ID de la obra: 952

The One I Love

Gen
G
Finalizada
1
Fandom:
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162 páginas, 74.061 palabras, 11 capítulos
Descripción:
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3. El destino de un destino demasiado doloroso

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Mimí y Sora estaban preparando algo de cena en casa de la segunda. Mimí quitó la tapa de la cazuela para remover la comida, mientras Sora cortaba algo de verdura. –¿Has sabido algo de Taichi desde el incidente? –preguntó Mimí, refiriéndose a la noche en que Taichi, en “broma” le confesó a Sora sus sentimientos. –Me apuesto lo que quieras a que está recluido y deprimido en su casa. No es propio de él. –Olvídate de eso. –dijo Sora, que no le apetecía hablar del tema. –¿Puedes meter esto? –Sí, señora. –dijo Mimí, cogiendo las verduras que había cortado Sora y metiéndolas en la cazuela. Después, Mimí miró a su espalda y vio que en la estancia dónde comían, su hija Pal parecía jugar a ser boxeadora con Haruhiko. Después Mimí cogió la cazuela y la llevó a la mesa para poder servirla. –Lo siento mucho. Pensé que terminaría de trabajar para la tarde. –dijo Mimí, disculpándose, ya que se les había hecho un poco tarde para cenar y Haruhiko se había quedado cuidando a Pal. –No importa. Tengo mucho tiempo. –dijo Haruhiko restándole importancia. Le tenía mucho aprecio a la amiga de su hija, y por extensión, también a Pal. –Si quieres hasta te podríamos adoptar, Mimí. –¿De verdad? –dijo Mimí, riendo. –Dice esas estupideces desde que se levanta. –dijo Sora entrando y colocando un cuenco en la mesa. –Señor, ¿qué es esto? –preguntó Pal, que había cogido lo que parecía una carpeta sin cierre de algún sitio. –Oh, no deberías ver esto. –se apresuró el hombre a quitárselo de las manos de la niña, poniéndoselo detrás, como si al hacerlo de repente desapareciera. –¿Qué has escondido? –preguntó Sora dirigiéndose hacia él para quitárselo. Haruhiko fue de espaldas hacia atrás, sin percatarse de que su hijo bajaba las escaleras apresurado y se lo arrebató de sus manos. –¡Es una foto para un matrimonio arreglado! –dijo Daisuke con sorpresa, mientras su padre intentaba forcejear con él para quitárselo de las manos. –¿Un matrimonio arreglado? –dijo Sora. –Tiene que serlo, mira. –dijo Daisuke, ante los intentos infructuosos de su padre. Finalmente, Daisuke se lo pasó a Mimí, que ya se había colocado de rodillas frente a la mesa con Pal en su regazo. –Parece una piedra y lleva un traje. –Mimí empezó a reír ante la foto de un hombre rechoncho, serio, que ya perdía pelo y con un traje gris. –No os riais. –dijo Haruhiko. –Es un respetado funcionario público del estado. –Supongo que los pedruscos también pueden ser funcionarios. –dijo Daisuke, que ya se había colocado frente a Mimí para cenar. –No se trata de apariencia, sino de estabilidad. –se defendió Haruhiko. –En eso tiene razón. –dijo Mimí en tono de broma. –Este pedrusco te daría estabilidad. –No voy a quedar con nadie para un matrimonio arreglado. –dijo Sora mirando medio seria, medio enfadada a su padre, que puso cara de esta chica no tiene remedio.

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Otro día llegó al hospital. Sora caminaba por los pasillos hacia el despacho de su supervisor cuando recordó lo que pasó con Yamato en la pasarela. No podía creer que le dijera que olvidara lo de las fotos. Con todo lo que insistió para hacer el álbum, ¿Por qué de repente resultó ser una pérdida de tiempo que no producía ningún beneficio? –Lo siento mucho. –dijo Sora inclinándose, disculpándose por el hecho de que al final, el fotógrafo no apareciera. –Bueno, ¿qué se le va a hacer? Tendremos que esperar hasta que decida si quiere sacar las fotos. –dijo Jou, sin mirar a Sora, mientras escribía algo al ordenador. –¿Qué? –preguntó Sora sorprendida por el cambio de actitud que había tenido su jefe ante el tema de las fotos. –¿No puede ser otra persona, verdad? –preguntó Jou, que había dejado de escribir para centrarse en la conversación. –No, pero no creo que tenga sentido esperar. No es la clase de persona que pensaba. –¿Qué quiere decir? –preguntó Jou. –Pensé que era una persona que comprendía la soledad de los niños, pero la única soledad que comprende es la suya propia. –dijo Sora. Hizo una inclinación y salió del despacho. Una vez que Sora salió, Jou abrió el primer cajón de su mesa y sacó una copia del informe médico de Yamato, como si quisiera comprobar que el diagnóstico que tenía el rubio había cambiado por arte de magia. Por desgracia, el diagnóstico seguía ahí: enfermedad de Behçet.

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Yamato estaba en una librería. Se encontraba en la sección de ciencia y medicina, donde cogió un libro. Buscó la enfermedad de Behçet. Ponía que es una enfermedad también conocida como la de la “ruta de la seda”. Entre la relación de síntomas que leyó se encontraba la pérdida de visión. Yamato quería encontrar una esperanza de que lo que le dijo el doctor Izumi no fuera cierto, pero en todos los libros que había consultado el resultado siempre era el mismo: la pérdida de visión. Ante tal panorama, Yamato sólo se fue y se sentó en un parque. –Tiene catorce mensajes nuevos.–dijo la voz femenina del buzón de voz de su teléfono. –Ishida, ¿dónde te has metido? ¡La sesión de fotos está a punto de empezar! –dijo Ken apurado en su mensaje. –¡Ishida, llámame cuando oigas el mensaje! –volvía a insistir Ken en el siguiente mensaje. –Los mensajes han sido borrados. No hay más mensajes.–volvió a decir la voz del buzón de voz una vez que habían salido todos los mensajes. Después de haber eliminado todos los mensajes, Yamato cerró los ojos y recordó el día en que decidió que quería ser fotógrafo. Aquel día, como todos, volvía del colegio, pasando por la puerta de una tienda en cuyo escaparate había una cámara Nikomat de 35 mil yenes. En cuanto la vio se enamoró de ella. Evidentemente, un niño de su edad no tenía tal cantidad de dinero para comprarla.

