ID de la obra: 961

Finjamos un "sí"

Het
R
En progreso
3
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 99 páginas, 50.002 palabras, 19 capítulos
Descripción:
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Capítulo 8

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Cuando entro a casa, el olor familiar a café recién hecho y pan casero me abraza como una manta tibia. Todo está en su lugar, igual que siempre. El sonido de la radio encendida en la cocina, los trastes secándose sobre el paño, y mi madre con su delantal floreado, volteándose sorprendida al verme entrar con una sonrisa emocionada. —¡Sofí! —dice limpiándose las manos en el delantal. —. ¿Como les fue? No esperaba que fuera tan rápido. —Bien... muy bien. Ya tenemos casa. —La frase suena surreal cuando la digo en voz alta. Como si fuera otra persona la que está viviendo esto. —¿Casa? ¿Tan rápido? —pregunta, dejando el trapo que tenía en la mano y acercándose—. Ay, mi amor, esto va muy rápido. —Sí, lo sé —respondo con una media sonrisa—. Por eso vine, tengo que empezar a empacar algunas cosas. Patrick dijo que Marc va a traer un carro para que pueda llevarlas. Mi mamá se me queda viendome unos segundos, como intentando leer algo en mi rostro que no digo con palabras. —Subamos entonces, te ayudo con tu ropa —dice finalmente, sin presionar. Subimos juntas. Mientras doblo blusas y meto zapatos en una maleta, ella va sacando cosas del arDon Mario y poniendo otras sobre la cama. Lo hace en silencio unos minutos, pero después me habla en voz baja, sin mirarme directamente. —Sé que no me has contado todo, y no voy a insistir —dice, ordenando con calma— pero solo quiero que sepas que... el amor no siempre empieza con fuegos artificiales. A veces llega despacito. Y a veces no llega nunca. Pero lo que sí tiene que haber es respeto. Eso no puede faltar. Me detengo un segundo y me siento en la cama con una blusa entre las manos. No sé qué decir. Ella continúa: —No sé si lo amas de verdad, yo supongo que si por el hecho de que se conocieron hace menos de un mes y ya se van a casar. Pero si vas a vivir con alguien, aunque sea alguien que acabas de conocer, tienes que sentirte segura. Escucha tu intuición. Esa no falla nunca. Asiento en silencio. Quiero decirle que sí, que lo estoy haciendo por algo más grande, por un futuro, por una oportunidad... pero no me sale nada. Porque en el fondo, ni yo estoy segura de si esto es una locura brillante o simplemente una locura. En ese momento entra mi papá. Trae en las manos un destornillador, como si estuviera arreglando algo y lo interrumpimos. Nos mira a ambas y luego a las maletas en la cama. —¿Ya te vas? —pregunta con el ceño ligeramente fruncido. —Sí, papi. Ya conseguimos la casa. Él no dice nada durante unos segundos. Deja el destornillador en el tocador y se cruza de brazos, apoyándose en el marco de la puerta. —¿Y yo cuándo voy a conocer a ese muchacho? —pregunta, sin dureza, pero con esa voz de papá que no se anda con rodeos—. No sé nada de él. No sé de qué familia viene, qué intenciones tiene. Solo sé que va a casarse con mi hija y que no me ha mirado a los ojos ni una sola vez. Me muerdo el labio. Me duele escucharlo, pero tiene razón. —Lo sé... mañana quiere venir a saludarlos. Hoy tenía muchas cosas que hacer, pero me prometió que mañana viene. —Sofía... —se acerca y se sienta frente a mí—. Eres una mujer adulta, yo ya no puedo decirte qué hacer. Pero sí te voy a decir algo: Ten cuidado. No entregues tu confianza tan fácil. Ese hombre puede ser muy bueno o puede estar escondiendo algo. Tú sabes en qué te estás metiendo, ¿verdad? Lo miro, y por un instante todo el teatro que estoy montando parece tambalearse. ¿Sé en qué me estoy metiendo? —Sí —respondo, aunque mi voz no suena tan firme como quisiera. —Bueno —dice él finalmente, poniéndose de pie—. Solo quiero que estés bien. Eso es todo. Salgo del cuarto un momento para tomar aire en el patio. Miro el cielo nublado, el aire huele a tierra húmeda. Me apoyo contra la pared y me dejo caer en una silla de madera. ¿Qué estoy haciendo? ¿Estoy cambiando toda mi vida por un contrato? Y si sí... ¿por qué cada vez que Patrick me mira siento que el mundo se detiene? Cierro los ojos y me repito mentalmente que esto es solo por un año. Que no debo enamorarme. Que nada es real. Pero si todo esto es mentira... ¿por qué el corazón me late tan rápido cuando pienso en él?   