ID de la obra: 961

Finjamos un "sí"

Het
R
En progreso
3
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 99 páginas, 50.002 palabras, 19 capítulos
Descripción:
Publicando en otros sitios web:
Consultar con el autor / traductor
Compartir:
3 Me gusta 4 Comentarios 1 Para la colección Descargar

Capítulo 9

Ajustes de texto
Ya llevé todas mis cosas a la nueva casa. Me tomo alrededor de cinco viajes para llevarme todo. Mi familia quedó asombrada cuando me ayudó con la mudanza, aunque sé perfectamente que lo hicieron solo para poder verla con sus propios ojos. Claro, eventualmente iba a invitarlos, no es como si pensara esconderla para siempre. Estoy segura de que terminarán usándola más que yo... sobre todo por la piscina. Patrick insistió en que me quedara con la habitación principal. Según él, esta es mi casa y él solo estará aquí un año, así que no sería justo que yo duerma en el cuarto de visitas. En un descuido, abro la puerta de su habitación para echar un vistazo rápido. Sus maletas ya están ahí. Me imagino que desde que llegó a Costa Rica le resulta más conveniente vivir aquí que seguir en un hotel. Tiene sentido. Apenas nos entregaron las llaves, él ya se había mudado. Es curioso que no me lo mencionara, sobre todo considerando que lo he visto en la oficina varias veces esta semana. Supongo que no quiso hacerlo notar. No importa. Tengo que concentrarme en acomodar mis cosas. Naga todavía no se lo cree. Anda corriendo de un lado a otro por el jardín como si fuera el mejor día de su vida. A ratos se echa al sol, feliz, como si supiera que este lugar es suyo también. Cuando bajo al primer piso, ya todos están comiendo pizza. —¡Pero ni me esperaron! Ni una llamada, nada —les reclamo, viendo cómo están esparcidos por toda la casa, felices. —No te enojes, queríamos comer y estrenar tu vajilla —responde Melissa desde el sillón, con Naga echada sobre sus piernas, mirándole el pedazo de pizza como si fuera un premio. —¿De verdad vas a traer a Naga a vivir aquí? Nunca me dejaste llevármela a mi apartamento. —Aquí tiene más espacio —respondo mientras tomo una rebanada y me acomodo en la única silla libre del comedor. —¿Y a Patrick no le molesta que estemos todos aquí comiendo mientras él trabaja? —pregunta Elena, con su tono siempre diplomático. —Él sabía que hoy me mudaba. Le comenté que vendrían. Además, hoy tengo teletrabajo, así que técnicamente no estamos invadiendo su espacio. —Bueno... ya mañana —dice mi mamá, y todos se quedan en silencio. —Un mes pasa rápido —dice mi hermano Ben con sarcasmo—. Especialmente si te casas con un extraño como si fueras una princesa de Disney. Sé que está molesto. Según él, lo abandoné en casa con mis papás. Pero solo porque mis hermanas ya se habían mudado y nosotros dos quedábamos en casa, no significa que yo debía quedarme eternamente. —No creo que sea necesario que te lleves a Naga —insiste. —Ben, Naga es mía. Tú tienes a tu gato, quédate con él. —No es lo mismo —su voz suena dolida. —Ya va a llorar —dice Melissa con media sonrisa y un poco de burla en su tono. —No voy a llorar. — dice un poco molesto —Solo no entiendo por qué te vas a casar con un random que nadie conoce. Mi papá asiente desde el sillón, callado, pero claramente de acuerdo con él. —Bueno, es mi decisión —le respondo—. Nunca he criticado a las novias que traes, y bien que las has tenido. —¡Mis novias! Solo he tenido dos. —Mucho más de lo que yo he tenido. —¡Ya basta! —interviene mi mamá—. Solo quería decir que ya mañana es la boda, no que pelearan. Ustedes saben que solo se tienen entre ustedes. —Sí, sí... y si uno se enferma, el otro lo cuida —decimos los cuatro al mismo tiempo. —¿Vieron? ¡Sí se acuerdan de lo que les digo!