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–¡Buen provecho! –dijeron todos. –¡Papá! ¡¿Qué estás haciendo? ¿Por qué pones tanta salsa?! –preguntó Sora al ver la cantidad que se estaba poniendo. –La salsa le da más sabor. –contestó éste. –Taichi se ha esforzado mucho para cocinar como para estropearlo con tanta salsa. ¡No le pongas mayonesa a eso! –siguió después riñendo a su hermano. –¡Así está bueno! –contestó Daisuke. –¿En serio? –preguntó Mimí, que cogió el bote de la mayonesa para echarse ella también en su plato, al de su hija y también al de Sora. –¿Tú también, Mimí? –preguntó Sora, como si ésta le hubiera traicionado. –Es imposible que sepa bien. Entonces Sora lo probó, encantada con el sabor. –¡Está buenísimo! –dijo Sora sorprendida, que no se esperaba que esa combinación funcionara. –Pero… –Taichi los miraba como si hubieran profanado sus platos. –Pruébalo tú también, Taichi. –le animó Daisuke. A Sora le venía bien distraerse con estas anécdotas y pequeñas riñas familiares, sobre todo después de haber recibido el rechazo de Yamato. A pesar de las distracciones, no podía dejar de pensar en lo que le dijo después de haberle dicho que una cámara sin objetivo ya no es una cámara. Flashback. –Lo siento, pero no pienso en ti de esa manera. –le había contestado Yamato. –Lo sé… –empezó a decir Sora. –Lo sé, pero sólo quería… –entonces Yamato le dio la espalda. –Aunque digas que me amas, sólo serías un obstáculo para mí. Fin del flashback. Una vez en el cuarto y con Pal dormida, Sora le había contado a Mimí lo que pasó con Yamato. –Eso significa… –empezó a decir Mimí. –Que me ha rechazado. –finalizó Sora. –A pesar de haberte rechazado te veo muy animada. –dijo Mimí. –¿Y qué voy a hacer? –dijo Sora. –Pero después de todo lo que has hecho por él ha sido muy bruto. –dijo Mimí. –¿Tú crees? –Un bruto. –sentenció Mimí. –Bueno. –dijo Sora resignada, aunque en realidad, le dolió verlo alejarse por la plataforma. Una vez acabada la charla con Mimí, Sora sacó de su bolso la información que había recopilado, recordando la mala reacción que había tenido el rubio cuando se la había entregado.00000000
Al día siguiente, Sora caminaba junto a Jou por uno de los pasillos con cristaleras del hospital. –Los síntomas de la enfermedad de Behçet no se limitan sólo a la pérdida de visión. –comentaba Jou tras decirle Sora lo mal que reaccionó el rubio cuando le dio la información que había recopilado. –A veces también pueden darse úlceras en el estómago y los intestinos; también pueden sufrir migrañas y afectar a la memoria. Si sigue así, antes de perder la vista puede que se pierda a sí mismo. Ahora lo que más necesita no son medicinas ni medicamentos. Lo que necesita es que alguien lo apoye psicológicamente y disipe sus miedos. –Pero eso no significa que tenga que ser yo. –dijo Sora deteniéndose. –Entiendo. Entonces, la chica vio que Biyo se encontraba en el jardín. Sora no sabía que estaba haciendo la niña allí agachada porque casi la tapaban unos rosales. –Es Biyo. –dijo el doctor. –¿Qué está haciendo? –preguntó Sora.00000000
Yamato se encontraba en un punto limpio donde la gente iba a tirar libros y revistas que ya no querían para que las reciclaran. En uno de los paquetes había un gran número de revistas de fotografía que el chico había guardado siempre como un tesoro. Una vez que dejó allí parte de su vida, volvió a casa y llamó a su madre. –El lunes de la semana que viene volveré a casa. –informó Yamato mientras metía cosas en una caja con la mano con la que no sostenía el teléfono. –¿De verdad? –dijo su madre. Natsuko, que tenía un calendario delante, rodeó el lunes 17. –¿Volverás a Tokio otra vez? –No. Esta vez me quedaré allí bastante tiempo. –dijo Yamato. –¿En serio? –dijo Natsuko contenta de saber que podría pasar más tiempo con su hijo. –Quiero ir a ver a mis antiguos maestros de primaria. –dijo Yamato mientras se dirigía a un estante donde se había quedado un libro de bolsillo olvidado. –Tu escuela hace tiempo que la derruyeron. –dijo Natsuko mientras Yamato ojeaba el libro. –¿Qué? –dijo Yamato, que no tenía ni idea de que su escuela ya no existiera. –Ya han pasado catorce años desde que te trasladaste a Tokio. –dijo Natsuko. –Catorce años… –repitió Yamato, que por alguna razón quizás pensara que el tiempo no pasaría por su ciudad natal. –Ha sido como un parpadeo. Entonces, entre las páginas del libro encontró una foto de la torre de Tokio. –Quiero tomarme un gran descanso y relajarme. –dijo Yamato. –¿Quieres que te lleve algo de Tokio?00000000