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Sora se encontró con un doctor por los pasillos del hospital, recogiendo unas pruebas. Cuando reemprendía la marcha hacia su departamento, se encontró de frente con Yamato, que bajaba por la escalera automática desde el tercer piso. El chico se había dirigido allí después de haber estado en el parque. Yamato sólo hizo una inclinación con la cabeza y emprendió la marcha hacia la salida. –¿Por qué estás aquí? –preguntó Sora, que no entendía que hacía allí si había decidido que no iba a sacar las fotos. El rubio se detuvo y se giró. –He causado muchos problemas. –dijo Yamato. –Pues en vez de disculparte, mantén tu promesa. –dijo Sora, pensando que el chico había ido a disculparse con su jefe. –Has sido muy egoísta. –Tienes razón. –dijo Yamato. –¿De casualidad hay algo que te preocupa? –preguntó Sora, que no entendía la actitud del rubio. ¿A qué se debían tantos vaivenes? –Qué va. Sólo he venido a visitar a un conocido que está ingresado. –mintió Yamato después de sonreír. Yamato volvió a reemprender su marcha. Sora sólo lo vio alejarse. Cuando cierro los ojos hay una escena que veo. Sora se giró y de frente se encontró con el doctor Izumi, que bajaba por la escalera mecánica. Sora ignoró el cartel informativo, que prácticamente indicaba que Yamato había bajado de la tercera planta, donde se encontraba el departamento de oftalmología. Me veo de niña, abandonada en un hospital por las manos de mi padre. Entonces, el médico pone sus manos en mis mejillas y me dice que todo está bien. Sonríe y me dice que la fiebre parece haber desaparecido de repente. Entonces pienso que su mano es una mano mágica. Por su parte, Yamato andaba ausente por las calles de la ciudad, cuando pasó por el escaparate de una tienda de fotografía, como ocurrió cuando era un niño. No pudo evitar mirar. Los rayos de sol que entran por la ventana se reflejan en su bata blanca, cegándome con la luz. Después del encuentro con Yamato, Sora se puso a pasar las consultas externas. Allí le revisaba la garganta a una niña. Después de tirar el depresor, le cogió las mejillas a su paciente, al igual que en el sueño de Sora. ¿Recuerdas el momento en el que empezaron tus sueños?

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Yamato estaba en su mesa seleccionando fotos de una sesión. Ken Ichijouji se dirigió hacia él y se sentó a su lado. –El cliente de la anterior sesión no volverá a trabajar con nosotros. –dijo Ken. –Lo siento mucho. –se disculpó Yamato, al saberse culpable por no haber asistido a la sesión fotográfica. –Tienes que calmarte. Es un momento crucial. –dijo Ken, dejándole en la mesa una noticia. –La revista New York Dayste ha nominado como uno de los mejores fotógrafos del año. La gente de todo el mundo verá tus fotos. –Yamato vio sorprendido su nombre entre otros grandes fotógrafos de otros países. –¿Estás tan emocionado que no te sale ni la voz? Yamato sonrió. Por fin recibía una buena noticia. Se levantaron y se dieron la mano efusivamente. –¡Lo has conseguido! Ahora esfuérzate. Esto no es sólo un sueño. –dijo Ken. –Incluso tu compromiso con Maki depende de esto. –Lo sé. –dijo Yamato. –La semana que viene presentaremos las fotos finales. –informó Ken. –Hasta entonces, céntrate en eso.

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Sora, con la ayuda de Hikari le revisaba el oído a una de las niñas de la sala. –¡Ya te lo he dicho, no tienes que venir más! ¡Vete a casa! –gritaba Agu Kenta a su madre, que había ido a visitarle. Ante los gritos, Sora se giró a ver qué pasaba. Vio a Agu lanzándole revistas a su madre, e incluso su apreciado guante de béisbol. –¡Vete a casa! Sora, Shin y Hikari se acercaron a calmar al niño, de unos 12 años. –¡No le digas esas cosas a tu madre!¡Ha venido a verte! –le reprendió Sora. El niño simplemente se cubrió con sus mantas hasta la cabeza y le dio la espalda a todos. Sora se dirigió a la madre de Agu. –¿Ha ocurrido algo? –No lo sé. –dijo la mujer preocupada. –Últimamente no para de decirme que no venga a visitarle más. –Debe de estar preocupado por la operación. –opinó Shin, mientras el resto de niños miraban entre curiosos y preocupados. –Siento mucho las molestias. –se disculpó la madre inclinándose. Entonces, la mujer se desplomó. –¡Señora! ¿Se encuentra bien? –dijeron los trabajadores, que enseguida se pusieron a reanimarla. Agu giró la cabeza al haber escuchado el alboroto. –¿Puede levantarse? –preguntaron los médicos. Después del susto, la madre de Agu se encontraba echada en una camilla de la sala de consultas externas. Parecía que las preocupaciones y el estrés le habían jugado una mala pasada. Cuando la mujer se recuperó, se quitó la sábana para levantarse. Allí se encontraba Sora haciendo papeleo. Al verla incorporarse, Sora se levantó para calmarla. –Parece un poco cansada. Quizás deba descansar un poco más. –recomendó Sora. –He dejado a mis hijos pequeños en una guardería. Tengo que ir a recogerlos. –dijo la mujer apurada. –¿Y su marido? –preguntó Sora. –Trabaja horas extras para poder pagar los gastos médicos y la guardería. No llega a casa hasta muy tarde. –explicó la mujer, que al intentar levantarse, todavía seguía mareada. Sora la ayudó a sentarse de nuevo en la camilla. –¿Quiere que los recoja yo? –se ofreció Sora ante al apuro de la mujer, que vio iba a colapsar si seguía así. –¿Cómo? –Mi turno acaba en seguida. Yo puedo recogerlos. Tal y como le dijo a la madre de Agu, Sora recogió a los niños de la guardería y los llevó a casa. Agu tenía una hermana y un hermano más pequeños. Cuando entraron, la niña y el niño se fueron derechos a la tele, cogiendo una bolsa de patatas fritas que había por ahí abierta. La casa parecía un desastre, estaba todo bastante desordenado y con ropa colgada secándose por todas partes. El sitio era bastante pequeño. Era evidente que el descuido en la casa se debía a la cantidad de horas que la madre de Agu se pasaba en el hospital o trabajando. –¿Por qué no jugáis conmigo hasta que venga vuestra madre? –preguntó Sora intentando romper el hielo, mientras cogía ropa que empezó a doblar. –¿Qué hacéis para divertiros? ¿Tienes hambre? –preguntó al ver al niño comer patatas fritas. –Cocinaré algo. Cuando Sora fue hacia la nevera, vio que estaba prácticamente vacía. –¡Quiero ver a mamá! –empezó entonces a llorar el niño. –¡Ya te dije que tienes que contenerte! –le riñó la niña. –Que Agu esté enfermo no es mi culpa. –seguía llorando el niño. –¡Cállate! –le gritó su hermana, que le había contagiado el llanto. Al ver la escena, Sora cerró la nevera y se puso entre los dos, pasándole un brazo por los hombros a cada uno. –Todo estará bien. Mamá volverá pronto, ¿de acuerdo? –intentó tranquilizarles la pelirroja. –Vuestro hermano se está esforzando mucho para curarse. –A pesar de los esfuerzos de Sora, los niños seguían llorando. Entonces vio el motivo por el que el niño empezó a llorar. En el suelo había una foto en un marco. En ella, aparecía toda la familia en un parque mientras disfrutaban de un picnic, mostrando orgullosos y contentos sus bolas de arroz.

