ID de la obra: 952

The One I Love

Gen
G
Finalizada
1
Fandom:
Tamaño:
162 páginas, 74.061 palabras, 11 capítulos
Descripción:
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6. Tu ciudad natal

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Una vez que salió del aeropuerto, Sora subió a un tranvía que le acercara al barrio en el que se encontraba la residencia Ishida. El matrimonio de mis padres fue nada más y nada menos que una fuga. Mi madre era la hija de un rico propietario de un hotel y mi descuidado padre creció en un barrio del centro. Su boda no tenía la aprobación de la comunidad. Hace mucho tiempo le pregunté a mi madre por qué se había casado con papá. Mi madre, un poco avergonzada respondió…

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Natsuko llevaba té y algo de comer al cuarto donde se encontraba Yamato descansando después de haber sufrido esa crisis con la que el rubio había perdido la consciencia. Natsuko tocó la puerta antes de entrar y encontró a su hijo poniéndose una camisa blanca desabrochada por encima de la camiseta oscura que llevaba debajo. –¿A dónde vas? –preguntó Natsuko con preocupación. –¿No necesitas descansar? –Sólo estaba un poco cansado. –contestó Yamato restándole importancia a lo que le había ocurrido. –Ya me tomaré el té cuando vuelva de dar un paseo. –Yamato. –dijo Natsuko antes de que su hijo saliera del cuarto. –¿Qué? –Yo… –titubeó Natsuko, sin saber si ahondar en el tema del desmayo. –Te tendré el baño preparado para cuando vuelvas. –Vale. –dijo Yamato saliendo, pero dejando a Natsuko muy preocupada.

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Mimí acababa de recoger a Pal del colegio y llegaron a casa. En ese momento, Haruhiko tenía la tienda abierta. –Ya estamos en casa. –dijeron madre e hija. –Vaya, hoy habéis llegado temprano. –dijo Haruhiko después de colocar unos sacos de arroz. Un rato después, Haruhiko entró a casa y ofreció un platito pequeño con unos dulces al altar de su mujer. –¿Qué es esto? Esto no es una buena señal. –dijo al percatarse de que el vaso de agua que siempre había en el altar estaba sucio. –Mimí, ¿sabes si ha llegado ya el avión de Sora? –Dijo que llegaría hacia el mediodía. –contestó Mimí con Pal en su regazo mientras comía algo de merienda. –¿Y…? –dijo esperando algo más. –¿Se ha ido esta mañana y ya estás preocupado? –comentó Mimí mientras el hombre cogía el teléfono. –No es eso pero… –calló sosteniendo el vaso sucio.

