ID de la obra: 961

Finjamos un "sí"

Het
R
En progreso
3
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 99 páginas, 50.002 palabras, 19 capítulos
Descripción:
Publicando en otros sitios web:
Consultar con el autor / traductor
Compartir:
3 Me gusta 4 Comentarios 1 Para la colección Descargar

Capítulo 5

Ajustes de texto
Carlos Ruiz es mi abogado. Un viejo conocido de la familia, alguien en quien confío por encima de todo, especialmente porque sé que no dirá ni una palabra de esto a mis padres. Está a punto de retirarse, pero aún conserva esa mirada aguda y esa presencia tranquila que siempre me ha hecho sentir segura. Si hay alguien que puede ayudarme a entender este enredo legal, es él. Llegamos al edificio que el GPS nos indica. No es difícil de encontrar: es el más alto del horizonte. En Costa Rica no abundan los edificios altos, pero los ricos, al parecer, necesitan verse —literalmente— por encima de todos. Patrick no podía tener oficinas en otro lugar, claro. Buscamos un lugar para aparcar y entramos al edificio. El lobby es amplio, moderno, con mármol pulido en el piso y ventanales que reflejan el cielo entero. En la recepción hay una joven vestida impecablemente, con un celular en la mano. A pesar de eso, nos hace una seña amable para que nos acerquemos. Cuando cuelga, nos sonríe con cortesía. —Hola, ¿en qué los puedo ayudar? —Hola —respondo—, mi nombre es Sofía Rodríguez y tengo una reunión con Patrick Reggin. Me acompaña el señor Carlos Ruiz, mi abogado. Ella teclea con agilidad en su computadora. —Claro, señorita Sofía. Aquí está. El señor Reggin los espera en el piso 22. —Nos entrega dos etiquetas con nuestros nombres impresos. —Gracias. Nos dirigimos al ascensor. ¿Como es posible que aun no ha comprado la empresa en la que trabajo y ya tiene toda esta empresa? Debe se estar muy seguro de que todo va a salir bien o estas personas empresarias siempre saben que todo sale bien. —Se ve que tiene poder este tal Reggin, o al menos aquí —comenta don Carlos mientras subimos. —Bueno… según lo que me dijo en Nueva York, es el dueño. O por lo menos eso es lo que intenta hacer aquí. —Eso veo. Nos colocamos las etiquetas en el pecho justo cuando el ascensor se detiene. Las puertas se abren y nos encontramos frente a otra pared de cristal. A través de ella, distingo a Patrick conversando con otro hombre, seguramente su abogado. Ambos se levantan cuando nos ven y nos indican que podemos pasar. —Adelante —dice Patrick, con una sonrisa medida. Nos hace una seña para que tomemos asiento. La sala de reuniones es elegante, sobria. Las paredes están cubiertas de vidrio opaco y madera oscura. Sobre la mesa hay varias carpetas idénticas. Una vez que tomamos asiento Patrick empieza a hablar. —Se que hablamos esporádicamente en Nueva York pero aquí con la presencia de nuestros abogados creo que es necesario volverlo a mencionar, que queremos adquirir la empresa en la que trabajas actualmente —empieza Patrick desde el otro lado de la mesa. Su voz suena firme, como si cada palabra estuviera perfectamente calculada—. Tal como lo hablamos en Nueva York, hemos revisado tu salario y está apenas por encima del mínimo profesional. Si accedes a firmar el contrato de matrimonio, no solo mantendrás tu cargo: tu salario se cuadriplicará. Mi corazón late con fuerza. Él habla con tanta naturalidad que por un momento olvido lo absurdo que todo esto me parecía cuando lo propuso por primera vez. —Además —continúa—, la casa que elijas para que vivamos durante el año del matrimonio será transferida a tu nombre al finalizar el contrato. Todo está detallado en los documentos que tienen frente a ustedes. —Por fin un lugar en el que pueda ser yo tener mis cosas sin importar que compre o que no compre. Sí, un espacio mío. Don Carlos asiente en silencio y empieza a revisar los papeles con sus lentes en la punta de la nariz. Yo, en cambio, tomo el contrato y lo abro con torpeza. Está lleno de términos que no comprendo: enmiendas, cláusulas, apéndices. Siento que estoy leyendo otro idioma. Debería haber visto más series de abogados. Al menos sabría qué significa la enmienda número cuatro. Paso las páginas