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En un elegante restaurante con música clásica de fondo, cenaban Yamato y enfrente, su prometida Maki junto a su poderoso padre, el señor Himekawa. –Puedo darle dinero y posición. –decía el padre de Maki. –Pero honor, eso es algo sobre lo que no puedo hacer nada. –Papá, estás bebiendo demasiado. –dijo Maki a su padre al ver que se rellenaba la copa con vino. –Para alguien como yo, que ha escalado desde lo más bajo a lo más alto en el mundo de los negocios, no comprendía nada de lo que decía la gente de negocios sobre el arte, y de hecho viví experiencias bastante embarazosas para mí. No quiero que mi hija pase por eso. –Sí. –dijo Yamato antes de dar un sorbo a su copa, bastante harto de la perorata de su suegro. –Contigo veo que merece la pena invertir tanto dinero. –dijo el hombre riendo. –No es como si ya estuviera decidido. –dijo Maki, refiriéndose a la nominación del rubio a mejor fotógrafo. –Pero se decidirá. –dijo el hombre confiado. –Y si no es así, tendremos un problema. Es por honor, ya sabes. Toma. –dijo el hombre ofreciéndole más vino a Yamato, un poco incómodo de seguir la corriente al hombre. –Gracias. –dijo Yamato, pero cuando fue a poner la copa bajo la botella, la puso varios centímetros a la derecha de donde debía caer el vino. El señor Himekawa miró a Yamato extrañado. Entonces, se percató de que había errado con la copa. Enseguida puso la copa más a la izquierda y su futuro suegro le sirvió el vino. –¿Tú quieres? –preguntó el hombre a su hija, mientras Yamato miraba fijamente la copa, que todavía sostenía en su mano, antes de beber. –No, todavía tengo. –rechazó Maki. –Yo beberé un poco más. –dijo el hombre.

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Después de que llegara la madre de los niños a casa, Sora fue inmediatamente al hospital, especialmente después de haber recibido una llamada urgente. –¿Ha ocurrido algo? –llegó Sora corriendo y preguntándole a Shin y a Jou, que permanecían en el pasillo. Shin llevaba una linterna en las manos. –Los niños estaban despiertos después de haber apagado las luces. –explicó Shin. –Podría ser que estén inquietos después del alboroto que ha montado Agu. –¿Ha vuelto a casa su madre? –preguntó Jou a Sora. –Sí. –contestó Sora. –Si no recuerdo mal, Agu está ingresado desde hace tres meses, ¿verdad? –Puede que esté pasando por el momento más duro. –dijo Jou. –Sobre todo por sus hermanos pequeños. –añadió Sora. –Bueno, cuando hay un niño enfermo, toda la atención la acapara él. –dijo Shin, –Las enfermedades también pueden romper familias. –dijo Sora, con la mente puesta en lo que había visto en casa de Agu. –Quizás deba decirle a Agu que deje de comportarse de forma tan egoísta. –dijo Shin cabizbajo. –¿Egoísta? –preguntó Jou. –¿Lo que decía te sonaba egoísta? –No, lo siento. –se disculpó Shin. –No le digas nada como eso a Agu. –reprendió Jou antes de marcharse.

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Después de la cena en el restaurante, Yamato llegó a su apartamento. Mientras giraba la llave, se detuvo antes de abrir la puerta y cerró los ojos. Entró y a tientas encendió la luz. –¿Qué hago? No tengo que encender la luz. –se reprendió a sí mismo con los ojos cerrados. A pesar de ello no las apagó. Después de quitarse el calzado, fue a subir el escalón del genkan pero calculó mal, tropezando y cayendo al suelo, tirando cosas que había encima de un mueble. Como pudo, se levantó todavía con los ojos cerrados. Llegó hasta la nevera, la abrió pero tiró un montón de cosas que había en la puerta de la nevera, al intentar coger la botella de té torpemente. Dejando la puerta del frigorífico abierta, cogió un vaso de entre los cacharros y empezó a llenarlo. Pero cuando el vaso no daba más de sí, el líquido empezó a derramarse. Al final se le cayó la botella y el vaso. Con furia, cerró la puerta del frigorífico. Al intentar llegar a la salita, su brazo chocó con una pila de libros que cayeron, cayendo él también. Yamato empezó a reír. Pero no era una risa de alegría, sino de impotencia. –Esto es imposible. Allí acostado, abrió los ojos y empezó a recordar escenas de su infancia. Empezó a recordar cómo por las cuestas de su barrio de Nagasaki, tiraba de una bicicleta que era más grande que él, con una cesta llena de periódicos que iba repartiendo por todo el vecindario. Se buscó ese trabajo sólo para poder comprarse la cámara de fotos que tanto anhelaba y que miraba con deseo cada vez que pasaba por el escaparate. Después de recordar eso, ya incorporado, pero sentado en el suelo y con la espalda apoyada, Yamato sostuvo una pluma, cuya punta colocó mirando hacia él y se la acercó a su ojo izquierdo. Quería acabar con ese sufrimiento. La mano le temblaba, pero no se atrevió. Finalmente, bajó la pluma.

