Capítulo 10
17 de septiembre de 2025, 10:35
—¡Debes estar bromeando! —dice Karol, con la voz cargada de incredulidad, cuando llego el lunes siguiente con un anillo dorado muy simple en el dedo anular de la mano izquierda. Estamos sentadas en la mesa del comedor, como cada lunes, a las seis de la mañana.
—Lo siento, amiga... no podía decirte.
—¿¡No podías decirme que te ibas a casar!? —exclama, con los ojos bien abiertos. Está furiosa. No, más que furiosa: dolida.
Me siento como una traidora.
—De verdad lo siento —repito, bajando la mirada. Karol se levanta de la mesa de golpe.
—No puedo... necesito un momento a solas.
—Pero quiero contarte todo.
—Después —dice sin mirarme y se va, dejándome sola en la mesa con la taza de café aun humeando frente a mí.
Más tarde, cuando llego al área de trabajo, mi escritorio está justo al lado del suyo. Me lanza una mirada que me parte el alma: decepción mezclada con una tristeza profunda. Parece que va a llorar, y eso duele más de lo que pensé. Ni siquiera le he contado quién es "el susodicho", y cuando lo haga... me va a odiar.
—¿Puedo? —pregunto señalando mi silla, aunque no hace falta. Es más, una forma de pedirle permiso para entrar en su espacio herido.
—Adelante —dice en voz baja, empujando mi silla hacia atrás sin mirarme.
—Perdona por no habértelo dicho antes. Es algo reciente, muy nuevo...
—Sí, claro —responde, todavía dolida—. Solo que... lo único que me dijiste fue que te ibas a mudar a una nueva casa y me preguntaba cómo lo habías logrado. Pero nunca pensé que era porque te ibas a casar.
—Lo sé, Ka. De verdad, no debí guardarte el secreto. Fue todo tan repentino... ya sabes, el amor nació de la noche a la mañana —digo, sabiendo que ni yo me creo esa frase.
Karol me clava una mirada que lo dice todo: no se cree ni una puta palabra.
—¿Me vas a decir quién es? ¿Es alguien que conozco? ¿Por qué nunca me lo presentaste? Desde que volviste de Nueva York estás rara. Sabes que puedes confiar en mí, ¿verdad?
—Lo sé.
—Entonces, ¿por qué no me cuentas nada? ¿Cómo se supone que lo entienda? A ver, sabía que te ibas a mudar porque me lo dijiste, pero que te ibas a casar...¡Nunca me dijiste que estabas con alguien! ¡Ni siquiera habías besado a nadie! ¿Y ahora vienes a decirme que no solo te han besado, sino que ya te casaste y que perdiste la virginidad? ¿¡Cómo crees que me siento!?
Hago con mis manos señal de que baje la voz. Me acerco mas a su espacio.
—Ahh... bueno... es que... —me encojo en mi silla, incapaz de responder. Me siento un ovillo de culpa y nervios—. Sí, amiga. Tenemos que hablarlo. Es algo...
Pero no llego a terminar. Don Mario, entra en la oficina como cada mañana, interrumpiendo el drama con su energía habitual.
—¿Escucharon las buenas nuevas? —dice sonriendo ampliamente—. Dicen que nuestro jefe, el señor Patrick Reggin, se acaba de casar.
Me quedo helada. Me enderezo de golpe. Trago saliva con dificultad y siento cómo me empieza a sudar la espalda.
—¿Otro? —dice Karol, frunciendo el ceño—. Este ha sido el fin de semana más raro de la historia.
—Por cierto, todos debemos ir a la sala de juntas —dice Don Mario, como si apenas recordara que venía con un anuncio importante, después de habernos soltado uno de los chismes más inesperados de la oficina. Es raro en él. Siempre es muy reservado. Que ahora venga a contarnos un rumor ya es otra cosa —Reunión general, primer piso.—Continua.
Karol y yo nos levantamos en silencio y caminamos hacia el ascensor. El ambiente entre nosotras se siente tan denso que podría cortarse con una cuchara.
—Prometo darte una explicación —le digo en voz baja mientras bajamos.
—Eso lo espero con ansias —responde, sarcástica, sin siquiera mirarme. Su tono no es de enojo explosivo, sino de decepción profunda, y eso me duele aún más.
Al llegar a la sala de juntas, ya hay empleados de todos los departamentos. Algunos sentados, otros de pie. Hay un murmullo general de especulación.
