Capítulo 4
14 de septiembre de 2025, 14:06
Puede que haya escuchado mal. Tal vez el acento me jugó una mala pasada. No creo que hayan dicho lo que creo que dijeron. Intento mantener la calma, evitar sobresaltarme ante lo que seguramente fue un error de interpretación.
—Disculpen, puede que me haya perdido una palabra o dos… ¿podrían repetir lo que acaban de decir? —pregunto, intentando sonar lo más tranquila posible, aunque siento que mi voz tiembla apenas.
Patrick, con una expresión completamente serena, responde como si estuviéramos en una sala de juntas y no en un pub con luz tenue y música de fondo.
—Como te decía, es muy complicado ingresar al mercado en Costa Rica. Cada vez hay más regulaciones y requisitos para inversores extranjeros. Nuestros abogados analizaron la situación y encontraron que la manera más rápida y legal sería que uno de los dueños de la empresa obtenga la nacionalidad costarricense. Eso facilitaría los procesos, reduciría los tiempos y eliminaría muchos obstáculos burocráticos.
Lo dice con tal profesionalismo —a pesar de que lleva la corbata aflojada y un vaso de cerveza delante— que por un momento olvido que esta conversación está completamente fuera de lugar.
—Ok, eso lo entiendo —respondo, procesando la información—. Pero… ¿yo? Quiero decir, estoy segura de que hay otras chicas de Costa Rica en esta conferencia. De hecho, las vi. No he hablado con ellas, pero sé que tú, Patrick, estabas hablando con una justo el primer día que nos conocimos.
Patrick esboza una sonrisa ladeada, divertida.
—Así que me estabas observando —dice, con ese tono travieso que hace que mis mejillas se enciendan. Rayos. No era eso lo que quería decir.
—Déjala en paz —interviene Jana —. Sí, sabemos que hay más personas aquí de Costa Rica. Pero sinceramente, después de analizar varias opciones, creemos que tú eres la mejor. Eres discreta, profesional, sin vínculos complicados, y, bueno… confiamos en ti. Además del hecho de que trabajas con la empresa que queremos comprar.
Me echo hacia atrás en la silla, separándome un poco de ellos. Nos habíamos inclinado hacia adelante los tres, como si estuviéramos tramando un plan secreto, y ahora necesito aire.
—¿Esto va en serio?
—Nunca bromeamos con algo así —responde Patrick con firmeza. Su voz no tiene ni una pizca de duda—. Te ofreceríamos un trabajo fijo, un aumento de salario cuatro veces mayor al que tienes actualmente. Como debemos convivir para que la historia sea creíble, compraríamos una casa. Y al finalizar el año, sería tuya. Podrías vivir en ella, venderla, alquilarla, lo que desees. También te daríamos un carro, para facilitar todo, no se si el carro que actualmente tienes…
—No, tengo carro así que — lo interrumpo
—Ah, está bien, me encargare de eso — dice sin darle mucha importancia — Lo único que exigimos es confidencialidad absoluta. Firmaremos un contrato. Nadie puede saberlo. Ni tus amigos, ni tu familia, ni nadie en la empresa.
Silencio.
—Sabemos que es algo que necesitas procesar y pensar con calma —dice Jana con suavidad, al notar que no he dicho una palabra en los últimos minutos—. Te daremos tiempo hasta el final de la conferencia, que es cuando ya todos nos vamos a nuestros países. Solo te pedimos, por favor, que no se lo digas a nadie. En especial a Don Mario. No sería… lo más adecuado.
Asiento lentamente, más por reflejo que por convicción.
—También sabemos que puede sonar muy difícil de creer —añade—. Pero…
—¿Todo este tiempo han sido amables conmigo solo porque me necesitaban? — interrumpo sin poder evitarlo. Mi voz suena más herida de lo que planeaba. Patrick responde antes que su hermana.
—No. —Su tono es firme, casi urgente—. Sofía, de verdad nos caes bien. No te mentiré: el hecho de que seas la opción ideal surgió después de conocerte. Pero el acercamiento, nuestra relación en estos días, fue sincero. No habríamos considerado siquiera hablar de esto con otra persona.
Jana asiente con vehemencia.