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Mimí y Taichi cenaban en un restaurante de temática country. La camarera, vestida con falda y camisas vaqueras, botas altas y sombrero vaquero les sirvió su comanda. –¿Para qué crees que vino? –preguntó Mimí un poco nerviosa. –¿Quién? –El hombre de la otra noche, el que se nos quedó mirando. –dijo Mimí. –¿Ese era el padre de Pal, verdad? –preguntó Taichi. Mimí asintió con la cabeza. –Llegados a este punto, ¿por qué no le dejas que asuma su responsabilidad? Es rico, puede hacerse cargo de muchos gastos. –¿Pretendes que le enseñe a Pal su dinero y que le diga que es de su padre? –preguntó Mimí indignada. –Pero ¿no es difícil arreglártelas sin dinero? –preguntó Taichi. –Sí, es muy difícil. –admitió Mimí. –Pero puedo probar algo como esto. –dijo la castaña cogiendo una revista de su bolso y enseñársela a Taichi por la página que había estado viendo. –¡Pero esto es de una casa de citas! –dijo Taichi alarmado, al ver el anuncio de trabajo. –De día, florista, por las noches, el único lugar en el que parece que las mujeres podemos trabajar. –dijo Mimí de mala gana. A Taichi no le convencía nada aquella idea.

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Yamato estaba en la consulta del doctor Izumi. Estaba realizándose una nueva revisión. El doctor apartó la máquina y encendió la luz. –De ahora en adelante, notarás que en ocasiones tu visión irá y vendrá. –dijo Koushiro mientras apuntaba parámetros en el informe. –Te trataremos con inmunotoxinas e inyecciones de esteroides. En la próxima visita… –Esta será la última vez que venga. –dijo Yamato interrumpiendo a Koushiro. –¿Va a verle otro médico? –preguntó Koushiro. –No. No tiene sentido realizar más tratamientos si de todas formas voy a perder la vista. –razonó Yamato. –Pero, señor Ishida… –intentó decir Koushiro. Pero Yamato se había levantado. –Gracias por todo. –dijo Yamato. Cogió su chaqueta y salió de la consulta. Cuando bajaba por la escalera mecánica, Yamato escuchó a un niño. Recordó que en la segunda planta se encontraba el área de pediatría. Entonces Yamato sonrió. –¡Eh, señor! –gritó Tento al reconocerlo. Fue corriendo hacia Yamato con la percha donde llevaba su gotero. Detrás de Tento le seguía Agu, que también llevaba una percha con su gotero. –¡Hey! ¿Cómo está el rey de los acertijos? –preguntó Yamato. –¿Quieres retarme? –preguntó Tento. –Claro. –entonces vio la cara seria de Agu. Los tres fueron al área donde la gente solía ir a desconectar de las habitaciones. –¿Cómo es perro bueno en el dialecto de Kansai? –preguntó Tento. –¿Con acento de Kansai? –preguntó Yamato. El niño asintió con la cabeza –Ah, lo tengo: Chow-chow. –¡No es justo! Lo sabes todo. –dijo Tento sonriendo y despegando una de sus pegatinas para dársela a Yamato, mientras éste sonreía. –Agu, ¿a ti que te gusta? –preguntó Yamato al verlo cabizbajo. –A Agu lo van a operar muy pronto, por eso está tan triste. –explicó Tento. –¡Eso no es cierto! –dijo Agu. –Señor, ¿en qué trabajas? –preguntó Tento cambiando de tema. –Soy fotógrafo. –respondió Yamato. –¿Fotógrafo? ¿En serio? ¡Suena genial! –dijo Agu, que parecía que eso había captado su atención y le había hecho olvidarse de sus propios problemas. –Agu, ¿te gustan las cámaras? –preguntó Yamato. –Sí, pero no tengo ninguna. –dijo Agu. –Es normal. Yo conseguí mi primera cámara cuando tenía más o menos tu edad. –contó el rubio. –Oye, ¿de casualidad haces fotos eróticas? –preguntó Agu susurrando con una sonrisa pícara en la cara. –Sí. –dijo Yamato también susurrando y sonriendo para seguirle el juego. –¡¿En serio?! –dijeron Agu y Tento alzando la voz. –¿Qué tipo de fotos sacas? –preguntó Agu que quería entrar en detalles. Pero por el fondo llegaba Sora, que había notado que le faltaban dos de sus pequeños pacientes. –Así que estabais aquí. Vamos a hacer la ronda de revisiones, así que volved a la habitación. –dijo Sora, que no se había percatado de la presencia de Yamato hasta que terminó de dar las órdenes. La pelirroja no esperaba encontrárselo allí. Entonces a Sora se le fue la sonrisa. También a Yamato, que veía como Agu volvía a estar cabizbajo. –Sí. –dijo Tento. –¿Tan enfermos están esos niños? –preguntó Yamato a Sora una vez que los niños habían vuelto al cuarto. –Sí. Especialmente Agu. Va a ser operado del corazón muy pronto. –dijo Sora. –Entiendo. –Siento haber sido tan dura el otro día. –se disculpó Sora. –Sé que tienes tus propias razones y no es algo sobre lo que yo deba opinar. Me pregunto por qué dije todas esas cosas. –¡Doctora Takenouchi! –interrumpió Hikari yendo hacia ellos. –¡Es Agu!

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Sora y la madre de Agu caminaban apuradas por los pasillos del hospital buscando al niño. –Me han llamado de la guardería diciendo que mi hija se ha hecho daño. –dijo la madre de Agu. –Mi marido fue a por mí, pero Agu nos escuchó y se fue de la habitación. Por su parte, Yamato también recorría el hospital buscando a Agu. Decidió ir al último piso. Allí, por una cristalera con puertas que daban acceso a la terraza vio a Agu de pie junto a una banca. Yamato salió a la terraza y se acercó al niño. –Lo siento. –se disculpó el niño llorando. –Es mi culpa. Por estar enfermo. Por mí, Rina y Dai están tristes. Por mi culpa mi madre está cada vez más delgada. Por mi culpa, mi familia está perdiendo todos los ahorros. Siento causar tantos problemas. Lo siento. –No es tu culpa. –dijo Yamato abrazándolo por detrás. –Nada de esto es tu culpa. Sora y la madre de Agu llegaron en ese momento corriendo, sintiéndose más tranquilas al ver que el niño había aparecido.

