ID de la obra: 961

Finjamos un "sí"

Het
R
En progreso
3
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 99 páginas, 50.002 palabras, 19 capítulos
Descripción:
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Capítulo 6

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Algunos días después, volvemos a reunirnos en la nueva empresa. Esta vez, el edificio ya tiene más movimiento: gente entrando y saliendo, cajas con equipo nuevo, personal de logística subiendo y bajando en los ascensores… todo parece indicar que el traslado de oficinas está en marcha. Pienso que quizás Patrick ya da por hecho que aceptaré el trato, de lo contrario, no estarían tan adelantados con todo esto. Volvemos a saludar a la recepcionista, que ya nos reconoce de la última vez. Nos entrega de nuevo las etiquetas con nuestros nombres, y subimos directo a la sala de conferencias. Cuando llegamos, Patrick y su abogado ya están ahí, esperándonos. —Bueno —dice el abogado de Patrick, apenas tomamos asiento—, ¿han tomado una decisión? Don Carlos guarda silencio unos segundos. Yo, mientras tanto, contengo la respiración. Siento la espalda húmeda, las manos temblorosas y toda mi compostura colgando de un hilo. Si no estuviéramos en un lugar tan elegante, ya estaría mordiéndome las uñas. —Sí —responde finalmente Don Carlos con voz firme—. La señorita Rodríguez acepta el contrato. Espera tener un trato amable y cordial con el señor Reggin. —Muy bien —asiente el abogado. Patrick, en cambio, no dice nada. Solo me observa desde su lado de la mesa. Su mirada es profunda, intensa. No sé si está intentando leerme, entender cómo me siento… o si simplemente está comprobando si de verdad estoy dispuesta a cumplir todo esto. Nos acercan un lapicero. Lo tomo, pero mis dedos tiemblan. Está húmedo por el sudor de mis manos y siento que podría resbalarse en cualquier momento. —Como es de esperarse —añade el abogado, justo cuando estoy a punto de firmar—, no puede comentarle a nadie sobre este acuerdo. La próxima semana, todos los departamentos se trasladarán a esta oficina, y sería muy inconveniente que se hablara de esto con alguien del entorno laboral. —No se preocupe —digo, con la voz más firme que puedo—. Nunca hablaría de esto con nadie. Mucho menos con alguien del trabajo. —Muy bien —dice Patrick, al fin. Y cruza los brazos enfrente de su pecho. —Una cosa más, antes de continuar —interviene Don Carlos, viendo cómo sigo con el bolígrafo suspendido sobre el papel—. La señorita Rodríguez desea ser quien escoja la casa donde van a residir durante el año del acuerdo. ¿Hay algún inconveniente con eso? —Ninguno de mi parte —responde Patrick. —Me parece bien —añade su abogado. —Entonces podemos proceder —dice Don Carlos. Tomo aire. Bajo el bolígrafo al papel. Siento cada trazo, cada línea, como si dejara una parte de mí en esa tinta que une nuestras vidas, aunque sea por contrato. Cuando termino, levanto la mirada. El abogado de Patrick toma los documentos, se los pasa a él, y Patrick firma sin siquiera dudar. Nos ponemos de pie. Estrechamos manos. El trato está hecho. Cuando ya estamos por salir, Patrick añade con su típica calma: —Espero verla el próximo lunes en su nuevo cubículo señorita Rodríguez. Llega el lunes, y todo el equipo está reunido en la recepción del nuevo edificio. Hay tensión en el ambiente, sí, pero también entusiasmo. Todos hablan, observan, se impresionan por lo reluciente que está todo. Incluso hay un barista personal en el lobby. —Pero qué belleza de lugar —dice Karol, asombrada a mi lado. Aunque ya he estado aquí varias veces, no puedo evitar sentirme impresionada también. — Bueno amiga, nuevo comienzo, ¿no? —Claro que sí —respondo con una sonrisa nerviosa. —Adivina qué —dice acercándose un poco más para que nadie escuche—. Ya me llegaron fotos del nuevo jefe. ¡Y está buenísimo! Un papucho europeo, alto, espalda grande, ya sabes… lo que nos gusta. —¿Ah sí? —intento sonar natural, como si mi corazón no estuviera latiendo más