ID de la obra: 961

Finjamos un "sí"

Het
R
En progreso
3
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 99 páginas, 50.002 palabras, 19 capítulos
Descripción:
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Capítulo 7

Ajustes de texto
En el contrato dice que no puedo mencionárselo a nadie, y por ende a las únicas que solo cuento son mis hermanas. ¿Cómo podría ocultarles esto a ellas? Mis padres aún creen que estoy enamorada de un irlandés que conocí en una conferencia en Nueva York. Me conocen, saben mis gustos en hombres, así que después de explicarles no les sorprendió para nada que fuera a caer como loca por un perfecto desconocido. Los he convencido de que en realidad nos amamos y que vamos a vivir juntos. El acuerdo ya está firmado, pero obviamente él no sabe que mis hermanas lo saben, pero es que a ellas no les puedo ocultar nada. Además, sé que ellas no dirán nada, lo entienden y, aunque no lo creía, apoyan mi decisión. —Bueno, qué tragedia —dice mi hermana mayor Elena con su taza de café en la mano—. Tener que fingir estar casada con un magnate de los negocios. Ella ya está casada hace once años, tiene dos hijas, por lo que ella sí sabe que estar casada no es ni el final de tu vida ni la cosa más maravillosa. O por lo menos es lo que siempre me dice. —Pues casarse con alguien que acabas de conocer... no sé si es una buena idea. Esto no es una película de Disney —dice mi otra hermana, Melissa. —Sí, lo sé. Sé que el plan suena terrible. Pero les aseguro que ya lo investigué por internet y, obviamente, hemos hablado. En su récord de internet se ve que es un hombre muy trabajador, sabe varios idiomas y está interesado en que su empresa crezca a niveles internacionales. —O sea, en otras palabras, un coleccionista de nacionalidades —dice Melissa, tomando su café. Cuando queremos hablar de algo importante, siempre nos reunimos en el departamento de Melissa. Es libre de padres o de sobrinas que siempre están escuchando a través de las paredes. Podemos hablar con libertad, es un espacio muy agradable con toda su personalidad en las paredes y en cada rincón se siente que ella ha dejado un poco de su esencia. —No lo creo. No creo que haya hecho esto con otra persona. Don Carlos y yo fuimos y ya lo analizamos, lo vimos y en realidad esta muy bien. Don Carlos leyó todo el documento en detalle, porque yo en realidad no entendía mucho, pero me dijo que si veía algo extraño o que no cumpliera con los acuerdos que yo estoy dispuesta a cumplir, me lo habría hecho saber y todo estaba en orden. —¿Carlos? ¿El señor Ruiz? —dice Elena —. No sabía que él aún trabajaba. —No lo hace oficialmente, ya está a punto del retiró, pero como es amigo de la familia le pedí su ayuda y me dijo que sí. —Entiendo. —Bueno, aun así, ¿qué se supondrá que hagas cuando este tal Patrick quiera acostarse contigo? —dice Melissa. Suena un poco molesta ante la decisión, pero quiero hacerle entender que es lo mejor. —En el contrato está estipulado que no podemos hacer nada "romántico" —hago comillas con mis dedos—. Además, me conocen, saben que no pienso acostarme con cualquier chico, mucho menos uno que es mi jefe. —Eso sí no lo entiendo —dice Elena —. Si él va a comprar la empresa o según lo que entiendo ya la compro, ¿entonces tú vas a ser la dueña de la empresa? —No, eso es otra cosa que viene en el contrato. Yo hablé con él respecto a eso. Sí me subirá el salario cuatro veces más del que tengo actualmente, lo cual me ayudará muchísimo, y tendré un trabajo asegurado por diez años. No creo durar diez años en la misma empresa, pero por fin tendré un contrato que me dé la seguridad de tener un trabajo fijo por mucho tiempo y en el que paguen bien. Pero en acciones de la empresa yo no tendré adquisición tras el matrimonio. O sea, solo será para que él pueda adquirir