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La noche había llegado al hospital. Miyako y Sora andaban por los pasillos haciendo ronda. –Hemos trasladado a Agu a una unidad más tranquila para antes de la operación. –informó Miyako. Cuando abrieron la puerta del cuarto de los niños, todos se taparon rápidamente fingiendo que estaban durmiendo. –¡¿Qué pasa aquí? Estoy muy decepcionada. Os he dicho muchas veces que la lectura y la charla sólo durante el día! ¡Venga, a dormir! Entonces Sora vio una grulla de papel al pie de la cama de Agu. Al cogerla, vio que de debajo de las sábanas asomaban más papeles. Sora apartó la sábana y allí había un montón de grullas de papel de colores. –¿Dónde está Agu? –preguntó Gabu. –¿Va a estar bien? –Él está bien. Se recuperará, lo prometo. –dijo Sora. –¿Es esto para Agu? Gabu asintió con la cabeza. –¡Son mil grullas!–dijo Biyo, alzando las suyas con las manos. –¿Es esto lo que hacéis todas las noches? –preguntó Miyako. –Pero no sabemos si hay suficientes para antes de la operación. –dijo Meiko, la niña más mayor, también de la edad de Agu. –¿Cuántas más necesitáis? –preguntó Sora. –Ciento ochenta. –respondió Gabu, también con un montón de grullas en la mano. Entonces, Sora fue hacia la puerta y encendió la luz. –Me ocuparé de los otros médicos. –los niños entonces sonrieron. –Pero no hagáis de más. Los niños, Miyako y Sora se pasaron un buen rato haciendo grullas.

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–¡Buenas tardes! –dijo Mimí entrando a la casa de los Takenouchi. –Siento llegar tarde. Pal se encontraba tapada durmiendo sobre el tatami. Sora, que también había terminado tarde su turno, cenaba algo tras llegar a casa. –Hola, bienvenida. –dijeron Daisuke y Haruhiko. Taichi asomaba la cabeza desde la entrada. –Gracias por cuidarla. –dijo Mimí. –Taichi, ¿qué haces ahí? Ven aquí. –dijo Haruhiko. –¿Qué tal? –preguntó Taichi a Sora. –Hola. –saludó Sora, que había echado mucho de menos a su amigo. Los tres amigos prepararon té y se pusieron a charlar un poco. –¿Una casa de citas? –preguntó Sora. –Exacto. –dijo Taichi después de ponerla al día. –Intenta convencerla de que es una locura. –¿Tan mal están las cosas, Mimí? –preguntó Sora. –No hay forma de que pueda pagar el alquiler de este mes. –dijo la castaña. –Entiendo. –dijo Sora. –No es un problema tan serio. –dijo Mimí intentando quitarle importancia. –¿Qué? Claro que es serio. –¿Ah, sí? –decía Mimí, que no quería preocupar a sus amigos. –Si eso no es serio, ¿entonces qué es? –preguntó Taichi. –Por ejemplo, que te rechace una amiga después de confesarle tus sentimientos. –contestó Mimí lanzándole un puñal traicionero a Taichi. Taichi y Sora se miraron automáticamente. –Sólo bromeaba. Mientras Pal esté sana no hay ningún problema serio. –Sólo estás intentando desviar la atención. –dijo Taichi. –¿Tú crees? –preguntó Mimí. –Pues claro que lo creo. –dijo Taichi mientras Sora reía. –Oye, ¿por qué no os mudáis aquí? –sugirió Sora. –Mi padre es un fastidio pero os adora. –Mmmm. –¿Por qué finges duda? –preguntó Taichi. –¿Tú crees? –preguntó Mimí. Taichi y Sora rieron. –Bueno, si llegáramos a ese punto, supongo que te pediría ayuda. –admitió Mimí. –Claro, en cualquier momento. –dijo Sora. Taichi se veía mucho más relajado ahora que Mimí se dejaría ayudar. –Por cierto. ¿Qué ha pasado con el funcionario? –preguntó Mimí. –Oh, no. No voy a consentir ningún matrimonio arreglado. –contestó Sora. –¿Matrimonio arreglado? –preguntó Taichi, que no tenía ni idea de quién era ese funcionario. –Estoy de acuerdo contigo, sobre todo si el tipo ese es un completo pedrusco. –¿Un pedrusco? –preguntó Taichi todavía más perdido. –Ese no es el problema. –rió Sora.

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Ken Ichijouji, Nishijima Daigo, Yamato Ishida y varios miembros más del equipo se encontraban en la empresa sentados en una mesa intentando decidir qué fotos seleccionarían para la fase final que decidiría quién sería el mejor fotógrafo del año según la revista Days of New York. –¿Qué os parece esta? –preguntó Yamato. –No está mal, pero eso… es sólo un “no está mal”. –dijo Ken. –Parece que a todas les falte algo. –dijo Daigo. –Tienes razón. –dijo Ken. –Necesitas un tema central, ¿comprendes? Entonces, Yamato recordó cuando por fin consiguió comprar su ansiada cámara cuando tan sólo era un niño. Lo primero que fue a fotografiar fueron unas preciosas prímulas. –Prímulas. –dijo Yamato pensativo. –¿Puedes conseguir unas prímulas? –¿Prímulas? –preguntó Daigo. –Sí. –confirmó el rubio. –Daigo, estás a cargo de conseguir unas prímulas. –De acuerdo. –dijo el pupilo de Yamato. –Os dejo el resto a vosotros. –dijo Yamato levantándose. –De acuerdo. Si Yamato gana también necesitaremos una oficina en Nueva York. –dijo Ken. –¿Bromeas? –preguntó Daigo. –Si ese fuera el caso, tú tendrías que ir con él. –le dijo Ken a Daigo. –¡Por supuesto! ¡Yamato, trabaja duro en esta foto! –animó Daigo deseoso de ir a Nueva York. Yamato se paró y le sonrió. –Dalo por hecho. –dijo antes de irse.