Sora bajó del piso en el que estaba y se dirigía hacia el jardín del hospital. ¿Adónde han ido tus sueños? Fui a su ciudad con lágrimas en los ojos. ¿Adónde han ido las lágrimas? Se convirtieron en lluvia y volvieron a la tierra. Sora llegó donde había estado Biyo. Allí se percató de que la niña había removido la tierra, como si hubiera enterrado algo. La niña había hecho una tumba. Incluso tenía una tabla de madera clavada en la tierra que ponía Biyo Sadai. Sora se dio cuenta de que de la tierra sobresalía un lazo. Entonces tiró de él y salieron unas punteras de ballet. –¡No las toques! –escuchó Sora de una voz infantil. Sora se giró y se incorporó, encontrándose con una niña de no más de ocho años. –Biyo. –¡No toques mi tumba! –le gritó la niña. –¿Cómo? La niña se dirigió hacia Sora y le arrebató las punteras, volviendo a enterrarlas y volviendo a colocar la inscripción. Una flor creció en la tierra y creó una tumba. El sueño estaba enterrado ahí. Una rato más tarde, mientras algunos de los niños jugaban a cartas o se distraían, Biyo se encontraba triste acostada en su cama. –Quizás esté así porque no se ve capaz de hacer la pirueta. –dijo la madre de Biyo a Sora y Jou. Habían citado a los padres de la niña al haberse percatado del cambio de actitud de una niña que, a pesar de su dolencia, siempre se había mostrado muy alegre durante su estancia en el hospital. –¿La pirueta? –preguntó Sora. –Sí, un tipo de vuelta en ballet. Para la próxima actuación ensayó muchísimo hasta que fue capaz de hacerla. Pero ayer intentó hacerla en el pasillo y no le salió por más que lo intentaba. Dijo que nunca conseguiría la medalla de oro. –Pero eso no significa que deba de hacer una tumba. No tiene gracia. –añadió el padre de Biyo preocupado y nervioso. –Gracias al ballet, se sentía con fuerzas para luchar contra su enfermedad. –dijo la madre rompiendo a llorar. –Pero si ya no puede bailar, entonces… La madre de Biyo ni siquiera pudo terminar la frase debido al llanto.00000000
Tras la reunión con los padres de Biyo, Jou se puso a revisar las piernas de la niña. –Dime si te duele, ¿de acuerdo? –dijo el médico a la niña poniendo sus manos en diferentes puntos de sus piernas. –No duele. –dijo la niña con voz apagada y bajo la atenta mirada de Sora y los padres de la niña. –¿Y aquí? –preguntó Jou poniendo las manos en otro punto cercano a la rodilla. –Un poco. –contestó la niña. –Muy bien. –dijo el doctor antes de tapar a la niña con las sábanas. –Doctor Kido. –dijo la niña. –Ya las puedes cortar. Lo que dijo la niña, no sólo causó la sorpresa de los dos doctores y de los padres, sino también del resto de niños, que interrumpieron sus actividades para mirar a Biyo. –Si me corta las piernas mejoraré con mi enfermedad, ¿no? –dijo la niña, que ni siquiera conocía el término “amputar”. –Biyo, estamos haciendo todo lo posible para no tener que hacer eso. –explicó Jou. –Pero ya no las necesito.00000000
–Sabes que no me gustan ese tipo de bromas. –dijo Ken Ichijouji a Yamato mientras éste colocaba sus cosas en una caja. –¿No será esto otro de tus cambios de humor? Estás intentando volver a hacer esas fotos de niños que no dan ningún beneficio, ¿verdad? –No puedo ver más. –se limitó a contestar Yamato mientras seguía recogiendo. –Pero ahora mismo estás viendo. –dijo Daigo. –Tengo ataques. Y cada vez son más frecuentes. –explicó Yamato. –Probablemente me quede ciego antes de que pasen tres meses. El jefe de Yamato y su pupilo abrieron la boca de la sorpresa. Yamato se giró. –No pongáis esa cara. Ya me he hecho a la idea de dejarlo todo y ahora mismo no me encuentro demasiado mal. –tras decir eso, Yamato cogió la caja donde había estado depositando sus cosas y salió del cuarto. –¿Qué vas a hacer ahora? –preguntó Ken. Yamato se detuvo y se giró mirando a Ken. –¿Quién sabe? –dijo con una sonrisa triste.00000000
Jou iba a visitar a su amigo Koushiro a su consulta. Cuando llegaba, vio salir a su amigo acompañado de Yamato. Vio como se despidieron y fue hacia su amigo. –¿Ha decidido tratarse de nuevo contigo? –preguntó Jou viendo como Yamato se alejaba. –Sólo ha venido a darme las gracias. –contestó Koushiro.00000000
Sora comprobaba la temperatura de Meiko, una de las niñas. Era la más mayor de allí junto a Agu. Cuando terminó, se giró a ver la cama vacía pero deshecha de Biyo. –Me parece que ha ido al quiosco. –dijo Hikari tras preguntarle Sora por Biyo. –Doctora Takenouchi, ¿qué tipo de bañador usas? –preguntó Meiko. –No tengo bañadores. –contestó Sora. –No he ido a la playa en unos cinco años. –¿Qué? ¿Entonces no vas a la playa con tu novio? –preguntó la niña. –Bueno, estoy demasiado ocupada como para tener novio. –dijo Sora saciando la curiosidad de Meiko. –Pues deberías cogerte unas vacaciones. –dijo Shin incorporándose a la conversación mientras revisaba a otro niño. –Los demás y yo nos hemos tomado tantos permisos que el supervisor no nos quita ojo. –Entonces trabajas tanto porque no tienes novio. –dijo Meikosacando sus propias conclusiones. –Qué pena. –¡Oye! –dijo Sora medio en broma, medio indignada. –Doctora Takenouchi, tienes visita. –dijo Miyako entrando a la sala. Gracias a la interrupción de la enfermera, Sora se libró del tercer grado al que la estaba sometiendo Meiko y se dirigió al punto de encuentro donde la gente se reunía a tomar algo. Al entrar, vio a Yamato sentado en una de las mesas con una lata. Sora