—Todos ponemos los ojos en blanco. —Yo pienso que deberían esperar un poco más —dice mi papá, y el ambiente se vuelve tenso otra vez. Me duele mentirles, pero sé que esto es lo mejor: la casa, el trabajo, mi estabilidad. Lo he pensado mil veces. —Pero si él te ama y tú lo amas, entonces está bien —continúa—. Su mamá y yo fuimos así. Queríamos casarnos desde el primer momento en que nos vimos. ¿Verdad, Cristinita? —No me llames así —responde mi mamá, molesta. Todos soltamos la risa. Llevan años con los mismos chistes, y aún nos hacen reír. —Sé que esto es inesperado, sobre todo porque todos pensaban que nunca me iba a casar —les digo, tratando de calmar el ambiente—. Pero Patrick es un buen hombre. De verdad lo investigué en Google —digo mirando a mis hermanas con intención. Todos se ríen. — Y al menos estoy aquí. Si algo pasa, sé que puedo contar con ustedes. —Siempre —dice Elena, y me sonríe. —Los amo. Y de verdad agradezco que se preocupen por mí. Pero esto es una nueva aventura, otra más, como tantos viajes que he hecho. Todos asienten, más tranquilos. Ya con el ambiente mas calmado, terminamos de almorzar. Me ayudan un poco mas a arreglar colocar todo lo necesario y deciden irse cada uno a su casa. —Mañana a las once —les digo a todos mientras se van en sus respectivos carros— En el tribunal, por favor. Los despidos con la mano. Cuando el último carro desaparece, el silencio me envuelve. Solo quedamos Naga y yo en esta casa que, aunque hermosa, se siente un poco demasiado grande ahora que estoy sola. Siento cómo me empieza a apretar el pecho. Me cuesta respirar. Camino despacio hasta mi habitación, intentando calmarme, concentrarme en poner cada cosa en su lugar. Ordenar me da paz. Me ayuda a controlar ese nudo que me sube por la garganta y evita que me dé un ataque de ansiedad. La cama es enorme, suave, elegante... Siento que pertenezco aquí, que este lugar es un premio inesperado. La vista desde la ventana es preciosa. Todo esto... todo esto vale la pena. Me repito eso. Cuando el cielo comienza a oscurecer, escucho el sonido de un motor en el estacionamiento. Es el carro de Patrick. Siento un pequeño salto en el estómago. ¿Debería bajar? ¿Esperarlo en las escaleras? ¿Quedarme en mi cuarto como si no lo hubiera notado? El portón se cierra. Escucho sus pasos y el leve eco de la puerta principal al abrirse. La casa, aunque amueblada, todavía suena vacía. —¿Sofía? —llama con voz firme desde la entrada—. ¿Estás aquí? ¿Cómo lo supo? ¿Dejé alguna caja por ahí? Ah, claro. El carro. ¡Qué tonta! Salgo de mi cuarto y bajo las escaleras. Lo encuentro en el pasillo, cerca de la cocina. Me recibe con una pequeña sonrisa en los labios. —Hola —dice con suavidad—. Vi tu carro afuera, así que supuse que ya estabas aquí. —Sí... vine todo el día a instalarme. Gracias por dejarme el cuarto grande. De verdad, no tenías que hacerlo, pero la vista es hermosa. En serio, gracias. —Por supuesto. Es tu casa también —responde sin pensarlo, como si fuera obvio. Luego nota las cajas de pizza abiertas en la encimera—. ¿Pediste pizza? —Ah, sí... mi familia vino a ayudarme con la mudanza y era lo más rápido. Aún queda si quieres unos pedazos... aunque están fríos. Patrick agarra una rebanada sin dudar y le da un mordisco. —Fría, pero buena —dice con la boca medio llena, encogiéndose de hombros. —Podemos organizarnos con la cocina, si te parece. Cocinar juntos o al menos turnarnos. Y bueno, ya que vamos a vivir bajo el mismo techo, creo que sería útil tener algunas reglas... o mejor dicho, acuerdos para la convivencia. Patrick asiente, pensativo. —Me parece una buena idea. —Perfecto —le sonrío, aliviada—. Otra cosa... que no te mencioné antes. —Dime. —Bueno... traje a mi perra conmigo. A Naga. Es mía y... no sabía si eso te molestaría. En realidad, no lo hablamos en el contrato. Él deja la pizza sobre la caja, me mira con calma. —No me molesta. Es tu perra, tu vida. No te pediría que dejaras algo atrás por esto. Me sorprende la sinceridad en sus palabras. Me pregunto si él ha tenido que dejar cosas importantes atrás para estar aquí... cosas que no conozco. —Nunca he tenido un perro —añade—, pero me parecen adorables. Mientras no se coma mis zapatos, creo que nos vamos a llevar bien. —No te preocupes, es bien portada —respondo sonriendo—. Bueno, me voy a dormir. Mañana es un gran día y necesito estar descansada... —me río sin mucha convicción. Patrick me observa unos segundos. Sus ojos se tornan serios, cálidos. —Sofía —dice, con una voz más baja, casi vulnerable—. Gracias. Por todo esto. Sé que no debe ser fácil... es casi como venderme tu