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Agu estaba acostado en la cama de una habitación individual. Su madre permanecía junto a él. En el cuarto también había dos enfermeras alrededor de un carrito donde solían llevar la medicación de los enfermos, así como material médico variado. Sora llamó a la puerta y entró. –Está bastante tranquilo. –informó una de las enfermeras hablando bajo y entregándole a Sora el informe donde iban anotando todas los parámetros y la medicación que se le daba al paciente. –Sí, aunque normalmente se ponen nerviosos antes de una operación. –añadió la otra enfermera. –Hoy es el cumpleaños de Dai. –dijo Agu mirando a su madre. –Lo sé, pero… –dijo su madre. –Estoy bien. –interrumpió Agu. –No estoy asustado. Así que vete ya a casa. –Agu se giró. –Que pases buena noche. –dijo la sufrida madre. –Cuídenle bien, por favor. Cuando la madre de Agu salió por la puerta, Sora se acercó a Agu y se sentó al borde de la cama. Entonces vio que el niño sujetaba las sábanas con fuerza y estaba temblando. Sora le puso una mano en el hombro para tranquilizarlo. En realidad, al contrario de lo que le dijo a su madre, estaba muerto de miedo. Mientras tanto, la madre de Agu se dirigía a la salida. A los pies de la escalera mecánica, se encontró con Yamato. –Gracias por lo del otro día. –agradeció la mujer. –No se preocupe. –le quitó importancia el rubio. Sora seguía en la habitación de Agu. Esta vez, el niño se había puesto boca arriba y Sora no le soltaba las manos, haciéndole saber que estaba con él. Entonces, la puerta se abrió. –¿Qué haces aquí? ¡Vete ya a casa! Rina y Dai… –empezó a quejarse el niño, pero se calló al ver que entraba Yamato tras ella. Sora se levantó al no esperar la visita y Yamato se acercó a la cama. –Agu, ¿te parece bien si fuera yo al cumpleaños de tu hermano en lugar de tu madre? –preguntó Yamato. –¿Qué? –preguntó el niño, que al igual que Sora, no se esperaba esa propuesta. –Así tu madre podría quedarse contigo. –explicó el fotógrafo. –¿Te parece bien que me quede esta noche? –preguntó su madre acercándose y cogiéndolo de la mano. –No tienes que ocultarlo. –intervino Sora. –Sólo dinos lo que realmente quieres. –Quiero estar con mi madre. –se sinceró Agu. –Muy bien. Pues trato hecho. –dijo Yamato. –Oye, sería raro que sólo fuera yo. ¿Por qué no vienes tú también? –De acuerdo. –accedió Sora. Entonces Yamato apoyó su mochila en la silla y de ahí sacó algo envuelto en un paño. –Esta es mi cámara. Te la regalo. –dijo Yamato, desenvolviéndola con cuidado. Era la primera cámara que se compró el rubio gracias al trabajo como repartidor de periódicos. El niño la sostuvo mirándola como si fuera de cristal. –Es un poco vieja pero la he cuidado como un tesoro, así que todavía debería de funcionar bien. Yamato y Sora dejaron al niño y su madre mientras el pequeño seguía admirando la cámara. –Estaré lista en un momento. –dijo la doctora yendo hacia el control de enfermería para cambiarse de ropa. Entonces, Jou giró la esquina, encontrándose con Yamato. –Señor Ishida. Soy el doctor Jou Kido, del departamento de pediatría. –Siento lo del otro día. –se disculpó Yamato refiriéndose al plantón que les dio a los niños. –No se preocupe. Entiendo que tendrá sus razones. –le quitó importancia, conocedor de lo que estaría viviendo el rubio. –He oído que ha estado yendo al departamento de oftalmología. ¿Por qué se esfuerza tanto por Agu? –Probablemente, pronto no pueda hacer nada. –dijo Yamato, dándose cuenta de que ese médico sabía más de lo que parecía. –Posiblemente no me pueda casar, ni tener hijos. –Señor Ishida, aunque entiendo cómo se siente, la pérdida de visión es… –Ya no podré usar una cámara. –interrumpió Yamato. –Si no puedo sostener una copa, o leer un periódico, puedo seguir viviendo, pero si no puedo sacar fotos… –Yamato se interrumpió a sí mismo. No quería incomodar al médico al acabar la frase. –Desde que recibí el diagnóstico, no he parado de temblar. Cuando encontré a Agu, mis manos también temblaban.

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Yamato y Sora fueron a la guardería a recoger a los hermanos de Agu. Por suerte, a Sora ya la conocían, aunque todavía no se habían dejado ver. –Croa, croa. –escuchó el hermano de Agu. –Hermana, mira eso. –dijo el niño para que su hermana se girara. En la ventana del aula que daba al pasillo, alguien llevaba en la mano una marioneta de una rana con ojos saltones. –Croa, croa. –volvió a decir la rana. De repente, apareció una marioneta de un cerdo con voz de mujer. En la boca llevaba un folio doblado. –Oink, oink, oink. –dijo la cerdita. Entonces, la rana dio con su cabeza a la del cerdo para hacerle saber que debía entregar el folio. La cerdita lo dejó caer y Dai lo recogió y lo abrió ante la atenta mirada de su hermana. Sora y Yamato se asomaron por la ventana sonriendo para ver la reacción de los niños. En el folio había dibujado un mapa del tesoro y en una esquina una mariquita. El mapa contenía una pista que decía que la mariquita se lo había comido todo. Los niños llegaron corriendo por el patio de la guardería donde había una marquita gigante que era un tobogán y que estaba junto a un arenero, tal y como indicaba el mapa. Andando detrás de ellos les seguían Yamato y Sora. Los niños subieron hasta la mariquita para seguir buscando su tesoro, seguidos de los adultos. Entonces, Dai se metió dentro de la mariquita y allí encontró un regalo. Al abrir la caja encontró una tarta. –¡Es una tarta! –dijo la niña con la misma ilusión que su hermano pequeño. –Y tiene un león. –dijo el niño. –Pone tu nombre. –dijo la niña, ante la mirada de los adultos, que miraban desde el exterior de la mariquita. –También lleva fresas. –dijo el niño. Sora y Yamato se sonrieron ante la felicidad de los niños. Unos minutos más tarde, los cuatro se fueron a un restaurante familiar donde poder disfrutar de la tarta tranquilamente. –El león es genial. –dijo el niño mientras Yamato encendía las velas con una cerilla. –Bien, tienes que soplarlas todas de una vez. –dijo Yamato. –Vale, pero Rina también. –dijo el niño incluyendo a su hermana. –Vale. –dijo ésta. –Una, dos y… –¡Disculpen! –interrumpió un camarero. –Pero no está permitido traer comida de fuera. –Oh, lo siento. Tiene razón. –se disculpó Sora. –¿Puede esperar hasta que el niño sople las velas? –pidió Yamato. –Por favor, se lo ruego. El camarero se retiró sin decir nada. –Qué se le va a hacer. Supongo que nos la tendremos que comer fuera. –dijo Yamato que iba a apagar las velas, pero antes de que lo hiciera, las luces del restaurante se atenuaron. Yamato miró hacia donde se había ido el camarero y vio que había bajado la intensidad de las luces. Sora y Yamato se lo agradecieron con la cabeza mientras sonreían. –Bien, a soplar. –¿Preparado? ¡Ahora! –dijo Rina. Los hermanos soplaron las velas, aunque lo hicieron en dos soplidos. Al acabar aplaudieron. –Feliz cumpleaños. –felicitó Yamato. –Feliz cumpleaños. –se le unió Sora. –¿Por qué no les sacamos una foto? –Sora sacó su móvil y se lo pasó a Yamato para que sacara la foto. Ya que tenía un fotógrafo al lado, que la sacara él, aunque la cámara fuera mala. –Bien, aquí va. –dijo Yamato. –Juntaos un poco más. –dijo Sora. –Rina, tienes que sonreír un poco más. –Creo que deberías hacerla tú. –dijo Yamato devolviéndole el móvil a Sora, después de mirar a través de la pantalla. –Está bien. –dijo un poco extrañada. Los hermanos posaron con sus dedos en forma de uve y con la tarta delante. Mientras Yamato se quedó un poco ausente. –Dai, sonríe un poco más. Por fin, Sora sacó la foto. –Voy a llamar un momento al hospital. –dijo Sora mientras los cuatro disfrutaban de la tarta. La pelirroja se levantó y se apartó para llamar. –¿Qué pasa? ¿No te gusta el chocolate? –preguntó Yamato al niño, que vio que se había dejado la parte de chocolate en la que venía la inscripción de feliz cumpleaños, junto con el muñequito del león.