—Es cierto. Creemos que esta propuesta puede ayudarte a mejorar tu calidad de vida, y no lo decimos con condescendencia. Sinceramente queremos que lo pienses. Patrick no hace este tipo de cosas con cualquiera. Él no confía fácilmente. Y por eso esto… esto también es un gran paso para él.
Respiro hondo. Trago saliva. Miro la copa en mis manos, ahora casi vacía, y siento el corazón en la garganta. Esto es demasiado.
—Entiendo —digo finalmente, intentando que no se me note el temblor en la voz—. Lo voy a pensar. Como dijiste, les daré una respuesta antes de que termine la semana.
—Gracias —dice Patrick, con esa mirada intensa que me hace olvidar momentáneamente que esto es un trato de negocios.
—Gracias de verdad —añade Jana—. Esperamos que quieras trabajar con nosotros. No te vas a arrepentir.
Sonrío con nerviosismo. No sé si mi vida acaba de abrirse a una nueva oportunidad o si estoy a punto de meterme en la decisión más loca que haya tomado jamás.
Una vez en el cuarto del hotel, miro la hora y me doy cuenta de que son las tres de la mañana. Ahora entiendo ese famoso dicho: nada bueno pasa después de las dos. Me quito los zapatos con un suspiro y camino directo al baño, lista para desmaquillarme y meterme en la cama… aunque sé que dormir va a ser imposible.
Mi mente sigue girando como si tuviera un ventilador encendido al máximo. Una y otra vez vuelve a lo mismo: la propuesta más absurda, inesperada y potencialmente transformadora de mi vida.
—Qué noche… —murmuro frente al espejo mientras me limpio los restos de rímel—. Casarme con Patrick Reggin. Un magnate de negocios. Nada menos.
Apenas digo su nombre, me detengo. Lo pienso dos segundos más y, como si fuera lo más lógico del mundo, tomo el celular y abro Google.
Y ahí está. Su rostro aparece de inmediato como si fuera una celebridad. Fotos de eventos empresariales, portadas de revistas financieras, artículos sobre sus inversiones en energía limpia, entrevistas donde aparece con Jana —sí, definitivamente su hermana—, y otras en donde está con lo que parecen ser sus padres, todos igual de elegantes y perfectos que él.
—Woooow… —susurro, haciendo scroll lentamente.
Es imponente. Su currículum es impresionante. Su imagen pública, impecable. En una foto en particular, lo veo con un traje gris claro, riendo mientras sostiene una copa. Se ve… feliz. Humano. No el tipo serio que conocí en la conferencia, ni el hombre frío que pensaba que era al principio. ¿De verdad esta persona me pidió que me case con él?
Casi sin pensarlo, abro la aplicación del banco y veo el saldo de mi cuenta. Mis ahorros, lo que he guardado con esfuerzo, que me han costado años.
Probablemente sea lo que él lleva en la billetera ahora mismo, o lo que gasta en un almuerzo casual. Cierro la app con una mezcla de risa y resignación.
—Tener mi propia casa… un carro… un salario justo… —susurro, enumerando los beneficios como si fueran una lista de supermercado. Y aunque suena tentador, no deja de ser aterrador.
Termino de quitarme el maquillaje y, aún pensativa, decido meterme a la ducha.
Tal vez el agua caliente me ayude a pensar con más claridad. Me dejo envolver por el vapor y el silencio del baño. Necesito poner todo en perspectiva, aunque por dentro ya sé que la vida como la conocía… está a punto de cambiar para siempre.
El último día de la conferencia llega más rápido de lo que esperaba. Todo ha pasado como en una película, de esas que cuando terminan uno se queda viendo la pantalla, sin saber muy bien qué hacer con lo que acaba de vivir.
No dormí bien esa noche. Di vueltas en la cama como si mis sábanas se hubieran convertido en una prisión blanda. A cada rato me levantaba a tomar agua, revisar mi celular, mirar el techo. Una parte de mí quería gritar ¡estás loca si aceptas esto!, pero otra, más silenciosa, más serena, me susurraba: es tu oportunidad, Sofí.
Me miro una última vez en el espejo antes de bajar al lobby. No es que esté especialmente arreglada, pero cuidé cada detalle. No por Patrick ni por Jana, sino por mí. Porque hoy voy a decir en voz alta una decisión que me va a cambiar la vida, y quiero recordarme que lo hice con la cabeza en alto.