se dirigió allí y se sentó frente a él. –Vengo del departamento de oftalmología. –explicó el chico. –¿Has decidido continuar con el tratamiento? –preguntó Sora esperanzada. –Sólo quería venir a darte las gracias a ti también. –dijo él, borrando las esperanzas de Sora de un plumazo. –¿Qué vas a hacer a partir de ahora? –preguntó seria. Yamato no pudo evitar sonreír. –Todo el mundo me pregunta eso. Pero no tengo ni idea. –¿Por qué no consideras el tratamiento desde una perspectiva más positiva? –preguntó Sora. –¿No te lo dije ya? –preguntó Yamato un poco harto de la idea del tratamiento. –Aunque mejore, no tiene sentido si no puedo ver. –En el ala de pediatría hay una niña que dice exactamente lo mismo que tú. –dijo Sora recordando a Biyo. Entonces, Sora le pidió que la acompañara al jardín a enseñarle la tumba de Biyo. –¿Una tumba? –dijo Yamato mientras Sora le ponía en antecedentes. –Tiene la lesión de Osgood[1]. –dijo Sora. –En el peor de los casos, y sólo si fuera algo extremo podrían amputarle la pierna. Llegando a la tumba, vieron sentada a la niña, mirando su tumba. –Es Biyo. Ha enterrado sus punteras de ballet–dijo Sora al ver a la niña. Entonces, la niña se levantó, se quitó las zapatillas, puso los brazos y los pies en posición e intentó la pirueta, pero la niña perdió el equilibrio. Volvió a intentarlo y esta vez cayó al suelo. Yamato se dirigió hacia la niña. Cuando Sora iba a seguirle apareció Jou y pidió a Sora que los dejara solos. Al fin y al cabo, si alguien podía comprender a Biyo en ese momento era Yamato. Los dos estaban perdiendo algo preciado para ellos. Así que,simplemente se quedaron mirando a ver qué ocurría. Yamato llegó y se acuclilló junto a Biyo. –¿Es esta tu tumba? –preguntó Yamato. –Sí. –contestó la niña. –¿Puedo hacer mi tumba junto a la tuya? –preguntó Yamato. –¿Tu también necesitas una tumba? –preguntó Biyo. –Sí. Bueno, vamos allá. –dijo Yamato cogiendo un palo de madera que había allí y poniéndose a escavar un agujero junto a la tumba de Biyo. Tras hacer un agujero lo suficientemente grande, sacó el libro que encontró en el estante cuando hablaba con su madre por teléfono y lo enterró, clavando el palo con el que había cavado en posición vertical. –Ya está. –Quedan bien. –dijo la niña sonriendo. –Tienes razón. Cuando hiciste tu tumba, ¿fuiste capaz de dejar el ballet? –preguntó Yamato. –En secreto, ¿todavía quieres bailar? –Quiero bailar. –reconoció la niña. Yamato le pasó la mano por la espalda. –No te preocupes. Ya encontrarás otra cosa que quieras hacer. –dijo Yamato. –Hay otro tú que puedes descubrir. –¿Tú has sido capaz de encontrar algo? –preguntó Biyo. –Sí. He encontrado algo. –dijo Yamato. –Entonces quizás pueda encontrar algo yo también. –dijo la niña más animada. –Estoy seguro que lo harás. De ahora en adelante hay muchas cosas buenas que te pasarán. –dijo Yamato. –¿Eso crees? –preguntó la niña. –Sí. –dijo Yamato sonriendo a la niña. Entonces Jou y Sora se acercaron. Yamato se incorporó. –Señor Ishida. –empezó a decir Jou. –¿Podría echarle unas fotos a Biyo? –Yamato y Sora miraron sorprendidos al médico. Siempre había sido algo reacio a las fotos. –Se suponía que pasado mañana iba a ser su actuación. Yamato giró la cabeza para ver a la niña mirando su tumba. Entonces se volvió hacia la niña y se volvió a acuclillar. –Biyo. ¿Me dejas sacarte unas fotos bailando? –preguntó Yamato. –Se las enseñaremos a tus padres, a tus amigos, a los médicos… y a tu nueva tú. –la niña asintió con la cabeza tras pensarlo unos segundos. –Muy bien. Entonces tienes que sacar las punteras de ahí. Yamato ayudó a la niña a quitar la tierra de encima y sacó las punteras de ballet. Yamato hizo lo mismo con el libro que había enterrado. Sora no pudo evitar sonreír.00000000
Una vez convencida la niña, Sora y Yamato se encontraban en la parte exterior del hospital. La pelirroja acompañaba al fotógrafo hasta la salida del recinto. –¿Qué le dijiste a Biyo para animarla? –preguntó Sora con curiosidad. –Le mentí. –contestó Yamato. Entonces Sora se detuvo. –¿Qué? –Te veo pasado mañana. –dijo Yamato despidiéndose y quedando para sacarle las fotos a la niña. –Gracias por tu ayuda. –dijo Sora, aunque muy sorprendida todavía por la respuesta que le había dado el rubio.00000000