fuerte de la cuenta. Vemos a Don Mario llegar con los brazos abiertos y una sonrisa tan amplia como si se hubiera ganado la lotería. —¡Buenos días a todos! —saluda con entusiasmo—. Como ya saben, esta será nuestra nueva oficina. Muchos de ustedes han escuchado que Altura Global Solutions y Nexora Business Group han decidido unirse... o mejor dicho, nos compraron —dice con humor, nadie ríe—. Así que ya no somos una pequeña familia, ahora somos parte de una familia internacional. Se acerca a la mesa de recepción y saca una caja que, al parecer, contiene nuestros nuevos gafetes. Según nos explica, servirán para ingresar al edificio, usar el estacionamiento y acceder a otras áreas internas. —Voy a ir diciendo los nombres. El equipo que mencione, por favor, tome el ascensor al piso 22 —dice mientras saca una hoja con la lista de asignaciones. Empieza a llamar a varios compañeros y compañeras, hasta que escucho mi nombre: — Sofía Rodríguez. Me acerco a recoger mi gafete. Al ver la foto me pregunto cuándo me la tomaron… salgo fatal. Me lo cuelgo al cuello como si fuera una soga de horca, suspirando resignada. Justo después llaman a Karol, lo cual me da algo de alivio. Tomamos el ascensor juntas y, al llegar al piso 22, todo luce distinto a la primera vez que estuve aquí. El espacio ha sido transformado. Ahora hay cubículos amplios, modernos, con equipo tecnológico de última generación en cada estación. Las sillas son ergonómicas y cómodas, y aunque es una oficina, se siente como uno de esos espacios que muestran en las películas cuando retratan las oficinas de Google: creativas, funcionales y acogedoras. Según mi gafete, mi cubículo es el número diez. Camino por el pasillo hasta encontrarlo. Cada puesto tiene una pequeña tarjeta de bienvenida con el nombre del empleado, un toque inesperadamente cálido. Me acomodo en mi lugar, y para mi sorpresa —y suerte—, el cubículo de Karol está justo al lado del mío. —¡Amiga, estamos juntas! —dice emocionada. —¡Menos mal! —respondo con una sonrisa. Cuando todos están ya acomodados en sus respectivos espacios, el murmullo de primeras impresiones y teclas probándose en los teclados se mezcla con la curiosidad por lo que vendrá. En ese momento, vemos a Don Mario caminar por el pasillo con alguien a su lado. Karol me da un leve codazo en el costado, haciendo que me gire para mirarlos. —Es más guapo que en la foto —susurra con una sonrisa que apenas puede disimular—. Me muero aquí mismo. Qué belleza de hombre. —Chss —le digo, intentando prestar atención. Don Mario se detiene justo frente al grupo y, con una voz entusiasta, se dirige a todos: —Tripulantes —dice, usando su tono característico de animador de crucero—, como algunos aún no lo saben, les presento al señor Reggin, nuestro nuevo jefe y propietario de la compañía. Patrick da unos pasos al frente. La sala entera se queda en silencio mientras todas las miradas se posan en él. Su sola presencia impone. Viste un traje oscuro perfectamente entallado, sin una sola arruga, el reloj brillante bajo la manga y ese peinado que parece no moverse ni en medio de un huracán. Empieza a hablar. Un discurso corporativo: historia de la empresa, visión, metas a futuro… todo eso que debería ser importante pero que ahora mismo no escucho. Porque lo único que puedo pensar es que Patrick se ve incluso más impecable que de costumbre. Y si ya es difícil mantener la compostura aquí en la oficina, con tanta gente observándolo, no me puedo imaginar que va a ser vivir con él, eso va a ser otro nivel de desafío toda una tortura. Karol se inclina hacia mí con un susurro que apenas puede contener la emoción: —Mira esos brazos... y ese acento... ¿es legal estar tan bueno? —Sí, amiga… está guapo —respondo sin pensar, igual de bajito, aunque tal vez no tanto como creí. Ya que justo en ese momento, Patrick deja de hablar. Un silencio incómodo cae sobre la sala. Todos giran sus cabezas hacia mí al mismo tiempo. El calor me sube de golpe desde el pecho hasta