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Al igual que hizo el verano anterior en el que acudió al funeral de Takeru, Sora comenzó a subir los interminables escalones que le llevarían a casa de Yamato. Cuando por fin llegó, encontró a Natsuko en el jardín mirando el estado de unas flores de color morado. Al igual que su hijo, parecía que se estaban marchitando. –¡Hola! –escuchó Natsuko. La mujer, vestida con su kimono se encontró con una Sora intentando recuperar el aliento por detrás de la puerta del jardín después de haber subido tantos escalones. –Yo… –Eres la amiga de Takeru. –continuó Natsuko sonriendo y recordando que esa chica vino al funeral de su hijo menor. –Sí, soy Sora Takenouchi. Veo que me recuerda. –dijo Sora sonriente, pero sin haber recuperado el aliento del todo. –Por supuesto. ¿Has venido hasta aquí sólo para presentar tus respetos a Takeru? Evidentemente, ya que había ido hasta allí, la pelirroja aprovecharía la visita para presentar sus respetos a su amigo, aunque el motivo principal de la visita no había sido ese. Una vez dentro, Sora se colocó frente al pequeño altar de los Ishida, donde estaba la foto de un sonriente Takeru y presentó sus respetos tras colocar un poco de incienso junto a una de las revistas de baloncesto que tanto le gustaban a su amigo. En cuanto acabó, se giró para hablar con Natsuko. –En realidad, he venido a ver a su hermano mayor. –dijo Sora. –¿A Yamato? ¿Y por qué? ¿Le ha ocurrido algo? –preguntó Natsuko. Sora se quedó callada, intuyendo que su hijo todavía no le había hablado de su enfermedad. –¿Por qué no te quedas a comer? Llegará pronto. La mujer se puso en pie y se fue a la cocina. Mientras tanto, Sora salió a buscar a Yamato. Bajó parte de los escalones y llegó al parque que había de camino. Estaba repleto de niños en los columpios y jugando a la comba. ¿Por qué te casaste con papá? Mi madre contestó: “porque pensé que tu padre viviría cien años”. Mi madre odiaba la soledad, así que quería estar con alguien que viviera más que ella. Sora siguió bajando al ver que Yamato no estaba en el parque. No sabía si lo decía en serio o bromeaba. Lo que es cierto es que mi padre ha sobrevivido a mi madre. Sora bajó tanto que después de un rato llegó a la playa. Allí, frente al mar, vio a Yamato mirando el llavero que compró aquel día que fueron juntos a la torre de Tokio. Entonces, lo lanzó. Yamato sintió una presencia acercarse y al girar la cabeza vio que Sora se dirigía hacia él. –¿Qué haces aquí? –preguntó Yamato sorprendido. –Me pediste venir a ver el mar. –dijo Sora. –¿No te parece un poco cruel desaparecer sin decir nada? –Así que has venido a llevarme de vuelta. –dijo Yamato metiéndose las manos en los bolsillos del pantalón. –Me han dicho que has tenido varias crisis en poco tiempo. –comentó Sora. –Me alegro de que te preocupes por mí pero… –Si estás bien, volveré a Tokio. –dijo Sora. –Pero, todavía no se lo has dicho a tu madre, ¿verdad? –Tengo que decírselo, ¿no? –dijo Yamato cabizbajo. –No hace ni un año de la muerte de Takeru y ahora me toca a mí hacerla llorar. Mamá, yo también quiero casarme con alguien que viva al menos cien años. Y entonces, yo también intentaré vivir hasta los cien.