Al anochecer, cuando Sora llegó a casa se encontró a su familia y a sus amigos cenando. –Ya estoy en casa. –dijo Sora bastante cansada. –¡Hola! –dijeron todos. –Rápido, siéntate a cenar. –dijo Daisuke. –Hoy he puesto mayonesa en la salsa. –dijo Taichi con emoción. –Hoy paso. –dijo Sora arrodillándose frente al altar de su madre para mostrar sus respetos. –¿Qué te pasa? ¿Estás estreñida? –preguntó Haruhiko. –No creo que el estreñimiento tenga nada que ver. –dijo Daisuke. –Simplemente no tengo hambre. –dijo Sora. –¡No es justo! –dijo Daisuke. –Seguro que has comido comida real antes de volver a casa. –¡¿Cómo?! –gritó Taichi con indignación una octava más aguda. –¿Me estás diciendo que mi comida no es real? –Yo creo que hay algo que te preocupa. –dijo Haruhiko. –¿Quieres que escuche? –En serio, no es nada en absoluto. –dijo Sora, zanjando la conversación. Se levantó y se fue hacia su cuarto. Mimí y Taichi se quedaron mirando cómo se alejaba. Sabían que Haruhiko no iba desencaminado y que a su amiga le preocupaba algo. Después de cenar y una vez que Pal y los Takenouchi se retiraron, Taichi y Mimí hicieron bajar a Sora para que les contara lo que le preocupaba. –¿Bromeas? ¿Han roto su compromiso? –Mimí se sorprendió con lo que le había contado su amiga. –Eso parece. –dijo Sora. –Bueno, es comprensible. –opinó Mimí. –Seguro que la mujer con la que estaba comprometido no se sentiría bien en esa situación tan repentina. –O más bien, probablemente Yamato no quiera hacerle pasar por todo eso. –opinó Taichi. –Sora, quizás lo mejor sea que te haya rechazado a ti también. –dijo Mimí. –¿Cómo? –dijo Taichi con sorpresa, que parecía no tener ni idea de los sentimientos de la pelirroja. –Mimí. –le llamó Sora la atención al ver cómo metía la pata. Mimí dijo lo siento con la mirada y se creó un silencio incómodo entre los tres.00000000
Dos días después, Sora trotaba con prisa por los pasillos del hospital. Gabu, con su gorro azul la esperaba en la puerta. –¡Llegas tarde! –le recriminó el niño, cogiéndola de la mano. –¡Lo siento! –se disculpó la doctora. Juntos entraron a la sala pediátrica. Habían apartado las camas y habían puesto unas sillas. Los niños habían hecho una pancarta de cartulina que habían puesto en un biombo en la que se podía leer “¡Puedes hacerlo, Biyo!”. Los padres de Biyo, los niños y todo el equipo de pediatría ya se estaban sentados expectantes por la actuación de Biyo. –¡Venga doctora, siéntese aquí! –dijo Gabu haciendo las funciones de acomodador y sentando a Sora en primera fila junto a Jou. –Siento llegar tarde. –se disculpó Sora con el resto de espectadores. Yamato se encontraba en última fila esperando a que saliera la niña para hacer las fotos. De detrás del biombo, apareció Biyo vestida para bailar. Llevaba la rodilla izquierda vendada y sus punteras de ballet puestas. Cuando la vieron aparecer, el público aplaudió. Enseguida, Yamato se levantó y empezó a hacer fotos con su cámara analógica. Biyo se puso en posición y le hizo una señal con la cabeza a Shin para que pusiera la música. En cuanto empezó a sonar, la niña se puso a dar pasos de ballet. Mientras tanto Yamato se iba agachando y colocándose en diferentes ángulos mientras sacaba las fotos prometidas. El momento final se acercaba, era el momento de realizar la pirueta. La niña consiguió dar la vuelta completa mientras Yamato capturaba el momento. Al terminar la pirueta, la niña sonrió y los espectadores aplaudieron. –¡Muy bien! –gritaron algunos adultos. –¡Bravo! –jaleaban los niños. Todos se pusieron en pie mientras aplaudían, consciente de lo mal que lo había pasado la niña y lo que le había costado realizar ese movimiento. –Biyo, has sido capaz de realizar el giro. –dijo Sora emocionada. Sus compañeros de sala la rodearon. –¡Lo conseguí! –dijo la niña muy contenta. –Doctora, tome. –dijo Agu pasándole una medalla de “oro” realizada por los niños con cartulinas. Sora le puso la medalla a la niña alrededor del cuello. –¡Felicidades! –gritaron los niños mientras le volvían a aplaudir. Los padres de Biyo también aplaudían emocionados. Entonces, Jou vio como Yamato salió a toda prisa de la sala. Se levantó y fue tras él, encontrándolo en el pasillo, apoyado en la pared y con la mano sobre el entrecejo y con la otra sosteniendo su cámara. –Señor Ishida, ¿se encuentra bien? –preguntó Jou preocupado. –Puedo llamar al doctor Izumi. –No hace falta. –dijo Yamato girándose cuando Jou empezaba a dirigirse a oftalmología. Desde la sala todavía se escuchaban los aplausos que daban a Biyo. –¿Puedo hacerle una pregunta? –dijo Yamato un poco más recuperado mientras se agachaba para dejar la cámara en su mochila. –Claro. –dijo Jou. –Si mi vista no va a mejorar, ¿por qué todo el mundo me pide que me trate? –preguntó Yamato. –Pues… –empezó a decir Jou. –Si es por compasión o por apoyo, no lo necesito. –dijo el rubio levantándose una vez que guardó la cámara. –Ya me he rendido. Este ha sido mi último trabajo. Espero que las fotos hayan quedado bien. –Hace un tiempo hicimos una encuesta sobre el cáncer. –empezó a decir Jou tras una pausa. –La gran mayoría prefería ser informado si tenían cáncer. Pero también dijeron que preferían no informar a las familias de su enfermedad. Pueden aceptar su dolor, pero para ellos el dolor de otros es incluso peor. Lo que temes no es perder la vista, ¿verdad? Lo que realmente temes es…00000000