libertad. Me quedo quieta. Esa palabra, "vender", resuena extraña en mi cabeza. No siento que haya vendido nada. Más bien siento que, por primera vez, estoy ganando algo para mí. Libertad, sí. Pero también control. Futuro. Estabilidad. Aunque... no sé si él se siente atrapado. Si esto es un sacrificio para él. —No es nada —le digo, mirándolo a los ojos con una sonrisa tranquila, suave—. Buenas noches, Patrick. —Buenas noches. — dice mientras me alejo. Subo las escaleras, con Naga pisándome los talones, como si también supiera que algo importante está por empezar. Desde pequeñas, muchas soñamos con nuestra boda. Crecimos viendo novelas y películas donde el matrimonio era el final feliz del cuento. Yo también lo hice. Debo admitir que, en mi mente, ese día llegaría por amor —sí, lo sé, suena a cliché y cursilería barata, pero realmente lo creí—. Lo que nunca imaginé fue que mi boda sería por conveniencia... y mucho menos, para estabilizarme económicamente. A la mañana siguiente me despierto con las ojeras más grandes que he tenido en mi vida. No dormí nada. La ansiedad, los nervios, la emoción... todo se me revolvió en el estómago. Siempre me ha gustado hacer cosas locas —viajar sola, hacer voluntariados en otros países—, pero casarme por un contrato... jamás lo vi venir. Me levanto y saco a Naga al jardín. Al abrir la puerta hacia la terraza, lo primero que veo es a Patrick. Está junto a la piscina, sobre un mat de yoga, haciendo abdominales. Tiene unas pesas al lado y... está sin camisa. ¡Válgame! Nunca me imaginé que ese cuerpo estuviera debajo de sus camisas de botones. Sabía que era atlético, pero esto... esto ya es otro nivel. Parece un modelo de revista de fitness. Supuse que la ropa le quedaba bien porque estaba hecha a la medida, pero ahora entiendo que cualquier prenda le debe quedar pintada. Cada músculo está definido, los abdominales parecen dibujados, y ni una gota de grasa a la vista. Y eso que anoche se comió un pedazo de pizza frente a mí. Si Karol estuviera aquí de seguro se muere. Le explotarían los ojos. Me quedo en la puerta, congelada, viéndolo como boba. Naga corre hacia él y antes de que pueda reaccionar, se le lanza encima para lamerle la cara. —Lo sé, Naga, lo sé... todos queremos hacer lo mismo —murmuro, saliendo de mi trance mientras corro hacia ellos. —¡NO, NAGA, DÉJALO! — grito. Patrick intenta cubrirse la cara entre risas y un poco de pánico. —¡AHHH, ME VA A COMER! —¡No, no! —digo tratando de contenerla mientras la sujeto por el collar —. Solo quiere jugar, lo juro. Te vio en el suelo y pensó que querías jugar. Perdón, en serio. Finalmente, logro que Naga lo deje en paz y se aleje un poco. Patrick se pone de pie y se limpia el abdomen, ahora cubierto de césped y sudor. —Lo siento mucho —le digo sin mirarlo directamente. Está justo frente a mí y no me atrevo a mirarlo a los ojos o ese abdomen otra vez. Él se ríe. —Está bien. Tengo que aprender a controlarme —dice, aun riendo—. Por un momento en serio pensé que me iba a comer. —Jamás —respondo, alzando la vista solo un segundo, y pasando por ese pecho lleno de pecas naranjas—. Se ve grande e intimidante, pero en realidad es súper cariñosa. Como un osito... salvaje, pero chiquito. —Ya, bueno —dice mientras recupera el aliento—. Me tomó por sorpresa. —Lo siento de verdad. —No pasa nada. Es que olvidé que estabas aquí —Auch. Esa frase me dolió un poco—. Y cuando sentí algo encima de mí, solo vi una mancha negra. —Sí... —respondo, tratando de que no se note que me afectó—. ¿Y siempre te levantas tan temprano a hacer ejercicio? —Sí. Me gusta empezar el día con una rutina. Me centra. —Oh, ya... Bueno, te interrumpí. Perdona. Puedes seguir —aunque, por lo sudado que está, dudo que le quede algo de energía. Ese cuerpo lleva mínimo una hora en movimiento. —Ya había terminado. No me interrumpiste —responde con un gesto despreocupado—. ¿Cómo dormiste, por cierto? Primera noche en tu nueva casa. —Ahh... —suelto un suspiro—. La verdad, no muy bien. Estoy muy nerviosa, para serte sincera. Patrick frunce el ceño, preocupado. Se nota en sus ojos, en cómo sus cejas casi se unen. ¿Será que cree que me voy a echar para