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Yamato y Sora volvieron a casa del rubio para comer. –No sé si sabrá bien para alguien de Tokio pero… –empezó a decir Natsuko mientras comían. –Está muy rico. –dijo Sora. –Es como la cocina de mamá. –¿De dónde es tu madre? –preguntó Natsuko. –No tiene madre. –contestó Yamato. –Vaya, lo siento. –se disculpó la mujer. –No pasa nada. Mi madre también nació en Tokio. Todavía recuerdo el sabor de su sopa de miso, aunque soy incapaz de hacerla. –dijo Sora sonriendo. –¿Por qué no llevas a Sora al Glober Garden o a algún otro lugar? –sugirió Natsuko a su hijo. –No es una excursión. –dijo Yamato antes de beber té helado. –¿Pero qué dices? Ha venido hasta aquí, al menos podrías enseñarle la ciudad. –riñó Natsuko. –Está bien. –accedió Yamato de mala gana. –¿Vas a quedarte, no? –preguntó Natsuko a Sora. –Pensaba quedarme en un hotel de la ciudad. –explicó Sora. –Quédate aquí esta noche. –dijo Natsuko. –En Nagasaki no está muy bien vista la gente que rechaza los ofrecimientos. –De acuerdo. –accedió Sora. Después de comer, Yamato llevó a Sora al Glober Garden. –En esa casa de allí vivió Frederick Ringer, un comerciante británico que lideró el asentamiento extranjero. –explicaba Yamato a Sora cual guía turístico. –Fue construida hace unos cien años. –No pensé que te tendría de guía turístico. –comentó Sora. –Esta es la primera vez que viene una chica a casa, así que mi madre está emocionada y siente mucha curiosidad. –dijo Yamato. –Espero no haber desbaratado sus expectativas. –dijo Sora. –Al contrario, yo creo que has incrementado sus esperanzas. Probablemente ahora mismo este pensando “Ojalá que una chica como esa se convierta en mi nuera”. Estoy seguro de que no tiene ni idea de que eres médico y de que en realidad has venido a ver cómo está su hijo que va a quedarse ciego. –tras una pausa incómoda, Yamato volvió al tour. –Oh, aquella es la casa de William Alt, otro comerciante británico. Después de dar una vuelta por el Glober Garden, llegaron a las calles de comercios tradicionales. En la puerta de una tienda de cosas hechas a mano había una mujer. –Vaya, pero si es Yamato. –dijo la mujer. –Hola tía. –dijo Yamato. –¿Es tu novia? –preguntó la tía de Yamato sin ningún reparo. Pero no hicieron mucho caso a la pregunta. Sora se puso a mirar unas figuritas de cristal que llamaron su atención. Se trataba de dos angelitos de cristal sosteniendo un corazón cada uno. Uno tenía las alas, la aureola y el corazón rojo y el otro azul. –¿Por qué no compráis unas? Si las compráis los deseos de los enamorados se cumplirán. –¿Vas a comprar uno? –preguntó Yamato mientras Sora cogía el angelito rojo. –Ni si quiera tengo novio. –dijo Sora. –Ya. De regalo estaría bien un bizcocho de Castella. –comentó Yamato mientras Sora dejaba el angelito en su lugar. Tras dejar la tienda de su tía Yamato llevó a Sora hacia el faro. Al fondo se encontraban dos grandes barcos que parecían de la época del asentamiento europeo. –Takeru y yo solíamos venir aquí a pescar. –explicó Yamato. –¿Y pescabais mucho? –No. –contestó el rubio causando la risa de la pelirroja. –Pero capturábamos muchos sueños. Tirábamos nuestra caña y mirábamos la bahía hablando de cómo algún día él quería ver el mundo como lo vieron aquellos barcos. –Entonces visteis muchas cosas. –dijo Sora mientras Yamato se apoyaba en la piedra que evitaba que la gente cayera al agua. –También he visto muchas cosas tristes, pero supongo que forman parte de este vasto mundo. –tras decir eso, Yamato se llevó las manos a la cara y empezó a respirar algo más fuerte. Tras recuperarse un poco dijo: –Estoy asustado. Siento que cuando no veo, es como si fuera el único en el mundo. Y cuando me recupero, me doy cuenta de que hay lágrimas corriendo por mis ojos. Curioso, ¿verdad? Mis ojos pierden la habilidad de ver pero las lágrimas todavía pueden salir. Todavía hay muchas cosas que quiero hacer. Quiero sacarles las fotos a los niños de tu hospital y viajar alrededor del mundo como antes. –Todavía tienes tiempo. –dijo Sora intentando animar al chico. –Se acabó. –dijo él. –Ni siquiera me quedan dos meses. –¿Cómo voy a poder?

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–Parece que no va a volver a Tokio. –explicó Sora a Jou por teléfono ya por la noche. –No sé qué decirle. Parece que lo único que puedo hacer es mirarle en silencio. –Entonces, ¿vas a rendirte y volver aquí? –preguntó Jou desde su despacho. –No. –No hacer nada y no ser capaz de hacer nada son cosas diferentes. –dijo Jou. –Lo sé. Volveré a hablar con él mañana. –dijo Sora. –¿Cómo están los niños? –Están bien. –dijo Jou. –No te preocupes por ellos. Por cierto, ¿sabe tu familia la razón por la que has ido a Nagasaki? –No. Les dije que tenía que tratar unos asuntos con una empresa de suministros médicos. –Entiendo. No les causes muchas preocupaciones. –aconsejó Jou. –Sí. Tras hablar con Jou, Sora llamó a su casa. –¿Papá? Soy yo… estoy bien.