En la sala, los niños seguían felicitando a Biyo mientras Sora y el resto del equipo recogían las sillas. –¿Has hecho esto para mí, Koro? –preguntaba Biyo sosteniendo su medalla. –No, lo hicimos entre todos. –respondió Koro. –¿Cómo lo habéis hecho? –preguntó la niña. Entonces Sora se percató de que ni su jefe ni Yamato se encontraban ya en la sala. Cuando fue a salir, justo en ese momento pasaba una auxiliar con un carro con el que casi se choca. –Lo siento. –se disculpó Sora. Allí, uno frente a otro, vio a su jefe y al fotógrafo. El doctor se giró al escuchar el casi accidente. Yamato estaba de frente y se miraron. Parecía que había interrumpido una conversación seria por sus caras. Tras una larga pausa, el rubio reaccionó. –Cuando revele las fotos las traeré. –dijo Yamato rompiendo la tensión, que todavía se palpaba en el aire. –Muchas gracias. –dijo Jou antes de volver a la sala. –Gracias por hacer las fotos. –agradeció Sora acercándose al chico. –Creo que lo de hoy se convertirá en un bonito recuerdo para Biyo. –Eso espero. –dijo Yamato. –Por supuesto. Le vas a regalar un bonito recuerdo para su memoria. –dijo Sora. –Un recuerdo, ¿eh? –dijo Yamato. –Oye, ¿quieres ir a ver el mar? –¿Qué? –preguntó Sora, que no esperaba esa propuesta tan repentina. –Desde que nos conocemos, prácticamente sólo nos hemos reunido aquí en el hospital y apenas tenemos bonitos recuerdos juntos. Sora seguía impactada por la repentina amabilidad del rubio. –¿No? –preguntó el rubio al ver que Sora no decía nada. –Supongo que en realidad era pena. Entonces Sora comprendió a qué se refería Yamato. Se refería a la confesión de amor que le hizo Sora en la pasarela.00000000
Aunque ya era tarde, Yamato se dirigió a la empresa para la que había estado trabajando. Se metió en la sala de revelado y se puso a revelar las fotos que había sacado en el hospital. Con unas pinzas, sacó una de las fotos del líquido de revelado y vio a Biyo en pleno giro. No pudo evitar sonreír. Seguro que a la niña le gustaría esa foto. Tras revelar las fotos, Yamato fue a una sala de trabajadores del estudio y se dirigió a su taquilla, donde había una cámara de fotos y varios objetivos. Le estaba costando mucho abandonar la que había sido su pasión durante prácticamente toda su vida. Entonces, quitó la etiqueta en la que ponía su nombre de la taquilla. Cuando se disponía a salir, se abrió la puerta, apareciendo Nishijima Daigo con una escalera colgada al hombro. –Oh, Yamato. –saludó el pupilo de Yamato, que no esperaba encontrarlo ahí. Vestía con su habitual camisa alegre rojo chillón y una gorra roja. –¿Vienes de una sesión en el exterior? –preguntó Yamato. –Sí. He sido el asistente de Hayashibara. –informó Daigo mientras guardaba lo que traía en un armario. –Es un pesado. Lo que dice está totalmente fuera de lugar. Tras dejar las cosas y quejarse, Daigo se puso serio. –¿De verdad vas a dejar la fotografía? –preguntó Daigo, que no parecía creerse lo que le estaba ocurriendo a su maestro. –Te regalo mis cámaras. –dijo Yamato. –¿Cómo? Pero son… –empezó a decir Daigo con sorpresa. –A cambio… –interrumpió Yamato. –tengo un favor que pedirte.00000000
Unos días después, en el hospital, todos los niños se reunieron alrededor de la cama de Biyo bajo la atenta mirada de Sora y Yamato. En la mesa móvil que se usan en las camas de hospital, la niña tenía un álbum de color naranja. Cuando la niña lo abrió, los niños reaccionaron con sorpresa al ver las fotos de Biyo bailando. –¡Guau!¡Son geniales. –dijeron los niños. –Gracias. –dijo Biyo a Yamato. Sora se acercó a la cama. –Biyo, sales muy bien. –comentó Sora. Mientras veían las fotos, Biyo se percató de que Yamato se dio la vuelta para salir. –Señor fotógrafo, ¿ya te vas? –preguntó Biyo. Yamato se detuvo en el resquicio de la puerta y se giró. –Sí. –dijo sonriéndole a la niña. –¿Cuándo vas a volver? –preguntó Meiko. –No estoy seguro. –respondió Yamato más serio. Pensaba que era demasiado cruel decirles a los niños que no volvería. –Si vengo tanto sólo seré una molestia. –¡No es molestia! –gritó Tento, que no entendía por qué pensaba que era una molestia. –Tiene razón. –dijo Agu. –¿Por qué dices eso? –¿Estás ocupado en el trabajo? –preguntó Koro. –No es eso. –dijo el rubio. –Quizás venga de vez en cuando a saludar. –Entonces, ¿volverás otra vez? –preguntó Tento. –¿Lo prometes? –preguntó Koro. –Lo prometo. –dijo el rubio. –¡Bien! –celebraron los niños. Después de dejar a los niños contentos, Sora acompañó a Yamato por los pasillos hacia la salida. –Por favor, ven a visitarlos de nuevo. –pidió Sora. –Bien. –dijo Yamato, aunque no tenía intención alguna de volver a pesar de la promesa que le hizo a los niños. –¿Qué enterraste el otro día con Biyo? –preguntó Sora curiosa sobre la tumba de Yamato. Entonces, el fotógrafo sacó de su mochila el libro que había enterrado. –Esto. –dijo Yamato entregándoselo a la chica. Sora leyó el título del libro: Colección poética de Kenji Miyazawa. –¿Kenji Miyazawa? –Sin dejarme vencer por la lluvia, sin dejarme vencer por el viento.