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Sora y Yamato habían dejado ya a los hermanos en su casa con su padre. Cuando se dirigían a casa, empezó a llover. Por suerte, los dos llevaban paraguas. Sora desenvolvió lo que había dentro de la servilleta que le había dado Yamato. Era el león de la tarta. –Dai me dijo que se lo diera a su hermano. Se ha esforzado mucho para no comérselo. –explicó Yamato. Sora sonrió ante el detalle del niño. –¿Puedes dárselo a Agu? –Claro. –dijo Sora guardando el león. –Me da la impresión de que hay dos Yamatos. –¿Qué? –El Yamato bueno y el Yamato malo. –¿Qué quieres decir con lo del Yamato malo? –preguntó el rubio curioso. –Que a veces me dan ganas de abofetearte. –se sinceró Sora. –¿Entonces hay otras veces en las que tienes ganas de tenerme cerca? –preguntó Yamato. –No, eso no lo siento. –dijo Sora que le entró la risa. –Supongo que es como si estuvieras enfermo y me apetece pelarte una manzana. Entonces Yamato empezó a toser. Evidentemente, era una tos falsa. –¡Mira, ahí está el Yamato malo! –dijo Sora riéndose. –Yamato bueno, gracias por lo de hoy, incluso por darle tu cámara a Agu. –Esa fue la primera cámara que compré. Cuando era niño la vi en un escaparate y siempre pegaba mi cara al cristal para mirarla cuando volvía del colegio. –explicó Yamato. –Era como decir “eso es mi sueño”. Repartí periódicos para poder pagarla. –Entonces trabajaste duro. –dijo Sora. –Sí. Cuando por fin la tuve en mis manos era un poco pesada para un niño de mi edad, pero sentí como si tuviera una máquina mágica. –¿A qué le sacabas fotos? –preguntó Sora. –A las prímulas. –dijo Yamato. –Solíamos tener algunas en el jardín de mi casa. Y saqué fotos de las prímulas de lavanda húmedas por el rocío de la mañana. Les decía que se esforzaran por salir bien en la foto. Es raro decirle eso a unas flores, pero incluso hoy, cuando saco una foto digo “esfuérzate”. Supongo que me lo digo a mí mismo. –¿Te parece bien haberle regalado una cámara que valoras tanto? –preguntó Sora. Hacía varios segundos que se habían detenido. –Ya no la necesito. –dijo Yamato reemprendiendo la marcha. –Entiendo. Supongo que ahora tendrás montones de cámaras buenas. –supuso Sora. –En realidad… –entonces, cerca de ellos pasó un coche que deslumbró a Yamato con las luces, hasta el punto de intentar protegerse los ojos con la mano. Al ver que Yamato seguía con las manos en los ojos y quejándose un poco se preocupó. –¿Le pasa algo a tus ojos? –preguntó Sora, que no tenía ni idea de la enfermedad del rubio. Por fin, Yamato se quitó la mano de la cara. –Estoy bien. –dijo él. El chico empezó a andar, pero Sora se había quedado extrañada de que el coche le hubiera deslumbrado tanto. El coche no llevaba las luces largas como para tener una reacción tan exagerada.

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Sora por fin llegó a casa. Cuando llegó, encontró a su padre durmiendo sobre el tatami. En la mesa había algún plato, una botella de sake y un vaso. –Ya estoy en casa, mamá. –dijo Sora a la foto del altar de su madre y después intentó despertar a su padre. –Papá, vas pescar un resfriado. Levanta. –Oh, he tenido una pesadilla. –dijo Haruhiko aún con los ojos medio pegados. –¿Una pesadilla? –preguntó Sora mientras recogía un poco la mesa. –Sí. Te casabas con un mal hombre que te hacía infeliz. –contó el hombre mientras se sobaba el ojo con el dedo. –Sólo me dices eso para que acepte el matrimonio arreglado. –dijo Sora, que tenía muy calado a su padre. –No haré tal cosa. –Entonces prométeme una cosa. –dijo Haruhiko y deteniendo a su hija antes de que se llevara los platos a la cocina. –Prométeme que te casarás con un hombre que te haga completamente feliz. Sólo así te daré mi total bendición. –Entiendo. No me casaré con un hombre que no te guste. –dijo Sora sonriendo. –¿Lo prometes? –Lo prometo.

