ID de la obra: 951

Orange Days

Het
G
Finalizada
0
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167 páginas, 77.050 palabras, 22 capítulos
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7. Mi corazón roto I

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–¡Tada! –dijo Yamazaki a los demás, mostrando un cuaderno de color naranja en la sala de descanso de la facultad. –Esto es lo que llamaremos el “Cuaderno Naranja”. Podéis escribir cualquier cosa. –¿Cualquier cosa? –preguntó Sakura. –¿Qué quieres decir con cualquier cosa? –preguntó Shaoran. –Con cualquier cosa quiero decir cualquier cosa: cómo os habéis sentido hoy, los sueños de mañana o las lágrimas de ayer. –contestó Yamazaki mientras se levantaba. –O sea que,… –dijo Eriol mientras le cogía el cuaderno a Yamazaki. –básicamente donde escribes notas a la gente e intercambias información sobre trabajos, exámenes finales y ese tipo de cosas. –Mientras ellos hablaban, Tomoyo iba traduciendo como podía al lenguaje de signos. –Sí, pero podemos compartir más cosas. –dijo Yamazaki. –¿Qué? –preguntó Sakura que se había perdido al final. –Podemos compartir… –tradujeron Tomoyo y Shaoran a la vez. Al ver que los dos traducían, Tomoyo dijo: –Adelante. –Podemos escribir sobre lo que tengamos en lo más profundo de nuestro corazón. –les sorprendió Yamazaki hablando en lengua de signos. Al ver las miradas dijo: –He aprendido un poquito. –¡Wow! –dijo Shaoran sorprendido dándole un pequeño codazo. –¡Estoy impresionada! –admitió Tomoyo. –Entonces ¿vamos a escribir de nuestros pensamientos más profundos? –preguntó Eriol volviendo a sentarse. –Es como un diario conjunto. ¿A nuestra edad? –Si lo piensas bien, nuestra vida universitaria acabará en unos cuantos meses. Será como un recuerdo. En cualquier caso, sin ser inflexible, podría decirse que este será el libro de garabatos de la Sociedad Naranja. Lo dejaremos en la repisa de esta sala, junto con los cuadernos de los clubes que hay en la universidad. –¿La Sociedad Naranja? –preguntó Eriol. –¿Qué es eso? –preguntó Tomoyo. –Se me acaba de ocurrir. Será el nombre de nuestro grupo. –contestó Yamazaki. –¿Y por qué “Naranja”? –preguntó Shaoran. –Porque representa nuestra agridulce juventud. –contestó Yamazaki soñador mientras Tomoyo asentía con una sonrisa en la cara. Mientras pensaba que podría haber elegido un nombre más adecuado. –¡Yo creo que es genial! –opinó Tomoyo entusiasmada. –Es una bonita idea. –dijo mirando a Yamazaki. –¿De verdad lo piensas? –preguntó él ilusionado. Al ver a Tomoyo asentir dijo: –¡Qué feliz me hace que te guste! –La Sociedad Naranja, ¿eh? –dijo Shaoran.