Al llegar, los veo sentados en un rincón del restaurante del hotel, lejos del bullicio. Están tomando café y revisando unos papeles. Jana es la primera en verme y sonríe, como si supiera que hoy traigo algo importante entre manos. Patrick se limita a mirarme con su habitual intensidad.
—Hola —digo con una voz más firme de lo que imaginaba. Me hacen una señala para que pueda tomar asiento.—. Gracias por darme tiempo para pensarlo. Y… lo pensé. Mucho.
Jana deja su taza sobre la mesa y me mira con atención. Patrick también deja a un lado lo que estaba viendo y entrelaza las manos sobre la mesa, esperando.
—Sé que no es una decisión fácil —continúo—. No voy a mentir, al principio me pareció descabellado. Increíble. Irreal. Pero mientras más lo analizaba… más me daba cuenta de que esto podría ser exactamente lo que he estado esperando. Tal vez no de esta forma, tal vez no con un contrato de por medio. Pero sí una oportunidad real para tener algo mío, para construir algo diferente con mi vida.
Tomo aire y dejo que la frase salga de una vez:
—Acepto.
El silencio que sigue es como un nudo que se deshace en el pecho. Jana sonríe primero, cálida, emocionada, casi como si fuera una amiga cercana. Patrick mantiene la mirada fija en mí, sin mostrar demasiado, pero hay un leve movimiento en su mandíbula, una respiración más profunda. Está sorprendido. ¿O aliviado?
—Sabía que lo harías —dice Jana finalmente, y extiende su mano para tocar la mía—. Eres más valiente de lo que crees, Sofía. Esto… esto va a ser grande.
—No quiero decepcionarlos —digo en voz baja.
—Y no lo harás —responde Patrick, finalmente hablando. Su voz es firme, segura—. Esto es un trato, sí, pero no tiene que ser una carga. Vamos a hacerlo bien. Con orden. Con respeto.
—Hablando de eso —añade Jana, sacando una pequeña agenda de su bolso—, los abogados están organizando todo para comenzar el papeleo. Dentro de dos semanas, Patrick llegará a Costa Rica. Él ira personalmente para revisar el contrato, hablar con tus abogados si quieres tener uno —hace una pausa significativa—. Y para elegir la casa en la que van a vivir durante el próximo año.
—¿Tan pronto? —pregunto, sintiendo cómo la emoción se mezcla con el miedo en mi estómago.
—Sí —dice Patrick, sin titubeos—. Mientras más pronto lo hagamos, más pronto estará todo en regla. Y cuanto más natural se vea, mejor.
Asiento lentamente. De pronto, todo lo que había sido una idea abstracta comienza a volverse real. Un viaje. Una casa. Un contrato. Una vida nueva.
Jana me sonríe como si leyera mis pensamientos.
—No estás sola en esto, ¿de acuerdo? Vamos a ayudarte. Pero más importante aún: creemos en ti.
Me trago las dudas, los miedos, las preguntas que no puedo hacer todavía. Me aferro a lo único que tengo claro: di el sí. Y no pienso arrepentirme.
Volver a casa después de una semana como esa se siente como despertar de un sueño… o de una pesadilla disfrazada de oportunidad.
El vuelo fue tranquilo, silencioso. Don Mario se durmió apenas despegamos, y yo pasé las cinco horas viendo por la ventana, con audífonos puestos, pero sin escuchar música. Mi cabeza estaba demasiado ocupada.
Aceptaste. Vas a casarte. Con un desconocido. Por un contrato.
Me lo repito en la mente como si al decirlo muchas veces se vaya a volver más lógico. Pero no. No lo es. Nada de esto lo es.
Cuando mi papá me recoge en el aeropuerto y llegamos a casa, Naga es la primera en recibirme con emoción desbordada. Me lanzo al piso con ella mientras escucho a mamá gritar desde la cocina:
—¡Llegaste! ¿Cómo te fue?
—Bien, bien, cansada, pero todo salió bien —respondo mientras me levanto y la abrazo.
Todo se siente igual… pero yo no soy la misma.
Durante la cena intento actuar normal, pero no dejo de pensar en cómo sacar el tema. No puedo decirles la verdad. Al menos, no toda. ¿Cómo explicar que su hija va a firmar un contrato de matrimonio con un millonario extranjero que conoció en una conferencia? Suena como una telenovela… o como una pésima decisión.