atrás? —Pero no te preocupes, no estoy pensando en arrepentirme. —No, no es eso lo que me preocupa —dice mientras se seca el rostro. —¿Entonces? —Solo quiero que estés cómoda aquí. En serio. Me mantiene la mirada unos segundos. Hay algo honesto en su voz, algo que no esperaba. Pero justo cuando estoy por responder, Naga aparece de nuevo, feliz, interrumpiendo el momento. —Bueno... iré a alistarme. Nos vemos a las diez aquí abajo —le digo antes de escapar con Naga de vuelta a mi cuarto. Justo a las diez de la mañana bajo las escaleras. El corazón me late en la garganta. Patrick está ahí abajo, ajustándose las mangas de su chaqueta negra. Parece sacado de una película romántica. Con ese traje, ese porte... no es justo que alguien se vea así. Aunque ya lo había visto en internet, nada se compara con tenerlo ahí, en persona. Es tan... perfecto que da rabia. Mi vestido es blanco, sencillo pero elegante. Tiene un escote cuadrado que enmarca mis hombros y cuello. Los tirantes anchos me hacen sentir segura y femenina. La parte superior me ajusta con delicadeza, marcando la cintura antes de caer en una falda tipo "A" que se mueve con cada paso, ligera, fluida. No tiene encajes ni brillos. Y eso es lo que más me gusta. Es simple, sin pretensiones. Pero especial. Cuando Patrick levanta la vista y me ve, se queda inmóvil. Abre la boca como si fuera a decir algo, pero luego la cierra. La vuelve a abrir... pero no sale nada. Solo me mira. —¿Listo para ir? —le digo, al notar que sigue sin moverse. —¿Yo? ¿Ya? —Ah... sí, tu y ya —respondo, un poco confundida por su expresión—. ¿Está todo bien? Pasa un momento en silencio. —Te queda el blanco —dice finalmente, sin parpadear—. Te ves... bien. —Gracias, tú también te ves muy bien —respondo, sintiendo que las mejillas se me calientan, todo se le ve tan bien que no es justo —. ¿Nos vamos? —Claro. Cuando llegamos al tribunal, mi familia ya está allí. Mi mamá no deja de secarse los ojos con un pañuelo, aunque no sé si llora de emoción o preocupación. Patrick solo tiene a una persona con él: Marc. Su único "familiar" hoy. Nos acercamos al edificio. Patrick me ofrece el brazo y yo lo tomo. Caminamos juntos hacia lo que se supone que es el día más importante de nuestras vidas... aunque no es una boda real. Aunque sí lo es. Aunque no sepamos aún en qué va a terminar todo esto. Entramos al tribunal. Las paredes blancas y las sillas de madera le dan un aire frío al lugar, casi indiferente al hecho de que hoy nos estamos casando. Todo es demasiado formal, demasiado rápido, demasiado irreal. Nos recibe una funcionaria con expresión neutral, que nos hace una seña para que esperemos unos minutos. Elena me lanza una sonrisa nerviosa desde su asiento. Melissa me guiña un ojo. Mi mamá llora de nuevo. Mi papá intenta mantener la compostura con las manos cruzadas al frente y mi hermano esta con cara de indiferencia, pero se nota que aprieta los dedos con fuerza. Yo me siento como si estuviera en una obra de teatro donde olvidé el guion. Patrick se ve tranquilo. Demasiado tranquilo. Tiene una postura erguida, las manos entrelazadas al frente. Pero yo lo tengo al lado, y puedo ver cómo su mandíbula está apretada. Tal vez no soy la única que está fingiendo serenidad. —¿Estás bien? —le susurro. Él asiente, pero no me mira. —¿Y tú? —Estoy a punto de firmar un contrato de matrimonio con un extraño que ahora conozco sin camisa... —susurro con una sonrisa forzada. Eso logra sacarle una risa bajita, casi inaudible. Lo suficiente para que sus hombros se relajen apenas. —¿Me veo bien sin camisa entonces? —dice sin mirarme, pero con una sonrisa escondida. —Yo nunca dije eso... pero si, debo admitir que más de lo recomendable. — respondo bajito, antes de que la funcionaria nos interrumpa: —Pueden pasar. Ya todo está listo. Nos tomamos del brazo de nuevo. Las puertas se abren, y entramos a la pequeña sala donde se celebra la ceremonia. Frente a nosotros, un escritorio, el juez de familia, y los papeles. No hay flores, ni música, ni altar. Solo palabras, firmas... y un destino que no sabemos a dónde lleva. El juez nos saluda con cortesía. Nos pide sentarnos. Repasa nuestras