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Cuando las chicas se marcharon, los chicos salieron fuera a sentarse en el césped del campus. –Tío, eres tan predecible. –le dijo Eriol a Yamazaki. –¿Qué? ¿De qué hablas? –preguntó el aludido. –¿Qué es eso de la Sociedad Naranja? Tu verdadero objetivo es Tomoyo, ¿a qué sí? Piensas que puedes avanzar con ella a través del grupo. –¿Se ha notado? –admitió Yamazaki. –Pensé que primero tenía que crear un terreno sólido. –Así que es eso. –dijo Shaoran. Entonces, escuchó como algo golpeaba el tronco del árbol en el que estaba apoyado. Cuando se levantó vio venir una piedra lanzada por Sakura. Menos mal que Shaoran tenía buenos reflejos y se agachó, sino la piedra le habría golpeado en toda la cabeza. –¡Uf! Ha estado cerca. –dijo Shaoran. –La princesa te llama. –dijo Eriol. Shaoran cogió su mochila y se dirigió hacia Sakura. –Me pregunto qué hay entre esos dos. –dijo Yamazaki mientras vería a su amigo alejarse. –Oye, ¿has terminado tu carta de amor? –preguntó Eriol. –Oh, sí. ¿Puedes leerla por mí? –asintió Yamazaki mientras buscaba la carta en su mochila. Pero en vez de una carta, parecía una guía telefónica del tocho de folios que sacó. –No gracias. –rechazó Eriol arrepintiéndose de haberla mencionado. –Venga. –insistió su amigo, que fue persiguiendo a Eriol. Cuando Shaoran llegó hasta Sakura, que se había sentado en un tronco le preguntó: –¿Qué pasa? –No te enfades. Lo que pasa es que estabas muy lejos y tenía que llamarte de alguna manera. –No estoy enfadado. –dijo Shaoran. –Entonces, sonríe. –le dijo Sakura. –¿Qué? –preguntó Shaoran. –Sonríe para mí. –Shaoran sonrió, pero Sakura no se creyó mucho esa sonrisa: –Pareces tonto. –¿Me has llamado para insultarme? –preguntó Shaoran sentándose en el tronco de enfrente. –No deberías decir nada como aquello cuando tienes novia. –dijo Sakura. –¿Como qué? –preguntó Shaoran sin saber a qué se refería. –Cosas como las que me dijiste ayer: “Te salvaré de la oscuridad del silencio”. –explicó Sakura. –Es demasiado dulce, como en las películas. –¿Eso crees?¿Tan malo es? –preguntó Shaoran. –Cuando dices algo así tienes que estar dispuesto a renunciar a algo. –¿Qué quieres decir con “algo”? –Por ejemplo, a tu novia. –aclaró Sakura. –Pero son cosas diferentes. –argumentó Shaoran. –¿Diferentes? –Sí. –Ah, por un momento pensé que yo te gustaba. –dijo Sakura. –¿No te gusto? –Pero es diferente a lo de mi novia. –comenzó a explicar Shaoran. –No es que no me gustes. Pero, por casualidad, ¿yo te gusto? ¿Acaso quieres seducirme? –preguntó él. –Sí, en tus sueños. –contestó Sakura con ironía. –Puedes descansar tranquilo porque nunca, en toda mi vida me gustarás. –dijo Sakura con orgullo y se levantó. –Ya estamos con la declaración de “nunca me gustarás”. –dijo Shaoran para sí. Pero Sakura le había leído los labios e hizo un gesto frente a sus ojos. –No era eso. No era eso lo que intentaba decirte. Cuando hablo contigo, mi hilo de pensamiento se pierde. –¿Entonces qué es?¿Qué intentas decirme? –preguntó Shaoran un poco mosqueado. Entonces, Sakura se volvió a sentar. –Muy bien. Voy a esforzarme al máximo, tal y como me dijiste. No tiene sentido vivir la vida preguntándome constantemente “¿por qué yo?”. El violín no ha funcionado, pero encontraré otra cosa. Seguiré mirando hacia adelante… no, es diferente. –entonces se detuvo de signar y empezó a signar otra vez. –Espera, no hables contigo misma en signos. –dijo Shaoran. –¿No puedo hablar conmigo misma? –Perdona. –se disculpó Shaoran. –Gracias a ti me siento bastante bien. –dijo Sakura retomando la conversación. –¿Qué? –preguntó Shaoran. –Mis sentimientos. –aclaró Sakura. –Intentaré encontrar algo. –Suena bien. –dijo Shaoran. –Creo que he hecho un buen trabajo expresándome desde aquí. –dijo Sakura señalándose el corazón.

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Cuando Meiling despertó, al principio le costó reconocer que no estaba en su habitación. Cuando la luz que se colaba por la ventana le dio en la cara, se espabiló y se incorporó de golpe, percatándose de que el dueño de aquella cama y aquel apartamento era Yue. –Lo siento, Yue. Ayer me dormí con la borrachera. –dijo Meiling un poco alterada. Pero entonces se dio cuenta de que Yue no estaba. Tan sólo había una nota en la mesita de noche. Tu rostro reflejaba tanta paz mientras dormías que parecías la Bella Durmiente. Así que decidí marcharme sin despertarte. Hay café, está junto al fogón de la cocina. El pan está en el armario de detrás de la tostadora. La llave está en la mesa. Mi corazón siempre estará a tu alcance. Yue. Cuando Meiling terminó de leer la nota, supo que tenía que aclarar las cosas.