la ciudadanía costarricense. —Increíble lo que hace la gente en estos días por dinero —dice Melissa—. Si dices que ya lo investigaste, ¿tienes alguna foto o algo que podamos ver antes de su esperadísima boda? —Esperadísima, dices —vuelco mis ojos ante el comentario—. Pero sí, tengo una foto aquí —saco mi celular y busco en internet. Patrick Reggin. Las primeras fotos que salen de él se ve guapo y elegante, posando para la portada de una revista importante de negocios en Europa. Y aun así no le hacen justicia de como se ve en la vida real. —Es él —les doy el celular a mis hermanas y se acercan entre ellas para poder verlo. Se les abren los ojos como platos. —¿El pelirrojo? —dice Elena. —Sí, el pelirrojo —afirmo. Silencio. No dicen nada. Se miran entre ellas. —Bueno, ya entiendo por qué has aceptado la propuesta de matrimonio de él — dice Elena. —Incluso a mí, que no me gustan los pelirrojos, debo admitir que es bastante atractivo —dice Melissa. —Bueno, no lo acepté por eso. Me está ofreciendo muchas cosas buenas, y es bastante difícil decirle que no. —Ahh, ya me lo imagino —dice Elena. Vuelvo a volcar los ojos. —En serio, estoy tomando esta decisión por mi futuro. Mañana en la tarde vamos a ir a ver casas para poder mudarnos. Creo que lo más raro será eso, vivir con un completo extraño. —¿De qué hablas? —dice Melissa—. Has hecho programas de intercambio mil veces y te vas a vivir con personas que no conoces por años. —Sí, es verdad. Nunca lo piensas, solo lo haces y ya está, te vas —afirma Elena. —Pero usualmente hay más personas. — intento justificarme — No solo una. —Sí, entiendo —dice Melissa—. Entonces busca una casa cerca de la mía o la de Ele, y si ves que el tipo es medio raro, tú te vienes aquí o te vas para donde ella. Sabes que siempre te vamos a cuidar. —Gracias, son las mejores. —Lo sabemos —dicen al unísono. Nos quedamos de ver a las ocho de la mañana frente al parque de mi pueblo. Como estoy nerviosa, llego diez minutos antes, pero él ya está ahí, sentado en una banca del parque esperando con un café en la mano y las piernas cruzadas como si estuviera en el sillón más cómodo del mundo. Lleva puesto un traje completo de color gris, su cabello perfectamente peinado —diría que tomó al menos media hora en lograr ese acabado impecable—, y unos lentes de sol que parecen hechos a su medida. No tengo ni idea de cómo se atrevió a sentarse en esas bancas del parque. No combina con nada a su alrededor. Un hombre de negocios de Nueva York en medio de un pueblo ¨tico¨, como sacado de una película fuera de contexto. Su carro está estacionado justo frente a nosotros, negro, elegante, brillante como si lo hubiera lavado hace unos minutos. Cuando me ve venir, se pone de pie y se sacude un poco el polvo inexistente del traje, como si eso fuera suficiente para borrar el hecho de que ha estado sentado en una banca pública. —Hola, buenos días —dice con ese acento suyo que ya empiezo a reconocer entre mil. —Buenos días —respondo mientras me acerco. Siempre que lo veo siento como si fuera la primera vez. Es tan impresionante a la vista, alto, elegante, imponente. Ha perfeccionado su imagen al punto en que parece salido de una revista. —¿Lista? —pregunta con una pequeña sonrisa, pero su tono sigue siendo serio. —Lista —le digo devolviéndole la sonrisa. Con su mano libre me indica el carro. Se adelanta y me abre la puerta del copiloto. Ese gesto me toma por sorpresa, pero no lo demuestro. —Gracias —digo mientras paso cerca de él. Una vez dentro del auto, me envuelve un olor particular. Huele a cuero, a limpio... a él. No había notado su aroma antes. Es discreto, pero envolvente. Me siento más que nerviosa ya que creo que es la primera vez que estamos solos los dos en un espacio tan pequeño. Él entra al carro con una naturalidad ensayada, coloca su café