–recitó Yamato. –Lo traje conmigo cuando vine a Tokio hace catorce años. –¿Enterraste esto? –Lo leí en el tren durante todo el viaje para venir aquí. Entonces me preguntaba de qué sería capaz; quería saber cuál era mi límite. –explicó Yamato apoyándose en una baranda por la que podía mirar a la entrada del hospital. –Cuando vine a Tokio tenía un sueño ingenuo. Nunca volví a abrir el libro después de ese viaje. Es un recuerdo embarazoso de cuando tenía dieciocho años. Sora negó con la cabeza. Mientras ojeaba el libro, en una página vio una foto de la torre de Tokio. Sora preguntó con la mirada. –La fecha que está escrita es el día que llegué a Tokio. Es un poco hortera que haya sacado una foto de la torre de Tokio nada más llegar. –Yamato. –dijo Sora. –¿Por qué no vamos a verla, la torre de Tokio? Tras acabar el turno de Sora, ambos se dirigieron a la torre de Tokio y subieron al mirador. Aunque no era tarde, sí que había anochecido. –Tu casa estará por allí. –dijo Yamato mientras miraba por uno de los prismáticos instalados en la torre. –Oh, allí está. Dice tienda de arroz Takenouchi. –¿Puedes verla desde aquí? –preguntó Sora con ingenuidad. –Vaya, allí está tu padre. –dijo Yamato. –¿Bromeas? ¡Déjame ver, déjame ver! –dijo Sora emocionada como una niña pequeña. Yamato se apartó y cuando se puso a mirar, Sora vio el cartel de un gimnasio con hombres cachas ligeros de ropa y enseñando músculo que decía Body Soul. Transforma tu cuerpo para el verano. Cuando Yamato vio la reacción de Sora, Yamato no pudo evitar reír. –Estás babeando. –dijo Yamato cuando la chica le miró. –No tienes remedio. –dijo empezando a reír ella también por la broma. Tras visitar el mirador de la torre de Tokio, fueron a la tienda de regalos. –Vamos a comprar esto. –dijo Sora mirando un cartel bastante hortera. –¿Qué es? –preguntó Yamato. –Parecemos unos niños de excursión. –¿Y qué más da? Se verá bien en tu habitación. –dijo Sora. –Nadie pondría esto en su habitación. –dijo Yamato sin percatarse que la encargada de la tienda pasaba justo por detrás de él. Ante la mirada de Sora, intuyó que había metido la pata y se giró para ver la cara de la encargada. –Oh, compraré esto. –dijo Yamato cogiendo un llavero de la torre de Tokio para disimular. Una vez fuera de la tienda de regalos, se sentaron un momento a descansar en el mirador de la torre. Yamato miró el llavero. –¿Lo quieres de recuerdo? –se lo ofreció Yamato. –Claro que no. –rechazó Sora. –Tienes que ser responsable de tus actos. –Vale. –dijo Yamato como si hubiera sido regañado por su madre, aunque ambos reían. –Pero a cambio… –empezó a decir Yamato sacando su cámara analógica de la mochila. –sólo queda un disparo. Te la daré de regalo. Mi última foto. Mi primera foto fueron unas prímulas… y la última serás tú. –Me halagas, pero no, gracias. –dijo Sora que no esperaba ese cambio en el ambiente. –Te sacaré una foto con la que cualquier millonario se enamoraría de ti sólo de verla. –intentó convencerla Yamato haciendo reír a Sora. –Deberías hacer una foto de algo con mucho más valor. –dijo Sora. –¿Algo con más valor? –Ya sabes, algo como el templo de Todaiji,… o unas cataratas. –explicó Sora. –No, tú estás bien. Venga, vamos. –dijo Yamato cogiéndola del brazo para que se levantara. Al final Sora le hizo caso y se levantó. –¿Qué haces ahí parada con el cartel del baño de fondo? Sora, que ni se había percatado del fondo, se colocó de espaldas al cristal, con la ciudad nocturna de Tokio de fondo. Yamato colocó la cámara a la altura de su cara y acercó su ojo al visor. Pero de repente bajó la cámara. –Oye, no voy a sacar una foto para un pasaporte. –dijo el rubio. –¿Qué quieres que haga? –dijo Sora que no sabía cómo ponerse. –¿Por qué no enseñas el pecho de manera seductora? –sugirió Yamato. –Me voy a casa. –dijo Sora. Entonces empezó a andar. Pero se detuvo al escuchar la pregunta de Yamato. –¿Qué fue lo primero que pensaste cuando supiste que me quedaría ciego? –¿Qué? –preguntó Sora, deteniéndose con la ciudad de Tokio todavía de fondo. –¿Pensaste que me lo merecía? –preguntó el chico. –Por supuesto que no. –Entonces, ¿qué pensaste? –insistió él. Sora empezó a pensar, mientras tanto,Yamato se volvió a colocar la cámara para enfocar. –No era tristeza; no era soledad. Sólo sentí… que quería verte. –dijo ella pensativa. Tras decir la última palabra, Yamato disparó. Una vez bajaron de la torre, se dirigieron a la boca del metro. Yamato sacó el carrete y se lo ofreció a Sora. –¿Estás seguro que quieres que me lo quede? –preguntó Sora. –Quiero que lo tengas. –Una vez que se lo entregó, el rubio se despidió. –Bueno, adiós. –¿Volverás a visitarnos, verdad? –preguntó Sora, que no estaba demasiado segura de si Yamato cumpliría su promesa. –Por lo niños. –Claro. –dijo tras una pausa. Sin más, Yamato se dio la vuelta y se fue caminando, mientras Sora empezó a bajar las escaleras que le llevarían al metro. De repente se paró y se giró hasta que dejó de ver a Yamato, temerosa de no volver a verlo más. No sabía por qué, pero todo lo que habían vivido esa tarde le parecía una despedida.00000000