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Tomoyo fue la primera en escribir en el cuaderno de la Sociedad Naranja. Mientras rellenaba la página, Eriol se sentó frente a ella. –¿Qué escribes? –preguntó el de gafas. –Nada. –contestó ella cerrando el cuaderno. –Así que te gustan esta clase de jueguecitos cursis. –dijo Eriol intentando coger el cuaderno, pero Tomoyo lo cogió y se lo metió en su bolso. –¿Qué pasa? Deberías continuar escribiendo. –Ya no. –dijo Tomoyo marchándose hacia la salida del campus. Pero Eriol la siguió. –¡Espera! –pidió el chico. Ya estaban fuera del edificio. –¡He dicho que esperes! –Tomoyo se giró. –¿Qué quieres? –No pongas esa cara de susto. –¿Cómo está tu hermana? –preguntó Tomoyo de repente. –¿Qué? –preguntó Eriol, que no se esperaba la pregunta. –Siento haberme presentado de repente en tu casa. –dijo Tomoyo, mientras Eriol recordaba la escenita de los bóxer. –Todo está bien. Aunque debo admitir que me sorprendió que fueras. –Me hubiera gustado probar el sukiyaki de cerdo. –soltó Tomoyo irónica mientras se marchaba. –¿Qué quieres decir con eso? ¿Te lo dijo mi hermana? –preguntó Eriol siguiéndola. –Sí, y podría haber comido yo también. Antes sólo había comido sukiyaki de ternera, así que me preguntaba cómo sabría el de cerdo. –Cuando dices ternera, ¿te refieres a ternera de Matzuzaka o ternera de Yonezawa? –Ternera de 800 yenes el gramo, el más barato. Pensaba que alguien como tú viviría en un sitio de más nivel y que conducirías un descapotable rojo. Nunca pensé que te vería con la colada. –dijo Tomoyo. –Eso sólo son conjeturas tuyas. Soy mucho más pobre de lo que imaginas. –¿Y cómo quieres que te imagine? –preguntó Tomoyo, ya que no parecía concordar el lugar donde vivía por el tipo de mujeres que frecuentaba. –¡Tomoyo! –escucharon desde la salida del campus. Allí vieron a un chico de gafas y que tenía pinta de ser bastante patoso en un descapotable rojo. –¿Quieres dar una vuelta? –¡Eso sería genial! –le contestó Tomoyo desde la distancia. –¿De verdad? –dijo el chico que ni él mismo se creía que Tomoyo hubiera aceptado su plan. Así que, se bajó del coche para recibir a Tomoyo adecuadamente. El chico vestía muy formal y con una ropa que estaría bien para un abuelo. –Está en el mismo grupo de estudio que yo. –explicó Tomoyo. –Dice que le gusto. –¿En serio? –preguntó Eriol. –¿Y qué hay de ti? ¿Te gusta ese chico que parece un brote de soja? –Más que tú. –contestó Tomoyo. Entonces lo dejó para montarse en el descapotable rojo. –¿Quién es ese chico? –dijo el chico del descapotable. –Un extraño. –contestó Tomoyo ante la atenta mirada de Eriol, que vio como aquel cochazo que ni en sueños podría permitirse en varias vidas se alejaba. El descapotable rojo circulaba por la ciudad. No se veían coches tan caros como ese tan a menudo, y menos con un chico como el que lo conducía, ya que parecía un nerd. –¿Adónde vamos? ¿Te apetece ir a un café? –preguntó el chico. –Perdona, pero ¿puedes parar más adelante, en el segundo cruce? –pidió Tomoyo, que no tenía pensamientos de ir a ninguna parte con el chico. –¿Qué? –preguntó incrédulo. –Es que acabo de recordar que tengo que hacer un recado urgente. –mintió Tomoyo descaradamente. –Siempre dices eso, pero empiezo a dudar de que hayas tenido algún recado urgente. –se quejó el chico. –¡Realmente es muy urgente! –insistió ella, aunque el chico estaba en lo cierto. Ella jamás saldría con un tipo así. No le interesaba en lo más mínimo los chicos que pensaban que su principal virtud era el dinero o las posesiones de las que presumían, aunque no iba a negar que por una vez, lo había utilizado en su propio beneficio para evitar a Eriol. –Está bien. –dijo el chico dándose por vencido, que en el fondo sabía que jamás tendría oportunidad con Tomoyo.