las mejillas. Me pongo roja. Roja nivel "semáforo en rojo parpadeando en emergencia". Karol, traidora como es, se sienta derechita en su lugar y se aleja medio centímetro, como si nada tuviera que ver con el asunto. Yo me aclaro la garganta y bajo la vista a mi escritorio, deseando que algún cable de internet me enrede y me absorba hacia otro plano de existencia. Patrick, desde el frente, me lanza una mirada que no puedo descifrar…que me hace tragar saliva. Él retoma su discurso como si nada hubiera pasado, pero con una ligera curvatura en la comisura de sus labios… sé que me oyó. Cuando Patrick termina su discurso, la oficina vuelve poco a poco a su ritmo. Algunos se levantan para revisar sus nuevos escritorios, otros comentan en susurros lo guapo que es el nuevo jefe. La frase “parece salido de una película” se repite más de una vez. Patrick empieza a caminar hacia mi cubículo. Siento cómo Karol se tensa a mi lado. La conozco lo suficiente como para saber que probablemente piensa que viene a regañarme por lo que dije. Yo también me preparo para lo peor. —¿Podrías venir un momento a mi oficina? —dice con voz baja, lo suficientemente discreta para que solo yo lo escuche. —Claro —respondo, sintiendo un leve nudo en el estómago. Me pongo de pie y lo sigo. Su oficina, por supuesto, está justo frente a la mía. Una caja de cristal con vista directa al valle de San José. Minimalista, elegante… completamente él. Desde su escritorio se ve perfectamente todo el piso… incluyendo mi cubículo que esta justo en frente. Perfecto. Vigilancia 24/7. Él toma asiento con toda la naturalidad del mundo. Yo me quedo de pie, como si esperara un veredicto judicial. —Así que... ¿“guapo”, ah? —dice con una ceja levantada, divertida. Me atraganto con mi propia saliva. —Ah... lo siento. No fue mi intención… Él suelta una carcajada suave, encantadora. —¿No fue tu intención qué? ¿Qué te escuchara… o decirlo? Me quedo pensativa por un segundo. No es como que no lo piense. Obviamente lo pienso. Pero no esperaba que me escuchara. Ni mucho menos que todos lo hicieran. —Ambas —digo finalmente, intentando reírme, aunque mi voz suena más aguda de lo normal. —Ya veo —dice, apoyándose en el respaldo de su silla, cruzando los brazos—. Por un momento creí que de verdad pensabas que era guapo… pero parece que fue solo un error. Sus palabras me sacan un leve escalofrío, pero no sé si de incomodidad o de ese tipo de cosquilleo que solo él logra causarme. —¿Solo me llamaste para eso? —pregunto, intentando sonar casual, aunque mi voz tiembla un poco al final. —No —responde acomodándose en su silla y posando atención en el monitor, sus dedos siguen escribiendo con precisión—. He estado revisando algunas propuestas de casas. Lugares cercanos, con comodidades que me parecen razonables. Te voy a enviar la información para que puedas echarles un vistazo, y si alguna te gusta, podemos agendar una visita juntos. —Ah, claro. Suena bien. ¿Quieres que te envíe mi correo? —pregunto, tratando de sonar profesional. Él levanta apenas la comisura de los labios, como si le causara gracia mi formalidad. —No hace falta. Ya lo tengo en los registros. —Claro… cómo lo olvidé —respondo, un poco avergonzada, jugando con el borde de mi blazer mientras permanezco de pie frente a su escritorio. El silencio se alarga unos segundos. Me balanceo levemente sobre mis pies. Hay algo que quiero preguntar, pero no estoy segura de cómo ponerlo en palabras. Finalmente, tomo aire. —Hay algo más —digo al fin, con tono neutral, aunque por dentro estoy hecha un manojo de nervios. Patrick alza la mirada y me examina por un segundo de arriba abajo. No de forma lasciva, sino como si intentara descifrar mi lenguaje corporal antes de responder. —Sí. Dime. —Es solo que… —hago una pausa, el corazón me late fuerte—. Me preguntaba cómo deberíamos comportarnos en la oficina. Aún nadie sabe lo que… lo que vamos a hacer. Así que… ¿cómo debería dirigirme a ti? ¿jefe? ¿Patrick? ¿Señor esposo de mentira? Él