identificaciones, confirma que somos mayores de edad, que venimos en común acuerdo. Que no hay coerción. Que entendemos lo que implica el matrimonio. Patrick responde con voz firme. Yo apenas logro asentir. Cuando nos pide ponernos de pie, siento que las piernas me tiemblan. Patrick me ayuda, con una mano en mi espalda baja. Me da seguridad, pero también hace que me dé cuenta de lo irreal que es todo. —Por favor, tómense las manos —dice el juez. Nos tomamos las manos. Estamos frente a frente. Las suyas están tibias. Firmes. Las mías deben estar heladas, pero no las suelta. Al contrario, entrelaza los dedos con los míos. El juez empieza a hablar. De compromiso, de respeto, de unión civil. Yo lo escucho como si estuviera debajo del agua. Y entonces llega la pregunta: —Sofía Rodríguez, ¿acepta usted al caballero Patrick Reggin como su esposo, bajo el vínculo del matrimonio civil, en pleno uso de sus derechos y voluntariamente? Mi corazón se detiene por un segundo. —Sí —respondo, sin temblar. El juez asiente y gira hacia Patrick. —Patrick Reggin, ¿acepta usted a la señorita Sofía Rodríguez como su esposa, bajo el vínculo del matrimonio civil, en pleno uso de sus derechos y voluntariamente? Patrick me mira. Y entonces lo veo realmente por primera vez hoy. Hay algo más allá de la formalidad en sus ojos. Algo que no entiendo del todo. Un brillo, una emoción contenida... o tal vez miedo. Pero lo oculta bien. —Sí —dice con voz firme. El juez sonríe, asiente con formalidad, y luego agrega: —Por la autoridad que me concede la ley, los declaro oficialmente marido y mujer. Y aunque no es obligatorio... —dice con una leve sonrisa— pueden sellar su unión con un beso, si lo desean. El silencio en la sala es inmediato. Yo parpadeo. ¿Un beso? No lo habíamos hablado. No estaba en el contrato. No estaba en mis planes. Pero tampoco me muevo. Tampoco me niego. Patrick me observa por un segundo, casi buscando permiso en mi mirada. No hay presión. No hay prisa. Solo esa pausa incómoda que se siente como si todos los relojes del mundo se hubieran detenido. —¿Puedo? —susurra, muy bajito, solo para mí. Asiento con un leve movimiento. Es un beso falso. Es parte del acto. Es una escena, nada más. Nuestro primer beso frente a un juez, mi familia, cámaras de celular y un contrato de por medio. Pero ahí estoy, sintiendo cómo el corazón me late tan fuerte que parece que va a salirse por la boca. Patrick se inclina con suavidad. Su mano izquierda se coloca en mi mejilla. No hay prisa, no hay pasión desbordada. Solo ternura. Cuidado. Un acercamiento lento, como si estuviera tocando algo frágil. Y cuando sus labios tocan los míos... el mundo entero se queda en silencio. Es un beso casto, apenas unos segundos. Pero es cálido. Y suave. Y juro que nunca un beso fingido se había sentido tan real. No es como que hubiera tenido muchos, a decir verdad. Pero se siente como mil. Cuando se separa, todavía mantiene su frente cerca de la mía y sus ojos cerrados, como si no quisiera romper el momento demasiado rápido. Y después da un paso atrás, con una media sonrisa en los labios que no sé si es parte del personaje... o si de verdad le nace. El juez sonríe. Declara que estamos legalmente casados. Un aplauso tímido nace en la sala. Mis sobrinas chillan de emoción. Mi mamá solloza abiertamente. Mi papá se levanta para darme un abrazo. Patrick y yo firmamos. Primero yo. Luego él. Y de pronto, estamos casados. Me quedo mirando la hoja firmada. No me siento diferente. No hay fuegos artificiales. Solo un temblor en las manos y un nudo en el pecho. —Felicitaciones —dice el juez. Nos damos la mano. Luego salimos de la sala. Cuando estamos afuera, en el pasillo del tribunal, Patrick se acerca. —¿Quieres una foto? —pregunta, señalando a Melissa, que ya tiene el celular listo. —Sí... claro. Nos colocamos frente a una pared blanca. Él pasa su brazo por mi cintura y me toma suavemente del costado. Yo me acomodo, y sonrío. Click. Una foto de una boda sin amor. Pero con algo más. No sé qué es todavía. Pero empieza a crecer como una semilla. Entre nuestras manos entrelazadas.
3 Me gusta 4 Comentarios 1 Para la colección Descargar
Comentarios (0)