Cuanod nos sentamos a cenar mi á pregunta.
—¿Y ese silencio tan raro? —dice mirándome desde el otro lado de la mesa—. Algo traes entre manos o que paso.
Mi papá, como siempre, solo observa. Tiene esa manera de escanearte con la mirada sin decir nada. Sabe que algo pasa. Lo sabe desde que subí al carro y no hablé en todo el camino.
—Ok… sí, hay algo que quiero contarles. —Suelto el tenedor y me limpio las manos en la servilleta—. Pero necesito que me escuchen sin interrumpirme, ¿sí?
Ambos asienten. Mi hermano ni levanta la vista de su plato y Naga también me mira como si entendiera que el drama está por comenzar.
—Conocí a alguien en la conferencia.
Silencio.
—Y bueno… —continuo, ahora más asustada que cuando estaba hablando con Patrick y Jana— creo que nos enamoramos. —miento— Él… dijo que vendrá dentro de dos semanas para conocernos mejor y… no sé… para casarnos.
Mi mamá deja el tenedor en el plato como si acabara de escuchar que dije que me iba a alistar al ejército que ni siquiera tenemos en el país. Mi papá alza la vista lentamente, pero no dice nada. Y mi hermano solo se hecha a reír. Pero el silencio de mis padres pesa más que cualquier palabra.
—¿Casarse? —repite mi mamá, con una voz que se quiebra entre incredulidad y alarma—. Ben deja de reírte. —regaña a mi hermano— ¿Te vas a casar con un hombre que conociste hace una semana?
—Bueno… sí. Nos conectamos muy rápido. Es diferente. No sé cómo explicarlo, pero se siente bien.
—¿Ana Sofía Rodríguez Barboza estás embarazada? —dispara sin dudar, como si fuera la única explicación lógica para semejante decisión—. Porque si estás embarazada, podemos hablarlo. No es necesario que te cases a la carrera. Nosotros podemos hacernos cargo no tienes que hacerlo.
—¡¿Qué?! No, mami, no estoy embarazada. ¡Por Dios! —me paso las manos por la cara, frustrada—. No tiene nada que ver con eso.
—No lo entiendo —dice ella, ya visiblemente alterada—. Tú no eres así. Nunca has tenido novio, Sofí. Nunca. Siempre has sido reservada con esas cosas. ¡Y ahora sales con esto! ¿Qué se supone que debemos pensar?
—Lo sé… lo sé cómo suena —respiro hondo—. Pero es real. Y no estoy loca. Ni desesperada. Sé lo que estoy haciendo. No le estoy pidiendo su bendición, solo quiero que lo sepan.
—¿Y lo amas? —pregunta mi papá de pronto.
La pregunta me deja helada. Lo miro. Sus ojos, cansados pero atentos, buscan algo en mí que ni yo sé si tengo. Miento. Tengo que hacerlo.
—Sí —digo sin titubear, con una sonrisa que duele mantener—. Lo amo.
Mi mamá se cubre la boca con la mano. La emoción en sus ojos cambia. No sé si es alivio o tristeza. Quizás ambas. Ella cree que lo estoy haciendo por amor. No sabe que lo hago por una casa, por un salario decente, por tener algo que llamar mío.
—¿Y él viene solo para conocernos? —pregunta de nuevo, más suave.
—Sí… más o menos. Viene en dos semanas. Quiere conocer a la familia… y a Costa Rica. También está interesado en quedarse por un tiempo. Es un hombre muy trabajador, pero también quiere formar una vida distinta.
Mi papá asiente lentamente. No dice nada más. Su silencio es como un veredicto, firme, pero sin condena. Mi mamá suspira y me acaricia el brazo como cuando era niña y decía que me dolía el estómago sin saber que era ansiedad.
—Bueno… si vas a seguir adelante con esto —dice mi mamá en voz baja—, quiero conocerlo. Quiero mirarlo a los ojos. Y si no me gusta… voy a decírtelo, Sofía. Te lo voy a decir.
—Lo sé, mami —le sonrío con el corazón encogido—. Y está bien.
Mentir así se siente como caminar descalza sobre vidrio. Pero ya dije que sí. Ya acepté. Y si Patrick va a llegar a este país con un plan perfectamente armado, lo menos que puedo hacer… es actuar bien mi papel.