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Mientras tanto, Natsuko se encontraba frente al altar de su hijo. –Esta noche se quedará una chica, así que será mejor que cierres los ojos. –dijo Natsuko cerrando la dos puertas del altar. –¿Está la tumba de Takeru aquí en Nagasaki? –preguntó Sora después de haber tranquilizado a su padre. –Sí, está cerca. –respondió Natsuko. –Si mañana tienes algo de tiempo, ¿te gustaría que fuéramos las dos? –Claro. –dijo Sora. –Ni Takeru ni Yamato me dicen nada. Me pregunto si no soy de fiar. –dijo Natsuko cambiando su semblante. –Estoy segura de que no es eso. Simplemente son tan amables que piensan mucho en usted. –dijo Sora. –Tú también eres muy amable. Cuando Sora se fue al cuarto e iba a cerrar las ventanas, vio a Yamato en el jardín, mirando la ciudad. –Buenas noches. –dijo Sora. –Estoy pensando en contárselo mañana. –dijo Yamato. A la mañana siguiente, Natsuko, Yamato y Sora se dirigían hacia el cementerio. Natsuko se protegía del sol con un paraguas blanco. –Supongo que después de haber vivido en Tokio durante catorce años ahora te cuesta subir por las colinas. –bromeó Natsuko con su hijo, pero éste no estaba demasiado receptivo. Cuando llegaron a la tumba de Takeru, pusieron flores y quemaron incienso. Mientras Yamato y Sora permanecían en pie, Natsuko se arrodilló frente a la tumba, juntaron las manos y presentaron sus respetos. Por último, antes de incorporarse, Natsuko dejó una revista de baloncesto. –Takeru, en el partido entre los Lakers y los Sonics ganaron los Lakers. –informó Natsuko leyendo unos apuntes que se había preparado. –Ese jugador que te gusta tanto todavía sigue en el torneo. –¿Siempre informas a Takeru del resultado de los partidos? –preguntó Yamato. –Pensé que probablemente le gustaría saberlo. –dijo Natsuko. –Me he esforzado por aprender, pero es un deporte que me cuesta entender. –Estoy seguro de que a Takeru le hará muy feliz. –dijo Yamato. –Es lo único que puedo hacer para resarcirme. –dijo la mujer. –¿Resarcirte por qué? –preguntó Yamato. –Por no haber sido capaz de traerle al mundo sano. Es mi culpa. –dijo Natsuko. –¡No digas eso! –dijo Yamato alzando la voz. –¡La enfermedad de Takeru no fue tu culpa! –Yamato. –dijo Natsuko girándose hacia él. –¿Estás enfermo tú también?

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Tras visitar la tumba de Takeru, los tres se fueron a la basílica de Oura, también conocida como la de los Veintiséis Santos Mártires. Mientras tocaban las campanas, Sora salió de la iglesia para dejar privacidad a madre e hijo. –¿Behçet? –dijo Natsuko una vez que su hijo le dijo el nombre de lo que padecía. Natsuko vio como su hijo asentía sin mirarla. –Empiezas con unas manchitas en la piel y aftas en la boca. –informó Yamato. –¿Es eso todo? –Los ojos. –¿Los ojos? –Mamá, mis ojos no volverán a ver. –Natsuko se quedó paralizada. Intuía que algo le pasaba a su hijo, pero no tenía ni idea de que fuera algo así. Las flores del jardín que con tanto esmero había cuidado Natsuko, se habían marchitado.

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–No puedes hacer nada. –decía una molesta Mimí en el restaurante de ambiente country al que solían ir. –Sora ha hecho caso a sus impulsos, no te pongas celoso. –¡Sólo me preocupo por ella como amigo! –se defendió Taichi. El castaño no había reaccionado demasiado bien cuando Mimí le contó dónde había ido Sora en realidad. Mimí dejó su refresco en la mesa con fuerza y con un gran suspiro. –¿Por qué estás tan enfadada? –¡Porque me gustas! –dijo Mimí. –¿Qué? –Que me gustas. –dijo Mimí sonriente. Parecía que se le había esfumado el enfado. –Cuando me dices eso parece que me estés tomando el pelo. –dijo Taichi pensando que hablaba en broma. –Bueno, también lo puedes ver así. –¿Qué quieres decir? Si algo te pasara, también me preocuparía por ti de la misma manera. –dijo Taichi. –Muy bien, entonces, ¿qué harías si Sora dijera de repente que se va a casar con ese chico? –Me opondría. –dijo seguro tras una pausa. –¿Por qué? –Porque no sería feliz en ese matrimonio. –Vaya, lo dices muy seguro de ti mismo. –Puedes pensar que soy una persona fría. –¿Crees que te veo así?