en el portavasos y se gira hacia mí. —Bueno, creo que tú tienes la dirección. ¿Quieres ponerla en el GPS? —Claro —digo, sacando el celular de mi bolso. Mientras busco la dirección, noto por el rabillo del ojo que me está observando. Me mira de arriba a abajo, con una atención que me pone nerviosa. ¿Por qué lo hace? ¿Estoy despeinada? ¿Tengo algo en la cara? ¿Por qué me mira como si yo fuera un acertijo? Encuentro la dirección y empiezo a ingresarla en el GPS del carro. Su mirada sigue fija en mí. Me tenso. No entiendo qué está pasando por su cabeza. —Listo —digo finalmente, alzando la vista para encontrarme con sus ojos. Y ahí está. Me mantiene la mirada. No dice nada. Solo me observa, como si quisiera preguntarme algo y no se atreviera. O tal vez sí se atreve, pero aún no encuentra las palabras. —Dirígete al noreste por avenida 2 —interrumpe la voz robótica del GPS, rompiendo el silencio. —Vamos —le digo, tratando de sacarnos a ambos de ese pequeño trance. —Vamos —repite, aún sin apartar los ojos de los míos. Finalmente gira la vista hacia el frente, enciende el motor, y empezamos a movernos. Cuando llegamos nos bajamos del auto, nos dirigimos a la casa, Patrick toma mi mano y me sorprende por un momento. —Somos una pareja que está a punto de casarse, — dice mientras ajusta su mano grande bajo la mía — debemos dar una buena actuación. Solo puedo asentir. Me siento un poco extraña sintiendo sus dedos entrelazados en los mismo pero su pulgar se mueve dando círculos calmando mis nervios y hace que este más tranquila. La casa es amplia, luminosa, con paredes pintadas en tonos tenues de verde musgo y café, que, junto con las lámparas estratégicamente distribuidas, crean un ambiente cálido y armonioso. Al fondo, hacia la derecha, se encuentra la cocina: un espacio moderno y bien iluminado que destaca por una hermosa isla central, sobre la cual cuelgan elegantes lámparas decorativas. Frente a la cocina se sitúa un amplio salón de estar, equipado con un televisor de gran tamaño y un conjunto de cómodos sillones, incluyendo uno en forma de L y dos individuales que hacen juego. Según lo que nos comenta Marisol la agente de ventas, la casa se vende completamente amueblada. Claro está que podemos darle nuestro toque personal, pero todo lo que vemos aquí mismo sería como nos la darían. Desde la cocina se puede apreciar una vista privilegiada del jardín trasero, donde se encuentra una piscina que ofrece una panorámica impresionante del valle —mi pueblo— y una casita en donde están todos los equipos de ejercicio. Es tan perfecto que siento que podría volar. Menos mal que Patrick no me ha soltado la mano en todo el recorrido, porque estoy segura de que ya me habría desmayado. —Esta es la sala —dice Marisol, moviendo las manos como si hiciera magia—. Tiene buena iluminación natural por las mañanas, y por las tardes entra esa luz cálida que le da un tono muy acogedor. —Es preciosa —digo, sincera. Porque lo es. Es justo como la imaginé: amplia, clara, con detalles modernos, pero no fríos, vi algunas imágenes en el correo que me mando Patrick pero en la vida real se ve incluso más impresionante. Patrick asiente, pero sigue en su papel de hombre analítico. —¿La casa tiene aislante térmico? —pregunta, con ese tono firme que usa cuando está en modo negocios. —Sí, claro —responde Marisol, complacida—. De hecho, toda la propiedad cumple con las normativas más recientes. Ideal para una pareja joven como ustedes. Y lo mejor: la oficina que ustedes necesitan ya está lista. Patrick me lanza una mirada fugaz. ¿Lo hizo a propósito? ¿Por qué no me sorprende que ella sepa exactamente cuál de los dos trabaja desde casa? —Perfecto —dice él simplemente. Mientras caminamos, sus dedos aún siguen en los míos, y vuelvo a enredarme en esa sensación absurda de que su cercanía