Unos días después, Sora se encontraba anotando la evolución de Meiko tras haberla revisado. –Doctora. –dijo la niña. –¿Has ido ya a ver el mar? –¿El mar? –preguntó Sora después de tomar notas. –Vaya. Entonces al final Yamato no te ha llevado después de todo. –reflexionó Meiko. –¿Y por qué me iba a llevar? –Porque siempre os veis aquí y le pedí que te llevara a algún lugar bonito. –contestó la niña. Entonces recordó que Yamato le ofreció ir a ver el mar.00000000
Yamato se encontraba sentado en el sofá de su casa, mirando el billete que le llevaría de vuelta a Nagasaki. Se lo metió en el bolsillo de la chaqueta y notó algo. Cuando lo sacó vio el llavero de la torre de Tokio que compró junto a Sora para intentar reparar la metedura de pata que tuvo con la dependienta. Entonces recordó el momento en el que sacó su última foto. Sólo sentí… que quería verte. Yamato cerró el puño, encerrando el llavero dentro de su mano.00000000
Sora salió de su turno de hospital. Mientras salía cogió el móvil de su bolso y buscó en la agenda el número de Yamato y marcó. –El número marcado no existe.–dijo la operadora. Lo temores de Sora parecía que se estaban confirmando. Al haberlo intuido, previamente había buscado su dirección en su expediente del hospital, así que se dirigió directamente al bloque de apartamentos del rubio. Cuando llegó a la puerta, tocó el timbre pero no había nadie. Entonces llegó Daigo, con una de sus típicas camisas alegres y su gorra. Esta vez, la gorra era azul marino y la camisa azul y amarilla, con una camiseta amarilla bajo la camisa. Se sorprendió a ver a Sora allí. –¿Es usted amiga de Yamato? –preguntó Daigo. Sora asintió con la cabeza. Entonces Daigo abrió la puerta. –Pase, por favor. Me pidió que me deshiciera de todas las cosas que ha dejado aquí. Ha vuelto a Nagasaki, y no parece que tenga intención de volver. Entonces Sora vio en el suelo el libro que Yamato había enterrado y del que le habló el otro día. Lo cogió y se abrió por donde estaba la foto de la torre de Tokio. Estaba justo en la página del verso que recitó el rubio. Sora se sentó y empezó a leer el poema de Kenji Miyazawa y que se encontraba en esa parte del libro.Sin dejarme vencer por la lluvia,
Sin dejarme vencer por el viento,
Sin dejarme vencer ni por la nieve ni por el calor del verano,
Con un cuerpo fuerte,
Y sin deseos,
Sin sentir nunca rencor,
Siempre con una sonrisa tranquila,
Cada día comer un poco demiso,
Cuatro bolas de arroz integral y un poco de verdura,
Sin dejar que nada sea
Para mi propio provecho,
Comprender a través de la correcta observación,
Y no olvidarlo,
En el bosquecillo de pinos que hay en el campo
Vivo en una pequeña cabaña con techo de paja
Si en el Este hay un niño enfermo
Voy allí y le cuido,
Si en el Oeste hay una madre cansada
Voy allí y cargo por ella el fardo de arroz,
Si en el Sur hay una persona que parece estar a punto de morir
Voy allí y le digo que no hace falta temer nada,
Si en el Norte hay una pelea o pleito
Les diré que como es algo trivial lo dejen
En tiempos de sequía derramar lágrimas
En el verano frío andar nervioso
Que todos me llamen marioneta inútil
Sin que nadie me halague
Sin que me cause ningún sufrimiento
Es en esto
En lo que me que yo me quiero convertir.
Cuando acabó de leer, Sora sacó de su bolso el carrete que le entregó Yamato y lo encerró en su puño. Después de salir del apartamento de Yamato, se fue directamente a una tienda de fotografía a que revelaran las fotos. Sora esperó pacientemente a que las revelaran y cuando las tuvo, se dirigió a una plaza, se sentó y se puso a verlas. La primera foto era la que aparecía ella en la playa en Nagasaki, cuando fue al funeral de Takeru. Se notaba que era profesional de la fotografía. El chico consiguió capturar la emoción de sus pensamientos. La siguiente foto también estaba hecha desde la playa: era el mar, con luz tenue de un amanecer nublado. La siguiente era del rastro que el mar dejaba en la orilla. En la foto que venía a continuación el rubio consiguió capturar una gran ola que se dirigía hacia la persona que miraba la foto. Otras fotos capturaban momentos como surfistas que llevaban su tabla, una madre cargando a su hijo, entre muchos otros instantes. Entonces Sora volvió a recordar que Meiko le pidió a Yamato que le llevara a un sitio bonito. Comprendió que al haber rechazado su propuesta, las fotos eran la forma que tenía Yamato de llevarle a ver el mar, tal y como le pidió Meiko. Entonces, Sora decidió volver al hospital y buscó a Jou. Necesitaba explicarle las novedades; necesitaba explicarle que Yamato no iba a volver a visitar a los niños. –Puede que me haya sentido tan frustrada que no lo haya podido evitar. Me siento como si lo hubiera tirado todo por la borda. Aún así, hizo todo lo que pudo y se ha marchado; y no he podido hacer nada por él. Lo que intenté hacer por él… ¿fue sólo una intromisión inútil? –Estoy seguro que él querría haberte pedido que lo salvaras. –dijo Jou, recordando el momento en el que se reunió con él tras sacar las fotos de la actuación de Biyo. Flashback –Lo que temes no es perder la vista, ¿verdad? A lo que realmente temes es a pedir ayuda. –dijo Jou a Yamato. –Quizás esto no sea asunto mío, pero ¿por qué no le dices cómo te sientes? Es lo que espera. Entonces fue cuando apareció Sora, casi siendo embestida por el carrito que llevaba la auxiliar de enfermería. Fin del flashback. Después de haber recordado ese momento y ver lo triste que se encontraba Sora, Jou tomó una decisión. –Parece que últimamente no te has tomados muchos descansos. ¿Por qué no te tomas tres o cuatro días de permiso?00000000