como quien hojea una enciclopedia en busca de una palabra conocida. Agradezco profundamente haber traído a don Carlos. Sin él, estaría completamente perdida. Alzo la vista un momento y Patrick me observa. Su mirada no es arrogante ni presionante. Es… paciente. Como si realmente esperara que yo me tome mi tiempo. —Veo que aquí dice que la señorita Rodríguez podrá tener citas libremente durante el año de matrimonio —dice don Carlos, con el ceño fruncido mientras pasa la página—. ¿No creen que eso puede ser riesgoso? Si trabajadores sociales, la Embajada o incluso compañeros de trabajo lo notan… sabrán que hay algo raro. Podrían anular el contrato, y la señorita Rodríguez se quedaría sin nada. Legalmente, parecería que fue ella quien rompió el acuerdo. Patrick no duda ni un segundo. —No quiero que Sofia se vea obligada a poner su vida en pausa, ni a reprimir su sexualidad, solo porque firmó un contrato conmigo —dice con total naturalidad, como si estuviera hablando del clima. —Ella es libre de hacer lo que quiera. Yo, por mi parte, estoy prácticamente comprometido en Irlanda. No esperaría que ella viva como una monja mientras tanto. —¿Qué? —pregunto, sintiendo cómo se me enrojecen las mejillas. Miro el contrato, desesperada por encontrar la parte que menciona eso. —¿Dónde dice eso? —En la cuarta página —responde Patrick, con seriedad. Yo aún estoy atrapada en la primera, tratando de entender qué significa "enmienda adicional voluntaria". —No hay problema —digo rápido, intentando salir de la incomodidad que me arde en las mejillas—. No soy precisamente una chica de citas… y si voy a estar casada de mentiras durante un año para mejorar mi calidad de vida, créanme: puedo sobrevivir sin citas. Sin problema. Un año pasa volando. Don Carlos no parece convencido. —Aun así, no creo que una cláusula así deba estar incluida —dice, visiblemente molesto. Luego se inclina hacia mí y susurra—: Lo hablaremos con calma después, ¿de acuerdo? Asiento en silencio. Solo quiero que pasemos esa parte lo antes posible. —En la página seis —interviene el abogado de Patrick, con tono impersonal— encontrarán la cláusula que prohíbe expresamente cualquier tipo de vínculo romántico o sexual entre los contrayentes. No por temas legales en sí, sino por razones personales del señor Reggin. Como ya mencionó, está próximo a comprometerse, —hay un intercambio extraño de miradas entre ellos, pero continua—y su familia considera necesario que se mantenga al margen de distracciones innecesarias durante este año. Auch. Eso sí dolió. Podría haber dicho que solo íbamos a mantener una relación cordial, o incluso que seríamos amigos por conveniencia… pero no. Tenía que llamarme “una distracción innecesaria”. Como si fuera el tipo de mujer que planea emborracharlo, acostarse con él y luego aparecer embarazada exigiendo la herencia. ¿Qué creen, que esto es una novela? —No se preocupen —digo, con una sonrisa tensa—. Eso no va a pasar. Se los aseguro. Mi tono suena más cortante de lo que esperaba, pero no me disculpo. —Muy bien —dice Patrick, como si nada—. ¿Vamos a firmar el acuerdo o no? Don Carlos interviene justo a tiempo. —Creo que me reuniré en privado con la señorita Rodríguez para revisar el contrato más a fondo —dice, con tono profesional, aunque puedo notar la ligera incomodidad en su voz—. Estaremos en contacto durante la semana. —Por supuesto —dice el abogado de Patrick, acomodando sus papeles con eficiencia—. Tienen hasta el viernes para tomar una decisión. Si surgen preguntas, mis datos están en la última página. —Gracias, lo tendré en cuenta —responde Carlos, levantándose. —¿Algo más que necesitemos discutir? —pregunta, como cerrando la reunión. —No —responde Patrick, seco—. Ya saben dónde encontrarnos. Nos ponemos de pie. Estrechamos manos, sonreímos por cortesía, salimos de la sala de juntas. Una vez en el pasillo, mientras nos dirigimos al ascensor, lanzo una última mirada por encima del hombro. Patrick sigue ahí, al otro lado del cristal. De pie. Imperturbable. Frío como el mármol. Sus ojos no muestran nada. Ni interés, ni incomodidad. Solo… distancia. Entiendo que esto es un negocio. Para él lo ha sido