significa algo. No debería ser así. Pero mi cuerpo no coopera con la lógica. Marisol abre una puerta corrediza de vidrio que da al patio trasero. —Este espacio es ideal si tienen niños pequeños o si les gustan las reuniones al aire libre. Está cerrado completamente y tiene instalación para zona BBQ. Imaginen una tarde aquí, con música y amigos. Imagino algo, sí. Pero no con amigos. Imagino a Patrick sentado bajo el toldo, leyendo algo en su laptop, mientras yo cocino algo sencillo y él me mira de reojo como a veces lo hace, como si me estudiara. Y eso es lo peor: que mis pensamientos ya no se quedan en lo superficial. Nos llevan a la planta de arriba. Hay tres cuartos: el principal, uno de invitados — que probablemente será el mío— y otro que puede convertirse en otro cuarto de invitados o una biblioteca. Los cuartos principales ambos tienen baño y walk-in closet. Son muy parecidos, solo que uno tiene balcón y el otro no. La habitación principal, donde estamos ahora, es enorme, con ventanales que dejan entrar toda la luz del mediodía. Es, literalmente, la casa de mis sueños. —Lo estás haciendo bien —me dice en voz baja, sin voltear. Mientras Marisol se aleja un poco de nosotros —¿El papel de novia enamorada o el de compradora seria? —Ambos. Me quedo en silencio. Porque sé que si hablo demasiado voy a decir algo de lo que me voy a arrepentir. Salimos al balcón con vistas al parque que está unas cuadras más abajo, se ve todo tan hermoso. Patrick solo me dio información básica sobre las casas. Nunca me habló de los precios, pero con solo saber que viene amueblada, sé que no debe ser barata. Se supone que mañana veremos otra, pero sinceramente no sé cómo algo podría superar esto. —Muy bien —dice Marisol con su sonrisa extrañamente amplia—. Esta sería la casa. ¿Tienen alguna duda o pregunta respecto a algo que vieron? —Yo no tengo ninguna duda —dice Patrick. —¿Sofía? —Yo… —Aún estoy embelesada con todo—. No, no creo tener ninguna duda. Ah, bueno, solo una. —Sí, dígame. —¿Se permiten perros? Patrick reprime una risa. —Claro, señorita. Sería su casa. —Claro… —respondo algo avergonzada. ¿Se permiten perros? ¡Por supuesto que sí! Se supone que esta será mi casa. ¿En qué momento olvidé eso? —Bueno —dice Patrick, sin soltarme—. Si nos permite un momento a solas, quisiera hablar con mi prometida. ¿Prometida? Ah, sí. Esa soy yo. Lo olvide por un momento. Marisol asiente con entusiasmo y se dirige hacia el primero piso, dejándonos solos en el cuarto principal. —Bueno… ¿qué te parece? —me pregunta finalmente. Soltando mi mano y dando un par de pasos hacia atrás, buscando una distancia más cómoda. —Pues, ¿qué más puedo decir? Es una de las casas más lindas que he visto en mi vida. Literalmente tiene todo lo que quisiera en una casa —digo, quizás más emocionada de lo que quería demostrar—. ¿Tú qué opinas? —Si a ti te gusta, a mí me gusta —responde, metiendo las manos en los bolsillos. —Sí, bueno… pero va a ser tu casa también. —Solo por un año, así que en realidad no importa tanto —responde con un tono extraño, casi triste—. Estamos cerca de donde viven tus padres, ¿verdad? —Sí, a unos diez minutos. —Muy bien —dice, sacando el celular de su bolsillo. Marca un número sin dudar— Marc, hola. Queremos cerrar el trato. ¿Qué acaba de hacer? ¿Acaba de comprar la casa? —¿Qué? ¿No se supone que debíamos ir a ver más casas? —No me interesa ver más casas —dice, sin levantar la vista del celular —. Además, estoy seguro de que esta es la que más te gusta. —Pues… sí, me gusta mucho, la verdad. —Ya está entonces. Todo lo que quiera mi futura esposa. Nos quedamos mirándonos en medio de lo que será su cuarto. Tengo que reprimir el impulso de abrazarlo. Esto es una actuación. No es real. Pero entonces… ¿por qué dice esas cosas que me hacen querer preguntarle si podemos llegar