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–Aquí tiene. –dijo el padre de Sora a una clienta mientras le entregaba su pedido. –Muchísimas gracias. Cuando terminó de atender a la señora, Haruhiko se encontró con Jou Kido. –¡Doctor! Después de los saludos pertinentes, Haruhiko invitó a Jou a tomar un té. –¿No le ha pasado nada a Sora, verdad? –preguntó Haruhiko. –No, no. –contestó el doctor después de presentar sus respetos al altar de Toshiko. –Tan sólo andaba por aquí cerca y pensé en dejarme caer por aquí. –Si la dejas ir a viajes de negocios debe estar haciéndolo bien en el trabajo. –supuso Haruhiko mientras llenaba las tazas. –Sí, claro. –contestó el doctor omitiendo qué estaba haciendo su pupila. –Esta chica siempre está preocupándose por los demás antes que en ella misma. –comentó Haruhiko mientras Jou asentía con la cabeza. –¿No crees que para ser feliz hay que ser un poco egoísta? –Probablemente. –No pude protegerla a ella. –dijo Haruhiko con pesar mirando al altar de Toshiko. Percatándose de la cara que puso el médico intentó cambiar su tono. –Eh, no te sientas responsable. Sólo quiero que Sora sea feliz por su madre. Si no la veo ser feliz no podré descansar en paz. –Señor Takenouchi. –dijo el doctor. –¿Sí? –Los médicos estamos expuestos constantemente al dolor de la gente. Algunos pueden acostumbrarse durante su residencia, y otros no pueden lidiar con ello y lo dejan después de un tiempo. –¿Y quién es ella? –preguntó Haruhiko refiriéndose a su hija. –Ahora mismo, creo que está buscando desesperadamente cómo aliviar el dolor de otros. –dijo Jou ante la cara de preocupación del padre de su discípula. –Bueno, cuide de ella. –Sí, claro.

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Yamato se encontraba sentado en el suelo de su habitación junto a la ventana con la espalda apoyada. Había sido demasiado duro decirle a su madre lo de su enfermedad, especialmente cuando la pobre mujer se sentía culpable por lo de Takeru.

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–Me pregunto cómo ha ocurrido esto. –dijo Natsuko tocando las flores marchitas. –Las he regado cada día. Quizás no las he cuidado bien. –Iré a traer más agua. –dijo Sora, que no sabía si estaba hablando de las flores o de sus hijos. Cogió la regadera y entró a llenarla. Cuando Sora se giró y dio unos pasos, la pelirroja escuchó cómo caía una maceta, al girar la cabeza, Sora se asustó. –¡Señora Ishida! Natsuko se había desmayado sobre la jardinera. Sora enseguida fue a ver su estado, pero en esa posición sería difícil atenderla adecuadamente. –¡Yamato!¡Yamato! –gritó Sora. Al escuchar los gritos, Yamato bajó rápidamente. Al ver a su madre así, enseguida la cogió en brazos y la llevaron al cuarto de la mujer. Después de atenderla, Sora la tapó con las sábanas. El desmayo lo había producido la tensión de saber a qué se enfrentaba su hijo. –Tu avión sale pronto, ¿verdad? –preguntó Yamato. Sora se miró el reloj.

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En casa de los Takenouchi empezó a sonar el teléfono. Mientras Pal estaba dibujando, Haruhiko cogió el teléfono. –Hola. –contestó Haruhiko al escuchar la voz de su hija. –¿Ha llegado ya tu avión? –Todavía estoy en Nagasaki. –dijo Sora. –¡¿Qué?!¡¿Cómo que todavía estás en Nagasaki?! –gritó Haruhiko. Mimí y Daisuke, desde la cocina miraron hacia la salita al escuchar el grito del hombre. –Lo siento, pero voy a quedarme una noche más. –informó Sora. –¿Por qué? –La madre de mi amigo se ha desmayado. –empezó a decir Sora. –¡¿Qué quieres decir con eso?! ¡¿No decías que era un viaje de negocios para el hospital?! ¡¿Me has mentido?! –Te lo explicaré cuando llegue a casa. –dijo Sora. –¡¿Serás idiota?! ¡Ven a casa ahora mismo! –gritó Haruhiko enfadado mientras Daisuke y Mimí entraron en la sala con sendas bandejas. Pero Sora había colgado. –Quizás se haya ido de vacaciones con algún novio. –dijo Daisuke alegremente mientras dejaba la bandeja sobre la mesa y se arrodillaba. –Mi hermanita necesita salir de aquí y desconectar de este viejo gruñón de vez en cuando; ir a unas fuentes termales y sitios así con su novio. –¡Cállate! –gritó Haruhiko dándole un calbote a su hijo. Mientras tanto, Mimí puso a Pal en su regazo divertida por la escena entre padre e hijo. –Mimí, ¿tú sabías algo? Lo que quiero decir es que Sora ya tiene veintiséis años y no me importa que se haya ido de vacaciones con alguien, pero nunca me había mentido.

