –preguntó Amelia.
–Vi mi nombre en una carpeta y me di cuenta de que me ocultaban algo. Así que decidí investigar. Así descubrí muchas cosas sobre mi pasado. –dijo Harry.
–Veo que es usted aficionado a investigar por su cuenta. –dijo Amelia.
Amelia estuvo un rato leyendo la información. No podía dar crédito a lo que estaba leyendo. Cuando acabó, no pudo evitar mirar a Harry, pensando en todo lo que había tenido que pasar ese muchacho.
–Señora Bones, con todos mis respetos. ¿Todavía piensa que Harry debe ir a la cárcel? –preguntó Lupin.
–Esto lo cambia todo. No ha tenido una educación normal. Por lo que veo ha sido un autómata todos estos años.
–¿Entonces nos dará la autorización judicial?-preguntó Harry.
–¿Tienen pensamientos de que participe gente que no pertenece a la Orden? –preguntó Amelia.
–Tres hermanos de Percy se han ofrecido a ayudarnos. Pero les hemos asignado tareas en las que su vida no corra demasiado peligro y se mantendrán bastante al margen. Uno de ellos fue policía y tiene licencia de armas. Es el único que puede correr un mayor peligro. –confesó Lupin.
Harry no estaba seguro de si Lupin había hecho bien diciéndole aquello. La jueza estaba a punto de aceptar y esto le podría hacer tomar la decisión contraria.
–No me hace gracia que mezclen a civiles. –dijo Bones. –Pero me da la impresión de que los autorice o no, intervendrán de todas modos, ¿verdad, señor Potter?
–Sí. –dijo Harry.
–No es sólo una cuestión nacional, sino una cuestión personal. –pensó Amelia en voz alta. –De acuerdo, firmaré la autorización. Ya que lo van a hacer, mejor tener el respaldo judicial. Yo también detesto a esta dictadura disfrazada de democracia y también tengo cuentas pendientes con Voldemort. Evidentemente, no alegaré estos motivos, sino las pruebas documentales que han aportado. Es una opinión personal, no se lo digan a nadie, como jueza debo mantenerme imparcial.
Harry, Lupin y Percy sonrieron por lo bajo.
–¿Cuándo realizaran la operación? –peguntó Amelia.
–Ahora mismo tenemos a uno de nuestros agentes vigilando la entrada de la mansión para conocer los cambios de los turnos. En cuanto tengamos la información y pulamos algunos detalles del plan, intervendremos. –dijo Lupin.
–Quiero que me mantengan informada en todo momento. –ordenó Bones.
–Esa tarea se la podemos asignar a Ginny y Hermione, ¿no te parece, Harry? –preguntó Lupin.
–¿Dónde va a estar su centro de operaciones? –preguntó Bones.
–Será en mi casa de Ottery St Catchpole, señora Bones. –intervino Percy.
–Bien, páseme la dirección exacta y en cuanto pueda iré para allá yo también. –dijo Bones. –Con una llamada puedo ordenar a la policía que manden refuerzos.
–Preferiríamos que no lo hiciera hasta que no estuviera la situación controlada. Precisamente porque sabemos que la influencia de Voldemort también ha llegado a la policía. –dijo Lupin.
–De acuerdo. Esperaré instrucciones, entonces. –dijo Bones.
–Muchas gracias, señora Bones. –dijo Harry.
–Una pregunta, señor Potter. –dijo Bones. –¿Su novia sabe que ha matado usted a gente?
–Sí. –afirmó Harry.
–¿Y aún así no le teme, acepta estar con usted? –preguntó Amelia impresionada.
–Hermione es la persona más buena que existe, señora Bones. Me está enseñando a ser humano.
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–¿Y bien? ¿Tenéis la autorización? –preguntó Ginny en cuanto vio a Lupin, George y Harry entrar por la puerta.
–Sí. –dijo Lupin. –Ha sido duro. Pero es normal, no podía autorizar así como así. El mayor miedo me ha entrado cuando ha hablado de la posibilidad de que fuera Harry el que debía ser juzgado por todos los asesinatos. Por suerte llevábamos toda la información de Harry encima.
–¿Asesinatos? ¿Qué asesinatos? –preguntaron los Weasley alarmados.
–Luego lo explicamos. No os preocupéis. –tranquilizó Hermione.
Al día siguiente, Harry se encontraba con Hagrid y Lupin preparando el furgón.
–¿Tenemos armas para George, Bill y Ron? –preguntó Hagrid.
–Sí. –dijo Harry.
–¿Y chalecos antibalas? –preguntó Lupin.
–Me temo que sólo tenemos cinco. Cogimos tantos como miembros hay en la Orden. No va a haber para todos. Les daremos a Ron, George y Bill. Kingsley y tú podéis llevar los otros dos.
–Harry, Bill permanecerá en el furgón. ¿No sería más sensato que lo llevaras tú? Vas a estar más expuesto. –argumentó Lupin.
–No. No quiero correr el riesgo. Está a punto de ser padre. A pesar de estar apartado, no está exento de peligro. Haremos ver que todos llevamos chaleco, ¿de acuerdo? –dijo Harry.
–Hermione te matará si se entera de que no llevarás chaleco. –dijo Lupin.
–Eso si no le mata una bala antes. –dijo Hagrid.
–¿Por qué pensáis que me va a matar alguien?
Lupin y Hagrid se rieron.
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La hora de partir hacia la mansión Malfoy había llegado. Los miembros de la Orden iban con sus uniformes, mientras que los hermanos intentaron vestir de la manera más cómoda posible, pero no tuvieron más remedio que ir con ropa de calle.
–Chicos, el equipo informático está preparado. Sólo tengo que apretar un botón para neutralizar a las cámaras. Espero la orden. Los drones espías también están activados, ahora ya no podréis estornudar sin que sepamos quien os va a sonar la nariz. –dijo Tonks.
–Bien, chicos, aquí tenéis vuestros chalecos antibalas. –dijo Kingsley a George, Bill y Ron.
–¿Y los vuestros? –preguntó Bill.
–Están en el furgón, ahora nos los pondremos. –fingió Kingsley. –Tomad también vuestras armas.
–Chicos, por favor, llevad cuidado. No quiero perder a más hijos. –dijo la señora Weasley.
–No te preocupes, mamá. Todavía tenemos mucha guerra que dar. –dijo George.
–Hagrid, ¿qué arma llevas? –preguntó Harry a Hagrid.
–Es mi vieja Taurus.
–¿Por qué no llevas un arma automática?
–Me gusta mi Taurus. –dijo Hagrid.
–Hagrid, está bien para un aprieto, pero como también es mi culo el que está en juego, coge un arma automática.
–A sus órdenes. –se resignó Hagrid.
–Chicos, mucha suerte. –dijo el señor Weasley.
Los Weasleys fueron despidiéndose.
–Harry. –dijo Hermione. –Vuelve entero, por favor.
–No te preocupes, estaré bien.
–Te quiero. –dijo Hermione. Se besaron como si no fueran a verse nunca más.
–En marcha. –dijo Kingsley.
La nueva Orden del Fénix se metió en el furgón y desaparecieron por el horizonte.
Continuará…