"¿Será otra fusión?", "¿Van a hacer recortes?", "¿Será que el jefe ya no aguanto vivir aquí?", escucho decir a algunos.
Entonces entra Patrick.
—Buenos días —saluda con voz firme. El murmullo desaparece de inmediato. Él camina al centro de la sala con seguridad, como siempre. Pero cuando dice la siguiente frase, me quedo sin aire.
—Como muchos de ustedes saben, hay un rumor en la empresa que quiero aclarar.
¿¡Qué!?
¿Va a hacerlo? ¿Así nomás?
NO, NO, NO, NO por favor que sea otra cosa.
—Y prefiero que no quede como chisme de pasillo —continúa, y de pronto levanta una mano... en mi dirección.
Tengo los ojos como platos. El estómago me da vueltas. Me quiero morir. ¿Por qué no se me ocurrió que haría esto? ¿Qué clase de locura es esta?
¿Perdón?
¿Quiere que...?
¿Qué me acerque?
Me mira directo a los ojos y hace un gesto con la cabeza, como diciendo "ven". Camino como en cámara lenta. Uno, dos, tres pasos. Todos los ojos están sobre mí.
Cuando llego a su lado, me toma la mano. Luego me rodea la cintura con total naturalidad.
Mi corazón late a mil por hora. Él, en cambio, parece tranquilo.
—Es cierto —dice mirando a todos—. La señorita Sofía Rodríguez y yo nos casamos este fin de semana.
BOOM.
Se rompe el silencio. Algunos aplauden, otros silban, y muchos murmuran. Yo tengo la vista fija en su cuello. No quiero mirar a nadie. No puedo. Siento que voy a vomitar.
Cuando por fin me obligo a apartar la vista, veo muchas sonrisas... pero también miradas que me quieren asesinar con los ojos.
Y entonces veo a Karol.
Santo cielo. Sus ojos están tan abiertos que parece que van a salírsele de la cara.
—Bueno —dice Patrick levantando la mano libre—, eso era todo. Queríamos que lo supieran directamente. No hay necesidad de que nada cambie. Seguimos trabajando con normalidad pueden volver a sus espacios de trabajo. Gracias por su atención.
Todos se quedan aún medio en shock hasta que Don Mario se planta delante de nosotros y empieza a dispersar a la gente.
—Bueno, bueno... ¡ya no hay nada que ver aquí! Todos a sus puestos —dice moviendo los brazos como un policía de tránsito.
Poco a poco, la sala se va vaciando. Pero Patrick no me suelta. Su brazo sigue alrededor de mi cintura.
Lo siento tan cerca que percibo cada músculo. Me pongo nerviosa. Sus dedos reposan justo en la parte baja de mi espalda.
Aprovecho que ya estamos solos para apartarme con suavidad.
—¿Cómo hiciste eso?
—¿Qué?
—¡¿Cómo que qué?! ¿Anunciarlo así?
—Tenían que saberlo —dice, encogiéndose de hombros.
—¡Sí, pero no de esa manera! ¡Patrick, fue una locura! —ahora soy yo la que está furiosa—. No es algo que puedas soltar, así como si nada.
—¿Por qué no? No es problema de nadie. No tenemos que dar más explicaciones.
—Aquí en la oficina ni siquiera hablamos en público. ¿Qué crees que van a pensar?
—No me interesa lo que piensen.
—¡Bueno, a mí sí me importa! —respondo, alzando la voz.
—¿Estás molesta?
—Sí.
—¿Por eso?
—¡Sí!
Él se me queda viendo como si no entendiera nada.
—No lo entiendo. No es algo de gran importancia.
Bufo. Ni me molesto en seguir la discusión. Me doy vuelta y salgo de la sala de juntas, sintiendo todas las miradas clavadas en mi espalda. Algunos me saludan con entusiasmo, otros con sonrisas falsas. Pero todas, absolutamente todas, son miradas que hablan.
Cuando llego a mi escritorio, lo primero que noto es que Karol no está. Ni su bolso, ni su taza, ni su chaqueta. Nada.
No puede ser. ¿Se fue?
Tomo el celular y la llamo. No contesta. Pero entonces escucho su tono de llamada... no muy lejos unos cubículos más allá del nuestro. Alzo la vista, la encuentro al fondo de la oficina en otro escritorio, mirándome desde lejos, con su celular en la mano.