ladea la cabeza con curiosidad. Sus ojos no se apartan de los míos, y por un momento pienso que va a reírse. Pero no lo hace. —Por ahora, creo que está bien si nos tratamos como cualquier otro colega. Saludos cordiales, conversaciones de trabajo. Nada fuera de lo común —dice con esa calma imperturbable que a veces me desconcierta. —Nada de muestras de afecto entonces —repito, bajando la mirada. —Correcto. —añade con suavidad. Asiento lentamente. —Perfecto. Entonces si no hay más que añadir, señor Reggin, lo veré cuando tengamos que salir a buscar nuestro hogar de conveniencia. Me doy media vuelta con algo de torpeza, sintiéndome una extra en mi propia película. ¿Qué es lo que tiene en la cabeza? ¿Siempre habla así? ¿Será cosa de los irlandeses? ¿O simplemente es Patrick y ya? Camino de regreso a mi escritorio con el estómago apretado. Aun siento su mirada clavada en mi espalda. Cuando llego a mi cubículo, Karol está allí con una taza de café en la mano, esperándome como si fuera a revelarle la contraseña secreta del Pentágono. —¿Qué pasó, amiga? ¿Te metiste en problemas por el comentario? —¿Qué? No, no. Todo bien —respondo, intentando sonar indiferente—. Solo quería preguntarme por lugares para visitar en Costa Rica. Ya sabes… jefe nuevo, país nuevo… —Ajá —dice Karol, levantando una ceja, claramente no convencida. —Ajá —repito, sentándome frente al monitor, deseando no estar tan consciente del cristal de su oficina justo enfrente, desde donde, probablemente, él también me está observando. —¿Qué? — Veo como Karol sigue mirándome— De verdad. Solo quería preguntarme sobre lugares para visitar—digo, intentando sonar casual mientras finjo revisar mi monitor. —Claro… —responde Karol, entrecerrando los ojos—. Porque seguro Patrick Reggin se vino a Centroamérica sin saber que aquí hay playas y necesita a una empleada para que sea la guía turística. En ese momento, entra un correo a mi bandeja de entrada. Es de él. Mi mirada vuela instintivamente hacia su oficina. Lo veo moviendo la cabeza de un lado a otro entre sus pantallas, concentrado, como si no acabara de mandarme ese correo. —Deberías decirle que se apunte a una gira con el equipo de oficina por el Caribe —continúa Karol con voz traviesa—. Con suerte, una de esas en las que los jefes tienen que quitarse la camisa. —Oh, Karol… —Es que, amiga, solo imagínatelo. Patrick. Sin camisa. Con bronceador. Y ese acento... —Hace un gesto exagerado de abanico con la mano—. Yo me lo como ahí mismo. Solo digo. Por un momento me imagino como puede verse Patrick sin camisa, sacudo mi cabeza —Prefiero no imaginar nada de eso. Mi cerebro ya tiene suficientes problemas, gracias —le digo, evitando deliberadamente mirar de nuevo hacia la oficina de cristal. —¡Cobarde! —bromea. Nos reímos. —Ya en serio, tengo algo que contarte —le digo, bajando un poco la voz y acomodándome en mi asiento. —¿Qué cosa? —pregunta de inmediato, apoyándose con los codos sobre su escritorio. —Me voy a mudar de casa. De la casa de mis papás. —¡¿Qué?! —salta en su silla como si le hubiera dicho que me voy del país—. ¡¿Es en serio, amiga?! ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Con quién? —Ahh… —hago una pausa, buscando una forma elegante de no mentir, pero tampoco contarle toda la novela turbia de mi vida—. Aún no lo sé del todo, pero estoy buscando opciones. Apenas sepa algo concreto te cuento, ¿está bien? Karol me estudia por un segundo, frunciendo el ceño. Luego asiente lentamente, aunque no parece del todo convencida. —Mmm… ok. Pero ya sabes que si necesitas ayuda con cajas, transporte o bendiciones, me avisas. Y si terminas mudándote a una mansión con vista al mar y piscina, no te olvides de invitar a esta pobre mortal. —Jajaja, claro que no. Prometido. Karol sonríe y se recuesta en su silla, suspirando. —Ay amiga… siento que este año va a ser de locos. No tienes idea… pienso, mirando de reojo el correo aún sin abrir de Patrick.
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