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Al día siguiente, Mimí colocaba unas plantas en la entrada de la floristería para que les diera el sol, cuando apareció Taichi tirando de una moto tipo scooter vestido con la chaquetilla de cocinero. En una cesta llevaba una bolsa de papel, por lo que seguro que su jefe le había mandado a comprar algunas cosas para el restaurante. –Hola. –saludó Taichi. –Hola. –le devolvió Mimí el saludo. –Toma. –dijo Taichi cogiendo una naranja de la bolsa y lanzándosela a Mimí, que la cogió al vuelo. –Gracias. ¿Comprando suministros? –preguntó Mimí. –Sí. Es duro estar de prácticas. Tengo que irme. –dijo Taichi, que empezó a tirar de la moto. –¿Puede ponerme un ramo? –Taichi se giró para ver quién era el cliente antes de seguir su camino. Allí vio a un hombre vestido con traje gris y corbata. –Claro. –dijo Mimí al cliente sin mirar. Cuando Mimí se giró, también conoció a la persona que pidió el ramo, borrando cualquier rastro de sonrisa anterior. –¿Ha pasado mucho tiempo, verdad? –dijo el hombre. Era el padre de Pal. –¿De qué tamaño quiere el ramo? –preguntó Mimí intentando mantener las distancias con el hombre. El hombre se sacó la cartera del bolsillo interior de la chaqueta y sacó un cheque de 50 millones de yenes. Mimí lo cogió. –¿Con ese dinero puedes devolverme a mi hija? –preguntó el hombre. Mimí y Taichi, que presenciaba la escena lo miraron anonadados. ¿Pretendía comprar a su hija? A Mimí se le cayó la naranja que le había regalado Taichi.

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Las grullas de papel de diversos colores presidían la habitación en la que se recuperaba Agu de la operación. Estaban todas unidas y colgadas cerca de la cama. A su lado, la cámara de fotos que Yamato le había regalado. –Me alegro de que la operación haya sido un éxito. –dijo Sora a la madre de Agu, que permanecía al lado de su hijo. Agu estaba durmiendo con una máscara de oxígeno. –Muchas gracias. –agradeció la madre. Al salir del cuarto, Sora pasó por las escaleras mecánicas, de las cuáles bajaba Koushiro Izumi. Se saludaron respetuosamente y entonces recordó que el otro día Yamato bajaba de la tercera planta y se encontró con ella en ese mismo lugar. Se fijó entonces en el cartel que indicaba que en la tercera planta se situaba el departamento de oftalmología. Después recordó cómo el coche deslumbró a Yamato la noche anterior. Entonces, se dio cuenta de que había algo que no estaba bien en Yamato. Había algo que no le cuadraba. El doctor Jou Kido se encontraba tomaba un descanso en la zona donde se encontraba la cafetería. Allí vio a Sora trotar hacia el doctor Izumi, que estaba sentado en una de las mesas tomando algo y leyendo una revista. –Doctor Izumi. –dijo Sora. –¿Tiene usted un paciente llamado Yamato Ishida? Al verla, Jou decidió intervenir y la interrumpió para hablar con ella y no poner a Koushiro en un compromiso. Una vez a solas, Jou empezó a explicarle. –Su enfermedad se llama Behçet. –informó Jou. –¿Behçet? –preguntó Sora. –Es el peor escenario en el que el señor Ishida se puede encontrar. Perderá la vista en unos tres meses. Sora comprendió entonces por qué le pedía con tanto ímpetu fotografiar a los niños. No era sólo porque ese tipo de fotos le gustaran a su fallecido hermano, sino porque temía no poder hacerlo a tiempo. Por eso le gritó que no tenía tiempo y se mostraba tan nervioso. Por eso le dijo también que olvidara lo del álbum. Aquel día le mintió al decirle que no generaría ningún beneficio fotografiar a los niños. Simplemente se había rendido. Por eso le dijo que no iba a necesitar más su vieja cámara. Ahora todo cobraba sentido en su cabeza. Yamato estaría sufriendo las fases del duelo ante la pérdida de algo tan importante e imprescindible para él como era la visión. Sora volvió al control de enfermería de pediatría todavía en shock de saber la verdad sobre Yamato. –Sora. –le llamó una enfermera que estaba al teléfono. –Sora. –volvió a llamarla la enfermera al ver que esta no respondía. Por fin giró la cabeza. –Tienes una llamada por la línea tres. Sora cogió el teléfono. –¿Hola? Soy la doctora Takenouchi. –Soy Yamato. ¿Cómo ha ido la operación de Agu? –Fue bien. –informó ella, que todavía estaba conmocionada por la noticia, y más al estar hablando con el rubio. –¿En serio? Eso es genial. –celebró el chico. –Bueno, tengo que seguir trabajando. –Espera. –pidió Sora. –¿Sí? –¿Estás bien? –preguntó la chica. –Te llamaré en otro momento. –dijo él. –¿Estás…? –pero el chico había colgado antes de que ella terminara la pregunta.

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Ya estaba todo preparado en el plató fotográfico. Una modelo con un kimono, algo de decoración puramente japonesa y un gran centro de prímulas rosas. Yamato se colocó la cámara en los ojos, pero la bajó poco a poco mirando detenidamente las prímulas. –Parece un poco nervioso. –dijo Ken al equipo y algunos ejecutivos de la empresa. Al fin y al cabo, eran las fotos para la final que decidiría quién sería el mejor fotógrafo del año. Sólo la nominación daba gran prestigio a la empresa. Si Yamato ganaba sería una gran publicidad. –Así que será mejor que se marchen. No pusieron objeción alguna, quedándose tan sólo Ken y Daigo. Mientras tanto, Yamato siguió mirando las prímulas mientras recordaba el día que desembaló la cámara de su plástico de burbujas en el patio de su casa. Al igual que aquel lejano día, se llevó la cámara a los ojos para enfocar y dijo en susurros: –Esfuérzate. Esfuérzate. Esfuérzate. –Pero al contrario que aquel día con su primera cámara, algo le impedía disparar. Las prímulas se tornaban borrosas y con una mancha blanca. –Yamato. –dijo Ken, que intuía que algo no iba bien. Daigo tenía la misma sensación. De los ojos de Yamato cayó una lágrima. Entonces, bajó su cámara.

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Sora se encontraba velando por la recuperación de Agu sentada junto a su cama, sin quitar la vista de la vieja cámara de su ahora ex-dueño Yamato. No necesito sueños, porque puedo seguir viviendo sin sueños. No necesito sueños. ¿Recuerdas el momento en el que tus sueños terminaron? Continuará...
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