Respiro hondo.
La vergüenza, el miedo, la culpa y la necesidad de arreglarlo todo me empujan a caminar hacia ella.
No puedo seguir trabajando como si nada. Tengo que hablar con Karol. Ahora.
—¿Podemos hablar? —le digo una vez que llego a su nuevo espacio.
—No creo que sea necesario.
—Vamos, Karol, necesito que hablemos.
—¿Cómo me hiciste esto? ¿Por eso cada vez que decía algo de él te quedabas callada? ¿Desde cuándo salen? No me digas que desde Nueva York... —Se lleva una mano a la frente, y su cara cambia completamente—. ¡Claro que sí! Qué tonta fui... ¿cómo no lo noté?
—Karol...
—No, Sofía. No.
—Lo siento. No creí que fuera a escalar tan rápido... —Mentira. Sí que lo sabía. Solo no tuve las agallas de contártelo—. Fue repentino, como cuando vas a Las Vegas y haces locuras.
—Aun así. ¿No te costaba llamarme el fin de semana y decírmelo?
—Lo siento, de verdad lo siento.
—Creo que por ahora voy a darte tu espacio. Capaz que te vayan a dar una oficina solo para ti, ahora que eres la esposa del dueño de la empresa.
—Karol, por favor...
—Necesito trabajar. Es mejor que te retires.
No tengo más que decir. Me duele verla así. Sé que la herí y que no quiere verme ahora.
—Está bien. Me iré por ahora. Pero creo que deberíamos hablarlo luego.
Me doy la vuelta con el corazón apretado y vuelvo a mi escritorio. Pero al llegar, me topo con algo aún más incómodo: tres chicas que jamás me han dirigido la palabra están ahí, de pie, alrededor de mi escritorio como si fuera una exposición de museo.
—Hola —digo, intentando sonar cortés, aunque la sorpresa se me nota. Nunca antes me ha dirigido una palabra. Apenas si las he visto cruzando el pasillo. Muevo mi silla para sentarme y abro la computadora—. ¿Necesitan algo?
—Sofí —dice una de ellas, más bajita, con cabello rubio y sonrisa de demasiada simpatía fingida, su voz es casi un chillido—. ¿Cómo estás?
—Ahm... bien.
—¡Wow! Felicidades por la boda —agrega otra, con un tono que podría interpretarse como sincero... o como veneno con brillantina—. Debe haber sido un fin de semana emocionante, ¿no?
—Sí... fue... inesperado —respondo con una sonrisa incómoda.
—¿Y cómo fue que pasó? ¿Se conocieron aquí? ¿Fue amor a primera vista? — insiste la rubia, inclinándose sobre mi escritorio como si estuviéramos compartiendo secretos entre amigas.
—Sí, nos conocimos aquí —respondo sin dar más detalles.
—¿Y qué tal Patrick? Digo... es guapísimo. —Se miran entre ellas y se ríen como si acabaran de hacer una confesión picante.
—Es un buen jefe —contesto, manteniendo mi tono profesional y seco.
—¡Seguro es un amor de esposo! —dice otra, como quien lanza una red a ver qué atrapa.
Quieren chismes. Detalles. Escándalo. No les interesa realmente cómo estoy. Solo quieren llenar los pasillos de historias ajenas.
—Bueno chicas —digo cerrando el navegador que apenas había abierto—, tengo bastante trabajo pendiente. ¿Necesitan algo del departamento?
—No, no, solo pasábamos por aquí... —dice una, fingiendo inocencia.
—Perfecto —les sonrío con cortesía—. Entonces, si me disculpan... voy a trabajar.
Poco a poco se alejan, murmurando entre ellas como colegialas saliendo del recreo. Me dejo caer en la silla, respiro profundo y me quedo viendo la pantalla sin realmente verla.
Todo el piso ya sabe.
Y ahora todos me miran distinto.
No sé si por envidia, por sospecha o simplemente porque necesitan una nueva historia para llenar su aburrimiento.
Y yo... yo me siento como si estuvieraconsiderando todas mis desiciones.
Notas:
Creo que una de las cosas mas dificiles de una relacion falsa en este caso es tener que ocultarlo a tus amigos y familia, se que estas cosas en la vida real no pasan, por dicha pero seria realmente horrible. Ustedes que opinan?