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Después de dejar a Natsuko descansando, Sora se fue al salón. –Será mejor que vuelvas a casa. –dijo Yamato a Sora. –Si te vas ya quizás puedas coger el último vuelo. –No puedo dejar a tu madre así. –dijo Sora. –Además, tú también… –Puedo cuidarme solo. –interrumpió Yamato bruscamente, aunque enseguida se arrepintió de haber sido tan bruto. –¿Quieres comer algo?

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–Vaya, eres muy bueno. –dijo Sora al ver el manejo de Yamato con la sartén. –¿Puedes echar las gambas? –preguntó Yamato. Sora cogió el cuenco donde estaban las gambas y las echó a la sartén. –Eres extraña. –¿Qué? –Por hacer todo esto por mí. –Bueno, no he venido por sentimientos personales. –dijo Sora, aunque no se lo creía ni ella. –¿Entonces sólo has venido como médico? –preguntó Yamato. –Exacto. –¿Entonces vas a curarme? –Sora le miró. –Perdona, sólo bromeaba. Después de cocinar, Yamato y Sora se pusieron a cenar mientras se contaban anécdotas. –Así que mi padre vino al día de campo. ¿Conoces la carrera de chuches? –contaba Sora. –Sí. –Ese día la cara de mi padre se llenó de harina. Él ya no tenía pelo, así que iba corriendo completamente blanco mientras el resto de niños huían llorando asustados. –contaba Sora mientras reía. Yamato sonreía mientras la miraba. –¿Qué pasa? –Nada. Sólo pensaba que quizás debería haber comido así contigo con más frecuencia. –Podemos hacerlo siempre que quieras. –De ahora en adelante será mucho más difícil verte. Va, cuéntame más historias de tu padre. –dijo Yamato intentando no deprimir el ambiente. –Bueno, hay muchas leyendas sobre mi padre...

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Una vez que cenaron, Sora llevó a Natsuko algo para comer y beber. –Sora. –dijo Natsuko, que ya había despertado. –¿Puedes dormir aquí conmigo esta noche? –Por supuesto. –dijo Sora. –Gracias. Sólo me sentía un poco sola. Tal y como había prometido, colocaron un futón junto al de la señora Ishida, donde se acostó Sora. –Hace tiempo había un gran olivo plantado en nuestro patio. –empezó a contar Natsuko. –¿Sí? –Durante el otoño la casa se impregnaba de su olor y cuando las flores se marchitaban, el patio parecía cubrirse de nieve amarilla. A Yamato le encantaba subirse y desde lo más alto me llamaba. Pero el año que murió su padre, también murió el olivo y Yamato se puso muy triste. En su lugar planté un jardín de flores. – Natsuko se giró dándole la espalda a Sora, pero siguió hablando. –Las planté incansablemente para que velaran por el crecimiento de mis hijos: amapolas, hortensias, astrágalos, gentianas, dafnes, camelias. ¿Por qué todo le ocurre a mi familia? Ya se llevaron a Takeru y a su padre, y ahora se llevan la vista de Yamato. ¿Por qué no me llevan a mí en su lugar? A Sora se le habían humedecido los ojos mientras que Natsuko seguía enumerando todas las flores que había plantado en su patio hasta dormirse. –Girasoles, cosmos, prímulas, violetas, bellas de día, nometoques… A la mañana siguiente, Natsuko despertó por el canto de los pájaros. Cuando giró la cabeza, vio que el futón de Sora ya estaba recogido y perfectamente doblado en una esquina del cuarto. La mujer se puso uno de sus tradicionales kimonos y se fue a la salita. Entonces apareció su hijo. –¿No deberías estar acostada? –preguntó preocupado al ver a su madre ahí. –Sora no está. –se limitó a decir Natsuko. Después, la mujer se salió al patio y contempló triste las flores marchitas. Entonces, al oír un perro ladrar, giró la cabeza y vio como algo amarillo parecía subir con dificultad por los escalones que llegaban a su casa. –Mamá, ¿qué pasa? –dijo Yamato saliendo al patio. –¡Sora! –dijo Natsuko sorprendida de ver a Sora cargada con un montón de macetas con flores de diferentes colores. –Yamato, venga, ayúdala. Su hijo obedeció rápidamente sosteniendo algunas de las macetas que llevaba la pelirroja. –Gracias. He ido al mercado. ¿Le parece bien que las plantemos en su patio? –explicó Sora casi sin aliento. –También he traído algunas semillas. –Muchas gracias. –contestó Natsuko cogiendo la bolsa que contenía las semillas. Entre los tres, se pusieron a replantar las flores y a plantar las diferentes semillas con sonrisas en la cara.