–¿A Nagasaki? –preguntó Mimí cuando Sora le contó sus intenciones. Sora sólo asintió con la cabeza. –Este año cumples 27. La persona con la que decidas salir podría ser la persona con la que acabes casándote. –Sora no dijo nada, tan sólo le mantuvo la mirada. –Entiendo. Pero si ocurre algo y lo pasas mal tienes que contármelo. Iré derechita a por ti. –Gracias. –dijo Sora sonriendo a Mimí.00000000
A la mañana siguiente, Sora bajaba vestida con un vaquero y una camiseta blanca de manga larga, con una chaqueta en el brazo y el bolso en la otra. Mimí ponía la mesa para el desayuno. –No le diré nada a tu padre. –dijo Mimí. –Lo siento, no le quiero preocupar. –dijo Sora. –Oh, ¿ya te vas? –preguntó Haruhiko entrando al salón. –Sí, estaré en casa para mañana. –dijo Sora. –Muy bien. Pero no sabía que los médicos residentes también tenían que hacer viajes de negocios. –dijo el padre, ignorando dónde iba su hija en realidad. Le había hecho creer que debía reunirse con una de las empresas que les suministraban material médico. –Bueno, me voy. –Espera. Llévate esto. –dijo su padre entregándole bolas de arroz envueltas en papel de plata. –Aunque supongo que no lo necesitas. –Claro que no. –dijo Daisuke que entró al salón con un vaso de leche. –No puedes subir bolas de arroz en los aviones. –Tienes razón. Bueno, pues no te las lleves. –dijo Haruhiko. –No, me las llevaré. –dijo Sora sonriendo. –¿Sí? Adelante, pues. –dijo ilusionado de ver que su hija se quería llevar lo que le había preparado. –Me voy.00000000
Mimí salió de casa con Pal de la mano para llevarla al colegio. –¡Buenos días! –llegó Taichi con su ciclomotor, parándose donde estaban las chicas. –¡Buenos días! –dijeron madre e hija. Entonces Mimí le contó a Taichi que Sora se iba a Nagasaki. Rápidamente, el castaño fue con su ciclomotor a buscarla. Por suerte andaba cerca y cuando la vio de espaldas llamó a su amiga. –¡Sora! –gritó Taichi aparcando la moto y corriendo hacia ella. –¿Taichi? –¿Por qué? ¿Por qué tienes que ser tú la que haga tanto por él? –preguntó el castaño todavía con el casco del ciclomotor puesto. –Él no piensa nada en ti, ¿o me equivoco? –Lo siento. –se disculpó Sora con una sonrisa triste. –Voy a perder el avión. Sora se giró y siguió caminando con paso ligero. Taichi hizo el ademán de detenerla, pero al final dejó que se fuera.Sin dejarme vencer por la lluvia,
Sin dejarme vencer por el viento.
Sin dejarme vencer por la vida.
Sora llegó a la estación de metro y sacó el billete de tren que le llevaría al aeropuerto.Alguien ríe cuando ve la espalda de una persona tan derrotada, mientras se aleja en retirada.
Alguien se ríe de la flor que se marchita sin que nadie haya halagado su belleza.
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En Nagasaki, Yamato se encontraba reflexivo sentado en su cuarto. Todavía no sabía cómo le iba a contar a su madre lo de su enfermedad. Mientras tanto, Natsuko preparaba la comida muy contenta de ver que su hijo había vuelto a casa. –Debes estar hambriento. –dijo Natsuko ya en la mesa baja al ver aparecer a su hijo. –Mamá. –¿Sí? –He decidido dejar mi empleo. –dijo Yamato. –¿Cómo? –preguntó Natsuko, sorprendida por lo que le dijo su hijo. Al fin y al cabo, la fotografía era su vida. –De ahora en adelante viviré aquí. –¿Ha pasado algo? –preguntó Natsuko, levantándose y yendo a la cocina a apagar el fuego de la cazuela, que empezaba a derramar la sopa de miso que contenía. –Sólo soy un perdedor. –dijo Yamato para sí mismo, sin que le escuchara su madre. Entonces el rubio tuvo un ataque y cayó al suelo. –¿Has tenido alguna discusión con algún superior o algo? –preguntó Natsuko mientras servía en cuencos la sopa de miso e ignorando que su hijo estaba teniendo uno de sus ataques. –Esas cosas ocurren en todas partes. Eres un terco. Cuando la mujer puso dos cuencos en la bandeja y se dirigió hacia la mesa se quedó tan paralizada al ver a su hijo en el suelo que la bandeja con los cuencos de sopa se le cayeron al suelo. –¡Yamato! –gritó Natsuko. Se dirigió hacia él intentando reanimarlo. –¡Yamato! ¡¿Qué te pasa?! ¡Yamato, Yamato! Mientras tanto, Sora salía del aeropuerto de Nagasaki. Si los sueños de una persona empalidecen en comparación con el brillo de las estrellas; si la vida de una persona no es nada comparado con el flujo del tiempo, ¿quién puede reírse de esa persona? Continuará…