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Sakura estaba en casa viendo a su madre tocar el piano en un programa grabado de la televisión. Nadeshiko llevaba un vestido elegante de color azul. Tocaba una melodía tranquila y relajante con los ojos cerrados, como si sintiera cada nota. Se trataba de “Preludios de Chopin, Op. 28”. La mujer se veía con gran concentración y en vez de tocar, parecía que acariciaba las teclas, haciendo que cada una de las notas que salían del piano fuera especial. Nadeshiko entró en casa con bolsas de la compra y se acercó a su hija. Cuando acabó de tocar y apareció el presentador del programa, Nadeshiko cogió el mando y apagó la tele. –¡Lo estaba viendo! –se quejó Sakura. –Déjalo. Es vergonzoso. –dijo Nadeshiko. –No me gustaba el vestido que llevaba. –Pues te han presentado como “la belleza del piano”. –dijo Sakura. –Preferiría que me presentaran como “la prodigio del piano”, pero supongo que era pedir demasiado. –dijo Nadeshiko yendo a la cocina a dejar las bolsas de la compra. –¿No has cenado todavía? He traído algo delicioso del supermercado. –dijo señalando la compra. Una vez preparada la cena, madre e hija se sentaron a comer. Sakura llamó la atención de su madre con unos toques en la mesa. –Siento lo de ayer. Debería hablar claro y hacerme oír. –se disculpó Sakura, haciendo referencia a la pérdida de control que tuvo frente a su madre y Shaoran. Entonces, su madre dejó los palillos para concentrarse. Era evidente que su hija quería expresarse y para Nadeshiko le pareció lo suficientemente importante como para dejar de cenar durante esa conversación. –Te escucho, Sakura. –dijo su madre. –Siento lo de ayer. –volvió a disculparse Sakura. –¿Cuando tiraste el pastel? No te preocupes. –Estaba conmocionada por no poder tocar más el violín. Cuando fui a estudiar al extranjero, fue muy difícil decidirme entre el violín y el piano. Pero al final, puse todo mi corazón en el violín. –explicó Sakura mientras su madre asentía con la cabeza. –Sé a qué te refieres. Elegiste el violín porque pensaste en mí. –Sakura negó con el dedo. –Sí, porque ibas a ser mejor pianista que yo. –No, no tiene nada que ver con eso. Simplemente el violín me gustaba más. –explicó Sakura. –Está bien. –dijo Nadeshiko. –Además, estoy pensando en buscar un trabajo. –Pensaba que querías continuar con una carrera musical. –dijo Nadeshiko. –Eso es lo que quería, pero ahora ya no puedo hacer otra cosa. –dijo Sakura. –¿Por qué no te lo tomas con calma y piensas al respecto un poco más? –preguntó Nadeshiko, con la esperanza de que su hija no abandonara su sueño tan pronto. –No te preocupes por nada. Vas a graduarte. Tengo suficiente dinero como para mantenernos por un par de años. –Mamá. ¿Soy una carga para ti? –preguntó Sakura. –¿Pero qué dices? –preguntó Nadeshiko al escuchar eso de su hija. –Si pensara de esa manera te habría dejado ir cuando tu padre y yo nos divorciamos. Además, tú dices carga, pero si lo pienso, me sentiría insegura sin mi “carga”. Es como olvidarte del bolso cuando vas a una fiesta. Ahora mismo te sientes insegura, así que yo te ayudaré. –Gracias. –sonrió Sakura con agradecimiento. –Pensaré en ello, pero buscaré trabajo para no depender tanto de ti. –A cambio, siempre que yo pase por momentos difíciles, también tendrás que ayudarme. –Hecho. –dijo Sakura sonriendo. Sakura volvió a coger los palillos cuando su madre preguntó. –¿Está bien el chico de ayer? –Está muy bien. –dijo Sakura con entusiasmo. –Pero no más preguntas al respecto. –añadió Sakura al ver a su madre que iba a seguir preguntando curiosa. Su madre no pudo hacer más que reír. –Está bien. Todo a su tiempo.