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Mientras tanto, Haruhiko tomaba su desayuno junto a Taichi, Mimí y Pal. –Hoy volverá a casa. –dijo Mimí. –Sí. –dijo Haruhiko. –Gracias por el desayuno. El hombre se levantó y se dirigió hacia la tienda. –Parece que no ha dormido mucho esta noche. –comentó Mimí. –Si supiera la verdad, tendría un problema mucho más grave que el insomnio. –dijo Taichi. Entonces empezó a sonar el teléfono. –Taichi, ¿puedes cogerlo? –pidió Mimí al castaño. –¿Diga? Residencia Takenouchi. –contestó Taichi. –¡Sora! Mientras tanto, Haruhiko levantaba las persianas de la tienda mientras Daisuke entraba corriendo. –¿Pero qué…? –¡He olvidado meter las cosas en la mochila! –dijo Daisuke apresurado. –¡Idiota! Entonces, antes de llegar a la sala, Daisuke escuchó cómo Taichi hablaba con su hermana por teléfono y se detuvo. –Sora, ¿qué estás haciendo? Vuelve a casa. –decía el castaño. –Si tu padre se entera de que has ido a Nagasaki a ver a ese tío le dará algo. Y si además se entera de que se va a quedar ciego… A Daisuke se le cayó la mochila al enterarse de la verdad. –Ah, ¿es eso? Entiendo. –decía Taichi. –Cuídate. Dice que volverá en el vuelo de la una. –Bien. –dijo Mimí. Daisuke volvió a salir mientras su padre cargaba unos sacos para sacarlos a la vista. El hombre vio que su hijo ya no iba con tanta prisa, ni siquiera llevaba la mochila. –¿Qué pasa? –preguntó Haruhiko. –Nada. –dijo Daisuke sin su entusiasmo habitual. –¡¿Dónde está tu mochila?! –preguntó el hombre viendo como se alejaba su hijo ignorándole por completo. –Será idiota.