desde el inicio. Pero aún así, verlo tan impasible me provoca un nudo en la garganta. Como si ya hubiera firmado no solo el contrato, sino mi lugar en esta historia: la parte reemplazable, intercambiable, útil. Ha sido criado para esto. Es como un tiburón en el agua: calculador, elegante, impasible. Y yo… yo apenas estoy aprendiendo a nadar. Intento tranquilizarme mientras el ascensor desciende. Me repito, una y otra vez, que esta es una buena decisión. Que necesito esto. Que me va a ayudar más de lo que puedo admitir. Que es solo un año. Un solo año. He tenido trabajos peores. Jefes peores. Rutinas más agotadoras y contratos menos amables. Solo necesito convivir con un hombre que bien podría pasar por el hermano menor pelirrojo de Henry Cavill, fingir que lo amo ante quien haga falta, y sobrevivir a doce meses bajo el mismo techo. Lo puedo lograr. Necesito lograrlo. Ya fuera del gran edificio y con un poco más de calma, Don Carlos y yo paramos en una cafetería para hablar mejor sobre lo que acaba de pasar. Nos sentamos en una mesita junto a la ventana, y pronto llega nuestra orden. Juego con la cucharita dentro del café, removiendo sin pensar, hasta que Don Carlos rompe el silencio. —¿Y? ¿Qué te pareció todo eso? —me pregunta, mirándome fijamente. Suspiro, haciendo girar la taza lentamente entre mis manos. —¿La verdad? Me sentí como si estuviera viendo una escena de una serie en la que ni siquiera pedí protagonizar. Él asiente con la cabeza. —No es un trato cualquiera, Sofí. Es un contrato de matrimonio. Aunque tenga letra pequeña y parezca un acuerdo comercial, es tu vida la que está en juego. Si no hacerlo no tienes que hacerlo lo sabes ¿verdad? Miro por la ventana. El cielo está cubierto, como si estuviera a punto de llover. Tal vez no es el clima... tal vez soy yo. Mi pecho se siente apretado, como si alguien estrujara mi corazón con fuerza. —Lo sé. Pero… también sé lo que significa esta oportunidad para mí. Para mi familia. Para tener algo propio por primera vez. —Entiendo. Y sé que eres fuerte. Pero no quiero que firmes esto sin ver el panorama completo. No se trata solo de casas o salario. Se trata de ti. De cómo vas a dormir cada noche sabiendo que estás jugando a ser la esposa de alguien que… Sonrío con tristeza. —Sí, lo de “ distracción innecesaria” fue… fuerte —murmuro, sintiendo cómo me dolió mucho más de lo que esperaba. Don Carlos alza una ceja, perspicaz. —¿Te dolió que te dijera eso? —Me molestó. Mucho —admito—. Creo que fue porque me recordó lo reemplazable que soy para ellos. —No eres reemplazable. No para la gente que te conoce y te ama de verdad — dice con firmeza. Hace una pausa y me observa—. ¿Confías en Patrick? Levanto la mirada hacia las montañas a lo lejos. Me dan ganas de ser un ave. De soltarme. De gritar. De volar lejos. —No lo sé. A veces sí. Parece un hombre confiable. Sé que no lo conozco mucho, pero no creo que quiera hacerme daño. No lo siento así. Siento que solo está cumpliendo con lo que se espera de él. —Eso es lo que me preocupa —dice Don Carlos, tomando un sorbo de su café—. Ese hombre es un misterio legalmente blindado. Tiene recursos, influencia… y un equipo de abogados listos para protegerlo. Desvío la vista hacia él. Me observa con atención desde el otro lado de su taza. —Lo sé. Por eso necesito que tú estés de mi lado. Que leas cada letra. Que te asegures de que si esto se convierte en una pesadilla, yo no quede en la calle. —No tienes que preocuparte por eso. Ya lo tienes —dice con calma—. No dejaré que te metas en esto sin estar cubierta. —pausa un momento— Pero también quiero que me prometas algo. —Dime. —Que si en algún momento sientes que esto te está destrozando más de lo que te ayuda... me lo digas. Y buscamos una salida, aunque no sea la más cómoda. ¿De acuerdo? Se me humedecen los ojos. No sé si es miedo o alivio, pero me siento profundamente agradecida por tener a alguien así a mi lado. —De acuerdo. —Bueno —dice, con una media sonrisa—. Ahora deja que este viejo abogado se gane su salario. Vamos a leer ese contrato como si fuera a desactivar una bomba.
3 Me gusta 4 Comentarios 1 Para la colección Descargar
Comentarios (0)