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–¿Qué? –preguntó Shaoran a Meiling sin poder creérselo. –Tomémonos un descanso. –dijo Meiling. –Un descanso. –repitió Shaoran como un autómata. –Sí, tomar un poco de distancia durante un tiempo. –Si es por lo del otro día, perdóname. Fui un poco insensible. –dijo Shaoran nervioso refiriéndose a la discusión que tuvieron por Sakura. –Debes saber que no hay nada entre nosotros. –¡No es por ella! –dijo Meiling de repente. –Perdona. No es eso. Antes de todo eso nuestra relación ya empezaba a tambalearse. Sólo quiero un poco de tiempo para pensar las cosas. ¿Te parece bien? –Claro. –dijo Shaoran sonriéndole, pero con gran dolor en su corazón. ¿Qué otra cosa podía hacer?

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–¡Eso es horrible! ¡Eso no puede acabar bien! –dijo Yamazaki cuando Shaoran les contó cómo estaban las cosas con Meiling. –¿Eso crees? –preguntó Shaoran entrando en clase con desgana. –No hay muchos casos en los que una pareja vuelva después de tomarse un tiempo. –se reafirmó Yamazaki. –Cierto. –confirmó Eriol. –¿Qué vas a hacer? –preguntó Yamazaki. –¿A qué te refieres? –preguntó Shaoran. –¿No le preguntaste cuántos metros o cuánto tiempo? –volvió a preguntar Yamazaki. –¿Cómo iba a preguntarle algo así? –preguntó Shaoran sin esperar respuesta. Aunque hubiera querido preguntarle, estaba demasiado afectado por la noticia como para haberle preguntado. –¡Jo, tío!¡Qué duro! –se quejó Yamazaki empatizando con su amigo. –Cuando se trata de otros, entiendes muy bien las cosas. –dijo Eriol a Yamazaki pasándole un brazo por el hombro. –De todas formas, últimamente yo también quiero algo de tiempo para pensar. Quizá sea algo bueno. –reflexionó Shaoran mientras se sentaba en la mesa y colocaba la mochila junto a él. –¿Pensar sobre qué? –preguntó Yamazaki. –Sobre buscar trabajo. –dijo Shaoran. –Pero si casi has conseguido el trabajo en Relojes Alpha. –recordó Yamazaki. –Has alcanzado la última fase de las entrevistas y es una empresa muy conocida. –Sí, es verdad. –dijo Shaoran desanimado. –¿En qué estás pensando realmente? –preguntó Eriol. –Cuando aclare las cosas en mi cabeza, ya os lo diré. –dijo Shaoran. –Entonces, ¿puedes echar un vistazo a…? –preguntó Yamazaki buscando algo en su mochila aceleradamente. –¡Oh! Ya está otra vez. –se quejó Eriol sabiendo qué era lo que buscaba Yamazaki. –Una carta de amor que es más larga que una tesis. –Entonces Eriol, seguido de Shaoran se fueron de ahí. –La he acortado un poco. Aquí tienes. –dijo Yamazaki extendiéndola a la nada, percatándose de que lo habían dejado hablando sólo mientras buscaba en la mochila. Después de acabar la clase, los tres amigos subieron a una azotea del edificio, aunque no tenía demasiada altura. Eriol y Shaoran estaban apoyados en una baranda, mientras que Yamazaki estaba organizándose los folios de la carta. –Pues yo creo que Sakura tiene algo que ver con la decisión de Meiling. –opinó Eriol retomando el tema de Shaoran y Meiling mientras sostenía un brick de zumo en la mano. –Dijo que ella no tenía nada que ver. –¿Recuerdas lo que dijiste la última vez sobre Sakura? –preguntó Eriol. –Que sois como la señorita Sullivan y Helen Keller; y que ella era como un perro al que nadie podía controlar. –Sí. –recordó Shaoran. –Sin embargo, Sakura no es ni Helen Keller ni un perro salvaje. Sois dos veinteañeros. –Eso suena muy carnal. –dijo Shaoran girándose poniéndose con la espalda apoyada en la baranda. –Yo creo que sería una buena relación. –dijo Eriol girándose también. –Es otro modo de ver las cosas. –Lo tendré en cuenta. –dijo Shaoran, sin que Eriol ya se lo creyera mucho por cómo le miraba. –De verdad. –le volvió a decir Shaoran. De repente, se oyó un gritó. –¡Oh, dios mío!¡Noo! –gritó Yamazaki, al que se le habían volado algunos folios de la carta mientras sus amigos se reían.