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Yamato se encontraba en su cuarto pensando en el detallazo que había tenido Sora con su madre y como sonreía mientras replantaban las flores. Entonces alguien tocó a la puerta. Sora entró. –Me voy a casa. –dijo Sora. –Iré a despedirte, entonces. –dijo Yamato levantándose. –No, no te preocupes. Toma. –dijo Sora entregándole la carpeta con la información que recopiló para él. –Échale un vistazo si cambias de opinión. –Gracias. –dijo Yamato. –No me lo agradezcas. –dijo Sora seriamente de espaldas. –Pero… –Es frustrante… Para mí es frustrante, Yamato. –No tiene nada que ver contigo. –dijo Yamato volviendo a sentarse. –Sí. –Lo siento. –¿Por qué te disculpas? –preguntó Sora girándose. –Parece que no sólo mi vista va a peor, sino también mi personalidad. –dijo Yamato. –Ya estaba deteriorada de antes. –bromeó Sora. Yamato no pudo evitar sonreír. –Si me disculpas. Natsuko estaba frente al altar mirando la foto de Takeru cuando bajó Sora. –Muchas gracias por todo. –agradeció Sora arrodillándose frente a Natsuko, que se había girado al notarla entrar. –No he sido capaz de ayudarles. –No digas eso. –dijo Natsuko. –Gracias a tu visita nos has ayudado mucho. Eres una chica muy amable. –Eso no es cierto. –dijo Sora. –En realidad, no he sido demasiado honesta. Para serle sincera, es muy doloroso para mí ver a Yamato. Vine para animarle, pero lo cierto es que quería volver. Mientras subía la colina, he querido volver muchas veces. –¿Por qué? –Porque a pesar de venir, no iba a poder curarlo. –dijo Sora. –Porque no podía ofrecerle ninguna palabra de consuelo. –Pero a pesar de todo, viniste. –dijo Natsuko. –Probablemente sólo quisiera verle. –Con eso es suficiente. –dijo la mujer amablemente. –Eso es lo que le hace más feliz. Lo llevaré al hospital. Aunque pierda su vista, seré su apoyo. Después de la conversación, Natsuko acompañó a Sora a la puerta del patio. –¿Puedo preguntarte una cosa? –preguntó Natsuko. –Claro. –¿Amas a Yamato? –Sí. –admitió Sora mirando a la mujer a los ojos. –Gracias. –dijo Natsuko contenta. –Muchas gracias.

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Sentado mirando al patio, Yamato se puso a ojear la carpeta que le había entregado Sora antes de marcharse. Allí encontró una carta de la pelirroja. Querido Yamato, Gracias por la cena de anoche. Me he dado cuenta que desde que cenamos katsudon aquella noche, es la primera vez que cenamos juntos así; y recordé cuando te conocí. En aquel entonces jamás imaginé que me enamoraría de alguien así. No sé si “amor” es la palabra correcta. Tú lo llamaste pena, pero claramente puedo decirte que no es eso. No soy capaz de encontrar las palabras, pero sí hay una cosa que puedo decirte: hay gente que desea volver a verte. El doctor Kido me dio permiso para venir a verte. Los niños del ala de pediatría están deseando que vayas a visitarlos de nuevo… y yo, también. Si hay cosas que has dejado pendientes, ¿por qué no vienes y sacas unas fotos hasta que llegue la hora? ¿Por qué no haces todo lo que puedas hasta que llegue el momento? Y si lo deseas, me gustaría estar a tu lado. Me gustaría ser alguien que te ayude a encontrar la fuerza.                                                                                     Sora Takenouchi. Yamato terminó de leer la carta. Entonces su madre apareció por detrás. –¿No tienes que ir? –preguntó Natsuko. –Si no prestas atención, la persona más importante para ti se irá lejos. ¿Acaso no lo aprendiste de Takeru? A la mención de su hermano, Yamato se giró a ver a su madre. Con una sonrisa, asintió con la cabeza. Entonces Yamato empezó a correr. Cuando terminó de bajar los escalones de la pronunciada colina, levantó una mano parando un taxi. Mientras tanto, Sora bajaba del autobús que la había llevado al aeropuerto. Después de comprar un billete, se sentó a esperar. Yamato bajó del taxi y salió corriendo por el aeropuerto en busca de Sora. La pelirroja estaba a punto de entrar por la puerta de embarque. –¡Sora! –gritó Yamato. Al oír su nombre, vio a Yamato allí plantado. La chica se salió de la fila mientras Yamato iba hacia ella. Se sacó algo del bolsillo y lo puso en su mano. Sora se sorprendió al ver el ángel que habían visto en la tienda de la tía del rubio. –Has olvidado esto. –dijo Yamato casi sin aliento después de haber corrido por toda la terminal. –Quiero que lo tengas. –Pero esto es para… –dijo Sora sorprendida. –Volveré a Tokio. ¿Estarás a mi lado? –preguntó Yamato. –Quiero que seas mi apoyo. Te prometo que te buscaré. –Sí. –decía Sora todavía sin esperarse las palabras del rubio. Entonces acortaron distancias y se abrazaron, mientras Sora sujetaba el ángel de cristal, con alas, aureola y corazón rojo. Papá, mamá. He encontrado a la persona que amo. Continuará…
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