a ser algo más? No, no puedo permitirme esos sentimientos. —¡Muchísimas felicidades! —exclama Marisol entrando sin tocar, rompiendo la electricidad entre nosotros y obligándome a volver en mí. Definitivamente esto va a ser mucho más difícil de lo que pensé. ¿Qué fue eso? ¿Por qué sentí que por un momento se me olvidó cómo respirar? —Ya mandé los papeles a su secretario para que todo esté listo, y desde este mismo momento pueden traer sus cosas. —Perfecto —dice Patrick, aún con la mirada clavada en mí. —Aquí tienen la llave de la casa —dice Marisol, acercándose y posándola en mi mano—. Y mi tarjeta. Si necesitan algo más, no duden en llamarme o enviarme un correo. Estaré atenta para responderles. Estaré abajo si necesitan algo mas de mi. Sale del cuarto y nos vuelve a dejar solos. —Bueno… ya tenemos casa —digo, con una sonrisa que intenta parecer tranquila. —Me encargaré lo antes posible de traer los carros y mis cosas. Vámonos —dice en dirección hacia la salida, con esa seguridad que lo envuelve todo. Lo sigo, sin soltar todavía del todo lo que acaba de pasar, caminando detrás de él mientras baja las escaleras. Su paso es firme, el mío algo más dudoso. —Te dejo en la casa de tus padres para que puedas recoger tus cosas. Marc llevará uno de mis carros a tu casa para que puedas empacar y traerlas aquí. Ese será el carro que podrás usar, el que será tuyo. —¿Carro? —pregunto, confundida, sin detenerme, pero con el corazón dando un pequeño salto. Se detiene y se gira tan rápido que casi choco con su pecho. Me freno a tiempo, pero quedamos peligrosamente cerca. Alza las manos, como si me pidiera permiso para estar tan cerca. —Lo siento —dice bajo, echando un poco el cuerpo hacia atrás—. Sí, carro. ¿O cómo pensabas traer tus cosas? Sé que no tienes carro, me lo dijiste en Nueva York. —Sí… pero pensé que no lo recordabas. —miro al suelo un segundo, incómoda por sentirme tan… vista—. De todas maneras, pensaba decirle a mi papá que me ayudara con eso. Hay un pequeño silencio entre nosotros. —De hecho… les gustaría mucho conocerte. Sé que estás muy atareado, pero tal vez podrías pasar un momento rápido a conocerlos. Ya sabes, aún no entienden cómo me pienso casar con un hombre que ni siquiera conocen. Son de la vieja escuela. Ye me entiendes. Patrick asiente. —Hoy no puedo —responde con un tono más suave, más cercano. Por un segundo, suena casi tierno, como si le hablara a una niña que pide algo importante—. ¿Qué tal mañana a las nueve? ¿Está bien? —Claro. No hay ningún problema —respondo, aunque la verdad es que sí me habría gustado que los conociera hoy. Quizá para que esto me pareciera más real. O más falso. Ya no sé. Llegamos al carro. Como siempre, él se adelanta y me abre la puerta del copiloto. Lo hace sin pensarlo, sin dudar. Es un gesto automático, pero igual de caballeroso cada vez. Le agradezco en voz baja y subo. Durante el camino vamos en silencio. Él parece estar organizando su día en su cabeza; yo, organizando mis emociones. Finalmente, se detiene frente a la casa de mis papás. Me bajo, y antes de cerrar la puerta, él dice: —Marc te llamará cuando llegue el carro. Avísame si necesitas ayuda con tus cosas, ¿sí? —Sí, gracias —digo, intentando mantenerme firme. Asiento, cierro la puerta y me quedo ahí, en la acera. Baja la ventana del copiloto lo veo acercarse al asiento del copiloto. —Mañana vendré a las nueve de la mañana a conocerlos no lo olvides. Asiento y me quedo viendo cómo su carro se aleja poco a poco por la calle. No me muevo. No respiro. No pienso. Solo dejo que el momento me envuelva como una ola lenta y tibia. Y mientras la silueta de su auto se pierde entre los árboles de mi calle, la pregunta vuelve a hacer eco en mi cabeza, clara como nunca: ¿En qué me acabo de meter?
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