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Tras dejar a sus amigos, Shaoran se dirigió al despacho de Fujitaka. Necesitaba hablar con él sobre lo que había estado pensando durante los últimos días. –¿Qué tal la búsqueda de empleo? –preguntó Fujitaka. –He vuelto a replantearme mi futuro, Profesor.

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Como sabía que esta vez no sería interrumpida, Tomoyo retomó la escritura del cuaderno en la sala de descanso. En aquel momento, pintaba unos dibujos de cinco naranjas con las caras que se correspondían a la de los miembros de la Sociedad Naranja. Una de las naranjas tenía una cara neutra y casi seria, que es la de Shaoran, al lado la naranja Sakura, y abajo las otras tres, la de Yamazaki muy sonriente con ojos cerrados, la cara de enfado de Eriol con sus gafas y la suya propia con una larga melena negra. –¡Por fin! –dijo contenta cuando acabo de colorear la cara de Eriol. Volvió a leer lo que había escrito antes de dibujar las cinco naranjas que formaban el grupo y que componían la primera página del cuaderno. No creo que la Sociedad Naranja sea una mala idea. Vine del campo a una Universidad de Tokio preguntándome qué sería de mí; preguntándome si conseguiría un buen grupo de amigos. Todos los días iba a clase preguntándome si cuando estuviera en cuarto sería más madura. Han pasado tres años. Honestamente, antes de conocer la respuesta a esas preguntas, me convertí en estudiante de último año. Cuando miro al frente, pienso que no he hecho nada para prepararme, para ser una miembro activa de la sociedad. Cuando miro atrás, no hay ningún recuerdo especial sobre mi vida universitaria. Sólo cuando me he puesto a pensar en esto, me doy cuenta de que sería muy triste si las cosas acabaran de esta manera. Sólo cuando surgió la Sociedad Naranja sentí que podía abrir mi corazón. Pienso en compartir todo tipo de cosas con los demás desde que el destino nos unió a todos de esta manera. Por tanto, he reunido el valor para hacerlo lo mejor que pueda y escribir mi primera entrada en el cuaderno. Por Tomoyo Daidouji.

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Eriol cerró el cuaderno tras leer la primera entrada que había escrito Tomoyo en el cuaderno de la Sociedad Naranja. Se sentó en uno de los canapés que había en la sala, sacó un bolígrafo del estuche y comenzó a escribir. –¿Qué estás haciendo? –preguntó alguien, asustando a Eriol, que intentaba ocultar el cuaderno como si estuviera haciendo algo malo. –¡Nada! –dijo mientras dejaba el cuaderno en la repisa de la sala, donde solían dejarlo a no ser que algún miembro se lo llevara para escribir. Entonces, se dio cuenta que era un estudiante que se refería a otro que estaba cerca. Con el susto todavía en el cuerpo por lo inesperado, salió de la sala. Continuará…
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