Me despierto temprano, aunque no he dormido bien. Pasé toda la noche dándole vueltas a la cabeza, con el corazón inquieto y el estómago revuelto. No sé si es nervios o simplemente una mezcla de ansiedad y confusión. Mami ya está en la cocina. El aroma a café fresco y gallo pinto llena la casa como cada mañana, como si hoy fuera un día cualquiera. Pero no lo es. Hoy Patrick viene a conocer a mis papás. Y aunque se supone que todo esto es un acuerdo... siento como si me estuviera exponiendo, como si él fuera a descubrir partes de mí que ni siquiera yo entiendo todavía. —¿A qué hora dijo que venía? —pregunta mi mamá mientras acomoda las tazas sobre la mesa. —A las nueve —respondo, sin despegar los ojos del celular. Mi papá está en su silla de siempre, con el celular en las manos, fingiendo que no le importa. Pero sé que ha visto el mismo video cinco veces ya. Está más alerta de lo que quiere aparentar. A las 8:50 am exactas escuchamos un carro estacionarse afuera. Me levanto tan rápido que casi boto la silla. Respiro hondo y me aliso la ropa, como si eso fuera a ordenar el desastre que llevo por dentro. Mami me lanza una mirada rápida, como diciendo "tranquila, todo va a estar bien". Papi deja el celular a un lado con una calma fingida que me dan ganas de gritar. Patrick toca la puerta. Dos golpes secos. Me adelanto antes de que alguien más diga algo y abro. Ahí está. Con una camisa blanca arremangada, pantalones claros, y ese aire sereno que siempre lleva, aunque por dentro no tenga idea de lo que está haciendo. En las manos trae una caja. —Hola —dice con voz baja—. ¿Lista? —Sí —contesto, tragándome los nervios. Mami lo recibe con una sonrisa tan natural que me deja desconcertada. —¡Patrick! Qué gusto. Pase, siéntase en casa. —Muchas gracias, señora —responde él mientras le entrega la caja—. Traje algo dulce. Espero que les guste. Ya ganó puntos. Mami ama esos detalles. Papi se levanta y lo saluda con un apretón de manos firme. Se miran por unos segundos. Ninguno baja la mirada. Patrick no se deja intimidar y papi tampoco cede. Hay algo en ese cruce de miradas que me tensa la espalda. —Gusto en conocerlo, Don Gerardo —dice Patrick finalmente. —Igualmente —responde mi papá. Nos sentamos a la mesa. Mami sirve café, un poco de desayuno y fruta. Por unos minutos la conversación fluye. Patrick habla de Irlanda, de cómo le gusta el clima aquí, de las cosas que ha probado a pesar de llevar poco tiempo en Costa Rica. Contesta con calma, sin exagerar, sin sonar falso. Lo observo y por momentos olvido que esto es un trato, que todo esto tiene una fecha de caducidad. Pero eventualmente, papi lo suelta: —Y dígame, Patrick... ¿cómo fue que decidieron casarse tan rápido? El aire se vuelve denso. Mami se queda en silencio, yo dejo de mover la cuchara en la taza, y Patrick... Patrick se acomoda con tranquilidad. —Fue una decisión práctica —dice—. Y también un impulso. Sofía y yo nos entendimos desde el principio. A veces la vida se trata de tomar decisiones rápidas. Yo quería establecerme aquí por negocios, y ella... bueno, ella estaba abierta a nuevas posibilidades. Papi lo observa con detenimiento. No parece convencido, pero no insiste. Simplemente dice: —Solo le pido una cosa. Sea honesto. No juegue con mi hija. Ella es lo más importante que tenemos. Patrick se queda en silencio unos segundos. Luego lo mira, serio, con una firmeza suave. —Lo sé. Y no lo haré. No sé si papi le cree. Pero yo sí. Por alguna razón, le creo. Después de eso la conversación se vuelve más ligera. Mami pregunta sobre su familia, él responde con detalles justos. Incluso logra que papi sonría hablando de los paisajes europeos. Cuando se despide, siento que pasó la prueba, al menos la inicial. Lo acompaño afuera. Caminamos en silencio hasta su carro. —Gracias por venir —le digo. —Gracias por invitarme. ¿Crees que pasé? —Con mi mamá sí. Con mi papá... cincuenta y cincuenta. —Bueno en realidad me interesa tu opinión, mas que nada —dice, y por un segundo, suena auténtico. Me cuesta mantenerme distante. —¿Estás bien con todo esto? —pregunta él, justo antes de subirse al carro. La pregunta me toma por sorpresa. Nadie me la había hecho así. Pienso un segundo. —Estoy en proceso —le respondo con la verdad. Él asiente. —Yo también. Y se va. Me quedo viendo cómo se aleja. Una parte de mí quiere salir corriendo detrás de ese carro y decirle que esto no puede ser solo un trato. Pero otra parte, la más racional, me recuerda que todo esto es parte del plan.
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